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Dom 27.3.22. Un padre tenía dos hijos… El tema es hacernos hermanos (Lc 15)

Domingo, 27 de marzo de 2022
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A193B74B-8D88-4921-BF5F-288D4B61BB8FDel blog de Xabier Pikaza:

Un hijo único no es Hijo; solo somos hijos aprendiendo a ser hermanos. Así empieza la historia  de la Biblia (Gen 4: Caín y Abel). Así empezó a contarla  Jesús (Lc 15).

Por lógica de “mando”, uno asesina (expulsa) al otro: somos supervivientes de una historia de sangre y expulsiones. Hemos mal-vivido hasta hoy (2022), pero moriremos todos, si no cambiamos.

Ésta es la historia del mal llamada pródigo, porque al final todo depende del hermano “grande”, a la puerta de casa discutiendo con el padre, a quien acusa diciendo que el otro ha malgastado su fortuna con “malas mujeres”.

Esta historia no es todo lo que hay, pues falta la madre y las demás mujeres (madres, hermanas, amigas…), pero en sus tres figuras (padre y dos hermanos) se condensa casi todo lo que existe , como muestran dos cuadros famosos, uno de Ribera, otro de Rembrandt.  

Jesús enfocó esta historia como judío del siglo I. Nosotros debemos contarla y vivirla desde nuestro tiempo y circunstancia. Jesús dejó la solución abierta, para que nosotros respondamos, “nos solucionemos”.  A todos buen domingo IV de Cuaresma.         

Un hombre tenía dos hijos… (Lc 15, 1-3. 11-32).

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: “Ése acoge a los pecadores y come con ellos.” Jesús les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna .”El padre les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.

Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros. “Se puso en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.

Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. “Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”

Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contesto: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.”

Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.” El padre le dijo: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”

Empezando por Caín y Abel (Gen 4)

 Toda la humanidad son dos hermanos “queridos” y enfrentados, de manera que uno “resuelve” su problema matando al otro. Así cuentan muchos mitos o relatos, como saben los grandes pensadores, de Agustín a Hegel, de Marx a Freud y al papa Francisco.

Ésta es una historia que muchos siguen desfigurando, una historia que algunos siguen viendo calcada en la guerra de Rusia y Ucrania. No sé si Ucrania es el hermano pequeño”, pero es claro que un tipo de Rusia está haciendo de hermano mayor prepotente.

Un hombre tenía dos hijos empieza diciendo la parábola (Lc 15, 11), hijos bien muy amados, pero enfrentados a muerte. No se necesita decir más para evocar y plantear la suerte de los hombres, que han sido falsificada por lectores muy “piadositos” que se fijan sólo en dos personas (hijo pródigo y padre), olvidando que el tema clave son las relaciones entre los dos hermanos, uno que quiere ser dueño de toda la casa del mundo y el otro que ha buscado el pan de unas mujeres a las que la mayor llama “malas”, para terminar luchando por el pan de las algarrobas con cerdos.

          Ésta es sin duda una parábola del hijo pródigo y el padre, pero su tema central es la relación de los hermanos, con el surgimiento de una iglesia de pródigos:

Es importante la relación del padre con el pródigo, que aparece como “pecador”, pues abandona la casa con su herencia, a “comerse” el mundo, pero fracasa (gasta todo con mujeres “malas”) y debe trabajar guardando cerdos que comen lo que a él se le prohíbe. Por eso vuelve “arrepentido”, pidiéndole a su padre que le admita como jornalero, sólo por comida; pero el padre le acoge como hijo, dándole otra vez la casa entera, con vestido nuevo y anillo de firmar (=firma autorizada), con ternero cebado, música y fiesta de hombres y mujeres que bailan (Lc 15, 22‒25).

‒ Más importante y trabajosa es la relación del padre con el hijo mayor(=agrande), que se enoja por la vuelta del pródigo y no quiere entrar en casa, sin que, al parecer, el padre logre convencerle de que venga y se avenga con su hermano. Con toda su lógica, ese hermano “grande” (fariseo, jurista y sacerdote: 15, 1‒2) se irrita al ver que el padre festeja al retornado, y obrando así demuestra que no tiene alma de hermano, ni parecido con su padre, sino que es un avaro envidioso y “cumplidor”, guardando toda la fortuna para sí, sin acoger al pródigo, su hermano.

Pero la relación decisiva es la de los dos hermanos, como en la historia de Caín y Abel, donde se decía que no caben los dos en la ancha tierra, de forma que, para sentirse seguro, uno (Caín) tuvo que matar al otro. Una sombra de muerte como la de Caín planea también sobre nuestra parábola, que debe compararse con otra, la de los viñadores homicidas (Lc 20, 9‒20) que se sienten “grandes” y para quedarse con la herencia, expulsan de su finca y matan al hijo del padre (al pródigo). Ciertamente, el pródigo no viene a matar, sino a comer; y además viene a su casa, como los pobres del mundo que llaman a la iglesia o a la puerta de las sociedades ricas, que deben ser también su casa, pues el mundo ha de ser hogar para todos.

Según la parábola, el problema no es el pródigo, sino el “grande”, que se cree dueño de la casa, y discute a su puerta con el padre; ese podría matar, y (apelando a su justicia, de forma legal) matará de hecho al pródigo al que el padre ha introducido en su casa, como en la parábola de los viñadores, que anuncia la muerte de Jesús, el pródigo (Lc 22‒23).     Lo supo A. Machado cuando decía: “por este trozo de planeta (campos de Castilla) cruza errante la sombre de Caín”.    Esa sombra de muerte cruza también por la parábola: La muerte de Jesús y de sus pródigos, aunque a veces lo olvidamos e interpretamos todo de un modo intimista, como si no se tratara de la iglesia. En contra de eso quiero mostrar que esta parábola trata no sólo de una iglesia que ha de abrirse desde los pródigos a todos, sino también del riesgo de muerte en que se encuentran cientos de millones de pródigos, y también de aquellos que no quieren recibirles, pues, a la larga también ellos, los grandes de iglesia, acabarán muriendo si no comparten la vida con los pródigos.

Una parábola difícil, a contra-corriente

                   Así la contaba un colega la Universidad de Salamanca: “A vosotros, hombres de Iglesia, os pasa lo mismo. Os emocionáis, hablando de lo mucho que Dios quiere a los pródigos… pero después les echáis de la iglesia, no dejáis que sea una fiesta para ellos.

