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De pie en el espacio del amor imprudente

Lunes, 7 de abril de 2025

IMG_0673La publicación de hoy es del P. Gregory Greiten, sacerdote de la Arquidiócesis de Milwaukee. Actualmente, es administrador de las parroquias de Santa Bernadette, Nuestra Señora de la Buena Esperanza y Santa Catalina de Alejandría, todas en Milwaukee. El P. Greg se declaró gay ante sus feligreses en una homilía de Adviento de 2017. Pueden leer relatos de esa experiencia aquí y aquí.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el Quinto Domingo de Cuaresma se pueden encontrar aquí.

Aún recuerdo vívidamente el profundo impacto que me causó conocer al obispo Kenneth Untener en el Tercer Simposio Nacional del New Ways Ministry sobre temas LGBTQ+ y catolicismo, allá por marzo de 1992. Como obispo de Saginaw, Michigan, habló con gran claridad y convicción sobre el pasaje evangélico de la mujer adúltera, que es la lectura litúrgica de hoy. Describió lo que llamó la “imprudente misericordia” de Jesús.

Jesús nunca fue demasiado cuidadoso al medir su misericordia“, dijo el obispo Untener. “Fue criticado por su misericordia ‘imprudente’ hacia pecadores indignos“. Estas palabras resonaron profundamente en mí, especialmente mientras me encaminaba hacia la aceptación pública de mi auténtica identidad como sacerdote gay en la Iglesia Católica Romana.

El obispo Untener enfatizó el tema de la inclusión, pero también ofreció lo que creo que es la esencia del juicio de Dios: «Como teólogo, no digo esto a la ligera, pero he llegado a creer firmemente que, al morir, lo único que importará al final será cómo nos hayamos tratado unos a otros». Qué simple pero profundo. Qué desafiante pero liberador.

IMG_0671La historia de la mujer adúltera revela la increíble compasión, amor, aceptación y misericordia de Jesús por todas las personas. Curiosamente, como destacó el obispo Untener, esta historia falta en algunos manuscritos antiguos del Evangelio de Juan. ¿Podría ser que algunos de los primeros cristianos tuvieran un problema con la misericordia desmedida de Jesús? ¿Se escandalizaron tanto que omitieron este pasaje en sus manuscritos porque no podían creer que la misericordia de Dios pudiera ser tan abundante?

La escena representa el sentido de dominio de los fariseos en tres acciones claras: «La atraparon». «La trajeron». «La pusieron ante todos». La avergonzaron públicamente en el recinto del Templo, llenos de justa indignación, mientras exigían la opinión de Jesús. A sus ojos, su destino estaba sellado: la muerte por lapidación, según la ley.

Sin embargo, nadie menciona al adúltero involucrado. Como suele ocurrir en una sociedad machista, la mujer es condenada mientras el hombre queda impune. La multitud, enardecida por escribas y fariseos, no habría mostrado compasión por esta mujer, sino que reaccionó con justa indignación ante su fracaso. La juzgaron y la consideraron inferior. ¿Dónde estaba el hombre con el que cometió adulterio? Quizás era un fariseo o un escriba, tal vez un comerciante o un obrero, tal vez incluso de la clase sacerdotal. Nunca lo sabremos. Pero podemos ponernos en el lugar de ese adúltero inocente: escabulléndose, sin ser visto, sin ser acusado, sin ser juzgado como digno de la mortal lapidación.

IMG_0675Jesús se opone a tal arrogancia y fariseísmo. Él descubre sus conspiraciones y los hace retirarse confundidos con su desafío: «Que el inocente de ustedes sea el primero en tirarle la piedra». Ninguna sentencia de muerte proviene de Dios. Con admirable audacia, Jesús aplica la verdad, la justicia y la compasión a su juicio.

«Uno a uno», comienzan a marcharse hasta que Jesús y la mujer quedan solos. San Agustín describió bellamente este momento con una frase en latín: «Y quedaron dos: misera et misericordia: la llena de miseria y el lleno de misericordia».

La mujer asustada se presenta ante Jesús, quien pregunta: «¿Nadie te ha condenado?». Cuando ella responde que no, él responde con esas palabras esenciales que todos necesitamos escuchar hoy: «Yo tampoco te condeno». Estas son palabras verdaderamente liberadoras, que la liberan no solo de la dureza de sus acusadores, sino también de sus propios sentimientos de vergüenza, culpa, autodesprecio y desesperación.

A veces la gente se pregunta cómo Jesús pudo decir esto, pensando que lo opuesto de “condenar” es “perdonar“. Pero la palabra “condenar” proviene del latín y significa “maldecir“: considerar a alguien inútil, inservible, maldito. Lo opuesto no es “perdonar“, sino “salvar“: ayudar, sanar, considerar valioso. Lo opuesto a la condenación es la salvación: liberación del mal y la ruina.

Tanto Jesús como las autoridades coincidieron en que lo que hizo la mujer estaba mal, que era pecado. ¿La diferencia? Los fariseos la condenaron; Jesús no. En cambio, mostró misericordia y la encaminó hacia la restauración. Una cosa es condenar la conducta de una persona y otra condenar a la persona. Jesús nunca condenó a nadie, y a nosotros tampoco se nos permite condenar a nadie. Nunca. Podemos condenar las acciones, pero nunca a la persona.

Como sacerdote abiertamente gay, he experimentado en primera persona el rechazo, la condena y el odio hacia nuestra comunidad. Sé lo que significa sentirse fuera de la misericordia de Dios, creer que has hecho algo tan malo que Dios no podría perdonarte. Muchas personas LGBTQ+ llevan esta pesada carga: se castigan continuamente, incapaces de creer que son dignas de amor.

Pero el profeta Isaías nos recuerda en la primera lectura de hoy: «No recuerden los acontecimientos del pasado, ni las cosas antiguas; ¡miren que hago algo nuevo!». Dios sí está haciendo algo nuevo. El Señor nos trata como trató a aquella mujer, sin condenarnos jamás. A pesar de nuestros peores momentos, Dios nunca deja de amarnos. Esta es la verdad. Es un hecho.

Cada día, en todos los países del mundo, las personas LGBTQ+ enfrentan discriminación, violencia y trato desigual en casa, en el trabajo y en sus comunidades. Actualmente, presenciamos leyes que atacan a nuestra comunidad, especialmente a las personas transgénero. Sin embargo, ante tal condena, debemos recordar la misericordia implacable de Jesús.

En esta Cuaresma, los invito a sumergirse en esta historia: a ver la urgencia de Aquel que nos busca, que espera, que anhela encontrarnos y salvarnos. Dios está continuamente haciendo algo nuevo en nuestras vidas, invitándonos a la autenticidad y la plenitud. Toquen esa parte vulnerable y herida de su corazón. Descubran cualquier carga que los haya agobiado. Escucha atentamente a Jesús que te dice: “¿Nadie te ha condenado? Yo tampoco“.

Nuestra vida cristiana se trata de encontrarnos con Jesús a diario y saber que su amor es siempre nuevo. Él nos posee, y no nos condena, sino que nos invita a vivir de nuevo en su amor. El Miércoles de Ceniza nos retó a alejarnos de nuestros pecados y creer en el Evangelio. Esta historia de la mujer adúltera nos recuerda que, en nuestra base misma, somos perdonados por Dios. Jesús quiere que las personas conozcan la misericordia de Dios, porque es esta misericordia la que nos permite cambiar.

Como ministros y miembros del pueblo de Dios, debemos reflejar la misma misericordia temeraria que Jesús demostró en su vida. Ante la división y el odio en nuestro mundo, no podemos permanecer en silencio. No seremos condenados por el odio ajeno. No podemos ser relegados a la vergüenza y el autodesprecio. Viviremos y caminaremos en la increíble e imprudente misericordia de nuestro Salvador, que nos ama profundamente y renueva nuestras vidas respetando la dignidad de cada persona humana. Aceptémonos y amémonos como las personas que Dios nos creó para ser: plenamente vivos, plenamente amados y abrazados con fervor por la misericordia divina.

—Padre Gregory Greiten, 6 de abril de 2025

Fuente New Ways Ministry

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“Amigo de la mujer”. 5 de Cuaresma – C ( Juan 8,1-11)

Domingo, 6 de abril de 2025

cristo_y_la_mujer_adultera_de_domenico_morelli_museo_del_pradoSorprende ver a Jesús rodeado de tantas mujeres: amigas entrañables como María Magdalena o las hermanas Marta y María de Betania. Seguidoras fieles como Salomé, madre de una familia de pescadores. Mujeres enfermas, prostitutas de aldea… De ningún profeta se dice algo parecido.

¿Qué encontraban en él las mujeres?, ¿por qué las atraía tanto? La respuesta que ofrecen los relatos evangélicos es clara. Jesús las mira con ojos diferentes. Las trata con una ternura desconocida, defiende su dignidad, las acoge como discípulas. Nadie las había tratado así.

La gente las veía como fuente de impureza ritual. Rompiendo tabúes y prejuicios, Jesús se acerca a ellas sin temor alguno, las acepta en su mesa y hasta se deja acariciar por una prostituta agradecida.

La sociedad las consideraba como ocasión y fuente de pecado; desde niños se les advertía a los varones para no caer en sus artes de seducción. Jesús, sin embargo, pone el acento en la responsabilidad de los varones: «Todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio en su corazón».

Se entiende su reacción cuando le presentan a una mujer sorprendida en adulterio, con intención de lapidarla. Nadie habla del varón. Es lo que ocurría siempre en aquella sociedad machista. Se condena a la mujer porque ha deshonrado a la familia y se disculpa con facilidad al varón.

Jesús no soporta esta hipocresía social construida por el dominio de los varones. Con sencillez y valentía admirables, pone verdad, justicia y compasión: «El que esté sin pecado, que arroje la primera piedra». Los acusadores se retiran avergonzados. Saben que ellos son los más responsables de los adulterios que se cometen en aquella sociedad.

Jesús se dirige a aquella mujer humillada con ternura y respeto: «Tampoco yo te condeno». Vete, sigue caminando en tu vida y, «en adelante, no peques más». Jesús confía en ella, le desea lo mejor y le anima a no pecar. Pero de sus labios no saldrá condena alguna.

¿Quién nos enseñará a mirar hoy a la mujer con los ojos de Jesús?, ¿quién introducirá en la Iglesia y en la sociedad la verdad, la justicia y la defensa de la mujer al estilo de Jesús?

José Antonio Pagola

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“El que esté libre de pecado que le tire la primera piedra” Domingo 06 de marzo de 2025. 5º de Cuaresma

Domingo, 6 de abril de 2025

21-cuaresmaC5 cerezoLeído en Koinonia:

Isaías 43, 16-21: Mirad que realizo algo nuevo y apagaré la sed de mi pueblo.
Salmo responsorial: 125: El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Filipenses 3, 8-14: Por Cristo lo perdí todo, muriendo su misma muerte.
Juan 8, 1-11: El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.

El texto del discípulo de Isaías es característico de su teología. Se lo ha llamado con frecuencia el “profeta del nuevo éxodo” (35,6; 41,18ss) y el texto que comentamos lo muestra claramente. Con la fórmula clásica del “enviado” (“así dice…”) comienza la unidad; como ocurre con mucha frecuencia Dios es presentado por lo que “hace”. La misma concluye en el v.21 ya que en v.22 comienza un nuevo oráculo de estilo muy diferente, con lo que el texto de la liturgia presenta claramente una unidad “redonda”. El estilo es hímnico, como se nota en los paralelismos (semejante a 40,22s; Sal 104,2ss; 136,5ss).

Es interesante que presenta una larga introducción (vv.16-17) sobre el pasado haciendo memoria de los acontecimientos del éxodo (Ex 13-14), pero con una serie de tiempos verbales que debemos tener presentes ya que se los dos primeros son participios (que traza, que hace salir), los dos segundos son imperfectos (se echarán, no se levantarán) y recién los dos últimos son imperfectos, y claramente pasados (se apagaron, se extinguieron), por lo que el marco principal es el presente que pone al lector “en medio” de los acontecimientos, con lo que recuerda a Israel que su fe no radica en los acontecimientos del pasado sino en Dios que “hace” esas cosas.

Lo llamativo es que después de toda esta introducción nos viene a decir en v. 18: “no se acuerden de las cosas pasadas” (no debe leerse como pregunta, como hacen algunas Biblias); las cosas “pasadas” son las del éxodo, como vemos en 41,22; 42,9; 43,9; 49,9; 48,3. ¿Por qué no recordar lo que acaba de poner en la memoria? La memoria (“¡recuerda!”) es fundamental en Israel (Sal 78), y por eso es importante la historia. Ciertamente porque lo que viene “es nuevo”, ya no estamos ante un río que se seca para que un pueblo pase, sino ante un desierto que se llena de agua para que el pueblo beba; lo nuevo es el camino en el desierto (35,8-10; 40,3-4), y el agua y la vegetación en ese lugar (35,6-7; 41,18-19). Es interesante recordar que el desierto es -para el tiempo del éxodo- un lugar terrible (“enorme y temible”, Dt 1,19; 8,15), allí Dios dio agua de la roca, y alimento del cielo; lo que ahora va a realizar —y realiza— es notablemente superior que hace empalidecer lo “antiguo”. Los acontecimientos que narra nos recuerdan lo que nos dice que no debemos recordar, y ahora en imperfecto: es algo que “se está haciendo”. Entre la doble referencia al agua en el desierto, aparece una extraña imagen: los que glorifican a Dios son los animales del desierto, no el pueblo (aunque estos parecen ocupar su lugar, como es frecuente, por ejemplo en los sacrificios, y se confirma en el relato con la doble referencia “mi pueblo, mi elegido”). Es este pueblo el que contará las alabanzas de Yavé (ver 43,10; 44,8), y es presentado como el pueblo que “me modelé”, con lo que regresamos a las imágenes de creación, muy frecuentes en el discípulo de Isaías (ver 43,1.7).

Lo que quiere destacar el autor es que no hay que quedarse en los acontecimientos del pasado por más maravillosos que hayan sido; quedarse en los acontecimientos y no en Dios es una forma sutil de idolatría, lo que hay que recordar es a Dios que es quien las hizo, hace y hará. El éxodo es el acontecimiento arquetípico y por eso es modelo de acontecimientos nuevos, no es algo en lo que Dios se ha estancado en el pasado. La “sola memoria” puede ser peligrosa, no puede ser un permanecer “estancados”, no tiene valor si no va acompañada de la esperanza, si no prepara futuro.

