Del blog de Xabier Pikaza:
Dom 4, ciclo A. Mt 5, 3-10. La bienaventuranzas, carta magna y principio fundamental del cristianismo, ofrecen un programa de felicidad y supervivencia humana:
— Programa de felicidad. Ellas nos enseñan a ser dichosos, en desprendimiento y solidaridad, en limpieza de espíritu y de vida, en libertad radical, en esperanza, uno a uno y en grupo (en familia).
A veces, la Iglesia ha olvidado que ella es un proyecto de felicidad, y ha venido a convertirse en un rebaño de “sufridores” (¡en este valle de lágrimas!), bajo la guía de expertos pastores del dolor con un lema como éste: Por la obediencia y sufrimiento hacia Dios… Pero Jesús ha sido un experto en felicidad, y así aparece con un pan en la mano, con un grupo de amigos (Imagen 1, tomada de fb de mi amigo Tomás García MM).
— Programa de supervivencia (o mejor dicho, de esperanza de resurrección). Algunos pastores cristianos han apelando al miedo del fin de los tiempos y al juicio, incluso para tener más sometidos a los fieles. Ahora hablan de ese fin cercano los meteorólogos y biólogos, los economistas y políticos…
Pues bien, ha llegado el momento en que los cristianos recuperen su evangelio de felicidad, en la línea de las bienaventuranzas, como hace la misa de este domingo. Por eso, ellos han de empezar ofreciendo una esperanza y camino de pan a los hambrientos y excluidos (imagen 2)
El Dios de Jesús (es decir, el principio de la Vida) está comprometido positivamente a favor de los hombres, ofreciendo un camino de felicidad para todos, empezando por los pobres. Es un Dios parcial,que ama a los pequeños y perdidos, asumiendo con y para los hombres un proyecto de felicidad y supervivencia.
Ciertamente, los evangelios contienen malaventuranzas, como los ayes que Lc 6, 20-26, y las amenazas de juicio de Mt 13, 24-43 y 25, 31-46). Pero el principio del evangelio es la buena noticia de la felicidad. En esa línea, aquí, al principio del mensaje de Jesús, el Evangelio de Mateo ha querido ofrecer este “retablo” de bienaventuranzas, como programa de felicidad, esperanza de vida y resurrección (en este mundo), un programa exigente (de malaventuranza para aquellos que son peores que cuervos, pues quieren medrar sobre la tristeza y opresión de los oros).
Buen domingo a todos. Que seáis felices.
Texto (Mt 5, 3-10):
5 3 Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
4 Dichosos los que sufren, porque ellos serán consolados.
5 Dichosos los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
6 Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
7 Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
8 Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
9 Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
10 Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Estas bienaventuranzas se dirigen de un modo especial a dos tipos de personas:
(a) Los más pobres, los que sufren hambre y opresión.
(b) Los que ayudan a los pobres (cf. 25, 31-46).
Ellas no son confesionales, en un sentido estrecho, sino que ofrecen un mensaje universal, que vale para todos, sin nada específico de la iglesia: bautismo, eucaristía, encarnación o Trinidad… Pero, en otro sentido, ellas son el corazón del evangelio cristiano, un programa de vida integral de la Iglesia. Desde ese fondo se entienden como siete peldaños de una Escala de Paz o Via Pacis (5, 3-9), que se condensan o desembocan en la bienaventuranza de los perseguidos por la justicia .
1. Dichosos los pobres de Espíritu
porque de ellos es el Reino de los cielos (Mt 5, 3)
Estos pobres son los ptojoi (ptojoi). A diferencia de penês, que es un hombre de pocos recursos, pero que puede mantenerse con su esfuerzo y trabajo, ptojos es aquel que no tiene nada, el pordiosero o mendigo, que sólo puede vivir de limosna (cf. Lc 14,13.21; 16, 20, 22). A menudo, los ptojoi suelen ser de mala fama, de manera que no se puede empezar hablando sin más de pobres espirituales, llenos de riquezas interiores (como en el caso de algunos anawim del judaísmo tardío). Estos pobres carecen de todo, de manera que sólo pueden vivir de la ayuda o sostén de los demás, es decir, como mendigos.
