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11.3.18. Jesús, la serpiente que cura. Reflexión y oración de evangelio

Domingo, 11 de marzo de 2018
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96fcb6f2-f5c6-4842-8f7b-fdb75e04e95dDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 4 Cuaresma, ciclo b. Jn 3, 14-21. Este evangelio, que trata de Jesús como serpiente alzada al cielo, para salvar/curar a todos los hombres, superando así el riesgo de juicio y la condena, consta de tres partes, relacionadas entre sí, que empezamos leyendo, para presentarlas y comentarlas después con brevedad, desarrollado al fin la imagen de la serpiente que cura.

Texto
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:

1. (Signo del AT) Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.

2. (El triunfo del amor) Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

c. Aplicación.

7bc6bb27-24dc-4e71-987e-6c7cf3b31c3b3. (Teología, una reflexión posterior). El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.

Será bueno dejar que el texto resuene en nuestro interior y nos hable, un texto fuerte, de un fuerte evangelio, con una imagen sorprendente (la serpiente que cura), una afirmación teológica de intenso contenido (¡tanto amó Dios al mundo…!) y una reflexión final sobre el juicio de Dios.

Siga leyendo quien quiera compartir conmigo esta experiencia de lectura del evangelio, en forma de oración y reflexión. Tómese su tiempo, deje que el texto le hable, hable usted mismo con el texto.

PRIMERA PARTE. LA ORACIÓN DE LA SERPIENTE

a. Lectura (Signo del AT) (se lee de nuevo el texto).

Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.

b. Puntos de meditación

90210d2a-214e-42a9-9401-2b675d50c6bf1. Motivo del AT: Num 21, 4-9. Es un texto clave del AT, lo comentare al final. Las serpientes pican a los hebreos en el desiert… y Moisés manda fundir una serpiente de bronce (el Nejustan), que es una especie de “talismán”, un signo del “Dios serpiente” que cura. Dios parece que mata, pero cura, su “veneno” nos salva. Este signo del veneno de “serpiente que cura” sigue siendo utilizado por las farmacias…

2. Motivos del NT: Jesús elevado en la cruz, como “serpiente que cura”, como muerte que sana. Tema clave: convertir la muerte en vida.

¿Cómo me sana Jesús, cómo me cura? ¿Qué es para mí la cruz, como signo de muerte, como principio de vida… Sólo al aceptar la muerte puedo sanarme… Quizá la serpiente no está fuera, la llevo yo dentro.

Este signo de Jesús como “serpiente” se le muestra a San Ignacio en Manresa, en el agua… y fue para él un principio supremo de oración…

Que Jesús (que se hizo “pecado” por nosotros, como dice San Pablo), nos ayude a superar la serpiente que llevamos dentro, a convertir nuestro veneno en principio de salvación.

SEGUNDA PARTE. LA ORACIÓN DEL AMOR, MÁS ALLÁ DEL JUICIO

Lectura

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

Puntos de meditación

1. Comparar este pasaje con el anterior. Ya no está Jesús en la Cruz, como serpiente que puede darnos miedo… sino que viene como “hijo de Dios”, puro amor. El veneno de la serpiente aparece así como puro amor: Dios nos ha regalado todo su ser, nos ha dado a su Hijo.

2. Para que nadie perezca, sino que todos tengan vida eterna… Todo es ahora, gracia, nada es veneno de muerte. Este es el Amor puro, total, absoluto, sin ningún rasgo de miedo. Es Amor de Padre… amor que se hace nuestro (en el Hijo Jesús, nuestro hermano), para que nadie perezca: Mirar a Jesús es saber que estamos salvados.

3. Dios no mandó al Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve…
Esta es una palabra difícil de acoger, difícil de creer… Todavía decimos en el “credo” que vendrá a juzgar y a vivos y muertos… La predicación del juicio (el miedo al juicio) se ha hecho intolerable, una herramienta de opresión psicológica, de manipulación… en este momento tenemos que pasar del juicio a la gracia, conforme a la palabra de Jesús en Mt 7, 1-3: No juzguéis y no seréis juzgados…

Aplicación

¿Cómo acepto estas palabras de la revelación de Jesús a Nicodemo, pasando de la Serpiente de Antiguo Testamento a Jesús crucificado que es puro amor de Dios, puro regalo de vida?

¿Qué significa para mí que “nadie perezca” sino que todos tengan (tengamos) vida eterna…

Si Dios no ha mandado a su hijo para juzgar… sino para salvar… ¿cómo respondo, si Dios no juzga, si no me juzga?

¿Qué podemos hacer con este Dios que no juzga? Muchas veces preferimos a un Dios de mandamientos, de juicios… El puro amor sin juicio nos descoloca, no sabemos qué hacer con él.

¿Cómo puedo responder a ese amor sin juicio? Muchos cristianos, muchos devotos, hemos terminado siendo los que más juzgamos a los demás… Vivimos en una Iglesia que muchas veces parece una especie de “supra-conciencia judicial”, como alguien que cree que puede ir juzgando a todos… Leer más…

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“Amor de Dios y respuesta humana”. 4º domingo de cuaresma. Ciclo B

Domingo, 11 de marzo de 2018
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NICODEMO1Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Existe una clara relación entre las tres lecturas de este domingo: el amor de Dios. En la primera, provoca la liberación de los judíos desterrados en Babilonia. En la segunda afirma Pablo: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó”. En el evangelio, Juan escribe la famosa frase: “De tal manera amó Dios al mundo que le entregó a su hijo único”. Si leemos los textos más tranquilamente, advertimos algo más profundo: ese amor se manifiesta perdonando en distintas circunstancias y por diversos motivos. Al mismo tiempo, requiere una respuesta de parte nuestra. Es preferible leer los textos en el orden cronológico en que fueron escritos. Por eso dejo para el final la carta a los Efesios.

Perdón para los judíos basado en la fidelidad a la palabra dada. ¿Encontrará respuesta? (2 Crónicas 36, 14-16. 19-23)

En aquellos días, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abominables de los gentiles, y mancharon la casa del Señor, que él se había construido en Jerusalén. El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su morada. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio. Los caldeos incendiaron la casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén; pegaron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Y a los que escaparon de la espada los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos hasta la llegada del reino de los persas; para que se cumpliera lo que dijo Dios por boca del profeta jeremías: «Hasta que el país haya pagado sus sábados, descansará todos los días de la desolación, hasta que se cumplan los setenta años.»

En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra del Señor, por boca de jeremías, movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: «Así habla Ciro, rey de Persia:  “El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él, y suba!”»

La primera lectura nos traslada a Babilonia, en el año 539 a.C., donde los judíos llevan medio siglo deportados. La ciudad cae en manos de Ciro, rey de Persia, y Dios lo mueve a liberarlos. Para justificar el medio siglo de esclavitud, la lectura comienza hablando del pecado de los israelitas, que no se limita a un hecho concreto, se prolonga en una larga historia. A la idolatría e infidelidades del comienzo respondió Dios con paciencia, enviando a sus mensajeros para invitarlos a la conversión. Pero los judíos los despreciaron y se burlaron de ellos. Entonces, la compasión de Dios dio paso a la ira, y los babilonios incendiaron el templo, arrasaron las murallas de Jerusalén, deportaron a la población. Años más tarde, la actitud de Dios cambia de nuevo y mueve a Ciro de Persia a liberar a los judíos. ¿A qué se debe este cambio? De acuerdo con la mentalidad más difundida en el Antiguo Testamento, el pueblo, tras sufrir el castigo, se convierte y Dios lo perdona. Igual que el niño que hace algo malo: su madre le riñe, pide perdón, la madre lo perdona. Sin embargo, en esta primera lectura no aparece la idea del arrepentimiento del pueblo. El único motivo por el que Dios perdona y mueve a Ciro a liberar al pueblo es por ser fiel a lo que había prometido. Volviendo al ejemplo de la madre, como si ella le hubiera dicho al niño: “Hagas lo que hagas, terminaré perdonándote”. Y lo perdona, sin que el niño se arrepienta, para cumplir su palabra. ¿Cómo reaccionan los judíos ante la noticia? El texto no lo dice, pero lo sabemos: unos pocos volvieron a Judá, arriesgándolo todo, sin saber lo que iban a encontrar; otros prefirieron quedarse en Babilonia. (¿Cuántos afro-americanos estarían dispuestos a volver de Estados Unidos a los países de origen de sus antepasados?)

Perdón universal basado en el amor, que puede ser aceptado o rechazado (evangelio)

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:

̶  Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno  de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.
En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»

El evangelio enfoca el tema del amor y perdón de Dios de forma universal. No habla del amor de Dios al pueblo de Israel, sino de su amor a todo el mundo. Pero un amor que no le resulta fácil ni cómodo, en contra de lo que cabría imaginar: le cuesta la muerte de su propio hijo. Además, el evangelio subraya mucho la respuesta humana: ese perdón hay que aceptarlo mediante la fe, reconociendo a Jesús como Hijo de Dios y salvador. Esto lo hemos dicho y oído infinidad de veces, pero quizá no hemos captado que implica un gran acto de humildad, porque obliga a reconocer tres cosas:

  1. a) que soy pecador, algo que nunca resulta agradable;
  2. b) que no puedo salvarme a mí mismo, cosa que choca con nuestro orgullo;
  3. c) que es otro, Jesús, quien me salva; alguien que vivió hace veinte siglos, condenado a muerte por las autoridades políticas y religiosas de su tiempo, y del que muchos piensan hoy día que sólo fue una buena persona o un gran profeta.

Usando la metáfora del evangelio, es como si un potente foco de luz cayese sobre nosotros poniendo al descubierto nuestra debilidad e impotencia. No todos están dispuestos a este triple acto de humildad. Prefieren escapar del foco, mantenerse a oscuras, engañándose a sí mismos como el avestruz que esconde la cabeza en tierra. Pero otros prefieren acudir a la luz, buscando en ella la salvación y un sentido a su vida.

Perdón para los paganos basado en la compasión. Respuesta: fe y buenas obras (carta a los Efesios, 2,4-10)

Hermanos: Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo -por pura gracia estáis salvados-, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Pues somos obra suya. Nos ha creado en Cristo jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos.

La salvación universal de la que habla el evangelio la concreta la carta a los Efesios en una comunidad concreta de origen pagano: la de la ciudad de Éfeso (situada en la actual Turquía). Antes de convertirse, estaban muertos por los pecados, con un agravante: Dios no les había hecho ninguna promesa de salvación, como a los judíos deportados en Babilonia. Sin embargo, los perdona. ¿Por qué motivo? Porque es “rico en misericordia”, “por el gran amor con que nos amó”, “por pura gracia”. Esto es lo que san Pablo llama en otro contexto “el misterio que Dios tuvo escondido durante siglos”: que también los paganos son hijos suyos, tan hijos como los israelitas. Esta prueba del amor de Dios espera una respuesta, que se concreta en la fe y en la práctica de las buenas obras.

Reflexión final

En el contexto de la cuaresma, que se presta a subrayar el aspecto del pecado y del castigo, la liturgia nos recuerda una vez más que nuestra fe se basa en una “buena noticia” (evangelio), la buena noticia del amor de Dios. Nosotros, que somos los herederos de los efesios, de los corintios, de los tesalonicenses, debemos reconocer, como ellos, que todo es don de Dios y no mérito nuestro, y que debemos responder con fe y dedicándonos “a las buenas obras” que él nos ha asignado.

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Cuarto Domingo de Cuaresma. 11 de marzo, 2018

Domingo, 11 de marzo de 2018
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cuaresma-iv

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.

Jn 3, 14-21

¿Cuántas veces leemos en la prensa titulares sacados de contexto y terminamos malinterpretando las noticias? O en lugar de malinterpretarlas no las entendemos y acabamos perdiendo cualquier atisbo de interés.

Reconozcamos que, en ocasiones, eso mismo nos ocurre con el evangelio y llegamos a la conclusión de que no entendemos a Jesús; de hecho, el de hoy lo podemos considerar un tanto “espeso”.

Veamos. Fijándonos solo en esta cita nos encontramos con unas palabras de Jesús, muchas, más bien, pero vamos a ubicarlas en su contexto. Jesús lleva un tiempo en Jerusalén, le acabamos de ver (el domingo pasado) echando del templo a los mercaderes, continúa enseñando y curando. Y una noche, Nicodemo, un principal entre los judíos, va en su busca y entablan una conversación de la que hoy somos partícipes; pero no de todo el diálogo, solo de parte.

Escuchamos a Jesús hablar de varias cosas: de Moisés y la serpiente de bronce, de que Dios entregó a su Hijo único, de no perecer, de condena, luz y tinieblas.

Ahora contemplemos a Nicodemo y pongámonos junto a él, junto a este fariseo y como tal, defensor de la ley. A pesar de estar en plena noche, nos ponemos en camino, en busca de Jesús, de la luz. Reconocemos que viene de Dios, creemos en él. Y entonces lo que escuchamos ahora, desde esta situación, son palabras de amor y vida eterna.

El ser humano quiere, con esas connotaciones de poseer, de interés, de “segundas intenciones” que este verbo puede tener. Pero Dios nos ama, porque sí, sin un motivo en concreto. Y porque nos ama, nos da vida eterna; y eterna es mucha más vida de la que podamos imaginar. Vida de la gozamos hoy, y además, VIDA ante Dios cara a cara de la que gozaremos cuando Él quiera.

Con este plan… ¡¡qué bueno es esto de CREER!!

Oración

Gracias, Trinidad Santa, solamente gracias.

Amén.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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Estoy salvado. Nadie tiene que venir a salvarme desde fuera.

Domingo, 11 de marzo de 2018
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img_men_2073_2014-4-29_6Jn 3, 14-21

Estamos en el cap. III. Este evangelio es un esquema teológico. Cada capítulo tiene identidad por sí mismo, aunque éste es el que menos unidad interna muestra. El punto de partida es el diálogo con Nicodemo: “te lo aseguro, el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios”. Nicodemo le responde: eso es imposible. Jesús insiste: “El que no nazca del agua y del espíritu no puede entrar en el Reino de Dios; lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es espíritu”. ¿Cómo puede ser eso? Comienza el discurso que hemos leído.