En la carta a los Filipenses vemos que lo que ha cambiado a Pablo dando un nuevo enfoque a su vida es el “conocimiento de Cristo Jesús”. Es cierto que otro “conocimiento” puede ser inútil o hasta perverso, pero si de conocimiento de Cristo se trata, ese llegará a su plenitud al final de los tiempos donde “conoceré, como soy conocido (por Dios)”, 1 Cor 13,12. Todo es “a causa de Cristo” (v.7). La esperanza judía en el mesías era ciertamente futura, pero Pablo es consciente que ya ha conocido. Sin embargo, todas las esperanzas de Israel, que tan bien quedan expresadas en Rom 9,4-5 no han “conocido” y han quedado al margen. Esto es, para Pablo, un motivo de gran dolor, como lo manifiesta especialmente (9,3). Pero para Pablo, todo lo que preparaba la llegada de Cristo, ya no tiene sentido, como el pedagogo (Gal 3,24-25) no tiene sentido una vez que el niño ha llegado a la escuela a la cual él lo llevaba. Es importante notar como Pablo empieza a poner los cimientos para una marcada separación entre Israel y la Iglesia, todo lo anterior, en comparación con Cristo es nada menos que estiércol.

El lenguaje que Pablo destaca es económico “pérdida – ganancia” pero sobre todo deportivo. Pablo pretende (notar la semejanza con el lenguaje de 1 Cor 13 que acabamos de mencionar): “ganar a Cristo y ser encontrado por él”. Las imágenes deportivas no son extrañas a Pablo (1 Cor 9,24-27; 2 Cor 4,8-9), y le sirven a Pablo como un ejemplo más para destacar algo que ya ha comenzado pero aún no ha concluido. Sin embargo, Pablo no pretende que las imágenes sean suficientes, él no corre con sus propias fuerzas, no espera llegar con su “justicia”, no lo ha alcanzado sino que fue él mismo alcanzado por Cristo . Aunque más “al pasar” que en Gálatas y Romanos, queda planteado el tema de la fe y las obras. Pablo sabe que colabora con la obra de Dios, pero sabe que no son sus fuerzas las que le permiten alcanzar la meta (notar esto tan característico de Pablo: conocer – ser conocido, ganar – ser hallado, alcanzar – ser alcanzado). La justificación -la meta- sólo puede venir de la iniciativa de Dios, no por la ley sino por la fe.

Como no conocemos el contexto de este relato del evangelio de Juan, que es un relato añadido, no sabemos las razones por las cuales a Jesús quieren “ponerle una trampa”. Pero dada la semejanza con los acontecimientos del final de la vida de Jesús, según nos cuentan los Sinópticos, podemos pensar que el drama ya se ha desencadenado y se pretende por todos los medios encontrar argumentos para un juicio que ya está decidido. En ese sentido, el texto es semejante al de la moneda del impuesto al César. Tampoco es fácil saber exactamente cuál es la trampa, pero parece ser ponerlo en la disyuntiva entre ser fiel a la ley de Moisés, y consentir en que la adúltera sea apedreada, con lo que su insistencia en la misericordia se revela “hipócrita”, o insistir en la misericordia con lo que se manifiesta como infiel a lo mandado por Moisés.

A Jesús no van a buscarlo porque confíen en su buen criterio o porque reconozcan autoridad a su palabra, o porque él pueda decidir la suerte de la mujer. En realidad, en este drama ni Jesús ni la mujer son importantes. Ambos son rechazados por los escribas y fariseos. Jesús, porque buscan atraparlo, la mujer porque es una simple excusa para ese objetivo. Por eso, porque su palabra en realidad no importa es que el Señor se inclina para escribir en tierra. Manifiesta su desinterés por la cuestión, como ellos también la manifiestan.

Somos tan prontos a juzgar y condenar, nosotros los hombres. ¡Es tan fácil en este caso! Nada menos que una adúltera, descubierta en plena infidelidad. Hay que aplicarle el rigor de la ley: ¡debe ser apedreada! De paso, veremos cuánto de fiel a la ley es Jesús. La actitud del Señor no parece ser muy atenta; casi, hasta parece indiferente … Juzgar y condenar, en nuestras actitudes, muchas veces van de la mano, se le parecen. Los hombres ya condenaron, falta que hable Jesús, para condenarlo también a él.

¿Sexo? ¡Horror! Para tantos, todavía sigue siendo el más grave y horroroso de los pecados. Es cierto que muchas veces nos hemos ido al otro extremo, y no hablamos ya del tema, pero cuántas veces nos encontramos con actitudes o comentarios que parecen que el único pecado existente es el pecado sexual. La envidia, la ambición, la falta de solidaridad, la injusticia, la soberbia, y tantos otros, parecen no existir en la “lista”. El sexo es “el” pecado. Esa es, también, la actitud de los acusadores de la mujer: fue descubierta en pleno pecado, ¡debe ser apedreada! “-Muy bien, el que no tenga pecado, tire la primera piedra“. Y, casualmente, los primeros en retirarse son los ancianos, los que ya no tienen “ese” pecado. Muchos pecados hay, no uno, pero nosotros juzgamos, ¡y hasta condenamos!

Sería casi sin sentido hacer una lista de todos los pecados de nuestro presente; sería sin sentido porque sería interminable: basta con leer casi cada página de los diarios… ¿Quién considera pecado sus opciones políticas que miran sus intereses y no lo que mejor beneficie la causa de los pobres? ¿Quién considera pecado su falta de solidaridad con los marginados de su mismo barrio o región? ¿Quién considera pecado su “no te entrometas“, o su falta de compromiso político para que los pecados desaparezcan?… Y, en esa misma línea: ¿quién no considera un pecado atroz y gravísimo a una madre soltera, o todo lo relacionado con el sexo?, ¿quién no considera verdaderamente intolerable toda cercanía siquiera con prostitutas…?

Este, que hoy leemos, fue el texto comentado por monseñor Romero en su célebre última homilía: “No encuentro figura más hermosa de Jesús salvando la dignidad humana, que este Jesús que no tiene pecado, frente a frente con una mujer adúltera… Fortaleza pero ternura: la dignidad humana ante todo… A Jesús no le importaban (los) detalles legalistas… Él ama, ha venido precisamente para salvar a los pecadores… convertirla es mucho mejor que apedrearla, ordenarla y salvarla es mucho mejor que condenarla… Las fuentes (del) pecado social (están) en el corazón del hombre… nadie quiere echarse la culpa y todos son responsables… de la ola de crímenes y violencia… la salvación comienza arrancando del pecado a cada hombre.” “–No peques más”. Leer más…

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Dom 5 Cuaresma. No juzguéis… El juicio de la “adúltera”. (Jn 8, 1-11)

Domingo, 6 de abril de 2025

la-mujer-adultera-la-misericordiDel blog de Xabier Pikaza:

El juicio de la adúltera  (Jn 8, 1-11).En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿Qué dices?”… (sigue)

Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.”

E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó sólo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?” Ella contestó: “Ninguno, Señor.” Jesús dijo: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.”

Jesús dijo: «No juzguéis   (Lc 6,37s, Mt 7, 1).

INTRODUCCIÓN

 Los  acusadores afirman que ha sido sorprendida en flagrante (autophôrô) adulterio y eso basta. En línea de justicia israelita debe morir: ¡Moisés manda lapidarla! Pues bien, frente a Moisés se sitúa Jesús y por eso, como enfrentándose con él, los escribas de la ley mesiánica del viejo Israel le preguntan: tú, en cambio ¿qué dices? (Jn 8, 5).

La respuesta de Daniel en el caso de Susana era fácil: cumplir la ley, pero de un modo verdadero, mostrando que la mujer era inocente y los acusadores falsos. Bastaba con la ley: ella era signo de Dios, mesías de la tierra. El problema de Jesús es diferente: no puede probar la inocencia de la mujer, ni la mala fe o deseo lujurioso de los acusadores, sino que debe enfrentarse con algo mucho más importante ¡con la Ley de Moisés!

Pero él ha dicho no juzguéis

Ciertamente, si Jesús salva a la mujer deberá indicar la insuficiencia de la Ley, mostrando de un modo más alto la presencia y acción de Dios. (he desarrollado este motivo en varios trabajos, especialmente en Compañeros y amigos de Jesús, donde lo desarrollo con cierta extensión)

De esa forma, frente al puro mesianismo de la ley, propio de Daniel, funcionario del talión escatológico (¡Dios obrará al final del mismo modo, salvando a los buenos y condenando a los malos!), viene a revelarse Jesús como mesías de la gracia que ofrece vida al pecador (a la mujer), situando a los acusadores ante el espejo de su propia conciencia, para iniciar de esa manera una vida donde sea posible la reconciliación.

La respuesta y solución de Jesús no viene en línea de la ley. Por eso no investiga los hechos, como nosotros (nuevos legalistas) hubiéramos deseado: no le importan los cómplices del adulterio, ni el ausente marido, quizá también culpable. No busca atenuantes de tipo psicológico y social… Es muy posible que, en línea de ley, un buen juez hubiera podido mostrar la contradicción de los acusadores, la complicación del marido, la posible falta de madurez de la víctima. Pues bien, Jesús no se ha querido situar a ese nivel: no se ha comportado como juez, ni en relación a la mujer, ni en relación a los cómplices; no es un buen juicio lo que busca (frente al juicio malo de los acusadores) sino la gracia superior y la verdad de cada uno (que debe mirar hacia sí mismo y descubrir allí su deseo más hondo).

Conforme a la ley, la mujer es culpable, pero Jesús no resuelve el problema a ese nivel, ni tampoco a nivel de pura maduración psicológica: no llama al marido, no enfrenta a los esposos, no les ofrece una terapia afectiva, sino que nos conduce a todos más allá del ámbito de juicio, allí donde Mt 7, 1-3 decía: ¡no juzguéis y nos seréis juzgados! La actitud de juicio supone que nosotros (jueces) somos buenos, mientras los otros (juzgados) culpables: por eso nos alzamos contra ellos, convirtiéndoles en chivos expiatorios al servicio de nuestra propia seguridad.

Este mecanismo de descarga judicial se repite en el principio de muchas religiones:un grupo sagrado tiende a mantenerse divinizando su propia justicia y condenando o expulsando a los disidentes o distintos. Pues bien, Jesús ha destruido la base de ese mecanismo, avalado por la ley de Moisés, situando a cada uno de los jueces ante su propia responsabilidad y diciéndoles:¡mira hacia adentro! ¡atrévete a decir que te hallas limpio!

En nombre de su propia ley, los acusadores podrían haber respondido: ¡estamos limpios, nosotros somos buenos! Pero no lo hacen, sino que reconocen su propia suciedad, dejando que caiga la piedra de violencia de su mano, empezando por los más ancianos (en el sentido doble de senador/presbítero: hombre de edad y juez o magistrado). Todos se descubren pecadores.

Históricamente, esta escena resulta irreal, muy improbable. Los escribas y fariseos de la tradición evangélica se hubieran atrevido a presentarse como justos, condenando a Jesús, el inocente. Pero el texto es una parábola cristológica más que el recuerdo de un hecho pasado: Jn 8, 1-12 está contando (o representando) la verdad universal del ser humano, diciéndonos que el día en que todos nos consideremos pecadores podremos dialogar de forma abierta, perdonándonos mutuamente, desde la gracia más alta de Dios Padre.

LA VIDA ES MÁS QUE LEY. LA VERDAD ES MÁS QUE JUICIO

Todos los jueces se van. Con la mujer queda Jesús, el único inocente (y el pueblo que actúa como testigo de fondo de la escena). Teóricamente Jesús podría condenarla, pues él es inocente; pero su inocencia se define más bien como perdón: ¡tampoco yo te condeno, vete y no peques más! De esta forma se enfrentan y distinguen la ley de sangre y la gracia creadora de Jesús:

 – La ley descubre al pecador y tiene la respuesta , como saben los jueces: ¡Dios mismo manda lapidar a estas mujeres! Como representantes de un Dios violento se creen obligados a matar a sus culpables.

Frente a esa ley que se impone matando, eleva Jesús la experiencia más honda del perdón. No necesita ya libros, escribe su palabra sobre el polvo: Dios y su gracia superan todas las leyes y sentencias del mundo.

 NO JUZQUÉIS….

 No juzguéis y no seréis juzgados (Lc 6,37s; Mt 7,1s)

 La comunión de Jesús se destruye allí donde unos juzgan a otros, o donde la estructura de conjunto juzga y somete bajo su dictado a  todos. El juicio pertenece al orden racional de una vida que se construye y define a sí misma, pero Dios se sitúa en un plano de gratuidad superior, más allá de razones y juicios humanos:

 Lucas.«No juzguéis, para que no seáis juzgados, porque con el juicio con que juzgáis seréis juzgados, y con la medida con que midáis seréis medidos» (Cf. Mateo Mt 7,1s).

Lucas introduce la exigencia de no juzgar al final del sermón de la llanura (cf. Lc 6,17-49),después de las bienaventuranzas, los ayes (Lc 6,20-26) y el amor al enemigo (Lc 6,27-36). Mateola sitúa hacia el final del sermón de la montaña, sin incluir las aplicaciones de Lc 6,37b-38 (no condenar, perdonar, dar) ni las parábolas de la «razón teológica» (del ciego y del discípulo: cf. Lc 6,39s), formuladas posiblemente por el redactor del Evangelio para interpretar el motivo del no juicio en su Iglesia[1].

            La palabra base de Mt 7,1 y Lc 6,37a («No juzguéis, para no ser [y no seréis] juzgados») es una sentencia apodíctica o axioma, que define a Dios y modela el sentido de la Iglesia como experiencia de gratuidad originaria. No es sentencia de ley sino supra-ley, voz que nos llega de Dios, viniendo, al mismo tiempo, de la profundidad del ser humano arraigado en Dios. Tres son, a mi entender, sus notas principales[2]:

 –Esta es una afirmación universal y ha de entenderse desde la gracia de Dios y la invitación de amar al enemigo. Más allá de la ley, allí donde se descubre inmerso en Dios-Gracia, el hombre puede actuar igual que Dios, sin exigir ni pedir nada, sin juzgar por nada.

 – Esta palabra retoma el primer mandato: «No comerás…»; no te apoderes para ti de nada, tu vida es don y gracia (cf. Gn 2,17). El precepto dice que no podemos fundar nuestra vida en algo que tengamos o que hagamos. Hemos brotado y somos en un Dios que nos ha dado la vida como gracia y en ella nos mantiene, de forma que podamos vivir de un modo gratuito, unos para otros[3].