         “Los grandes de la iglesia habéis corregido de plana a Jesús, y os habéis han apoderado de la casa del padre, no dejando entrar a pródigos y prostitutas, emigrantes, posesos, enfermos y pobres…   Leéis la primera parte, donde se dice que Dios perdona a los pródigos, pero no la segunda, donde Jesús pide al hermano mayor que acusa al pequeño, acusándole  de haber gastado todo con malas mujeres.

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Cuatro historias de padres e hijos. Domingo 4º de Cuaresma. Ciclo C.

Domingo, 27 de marzo de 2022
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HIJO-PRÓDIGO5_thumb1Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El domingo pasado, a propósito de la conversión, Jesús contaba cómo un viñador intenta salvar a la higuera infructuosa pidiendo un año de plazo al propietario. Nosotros debíamos identificarnos con la higuera y agradecer los esfuerzos del viñador por impedir que nos cortasen. El evangelio de este domingo sigue centrado en la conversión, pero con un enfoque muy distinto: el propietario se convierte en padre, y no tiene una higuera sino dos hijos. Conociendo la historia de la parábola y teniendo en cuenta la lectura de la carta de Pablo podemos hablar de cuatro padres y distintos hijos.

  1. El hijo rebelde y el padre irascible que perdona (Oseas)

            La idea de presentar las relaciones entre Dios y el pueblo de Israel como las de un padre con su hijo se le ocurrió por vez primera, que sepamos, al profeta Oseas en el siglo VIII a.C. En uno de sus poemas presenta a Dios como un padre totalmente entregado a su hijo: le enseña a andar, lo lleva en brazos, se inclina para darle de comer; pasando de la metáfora a la realidad, cuando era niño lo liberó de la esclavitud de Egipto. Pero la reacción de Israel, el hijo, no es la que cabía esperar: cuanto más lo llama su padre, más se aleja de él; prefiere la compañía de los dioses cananeos, los baales. De acuerdo con la ley, un hijo rebelde, que no respeta a su padre ni a su madre, debe ser juzgado y apedreado. Dios se plantea castigar a su hijo de otro modo: devolviéndolo a Egipto, a la esclavitud. Pero no puede. “¿Cómo podré dejarte, Efraín, entregarte a ti, Israel? Me da un vuelco el corazón, se me conmueven las entrañas. No ejecutaré mi condena, no te volveré a destruir, que soy Dios y no hombre, el Santo en medio de ti y no enemigo devastador” (Oseas 11,1-9).

            El hijo que presenta Oseas se parece bastante al de la parábola de Lucas: los dos se alejan de su padre, aunque por motivos muy distintos: el de Oseas para practicar cultos paganos, el de Lucas para vivir como un libertino.

         Mayor diferencia hay entre los padres. El de Oseas reacciona dejándose llevar por la indignación y el deseo de castigar, como le ocurriría a la mayoría de los padres. Si no lo hace es “porque soy Dios, y no hombre”, y lo típico de Dios es perdonar. Lucas no dice qué siente el padre cuando el hijo le comunica que ha decidido irse de casa y le pide su parte de la herencia; se la da sin poner objeción, ni siquiera le dirige un discurso lleno de buenos consejos.

  1. El hijo arrepentido y el padre que lo acoge (Jeremías)

            La gran diferencia entre Oseas y Lucas radica en el final de la historia: Oseas no dice cómo termina, aunque se supone que bien. Lucas se detiene en contar el cambio de fortuna del hijo: arruinado y malviviendo de porquerizo, se le ocurre una solución: volver a su padre, pedirle perdón y trabajo. En cambio, no sabemos qué pasa por la mente del padre durante esos años. Lucas se centra en su reacción final: lo divisó a lo lejos, se enterneció, corrió, se le echó al cuello, lo besó. Cuando el hijo confiesa su pecado, no le impone penitencia ni le da buenos consejos. Parece que ni siquiera le escucha, preocupado por dar órdenes a los criados para que organicen un gran banquete y una fiesta.

            ¿Cómo se le ocurrió a Lucas hablar de la conversión del hijo? Oseas no dice nada de ello, pero sí lo dice Jeremías. A este profeta de finales del siglo VII a.C. le gustaban mucho los poemas de Oseas y a veces los adaptaba en su predicación. Para entonces, el Reino Norte ha sufrido el terrible castigo de los asirios. El pueblo piensa que el perdón anunciado por Oseas no se ha cumplido, pero no por culpa de Dios, sino por culpa de sus pecados. Y le pide: “Vuélveme y me volveré, que tú eres mi Señor, mi Dios; si me alejé, después me arrepentí, y al comprenderlo me di golpes de pecho; me sentía corrido y avergonzado de soportar el oprobio de mi juventud”. Y Dios responde: “Si es mi hijo querido Efraín, mi niño, mi encanto. Cada vez que le reprendo me acuerdo de ello, se me conmueven las entrañas y cedo a la compasión” (Jeremías 31,18-28). En estas palabras, que reflejan el arrepentimiento del pueblo y su confesión de los pecados, se basa la reacción del hijo en Lucas.

  1. El padre con dos hijos muy distintos (evangelio)

            Sin embargo, cuando leemos lo que precede a la parábola, advertimos que el problema no es de Dios sino de ciertos hombres. A Dios no le cuesta perdonar, pero hay personas que no quieren que perdone. Condenan a Jesús porque trata con recaudadores de impuestos y prostitutas y come con ellos.

            Entonces Lucas saca un as de la manga y depara la mayor sorpresa. Introduce en la parábola un nuevo personaje que no estaba en Oseas ni Jeremías: un hermano mayor, que nunca ha abandonado a su padre y ha sido modelo de buena conducta. Representa a los escribas y fariseos, a los buenos. Y se permite dirigirse a su padre como ellos se dirigen a Jesús: con insolencia, reprochándole su conducta.

            El padre responde con suavidad, haciéndole caer en la cuenta de que ese a quien condena es hermano suyo. “Estaba muerto y ha revivido. Estaba perdido y ha sido encontrado”.

            ¿Sirve de algo esta instrucción? La mayoría de los escribas y fariseos responderían: “Bien muerto estaba, ¡qué pena que haya vuelto!” Y no podríamos condenar su reacción porque sería la de la mayoría de nosotros ante las personas que no se comportan como nosotros consideramos adecuado. El mundo sería mucho mejor sin ladrones, asesinos, terroristas, adúlteros, abortistas, gays, lesbianas, transexuales, bisexuales, banqueros, políticos… y cada cual puede completar la lista según sus gustos e ideología.

            La diferencia entre el padre y el hermano mayor es que el hermano mayor solo se fija en la conducta de su hermano pequeño: “se ha comido tu fortuna con prostitutas”. En cambio, el padre se fija en lo profundo: “este hermano tuyo”. Cuando Jesús come con publicanos y pecadores no los ve como personas de mala conducta, los ve como hijos de Dios y hermanos suyos. Pero esto es muy difícil. Para llegar ahí hace falta mucha fe y mucho amor.