El domingo pasado, Jesús arremetió contra el culto que se desarrollaba en el templo. Hoy arremete contra la manera de interpretar la Ley que tienen los fariseos. En ambos casos se trata de instituciones antiguas, vacías de contenido, que hay que sustituir. No se trata de una nueva interpretación, (es lo que busca Nicodemo) sino de algo completamente distinto: hay que nacer de nuevo. No debemos pensar en discursos pronunciados por Jesús. Jn pone en boca de Jesús una cristología propia de finales del s. I.

Lo mismo que Moisés levantó la serpiente. Lo que hizo Moisés es recordar al dios egipcio Ranenutet (representado por una serpiente). Su Dios le manda construir la imagen de otro dios. Es imprescindible saber que el dios egipcio era a la vez veneno y antídoto; muerte y vida; opresión y salvación. Al ser  crucificado, Jesús representa a la vez, muerte y vida, humillación y exaltación. Al decir “levantado”, va más allá de una alusión a la serpiente. La cruz es manifestación de la lealtad de Dios. Es la exaltación de Jesús.

Para que todo el que lo haga objeto de su adhesión (crea) tenga Vida definitiva. “Vida definitiva” Denota la calidad de vida propia del estadio definitivo. Traducir por “eterna”, empobrece el significado, por insistir solo en la duración y no en la calidad. La consecuencia de “ser levantado en alto”, es alcanzar plenitud de Vida. El Espíritu que nos comunicará será la fuente de verdadera Vida para todos los que le acepten.

Demostró Dios su amor al mundo. El amor se hizo visible en un acto. No se dirige solo a los cristianos, sino al mundo. Jesús es el don de Dios a la humanidad. “Dar a su Hijo” no se refiere, aquí, sólo a la encarnación, sino a la crucifixión. Para Juan, Jesús es enviado al mundo. Para los sinópticos, a Israel. La salvación está destinada a todos. No solo al pueblo elegido, sino a todas las naciones. Se acabaron los privilegios. La Vida del Espíritu se ofrece a todos. Este evangelio se escribió a finales del s. I.

El que le presta adhesión no tendrá sentencia; el que se la niega, ya tiene la sentencia. No hay lugar para la indiferen­cia. La sentencia negativa o positiva, no es consecuencia de un acto de Dios. Es el resultado de una actitud por parte del hombre. Si comprendiéramos bien este versículo, cambiaría todo el modo de entender la moral. Desde la visión farisaica (y la nuestra), Dios juzgaba a los hombres después de ver sus acciones. Si eran conforme a la Ley, los salvaba, si eran contrarias a la Ley, los condenaba. Dios es justicia. Todo está siempre en equilibrio. Cada acto del hombre, le coloca en su sitio.

Los hombres han preferido las tinieblas a la luz. “Su modo de obrar” denota el proceder habitual, no un acto puntual.   En el prólogo se nos había dicho: “y la Vida era la luz de los hombres”. No es la luz la que da Vida (como maestro), sino al revés: es la Vida la que te iluminará. Sin Vida no se puede aceptar la luz. La falta de Vida lleva consigo el rechazo de la luz. Mantener una relación con Dios desde la Ley, desde lo externo, sin Vida, es mantener la relación de injusticia en que están los dirigentes religiosos. El que oprime al hombre no puede aceptar la luz. La adhesión a Jesús exige salir de la situación de opresión.

El que obra con bajeza…  El que practica la lealtad. “Obra con bajeza (practicar lo malo), se opone a “practicar la lealtad”. “Hacer la verdad” es un semitismo que utiliza Juan, y lo opuesto es “hacer la falsedad”. El que es cómplice de la muerte no aguanta la Vida. La considera como una agresión. No se eligen las tinieblas por el valor que puedan tener en sí, sino por odio a la luz. No son las doctrinas (luz) las que separan de Dios, sino la conduc­ta (Vida). Quién con su modo de obrar daña al hombre, se opone al amor-vida. Rechazando la luz, cree poder continuar haciendo el mal sin ser descubierto.

Practicar la lealtad es lo contrario de obrar con bajeza. Equivale a hacer lo que es bueno para el hombre. Al emplear “lealtad” nos está diciendo que el amor no es algo teórico, sino práctico. La Vida es anterior a la luz. El acercamiento a la luz, se hace por amor a la luz, no para que se vean las obras. Las que son “realizadas en unión con Dios” no son obras hechas según Dios, sino algo más: Obras en las que, con la actividad del hombre, se ve la de Dios revelando su gloria-amor. Creer va unido a las obras buenas. La incredulidad acompaña a las malas.

En el trozo del discurso que acabamos de analizar nos encontramos con los aspectos más originales de la salvación ofrecida por Jesús según este evangelio: 1) La salvación es Vida. 2) Viene de Dios que es VIDA. 3) Es don gratuito e incondicional. 4) Es absoluto, no una alternativa a la condenación. 5) Exige la adhesión a Jesús. 6) Se manifiestas en las obras. Cada uno de estos puntos nos tendría que advertir de los errores en que caemos a la hora de hablar de esa salvación. Tendemos a esperar de Dios una salvación raquítica.

Hablar de salvación, es plantearse el sentido último de la vida. Sería desplegar las más elevadas posibilidades humanas. El término “salvación” tiene connotación negativa y eso es muy peligroso a la hora de entender el evangelio. El pensar en la salvación en términos negativos ha paralizado nuestro desarrollo. Hemos creído que, si elimino el pecado, estoy salvado. Salvarse no es evitar la condenación. La salvación es siempre positiva; sería llevarnos a una plenitud de ser, llevando al límite las posibilidades de nuestro verdadero ser.

La salvación no me viene de fuera. La salvación surge de lo hondo de mi ser. Desde ahí, Dios presencia y posibilita mi plenitud. Hay que tener muy claro que me salva totalmente Dios y me salvo totalmente yo. La acción de Dios y la del hombre, ni se suman, ni se restan, ni se interfieren, porque son de naturaleza distinta. “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti” (Agustín). Todo lo que depende de Dios ya está hecho. Mi salvación depende solo de mí.

La conciencia que tenemos de que Dios puede no salvarme, es prueba de que esperamos una salvación equivocada. Queremos que Dios nos libere del sufrimiento, la enfermedad, la muerte… Todo eso forma parte de nuestra condición de criaturas y es inherente a nuestro ser. Ni siquiera Dios puede hacer que sigamos siendo criaturas sin limitacio­nes. Buscar la salvación por ahí es un error garrafal. La salvación tiene que realizarse a pesar de mis limitaciones.

La salvación no es cambiar lo que soy ni añadir nada a lo que ya soy. Es una toma de conciencia de lo que en realidad soy, y vivir en esa conciencia. Es descubrir el tesoro que está escondido dentro de mí y disfrutar de él. “La vida eterna consiste en que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo”. Se trata de conocer.

Meditación

Hay que nacer de nuevo.
Somos fruto de la evolución de la carne.
Yo no he nacido como ser espiritual.
Tengo la capacidad de llegar a serlo,
pero debo desplegar esa capacidad que se me ha dado.
Si no la despliego, me quedaré en la carne.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Amanecer en Puerta Oscura.

Domingo, 11 de marzo de 2018
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jesus-y-nicodemoJesús, primero nos revela la fuente de la vida, y después nos habilita para adentrarnos en ella (Shelby Spong)

15 de marzo, domingo IV de Cuaresma

Jn 3, 14-21

-Como Moisés en el desierto levantó la serpiente, así ha de ser levantado este Hombre, para que quien crea en él tenga vida eterna

Moisés ha enarbolado en el desierto la serpiente de bronce que sana a quienes, heridos, la contemplan (Números 21, 9). Para Juan es la prefiguración del Hombre que salva la Humanidad. En la ópera Fedora de Umberto Giordano, la protagonista canta un aria –Ed ecco il suo ritratto– en la que podemos intuir la figura salvadora de Jesús, con sólo mirar sus grandes ojos brillantes de lealtad y su amplia frente que piensa en mí.

En el segundo acto, el conde ruso Loris Ipanov, en el aria más breve de la Historia de la Ópera, nos le identifica en este caso con su amante cuando dice de él que el amor le prohibe no amar, que su dulce mano busca apretar la nuestra, y que sus ojos dicen que nos ama.

Volviendo a la protagonista podríamos entonces repetir con ella, inmersos ya en las profundidades del Jesús universal, lo de “respiro aquí el efluvio de sus dulces pensamientos; escucho aquí las llamadas de sus labios fieles… ¡Ah! Siento que aquí comienza otra vida para mí.

Jesús, primero nos revela la fuente de la vida, y después nos habilita para adentrarnos en ella, nos dice John Shelby Spong en Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo. Aunque con frecuencia el hombre es ajeno a estas revelaciones. La fuente de la vida parece entonces cegada, y la Humanidad Amanece en Puerta Oscura. Como en la historia de Anne y Georges narrada por Michael Haneke –Amour, Palma de Oro en el Festival de Cannes, 1912- la pantalla se queda  completamente en negro a veces, y a veces en imagen fija, en total silencio de música y palabra.

La pantalla en negro unos cuantos segundos -y a veces la imagen fija- en total silencio de música y palabra. Segundos en los que de repente todo se oscurece. Es “como si la luz del exterior pudiera apagarse con un interruptor”, como le sucedió a Eugen, el protagonista de la reciente novela –Contra la juventud, febrero 2015- de Pablo D’Ors. Y una vez más el hombre sólo ante el misterio.

En esa soledad y silencio crece. Y es quizás el momento de poner en marcha el alternador personal que carga, con su energía mecánica, todas nuestras baterías interiores. El hombre ha de valerse por sí mismo. Se libera la fuente de la vida, y las palabras de Juan han cambiado de sentido quedando clavadas en el desierto del AT para memoria de otros tiempos.

La súplica del poeta galés y pastor anglicano Ronald Stuart Thomas (1913-2000) nos muestra cómo darle luz y sentido a esa Noche Oscura del Alma –a ese Amanecer en Puerta Oscura- imprescindibles ambas para “salir de la adolescencia de la naturaleza” y caminar “hacia la adulta geometría de la mente”.

-“Yo no rezo como en los viejos tiempos, Dios.
Mi vida no es ya lo que era…
Otrora hubiera pedido que me curaras…
Ahora voy al médico.
Me hubiera arrodillado en largo rato, luchando contigo, desgastándote.
Escucha mi oración,
Señor, escucha mi oración….como si fueras un sordo. Miríadas
De mortales han mantenido su estridente llanto,
Explicando tu silencio con su incapacidad.

Comienza a parecerme que la oración no es eso.
Es la aniquilación de las diferencias,
la conciencia de mi mismo en ti, de ti en mí;
el salir de la adolescencia de la naturaleza
hacia la adulta geometría de la mente…
Por circular que sea nuestro camino
no conduce de nuevo a ese jardín encantado por la serpiente
si no hacia delante, a la alta ciudad
de cristal que es el laboratorio del espíritu”

(R. S. Thomas)

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Luz en la noche

Domingo, 11 de marzo de 2018
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nicodemo(Jn 3,14-21)

Fue a él de noche.

Nicodemo no quería ser visto. No le convenía. Su buena fama como maestro fariseo podía venirse abajo si la gente se enteraba de que iba al encuentro de Jesús, el agitador que había revolucionado Jerusalén con su presencia.

En realidad, la noche no sólo era el escenario que le envolvía. Nicodemo necesitaba luz ante la oscuridad que le habitaba. Sus dudas sobre quién era Jesús iban creciendo en la medida que éste realizaba signos en medio del pueblo. Con sus palabras y acciones, Jesús había puesto en cuestión las verdades más hondas de Nicodemo, aquellas certezas que le habían configurado, aquellos pilares sobre los que había asentado, hasta entonces, su vida y su enseñanza de la Ley.

Quizás, si no hubiera sido de noche, Nicodemo no se habría puesto en camino. Nos asustan las dudas, los interrogantes, las dificultades que hallamos para entender lo que sucede a nuestro alrededor y, a veces, en nuestro propio interior. Pero ¡bendita noche que nos inquieta y saca de nuestra anestésica comodidad! Bendita noche que nos lleva a preguntarnos los porqués y los cómos y pone en cuestión nuestra vida.

Por eso el maestro busca al Maestro. El hombre al Hombre. Y éste le habla de nacer de nuevo, de nacer del Espíritu. “¿Cómo puede ser esto?”, pregunta Nicodemo. Y Jesús, basándose en las Escrituras, en aquello en lo que Nicodemo era especialista, le resitúa en su camino de fe.

Desde el relato, narrado en Números, en el que Moisés eleva una serpiente de bronce sobre un madero para que los israelitas se sanen al mirarla, Jesús le recuerda al maestro fariseo la verdad más absoluta: que Dios nos ama hasta extremos inconcebibles, que desea que todos tengamos vida eterna, es decir, vida definitiva, plena, feliz… Dios nos ama de tal manera que llega hasta el límite, hasta la encarnación, hasta entregársenos en su Hijo Unigénito.

Jesús, conocedor de nuestra humanidad, confirma a Nicodemo la existencia de la noche, la suya y la del mundo. Le habla de oscuridades, de la ceguera que nos lleva, a veces, a amar más la tiniebla que la luz, del mal que provoca infelicidad.

Pero reaviva su memoria para que Nicodemo no se quede ahí: “Dios no envió su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él”. Jesús le ofrece palabras de vida que le recuerdan la posibilidad de elegir el bien, de obrar la verdad, de ir hacia la luz.

Y así, en medio de la noche, Nicodemo recupera la luz. Porque Jesús es la luz. El Amor es la luz.

Fue a él de noche.

Y en él encontró la luz.

Una luz tan intensa que le sacó de su oscuridad haciendo posible, incluso, que al final de la vida de Jesús, fuera Nicodemo quien abrazara su cadáver para envolverlo en lienzos y perfumes. El maestro dando testimonio público de su amor al Maestro. El hombre haciéndonos fijar nuestra mirada en el Hombre, alzado en la Cruz, para que en él hallemos la Luz.

Inma Eibe, ccv

 Fuente Fe Adulta

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Luces y sombras.

Domingo, 11 de marzo de 2018
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cieco-guaritoDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

Toda biografía humana y la historia están tejidas entre luces y sombras.

1. LUCES Y SOMBRAS.

o San Pablo evoca las situación de ceguera en la que hemos nacido y, en ocasiones, hemos podido vivir o vivimos: “en otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz … caminad como hijos de la luz”.

o El relato de la curación del ciego de nacimiento sirve a San Juan para presentar a Cristo como Luz: YO SOY LA LUZ.