 – Ella define el riesgo vital, diciéndonos que si juzgamos, caemos en manos de nuestro propio juicio, no del de Dios: «No juzguéis para que no seáis juzgados». El juicio no viene de Dios sino de nosotros mismo. Por eso es esencial la segunda parte del dicho de Jesús: «No seréis juzgados». Dios no es garantía humana de buen juicio (contra lo que afirma Kant en su Crítica de la razón práctica) sino superación divina de todo juicio. Donde hay amor de Dios no hay juicio, no por indiferencia (un Dios que se desentienda) sino por gratuidad más alta.

  Esta palabra («No juzguéis») no puede probarse (si se probara, debería integrarse en un sistema legal expresado en forma de talión), sino que deriva de la experiencia original del Dios creador, que es «gracia universal de Vida». No puede probarse ni postularse, pero puede y debe razonarse a posteriori, como suponen Lc 6,38b y Mt 7,2: con el juicio con que juzguéis seréis juzgados.

La fe en el Dios creador nos sitúa ante el misterio de su gracia, más allá de todo juicio y castigo. Según eso, el juicio no forma parte originaria de la creación, no proviene de Dios, sino que surge y se despliega allí donde nosotros lo formulamos y aplicamos en forma de talión. Solo superando la trama de acción y sanción, impulso y respuesta, bien y mal, descubriendo nuestra vida como puro don, en inmersión de amor, podemos hablar de Dios y contemplar (descubrir/desplegar) la vida como gracia, por encima de todo juicio que pueda separarnos del amor de Dios.

Dios no es bien y mal, gracia y condena, juicio, sino solo bien, pura gracia. El juicio lo creamos nosotros y lo aplicamos a Dios, atreviéndonos a decir que forma parte de su esencia, para defender aquello que hacemos, en contra de Dios, que no es talión de bien/mal sino puro bien que crea; no da (se da) para recibir (obtener ganancias) sino por gratuidad amorosa, para que seamos nosotros[4].

El juicio cerrado en sí mismo se expresa en forma de lucha mutua y culmina en la muerte (condena) de los perdedores, según la ley del talión. Solo quien supera el nivel del juicio puede vivir en Dios, siendo Dios por gracia (viviendo para siempre). Esta revelación («No juzguéis») no forma parte de la ley sino de la creatividad originaria de Dios, de forma que no podemos decir «No juzguéis porque el juicio es de Dios» (cf. 1

 Jesús duce  “no juzguéis”… pero la sociedad civil no ha querido escucharle,  ni tampoco mucha iglesia cristiana de forma que toma el “juicio” (el poder judicial) como clave de la vida social, junto al poder legislativo y el ejecutivo. Tampoco la iglesia cristiana ha sabido qué hacer con este mandato de Jesús y ha buscado la manera de elaborar un minucioso “derecho judicial”, afirmando que ella posee, por, por siglos y siglos (al menos desde el XIII al XX el poder judicial supremo de la tierra, avalado por excomuniones, e incluso condenas a muerte e infierno.

   El tema no es nada fácil de resolver, como saben bien los canonistas “cristianos”.Por eso es bueno que este domingo se lea y debe meditarse el  tema del “juicio” de la adúltera.  No voy a repetir lo que dije hace dos días, pero he sentido  la necesidad de recordar en este contexto, el mensaje fundamental de Jesús en este contexto.,

Superar el juicio, vivir en gratuidad: eso es la Iglesia

 Por don de Dios vivimos, por amor de aquellos que nos han transmitido la vida. Si rechazamos la gracia y nos juzgamos, juzgando a los demás, en clave moralista, corremos el riesgo de destruirnos a nosotros mismos, destruyéndolos a ellos. Este es el centro de la eclesiología de Jesús.

 – La capacidad de juicio es un elemento esencial del hombre, que piensa, mide y organiza la vida por conocimiento (sabiduría) y trabajo, superando así el nivel de los animales, que no piensan ni juzgan, sino que son por instinto. Juzgar es discernir, planificar y organizar la vida, en un nivel de medios y de fines, dentro de una historia regida por la ley del talión.

 – Pero el hombre que cierra su vida en un nivel de juicio pierde su identidad, como saben Gn 2-3 y Mt 7,1-5 y paralelos, porque el ser humano está hecho (se hace) para trascenderse en el Dios creador de vida, que le ofrece un lugar y un camino en su vida divina (véase el discurso de Pablo en Atenas en Hch 17,22-31). Leer más…

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Dos conversiones distintas y parecidas. Domingo 5º de Cuaresma. Ciclo C.

Domingo, 6 de abril de 2025

hipocresia-proxenetismo_image006Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Los domingos anteriores han tratado el tema de la conversión con distintos enfoques: amenazando con un final trágico a los que no se conviertan, pero concediendo un año de plazo para evitar la desgracia (domingo 3º); acogiendo al hijo pródigo, que se convierte por puro egoísmo, pero que da una inmensa alegría al padre con su vuelta (domingo 4º). En este quinto domingo habla del mejor recurso para convertirse: el contacto con Jesús, como lo demuestran una adúltera y un fariseo radical y violento.

¿Qué hacemos con la adúltera?

El evangelio parte de un hecho concreto: una mujer sorprendida en adulterio. Se trata de un pecado condenado en todas las legislaciones antiguas y en el Decálogo. El problema que plantean a Jesús es qué hacer con la adúltera. Del tema ya se habían ocupado los legisladores antiguos. Recojo tres opiniones.

La ahogamos con el adúltero (Código de Hammurabi)

 Es la respuesta del famoso Código de Hammurabi, rey de Babilonia muerto hacia 1750 a.C. En el párrafo 129 dictamina: «Si la esposa de un hombre es sorprendida acostada con otro varón, que los aten y los tiren al agua [al río Éufrates]; si el marido perdona a su esposa la vida, el rey perdonará también la vida a su súbdito». Adviértase que la ley empieza por la mujer, pero los dos merecen la condena a muerte, aunque cabe la posibilidad de que el marido perdone.

La apedreamos (escribas y fariseos)

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.

Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:

– Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?

Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.

La lapidación es el procedimiento más frecuente en la Biblia para ejecutar a un culpable. Cosa lógica ya que en Israel no abunda el agua, como en Babilonia, y sí las piedras. Sin embargo, estos escribas y fariseos no habrían aprobado un examen de Biblia por dos motivos.

1) La Ley de Moisés, que usa a menudo el verbo «apedrear» para hablar de un castigo a muerte, nunca lo aplica al adulterio. El texto que podrían invocar sería este del Deuteronomio: «Si uno encuentra en un pueblo a una joven prometida a otro y se acuesta con ella, los sacarán a los dos a las puertas de la ciudad y los apedrearán hasta que mueran: a la muchacha porque dentro del pueblo no pidió socorro y al hombre por haber violado a la mujer de su prójimo» (Dt 22,23-24). Pero esta ley no habla de adulterio, sino de violación (aparentemente consentida) de una muchacha.

2) Si tienen tanto interés en cumplir la Ley de Moisés, al primero que deberían haber traído ante Jesús es al varón, ya que también a él lo han sorprendido en adulterio y por él comienza la ley («Si uno encuentra a una joven…y se acuesta con ella»). Hay un caso en el que solo se habla de apedrear a la muchacha, pero tampoco se trata de adulterio, sino de la que ha perdido la virginidad mientras vivía con sus padres. Cuando se casa, su marido lo advierte y lo denuncia; si la denuncia es verdadera, «sacarán a la joven a la puerta de la casa paterna y los hombres de la ciudad la apedrearán hasta que muera, por haber cometido en Israel la infamia de prostituir la casa de su padre» (Dt 22,20-21).

¿Cómo puede un escriba, con tantos años de estudios bíblicos, cometer estos errores elementales? ¿Por ignorancia? ¿Por el deseo de interpretar la ley de la forma más rigurosa posible? ¿Para poner a Jesús en un aprieto y poder acusarlo, como dice Juan? Efectivamente, si la perdona, no cumple la ley; si dice que la apedreen, demuestra que no tiene esa compasión de la que tanto presume.

La perdonamos (Jesús)

Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:

– El que no tiene pecado, que le tire la primera piedra.

E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó:

– Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?

Ella contestó:

– Ninguno, Señor.

Jesús dijo:

– Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más. 

Jesús no precipita su respuesta. Le piden una opinión (“¿qué dices tú?”) pero se calla la boca y escribe en el suelo. Ellos insisten. Buscan lana y salen tranquilados. «Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra». El principal pecado de escribas y fariseos no es la ignorancia, ni el rigorismo, sino la hipocresía.

Cuando se retiran, solo quedan Jesús y la mujer, ella de pie en el centro. Un imagen de gran impacto, digna de la mejor película. Por suerte para la mujer, Jesús no es un confesor a la vieja usanza. No le pregunta cuántas veces ha cometido adulterio, con quién, dónde, cuándo. Se limita a dos preguntas breves («¿dónde están?, ¿nadie te ha condenado?») y a la absolución final, con propósito de la enmienda: «Yo tampoco te condeno. Ve y en adelante no peques más».

A veces se habla de la actitud de Jesús con los pecadores de forma muy ligera, como si los abrazase y aceptase su forma de vida. Pero a la mujer no le dice: «No te preocupes, no tiene importancia; ya sabes a quién tienes que acudir la próxima vez». Lo que le dice es: «en adelante no peques más». Se lo dice por su bien, no porque corra peligro de ser apedreada. A este caso, cambiando de género, se puede aplicar el proverbio bíblico: «El adúltero es hombre sin juicio, el violador se arruina a sí mismo» (Proverbios 6,32). Eso es lo que Jesús no quiere, que la mujer se arruine a sí misma.

El buen ejemplo de los escribas y fariseos

A pesar de su hipocresía y mala idea, hay que reconocerles algo bueno: se van retirando poco a poco, empezando por los más viejos. Hoy día, somos muchos los que conocemos la opinión de Jesús pero seguimos considerándonos buenos y no vacilamos en apedrear (más con palabras y juicios condenatorios que con piedras) a quien hemos elegido como víctima.

La conversión del fariseo radical y violento (Filipenses 3,8-14))

La lectura de Pablo a los Filipenses no cuenta su conversión, pero hace un balance de su vida antes y después de ella. Antes se gloriaba de ser israelita de pura cepa, de la tribu de Benjamín (¡ocho apellidos vascos!), circuncidado a los ocho días, estrictísimo en la observancia de la Ley, perseguidor de los cristianos. De todo estaba enormemente orgulloso hasta que descubrió a Cristo. A partir de ese momento, su vida cambia. Todo lo anterior lo considera basura. Él estaba obsesionado con salvarse, pero la Ley de Moisés no puede salvarlo, solo la fe en Cristo. Por eso, lo único importante es conocerlo cada vez mejor, compartir sus sufrimientos, resucitar con él. Pablo ve su vida como una extraña carrera. Ya le ha concedido el primer premio, pero debe seguir corriendo hacia la meta, sin mirar atrás.

Hermanos: Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él, no con una justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe.

Todo para conocerlo a él y la fuerza de su resurrección y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, con la esperanza de llegar a la resurrección de entre los muertos. No es que ya lo haya conseguido o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por Cristo.

Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús.

La adúltera y el fariseo

A pesar de las diferencias, hay algo común en la conversión de estas dos personas: el contacto con Jesús. Lo cual supone una gran novedad con respecto al mensaje de los domingos anteriores. Ahora, lo que provoca la conversión no es el miedo, ni el hambre, sino la relación personal con el Señor. Relación a la que se llega por caminos muy diversos: en el caso de la adúltera, son sus enemigos quienes la llevan ante Jesús; en el caso de Pablo, es Jesús quien le sale al encuentro. Este encuentro personal con él es la única garantía de una conversión auténtica y duradera.

Historia de la salvación (IV). El éxodo antiguo y el nuevo (Isaías 43,16-21)

La primera lectura sigue recordando momentos capitales de la Historia de la salvación: Abrahán, Moisés, Josué. Hoy se contraponen el éxodo de Egipto, con la gran victoria sobre el ejército del faraón, y el nuevo éxodo de Babilonia, en el que Dios protegerá a su pueblo durante la marcha por el desierto. El peligro de los israelitas es seguir soñando con lo antiguo. Y el profeta le dice: «No penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo». Curiosamente, coincide con lo que dice Pablo en la segunda lectura: «Olvidándome de lo que queda atrás, me lanzo a lo que está por delante».

Esto dice el Señor, que abrió camino en el mar y una senda en las aguas impetuosas; que sacó a batalla carros y caballos, la tropa y los héroes: caían para no levantarse, se apagaron como mecha que se extingue.

«No recordéis lo de antaño no penséis en lo antiguo; mirad qué realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino en el desierto corrientes en el yermo. Me glorificarán las bestias salvajes, chacales y avestruces, porque pondré agua en el desierto, corrientes en la estepa, para dar de beber a mi pueblo elegido, a este pueblo que me he formado para que proclame mi alabanza.

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V Domingo de Cuaresma. 06 abril, 2025

Domingo, 6 de abril de 2025

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Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
el que esté sin pecado, que tire la primera piedra”.
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo”

(Jn 8, 1-11)

Dime, Maestro: ¿qué escribías en el suelo? Siempre que vuelve este texto me lo pregunto… y algunas veces hasta me lo he contestado: palabras de perdón, de reconciliación, de comprensión… Pero hoy que aparece el texto me lo vuelvo a preguntar: ¿qué escribías en el suelo?, ¿qué escribes hoy en el suelo?, ¿qué palabras tienes para quienes me acusan, me persiguen, me entregan?

Sí, lo hacen conmigo, pero sobre todo con otras tantas personas, especialmente mujeres, en demasiados lugares de nuestro mundo. Hoy, ahora, una mujer está siendo acusada, vejada, puesta en evidencia…como lo fue la mujer sorprendida en adulterio en el Templo. Y me pregunto: ¿tendrá la mujer de hoy quien la defienda, quien la dignifique, quien escriba en el suelo de su historia palabras de liberación y de perdón?

Y me brota del corazón un deseo: ¡Hazme palabra, Jesús! Una palabra que Tú escribas hoy en nuestro suelo. Una palabra de consuelo. Una palabra de ánimo. Una palabra de lucha. Una palabra de dignidad. Una palabra de confrontación. Una palabra de perdón.