Lc 6, 20 les llamaba simplemente pobres, prometiéndoles la dicha del evangelio. Mateo, en cambio, añade de espíritu (tw/| pneu,mati), no para negar la bienaventuranza “material”, sino para matizarla desde una perspectiva cristiana, en dos líneas posibles:
‒ Por voluntad. Pobres por espíritu o decisión personal (con dativo de opción) no son simplemente los que se limitan a sufrir una suerte que les viene dada desde fuera sino los que, pudiendo ser ricos, asumen voluntariamente un camino de pobreza, por solidaridad, al servicio de los demás (cf. 2 Cor 8, 9; Flp 2, 6-11). Jesús no ha querido alimentar a los hombres de manera mágica o diabólica, como indicaba la primera tentación (4, 1-4), sino desde la situación en que se encuentran, encarnándose en su historia, haciendo que unos hombres ayuden a los otros.
Jesús aparece así como siervo que no grita, no se eleva sobre otros, no esclaviza, sino que desde la misma pequeñez del mundo, ayuda a los pobres (cf. Mt 12, 15-21), poniendo así en marcha un camino en el que los que tienen han de ayudar y alimentar a quienes no poseen bienes de ese tipo. En esa línea se sitúa nuestro texto, que no ha negado la bienaventuranza de los pobres como tales (a quienes en 25, 31-46 llama sus “hermanos más pequeños”), sino que ha querido destacar la opción de los creyentes a favor de los pobres, dentro de la Iglesia, pues en ella sólo pueden construir activamente el Reino y ser pacificadores aquellos que se hacen hermanos de los pobres y cumplen con ellos la justicia del Reino.
‒ En espíritu. En esa línea de Espíritu puede ser un dativo de relación. Estos pobres no lo son sólo en sentido material (porque no tienen cosas), sino y sobre todo en un plano del espíritu, en decir de conocimiento o riqueza interior. En ese sentido son pobres los que no saben, no entienden, no logran penetrar en los “secretos” de la interpretación rabínica de la ley, siendo así como mendigos espirituales. De ordinario, éstos son pobres “materiales” (mendigos, sin posesiones ni trabajo), pero, al mismo tiempo, en parte a consecuencia de lo anterior, son pobres de mente y de conocimiento.
Así podemos hablar de los pobres de espíritu en sentido activo, en una línea parecida a la anterior (pobres por voluntad), aunque en un plano más personal. Son pobres los despreciados por falta de cultura, los indigentes, aquellos que no tienen dignidad, los más pequeños, aquellos que no pueden elevarse sobre e imponerles su derecho. Éstos son la masa de los marginados, derrotados, expulsados, sin entendimiento o voluntad para cambiar la historia, sometidos a un destino de desprecio y muerte. Pues bien, Jesús ha venido a elevarles, no para hacerles orgullosos, capaces de triunfar con violencia sobre los demás, sino para crear con él una humanidad distinta, fundada en la confianza y en la solidaridad. Desde ese fondo han de entenderse las bienaventuranzas que siguen: No habrá justicia ni paz si no se empieza por un camino de pobreza (Mt 6, 19).
2. Dichosos los que sufren
porque ellos serán consolados (Mt 5, 4).
Lc 6, 21 dice los que en este tiempo lloran , destacando quizá más el llanto como tal, por cualquier causa que sea, el llanto que se expresa en forma de lamentación amarga (cf. Mt 2, 18; 26, 75) o grito fuerte (en la línea de la pobreza material). Mateo, en cambio, dice hoi penthountes, término que podría referirse más en concreto a los que saben sufrir o, mejor aún, a los que aceptan el dolor como una forma de maduración (purificación), en la línea del ayuno (cf. 9, 15). En esa perspectiva, se referirá Mc 16, 10 a los que hacían luto y lloraban en llanto funerario por la muerte de Jesús.
Ciertamente, podemos y debemos decir con el texto de Lucas, que son bienaventurados todos los que lloran, por la razón que fuere, sin distinguir la forma o razón de su dolor. Mateo en cambio parece haber resaltado el carácter de maduración e incluso de purificación que tiene ese dolor, sobre todo en línea de apertura a los demás: Sólo aquellos que aceptan de algún modo el sufrimiento pueden ayudar a los que sufren, abriendo con y para ellos un camino de solidaridad y ayuda mutua, desde el padecimiento real de la humanidad.