El cp 8 es el relato en el que quieren apedrear a aquella mujer en el atrio del Templo. YO NO TE CONDENO, es la actitud de Jesús. Y ese capítulo termina mostrando a Jesús saliendo de estampida del templo porque estaban “cogiendo piedras para tirárselas a Él”; las piedras se vuelven contra Jesús. (Jn 8,59).

El cp 9 de Juan relata la curación en el Templo del ciego de nacimiento. El Templo ni es luz, ni salva. Yo soy la luz del mundo.

2. SITUACIONES DE CEGUERA.

El ciego de nacimiento -como otros personajes en el evangelio de Juan – son exponentes de la situación del pueblo y también de cada uno de nosotros.

Aquel hombre nació en un contexto, en un pueblo y en una cultura de ceguera, en una situación cultural y religiosa de oscuridad y tinieblas. Ni tan siquiera conoció la luz.

Jesús ve al que no ve, a los que no vemos e ilumina nuestra existencia.

¿No será también nuestro caso?

Probablemente hemos nacido en un contexto de ceguera:

o Quizás personalmente vivimos a oscuras: vivimos lejos de la luz…

o Curiosamente en la Europa del “Siglo de las luces, de la Ilustración”, estamos a oscuras.

o Los criterios y esquemas de vida en los que vivimos, tampoco es que iluminen mucho la vida, sobre todo en lo que hace referencia a las grandes cuestiones de la vida.

o Tal vez estamos en tinieblas culturales anunciada por Nietzsche. Dios ha muerto y estamos condenados a vagar errantes por la noche existencia.

o Por otra parte: ¡Qué diferencia hay entre la mirada de Jesús y la mirada de los eclesiásticos! Cuando Jesús nos mira, como al ciego, nos ilumina, nos quiere, nos perdona , nos rehabilita, nos hace ser personas, SOY YO, somos personas como Cristo. Cuando nos miran los eclesiásticos: “nos han pillado”, nos juzgan, nos condenan. Jesús nos ve, Él es la luz, nos ve en nuestras situaciones y las ilumina, no las condena.

o En el texto de hoy se repite muchas veces la expresión: nacer: (vv 1.2.19.20.32.34). Nacemos ciegos. De un modo gráfico: el “ordenador de esta sociedad” por defecto produce ciegos. El encuentro con Cristo, ilumina nuestras vidas y nuestras noches y nos hace renacer, como Nicodemo.

al-final-del-camino

3. YO SOY LA LUZ DEL MUNDO.

o Ante la situación de tinieblas, Jesús se presenta como la luz: YO SOY LA LUZ del mundo.

o Necesitamos ver para vivir. Ver el sentido, el horizonte de la existencia; ver cómo encauzar nuestra vida en las diversas etapas y situaciones; ver las opciones que hemos de tomar: vocación religiosa, matrimonial, estudios, etc. ¡Señor que vea, pedía al Señor aquel ciego del evangelio!

o Podemos preguntarnos ¿qué luz ilumina nuestras vidas? ¿Dónde tratamos de encontrar la luz?

o No estaría de más que revisáramos qué medios de comunicación leemos, en manos de qué fuentes de información ponemos nuestro pensamiento. Las tertulias radiofónicas, de las infinitas páginas de Internet se han convertido en el Sinaí del siglo XXI. Parece que Internet es el Oráculo de Delfos o de Yahvé

o Estaría bien iluminar nuestros días con unos minutos de lectura o de silencio: la Biblia, algún libro que diga realmente algo, quizás nos acercaríamos a la luz de Cristo, ¿Cristo es nuestra luz?

o Bueno es trabajar por hacer un poco de luz: en nosotros mismos, en nuestra familia, en la cultura: ikastolas, colegios, universidad, en la vida socio-política, en la misma Iglesia. Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día.

4. V 6 JESÚS ESCUPIÓ EN TIERRA, HIZO BARRO CON LA SALIVA, LE UNTÓ LOS OJOS AL CIEGO. (¡ERA SÁBADO!, V 13)

o Es evidente que el barro material en modo alguno mejora la vista, más bien la empeorará.

o Una de las claves para leer el evangelio de San Juan es que está escrito teniendo como plantilla o telón de fondo, el AT. El Génesis comienza diciendo que “en el principio existía el caos”, San Juan comienza su evangelio diciendo: “En el principio existía la Palabra y la palabra era LUZ y VIDA”.

o Ante el ciego Jesús repite los símbolos de la creación: toma barro y le infunde algo muy íntimo suyo, su energía, su espíritu, simbolizado en la saliva y surge de sus manos un nuevo ser humano. estamos ante una nueva creación, es una nueva vida. Cristo crea una nueva humanidad. Isaías 64,7 oraba diciendo: “Señor, tú eres nuestro padre, nosotros somos barro y tú el alfarero: somos obra de tu mano”.

o Un detalle que no pasa desapercibido es que Jesús, una vez más, cura en sábado, lo cual estaba perfectamente prohibido por la ley, (¿pecado mortal?). Suena fuerte, pero la mirada de Jesús se dirige a la debilidad y necesidad del ser humano, no se queda en el Código de Derecho Canónico.

o Hagamos luz en la vida también en sábado, incluso cuando discrepemos o nos encontremos con personas que discrepan con la ley, o viven en tensión con la jerarquía. Se nos está olvidando, se quiere olvidar, que muchas veces hay encuentros “a lo “Nicodemo”, estilos de celebraciones, conversaciones con “personas fronterizas”, que distan mucho de la rigidez y superortodoxia legal. A veces da la impresión de que el mundo eclesiástico es como Iberdrola, que solamente da luz al que la paga legalmente: ley; al que no “paga” le corta la corriente… Gracias a Dios las cosas no son así, porque Dios hace salir el sol para todos, incluidos -sobre todo- los que vivimos en noches oscuras. Que no se nos olvide lo que es la tolerancia, el respeto, la ayuda, dar un consejo, ayudar a encontrar el camino o una salida. ¿Dónde está y cómo hacer llegar la luz al mundo de los divorciados, los alejados y decepcionados por lo eclesiástico, de los enfermos, de los depresivos?

JN 9,34 LE EXPULSARON DEL TEMPLO

o El que había sido ciego es ahora el único que ve y lo echan. Extrañamente al que ve, le expulsan del sistema eclesiástico del templo. Es la ironía de Juan.

o Es triste cuando se oye que a H. Küng le expulsaron, al Padre J. Masiá le expulsaron, a José Mª Diez Alegría, a Gustavo Gutiérrez y la Teología de la Liberación los expulsaron, al Padre Dupuis le expulsaron, a Pagola lo quiso expulsar el sector más reaccionario de la Iglesia, a los profesores de los seminarios se les expulsa y tantos otros. Los templos y los sistemas religiosos pueden terminar siendo cotos cerrados, feudos, cortijos donde no interesa la luz.

Gracias a Dios estamos en otro momento eclesial, en el del obispo de Roma: Francisco, no se ha expulsado a nadie. Durante el tiempo que Francisco es papa no se ha juzgado a ningún teólogo.

Por cierto que habría que tener un poco más de luz, “tener luces en la vida” para acercarse con alguna delicadeza y finura cultural y espiritual a líneas de pensamiento y movimientos culturales. Es una brutalidad decir que en el feminismo ha entrado el diablo. En el feminismo como en todo movimiento humano habrá -hay- personas sensatas y de buena voluntad, quizás haya también radicalismos, pero no es hacer luz emitir una condena y demonizar una corriente de pensamiento.

SER Y ESTAR CON CRISTO.

img-phpJesús acoge al ex-ciego cuando lo echan del Templo.

Todo el Evangelio de Juan es un continuo “Yo soy”: la luz, el pan de vida, el agua de vida, el buen pastor, el camino, la verdad, yo soy rey, etc.

San Juan compone así su evangelio porque eclesiásticamente las cosas habían ido muy mal. Cuando lo eclesiástico, el Templo, expulsa, condena, excomulga, nos hace bien y es inmensamente consolador SER CON CRISTO, como el que había sido ciego: SOY YO.

¿Me encuentro en el Templo o lejos o fuera, en las periferias de los humildes: Francisco?

VV 8. ¿NO ES ÉSTE EL QUE SE SENTABA PARA MENDIGAR? V 9. UNOS DECÍAN: «ES ÉL». «NO, DECÍAN OTROS, PERO SE LE PARECE.» PERO ÉL DECÍA: «SOY YO.»

o El hombre, ciego hasta ahora, mendigaba. Era un personaje marginal. El encuentro con Cristo rehabilita para la vida. Vuelve a ser una persona en la convivencia.

o “Los del Templo” piensan que todo lo que sale de sus parámetros ya “no es de Dios”, no puede venir de Dios. Un hombre que cura en sábado no es de Dios. Aquel hombre que había recuperado la vista, no podía ser el mismo. Pues sí, era “el mismo”, y gracias a Jesús no era “lo mismo”, ahora veía.

camino1o SOY YO. Todo el que se acerca al “Yo soy” (Cristo), termina siendo: “soy yo”, es decir, participa del mismo ser, de la misma vida de Cristo. El que se acerca a Cristo, termina siendo como Él, Yo soy.

o Vivir desde Cristo supone ver y supone dignidad en la vida

En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz … caminad como hijos de la luz”. Despiértate tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz. (Efesios 5, 8.14).

Lc 18,41 SEÑOR, QUE VEA.

En la curación del ciego de Jericó, Jesús se acerca a aquel hombre y le dice: ¿Qué puedo hacer por ti? El ciego le pide: Señor, que vea.

También nosotros podemos pedirle al Señor: que veamos en la vida. En medio de los problemas, de las crisis y noches de la vida: Señor que veamos.

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“Para excluídos”. 26 de marzo de 2017. 4 Cuaresma (A). Juan 9,1- 41.

Domingo, 26 de marzo de 2017
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timthumb-php_-682x1024Es ciego de nacimiento. Ni él ni sus padres tienen culpa alguna, pero su destino quedará marcado para siempre. La gente lo mira como un pecador castigado por Dios. Los discípulos de Jesús le preguntan si el pecado es del ciego o de sus padres.

Jesús lo mira de manera diferente. Desde que lo ha visto, solo piensa en rescatarlo de aquella vida desgraciada de mendigo, despreciado por todos como pecador. Él se siente llamado por Dios a defender, acoger y curar precisamente a los que viven excluidos y humillados.

Después de una curación trabajosa en la que también él ha tenido que colaborar con Jesús, el ciego descubre por vez primera la luz. El encuentro con Jesús ha cambiado su vida. Por fin podrá disfrutar de una vida digna, sin temor a avergonzarse ante nadie.

Se equivoca. Los dirigentes religiosos se sienten obligados a controlar la pureza de la religión. Ellos saben quién no es pecador y quién está en pecado. Ellos decidirán si puede ser aceptado en la comunidad religiosa.

El mendigo curado confiesa abiertamente que ha sido Jesús quien se le ha acercado y lo ha curado, pero los fariseos lo rechazan irritados: “Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador”. El hombre insiste en defender a Jesús: es un profeta, viene de Dios. Los fariseos no lo pueden aguantar: “Empecatado naciste de pies a cabeza y, ¿tú nos vas a dar lecciones a nosotros?”.

El evangelista dice que, “cuando Jesús oyó que lo habían expulsado, fue a encontrarse con él”. El diálogo es breve. Cuando Jesús le pregunta si cree en el Mesías, el expulsado dice: “Y, ¿quién es, Señor, para que crea en él?”. Jesús le responde conmovido: No esta lejos de ti. “Lo estás viendo; el que te está hablando, ese es”. El mendigo le dice: “Creo, Señor”.

Así es Jesús. Él viene siempre al encuentro de aquellos que no son acogidos oficialmente por la religión. No abandona a quienes lo buscan y lo aman aunque sean excluidos de las comunidades e instituciones religiosas. Los que no tienen sitio en nuestras iglesias tienen un lugar privilegiado en su corazón.

¿Quien llevará hoy este mensaje de Jesús hasta esos colectivos que, en cualquier momento, escuchan condenas públicas injustas de dirigentes religiosos ciegos; que se acercan a las celebraciones cristianas con temor a ser reconocidos; que no pueden comulgar con paz en nuestras eucaristías; que se ven obligados a vivir su fe en Jesús en el silencio de su corazón, casi de manera secreta y clandestina? Amigos y amigas desconocidos, no lo olvidéis: cuando los cristianos os rechazamos, Jesús os está acogiendo.

José Antonio Pagola

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“Fue, se lavó, y volvió con vista”. Domingo 26 de marzo de 2017. Domingo 4º de Cuaresma, ciclo A.

Domingo, 26 de marzo de 2017
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17-CuaresmaA4Leído en Koinonia:

1Sm 16,1b.6-7.10-13ª: David es ungido rey de Israel
Salmo responsorial 22: El señor es mi pastor, nada me falta
Ef 5,8-14: Levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz
Jn 9,1-41: Fue, se lavó, y volvió con vista

El pueblo de Dios se planteó desde antiguo un gran problema: ¿cómo saber quién es el enviado de Dios? Muchos aparecían haciendo alarde de sus habilidades físicas, de su astucia, de su sabiduría, incluso, de su profunda religiosidad, pero era muy difícil saber quien procedía de acuerdo con la voluntad del Señor y quien quería ser líder únicamente para obtener el poder.

En la época de Samuel la situación era realmente complicada. El profeta, movido por el Espíritu de Dios, buscó un líder que sacara al pueblo del difícil atolladero de la crisis interna de las instituciones tribales y de la amenaza de los filisteos. Surgió Saúl, un muchacho distinguido, de buena familia y de extraordinaria complexión física. Los hebreos más pudientes lo apoyaron de inmediato, esperando que el nuevo rey lograra controlar el avance de los filisteos. Sin embargo, el nuevo rey en poco tiempo se convirtió en un tirano insoportable que agravó el conflicto interno y que, por sus constantes cambios de comportamiento, comprometió seriamente la seguridad de las tierras cultivables. Samuel, entonces, pensó que la solución era ungir un nuevo rey, una persona que se pudiera hacer cargo de la situación. La unción profética se convirtió, en aquel momento, en el medio por el cual se legitimaba la acción de un nuevo líder ‘salvador’ del pueblo. Siglos más tarde, los profetas se dieron cuenta de que no bastaba cambiar el rey para cambiar la situación, sino que era necesario buscar un sistema social que respetara los ideales tribales, lo que luego se llamo ‘el derecho divino’. Sin embargo, subsistió la idea de que el ‘líder salvador’ tenía que ser designado por un profeta reconocido. De este modo, la unción de los caudillos de Israel pasó a ser un símbolo de esperanza en un futuro mejor, más acorde con los planes de Dios.