Haznos a todos “palabra”, como aquellas palabras que un día escribiste en el suelo del Templo. Palabras silenciosas que hicieron caer las piedras, los juicios y las condenas. Palabras escondidas que ablandaron corazones endurecidos y convirtieron la condena de la ley en el encuentro con el amor misericordioso. Palabras que rozaron el corazón herido de una mujer y le devolvieron la dignidad y la luz que necesitaba para caminar. Palabras que cambian el rumbo de la historia y la adentran por los senderos del Reino.

Oración

“Gracias, Trinidad Santa,
por escribir en el suelo de nuestro hoy
las letras suaves de tu amor y tu ternura para con nosotras.”

 

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Dios no juzga, Jesús no condena.

Domingo, 6 de abril de 2025
F713D2C2-CD60-4215-A3A7-1AB96050B308DOMINGO 5º DE CUARESMA (C)

Jn 8,1-11

El texto está en un contexto artificial. No se encuentra en ningún otro evangelista y ha sido añadido al evangelio de Juan. No aparece en los textos griegos más antiguos. Es un relato muy antiguo y su mensaje está de acuerdo con los evangelios, incluido el de Juan.

En el relato, se destaca el “fariseísmo” de los acusadores. El texto dice que le estaban tendiendo una trampa. En efecto, si Jesús consentía en apedrearla, perdería su fama de bondad e iría contra el poder civil, que había retirado al Sanedrín la facultad de ejecutar a nadie. Si decía que no, se declaraba en contra de la Ley, que lo prescribía expresamente.

Si los pescaron “in fraganti”, ¿dónde estaba el hombre? (La Ley mandaba apedrear a ambos). Se consideraba adulterio la relación de un hombre con una mujer casada, no con una soltera. Se trataba de un pecado contra la propiedad, porque la mujer se consideraba propiedad del marido. Llevamos dos milenios tergiversando los textos con naturalidad.

Aparentemente Jesús está dispuesto a que se cumpla la Ley, pero pone una simple condición: que tire la primera piedra el que no tenga pecado. El tirar la primera piedra era obligación o “privilegio” del testigo. Tirar la primera piedra era responsabilizarse de la ejecución. Aquellos hombres acusaban, pero no se hacían responsables de la muerte.

Jesús perdona a la mujer antes de que se lo pida; no exige ninguna condición. No es el arrepentimiento ni la penitencia lo que consigue el perdón. Es el amor incondicional, lo que debe llevar a la adúltera al cambio de vida. El “perdón” de Dios es lo primero. Cambiar de perspectiva será la consecuencia de haber tomado conciencia de que Dios es Amor.

Sigue habiendo “cristianos” que ponen el cumplimiento de la “Ley” por encima de las personas. La base y fundamento del mensaje de Jesús es precisamente que, para el valor primero es la persona de carne y hueso, no la institución ni la “Ley”. El Padre estará siempre con los brazos abiertos para el hermano menor y para el mayor.

La cercanía que manifestó Jesús hacia los pecadores, no podía ser comprendida por los jefes religiosos de su tiempo porque se habían hecho un Dios justiciero y distante. Para ellos el cumplimiento de la Ley era el valor supremo. Jesús nos dice que la persona es el valor supremo y no puede ser utilizada como medio para conseguir nada.

El miedo es la consecuencia de la inseguridad. Cuando buscamos seguridades, tenemos asegurado el miedo. El miedo paraliza nuestra vida espiritual. El descubrimiento del verdadero Dios tiene que ser siempre liberador. La mejor prueba de que nos relacionamos con un ídolo, y no con el verdadero Dios, es que nuestra religiosidad produce miedos.

La “buena noticia” consiste en que el amor de Dios es incondicional, no depende de nada ni de nadie. Dios no es un ser que ama sino el amor. Su esencia es amor y no puede dejar de amar sin destruirse. ¿Quién es el bueno y quién es el malo? ¿Puedo yo dar respuesta a esta pregunta? ¿Quién puede sentirse capacitado para acusar a otro? Solo el fariseísmo.

Jesús está ya identificado con el Padre y unifica los tres. Tanto el hermano menor (adúltera) como el mayor (fariseos) tienen que ser superados. Una vez más descubrimos que el menor está dispuesto a cambiar con más facilidad que el mayor.

Fray Marcos

 Fuente Fe Adulta

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Justos y pecadores.

Domingo, 6 de abril de 2025

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«Tampoco yo te condeno. Anda y, en adelante, no peques más»

Contemplemos la escena.

Jesús está sentado en la escalinata del pórtico de Salomón enseñando su doctrina a los judíos. Un grupo numeroso de ellos le escucha fascinado, pues jamás hombre alguno les había hablado como éste. De pronto, aparece en escena un grupo de escribas, fariseos y guardias del templo que no tardan en abrir un claro circular entre el gentío. Acto seguido, arrojan en medio a una mujer aterrada que no osa levantarse y ni siquiera alzar la vista.

Jesús detiene su enseñanza y un silencio sepulcral se apodera del recinto: «Moisés nos manda lapidar a estas mujeres… ¿Tú qué dices?»…

La puesta en escena es soberbia, y la trampa mortal. Ya no se trata de una discusión rabínica para demostrar al pueblo que aquel impostor no es tan listo como parece, sino que le han puesto frente a una situación dramática de la que depende la vida de una persona.

Jesús queda desconcertado y busca en su mente una respuesta que salve a la mujer. Condenarla supone que toda su doctrina del perdón, de Dios Abbá, es simple teoría; que suena muy bien a los oídos de la gente, pero no es posible llevarla a la práctica. Perdonarla supone quebrantar explícitamente la Ley de Moisés, autorizar el pecado y dar carta de naturaleza a la desobediencia. No es fácil salir de ese callejón sin aparente salida, y Jesús se toma su tiempo enredando en el suelo con una rama.

«El que esté libre de pecado que tire la primera piedra»

La gente queda atónita porque nunca antes han visto a nadie jugarse la vida por salvar la de una mujer pecadora. Saben que llamar pecadores en público a los santos de Israel es una temeridad inconcebible que jamás le van a perdonar (y que no le perdonaron), pero sus palabras tienen el efecto de cambiar radicalmente el signo de la situación. Es probable que algunos fariseos sintiesen la tentación de proclamarse justos y perpetrar allí mismo la lapidación, pero la personalidad de Jesús se impuso finalmente a su orgullo.

«Tampoco yo te condeno. Anda y no peques más».

Permítanme unos comentarios en torno a estos hechos.

El primero, que Jesús pudo haber soslayado aquel atolladero aduciendo que él no era juez para juzgar a nadie, pero de haberlo hecho habrían matado a la mujer y su principal preocupación era evitarlo. El segundo, la diferencia radical entre la religiosidad de Jesús y la de escribas y fariseos. Para estos últimos lo importante es el cumplimiento de la Ley, y para Jesús lo importante son las personas. Si la Ley no sirve para salvar, no sirve para nada.

El tercero, que Dios no es el que nos juzga por nuestros pecados, sino el que nos ayuda a salir de la esclavitud del pecado; es nuestro aliado contra el mal. El cuarto lo tomamos de labios de Ruiz de Galarreta: «En este mundo no hay justos y pecadores, sino solo pecadores necesitados de Dios y amados por Él».

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Condenar o liberar.

Domingo, 6 de abril de 2025

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Jn 8,1-11

Seguramente todos tuvieron que agacharse para comenzar a recoger las piedras del suelo, preparándose para ejercer el castigo al que la Ley les alentaba: “si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, se castigará con la muerte a los dos” (Lv 20,10). Seguramente, mientras cada uno se inclinaba a coger el arma arrojadiza, pensaría que, de ese modo, colaboraba en hacer desaparecer el mal en medio de su pueblo: “si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, morirán los dos, tanto la mujer como el que se acostó con ella. Así extirparás el mal de Israel” (Dt 22,22).

Quizás alguno de ellos pensó, por un instante, que había sido un poco extraña la petición que los maestros de la ley y los fariseos habían hecho a Jesús: ¿por qué solo habían llevado hasta allí a la mujer? ¿qué había pasado con el hombre encontrado en la misma situación? ¿Y por qué esa premura? Quizás alguno, también, había percibido que la tesitura en la que ponían a Jesús iba cargada de cierta malicia y que había otros intereses ocultos en este asunto que le estaban planteando.

No obstante, ahí seguían, agachándose, buscando las mejores, ni excesivamente pequeñas, ni tan grandes que no se pudieran lanzar con una sola mano. Ahí seguían, mirando de reojo a Jesús, que permanecía sentado y en silencio, en el lugar del Templo desde el que, hacía un momento, estaba dirigiéndose a la gente.

De pronto, Jesús también se agachó y se puso a escribir con el dedo en el suelo. Así permaneció durante un tiempo que se hizo eterno, mientras los entendidos de la ley seguían presionándolo con aquella cuestión. A la altura a la que había bajado, Él parecía estar cómodo. Desde ahí solo podía ver el suelo, quizás los pies y algo de las piernas de todos los que estaban a su alrededor… en su campo visual quizás también podía hallarse la mujer a la que habían colocado en el medio, aunque Él solo parecía seguir el trazo que su propio dedo marcaba en la arena.

Ese modo de estar en el mundo, abajado, inclinado, se repetía en Jesús en muchos momentos. Se inclinó para hablar con el hombre paralítico que yacía cerca de la piscina de Betesda antes de curarle (cf. Jn 5,5-9) o cuando se acercó al lecho de la suegra de Pedro (cf. Mc 1,30-31) o al de la hija del jefe de la sinagoga (cf. 5,40-42). Jesús se inclinaba continuamente para acoger a los niños que corrían hacia Él, a quienes imponía las manos y con quienes oraba (cf. 10,13-16) y se inclinaba o arrodillaba muchas veces, para recogerse en oración junto a su Padre (cf. 1,35; 14,35)… ¡Qué modo tan diferente de agacharse el de Jesús y el de quienes le rodeaban en ese momento! ¡Qué perspectivas tan diferentes de mirar lo humilde, bajo y pobre del mundo!

Por fin Jesús se incorporó −solo un instante− para decir: “Aquel de vosotros que no tenga pecado, puede tirarle la primera piedra”. Y, de nuevo, se agachó y siguió escribiendo sobre la tierra…

Todos los que estaban presentes se miraban las manos, pensativos. En cada piedra veían el peso de algún error propio cometido. Era difícil no haber incumplido alguno de los 613 preceptos de la Torá. Cada uno iba recordando las últimas situaciones vividas: “esa conversación con mi amigo en la que murmuré contra el vecino”, “aquella mentira que dije para conseguir lo que buscaba”, “cuando no atendí a quien me pidió ayuda por propia comodidad”, “ese modo horrible en el que hablé a tal persona esta mañana”…

Al levantar los ojos de las propias piedras, se fueron dando cuenta de que muchos habían ido tirándolas al suelo y marchándose de allí. ¡Nadie había tirado la primera! Y así, empezando desde el mayor hasta el más joven, todos se fueron yendo.

Cuando ya estaban solos la mujer y Él, Jesús volvió a incorporarse y, como si no hubiera sido consciente de nada, le preguntó a la mujer: “¿dónde están? ¿ninguno de ellos se ha atrevido a condenarte?”.

Era la primera vez, en todo ese tiempo que había transcurrido, que alguien le había preguntado algo. La habían arrastrado hasta allí, pero no le habían dado la posibilidad de explicar nada, de defenderse, de contar su versión… ¡ninguno le había escuchado y, mucho menos, dado la palabra!

Ninguno lo ha hecho”, dijo la mujer. Y al pronunciarse, pudo expresarle su reconocimiento. Le llamó “Señor”, no solo “Maestro”, como habían hecho los jefes de la ley.

Tampoco yo te condeno. Puedes irte y no vuelvas a pecar”, le contestó Jesús.

La mujer se sintió profundamente liberada. No solo porque la alentaba a ponerse en camino y recomenzar, sino porque Jesús no la condenaba. No le había dicho “tus pecados son perdonados”, como había hecho con otras personas, sino “no te condeno”. En realidad, tampoco había condenado a los que, poco a poco y uno a uno, había reconocido su pecado y se habían ido yendo del lugar.

Ahí estaba la diferencia. Todos habían condenado a la mujer desde el primer momento, sin darle posibilidad al cambio, a comenzar de nuevo, a reconocer y transformar los actos realizados, las equivocaciones… Pero Jesús libera. Libera a la mujer y libera a cada uno de los presentes al ayudarles a reconocer su propia pobreza personal.

Quizás se nos hace necesario aprender a agacharnos más como Jesús y tocar nuestra propia tierra −nuestro propio humus− sintiendo Su mirada sobre ella. Una mirada que libera y no condena. Así, agachados junto a Él, podremos nosotros hacer lo mismo.

Inma Eibe, ccv

Fuente Fe Adulta

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La sombra del Inquisidor.

Domingo, 6 de abril de 2025

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Jn  8, 1-11

Todo inquisidor -quien acecha, espía, juzga y condena al otro- proyecta en los demás su propia sombra oscura. De manera inconsciente, para crear y sostener su propia imagen de persona “honorable” -buena, honesta, fiel, coherente, comprometida…-, ha debido ocultar, negar, rechazar o reprimir aquellos rasgos suyos que la amenazaban. Por tanto, no solo proyecta y rechaza en el otro lo que vive (reprimido) en él mismo, sino que no se conoce en toda su verdad. Vive tan identificado con la imagen que quiere dar que no tolera en los demás aquello que, de reconocerlo en sí mismo, la tiraría abajo.

Al final, quien condena a los otros, se está condenando, sin saberlo, a sí mismo. Quien “tira la piedra” contra otros, la está lanzando, sin ser consciente, contra sí mismo.

El inquisidor es una persona oscura, que no se conoce y que vive interiormente fracturado entre la imagen que intenta dar y la sombra que se empeña en mantener oculta. La falta de conocimiento y de empatía hacia sí lo hacen incapaz de vivir empatía y compasión hacia los otros. Presume de su rigidez, mientras se arroga un estatus de superioridad moral y se eleva sobre el pedestal que su propia ignorancia ha construido.