  1. El padre con un hijo y multitud de adoptados (2ª lectura)

            Lo que dice Pablo a los corintios permite proponer una historia en línea con lo anterior. Este padre tiene un hijo y una multitud de adoptados que dejan mucho que desear. Pero no se queda en la casa esperando que vuelvan. Les manda a su hijo para que intente traerlos de vuelta. No debe portarse como el hermano mayor de la parábola, no debe reprocharles nada ni “pedirles cuenta de sus pecados”. Sin embargo, para conseguir convencerlos, deberá morir, cosa que acepta gustoso. ¿Cómo termina la historia? “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios”. De nosotros depende. Podemos seguir lejos o volver a nuestro padre.

Nota sobre la 1ª lectura

            La primera lectura de los domingos de Cuaresma recoge momentos capitales de la Historia de la Salvación. Después de Abraham (2º domingo) y Moisés (3º), se recuerda el momento en que el pueblo celebra por primera vez la Pascua desde que salió de Egipto y goza de los frutos de la Tierra Prometida.

LOS TEXTOS DE LA LITURGIA

Lectura del libro de Josué 5, 9a. 10-12

En aquellos días, el Señor dijo a Josué: «Hoy os he despojado del oprobio de Egipto». Los israelitas acamparon en Guilgal y celebraron la Pascua al atardecer del día catorce del mes, en la estepa de Jericó. El día siguiente a la Pascua, ese mismo día, comieron del fruto de la tierra: panes ázimos y espigas fritas. Cuando comenzaron a comer del fruto de la tierra, cesó el maná. Los israelitas ya no tuvieron maná, sino que aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaán.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 5, 17-21

Hermanos: El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo reconciliando consigo y nos encargó el ministerio de reconciliación. Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado la palabra de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios.

Lectura del evangelio según san Lucas 15,1-3. 11-32

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publícanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: Ése acoge a los pecadores y come con ellos. Jesús les dijo esta parábola:

-Un hombre tenía dos hijos; el menos de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte que me toca de la fortuna. El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: «Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros».

Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: «Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado». Y empezaron el banquete.

Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le contestó: «Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud». Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y el replicó a su padre: «Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado».

El padre le dijo: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado».

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IV Domingo de Cuaresma. 27 marzo, 2022

Domingo, 27 de marzo de 2022
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“Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio, y profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos.”

(Lc 15, 1-3.11-32)

Estamos ya en plena Cuaresma, y hoy se nos muestra cómo es el amor de Dios.

Es algo bastante común tener roces con quienes quieres, en la familia, en la comunidad… El hijo pequeño de la parábola quiere romper definitivamente con su familia. Pedir su parte de la herencia era querer olvidarse de su padre y de la vida a su lado. No nos resulta muy lejana esa sensación de querer decir ¡basta! Algo que sorprende de esta historia es que el padre le da lo que le pide. A pesar de estar demandando una barbaridad, él acepta.

Pero las cosas no van bien para quien se ha marchado y prefiere humillarse ante su familia antes que morirse de hambre, y vuelve cabizbajo… “Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio, y profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos”. ¡Qué maravilla de escena! Es tan fácil cerrar los ojos y ver al padre, anciano, corriendo, abrazando y besando a su pequeño… Así es el amor de Dios: sin límites, sin condiciones, sin letra pequeña. ¡Una pasada! Ojalá vivamos este amor, no como una teoría, una cosa que nos han contado, sino como una experiencia que nos transforma la vida. Que nos sintamos vestidas con los mejores trajes, con anillo y sandalias nuevas, y que celebremos la fiesta de la vida.

Pero la parábola no termina ahí. También a veces podemos no saber ver ese amor de Dios. Quizás por costumbre, porque no pasa nada nuevo, nos olvidamos que la vida junto a Dios es siempre motivo de gozo, de acción de gracias. La historia queda abierta. Siempre tenemos la libertad de elección. Dios nos quiere libres.

Oración

Gracias Señor, por tu amor. Gracias por estar siempre dispuesto a acogernos, incondicionalmente.

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Nuestra meta es llegar a ser el Padre..

Domingo, 27 de marzo de 2022
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DOMINGO 4º DE CUARESMA (C)

Lc 15,11-32

La liturgia propone este relato, con la intención de que nos identifiquemos con el hijo menor. Pretende que tomemos conciencia de nuestros pecados y nos convirtamos. Es una propuesta insuficiente. La parábola no va dirigida a los pecadores, sino a los fariseos que murmuraban de Jesús que acogía a los pecadores. Se trata de un relato ancestral presente en muchas culturas. Se trata de tres arquetipos del subconsciente colectivo, realidades escondidas en todo ser humano. Es un prodigio de conocimiento psicológico y experiencia religiosa. Los tres personajes represen­tan distintos aspectos de nosotros mismos.

La comprensión de esta parábola ha sido para mí una iluminación. He visto reflejado en ella de manera sublime todo lo que debemos aprender sobre el falso yo y nuestro verdadero ser. Pero también he descubierto la necesidad de interpretar la parábola, no desde la perspectiva de un Dios externo a nosotros sino desde la perspectiva de un Dios que se revela dentro de nosotros. Yo mismo tengo que ser el Padre que tiene que perdonar, acoger e integrar todo lo que hay en mí de imperfecto y engañoso. Ser verdadero hijo no es vivir sometido al padre o renegando y alejándose de él, sino llegar a identificarse en él.

El padre es nuestro verdadero ser, nuestra naturale­za esencial, lo divino que hay en nosotros. Es la realidad que tenemos que descubrir en lo hondo de nuestro ser y de la que tanto hemos hablado últimamente. No hace referencia a un Dios que nos ama desde fuera, sino a lo que hay de Dios en nosotros, formando parte de nosotros mismos. Esa verdadera realidad que somos está siempre esperando abrazar todo lo que hay en nosotros. Es el fuego del amor que espera fundir todo el hielo que hay en nosotros. Esa realidad fundante nunca lucha contra nada sino que lo intenta abarcar e integrar todo en ella misma.

El hijo menor simboliza nuestra naturaleza egocéntrica y narcisista que nos domina mientras no descubramos lo que realmente somos. Es la ola que se siente capaz de vivir sin el océano, porque lo considera una cárcel. Quiere seguir siendo “yo“. Opone resistencia a todo lo que no es ella y cree que lo que no es ella la puede aniquilar. De ahí, tarde o temprano, surge la inseguridad. Tiene que retornar a su verdadero ser, porque lo que alcanza por otro camino nunca podrá satisfacerle. Ser hijo menor es un trago inevitable.