En la época del Nuevo Testamento, el pueblo de Dios que habitaba en Palestina enfrentó un gran reto: ¿cómo hacer reconocer a Jesús como ungido del Señor? Aunque Jesús había conocido a Juan Bautista y, luego, había retomado su predicación, se cernía aún sobre él la duda, debido a su origen humilde, a la manera tan diferente de interpretar la ley y a su poca vinculación con el templo y sus rituales. Muchos se oponían a reconocer que él era un profeta ungido por el Señor, movidos simplemente por prejuicios culturales y sociales. La comunidad cristiana tuvo que abrirse paso en medio de estos obstáculos y proclamar la legitimidad de la misión de Jesús. Solamente quien conociera la obra del Nazareno, su entrañable amor a la vida, su dedicación a los pobres, su predicación del reinado de Dios, podía reconocer que él era el “ungido”, el “Mesías” (como se dice en hebreo), o el “Cristo” (como se dice en griego).

Las ‘señales y prodigios’ que Jesús actuó en medio de la gente pobre causaron gran impacto y, por esto, fueron motivo de controversia. Los opositores del cristianismo veían en las sanaciones que Jesús obraba, simplemente la labor de un curandero. Sus discípulos, por el contrario, comprendían todo su valor liberador y salvífico. Pues, no se trataba sólo de poner remedio a las limitaciones humanas, sino de devolverle toda la dignidad al ser humano. La persona que recuperaba la visión podía descubrir que su problema no era un castigo de Dios por los pecados de sus antepasados, ni una terrible prueba del destino. Era una persona que pasana de la desesperación a la fe y descubría en Jesús al profeta, al ungido del Señor. Su problema, una limitación física, se le había convertido en una terrible marca social y religiosa. Pero, el problema no era su limitación visual, sino la terrible carga de desprecio que la cultura le había impuesto. Jesús lo libera del insufrible peso de la marginación social y lo conduce hacia una comunidad donde lo aceptan por lo que él es, sin importar las etiquetas que los prejuicios sociales le habían impuesto.

En el evangelio se nos relata una especie de drama entre los vecinos del lugar donde el ciego solía pedir limosna, los fariseos que eran un grupo de judíos piadosos y cumplidores de la ley y los “judíos” en general, una expresión genérica con la que el evangelista designa a las altas autoridades religiosas del pueblo judío de la época de Jesús. Hasta los padres del ciego son involucrados en el drama.

Se trata de un verdadero «drama teológico», simbólico, de una gran belleza literaria. De ninguna manera se trata de una narración cuasiperiodística de unos hechos históricos, o de un relato que nos describa ingenuamente cómo sucedieron las cosas. No olvidemos que es Juan quien escribe, y que su evangelio se mueve siempre en un alto nivel de sofisticación, de recurso al símbolo y a la insinuación indirecta. Si tenemos que dirigir la palabra en la homilía, conviene no «contar» las cosas como quien cuenta hechos históricos tal cual, como si estuviera entreteniendo a unos niños. Los oyentes son adultos y agradecen que se les trate como a tales, sin abusar de que se tiene la palabra en un ámbito litúrgico donde por respeto nadie va a levantar la mano ni menos a contradecir, y que por eso se puede decir cualquier cosa, que «todo cuela» en ese ambiente.

En el «drama teológico» que hoy leemos, de Juan, el ciego se convierte en el centro. Todos se preguntan cómo es posible que un ciego de nacimiento sea ahora capaz de ver. Sospechan que algo grande ha sucedido, preguntan por el que ha hecho ver al ciego, pero no llegan a creer que Jesús sea la causa de la luz de los ojos del ciego. Un simple hombre como Jesús no les parece capaz de obrar tales maravillas. Menos aún habiéndolas obrado en sábado, día sagrado de descanso que los fariseos se empeñaban en guardar de manera escrupulosa. Y menos aún siendo el ciego un pobretón que pedía limosna al pie de una de las puertas de la ciudad. Todos interrogan al pobre ciego que ahora ve: los vecinos, los fariseos, los jefes del templo. Jesús se hace encontradizo con él, solidariamente, al enterarse de que lo han expulsado de la sinagoga. Y en este nuevo encuentro con Jesús el ciego llega a «ver plenamente», a «ver» no sólo la luz, sino la «gloria» de Dios, reconociendo en él al enviado definitivo de Dios, el Hijo del hombre escatológico, el Señor digno de ser adorado… Es el mensaje que Juan nos quiere transmitir narrando un drama teológico -como es su estilo- más que afirmando proposiciones abstractas -como hubiera hecho si hubiera sido de formación filosófica griega-.

Al final del texto las palabras que Juan pone en labios de Jesús hacen explotar el mensaje teológico del drama: Jesús es un juicio, es el juicio del mundo, que viene a poner al mundo patas arriba: los que veían no ven, y los que no veían consiguen ver. ¿Y qué es lo que hay que ver? A Jesús. Él es la luz que ilumina.

No haría falta echarle metafísica y ontología griega a este drama… Es un lenguaje de «confesión de fe». La comunidad de Juan está «entusiasmada», llena de gozo y de amor, poseída realmente por el descubrimiento que ha hecho en Jesús. Sienten que Él les cambia el mundo, que ven las cosas al revés que antes, y que es en Él en quien Dios se les ha hecho patente. Y así lo confiesan. No hace falta más. La ontología de los siglos subsiguientes es cultural, occidental, griega. Para el caso, sobra.

¿Qué significa hoy para nosotros? Lo mismo, sólo que a 20 siglos de distancia. Con más perspectiva, con más sentido crítico, con más conciencia de la relatividad (no digamos “relativismo”) de nuestras afirmaciones, sin fanatismos ni exclusivismos, sabiendo que la misma manifestación de Dios se ha dado en tantos otros lugares, en tantas otras religiones, a través de tantos otros mediadores. Pero con la misma alegría, el mismo amor y el mismo convencimiento. Leer más…

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Dom 26.3.17. La rebelión del ciego de nacimiento

Domingo, 26 de marzo de 2017
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doming6Del blog de Xabier Pikaza:

Domingo 4º de Cuaresma. Ciclo A. Jn 9, 1-41. Comenté el domingo pasado el texto de la samaritana, el próximo comentaré la resurrección de Lázaro; hoy toca la historia del ciego de nacimiento.

Como dije en la postal de ayer, la liturgia de estos tres domingos de cuaresma (tercero, cuarto y quinto), ofrece una cuidadosa selección de tres pasajes del evangelio de Juan, que ofrecen una catequesis simbólica que culmina en el Bautismo, el día de Pascua.

El domingo pasado fue el agua de la vida en relación con los samaritanos. Hoy es la luz de la verdad, en relación con los maestros de Jerusalén. Luz, esto es Jesús: agua que cura, palabra que libera para vivir y confesar el amor más alto.

Éste es un evangelio (una catequesis) de iluminación, como lo ha puesto de relieve desde antiguo la liturgia cristiana, reflejada en el precioso icono de la imagen (con Jesús y el ciego, la fuente bautismal, los que critican…).

Pero éste es, al mismo tiempo, un texto de rebelión… Es el testimonio de Jesús que se rebela contra aquellos que quieren mantener a los hombres a ciegas, para dominarles por su tipo de ley, por su egoísmo… Pues bien, en contra de eso, Jesús dice a este ciego de Siloé que se rebele, que no siga estando ciego, al borde del camino… que vea por sí mismo, que decida, que confiese su nueva libertad, aunque eso le cueste el rechazo de la autoridades, incluso de sus mismos familiares.

Una maravilla de texto, que presentaré brevemente, con un poema final. Una maravilla de catequesis de cuaresma. Buen domingo a todos.

Texto. Juan 9,1-41

Es largo. A pesar de ello lo voy a reproducir entero. Es un prodigio, he dicho. Basta con leerlo y quedar. Si alguien quiere puede seguir después con mi comentario:

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. [Y sus discípulos le preguntaron: “Maestro, ¿quien pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?” Jesús contestó: “Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.”

Dicho esto,] escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado.” Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: “¿No es ése el que se sentaba a pedir?” Unos decían: “El mismo.” Otros decían: “No es él, pero se le parece.” Él respondía: “Soy yo.”
[Y le preguntaban: “¿Y cómo se te han abierto los ojos?” Él contestó: “Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver.” Le preguntaron: “¿Dónde está él?” Contestó: “No sé.”]

piscina-de-siloeLlevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: “Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.” Algunos de los fariseos comentaban: “Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.” Otros replicaban: ¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?” Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: “Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?” Él contestó: “Que es un profeta.”

[Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: “¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?” Sus padres contestaron: “Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse.” Sus padres respondieron así porque tenían miedo los judíos; porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: “Ya es mayor, preguntádselo a él.”

Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: “Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.” Contestó él: “Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.” Le preguntan de nuevo: ¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?” Les contestó: “Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso; ¿para qué queréis oírlo otra vez?; ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?” Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron:

“Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene.” Replicó él: “Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.”]

Le replicaron: “Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?” Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: “¿Crees tú en el Hijo del hombre?” Él contestó: “¿Y quién es, Señor, para que crea en él?” Jesús les dijo: “Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.” Él dijo: “Creo, señor.” Y se postró ante él.

[Jesús añadió: “Para un juicio he venido ya a este mundo; para que los que no ve vean, y los que ven queden ciegos.” Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron: “¿También nosotros estamos ciegos?” Jesús les contestó: “Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.”]

Un texto encuadrado en la liturgia

Éste ha sido desde el principio un texto de “liturgia”, una catequesis que la Iglesia vuelve a presentar en el tiempo de cuaresma, encuadrada en otras dos catequesis de cuaresma: 3ª Semana.- AGUA (relato de la Samaritana- Jn 4, 5-42) y
5ª semana.- RESURRECCIÓN (relato de la “resurrección” de Lázaro- Jn11,1-45)

Una historia de fondo. Tres encuentros de Jesús

Este “milagro” no tiene equivalente en los sinópticos. Eso no quiere decir que el evangelista Juan lo haya inventada. Posiblemente ha tomado una historia que corría en la tradición, una historia parecida a otros milagros de ciegos (cf. Mc 8, 22-26 y 10, 46-52: ciego de Betsaida, ciego de Jericó), y la ha adaptado y recreado, en el escenario más solemne de Jerusalén, con la aguas de Siloé (bajo el templo), con Jesús como luz, en el contexto de las disputas de algunos cristianos con otros grupos de judíos sobre la luz verdadera (en el trasfondo del sábado judío y de la obra de Dios)

Quiero ofrecer un recuerdo. Hace cincuenta años, el curso 1967/1968, el prof. Ignace de la Potterie nos ofreció todo un semestre (cuatro lecciones por semana) sobre este pasaje, en el Bíblico de Roma.

No dijo todo lo que se puede decir; yo no recuerdo ahora todo lo que dijo, pero fue un tiempo de gracia, como descubrir la luz y la verdad y la libertad, en el mismo entorno de Jerusalén, en el camino que va de la ciudad alta y del templo a la baja, con el agua… en el camino que va de la ley a la libertad, en con contexto más solemne de la transformación mesiánica:


La Samaritana
era el signo de la mujer/pueblo que busca la vida del agua, la vida en libertad, sin estar esclavizada por maridos y maridos que pasan sin quedar, junto al pozo de Jacob, sin Sicar/Samaría. Se supone que es “pecadora”, pero no ella como persona, sino por toda la historia que lleva detrás y que le arrastra.

Este ciego es el hombre que no logra ver “por nacimiento”, es decir, por condición humana. No, no se trata de pecado, sino de la misma situación vital, de la ceguera humana, que se expresa, de un modo claro, en este hombre. Hay muchos que le quieren enseñar a ver (los maestros del judaísmo de la ley), pero le dejan en la ceguera. Es una ceguera que empieza siendo externa (no ver las cosas, no comprender el sentido de la vida) y que termina siendo interior (no saber quién soy, en quien puedo confiar, vivir utilizado por otros)

Vendrá después el muerto, Lázaro en la tumba. Recordemos los encuentro de Buda (el enfermo, el anciano, el muerto…). Aquí tenemos tres encuentros de Jesús: la mujer esclavizada, el hombre ciego, el muerto… Sólo aquí, ante la tumba, se podrá proclamar la palabra de vida.

Pero vengamos al ciego: la rebelión de los ciegos

Jesús no explica (tampoco explica Buda). Jesús no hace una teoría sobre el origen de la ceguera (¿quién pecó?). Hace algo más grande. Dice que tenemos que ayudarle y le ayuda, llevándole de las leyes de la ciudad alta (dominada por sacerdotes y escribas) a la fuente de la vida, abajo, en el manantial de Siloé, que es signo profético de abundancia y claridad futura.

El “pecado” de este ciego de nacimiento es el pecado de todos los hombres que no le ayudan, que no quieren entenderle, que le someten a sus leyes y conveniencia… Pues bien, Jesús no tiene una “compasión” externa de este ciego, sino que le dice que sea él mismo, que asuma su propia tarea, que baje al agua, que se limpie… Él mismo le pone barro en sus ojos (barro de saliva, de aliento vital…) y le dice que vaya, que se limpie, que vea, que no tenga miedo.

Los maestros de la Ley escribas o doctores, querían dominar al ciego, dirigirle y tenerle bajo su “influjo”. Ellos aparecían como buenos videntes, como guías perfectos…, para consolar a los ciegos y dejarles en su ceguera. Jesús, en cambio, no consuela el ciego (en un sentido superficial), sino que le dice que vaya, que asuma su destino, que se limpie, que sea él mismo, que vea, aunque ello implique el riesgo de que le echen de los “sanedrines y sinagogas”.

En el fondo, Jesús pide al ciego que se rebele contra una ley de ceguera, que le obliga a mendigar, bajo la “caridad” de los maestros ciegos, que viven a costa de la ceguera de los demás. Le pide que se rebele, que deje su puesto de mendigo, que no tenga miedo al “qué dirán”, que sea él mismo, que vea. Leer más…

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“Una historia en siete escenas y quince preguntas”. Domingo 4º de Cuaresma. Ciclo A.