La trampa en que se ve atrapado el inquisidor -y en cada uno de nosotros yace ese personaje- solo se puede soltar gracias al autoconocimiento. Cuando, entre otros, los místicos cristianos Bernardo de Claraval o Teresa de Jesús afirmaban que el conocimiento propio constituía la mejor escuela de humildad acertaban de pleno. Solo el conocimiento de sí deshace el engaño y el hecho de al iluminar la propia sombra, nos hace humanos, humildes y compasivos. Solo entonces es posible soltar el papel de “inquisidores” y vivir en la aceptación y el no-juicio.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Se encuentran la miseria y la misericordia

Domingo, 6 de abril de 2025

17Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Jesús enseña al pueblo.

    Comienza el magnífico texto evangélico de hoy diciendo que Jesús baja del monte de los Olivos al Templo para enseñar a la gente, para comunicar el evangelio.

    Jesús no comunica doctrina, dogmas, ni tan siquiera el catecismo. Jesús comunica una buena noticia: que eso significa evangelio.

Y la buena noticia es Jesús mismo: Él es la buena noticia. (El Evangelio es anterior a los evangelios que se redactarán con el paso del tiempo (en vida de Jesús no se escribió una línea).

Jesús mismo es el evangelio, la buena noticia para nosotros. El Evangelio “no es un libro”, es una persona, JesuCristo.

02.- Una mujer en adulterio.

    Le presentan a Jesús una mujer sorprendida en adulterio. Pero a aquellos fariseos en realidad no les importa mucho esta mujer, sino a quien quieren pillar es a Jesús. El imputado más que la mujer, es Jesús.

Según la ley de Moisés esta mujer debía ser o apedreada o estrangulada. Tú ¿qué dices?. La mujer es una excusa para ver si Cristo se enfrenta a la ley, a la religión y al orden establecido. Los fariseos quieren hallar un motivo para pillar a Jesús. De hecho, este capítulo 8 de Juan termina con la voluntad del Templo y de los fariseos de dilapidar a Jesús: Los judíos tomaron piedras para tirárselas a Jesús, (Jn 8, 59).

La lapidación era una ejecución de la que “nadie” era responsable –como los fusilamientos-.

La lapidación como el pelotón de fusilamiento, como la misma guerra son una forma de asesinato colectivo, ¿anónimo? Nadie es responsable, si bien todos somos responsables.

03.- La mujer estaba, pues condenada.

    Aquella mujer estaba, pues, condenada

Pero Jesús piensa y actúa de otra manera.

Donde los “religiosos” oficiales ven pecado, delito, injusticia, suciedad, o donde ven morbosidad y programas “rosas” de tv, Jesús, y el Dios de Jesús, ven sufrimiento: la mujer adúltera, la samaritana, la hemorroísa, Magdalena, hijo pródigo, etc. son seres sufrientes.

Los “religiosos” terminales condenamos, excomulgamos, prohibimos; Jesús acoge.

Jesús debía haber condenado a aquella mujer. Sin embargo, la actitud, la respuesta de Jesús no es la esperable en un canonista o eclesiástico. Un “buen” canonista, condena. Jesús no condena: Yo no te condeno.

04.- El Señor no condena.

Jesús no dice que aquella mujer, ni el ladrón, ni Magdalena, ni Zaqueo, ni el hijo pródigo hayan hecho bien, simplemente dice que Él, Jesús, no condena. Yo no condeno. Y es que Cristo no ha venido para juzgar, y menos a condenar a nadie:

Jn 12,47: porque no he venido a condenar al mundo, sino a salvar al mundo.

Estamos muy habituados a pensar que el pecador merece condena y condenación. Eso es lo normal y lo legal. JesuCristo –el Dios de JesuCristo- no trata al pecador a pedradas y condenaciones, sino que, cuando JesuCristo se encuentra con el pecador, lo primero es no condenar y luego, al mismo tiempo,  perdonar. Jesús mira al pecador misericordiosamente.

El pecador, que somos nosotros, no es un reo para Dios, sino que siempre somos sus hijos. El veredicto de Dios no es la condenación, sino la salvación.

El fariseo, el religioso siempre tiende a condena al pecador, JesuCristo sin embargo, perdona al pecador y él, JesuCristo, carga con la condena del pecado y es elevado a la cruz con esa carga de culpa y pecado.

El juicio de Dios no es condena para el ser humano, sino salvación

05.- Jesús, inclinándose, escribía en tierra.

Es un gesto enigmático del que se han dado mil explicaciones en la historia acerca de él.

Posiblemente significa que Jesús se inclina sobre la debilidad humana, sobre el barro humano, no escribe ya en la dureza de las piedras de la ley del Sinaí, sino que Cristo es más humano, mira la tierra, el barro, la debilidad humana y en nuestra debilidad de barro Jesús escribe la sentencia: Yo no condeno, perdono.

Tal vez está evocando el profeta:

Ezequiel 11,19 Quitaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne.

La ley no es asunto de Jesús. Jesús mira siempre la persona por encima de la ley. Posiblemente -en nuestro lenguaje- “Jesús fue un ilegal”:

Se acerca a los leprosos, propone como modelo de comportamiento a aquel que deja de ir a la Iglesia para atender al que encuentra en la calle medio muerto (buen samaritano), vuelca las mesas del templo, es un comedor y bebedor, cura en sábado, trata con publicanos y prostitutas. Y, lo que “es peor”, su actitud es la poner por encima de la ley y de todo al ser humano.

Lo que puede cambiar al ser humano y la convivencia humana no es la ley, sino la misericordia y la bondad.

06.- Cosas de dos que las paga una.

El adulterio es cosa de dos. La escena evangélica manifiesta también otro aspecto: Jesús no acepta el diferente trato dado por la Ley judía a la mujer y al hombre. La mujer no tenía la misma dignidad que el varón ante la ley. Jesús acoge a las mujeres mostrándoles el amor comprensivo del Padre. En aquella sociedad machista se humilla y se condena a la mujer. Al reprimir el delito, se castiga con dureza a una parte de la sociedad, la más débil. Jesús no soporta esta hipocresía social construida por los varones.

También nuestra sociedad y la misma Iglesia, debe caminar hacia un mayor respeto hacia la mujer y a su toma de responsabilidades en todos los ámbitos.

La hipocresía a veces no tiene fin.

07.- El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.

Seguramente que hoy ocurriría lo mismo. También nosotros nos tendríamos que marchar comenzando por los más viejos. También en nuestra personalidad hay zonas de adulterio, de hijos pródigos, de “magdalenas”, de “zaqueos”… que nos harían marchar de la “sala del juicio” de aquella mujer…

Se quedaron solos Jesús y la mujer. Se quedan la miseria y la misericordia.

Siempre que se encuentra el ser humano con Dios ocurre lo mismo: se encuentran la miseria y la misericordia.

Podría servir para un rato de oración las miradas de Jesús a la samaritana, a Magdalena, al Hijo pródigo, a Zaqueo, al joven rico, a la mujer adúltera, a María al pie de la cruz, al Discípulo Amado

Acusar, denunciar, delatar, condenar a los demás no es una actitud muy cristiana precisamente, ni tan siquiera humana. Lo cristiano y lo humano va más por la discreción, el silencio, por el no ser un chismoso, no airear cuestiones, defectos, pecados. El cristianismo es el perdón y la misericordia

Algo de todo eso es el pudor: saber declinar discretamente la mirada y la palabra ante un pecado, ante una situación oscura, turbia, ante una enfermedad, etc.

Por otra parte, ¿Qué sabemos nosotros de la vida, del recorrido y sufrimientos de una persona, de una familia? ¿Quiénes somos para hablar, ni juzgar a nadie? Harto tenemos con mirarnos a nosotros mismos y pedir perdón por “lo nuestro”.

08.- La Iglesia y la misericordia.

La Iglesia, más bien la jerarquía, no tiene comportamientos muy cristianos, puesto que echa mano de la condena, del castigo, de la excomunión, la suspensión “a divinis”, de prohibir la palabra, la docencia, de retener pecados, etc.

Una Iglesia de misericordia es creíble. No sé si la Iglesia llegará a ser sinodal, bastaría con que fuese buena y misericordiosa.

Se nos ha ido la mano condenando, culpabilizando, echando en cara, descalificando a los separados y divorciados, quitando libros de las librerías y prohibiéndolos en las aulas, etc.

La misericordia es un valor esencialmente cristiano. No condenemos a nadie.

Si salimos de la Eucaristía de hoy con la conciencia en paz de Dios y de que Cristo tampoco nos condena a nosotros, habremos comenzado a ser cristianos.

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“Jesús no se deja atrapar de sus adversarios”, por Consuelo Vélez

Domingo, 6 de abril de 2025

IMG_0612De su blog Fe y Vida:

V Domingo de Cuaresma (6-04-2025)

Los fariseos y escribas no tienen ningún interés en la mujer, en el adulterio o en la ley. Su interés es acorralar a Jesús para desprestigiarlo frente a los que le siguen

Cabe anotar que la ley hablaba de “castigar a los dos adúlteros con la muerte” (Lv 20, 10), pero vemos en este texto que se omite cualquier referencia al varón que estaba con aquella mujer.

Jesús sabe salir adelante de esta situación, no enfrentando a los escribas y fariseos sino lanzando una pregunta a todos los que estaban allí: “el que no tenga pecado que arroje la primera piedra”.

El evangelio de hoy, nos invita a un seguimiento de Jesús que atiende a las personas y no a las leyes cuando estas las oprimen, un seguimiento que se toma en serio el mensaje liberador y misericordioso del reino y lo hace efectivo en todas las situaciones que se presenten

Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús:

– “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?”.

Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo:

– “El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra”.

E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó:

+ “Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?”.

Ella le respondió:

– “Nadie, Señor”.

+“Yo tampoco te condeno”, le dijo Jesús. “Vete, no peques más en adelante”

(Juan 8, 1-11)

Al querer interpretar un pasaje de la Sagrada Escritura interesa plantear el contexto en el que Jesús está hablando para no tergiversar sus palabras. Aquí Jesús no quiere enseñar sobre el adulterio, o sobre el pecado, o sobre valores morales de carácter sexual. El texto se sitúa en la controversia entre las autoridades judías -representadas por los escribas y fariseos- y Jesús. Ellos le hacen una pregunta, sobre la mujer sorprendida en adulterio y el castigo que merece según la ley de Moisés, con la intención de hacerlo caer de cualquier modo. Si Jesús contesta que no deben apedrearla, estaría yendo contra la Ley. Si contesta que sí, estaría oponiéndose a la legislación romana que prohíbe la pena de muerte (Jn 18,31). Como puede verse, los escribas y fariseos no tienen ningún interés en la mujer, en el adulterio o en la ley. Su interés es acorralar a Jesús para desprestigiarlo frente a los que le siguen. Cabe anotar que la ley hablaba de “castigar a los dos adúlteros con la muerte” (Lv 20, 10), pero vemos en este texto que se omite cualquier referencia al varón que estaba con aquella mujer.

Jesús sabe salir adelante de esta situación, no enfrentando a los escribas y fariseos sino lanzando una pregunta a todos los que estaban allí: “el que no tenga pecado que arroje la primera piedra”. Esta frase es del  libro del Deuteronomio (13,10) referida al pecado de la idolatría y supone que quien arroje la primera piedra se hace cargo de la acusación y si la acusación fuera falsa, la sangre del inocente caerá sobre él (Dt 17,7). Después de esa primera piedra, todo el pueblo se dispone a apedrear al idólatra.

Una vez Jesús ha pedido a los oyentes que arrojen la piedra si no tienen pecado, todos se van retirando. De esa manera se prepara la escena conclusiva del texto: el encuentro de Jesús con la mujer. Ella que fue tomada por los fariseos y escribas, como “objeto” para acusar a Jesús, es tratada, por parte de Jesús, como “sujeto”. El diálogo revela el trato digno de Jesús hacia ella y la frase “no peques más”, muestra la invitación que él le hace a un nuevo comienzo, sin dejarse acorralar por el estigma público.

Una vez más, el evangelio de hoy, nos invita a un seguimiento de Jesús que atiende a las personas y no a las leyes cuando estas las oprimen, un seguimiento que no se deja enredar con legalismos estériles, sino que se toma en serio el mensaje liberador y misericordioso del reino y lo hace efectivo en todas las situaciones que se presenten.

(Foto: https://www.dominicaslerma.es/multimedia/54-oracion/rincon-para-orar/2026-la-mujer-adultera.html)

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“Podemos amar porque somos amados”, por P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

Domingo, 6 de abril de 2025

De su blog Kristau Alternatiba (Alternativa Cristiana):

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Comentario a la lectura evangélica (Juan 8, 1-11)

Tenemos que hacer cambios

Conversiones que llevan toda una vida. Pasar de dios a Dios, purificar la idea a menudo aproximada, limitada y limitante que tenemos de Dios. También nosotros, los cristianos en general. No menos, los católicos en particular. Incluso nosotros, discípulos de toda la vida.

Y atrevernos

Atrevernos a amar. A la medida de Dios que como un padre «debe» celebrar cuando un hijo vuelve, cuando un hijo no se pierde. Imitar la medida sin medida de este Dios inmenso y loco.

Somos libres, decimos. Incluso para perdernos.

Y lo vemos en este momento sangrante de guerras.

Pero, ésta es la Buena Noticia, Dios no se cansa. Insiste, si se quiere.

Como el navegador que, cuando nos perdemos, recalcula la ruta.

Luces rojas

Es una página tan fuerte que los primeros cristianos, como señala San Agustín, la habían borrado de su memoria y de sus textos. Es la página insoportable de la adúltera sorprendida en flagrante adulterio.

Y perdonada incondicionalmente.

No tiene nombre, ni lo tendrá nunca, ¿a quién le importa? Es sólo una pecadora, no tiene historia, no sabemos nada de ella, no entendemos la razón de lo sucedido. Es sólo una adúltera, una pecadora.

¿Está comprometida? ¿Casada? ¿Es feliz? ¿Con quién ha sido sorprendida en el acto de adulterio?

En realidad a nadie le importa la mujer.

Porque es una mujer y porque es una inútil, lo demás son habladurías.

Pillada en flagrante adulterio, dicen los delincuentes dispuestos a matar en nombre de Dios.

Aquí la cosa se complica. La Escritura establece que una persona puede ser acusada en presencia de dos testigos. ¿Dónde están? ¿Quiénes son? Todo pasa a un segundo plano, incluso el hecho de que el cómplice en el pecado haya desaparecido.

Tal vez ha escapado, o tal vez, como hombre, está siendo tratado de manera diferente…

Las emociones desbordan la medida, se abusa de la ley, esgrimida como un arma. No hay justicia, no hay equilibrio en esta sórdida historia: la ira prevalece, nublando las mentes.