De todas formas, quizá debamos decir que esos que lloran no son sólo los que lloran de un modo catártico, aceptando el dolor como principio de purificación, sino todos los que se lamentan y gimen, por la razón que fuere (como los klai,ontej de Lucas). No se trataría, pues, de un llanto piadoso, como a veces se ha dicho, como un don de lágrimas, sino del llanto que brota de la necesidad humana, en sus diversas formas.
‒ Saber sufrir. Quien no sabe sufrir termina siendo un dictador; quien hace sufrir a los demás (por hambre o terror, guerra o dictadura) no será jamás hombre de paz. Sólo aquellos que saben aceptar el sufrimiento, acompañando a los que sufren y sufriendo con ellos, pueden iniciar el camino del Reino de Dios, con la paz del evangelio. De la incapacidad de sufrir nace la violencia. Sólo los que saben sufrir pueden madurar, actuando como pacificadores. La tradición bíblica recuerda el clamor y llanto de los hebreos oprimidos en Egipto, a quienes Dios escuchó, disponiéndose a liberarles, de un modo que no fue simplemente espiritual, sino integral, sacándoles de Egipto (Ex 2, 23-25).
‒ Serán consolados. En esa línea se sitúa la respuesta en pasivo de esta bienaventuranza “porque ellos serán consolados”, un verbo de la misma raíz que Paráclito el Espíritu Santo “consolador” (cf Jn 14,16.26; 15,26; 16,7) conforme a un tema que aparece en Mt 10, 19-20 donde se supone que el Espíritu Santo consolará a los perseguidos. Se tratará, sin duda, de un consuelo no sólo espiritual, sino integral, como el de Ex 2. Aquí se afirma que Dios consolará a los que lloran (y que los que sufren serán consolados por otros, en una sociedad centrada en la confesión); pero el texto supone, al mismo tiempo, que los tristes serán consolados por otros hombres y mujeres.
3. Dichosos los mansos
porque ellos heredarán la tierra (Mt 5, 5).
Ésta es una bienaventuranza nueva (sin paralelo en Lucas), creada por Mateo o por su iglesia, fijándose de un modo especial en Jesús, pobre y manso (sin poder económico o social), pero que ha sabido elevar y enriquecer a los pequeños, convirtiendo su pobreza en fuente de gracia y vida para muchos. En esa línea, son mansos los que actúan sin imponerse, y así ayudan a otros desde su pobreza, como dirá Jesús: «Acercaos a mí todos los que estáis rendidos y abrumamos, que yo os daré respiro. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde…» (Mt 11, 28-29).
Así aparecerá Jesús, expresamente, como “manso” cuando entró en Jerusalén, montado en un asno, de manera, no violenta, para tomar la ciudad y extender en ella su mesianismo. Pero, al mismo tiempo, esta bienaventuranza, expresa una experiencia radical, de tipo político, pues los mansos heredarán la tierra, cf. Sal 37, 1) no por violencia, sino al modo de Dios: por herencia de gracia. Esta palabra (los mansos heredarán la tierra) abre una utopía de pacificación, que va en contra de los principios y métodos de guerra utilizados para dominar el mundo.
‒ Bienaventuranza ecológica. Éste es un programa espiritual y social, como ha puesto de relieve el Papa Francisco en su encíclica Laudato Si, Alabado seas… (2015). El hombre prepotente, conquistador, violento acaba destruyendo la misma tierra. Sólo los mansos, los que renuncian al deseo de tenerlo todo y a la imposición militar podrán heredar la tierra como don de Dios, pues ella no se conquista, sino que se recibe de aquellos que nos han precedido, para regalarla y compartirla con los que nos sigan o están a nuestro lado. La tierra que se domina y somete por fuerza se vuelve un infierno de guerra y destrucción: cuanto más la dominemos más la estropeamos. Sólo los mansos podrán heredar y compartir la tierra. Los otros, los violentos, la destruyen y se destruyen a sí mismos. Leer más…
Biblia, Espiritualidad
4º Domingo del Tiempo Ordinario, Bienaventuranzas, Dios, Evangelio, Jesús, Tiempo Ordinario
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