El hijo mayor representa también nuestro “ego”, pero un yo que ya ha experimentado su verdadero ser; aunque no se ha identificado todavía con él. Vive al lado de su naturaleza esencial (el Padre), pero sigue apegado aún a su naturaleza egocéntri­ca. De ahí que permanezca en la dualidad que le parte por medio. Sigue creyendo que la individualidad es imprescindible y no puede aceptar el verdadero ser de los demás, porque no se ha identificado con su verdadero ser. El “yo” y el “ser verdadero” aún siguen separados.

El Padre que ya ha descubierto y acepta en el exterior, lo tendrá que descubrir en su interior y en los demás (el hermano). El aparente buen comportamiento está motivado por el miedo a perder al Padre externo. No es ninguna virtud sino una manifestación más de su egoísmo y falta de seguridad en sí mismo. Le falta dar el último paso de desprendimiento del ego e identificarse con lo que hay de divino en él, con el Padre. Todos tenemos que dejar de ser “hermano menor”, y “hermano mayor”, para convertirnos finalmente en “Padre”.

La insistencia maniquea de nuestra religión en el pecado, nos ha hecho interpretar la parábola de una manera unilateral. Es un error llamar a este relato la parábola del “hijo pródigo”. No va dirigida a los pecadores para que se arrepientan, sino a los fariseos para que cambien su idea de Dios. Se trata de defender la postura de Jesús para con los publicanos y pecadores, que manifiesta lo que es Dios para todos, seamos “buenos” o “malos”. En la manera de actuar con los dos hijos, el Padre hace presente a Dios.

La parábola parece dirigida a los pecadores. Da por supuesto que todos tenemos mucho de hijo menor, que es el malo. El mayor no sale mejor parado y debía de ser objeto de mayor atención. Es relativamente fácil sentirse hijo pródigo y tomar conciencia de haber dilapidado un capital que se nos ha entregado sin merecerlo. Es fácil tomar conciencia de que hemos renunciado al padre y hemos deseado que estuviera muerto para heredar. Todo para potenciar nuestro egoísmo, para satisfa­cer nuestro hedonismo a costa de lo que se nos había entregado con amor. La desesperada situación facilita la toma de conciencia.

Es más difícil descubrir en nosotros al hermano mayor y sin embargo todos tenemos más rasgos de éste que del menor. No entendemos el perdón del Padre, nos irrita que otras personas, que se han portado mal, sean tan queridas como nosotros. No percibimos que rechazar al hermano es rechazar al Padre. No solo no nos sentimos identificados con el Padre, sino que intentamos que el Padre se identifique con nosotros; cosa que no le pasa por la cabeza al hermano menor. Tampoco descubrimos que tenemos que regresar al Padre. Por eso la parábola deja en un suspense la respuesta del hermano mayor.

El padre espera a uno con paciencia durante mucho tiempo, sin dejar de amarle en ningún momento; pero también sale a convencer al otro de que debe entrar y debe alegrarse; demuestra así, en contra de lo que piensa y espera el hermano mayor, que su amor es idéntico para uno y para otro. El Padre espera y confía que los dos se den cuenta de su amor incondicional. Ese amor debía ser el motivo de alegría para uno y para otro.

Aspirar a ser Padre no supone el ignorar nuestra condición de hermano menor y mayor; hay que aceptarlo. Debemos intentar superarlo, pero mientras ese momento llega, hay que sobrellevarlo descubriendo el amor incondicional del Padre. Cada hermano que hay en nosotros debe ser objeto del mismo amor. La parábola no nos pide una perfección absoluta, sino que nos demos cuenta de que nos queda un largo camino por recorrer. Pretende ponernos en el camino de la superación de todo egoísmo e individualismo.

El descubrimiento de que somos el hermano menor y, a la vez, el hermano mayor, nos tiene que hacer ver el objetivo de la parábola, que es llevarnos al Padre. Todos estamos llamados a dejar de ser hermanos e identificarnos con el Padre como Jesús. (“Yo y el Padre somos Uno”). Nuestra maduración tiene que encaminarse a reproducir en nosotros al Padre. No se trata de imitarle. No hay por ahí fuera alguien a quien imitar. Yo tengo que convertirme en Padre. Dios necesita de mí para existir y hacerse presente entre los seres humanos.

Permanecer alejados de nuestro verdadero ser es impedir que Dios exista para mí. Si seguimos necesitando al Dios de fuera, (como el hermano mayor) es que no nos hemos enterado de lo que somos. Pero vivir junto a Dios sin conocerlo es hacer de Él un ídolo y alejarse también de la meta. Lo malo de esta opción es que seguiremos creyendo que caminamos en la verdadera dirección, lo que hace mucho más difícil que podamos rectificar.

Meditación

Yo y el Padre somos UNO.
Tú también eres UNO con Dios, pero todavía no te has enterado.
Si lo descubres, esa frase saldrá de lo más hondo de tu ser.
Descubre lo que hay en ti de hermano menor:
No tienes que imitar a alguien que está “en los cielos”
sino ser lo que eres en lo más hondo de tu ser.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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La índole de Dios.

Domingo, 27 de marzo de 2022
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Lc 15, 11-32

«Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente».

Si queréis imaginar a Dios —nos dice el evangelio de hoy—, pensad en un padre abrazando al sinvergüenza de su hijo que ha vuelto a casa lleno de miseria después de dilapidar la mitad de su hacienda (la hacienda del padre, claro)…

Y lo primero que cabe resaltar es la genialidad de Jesús, que con una simple parábola es capaz de mostrarnos la índole de Dios, el corazón de Abbá, y de paso anunciar la mejor noticia que el ser humano haya podido recibir. Recuerdo haberle oído decir a Ruiz de Galarreta: «Si el hijo que vuelve fuese admitido en casa como peón, por pura bondad, podríamos hablar de un padre justo y misericordioso, pero el padre de la parábola es mucho más que eso y le restituye a la condición de hijo»

Cabe también destacar el carácter paradójico de la parábola, porque el protagonista —un paterfamilias obligado a velar por la buena marcha de su heredad—, en lugar de ceñirse a su papel, adopta el papel de madre; es decir, manda al traste la hacienda y su dignidad por el amor incondicional que siente por su hijo.

Esta actitud del padre resulta especialmente desconcertante para los cristianos que concebimos a Dios en clave patriarcal, sin caer en la cuenta del serio inconveniente que ello supone para entender la esencia evangélica. Como dice Erich Fromm en su libro “El arte de amar”, el amor de una madre es incondicional, mientras que el amor del padre hay que ganarlo y se puede perder.