Porque, como también vemos en estos tiempos, detrás de las razones nobles se esconden a menudo resentimientos mezquinos.

En el centro

Ponedla en el medio, dicen.

Ella está en el medio, la mujer. El lugar del juicio, ante los jueces.

Y he aquí la petición, aturdidora, insultante, enigmática.

Jesús es llamado a expresar su opinión como rabino.

Pero las cuentas no cuadran: se la presenta como adúltera, ¡así que ya ha sido juzgada! Entonces, ¿qué sentido tiene el juicio de Jesús? O aún no ha sido juzgada, ¿entonces en qué interviene el Nazareno, que no forma parte del sanedrín?

El evangelista señala que se trata de una trampa: si Jesús dice que no la apedreen contraviene la Ley de Moisés. Si dice que la apedreen contraviene la norma romana, uniéndose a las nutridas filas de los antirromanos. Y lo que es peor, desmiente su visión de un Padre benévolo.

Hay que reconocer la perfidia de los presentes.

No les importa mucho la justicia, menos aún las mujeres y las consecuencias de sus decisiones. Se trata de detener a un tipo que se ha improvisado profeta y que reúne a su alrededor a numerosas personas.

Pecadores, en su mayoría, como esta mujer.

Se junta con gente mala, Jesús, es amigo de publicanos y prostitutas (Mt 11,19).

Jeroglíficos

Jesús, sin embargo, se agacha y traza marcas en el suelo con el dedo.

Guarda silencio. Sabe que es una trampa.

Se agacha y permanece en esa posición. Se sienta a reflexionar. Empieza a escribir.

La multitud que se ha reunido no ha razonado, ha dejado hablar a su vientre, a sus vísceras, ha dado rienda suelta a la ira. Jesús no, Él toma distancia, se recoge, piensa y escribe. ¿Qué?

Se cree que la costumbre de hacer garabatos en el suelo, ampliamente documentada entre los pueblos semitas, era una forma de ordenar los pensamientos o de contener la irritación.

También es sugerente la reflexión espiritual de quienes quieren ver en ello una referencia al don de la Torá: Jesús no escribe en el polvo, como imaginamos, sino que traza marcas en la piedra, en el pavimento del Templo, igual que Dios había trazado con su dedo los mandamientos en las tablas de piedra (Dt 9,10). Dios había dado esas palabras para la vida, los acusadores las utilizan para dar la muerte.

Sea lo que sea, lo que hace Jesús sigue siendo un misterio.

Pero su respuesta es una andanada en el estómago de los presentes.

La primera piedra

Se sienta y mira hacia arriba -así se dice en el texto griego-. Su frase se ha convertido en proverbial.

Claro, esta mujer ha pecado, por supuesto.

Se ha equivocado, ha cometido un error. Pero, ¿quién de nosotros no se ha equivocado alguna vez? ¿Quién puede decir que nunca ha pecado? ¿Quién puede erigirse honestamente en juez contra ella?

Jesús desplaza a todos, no niega la validez del precepto, no dice que está bien lo que hizo, ni entra en la delicada cuestión de la jurisdicción. Él va más allá. Va antes. Retrotrae a todos al origen de la norma que está hecha para el bien del hombre, no para oprimirlo.

Es cierto: esta mujer ha obrado mal, como todo el mundo.

Pero la mujer no se identifica con su error, no se agota en su pecado.

Tiene una historia, un nombre, una dignidad, incluso la dignidad de equivocarse y redimirse, de cambiar, de mejorar.

Jesús distingue entre pecado y pecadora, algo que los acusadores no saben hacer.

Y pone una variable inesperada en el juicio: la misericordia, esa actitud típica de Dios que ve con el corazón nuestra miseria. Se equivocó, claro, y todos nos equivocamos.

Y tomamos conciencia de ello, no para justificar o minimizar, sino para cambiar y crecer.

Esta mujer se equivocó, claro. Pero no es clavándola a sus límites como cambiará.

Sólo cambiará si ve una salida, una solución, sólo si comprende lo que realmente llena su corazón.

Él, en su corazón, ya la ha perdonado.

Como me perdona a mí.

Como Él me enseña a hacer.

Podemos cambiar. Podemos dejar de odiar, dejar de hacernos la contra o la guerra entre nosotros.

Podemos amar porque somos amados.

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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Lo sientes en tus entrañas

Lunes, 18 de marzo de 2024
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IMG_0939Dra. Nicolete Burbach

La reflexión de hoy es de de la colaboradora invitada, la Dra. Nicolete Burbach, líder de justicia social y ambiental en el Centro Jesuita de Londres. Su investigación se centra en utilizar las enseñanzas del Papa Francisco para superar las dificultades en el encuentro de la Iglesia con la transidad.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el quinto domingo de Cuaresma se pueden encontrar aquí.

El gran teólogo medieval Tomás de Aquino escribió una vez: “la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona”. Según una interpretación, “naturaleza” aquí significa aquello que Dios crea para luego llevar a cabo su cumplimiento por medios sobrenaturales. Dicho de otro modo, la naturaleza es aquello que espera la gracia. Cuando la gracia perfecciona la naturaleza, Dios la lleva a la expresión más verdadera de su ser.

Vista de esta manera, la gracia es “integral” a la naturaleza. La gracia no es un principio opuesto que anula o reemplaza a la naturaleza, sino su realización. Podemos ver esto en la forma en que la naturaleza, a través de la gracia, se convierte en vehículo para su propia salvación. Por ejemplo, en los sacramentos, la gracia se apodera del pan y del vino, del agua y de las palabras, y los eleva a signos eficaces de nuestra salvación.

En las lecturas litúrgicas de hoy vemos esta salvación escrita en los cuerpos. La segunda lectura de Hebreos es parte de una discusión más amplia sobre lo que significa que Cristo sea un cuerpo humano. Dios nombró a Cristo para que asumiera nuestra humanidad para que pudiera servir como Sumo Sacerdote, representándonos ante Dios e intercediendo por nosotros. Cristo consintió en obediencia, y Dios escribió nuestra salvación en Su carne: su vida, muerte y resurrección (Hebreos 5:7-10).

Gracia y naturaleza, redención y obediencia: están entretejidas en los tendones del cuerpo de Cristo.

2000 años después, en la Eucaristía, somos ese Cuerpo. Jeremías vislumbró esta realidad. En la primera lectura de hoy, escuchamos una profecía del nuevo pacto de Dios: un pacto que será conocido y guardado no simplemente porque a la gente se le hable de él, sino porque lo conocen en lo más profundo de sus cuerpos. Como lo expresa la traducción católica de Douai Rheims del siglo XVII, lo sabrán “en sus entrañas” (Jeremías 31:33). Dios también escribe nuestra salvación en nuestros cuerpos.

IMG_3614La perfección de la naturaleza por parte de la gracia tiene un significado social. La naturaleza pecaminosa de la humanidad se expresa en “estructuras de pecado”: las características de la sociedad que nos impiden alcanzar la plenitud que Dios desea para nosotros al negarnos las cosas que necesitamos para prosperar. La gracia perfecciona la naturaleza superando estas estructuras para construir una sociedad justa. Los cuerpos también son centrales para esta superación: en Jeremías, los cuerpos en los que está escrita la nueva alianza constituyen una sociedad que vive en obediencia a ella. 2000 años después, podríamos decir que el Cuerpo de Cristo, al que están incorporados nuestros cuerpos, está llamado a continuar la obra de salvación defendiendo la justicia en el mundo.

Aquí me dirijo a mis lectores trans, que conocen íntimamente esta obra. “Trans” es un nombre que la sociedad da a las vidas que van en contra de sus normas de género. La transidad rompe la regla fundamental del género: que los seres humanos vienen en dos tipos sexuales inmutables, con dos roles sociales inmutables asociados. Las personas trans son castigadas por esta violación impidiéndoles vivir una vida plena. Las vidas trans son arrojadas, como granos de trigo, al suelo para morir (Juan 12:24). En esta reescritura de la Pasión, todas las personas trans aprenden dolorosamente que las normas de género que violamos y las instituciones que las vigilan son “estructuras de pecado” en este sentido.

Pero así como la Cruz no fue la última palabra, también hay más en la transidad. Si ser trans es toparse con estas estructuras pecaminosas, entonces vivir tu vida trans es vivir desafiándolas. Al hacerlo, la transidad es testigo de la posibilidad de vivir de una manera liberada del régimen de género. Al trabajar por la liberación trans, también ayudas a crear esa posibilidad. Finalmente, al vivir una vida trans y buscar la liberación trans, ejerces cierta libertad de su poder.

En este contexto, la transidad comienza a parecerse un poco a la obra de la gracia.

Esta liberación es, por supuesto, imperfecta. El género está presente en nuestras vidas en el nivel más profundo. Está incrustado en los mismos conceptos con los que pensamos en nosotros mismos y formulamos nuestros deseos. Está entrelazado a través de las comunidades e instituciones que dan forma a las posibilidades de nuestras actividades. Y es poco probable que algo tan profunda y complejamente arraigado pueda deshacerse durante nuestra vida.

Sin embargo, estas limitaciones no son absolutas. Como persona trans, demuestras esto cada vez que encuentras formas de vivir una vida más plena dentro de esas limitaciones y a pesar de ellas. Tomas signos de género que de otro modo dictarían tu papel en la sociedad (formas de hablar, actuar y relacionarte) y los encarnas de maneras que articulan nuevas verdades y crean nuevas posibilidades para la comunidad y las relaciones. Estos son los frutos que brotan del grano caído de tu vida (Juan 12:25); un recorrido sobre la Resurrección.

Tales triunfos hacen que tu vida trans sea más que una simple obra de gracia. En ellos, tomas el material caído de la sociedad que te rodea y lo pones en labor redentora. Construyes algo a partir de esta naturaleza caída que comienza a superar los males encarnados en ella. Al hacerlo, trazas la gracia escrita en tu cuerpo. Y a partir de ahí, como papel de calco, tu vida se convierte en una transcripción del poder redentor de la gracia.

Visto de esta manera, también podemos ver cómo la transidad es obediencia a la gracia y su exigencia de ser escrita. Entregas tu vida en medio de la naturaleza caída y así te levantas para cumplir con el decreto fundamental de la gracia: que debemos ser más que nuestro estado caído (Juan 12:25). Al volver sobre la gracia escrita primero en el cuerpo de Cristo, tomamos esa naturaleza descarriada y la ponemos al servicio de la gracia por la cual es redimida.

Gracia y naturaleza, redención y obediencia: están entrelazadas en los tendones de tu cuerpo trans.

Ni el autor de Hebreos ni de Jeremías pensaban en las personas trans mientras escribían. Sin embargo, tú, como trans, podrías encontrar tu vida en estos pasajes. Estos autores escribieron sobre una gracia que ustedes conocen tan íntimamente. Lo encarnas en tu vida trans, que es el signo efectivo de tu liberación y una imagen de su poder.

Está escrito en tu cuerpo. Lo sientes en tus entrañas.

—Nicolete Burbach, 17 de marzo de 2024

Fuente New Ways Ministry

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“No se ama impunemente”. 5 Cuaresma – B (Juan 12, 20-33)

Domingo, 17 de marzo de 2024
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Farmer's Hand Planting Seeds In Soil In Rows

Pocas frases tan provocativas como las que escuchamos hoy en el evangelio: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto». El pensamiento de Jesús es claro. No se puede engendrar vida sin dar la propia. No se puede hacer vivir a los demás si uno no está dispuesto a «desvivirse» por los otros. La vida es fruto del amor, y brota en la medida en que sabemos entregarnos.

En el cristianismo no se ha distinguido siempre con claridad el sufrimiento que está en nuestras manos suprimir y el sufrimiento que no podemos eliminar. Hay un sufrimiento inevitable, reflejo de nuestra condición creatural, y que nos descubre la distancia que todavía existe entre lo que somos y lo que estamos llamados a ser. Pero hay también un sufrimiento que es fruto de nuestros egoísmos e injusticias. Un sufrimiento con el que las personas nos herimos mutuamente.

Es natural que nos apartemos del dolor, que busquemos evitarlo siempre que sea posible, que luchemos por suprimirlo de nosotros. Pero precisamente por eso hay un sufrimiento que es necesario asumir en la vida: el sufrimiento aceptado como precio de nuestro esfuerzo por hacerlo desaparecer de entre los hombres. «El dolor solo es bueno si lleva adelante el proceso de su supresión» (Dorothee Sölle).

Es claro que en la vida podríamos evitarnos muchos sufrimientos, amarguras y sinsabores. Bastaría con cerrar los ojos ante los sufrimientos ajenos y encerrarnos en la búsqueda egoísta de nuestra dicha. Pero siempre sería a un precio demasiado elevado: dejando sencillamente de amar.

Cuando uno ama y vive intensamente la vida, no puede vivir indiferente al sufrimiento grande o pequeño de las gentes. El que ama se hace vulnerable. Amar a los otros incluye sufrimiento, «compasión», solidaridad en el dolor. «No existe ningún sufrimiento que nos pueda ser ajeno» (K. Simonow). Esta solidaridad dolorosa hace surgir salvación y liberación para el ser humano. Es lo que descubrimos en el Crucificado: salva quien comparte el dolor y se solidariza con el que sufre.

José Antonio Pagola

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“Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto”. Domingo 17 de marzo de 2014. Domingo quinto de Cuaresma

Domingo, 17 de marzo de 2024
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23-cuaresma B5 cerezoDe Koinonia:

Jeremías 31,31-34: Haré una alianza nueva y no recordaré sus pecados. 
Salmo responsorial: 50: Oh Dios, crea en mí un corazón puro. 
Hebreos 5,7-9:  Aprendió a obedecer y se ha convertido en autor de salvación eterna. 
Juan 12,20-33: Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto.

En medio de la aflicción que se siente al ver Jerusalén destruida y a los judíos divididos entre los que se quedaron y los que fueron deportados, se oyen las palabras del profeta Jeremías como un canto al perdón y la esperanza. Con razón los expertos llaman a estos capítulos de Jeremías el «libro de la consolación». Dios quiere comenzar de nuevo con su pueblo, proponiendo sellar una «nueva alianza», que genere relaciones nuevas entre Dios y su pueblo. ¿Qué tipo de alianza? Una que ya no esté escrita en tablas sino en el corazón mismo del ser humano. Dios deja claro que no es la simple ley, por sí misma, sino su espíritu, lo que nos acerca a Dios. Cuando se tiene a Dios «en el corazón», la ley se humaniza, se des-absolutiza, se acata desde el corazón, sin legalismos, con sinceridad, y el ser humano entra a formar parte del pueblo de Dios. Con ello, el otro regalo que nos hace Dios es acceder gratuitamente a su conocimiento. No hay que pagar ni matrícula ni mensualidades, no hay que ser mayor o menor, ni de una raza u otra: Dios se revela en la historia de cada pueblo, sin discriminaciones, sin olvidar a ninguno.