Domingo, 26 de marzo de 2017
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ciego-de-nacimientoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

  1ª escena: Los discípulos y Jesús. 1ª pregunta

(La escena tiene lugar al comienzo de las escaleras que conducen al templo de Jerusalén. Un hombre de unos veinte años, ciego, está sentado pidiendo limosna. Jesús y sus discípulos se aproximan a él entrando por la izquierda. Felipe mira al ciego con detenimiento y comienza a discutir con Bartolomé. Luego se acercan a Jesús.)

Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron:
-«Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?»
Jesús contestó:
-«Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.»

2ª escena: Jesús y el ciego

Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo:
-«Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).»
Él fue, se lavó, y volvió con vista.

3ª escena: Los vecinos y el ciego. 2ª – 4ª preguntas

(Una calle de Jerusalén. Un grupo de personas rodea al ciego. Otros comentan entre ellos a corta distancia.)

Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:
¿No es ése el que se sentaba a pedir?
Unos decían:
-«El mismo.»
Otros decían:
-«No es él, pero se le parece.»
Él respondía:
-«Soy yo.»
Y le preguntaban:
¿Y cómo se te han abierto los ojos?»
Él contestó:
-«Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver. »
Le preguntaron:
«¿Dónde está él?»
Contestó:
-«No sé.»

4ª escena: Los fariseos y el ciego. 5ª y 6ª preguntas

(Amplia sala de reunión, con asientos en semicírculo. Al fondo, una ventana ilumina la escena, sin restarle cierto aire tétrico a la sala. A la derecha, una puerta. Los fariseos están sentados y el ciego de pie en el centro. Dos guardias también de pie junto a la puerta.)

Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó:
-«Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»
Algunos de los fariseos comentaban:
-«Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.»
Otros replicaban:
¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?»
Y estaban divididos.
Y volvieron a preguntarle al ciego:
-«Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?»
Él contestó:
-«Que es un profeta.»

5ª escena: Los fariseos y los padres. 7ª y 8ª preguntas

(A una señal del presidente, los guardias se llevan al ciego por la puerta de la derecha. Vuelven poco después con un matrimonio de entre cuarenta y cincuenta años. Se les nota nerviosos y con miedo).

Los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron:
¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?»
Sus padres contestaron:
-«Sabernos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse. »
Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos; porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: «Ya es mayor, preguntádselo a él.»

6ª escena: Los fariseos y el ciego. 9ª-12ª preguntas

(Los guardias sacan fuera al matrimonio. Tras una acalorada discusión, el tribunal decide llamar por segunda vez al ciego. Entra escoltado por los dos guardias.)

Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron:
-«Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador. »
Contestó él:
-« Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.»
Le preguntan de nuevo:
¿«Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?»
Les contestó:
-«Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso; ¿para qué queréis oírlo otra vez?; ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos? »
Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron:
-«Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene.»
Replicó él:
-«Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.»
Le replicaron:
-«Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?»
Y lo expulsaron.

7ª escena: Jesús, el ciego y los fariseos. 13ª-15ª preguntas

(La escena tiene lugar en la escalera de acceso al templo, como la escena primera.)

Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:
¿Crees tú en el Hijo del hombre?»
Él contestó:
¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús le dijo:
-«Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.»
Él dijo:
-«Creo, Señor.»
Y se postró ante él.
Jesús añadió:
-«Para un juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven vean, y los que ven queden ciegos.»
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron:
¿También nosotros estamos ciegos?»
Jesús les contestó:
-«Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.»

COMENTARIO

«A mi hijo lo citaron como testigo, lo estuvieron interrogando más de dos horas y al final lo condenaron como culpable. ¿Usted ha oído hablar de algo parecido?» Me lo dice el padre de un ciego de nacimiento, en voz baja, por miedo a las autoridades. Un caso que tiene conmocionada a Jerusalén en estos días de la gran fiesta.

Todo comenzó el sábado pasado, cuando un muchacho ciego de nacimiento fue curado de su ceguera por un galileo llamado Jesús. Al parecer, entre sus discípulos se planteó la discusión de si era ciego por culpa propia o de sus padres. Jesús dijo que nadie tenía la culpa, se agachó a recoger un poco de polvo, escupió sobre él y untó el barro en los ojos del ciego. Luego le mandó lavarse en la piscina de Siloé. Y cuando lo hizo, comenzó a ver.

Este corresponsal ha intentado ponerse en contacto con el ciego pero le ha resultado imposible. Tampoco hay noticias de Jesús, que parece haber abandonado la ciudad. Según algunos, este galileo se considera superior a Abrahán y Moisés y no se siente obligado a observar el sábado. Las autoridades, preocupadas por el escándalo que está provocando en la población, convocaron al ciego como testigo de cargo contra Jesús. Según su padre, se comportó de manera imprudente y de testigo terminó en acusado y condenado. No se extrañen. Jerusalén no es Alejandría. En Jerusalén todo es posible.

De esto podrían haberse quejado los padres del ciego de nacimiento, en voz baja, por miedo a los fariseos. Pero sería erróneo limitarse a la queja de los padres, porque el ciego terminó muy contento.

Una discusión absurda

Todo empezó por una discusión absurda entre los discípulos cuando se cruzaron con el ciego: ¿quién tenía la culpa de su ceguera?, ¿él o sus padres? Si hubieran leído al profeta Ezequiel, sabrían que nadie paga por la culpa de sus padres. Y si supieran que el ciego lo era de nacimiento, no podrían haberlo culpado a él. Jesús zanja rápido el problema: ni él ni sus padres. Su ceguera servirá para poner de manifiesto la acción de Dios y que Jesús es la luz del mundo.

Una forma extraña de curar

En el evangelio de Juan, igual que en los Sinópticos, la palabra de Jesús es poderosa. Lo demostrará poco más tarde resucitando a Lázaro con la simple orden: «sal fuera». Sin embargo, para curar al ciego adopta un método muy distinto y complicado. Forma barro con la saliva, le unta los ojos y lo envía a la piscina de Siloé. Un volteriano podría decir que no cabe más mala idea: le tapa los ojos con barro para que vea menos todavía, y lo manda cuesta abajo; más que curarse podría matarse.

¿Qué pretende enseñarnos el evangelista? No es fácil saberlo. San Ireneo, en el siglo II, fijándose en la primera parte, relacionaba el barro con la creación de Adán: Dios crea al primer hombre y Jesús crea a un cristiano; pero esto no explica el uso de la saliva ni el envío a la piscina de Siloé. San Agustín, fijándose en el final, relacionaba el lavarse en la piscina con el bautismo; tampoco esto explica todos los detalles.

Una cosa al menos queda clara: la obediencia del ciego. No entiende lo que hace Jesús, pero cumple de inmediato la orden que le da. No se comporta como el sirio Naamán, que se rebeló contra la orden de Eliseo de lavarse siete veces en el río Jordán. Como Abrahán, por la fe sale de su mundo conocido para marchar hacia un mundo nuevo.

Un anacronismo intencionado

La antítesis del ciego la representan los fariseos. El evangelista deforma la realidad histórica para acomodarla a la situación de su tiempo. En la época de Jesús los fariseos no podían expulsar de la sinagoga; ese poder lo consiguieron después de la caída de Jerusalén en manos de los romanos (año 70), cuando el sacerdocio perdió fuerza y ellos se hicieron con la autoridad religiosa. A finales del siglo I, bastante después de la muerte de Jesús, es cuando comenzaron a enfrentarse decididamente a los cristianos, acusándolos de herejes y expulsándolos de la sinagoga.

El miedo y la osadía

El relato de Juan refleja muy bien, a través de los padres del ciego, el pánico que sentían muchos judíos piadosos a ser declarados herejes, impidiéndoles hacerse cristianos.

El hijo, en cambio, se muestra cada vez más osado. Tras la curación se forma de Jesús la misma idea que la samaritana: «es un profeta»; porque el profeta no es sólo el que sabe cosas ocultas, sino también el que realiza prodigios sorprendentes. Ante la acusación de que es un pecador, no lo defiende con argumentos teológicos sino de orden práctico: «Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.» Luego no teme recurrir a la ironía, cuando pregunta a los fariseos si también ellos quieren hacerse discípulos de Jesús. Y termina haciendo una apasionada defensa de Jesús: «si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.»

La verdadera visión y la verdadera luz

Hasta ahora, el ciego sólo sabe que la persona que lo ha curado se llama Jesús. Lo considera un profeta, está convencido de que no es un pecador y de que debe venir de Dios. El ciego ha empezado a ver. Pero la verdadera visión la adquiere en la última escena, cuando se encuentra de nuevo con Jesús, cree en él y se postra a sus pies. Lo importante no es ver personas, árboles, nubes, muros, casas, el sol y la luna… La verdadera visión consiste en descubrir a Jesús y creer en él. Y para ello es preciso que Jesús, luz del mundo, ilumine al ciego poniéndose delante, proyectando una luz intensa, que deslumbra y oculta los demás objetos, para que toda la atención se centre en ella, en Jesús.

No hay peor ciego que quien no quiere ver

Los fariseos representan el polo opuesto. Para ellos, el único enviado de Dios es Moisés. Con respecto a Jesús, a lo sumo podrían considerarlo un israelita piadoso, incluso un buen maestro, si observa estrictamente la Ley de Moisés. Pero está claro que a él no le importa la Ley, ni siquiera un precepto tan santo como el del sábado. Además, nadie sabe de dónde viene. Resuena aquí un tema típico del cuarto evangelio: ¿de dónde viene Jesús? Pregunta ambigua, porque no se refiere a un lugar físico (Nazaret, de donde no puede salir nada bueno, según Natanael; Belén, de donde algunos esperan al Mesías) sino a Dios. Jesús es el enviado de Dios, el que ha salido de Dios. Y esto los fariseos no pueden aceptarlo. Por eso lo consideran un pecador, aunque realice un signo sorprendente. Dios no puede salirse de los estrictos cánones que ellos le imponen. Ellos tienen la luz, están convencidos de que ven lo correcto. Y este convencimiento, como les dice Jesús al final, hace que permanezcan en su pecado.

La samaritana y el ciego

Hay un gran parecido entre estas dos historias tan distintas del evangelio de Juan. En ambas, el protagonista va descubriendo cada vez más la persona de Jesús. Y en ambos casos el descubrimiento les lleva a la acción. La samaritana difunde la noticia en su pueblo. El ciego, entre sus conocidos y, sobre todo, ante los fariseos. En este caso, no se trata de una propagación serena y alegre de la fe sino de una defensa apasionada frente a quienes acusan a Jesús de pecador por no observar el sábado.

* * *

En el evangelio dice Jesús a los discípulos: « Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado». La primera lectura de este domingo concreta algunos aspectos de estas obras de la luz.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 5, 8-14

Hermanos:
En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz -toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz-, buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas.
Pues hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas.
Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: «Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz.»

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Cuarto Domingo de Cuaresma. 26 Marzo, 2017

Domingo, 26 de marzo de 2017
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“No sé si es pecador o no; solo sé que yo era ciego y ahora veo”.

(Jn 9, 1-41)

Muchas veces nos acercamos al evangelio con una actitud de “a ver qué me dice Jesús hoy”; buscamos sus palabras y las devoramos, sin prestar mucha atención a sus gestos, al contexto de la situación que nos narra el evangelio, y mejor no hablar de nuestro no fijarnos en los “personajes secundarios”.

Posemos nuestra mirada en el ciego de nacimiento, en su comportamiento, en sus pasos a lo largo de esta lectura. Comienza sin hacer nada, y sin decir nada. No busca acercarse a Jesús, ni pide que le sane… simplemente estaba ahí y “al pasar vio Jesús un hombre ciego de nacimiento”. Estaba y confiaba. Jesús toma la iniciativa, y él se presta. Le pone lodo en los ojos, y él se deja. Le manda ir a lavarse, y él va… y no dice nada.

Llegan las palabras. Le preguntan por Jesús y se lo ponen en bandeja para que conteste que es un pecador. Pero no cae en juzgar, en criticar al otro (en este caso a Jesús), no se fía de lo que le dicen y se basa en lo que él ha experimentado en primera persona, en lo él conoce de Jesús: “no sé si es pecador… sé que yo era ciego y ahora veo”, se basa en lo que Jesús había hecho con él. Le da la vista, le sana y pasa a ser un judío de los que cuentan.

Y ahora sí, ahora sí que tiene el valor de pedir a los fariseos que sean justos, que sean coherentes. Si se agarran a la Ley para juzgar a Jesús por no guardar el sábado, también se tienen que agarrar a ella para comprender que las actitudes en favor de los pobres vienen de Dios.

Ahora sí. Ahora ve, ahora habla, y las palabras que pronuncia no juzgan sino que piden justicia.

ORACIÓN

Abre nuestros ojos, Señor.

Abre nuestro corazón, Señor.

y pon en nuestros labios, tus palabras de justicia.

Amén.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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La gloria de Dios, el bien del hombre

Domingo, 26 de marzo de 2017
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pictures-of-jesus-blind-man-thanks-1138184-galleryJn 9, 1-41

Todo el relato es simbólico. Se propone un proceso catecumenal que lleva al hombre de las tinieblas a la luz; de la opresión a la libertad; de no ser nada a ser plenamente hombre. Jesús acaba de decir: “Yo soy la luz del mundo”. Lo repite y lo va a demostrar con hechos, dando la vista al ciego. Jesús no le consulta, pero no suprime su libertad, le da la oportunidad, pero la decisión queda en sus manos. Tendrá que ir a lavarse. Los demás personajes siguen en su ceguera: fariseos, apóstoles, paisanos, padres.

Al mezclar la tierra con su saliva está simbolizando la creación del hombre nuevo, compuesto por la tierra-carne y la saliva-Espíritu. De ahí la frase que sigue: le untó su barro en los ojos. El barro, modelado por el Espíritu, es el proyecto de Dios realizado ya en Jesús, y con posibilidad de realizarse en todos los seres humanos. Jn usa dos verbos para indicar la aplicación del barro en los ojos: aquí untar-ungir, en relación con el apelativo de Jesús “Mesías”. Más adelante dirá sencillamente aplicar.

Aquí está la clave de todo el relato. El ciego es ahora un “ungido”, como Jesús. El hombre carnal ha sido transformado por el Espíritu. La duda de la gente sobre la identidad del ciego, refleja la novedad que produce el Espíritu. Siendo el mismo, es otro. El hombre ciego ya era libre pero no lo había visto todavía. De ahí que el ciego utilice las mismas palabras que tantas veces, en Jn, utiliza Jesús para identificarse: Soy yo. Esta fórmula refleja la identidad del hombre transformado por el Espíritu. Descubre la transformación que se ha operado en su persona y quiere que los demás la vean.