Cuando la religión tiene un carácter matriarcal, Dios se caracteriza por profesar un amor incondicional e igual para todos. El creyente sabe que su Madre no le quiere por ser justo, sino por ser hijo, y que aunque haya pecado, le amará y no amará a otro más que a él. Este amor propicia lo que ocurre entre la madre y el hijo, es decir, que el amor a Dios, y el amor de Dios hacia él, son inseparables.

En las religiones con acento patriarcal ocurre que el Padre tiene exigencias, establece principios y leyes, supedita su amor a la obediencia, tiene predilección por los más obedientes y capacitados, y las cosas se complican… Nada que ver con el protagonista del texto de hoy.

Pero esta parábola tiene otra cumbre que no tiene desperdicio, y es la conversación del padre con el hijo mayor exhortándole a trascender el mundo de la justicia fría y abrazar los dictados del corazón. Aparte del fondo del mensaje, llama la atención la sutileza del diálogo entre ellos. El hijo mayor le dice: «…y ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas»… y el padre le contesta: «…porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado».

La buena noticia es que Jesús nos ha mostrado cómo es Dios para nosotros, y resulta que es mucho mejor que lo que nadie había sido capaz de imaginar.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido.

Domingo, 27 de marzo de 2022
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HIJO-PRODIGO

DOMINGO 4º CUARESMA (C)

Lc 15,1-3.11.32

La forma como el hombre ha construido las relaciones sociales, los graves obstáculos que han sufrido todos los pueblos y generaciones, la dificultad que entraña percibir alguna luz que dé sentido a nuestra vida, la torpeza de nuestro ser para intuir realidades tan importantes como lo Divino, el prójimo y nosotros mismos, nos sugiere la imagen de que somos ciegos de nacimiento.

El problema es que el ser humano no se reconoce como tal, sino que se auto-convence de su perfecta visión del mundo y de cuanto le rodea, de su creencia de estar en posesión de la verdad, su verdad. Sin contrastar, sin verificar, sin dejarse persuadir por nada ni nadie. Han surgido así un sinfín de valores, criterios, actitudes y estructuras construidas por cegatos o miopes al servicio de nuestra oscuridad para estar a gusto.

De ahí que este mundo esté expuesto a graves errores resultado de ese auto-engaño. Lo cual nos obliga a estancarnos en nuestras ideas o movernos entre sombras con rumbo incierto para no equivocarnos en cada encrucijada.

Sin embargo, la experiencia cristiana nos habla de una Luz que es capaz de alumbrar los rincones más oscuros de nuestra alma, una visión nueva y más profunda de desentrañar la realidad que nos la ofrece Dios por medio de Jesucristo. Él es la luz que ilumina los ojos cegatos de los hombres, las gafas correctoras de nuestras deformadas visiones de lo real.

La segunda carta a los Corintios nos recuerda que la fe en Cristo lleva consigo una actitud abierta a lo nuevo, no a lo que nosotros creemos ver. Dios se va revelando a través de la Historia en los acontecimientos nuevos de cada día. Por eso, nuestra fe es una fe en el Abbá nuestro de cada día. “Lo nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el servicio de reconciliar”. ¿Lo llevamos a la práctica?

En ese empeño nos esforzamos. A pesar de esos ciegos ególatras que poseen el poder, el dinero y el desprecio más absoluto hacia los seres humanos. Porque el mal se presenta en cualquier ocasión y es tentación de muchos y el bien, afortunadamente, sigue haciéndose presente en las nuevas miradas y en las conciencias de hombres y mujeres de buen corazón.

La parábola del hijo pródigo viene a ser, como apuntaba más arriba, la del hijo creído, cegato y torpe. Los cristianos nos hemos creído creyentes de primera clase. Y también la Iglesia, que sigue menospreciando a los laicos, hombres y mujeres, a aquellos que son diferentes, a los hermanos de otras religiones, a los no creyentes. ¿Ha seguido a lo largo de la historia el evangelio de Jesús?

El evangelio del Padre-Madre buenos nos brinda la posibilidad de acercarnos al texto a través de sus personajes y transformar las visiones deformadas. El hijo menor aparece como exigente, interesado, derrochador, juerguista. En sus correrías pasa de ser hijo a porquero, al pasar hambre se da cuenta de su propia degradación e indignidad, es el punto de inflexión para volver a su casa. El hijo mayor es obediente, trabajador pero servil, no valora todo lo que tiene ante sí. La vuelta del hermano y la reacción del padre le indignan; una cierta envidia le corroe, nunca ha celebrado ninguna fiesta con sus amigos; se diría que se ha cansado de ser sumiso a pesar de que el padre trata de persuadirle para que entre en la fiesta y ocupe el lugar de hijo y de hermano que le corresponde. En realidad los dos hijos hacen sus cálculos interesados con un criterio de reparto distributivo. El padre manifiesta en todo momento su bondad, su compasión y su perdón. Permanece siempre alerta esperando el regreso del hijo y sale al encuentro de cualquier hijo/a extraviado o equivocado. Lo abraza fuertemente, le besa, se le conmueven las entrañas por su hijo, un gesto íntimo, profundo, de compasión y de alegría. Su palabra de autoridad le devuelve su filiación: traje, anillo, sandalias y banquete como símbolo de comunión. No hay tiempo que perder. La queja del hijo mayor se disuelve ante la alegría del reencuentro. “Hijo, si tú estás siempre conmigo  y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a vivir, se había perdido y lo hemos encontrado”. El padre se sitúa en otro nivel de bondad, de perdón, de gozo.

El retorno del hijo pródigo, de Rembrandt, nos ayuda a comprender que esta parábola es también nuestra historia. Cada uno de nosotros somos ese hijo/a. Hemos experimentado como personas el dolor de las equivocaciones, las incoherencias, las falsedades, las conductas mezquinas que provocan dolor y sufrimiento en nuestro mundo. También sabemos de la ausencia y del alejamiento de Dios en lo personal. Jesús nos muestra que el corazón de Abbá-Dios está inquieto y preocupado por encontrarnos. Sólo Él/Ella puede desenmascarar nuestro autoengaño y nuestro egocentrismo. Las falsas imágenes de un Dios varón autoritario, distante y legalista, Jesús nos invita a contemplarlo en aquel padre o madre (una mano masculina y otra femenina en el cuadro) que sale corriendo a nuestro encuentro por propia iniciativa, desconcertante e inimaginable, en el diálogo que entabla con cada ser humano; con su abrazo estrecha todos nuestros errores, acoge nuestras heridas, envolviéndonos en una mirada que lo perdona y lo olvida todo. Pronuncia nuestro nombre y nos conduce a la mesa en la que hay sitio para todos. Y aprendemos[1] que la extraña conducta de Jesús de acoger a los alejados y perdidos era fiel reflejo de lo que él veía hacer al Padre tratando de convencernos de hasta qué punto nos quiere Dios y debemos amarnos nosotros.