La carta a los hebreos destaca las actitudes de Jesús en el cumplimiento de la voluntad del Padre. El pasaje recuerda la escena del huerto de los Olivos, cuando Jesús ora al Padre ante la posibilidad de ser librado de la muerte. La oración tuvo como efecto el fortalecer a Jesús para llevar a cabo su misión, no ahorrarle la realización de la misión. Los cristianos tenemos mucho que aprender en este sentido, pues, la mayoría de las veces, nuestras palabras más que oraciones o súplicas parecen «órdenes dadas a Dios para que no se haga su voluntad». El texto nos acerca también al sufrimiento que asume Jesús como prueba de su obediencia a los designios del Padre. Oración y sufrimiento de Jesús son signos concretos de esta solidaridad que comparte con toda la Humanidad. Por este acercamiento tan perfecto a la voluntad del Padre es por lo que Jesús se convierte en manifestación de la presencia de Dios entre nosotros, camino y modelo de salvación abierto a todos los hombres y mujeres del mundo.

En el evangelio de Juan vemos a judíos -o convertidos al judaísmo- que vienen a Jerusalén con motivo de la fiesta pascual. En medio de la caravana aparecen algunos griegos que aprovechan para pedir a Felipe: «quisiéramos ver a Jesús». La pregunta no es «¿dónde está?», a lo que probablemente cualquiera les hubiera respondido con una información adecuada, sino una petición que va unida al deseo de la mediación de los discípulos para conocer personalmente a Jesús. Los discípulos son reconocidos por su cercanía al maestro y se convierten en mediadores, testigos y compañeros de camino para quienes quieren ver a Jesús. El hecho de que sean griegos quienes buscan a Jesús tal vez quiera ser un símbolo de universalidad del evangelio, pues «incluso los paganos buscan a Jesús». La ocasión es aprovechada para anunciar que el tiempo de las palabras y los signos está llegando a su fin, pues se acerca la «hora» del «signo» mayor: su pasión y muerte en la cruz.

Jesús acude a una breve parábola. Sólo el grano de trigo que muere da mucho fruto. Esta brevísima parábola presenta una vez más, de otro modo, la lección fundamental del Evangelio entero, el punto máximo del mensaje de Jesús: el amor oblativo, el amor que se da a sí mismo, y que por ese perderse a sí mismo, por ese morir a sí mismo, genera vida.

Estamos ante una de las típicas «paradojas» del evangelio: «perder» la vida por amor es la forma de «ganarla» para la vida eterna (o sea, de cara a los valores definitivos); morir a sí mismo es la verdadera manera de vivir, entregar la vida es la mejor forma de retenerla, darla es la mejor forma de recibirla… «Paradoja» es una figura literaria que consiste en una «contradicción aparente»: perder-ganar, morir-vivir, entregar-retener, dar-recibir… Parecen dimensiones o realidades contradictorias, pero no lo son en realidad. Llegar a darse cuenta de que no hay tal contradicción, captar la verdad de la paradoja, es descubrir el Evangelio.

Y estamos ante un punto alto de la revelación cristiana. En Jesús, se expresa una vez más el acceso de la Humanidad a la captación esta paradoja. En la «naturaleza», en el mundo animal sobre todo, el principal instinto es el de la auto-conservación. Es cierto que hay mecanismos diríamos «altruistas» controlados hormonalmente para acompañar los momentos de la reproducción y la cría de la descendencia o para la defensa de la colectividad, pero no se trata verdaderamente de «amor», sino de instinto, un instinto puntual excepcional sobre el gran instinto de la auto-conservación, que centra al individuo sobre sí mismo. La naturaleza animal está centrada sobre sí misma. Lo que pueda ser contrario a esta regla no es más que una excepción que la confirma.

El ser humano, por el contrario, se caracteriza por ser capaz de amar, por ser capaz de salir de sí mismo y entregar su vida o entregarse a sí mismo por amor. La humanización u hominización sería ese «descentramiento» de sí mismo, que es centramiento en los demás y en el amor. La parábola que estamos reflexionando expresa un punto alto de esa maduración de la Humanidad; tanto, que puede ser considerada como una expresión sintética de la cima del amor. En el fondo, esta parábola equivale al mandamiento nuevo: «Éste es mi mandamiento, que se amen los unos a los otros ‘como yo’ les he amado; no hay mayor amor que ‘dar la vida’» (Jn 15,12-13). Las palabras de Jesús tienen ahí también pretensión de síntesis: ahí se encierra todo el mensaje del Evangelio. Y en realidad se encierra ahí todo el mensaje religioso: también las otras religiones han llegado a descubrir el amor, la solidaridad… el «descentramiento» de sí mismo como la esencia de la religión. Jesús es una de esas expresiones máximas de la búsqueda de la Humanidad, y del avance de la presencia de Dios en su seno…

Si las semillas somos nosotros, ¿a qué debemos morir? Esta hora neoliberal que vive el mundo, aunque se haya dado un notable avance en aspectos como la tecnología, la intercomunicación mundial, y hasta un notable desarrollo económico (tremendamente desequilibrado), no podemos dejar de descubrir un cierto «retroceso» en humanización: frente al pensamiento utópico, a las «ideologías» (en el sentido positivo de la palabra) que buscaban la «socialización» humana, la realización máxima posible de la solidaridad entre los humanos y la colectividad, la realización de una sociedad fraterna y reconciliada, tras el fracaso simplemente económico, militar o tecnológico de alguno de los sectores en conflicto, ha acabado por imponerse la vuelta a una economía supuestamente «natural», descontrolada, sin intervención, dejada al azar de los intereses de los grupos, llegándose a proclamar que «la persecución del propio interés sería la mejor manera de contribuir para el bien común» [fisiocracia, Tableau de Quesnay…]. El neoliberalismo, con su programa de «adelgazamiento del Estado», su disminución de los programas sociales y la proclamación de un mercado supuestamente «libre», ha vuelto a hacer de la sociedad humana una «ley de la selva», donde cada uno busca su propio interés, incluso creyendo, paradójicamente, que con ese interés propio es como mejor colabora al bien común…. Es una ideología enteramente contraria al Evangelio, y contraria al mensaje de todas las religiones. Es por eso que podemos considerarla como la proclamación de una nueva religión, la del egoísmo insolidario. Afortunadamente hay cada vez más señales de que este eclipse de la solidaridad y este retroceso de la hominización trasparenta cada vez más su verdadera naturaleza, y la inconformidad surge por doquier. «Otro mundo es posible», a pesar del esfuerzo de la propaganda neoliberal por convencernos de que «no hay alternativa» y de que estamos en el «final (insuperable) de la historia»… Si, con el evangelio, creemos que «no hay mayor amor que dar la vida», que la ley suprema es «morir como el grano de trigo: para dar vida» (evangelio de este domingo), deberíamos comprometernos en hacer que la sociedad se concientice sobre la necesidad de superar políticas económicas tan «naturales» y tan poco «sobrenaturales» como la actual política neoliberal.

Post-data crítica sobre el evangelio de Juan

El evangelio de ese domingo y de estas semanas es el de Juan. Un evangelio bien diferente de los sinópticos. El último que se escribió. Un evangelio que refleja una reflexión y una elaboración teológica muy sofisticada, de difícil comprensión, con frecuencia: el evangelio de la comunidad de Juan. Leer más…

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17.3.24. (Dom 5 C.) Como grano de trigo. Sólo da vida quien al darla muere (Jn 12, 20-33)

Domingo, 17 de marzo de 2024
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IMG_6428Crucifixión blanca de Marc Chagall

Del blog de Xabier Pikaza:

Este pasaje es una  continuación del evangelio del domingo pasado (Jn 3, 14-21: Dios no ha enviado a su Hijo para juzgar, sino para salvar al mundo), y lo hace muriendo por ellos.

He escrito en otros lugares extensos comentarios de este evangelio. Aquí me limito a destacar sus rasgos principales,  con algunos términos griegos, que pongo entre paréntesis, no porque sean necesarios para entender mi comentario, sino para animar a mis lectores a profundizar en ellos. Buen domingo a todos.

Juan 12,20-33

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: “Señor, quisiéramos ver a Jesús.” Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús, que les contestó:

“Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará.

Ahora mi alma está agitada,  ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.”

Entonces vino una voz del cielo: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.” La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo:

“Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.”

Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

Lectura comentada

Había allí algunos griegos (Ἦσαν δὲ Ἕλληνές τινες ). El evangelio de Juan ha terminado de exponer el camino y mensaje de la “vida pública” de Jesús en Israel (en Galilea y Jerusalén). Con el nuevo capítulo (Jn 13) empieza el discurso de la cena (la gran despedida), con la pasión, muerte y pascua de Jesús.

Éste es el  momento en que Juan introduce a los griegos (helenos) que son, en sentido general los  no judíos, los paganos, los gentiles. El texto supone que Jesús ha venido también para ellos, no de un modo directo (Jesús no predicó a los gentiles), sino indirecto, a través de los discípulos que son representantes de la misión universal de la Iglesia),  en una línea que puede y debe compararse con la que traza el libro de los Hechos, a partir de Hch 6-7 (presencia y misión de los helenistas).

Intermediarios de la misión griega: Felipe y Andrés.  Según el evangelio de Juan, los portadores de la misión helenista o gentil son Felipe y Andrés de Betsaida, ciudad semi-helenista del Golán, cercana a Cafarnaúm, de donde fueron los primeros discípulos de Jesús, según Jn 1, 19-51. Andrés (hermano de Pedro) fue el primero de los discípulos de Jesús, y a su lado (en vez de Pedro, que cumple otra función) emerge Felipe (que es como Tomás y Judas  el que plantea las preguntas fundamentales de la vida cristiana, cf. Jn 14).

Por otra parte, Felipe y Tomás aparecen en la tradición cristiana como autores de los evangelios “helenistas” (gnósticos) de Jesús, no admitidos en el canon.    Pues bien, en este momento de “cambio esencial” (de apertura a los gentiles, a los nuevos paganos, al mundo nuevo/culto de la modernidad), el evangelio de Juan apela a Andrés con Felipe), como si hoy (año 2024) necesitáramos nuevos intermediarios de evangelio.

Los griegos quieren “ver a Jesús” y les contestó: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre.  Son los de fuera (los griegos, gentiles) lo que le buscan, a través de dos “intermediaros” (Andrés y Felipe). Pero Jesús no les responde “voy”, ni les dice que vengan, ni propone un lugar de encuentro, sino que comenta: “ha llegado la hora” (Ἐλήλυθεν ἡ ὥρα).

Éste es el momento de abrir el evangelio a los gentiles, de forma nueva, con métodos distintos, un evangelio que no sea ya judío, ni cristiano al modo anterior, un evangelio nuevo para esta nueva hora.

Todo el texto que sigue indica el sentido de esa “hora/misión” de los gentiles, la hora en que ha de ser “glorificado el Hijo del Hombre” (ἵνα δοξασθῇ ὁ υἱὸς τοῦ ἀνθρώπου). Esta expresión (que sea glorificado, ἵνα δοξασθῇ)  indica la finalidad de la misión universal de Jesús, de su apertura a los antiguos y nuevo gentiles, en este año 2024, en que estamos llamados a expresar la gloria de Dios  como palabra salvadora para todos los pueblos, con la ayuda de los nuevos “misioneros” (Andrés el griego, patrono de la iglesia bizantina) y Felipe, el evangelista de los tiempos nuevos.

Si el grano de trigo no cae en tierra y muerte (ἐὰν μὴ ὁ κόκκος τοῦ σίτου πεσὼν εἰς τὴν γῆν ἀποθάνῃ, αὐτὸς μόνος μένει·). Grano de trigo es el mensaje de Jesús (cf. Mc 4 par); grano de trigo para morir y dar vida somos también los creyentes (cf. 1 Cor 15). Grano de trigo es finalmente Jesús, Dios hecho semilla, fermento de vida en la vida de los hombres.

El Dios de Jesús no crea imponiéndose sobre los hombres, sino dándoles su vida, muriendo por ellos. Jesús tiene que caer/morir no sólo en la tierra judía de la “ley” antigua, sino en toda la tierra de los hombres (como indica ya Mc 4). Los griegos/gentiles que buscan a Jesús a través de Andrés y Felipe son los humanidad entera en la que Jesús ha de ser “enterrado”, caer y morir como grano de trigo, elevarse en la cruz para atraer/salvar a todos.

Jesús no está solo, Jesús somos todos: Quien ame su vida (se aferra a ella), la perderá; quien odie (=entregue su vida) la ganará… (ὁ φιλῶν τὴν ψυχὴν αὐτοῦ ἀπολλύει αὐτήν, ὁ καὶ μισῶν τὴν ψυχὴν αὐτοῦ   ζωὴν αἰώνιον φυλάξει αὐτήν. ). Es como el trigo: si queda sólo, cerrado en sí mismo, es inútil; por el contrario, al sembrarse y morir en la tierra se vuelve semilla de vida, da fruto, resucita (cobra vida más grande en la nueva espina y sus granos). También nosotros resucitamos viviendo en los otros… Jesús su presenta así como semilla de nueva humanidad, de una cosecha abundante de vida.

Como Jesús esa semilla de trigo), así lo son sus “servidores”, esto es, sus compañeros, que no son siervos sometidos (criados, esclavos: doulos, douloi…), sino dikonoi ( διάκονος), compañeros, colaboradores). Leer más…

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Angustia y oración. Domingo 5º de Cuaresma. Ciclo B

Domingo, 17 de marzo de 2024
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si el grano de trigo muere germina y da frutooracion-del-huerto-2

Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Oración del huerto

     La primera lectura, profundamente optimista, anuncia una nueva alianza entre Dios y el pueblo. Todo tendrá lugar de forma fácil, casi milagrosa, sin especial esfuerzo para Dios ni para nosotros. En cambio, las dos lecturas siguientes ofrecen una imagen muy distinta: la nueva alianza entre Dios y el pueblo implicará un duro sacrificio para Jesús. Un sacrificio que le sumerge en la angustia y le mueve a rezar al Padre. Esta trágica experiencia se recuerda hoy en dos versiones distintas: la de Juan, y la de la Carta a los Hebreos, que recoge el famoso relato de la oración del huerto de los olivos contado por los evangelios sinópticos.