El ciego, que era solo carne, se dejó transformar por el Espíritu. Jn no da ninguna importancia al hecho de la curación física. Lo despacha con media línea. Lo que de verdad importa es que este hombre estaba limitado y carecía de toda libertad antes de encontrarse con Jesús. Su vida, anodina y dependiente, está ahora llena de sentido. Pierde el miedo y comienza a ser él mismo, no solo en su interior sino ante los demás.

La piscina de Siloé estaba fuera de los muros de la ciudad. Recogía el agua de la fuente de Guijón que llegaba a ella conducida por un canal-túnel (de ahí el nombre arameo de “siloah”=emisión-envío, agua emitida-enviada). Jn aplica el nombre a Jesús, el enviado. La doble mención de untar-ungir y la de la piscina, término que era utilizado para designar la fuente bautismal, nos muestra que se está construyendo este relato a partir de los ritos de iniciación (bautismo) de la primera comunidad.

No se había mencionado que era mendigo. Estaba impotente, dependiendo de los demás. El punto de partida es clave para resaltar el punto de llegada. Jesús le va a dar la movilidad y la independencia. Le hace hombre cabal. Tampoco se había mencionado que era sábado. Jesús no tiene en cuente esa circunstancia a la hora de hacer bien al hombre. Amasar barro estaba explícitamente prohibido por la Ley. El amasar el barro el día séptimo, prolonga el día sexto de la creación. Jesús termina la creación del hombre.

Para los fariseos no tiene importancia que un hombre haya sido curado. No se alegran del bien del hombre. Solo les interesa la Ley y creen que a Dios tampoco le importa el hombre. Acuden a los padres para desvirtuar el hecho que no pueden negar. Los padres son gente sometida, en tinieblas. La pregunta es triple: ¿Es vuestro hijo? ¿Nació ciego? ¿Cómo recobró la vista? Los padres responden a las dos primeras preguntas, pero a la tercera, la más importante, no se atreven a responder. El miedo les impide aceptar cualquier complicidad con el hecho. Tiene miedo de ser expulsados de la institución.

Al fallarles la argucia empleada con los padres, intentan confundir al ciego. Quieren, por todos los medios, conseguir la lealtad del ciego aún en contra de la evidencia. Condenan a Jesús en nombre de la moral oficial y pretenden que le condene también el que ha sido curado. Ellos lo tienen claro, Dios no puede estar de parte del que no cumple la Ley. Dios no puede actuar contra el precepto ni siquiera en beneficio del hombre. Quieren hacerle ver que la vista de que ahora goza es contraria a la voluntad de Dios.

El ciego no tiene miedo. Expresa lo que piensa ante los jefes. A las teorías opone los hechos. Puede que se haya quebrantado la Ley, pero lo que ha sucedido es tan positivo para él, que se hace la pregunta: ¿No estará Jesús por encima del sábado? Ha visto el amor gratuito y liberador. Él sabe ahora lo que es ser un hombre y sabe también lo que es Dios. Él ahora ve, los maestros están ciegos. Descubre que en Jesús, está presente Dios. El hombre utiliza una teología admitida por todos. Dios no está de parte de un pecador.

Los fariseos están tan seguros de sí, que dudan de la misma realidad. El ciego no sabe nada, pero le es imposible negar lo que personalmente ha vivido. Por no negar su propia experiencia ni renunciar al bien que ha recibido, lo expulsan. Con su mentira han querido apagar la luz-vida. Al no conseguirlo, el hombre no puede permanecer dentro del ámbito de la muerte-tiniebla, que es la sinagoga. Lo mismo que Jesús tuvo que salir del templo, el ciego que ha recibido la luz, tiene que salir de la institución judía.

“Fue a buscarlo”. El (euron) griego no significa un encuentro fortuito, sino el fruto de una búsqueda. El contraste salta a la vista. Los fariseos lo expulsan, Jesús lo busca. No le dice, como al inválido de la piscina, que no vuelva a dejarse someter, porque ya se había mantenido firme ante los fariseos. Con su pregunta acaba la obra de iluminación. La acción de Jesús había hecho descubrir al ciego una nueva manera de ser hombre, cuyo modelo era Jesús, “el Hombre”. Jesús quiere que tome conciencia de esta realidad.

El relato termina con la plena aceptación de Jesús. “Se postró” (prosekinesen) es el mismo verbo con que se designa la adoración debida a Dios en 4,20-24. El gesto de postrarse para adorar a Jesús no es infrecuente en los sinópticos, sobre todo en Mt, pero éste es el único pasaje de Jn en que aparece. Jesús, el Hombre, es el nuevo santuario donde se verifica la presencia de Dios. El ciego, expulsado, encuentra el verdadero santuario, Jesús, donde se rinde el culto en espíritu y verdad, anunciado a la Samaritana.

Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean y los que creen ver se queden ciegos. Estas no son palabras de Jesús sino de los cristianos de finales del s. I. clara alusión a los fariseos que se revuelven contra Jesús: ¿También nosotros estamos ciegos? Los conocedores y cumplidores de la Ley, que tenían por ciegos a los demás, era inconcebible que alguien pudiera tenerles por ciegos. La respuesta de Jesús deja clara la realidad: Los que más cerca se creen de Dios, son los que menos le conocen.

Meditación-contemplación

Creer en Jesús es creer en el Hombre.
Él es el modelo de hombre, el hombre acabado según el designio de Dios.
Alcanzó esa plenitud dejando que el Espíritu lo invadiera.
Jesús es, a la vez, la manifestación de Dios y el modelo de hombre.

En su humanidad, se ha hecho presente lo divino.
El Espíritu asumió y elevó la materia hasta transformarla en Espíritu.
Mi meta es también dejarme transformar en Espíritu.
Para ello hay que nacer de nuevo.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Peregrinos en tinieblas

Domingo, 26 de marzo de 2017
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el-gran-mirlagroLa libertad está hecha para ser compartida (Pierre Corneille)

Domingo 26 de marzo. IV de Cuaresma “Laetare

Jn 9, 1-41

…y luego le dijo: Ve a lavarte a la alberca de Siloé -que signfca enviado-. Fue, se lavó, y volvió con vista

El hombre, la sociedad, los pueblos que no son libres son prisioneros de las sombras. Jesús se hizo hombre para conducir a los peregrinos en tinieblas al esplendor de la fe. El Apóstol de los Gentiles nos lo dice en su Carta a los Efesios, apartado “El Reino de la Luz”: “Descargad la ira sobre los rebeldes. No os hagáis cómplices suyos. Pues si en un tiempo erais tinieblas, ahora, por el Señor sois luz: fruto de la luz es toda bondad, justicia y verdad (Ef 5, 6-9). “No participéis en las obras estériles de las tinieblas, antes bien denunciadlas” (Ef 5 11). ¡Despierta, tú que duermes, levántate de la muerte y te iluminará el Mesías” (Ef 5, 14)Isaías había proclamado en el AT esta luz para cuantos habitan en sombras: “El pueblo que andaba en tinieblas, vio una luz grande. Sobre los que habitan en la tierra en sombras de muerte, resplandeció una brillante luz” (Is 9, 2).

El cineasta Martin Scorsese (1942) narra en su película Silencio (Diciembre 2016). Un dramahistórico del siglo XVII, en el que dos jesuitas portugueses, Cristóbal Ferreira y Sebastián Rodrigues, viajan a Japón en busca de un misionero –Francisco Garupe– que, tras ser perseguido y torturado, ha renunciado a su fe. Ellos mismos vivirán el suplicio y la violencia con que los japoneses reciben y tratan a los cristianos. Los protagonistas –seres humanos en pleno viacrucis físico y ético– se ven convertidos en mártires, apostasía incluida, a causa de su fe. Los verdugos retoman su secular papel de samurais, la famosa élite de guerreros japonesa que, con verdadera destreza, saña, y sentido de venganza, saben prolongar el dolor sin compasión alguna en los que consideran enemigos.

En una entrevista, el director americano confiesa: “No soy un hombre religioso; Dios, si existe, lo sabe bien”.  Y luego manifiesta que su film no es una lucha entre religiones –de hecho, hay una crítica clara a la imbecilidad de los extremismos religiosos condenados a llevar el odio allá donde ponen el pie–, es un combate entre el ser humano y el ente divino, en la lucha existente en el ser terrenal por aprehender la divinidad desde la bondad y la humildad más pura. Y finalmente, una confrontación con sus propios miedos y demonios al descubrir que todo el amor del mundo no va a poder jamás derrotar a aquellos que usan el odio irracional y la violencia salvaje como estilo de vida. Luego está el silencio del Dios al que se reza. Un silencio que también es pura barbarie y que acaba sin dar respuesta a la mayoría de los dilemas éticos que plantea la película.

En la misma época en que Scorsese ubica los hechos, un ilustre dramaturgo francés, Pierre Corneille (1606-1684), crea un nuevo estilo teatral, en el que los sentimientos trágicos son puestos en escena por primera vez en un universo plausible: el de la sociedad contemporánea. Escribe obras que exaltan los sentimientos de nobleza (El Cid), que recuerdan que los políticos no están por encima de las leyes (Horacio), o que presentan a un monarca que trata de recuperar el poder sin ejercer la represión (Cinna).

En la ópera “Catón in Útica”, de Vivaldi, decía el protagonista: “Habrá problemas si se enseña a los soldados a leer o a apreciar la música, porque entonces olvidarán el arte de la Guerra. Esto dice mucho sobre la capacidad del arte y la cultura en general de transformar nuestra sociedad en una sociedad menos violenta y más profunda.

La libertad está hecha para ser compartida”, escribió el dramaturgo galo, que es lo que pretendían los héroes portuguesesen su épica aventura, y que otros ilustres personajes de la época calificaron con similares términos. ”La desgracia descubre al alma luces que la prosperidad no llega a percibir” (Pascal). Y también nuestra Teresa de Ávila: “Si en medio de las adversidades persevera el corazón con serenidad, con gozo y con paz, esto es amor”.

Lo mismo que el primer hombre fue creado del barro de la tierra, Jesús hizo barro con su saliva. Lo untó en los ojos del ciego y le mandó lavárselos con agua, y el ciego vio. En la Cuaresma tenemos que seguir renunciando a cuanto nos impide decirle con toda verdad: “Creo en ti, Señor”. Nos queda únicamente preguntarnos: ¿Qué hice, qué -hago, qué haré por él? Y una vez preguntados, darnos y aceptar honradamente la respuesta.

Una respuesta bañada en un mar de amor, y cuya llama jamás podrá apagarse, como cantó en su Poema LXXVIII Adolfo Bécquer.

AMOR ETERNO

Podrá nublarse el sol eternamente;

podrá secarse en un instante el mar;
podrá romperse el eje de la tierra
como un débil cristal.

¡Todo sucederá! Podrá la muerte

cubrirme con su fúnebre crespón;
pero jamás en mí podrá apagarse
la llama de tu amor.

 Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Otros ojos, otro corazón, otra luz.

Domingo, 26 de marzo de 2017
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ciego_03Jn 9, 1-41

¡Cuántas veces habremos hecho levantarse a nuestra madre para comprobar que “de verdad” la sudadera que buscábamos no estaba en su sitio, y sin embargo, qué cara de asombro e incredulidad se nos quedaba al ver que, efectivamente, nada más abrir el armario ahí estaba! Ella lo sabía, por eso iba directa, sin dudar, al lugar adecuado, mientras nosotros, aun teniéndola delante, no éramos capaces de encontrarla.

“Arreglamos el mundo” con los amigos, en conversaciones con mucha pasión, pero olvidando que a nuestro lado tenemos un compañero al que prácticamente ignoramos. Mucha ideología; poca sensibilidad hacia lo real. Pero en este caso, a diferencia de la anécdota anterior, ya no se nos dibuja una sonrisa al recordarlo sino que produce pesar reconocer nuestras incoherencias y caer en la cuenta del bien que podíamos haber hecho y que, sin embargo, quedó sin hacer.

Y todo por estar demasiado centrados en nosotros mismos. Así es imposible ver.

El Señor lo sabe. Porque Él es esa Madre que nos devuelve la mirada animándonos a pensar por qué no logramos encontrar lo más valioso “a primera vista”; o ese Padre pendiente de cada ser, de los cercanos y los lejanos, que no se pierde en discursos baldíos, sino que lleva a la práctica el amor de forma radical. Será porque nunca se detiene en sí mismo y se desvive por los demás.

Mientras estemos “en lo nuestro” será complicado que veamos algún día, más allá. Necesitamos otros ojos, otro corazón, otra luz.

Las lecturas de este domingo nos llaman la atención sobre la importancia de ver mejor para vivir en la verdad, con mayor plenitud. Cada una de ellas supone un paso que nos ayudará a avanzar en la curación de nuestra ceguera:

La primera lectura, rememora la unción de David. Contra todo pronóstico fue el elegido para ser el nuevo rey de Israel. Al Señor no le importaba que fuera el pequeño y el más insignificante de sus hermanos. Él aprecia cosas que nosotros pasamos por alto. Porque el hombre mira las apariencias, pero Yahveh mira al corazón (1Sm 16,7).

Para ver mejor tenemos primero que aprender cómo mira Dios. Que sus ojos sean nuestros ojos.

En la siguiente lectura san Pablo nos recuerda que solo el Señor ilumina la vida porque Él nos puede enseñar a reconocer dónde están la bondad, la justicia y la verdad, es decir, todo aquello que nos hace crecer en humanidad.

Para ver, por tanto, es necesario buscar lo que agrada al Señor (Ef 5,10). Dejarnos guiar por su saber. Que su corazón sea nuestro corazón.

En el evangelio, el relato de la curación del ciego de nacimiento nos pone ante la ceguera más difícil de sanar: la que ha sido provocada no solo por uno mismo sino por los demás. Pues, a veces nos condenamos unos a otros a no ver. Menos mal que ahí está Jesús, aportando luz donde la oscuridad se ha adueñado de la persona. Pero su mensaje es claro: He venido al mundo para que los que no ven, vean (Jn 9,39).

Para ver hay que dejarse iluminar por el Señor. Hacer nuestra su Luz. Y entonces sí: con sus ojos, su corazón y su luz nunca volveremos a estar en situación de incurabilidad y la realidad aparecerá ante nosotros de un modo nuevo.