¡Shalom!

Mª Luisa Paret

[1] D. Aleixandre, Contar a Jesús, 156-158

Fuente Fe Adulta

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Fariseísmo: La religión del “hermano mayor”

Domingo, 27 de marzo de 2022
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Fariseo.1-640x480Domingo IV de Cuaresma

27 marzo 2022

Lc 15, 1-3.11-32

En esta parábola cargada de sabiduría, con la que probablemente buscaba denunciar los ataques de que era objeto por parte de los fariseos y los sacerdotes del Templo, Jesús señala tres posibles actitudes humanas.

El “hijo menor” representa la ignorancia y la ansiedad de quien cree que la felicidad o plenitud es algo que se halla fuera. Lo cual le lleva a emprender una carrera que culminaría en la frustración más absoluta, hasta que comprende que la felicidad está en “casa” (la “casa”, como imagen de nuestra verdadera identidad).

El “hijo mayor”, por su parte, es símbolo de las personas religiosas que presumen de serlo. En realidad, presume de sus “méritos”, en una actitud de orgullo religioso, caracterizada por la “falsa obediencia”, la exigencia y el perfeccionismo, en un cumplimiento estricto de la ley o la norma. Todo ello genera una religión mercantilista (“do ut des”: te doy para que me des), que exige recompensa.

Es, por tanto, la imagen del ego que se apropia de la religión en beneficio propio. No vive, porque su afán es “cumplir”. Desconoce la riqueza de lo que podría vivir, porque coloca toda su energía en “hacer méritos”.

Sin embargo, tanta exigencia forzosamente había de pasar factura. Esta es doble: Por una parte, le lleva a caer en una especie de complejo de superioridad moral, que le hace creerse mejor que los demás y con derecho a juzgar y condenar al hermano que se había marchado de “casa”. Por otra, al ver frustrada la recompensa de la que se creía merecedor, trasmuta su alienación anterior a la norma en resentimiento envenenado.

Finalmente, la tercera actitud es la representada en la figura del “padre”, que da libertad (al hijo mejor que decide marcharse y al hijo mayor que se niega a entrar en la fiesta); es compasión, sin reproche (ante el hijo que regresa y ante el otro que lo increpa); es gratuidad y desbordamiento de amor (que llega a decir: “Todo lo mío es tuyo”).

Sin duda, en cada uno de nosotros conviven esas tres actitudes.

¿Cuál de ellas alimento?

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El Dios de Jesús es Padre bueno, solamente bueno, bueno con todos y bueno siempre, (y más cuando todo está perdido).

Domingo, 27 de marzo de 2022
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CCF4454C-E592-4776-84E8-3BBE8F89E80CDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

El capítulo 15 del evangelio de San Lucas nos habla de las situaciones en la vida en las que todo está perdido:

  • Lc 15,1-7: la oveja perdida.
  • Lc 15, 8-10 la moneda (el dracma) perdida.
  • Lc 15, 11-32 el hijo perdido

Cuando todo nos parece que está perdido, nos aguarda siempre Dios Padre.

    Estas parábolas nos dicen con claridad quién y cómo es el Dios de JesuCristo.

    La parábola del padre y los dos hijos comienza con el hijo menor y termina con el hijo mayor. El hijo menor tiene una idea de un Padre de misericordia, el hijo mayor tiene una imagen de un Padre del deber. El hijo menor confía en la bondad del Padre, el hijo menor confía en el cumplimiento de la religión.

  • Un hombre tenía dos hijos:

Tal hombre no es otro que Dios PADRE.

Nuestra imagen de Dios es muchas veces la de un justiciero más que la de un Padre bueno. Somos cristianos no tanto cuando cumplimos, sino cuando nos sentimos queridos y perdonados por Dios y por los demás

No es cristiano tener pánico a Dios, que nos ama a los pecadores sin condiciones.

El pecador no es un reo para Dios, sino un hijo.

  • El hijo menor exige su parte de la herencia y se marcha lejos de casa, dilapidó la vida hasta llegar a situaciones de muerte.

En nuestra vida también hemos podido alejarnos de los demás, de la familia, de nosotros mismos…

Gastamos y dilapidamos la salud, el dinero, las energías, los talentos, tiempo…, incluso hemos podido llegar a situaciones de muerte.

  • Comenzó a sentir necesidad.

La necesidad es una profunda nostalgia de Dios. No es mala cosa tener añoranza de bien, de felicidad, de verdad, de acogida en la casa del Padre… La nostalgia es como la fiebre en el termómetro, indica que algo no va bien, pero quisiéramos que estuviera en su sitio.

  • Recapacitó y se dijo: no soy digno de ser hijo… me levantaré y volveré.

Recapacitar sobre los recorridos y problemas en la vida es importante para vivir humana, conscientemente.

En un momento cultural y modos de vida de tanta dispersión, bueno es pensar y recapacitar.

Es bueno también saber que Dios nunca nos ha dejado de considerar como hijos.

El intento de volver a casa es más que suficiente, aunque no tengamos fuerzas.

Estemos en la situación que nos encontremos, no perdamos nunca el recuerdo del Padre, de la casa del Padre.

  • El padre se conmovió.

Se dice que el evangelio de San Lucas es el evangelio del perdón. Dios no se sitúa ante el pecador como un juez, sino como un Padre. Dios no es canonista ni juez. El Dios de Jesús es Padre y Padre bueno.

El tratamiento de Dios Padre para con el pecador es exclusivamente de acogida y perdón. Dios se conmueve ante nuestras situaciones de muerte. A Dios no hay que “sonsacarle” el perdón a regañadientes, ¡Dios disfruta perdonando!

Por otra parte, si no me siento perdonado por Dios, quizás tampoco yo sabré perdonar.

  • Vestidle, matad el mejor ganado, hay que celebrar una fiesta, porque este hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida.

Tras la acogida del Padre no es que “todo vuelve a estar en orden”, sino que “todo vuelve a estar en casa” y de fiesta. El perdón no es un “ajuste de cuentas”, sino un encuentro amable de Dios con nosotros. El perdón es una “fiesta”.

Había –hay- que celebrar una fiesta porque hemos vuelto a la vida.