Oración en el templo (evangelio de Juan 12,20-33)

            El cuarto evangelio enfoca el relato de la pasión de manera peculiar, bastante distinta a la de los sinópticos: no acentúa el sufrimiento de Jesús sino el señorío y la autoridad que demuestra en todo momento. Por eso no cuenta la oración del huerto. Pero unos días antes sitúa una experiencia muy parecida de Jesús en la explanada del templo de Jerusalén.

 En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos gentiles; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:

-Señor, quisiéramos ver a Jesús.

Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó:

-Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hambre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.

Entonces vino una voz del cielo:

-Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.

La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.

Jesús tomó la palabra y dijo:

-Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.

Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

           El evangelio comienza y termina en tono de victoria. El triunfo inicial se concreta en el deseo de algunos de conocer a Jesús (es secundario que se trate de “gentiles”, paganos, como dice la traducción litúrgica, o de “judíos de lengua griega” residentes en otros países que han venido a celebrar la fiesta de Pascua). Y ese triunfo, reflejado en el interés de unos pocos, alcanza dimensiones universales al final: “atraeré a todos hacia mí”.

            Pero este marco de triunfo encuadra una escena trágica: Jesús es consciente de que para triunfar tiene que morir, como el grano de trigo; tiene que ser “elevado sobre la tierra”, crucificado. Ante esta perspectiva confiesa: “me siento agitado”, angustiado. E intenta superar ese estado de ánimo con la reflexión y la oración. Ante todo, procura convencerse a sí mismo de la necesidad de su muerte: igual que el grano de trigo tiene que pudrirse en tierra para producir fruto. Sin embargo, los argumentos racionales no sirven de mucho cuando uno se siente angustiado. Viene entonces el deseo de pedirle a Dios: “Padre, líbrame de esta hora.  Pero se niega a ello, recordando que ha venido precisamente para eso, para morir. En vez de pedir al Padre que lo salve le pide algo muy distinto: “Padre, glorifica tu nombre”. Lo importante no es conservar la vida sino la gloria de Dios.

Oración en el huerto (Carta a los Hebreos 5,7-9)

Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. El, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

El relato de los evangelios sinópticos es muy conocido: Jesús marcha al huerto de los olivos la noche en que será apresado. Sabe que va a morir, siente profunda angustia, y por tres veces reza al Padre pidiéndole que, si es posible, le evite ese trago amargo. La Carta a los Hebreos no se detiene a contar lo ocurrido. Pero recuerda lo trágico del momento cuando afirma que Jesús rezó “a gritos y con lágrimas”, cosa que no menciona ninguno de los evangelios. Y lo que pedía (“pase de mí este cáliz”) lo sugiere al decir que suplicaba “al que podía salvarlo de la muerte”.

Sin embargo, el final de la lectura es optimista: Jesús salva eternamente a quienes le obedecen. En medio de este contraste entre tragedia y triunfo, unas palabras desconcertantes: “en su angustia fue escuchado”. Quizá el autor piensa en el relato de Lucas, que habla de un ángel que viene a consolar a Jesús. Pero quien conoce el evangelio advierte la ironía o el misterio que esconden estas palabras: Jesús es escuchado, pero muere.

El templo y el huerto

            Es evidente la relación entre las dos lecturas. En ambos casos Jesús se siente agitado (Juan) o angustiado (Hebreos). En ambos casos recurre a la oración. En ambas lecturas, la palabra final no es la muerte, sino la victoria de Jesús y, con él, la de todos nosotros. Pero, dentro de estas semejanzas, hay una gran diferencia con respecto a la oración de Jesús: en el evangelio, se niega a pedir al Padre que lo salve, sólo quiere la gloria de Dios, por mucho que le cueste; en la Carta, Jesús suplica “a gritos y con lágrimas” para ser salvado de la muerte.

            La ciencia bíblica actual tiende a considerar estos relatos dos versiones distintas del mismo hecho. Pero durante años y siglos estuvo de moda la tendencia a armonizar los datos del evangelio. En esta postura, los relatos ofrecen dos momentos distintos y sucesivos de la experiencia humana y religiosa de Jesús.

            En un primer momento, ante la angustia de la muerte, se refugia en la reflexión racional (he venido para morir como el grano de trigo) y se niega a pedirle al Padre que lo salve. Al cabo de pocos días, cuando la pasión y muerte no son una posibilidad sino una certeza, reza con gritos y lágrimas, sudando sangre (como añade Lucas): “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz”. Una reacción más humana, pero perfectamente compatible con lo que cuenta Juan.

            A las puertas de la Semana Santa, la experiencia y la reacción de Jesús son un ejemplo excelente que nos anima en nuestros momentos de angustia y desánimo, y nos mueve a agradecerle su entrega hasta la muerte.

La nueva alianza (Jeremías 31,31-34)

            La primera lectura ofrece el quinto momento, culminante, de la Historia de la salvación.

«Mirad que llegan días —oráculo del Señor— en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor —oráculo del Señor—. Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días —oráculo del Señor—: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: «Reconoce al Señor». Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande —oráculo del Señor—, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados».

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17 de Marzo. Domingo V de Cuaresma. Ciclo B

Domingo, 17 de marzo de 2024
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“Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado”.

(Jn 12, 20-33)

Jesús llega a Jerusalén después del recorrido de una vida, en donde se ha ido conociendo y haciéndose consciente de la misión que su Padre le encomienda.

Poco a poco, en un desgranar la vida, va “comprendiendo” que la vida es una entrega continuada. Un descentramiento del mi, me, conmigo para dejar todo su espacio y tiempo a la escucha de Su Padre y al anuncio del Reino de los Cielos.

“Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado”. Y la glorificación en el Evangelio de Juan tiene lugar en la Cruz.

La Cruz, el vaciamiento de las voluntades, es el lugar de la entrega definitiva. Pero la gloria, la resurrección, la comprensión pasa por una muerte. La muerte de las pasiones, del no entender, del soltar todas las seguridades, los controles, los afectos.

Jesús se queda desnudo, se vacía, y ahí surge la novedad, el espacio totalmente libre de sí. Pero esto duele, desgarra, hace sentir el miedo, la angustia. Pero todo ello es el precio de una transformación en Vida Nueva. Vivir ya definitivamente para el Padre.

La Cruz es la entrega definitiva, la entrega plena, que conduce a la vida plena.

“Yo os aseguro que el grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera”.

Jesús podía haber sido el hombre que vivía para los demás. En un desalojo continuado de su ego, pero si no hubiera existido una entrega definitiva, su vida no se hubiera plenificado siendo camino de Vida para los demás.

Solo quien es capaz de morir a sí mismo, en oscuridad y soledad, en la tierra de la entrega, es capaz de hacer brotar la esencia.

Jesús nos ofrece el mejor regalo: correr la misma suerte que Él. La entrega definitiva de la seguridad para vivir en la plenitud de ser.

Oración

Ayúdanos a desalojarnos de lo que no somos, a entrar sin miedo en la sombras para llegar a esa plenitud que es vivir en TI.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Tu vida biológica es sólo un medio para alcanzar la verdadera vida.

Domingo, 17 de marzo de 2024
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resizeimag-aspDOMINGO 5º DE CUARESMA (B)

Jn 12, 20-33

Estamos en el c. 12. Después de la unción en Betania y de la entrada triunfal en Jerusalén, y como respuesta a los griegos que querían verle, Juan pone en boca de Jesús un pequeño discurso que no responde ni a los griegos ni a Felipe y Andrés. Versa, como el domingo pasado, sobre la Vida, pero desde otro punto de vista. Aquí la Vida solo puede ser alcanzada aceptando la muerte del falso yo. También hoy Jesús es levantado en alto, pero para atraer a todos hacia él. Los “griegos” que quieren ver a Jesús podían ser simplemente extranjeros simpatizantes del judaísmo. El mensaje de Juan es claro: Los judíos rechazan a Jesús, y los paganos le buscan.

Ha llegado la hora de que se manifieste la gloria de este Hombre. Todo el evangelio de Juan está concentrado en la “hora”. Por tres veces se ha repetido la palabra “hora”; y otras tres, aparece el adverbio “ahora”. Es el momento decisivo de la cruz, en el que se manifiesta la gloria-amor de Dios y de “este Hombre”. En su entrega total refleja lo que es Dios. Todos estamos llamados a esa plenitud humana que se manifiesta en el amor-entrega. Ahora es posible la apertura a todos. El valor fundamental del hombre no depende ni de religión ni de raza ni de cultura. Los que buscaban su salvación en el templo tienen que descubrirla ahora en “el Hombre”.

Si el grano de trigo no muere, permanece él solo; Declaración rotunda y central para Juan. Dar Vida es la misión de Jesús. La Vida se comunica aceptando la muerte. La Vida es fruto del amor. El egoísmo es la cáscara que impide germinar esa vida. Amar es romper la cáscara y darse. La muerte del falso yo es la condición para que la Vida se libere. La incorporación de todos a la Vida es la tarea de Jesús y será posible gracias a su entrega hasta la muerte. El fruto no dependerá de la comunicación de un mensaje sino de la manifestación del amor total. Ese amor es el verdadero mensaje. El fruto-amor solo puede darse en relación con otros.

Hoy sabemos que el grano de trigo muere solo en apariencia. Desaparece lo accidental (la pulpa) para ser alimento de lo esencial (el embrión). En la semilla hay vida, pero está latente, esperando la oportunidad de desplegarse. Esto es muy importante a la hora de interpretar el evangelio de hoy. La vida no se pierde cuando se convierte en alimento de la verdadera Vida. La vida biológica cobra pleno sentido cuando se pone al servicio de la Vida. La vida humana llega a su plenitud cuando trasciende lo puramente natural. Lo biológico no queda anulado por lo espiritual.

Tener apego a la propia vida es destruirse, despreciar la propia vida en medio del orden este, es conservarse para una Vida definitiva. La traducción del griego es muy difícil. Primero habla de “psyche” (vida psicológica) y al final, de “zoen” vida, pero al añadir “aionion” perdurable, eterna, (vitam aeternam), está hablando de una vida trascendente. No es un trabalenguas, está hablando de dos realidades distintas. Hoy podemos entenderlo mejor. Se trata de ganar o perder tu “ego”, falso yo, lo que crees ser o de ganar o perder tu verdadero ser, lo que hay en ti de trascendente.

El amor consiste en superar el apego a la vida biológica y sicológica. En contra de lo que parece, entregar la vida no es desperdiciarla, sino llevarla a plenitud. No se trata de entregarla de una vez muriendo, sino de entregarla poco a poco en cada instante, sin miedo a que se termine. El mensaje de Jesús no conlleva un desprecio a la vida, sino todo lo contrario; solo cuando nos atrevemos a vivir a tope, dando pleno sentido a la vida, alcanzaremos la plenitud a la que estamos llamados. La muerte al falso yo no es la destrucción de la vida biológica, sino su plenitud. Si tomas consciencia de esto y has perdido el temor a la muerte, nadie ni nada te podrá esclavizar.

El que quiera colaborar conmigo, que me siga. “Diakonos” significa servir, pero por amor, no servir como esclavo. Traducir por servidor, no deja claro el sentido del texto. Seguir a Jesús es compartir la misma suerte; es entrar en la esfera de lo divino, es dejarse llevar por el Espíritu. El lugar donde habita Jesús, es el de la plenitud de Vida en el amor. Lo manifestará cuando llegue su “hora”. Allí entregando su vida, hará presente el Amor total, Dios. No se trata de la muerte física que él sufrió. Se trata de dar la vida, día a día, en la entrega confiada a los demás.

Ahora me siento fuertemente agitado; ¿Qué voy a decir?  “Padre líbrame de esta hora” ¡Pero, si para esto he venido, para esta hora! En esta escena, que los sinópticos colocan en Getsemaní, se manifiesta la auténtica humanidad de Jesús. Está diciendo, que ni siquiera para Jesús fue fácil lo que está proponiendo. Se trata del signo supremo de la muerte al “ego”. Se deja llevar por el Espíritu, pero eso no suprime su condición de “hombre”. Su parte sensitiva protesta vivamente. Pero está en el ámbito de la Vida, y eso le permite descubrir que se trata del paso definitivo.

Ahora el jefe del orden este va a ser echado fuera. Cuando sea levantado de la tierra, tiraré de todos hacia mí. Como el domingo pasado, identifica la cruz y la glorificación, idea clave para entender el evangelio de Juan. Muerte y vida se mezclan y se confunden en este evangelio. Habla de dos clases de muerte y dos clases de vida. Una es la muerte espiritual y otra la muerte física, que ni añade ni quita nada al verdadero ser del hombre. La muerte física no es imprescindible para llegar a la Vida. La muerte al falso “yo”, sí. La Vida de Dios en nosotros, es una realidad muy difícil de aprehender, pero a la que hay que llegar para alcanzar la plenitud humana. Toda vida espiritual es un proceso, un paso de la muerte a la vida, de la materia al espíritu.

La atracción de Jesús, una vez que ha sido levantado, no es una fuerza que nos llega desde fuera, sino un descubrimiento de que eso que vivió Jesús debemos vivirlo nosotros porque es nuestra verdadera naturaleza. Su Vida es la misma Vida de Dios y resuena en nosotros con total naturalidad, porque también está en nosotros. Ser lo que él fue es la meta de todo ser humano, porque es la única manera de desplegar nuestra humanidad. El cristo que llevo dentro me está empujando a la entrega a los demás, pero debo superar a la fuerza del ego que también me atenaza.

Mi plenitud humana no puede estar en la satisfacción de los sentidos, de las pasiones, de los apetitos, sino que tiene que estar en lo que tengo de específicamente humano; es decir, en el desarrollo de mi capacidad de conocer y de amar. Debo descubrir que mi verdadero ser consiste en darme a los demás. El dolor que causa el renunciar a la satisfacción del ego, la interpreta el evangelio como muerte, y solo a través de esa muerte se puede acceder a la verdadera Vida. Si ponemos todo nuestro ser al servicio de la vida biológica y psicológica, nunca alcanzaremos la espiritual.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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