María Dolores López Guzmán

Fuente Fe Adulta

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“El otro hijo”. 4 Cuaresma – C (Lucas 15,1-3.11-32)

Domingo, 6 de marzo de 2016
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4-CUAR-277x300Sin duda, la parábola más cautivadora de Jesús es la del «padre bueno», mal llamada «parábola del hijo pródigo». Precisamente este «hijo menor» ha atraído siempre la atención de comentaristas y predicadores. Su vuelta al hogar y la acogida increíble del padre han conmovido a todas las generaciones cristianas.

Sin embargo, la parábola habla también del «hijo mayor», un hombre que permanece junto a su padre, sin imitar la vida desordenada de su hermano, lejos del hogar. Cuando le informan de la fiesta organizada por su padre para acoger al hijo perdido, queda desconcertado. El retorno del hermano no le produce alegría, como a su padre, sino rabia: «se indignó y se negaba a entrar» en la fiesta. Nunca se había marchado de casa, pero ahora se siente como un extraño entre los suyos.

El padre sale a invitarlo con el mismo cariño con que ha acogido a su hermano. No le grita ni le da órdenes. Con amor humilde «trata de persuadirlo» para que entre en la fiesta de la acogida. Es entonces cuando el hijo explota dejando al descubierto todo su resentimiento. Ha pasado toda su vida cumpliendo órdenes del padre, pero no ha aprendido a amar como ama él. Ahora solo sabe exigir sus derechos y denigrar a su hermano.

Esta es la tragedia del hijo mayor. Nunca se ha marchado de casa, pero su corazón ha estado siempre lejos. Sabe cumplir mandamientos pero no sabe amar. No entiende el amor de su padre a aquel hijo perdido. Él no acoge ni perdona, no quiere saber nada con su hermano. Jesús termina su parábola sin satisfacer nuestra curiosidad: ¿entró en la fiesta o se quedó fuera?

Envueltos en la crisis religiosa de la sociedad moderna, nos hemos habituado a hablar de creyentes e increyentes, de practicantes y de alejados, de matrimonios bendecidos por la Iglesia y de parejas en situación irregular… Mientras nosotros seguimos clasificando a sus hijos, Dios nos sigue esperando a todos, pues no es propiedad de los buenos ni de los practicantes. Es Padre de todos.

El «hijo mayor» es una interpelación para quienes creemos vivir junto a él. ¿Qué estamos haciendo quienes no hemos abandonado la Iglesia? ¿Asegurar nuestra supervivencia religiosa observando lo mejor posible lo prescrito, o ser testigos del amor grande de Dios a todos sus hijos e hijas? ¿Estamos construyendo comunidades abiertas que saben comprender, acoger y acompañar a quienes buscan a Dios entre dudas e interrogantes? ¿Levantamos barreras o tendemos puentes? ¿Les ofrecemos amistad o los miramos con recelo?

José Antonio Pagola

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“Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido”. Domingo 6 de marzo de 2016. 4º de Cuaresma

Domingo, 6 de marzo de 2016
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20-cuaresmaC4 cerezoLeído en Koinonia:

Josué 5, 9a. 10-12: El pueblo de Dios celebra la Pascua, después de entrar en la tierra prometida.
Salmo responsorial: 33: Gustad y ved qué bueno es el Señor.
2Corintios 5, 17-21: Dios, por medio de Cristo, nos reconcilió consigo.
Lucas 15, 1-3. 11-32: Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido.

Análisis

La primera lectura, del libro de Josué, nos presenta un elemento fundamental para la liturgia, que es la celebración de la Pascua en el desierto. El texto presenta una serie de elementos que pueden discutirse desde una perspectiva “histórica”: el nombre Guilgal seguramente no se remite a lo que dice aquí el texto sino a un “círculo” de piedras que puede haber dado origen a un sitio que hoy no conocemos con seguridad (hay diferentes locaciones posibles). Pero no es esto lo importante, sino que algo importante ha terminado. Esto es presentado como “el oprobio” de Egipto. Dado que el término oprobio se usa en Gn 34,17 para hablar de la circuncisión se ha pensado en que se refiere a haber estado bajo el dominio de “incircuncisos”. Esto ha sido cuestionado porque los egipcios se sometían a la circuncisión, pero no es a la “sola circuncisión” que debemos referirnos, no se ha de olvidar que esta es signo de la alianza de Dios con su pueblo (Gn 17,2.11) y ciertamente los egipcios no participan de esta alianza. Por otra parte, el v.9 pertenece de hecho a la unidad anterior (5,1-9) donde la circuncisión es el tema fundamental. Haber estado dominados por un pueblo “incircunciso” constituye un verdadero oprobio, pero el fin del éxodo (que de eso se trata esta unidad) marca también el fin de esta etapa.

No interesa, en este comentario, la parte histórica de notar que todavía no se han unido en la fiesta pascual la comida del cordero y la comida de los panes sin levadura., Esto parece haber ocurrido en tiempos de Josías (622 a.e.c.; 2Re 23,21-23: ¿Josué = Josías?), lo importante es que la celebración no sólo marca la culminación de un período sino el comienzo de uno nuevo, y este período está marcado por la memoria de los acontecimientos salvadores de Dios en el éxodo y el desierto. Es interesante notar la importancia que da esta unidad a los tiempos: “catorce del mes”, “día siguiente”, “ese mismo día”, “al día siguiente”, “aquel año”, un tiempo nuevo ha comenzado, y la celebración de la pascua es signo de ello.

Sabemos el lugar central que da el evangelio de Lucas a la “misericordia”. No vamos a desarrollar un comentario a toda la parábola sino a detenernos en lo fundamental. El movimiento de la parábola es sencillo: presentación de los personajes (vv.11-12), actitud del hijo menor (vv.13-20a), actitud del padre frente al hijo perdido (vv.20b-24), actitud del hijo mayor frente al hijo perdido (vv.25-32). Como se ve, las tres primeras escenas son paralelas a las actitudes del pastor y la mujer ante el objeto perdido, la novedad viene dada por la actitud del hijo mayor. Ciertamente este refleja la actitud de los fariseos y escribas ante los pecadores. No deja de ser interesante el lenguaje de la comida en la parábola, lo que nos recuerda el contexto: “hubo hambre” (v.14), deseaba comer las algarrobas (v.16), los jornaleros del padre “tiene pan en abundancia” (v.17), el padre manda “matar el novillo engordado, comamos y celebremos una fiesta” (v.23), “nunca me diste un cabrito para una fiesta con mis amigos” se queja el mayor (v.29) y aclara “ese hijo tuyo que devoró tus bienes con prostitutas” (v.30); además, en vv.23.24.29.32 utiliza eufrainô que como vimos es festejar en un banquete…

Como se ve, el contraste es entre dos personajes con respecto a una misma situación: el hijo/hermano menor. Como otras parábolas de dos personajes, quizá el título debería reflejar estas dos actitudes más que remitir al “hijo pródigo”.

Por una parte, se ocupa de mostrar qué bajo cayó el hijo menor con una serie de elementos muy críticos para cualquier judío: “país lejano”, “vida libertina/prostitutas”, “pasar necesidad”, “cuidar cerdos”, no le dan ni siquiera algarrobas, que es comida preferentemente de animales (¿las debe robar?), hasta el punto que pretende volver “a su padre” como un asalariado. Hay que prestar atención a palabras como “no merezco” (vv.19.21) y “es bueno/conviene” (v.32), a las que volveremos. Descubriendo su miseria el hijo parte “hacia su padre” (no dice a su casa, aunque se supone “pros”; vv.18.20), el hijo mayor es quien no entra “en la casa” (v.25). El movimiento de partida y regreso del hijo es semejante al perder-encontrar, y más aún a la muerte-resurrección (con este paralelismo termina la intervención del padre y vuelve a repetirse al intervenir el hijo mayor).

El hijo ha preparado un discurso, pero el padre no le permite terminarlo, no se le gana en generosidad e iniciativa: no sólo -contra las costumbres orientales- “corre” al encuentro del hijo al que ve de lejos, sino que le devuelve la filiación que había “perdido”: eso significan el anillo (sello), las sandalias y el mejor vestido, digno de un huésped de honor. La alegría del padre queda reflejada, además, en la fiesta por “este hijo mío”.

El hermano mayor, que viene de cumplir con sus responsabilidades de hijo no quiere ingresar a la casa y participar de la fiesta. Nuevamente el padre sale al encuentro de un hijo y debe escuchar los reproches. El mayor se niega a reconocerlo como hermano (“ese hijo tuyo”) cosa que el padre le recuerda (“tu hermano”). El padre no le niega razón a que el hijo mayor “jamás desobedeció una orden”, es un “siempre fiel”, uno que “está siempre con el padre” y todo lo suyo le pertenece, pero el padre quiere ir más allá de la dinámica de la justicia: el menor “no merece”, pero “es bueno” festejar. La misericordia supone un salir hacia los otros, los pecadores que -por serlo- no merecen, pero el amor es siempre gratuito y va más allá de los merecimientos, mira al caído. Los fariseos y escribas son modelos de grupos “siempre fieles”, pero su negativa a recibir a los hermanos que estaban muertos y vuelven a la vida los puede dejar fuera de la casa y de la fiesta. Los mayores también pueden irse de la casa si no imitan la actitud del padre, o pueden ingresar y festejar si son capaces de recibir a los pecadores y comer con ellos.

Comentario

En nuestra vida cristiana solemos movernos con caricaturas de Dios; sea por lo que creemos, por lo que mostramos, o por lo que nos enseñaron. Sea un Dios bonachón, un cascarrabias eterno que espera nuestra equivocación para quebrarnos, un distraído y olvidado de las cosas de los humanos a los que creó “hace tanto tiempo”, un “padre” autoritario y caprichoso que decide arbitrariamente y no permite discusiones en la realización de su voluntad… ¿Cómo es nuestro Dios?

Es importante saber cómo es el Dios en el que creemos, pero más importante es saber cómo es el Dios en el que creyó Jesús, cómo es el Dios que Él nos reveló. Como siempre, Jesús nos hablaba de Dios no sólo con palabras, sino también con lo que hacía. Haciendo, Jesús nos mostraba al Padre Dios, ¡al verdadero! Hoy Jesús nos cuenta una parábola, una parábola que nos habla de Dios, pero una parábola que nace de una actitud de Jesús, y él nos dice que frente a los hermanos despreciados, podemos obrar de dos maneras diferentes, como Dios -que es también como obra Jesús- o también como los judíos religiosos, los “separados” del resto, los puros.

El pecado es el no-amor-dado, y el amor no-dado, y por eso nos aleja de Dios, que es amor; nos separa de su casa paterna. Pero con su amor, que se sigue derramando, y de un modo preferencial por los pecadores, Dios sigue tendiendo constantemente su mano amiga, a la espera de la vuelta de sus hijos. Nosotros, en una frecuente caricatura de Dios, solemos rechazar, juzgar y condenar a los que creemos pecadores. Nosotros, al igual que Jesús, también mostramos con nuestras actitudes al Dios en el que creemos; pero, a diferencia de Jesús, mostramos un Dios que en nada se asemeja al Eterno Buscador de Hijos Perdidos.

El Jesús que ama y prefiere a los pecadores, y come con ellos, no hace otra cosa que conocer la voluntad del Padre y realizarla concretamente, sus mesas compartidas y sus comidas nos hablan de Dios, ¡claramente! En el comportamiento de Jesús se manifiesta el comportamiento de Dios, Jesús mismo es parábola viviente de Dios: su acción es entonces una revelación. ¿Qué Dios, qué Iglesia, qué ser humano revelamos con nuestra vida? Con frecuencia, como hermanos mayores estamos tan orgullosos de no haber abandonado la casa del padre, que creemos saber más que Él mismo: “Dios es injusto”, para nuestras justicias; Dios es “de poco carácter” para nuestra inmensa sabiduría. Quizá, Dios ya esté viejo, para dedicarse a su tarea y debería jubilarse y dejarnos a nosotros…

Frente a tanta gente que rechaza la Iglesia (“creo en Dios, no en la Iglesia”), a veces decimos “pero Dios sí quiere la Iglesia”. ¿No debemos preguntarnos constantemente qué Iglesia es la que Él quiere? ¿No debemos preguntarnos, en nuestras actitudes, qué Iglesia mostramos? Esta Iglesia, la que yo-nosotros mostramos, ¿es como Dios la quiere? Jesús, con su vida, y hasta con sus comidas, muestra el rostro verdadero de Dios, muestra la comunidad de mesa en la que él participa; hasta comiendo Él revela al verdadero Dios. Quizá debamos, de una vez, dejar nuestra actitud de hijo mayor, y ya que nos sale tan mal el papel de Dios, debamos asumir el papel de hijo menor; debemos volver a Dios para llenarlo de alegría, para participar de su fiesta; y, participando de su alegría, empecemos a mostrar el rostro de la misericordia de este Dios de puertas abiertas.

La misma cena eucarística es expresión de la universalidad del amor de Dios: es comida para el perdón de los pecados. El Dios de la misericordia, no quiere excluir a nadie de su mesa; es más, quiere invitar especialmente a todos aquellos que son excluidos de las mesas de los hombres por su situación social, por su pobreza, por su sexo o por cualquier otro motivo; y va más allá, no ve con buenos ojos que crean participar de su cena quienes no esperan a sus hermanos excluidos de la mesa por ser pobres. El Dios que no hace distinción de personas, ama dilectamente a los menos amados. Sin embargo, muchas veces tomamos la actitud del hermano mayor. ¿Cuándo nos sentaremos en la mesa de los pobres, y abandonaremos nuestra tradicional postura soberbia y sectaria de “buenos cristianos”? ¿Cuándo nos decidiremos a participar de la fiesta de Dios reconociéndonos hermanos de los rechazados y despreciados? Jesús nos invita a su comida, una comida en la que mostramos -como en una parábola- cómo es el Dios, como es la fraternidad en la que creemos. Y nos mostraremos cómo somos hermanos, cómo somos hijos en la medida de participar de la alegría del padre y del reencuentro de los hermanos. Leer más…

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Dom 6.3.16. Lucas, parábolas de la misericordia

Domingo, 6 de marzo de 2016
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12794364_555955571248306_2166191146636838782_nDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 4 cuaresma, Lc 15, 1-3.11-32. En contra de lo que a veces se suele pensar, el teólogo de la misericordia en el NT es Mateo, desde las Bienaventuranzas (5, 7) hasta el juicio (25,31-46). Lucas, en cambio, es el poeta de la misericordia, empezando por sus dos himnos (Benedictus y Magnificat) y terminando con sus parábolas, que hoy quiero presentar, según pide la liturgia.