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“Dios ama al mundo”. 4 Cuaresma – B (Juan 3,14-21)

Domingo, 14 de marzo de 2021
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04_cuar_bNo es una frase más. Palabras que se podrían eliminar del evangelio sin que nada importante cambiara. Es la afirmación que recoge el núcleo esencial de la fe cristiana. «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único». Este amor de Dios es el origen y el fundamento de nuestra esperanza.

«Dios ama el mundo». Lo ama tal como es. Inacabado e incierto. Lleno de conflictos y contradicciones. Capaz de lo mejor y de lo peor. Este mundo no recorre su camino solo, perdido y desamparado. Dios lo envuelve con su amor por los cuatro costados. Esto tiene consecuencias de la máxima importancia.

Primero. Jesús es, antes que nada, el «regalo» que Dios ha hecho al mundo, no solo a los cristianos. Los investigadores pueden discutir sin fin sobre muchos aspectos de su figura histórica. Los teólogos pueden seguir desarrollando sus teorías más ingeniosas. Solo quien se acerca a Jesús como el gran regalo de Dios puede ir descubriendo en él, con emoción y gozo, la cercanía de Dios a todo ser humano.

Segundo. La razón de ser de la Iglesia, lo único que justifica su presencia en el mundo, es recordar el amor de Dios. Lo ha subrayado muchas veces el Vaticano II: la Iglesia «es enviada por Cristo a manifestar y comunicar el amor de Dios a todos los hombres». Nada hay más importante. Lo primero es comunicar ese amor de Dios a todo ser humano.

Tercero. Según el evangelista, Dios hace al mundo ese gran regalo que es Jesús, «no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él». Es peligroso hacer de la denuncia y la condena del mundo moderno todo un programa pastoral. Solo con el corazón lleno de amor a todos podemos llamarnos unos a otros a la conversión. Si las personas se sienten condenadas por Dios, no les estamos transmitiendo el mensaje de Jesús, sino otra cosa: tal vez nuestro resentimiento y enojo.

Cuarto. En estos momentos en que todo parece confuso, incierto y desalentador, nada nos impide a cada uno introducir un poco de amor en el mundo. Es lo que hizo Jesús. No hay que esperar a nada. ¿Por qué no va a haber en estos momentos hombres y mujeres buenos que introducen en el mundo amor, amistad, compasión, justicia, sensibilidad y ayuda a los que sufren…? Estos construyen la Iglesia de Jesús, la Iglesia del amor.

José Antonio Pagola

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“Dios mandó su Hijo al mundo para que el mundo se salve por él”. Domingo 14 de marzo de 2021. Domingo cuarto de Cuaresma

Domingo, 14 de marzo de 2021
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22-cuaresmaB4 cerezoLeído en Koinonia:

2 Crónicas 36,14-16.19-23: La ira y la misericordia del Señor se manifiestan en la deportación y en la liberación del pueblo.
Salmo responsorial: 136: Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti.
Efesios 2,4-10: Estando muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo
Juan 3,14-21: Dios mandó su Hijo al mundo para que el mundo se salve por él.

Jn 3,14-21 corresponde a la respuesta que Jesús da a Nicodemo cuando pregunta «¿cómo puede ser eso?», refiriéndose al nuevo nacimiento en el Espíritu. Es también la segunda y última parte del diálogo de Jesús con este “jefe” de los fariseos de Jerusalén.

Nicodemo, cuyo nombre significa “el que vence al pueblo”, aparece varias veces en el evangelio de Juan (3,1-21; 7,50-52; 19,39). No es un cualquiera. Por su filiación religiosa es un fariseo, es decir, un rígido observante de la Ley, considerada como la expresión suprema e indiscutible de la voluntad de Dios para el ser humano. Es el primer rasgo que señala Juan antes del nombre mismo. Nicodemo se define como hombre de la Ley antes que por su misma persona. Juan añade otra precisión sobre el personaje: en la sociedad judía es un “jefe” título que se le aplica particularmente a los miembros del Gran Consejo o Sanedrín, órgano de gobierno de la nación (11,47). En éste, el grupo de los letrados fariseos era el más influyente y dominaba por el miedo a los demás miembros del Consejo (12,42).

Nicodemo habla en plural (3,2: sabemos). Es, pues, una figura representativa. La escena va a describir un diálogo de Jesús con representantes del poder y de la Ley. Nicodemo llama a Jesús “Rabbí” (3,2), término usado comúnmente para los letrados o doctores de la Ley que mostraban al pueblo el camino de Dios. Así es como este fariseo adicto ferviente de la Ley, ve a Jesús. Es extraño, porque hasta el momento, Jesús no ha dado pie para semejante interpretación de su persona. En realidad, Nicodemo está proyectando sobre Jesús la idea farisea de Mesías-maestro, avalado por Dios para interpretar la Ley e instaurar el reinado de Dios enseñando al pueblo la perfecta observancia de la Ley de Moisés. Está lejos de comprender el cambio radical que propone Jesús. Para los fariseos, en la Ley está el porvenir de Israel; para Jesús, el nacimiento en el Espíritu abre el reino de Dios al porvenir humano. El ser humano no puede obtener plenitud y vida por la observancia de una Ley, sino por la capacidad de amar que completa su ser. Sólo con personas dispuestas a entregarse hasta el fin puede construirse la sociedad verdaderamente justa, humana y humanizadora. La Ley no elimina las raíces de la injusticia. Por eso, una sociedad basada sobre la Ley, no sobre el amor, nunca deja de ser opresora, codiciosa, injusta.

La segunda parte del diálogo de Jesús con Nicodemo se centra en el que “bajó del cielo”, sin dejar de ser “del cielo”, “para que todo el que crea tenga vida eterna”. La reflexión de Jesús resalta la relación que hay entre creer y vivir en las obras de la vida eterna, es decir, en el Reino de Dios. “Bajar del cielo” y ser “levantado” es un asunto de amor de Dios. Veamos los énfasis teológicos propuestos por el discurso:

Frente a la centralidad farisaica de la Ley, el evangelio de Juan propone la dinámica liberadora de la fe en Jesús “levantado” (levantado en la cruz, crucificado), como la serpiente que Moisés levantó en el desierto. Creer es la respuesta al inmenso amor de Dios. Es la reciprocidad del amor. Creer no es un concepto, o una doctrina; es un acto de amor, por el que adviene el Reino de Dios. El juicio sobre la humanidad tiene como criterio la fe, como acto de amor recíproco. Nuevamente llegamos a la insistencia de Juan: una humanidad justa y feliz sólo es posible sobre el amor, no sobre la Ley. Ésa es la fe que proclama Juan.