El evangelio de este domingo 4º de Cuaresma es la parábola del Padre (hijo) Pródigo. Pues bien, junto a esa ofrece Lucas la parábola del Buen Samaritano. Ambas se completan, ofreciendo de esa forma el rostro del Padre misericordioso y pródigo en amor (como muestran algunas imágenes), junto al rostro y camino del Hijo misericordioso y samaritano

Será buen ejercicio cultural y religioso comparar ambas imágenes del Padre Misericordioso:

943983_555955651248298_6939729187598065690_nLa primera es de Rembrandt, calvinista holandés de Amsterdm, gran cristiano, que insiste en la relación entre los dos hermanos… Por un lado las obras de la Ley (hermano mayor), por otro la prodigalidad del Padre.

La segunda es de Murillo, católico de Sevilla…. Nos lleva de la “sinagoga” al pueblo; el hermano mayor es un trabajador que vuelve cansado del campo, el pródigo es casi un pícaro-semiarrepentido… (pero siga pensando y comparando el lector)

Las otras imágenes son de un pintor alemán del siglo XVI y de un catalán del XIX, con la portada de nuestro libro.

El lector podrá ver unidas las dos parábolas, las dos primera imágenes, de un modo esquemático, siguiendo el texto que he escrito con J. A. Pagola (Entrañable Dios, Estella 2016). Buen fin de semana a todos. Con Lucas os dejo, buena compañía.

1. Misericordia samaritana (Lc 10, 25-37).

Un jurista, experto en Biblia, le dijo “cómo podré heredar la vida eterna”, y Jesús contestó “cumple los mandamientos, amar a Dios y al prójimo” (10, 25-28); y como el jurista quisiera justificarse (¿quién es mi prójimo?), Jesús contó una parábola:

Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de desnudarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión (esplangnisthê); y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva. ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores? Él dijo: El que practicó la misericordia con él. Díjole Jesús: Vete y haz tú lo mismo (Lc 10, 25-37)
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Esta parábola pone de relieve la compasión del samaritano, de entrañas maternas, que se hace prójimo del herido, insistiendo en el carácter novedoso del amor, que rompe el esquema comercial de do ut des, para abrirse de un modo universal, condenando el cinismo de un mundo sin Dios, donde los ricos del mundo saquean y explotan a los pobres con sus grandilocuentes razones de seguridad o progreso (cf. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret I, Madrid 2007, 239).

Para entender mejor el sentido de la parábola, podemos suponer que el herido del camino bajaba de Jerusalén a Jericó, tras haber orado, y lo hacía dando un rodeo, para tomar la ruta del Jordán hasta Galilea, evitando así el camino de los samaritanos (cf. Lc 9, 52). Podemos suponer que su oración de templo ha sido buena, y sin embargo, le asaltan y desnudan para robarle los vestidos. En principio los hombres desnudos se parecen mucho, de manera que no hay diferencia entre mendigo y monarca, millonario y pobre. Leer más…

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Historia de dos padres. Domingo 4º de Cuaresma. Ciclo C.

Domingo, 6 de marzo de 2016
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HIJO-PRÓDIGO5_thumb1Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El taxista de Barcelona y su hija pródiga

Leí la noticia hace años, creo que en 1997, y me impresionó por el enorme parecido de la historia con la parábola del hijo pródigo. En Barcelona, una muchacha decide irse de su casa y vivir con su novio. Hasta aquí, nada raro. Pero poco después organizan un viaje a la India,  con fines no puramente turísticos; al intentar volver a España, los detienen por tráfico de drogas y los encarcelan. El padre, que es el gran protagonista del relato, no la madre, en vez de maldecir a la hija por haberlos abandonado para vivir con un camello y por ser tan estúpida como para confiar en él, convencido de que es inocente hace todo lo posible para sacarla de la cárcel. Afronta grandes gastos, pierde poco a poco todos sus bienes y termina vendiendo el taxi para pagar a los abogados y los trámites. Pero consigue recuperar a su hija y se reencuentran en el aeropuerto de Barcelona.

Dos hijos y dos padres

            Mucha gente conoce todavía la parábola del hijo pródigo y habrán visto las diferencias con el relato anterior. A la hija del taxista y al hijo pródigo se les puede acusar de marcharse de su casa de mala manera, sin preocuparse por lo que sentirá su padre. Por lo demás, son muy distintos: la hija peca de ingenua e imprudente; el hijo es un sinvergüenza que solo piensa en divertirse de mala manera. La hija no tiene posibilidad de volver; el hijo, sí.

            También los padres se diferencian. El taxista hace todo lo posible para recuperar a su hija. El de la parábola espera pacientemente a su hijo; todo lo hace al final: correr a su encuentro, abrazarlo, organizar un gran banquete. Objetivamente, sale ganando el taxista. Pero es que no conocemos la verdadera historia de la parábola.

¿Cómo evolucionó la historia del padre y del hijo pródigo?

  1. a) El hijo rebelde y el Padre irascible que perdona (Oseas)

            La idea de presentar las relaciones entre Dios y el pueblo de Israel como las de un padre con su hijo se le ocurrió por vez primera, que sepamos, al profeta Oseas en el siglo VIII a.C. En uno de sus poemas presenta a Dios como un padre totalmente entregado a su hijo: le enseña a andar, lo lleva en brazos, se inclina para darle de comer; pasando de la metáfora a la realidad, cuando era niño lo liberó de la esclavitud de Egipto. Pero la reacción de Israel, el hijo, no es la que cabía esperar: cuanto más lo llama su padre, más se aleja de él; prefiere la compañía de los dioses cananeos, los baales. De acuerdo con la ley, un hijo rebelde, que no respeta a su padre ni a su madre, debe ser juzgado y apedreado. Dios se plantea castigar a su hijo de otro modo: devolviéndolo a Egipto, a la esclavitud. Pero no puede. “¿Cómo podré dejarte, Efraín, entregarte a ti, Israel? Me da un vuelco el corazón, se me conmueven las entrañas. No ejecutaré mi condena, no te volveré a destruir, que soy Dios y no hombre, el Santo en medio de ti y no enemigo devastador” (Oseas 11,1-9).

            El hijo que presenta Oseas se parece bastante al de la parábola de Lucas: los dos se alejan de su padre, aunque por motivos muy distintos: el de Oseas para practicar cultos paganos, el de Lucas para vivir como un libertino.

            Mayor diferencia hay entre los padres. El de Oseas reacciona dejándose llevar por la indignación y el deseo de castigar, como le ocurriría a la mayoría de los padres. Si no lo hace es “porque soy Dios, y no hombre”, y lo típico de Dios es perdonar. Lucas no dice qué siente el padre cuando el hijo le comunica que ha decidido irse de casa y le pide su parte de la herencia; se la da sin poner objeción, ni siquiera le dirige un discurso lleno de buenos consejos.

  1. b) El hijo arrepentido y el Padre que lo acoge (Jeremías)

            La gran diferencia entre Oseas y Lucas radica en el final de la historia: Oseas no dice cómo termina, aunque se supone que bien. Lucas se detiene en contar el cambio de fortuna del hijo: arruinado y malviviendo de porquerizo, se le ocurre una solución: volver a su padre, pedirle perdón y trabajo. En cambio, no sabemos qué pasa por la mente del padre durante esos años. Lucas se centra en su reacción final: lo divisó a lo lejos, se enterneció, corrió, se le echó al cuello, lo besó.  Cuando el hijo confiesa su pecado, no le impone penitencia ni le da buenos consejos. Parece que ni siquiera le escucha, preocupado por dar órdenes a los criados para que organicen un gran banquete y una fiesta.

            ¿Cómo se le ocurrió a Lucas hablar de la conversión del hijo? Oseas no dice nada de ello, pero sí lo dice Jeremías.  A este profeta de finales del siglo VII a.C. le gustaban mucho los poemas de Oseas y a veces los adaptaba en su predicación. Para entonces, el Reino Norte ha sufrido el terrible castigo de los asirios. El pueblo piensa que el perdón anunciado por Oseas no se ha cumplido, pero no por culpa de Dios, sino por culpa de sus pecados. Y le pide: “Vuélveme y me volveré, que tú eres mi Señor, mi Dios; si me alejé, después me arrepentí, y al comprenderlo me di golpes de pecho; me sentía corrido y avergonzado de soportar el oprobio de mi juventud”. Y Dios responde: “Si es mi hijo querido Efraín, mi niño, mi encanto. Cada vez que le reprendo me acuerdo de ello, se me conmueven las entrañas y cedo a la compasión” (Jeremías 31,18-28). En estas palabras, que reflejan el arrepentimiento del pueblo y su confesión de los pecados, se basa la reacción del hijo en Lucas.

  1. c) El padre con dos hijos (Lucas)

            Sin embargo, cuando leemos lo que precede a la parábola, advertimos que el problema no es de Dios sino de ciertos hombres. A Dios no le cuesta perdonar, pero hay personas que no quieren que perdone. Condenan a Jesús porque trata con recaudadores de impuestos y prostitutas y come con ellos.

            Entonces Lucas saca un as de la manga y depara la mayor sorpresa. Introduce en la parábola un nuevo personaje que no estaba en Oseas ni Jeremías: un hermano mayor, que nunca ha abandonado a su padre y ha sido modelo de buena conducta. Representa a los escribas y fariseos, a los buenos. Y se permite dirigirse a su padre como ellos se dirigen a Jesús: con insolencia, reprochándole su conducta.

            El padre responde con suavidad, haciéndole caer en la cuenta de que ese a quien condena es hermano suyo. “Estaba muerto y ha revivido. Estaba perdido y ha sido encontrado”.

            ¿Sirve de algo esta instrucción? La mayoría de los escribas y fariseos responderían: “Bien muerto estaba, ¡qué pena que haya vuelto!” Y no podríamos condenar su reacción porque sería la de la mayoría de nosotros ante las personas que no se comportan como nosotros consideramos adecuado. El mundo sería mucho mejor sin ladrones, asesinos, terroristas, adúlteros, abortistas, gays, lesbianas, transexuales, bisexuales, banqueros, políticos… y cada cual puede completar la lista según sus gustos e ideología.

            La diferencia entre el padre y el hermano mayor es que el hermano mayor solo se fija en la conducta de su hermano pequeño: “se ha comido tu fortuna con prostitutas”. En cambio, el padre se fija en lo profundo: “este hermano tuyo”. Cuando Jesús come con publicanos y pecadores no los ve como personas de mala conducta, los ve como hijos de Dios y hermanos suyos. Pero esto es muy difícil. Para llegar ahí hace falta mucha fe y mucho amor.

Qué duro es ser padre, qué duro es ser Dios.

            Los padres que tienen hijos muy distintos en sus comportamientos y sus ideas son los que mejor pueden comprender a Dios Padre. Tiene unos hijos muy especiales. Algunos parecen muy buenos, otros muy malos. Pero a todos los mira como hijos, a todos los quiere y los defiende.

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IV Domingo de Cuaresma. 5 marzo, 2016

Domingo, 6 de marzo de 2016
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cuaresmaIVdom2016El relato que nos propone la Iglesia en este IV Domingo de Cuaresma comienza de una forma llamativa. Jesús está comiendo con gente de mala fama, personas no acogidas en la sociedad, tampoco en las celebraciones de fe. Evidentemente, como pasa en todas las culturas, relacionarse con gente de mala fama “contamina” a Jesús, hace que ya no sea tan perfecto a los ojos de la mayoría. Pero no se deja atar por “el qué dirán” sino que actúa de una forma libre, la libertad de los hijos de Dios.

Para iluminar su actitud ante las críticas cuenta una parábola que hemos oído muchas veces, lo cual hace que no escuchemos con atención. Pero tal vez nos ayude escucharla, meditarla y orarla una vez más, porque tiene “mucha miga”.

Si después de leer el texto varias veces comenzamos a analizarla las palabras que más destacan, fácilmente encontramos que la palabra “padre” aparece doce veces, y la palabra “hijo”, nueve veces. Podemos quedarnos con lo que ya sabemos, es una parábola que habla del hijo y del padre, o mejor, del padre y de sus hijos. Pero la vida tiene más dimensiones. Al igual que la cruz tiene dos maderos, uno vertical- la relación con la divinidad- y otro horizontal – la relación con mis semejantes-, este relato también habla de la relación horizontal, no solo de nuestro Dios como un Padre que nos espera, abraza, busca y sale a nuestro encuentro. Aunque solo sea porque llama la atención que la palabra “hermano” aparece solo 2 veces; y además nunca en boca de uno de los hermanos. Siempre aparece como un recordatorio “el hermano tuyo”.

Y es cierto, ni el hermano menor espera a abrazar al mayor antes de la fiesta, ni el mayor quiere acoger al menor. Aquí es donde podemos ponernos a meditar y contemplar esto en nuestra propia vida, en nuestras propias relaciones.

Dios es Padre, Abba, y tener la profunda conciencia de ello nos lleva a plenificar nuestras relaciones, a autentificarlas. Los hijos no saben lo que significa la palabra padre, y Jesús plasma de esta forma tan bella el salir en busca de sus hijos, de los dos. Pero ellos como no se sienten hijos, no pueden ver a su hermano como lo que es, sino como un pecador, un maldito.

Buena lección de Jesús para los escribas y fariseos que le critican. Pero la historia se repite con nuestras vallas, nuestra indiferencia, nuestro rechazo a ese hermano tuyo, y mío, nuestro; y Dios que sigue saliendo a nuestro encuentro para hacernos ver que la vida no consiste en aislarse y defender sino en acoger y desasirse.  Cambiemos de actitud entonces como se propone Etty Hillesum: ” Adoptaré como principio el “ayudar a Dios” tanto como sea posible, y si lo consigo, entonces estaré ahí también para los demás”

ORACIÓN:

Ayudarte a Ti, Abbá,
abrir los brazos para acoger y mirar a los ojos
a mis hermanos, a mis hermanas,
Ayudarte a Tí, Abbá,
sentirme hija y entonces también hermana,
en una Comunión sin dualismo,
todo en Ti.

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