Pablo, después de agradecer el don de la fe (Ef 1,3-14), contrasta y contrapone dos tiempos: el de la muerte y el de la resurrección. El tiempo de la muerte (Ef 2,1-3) corresponde a “delitos y pecados” según el “proceder de este mundo” bajo la dominación de Satanás. Es tiempo de esclavitud e infrahumanidad. De ese tiempo Dios rescata tanto a judíos como a gentiles, por ser “rico en misericordia”, vivificándolos “juntamente con Cristo”, por su resurrección. Sólo la gracia mediante el don de la fe puede “explicar” tal sobreabundancia de amor divino. El tiempo de la resurrección es tiempo de “nueva creación” en Cristo Jesús, lo que se expresa en las “buenas obras” practicadas por quienes han sido vivificadas y vivificados. No es de extrañar que la “medida” de las buenas obras sea como la medida de Dios: el amor. El tiempo de la resurrección es el tiempo de afirmación de la vida en el amor. Para la fe cristiana, la muerte (la esclavitud) no tiene la última palabra. Vivir a plenitud como nuevas criaturas el tiempo de la resurrección es el llamado que Pablo hace a lo largo de esta carta a la Iglesia nacida entre la gentilidad. Leer más…

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Dom 14.3.21. Lázaro (iglesia) ponte en pie. La cinco resurrecciones (Jn 11)

Domingo, 14 de marzo de 2021
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DFE19748-D552-48A3-B028-50C4ACED4AD7Del blog de Xabier Pikaza:

La liturgia del 4º domingo de cuaresma ofrece la Cuarta Catequesis pascual. La 1ª ha sido la de la tentación de Jesús. La 2ª la transfiguración. La 3ª la de la “purificación” del templo. Como 4ª catequesis quiero escoger hoy (en vez de la de Nicodemo) la de la Resurrección de Lázaro.

Esta “historia” de Lázaro es la más verdadera de las historias cristianas, pero no puede tomarse en sentido historicista: no se trata de un suceso externo, acontecido una vez, un día determinado, el “prodigio”de un muerto físico que resucitó a la vida anterior, sino de una catequesis honda, gratuita y exigente, de la resurrección, elaborada por la comunidad del Discípulo amado, con un fondo de recuerdos y tradiciones históricas (que aparecen sobre todo en Lucas en el Evangelio de Lucas (la casa Marta y María, la parábola Lázaro el mendigo).

En ese contexto ofreceré una reflexión sobre las cinco resurrecciones: 1. Resurrección final, todos los muertos. 2. Jesús resucitado. Yo soy la resurrección y la vida. 3 Lázaro: Tu eres un resucitado.4 La Iglesia, comunidad de resucitados.5 La vida humana, experiencia y camino de resurrección. Quiero insistir en la resurrección de la Iglesia.

Texto. Jn 11, 1-46

 En aquel tiempo, [un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro.] Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo: “Señor, tu amigo está enfermo…

 [Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano.] Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.”

Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará.” Marta respondió: “Sé que resucitará en la resurrección del último día.” Jesús le dice: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?” Ella le contestó: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.”

[Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: “El Maestro está ahí y te llama.” Apenas lo oyó, se levantó y salió adonde estaba él; porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.”] Jesús, [viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban,] sollozó y, muy conmovido, preguntó: “¿Donde lo habéis enterrado?” Le contestaron: “Señor, ven a verlo.”

Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: “¡Cómo lo quería!” Pero algunos dijeron: “Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?” Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús: “Quitad la losa.” Marta, la hermana del muerto, le dice: “Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.” Jesús le dice: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?” Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.” Y dicho esto, gritó con voz potente: “Lázaro, sal fuera.” El muerto salió, los pies y las manos atadas con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: “Desatadlo y dejadlo andar…

(1) Primera resurrección, aquella en la que creían los judíos (como Marta): Así dijo Marta: “Mi hermano resucitará en la resurrección del ultimo día”. Ésta es la fe de gran parte de Israel, en tiempos de Jesús, la fe de los fariseos y los apocalípticos. Al final de los tiempos, los muertos se alzarán de las tumbas, unos para la vida eterna, otros para la condena. Así es como creen, todavía, la mayor parte de los cristianos. No está mal esta fe, pero no es la esencia de la vida cristiana, que se centra en la resurrección de Jesús en la historia.

(b) Segunda resurrección: Jesús, la fe en Jesús. Cristiano es aquel que cree que Jesús ha resucitado, no por no morir, sino precisamente por haber muerto a favor de los demás.  La resurrección es la experiencia y gracia de la vida que tenemos (que somos) al regalarla y compartirla con los otros. Por eso dice Jesús: “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá”.  Esta resurrección está vinculada a la experiencia del encuentro con Jesús, que vence al pecado (el poder de la muerte), haciendo que se exprese en nosotros, aquí, en este mundo, el poder de la Vida. “El que cree en mí… aunque haya muerto”, es decir, aunque se encuentre dominado por el pecado (por el miedo, por la ira…), recibirá el perdón, obtendrá la gracia, podrá vivir, aquí, en este mundo.

(c) Tercera resurrección. Tú eres Lázaro.  La historia de Lázaro no es la de un hombre del pasado…sino la de cada uno de los creyentes. Lázaro eres tú mismo, somos todos y cada uno de los creyentes. Por eso dice Jesús “el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. El que “está vivo” es aquel que ha renacido en Jesús, que ha experimentado su vida (la presencia y gracia de Dios en su propia existencia).

              Por eso, que creen de verdad (los que están vivos en Cristo), los que acogen, comparten y regalan la vida  a los otros no pueden morir, no morirán nunca jamás (aunque externamente fallezcan). Nadie que vive en Cristo (es decir, en la Palabra de Dios, en el Seno de su Amor) puede morir. Cambia de vida, su vida se transforma, pero él no muere. Esta experiencia de vida (el que cree y vive en Jesús no muere) no es un engaño interior, sino la experiencia suprema de la Fuerza de la Vida, que es Dios en nosotros. De esta fe en la resurrección ya acontecida han vivido y viven los grandes creyentes, de oriente y occidente. De ella seguiremos hablando en días sucesivos, aunque ya aquí quiero, a modo de apéndice, ofrecer algunas reflexiones.

(d) Cuarta resurrección: Una iglesia al servicio de la vida, en comunión de amor, desde los más pobres.  La experiencia de la resurrección no es algo “privado”, de cada creyente, sino una experiencia comunitaria de vida que se comparte, en forma de comunión, de entrega mutua, de servicio a los últimos y pobres; por eso, la resurrección se expresa en la vida de los pobres y excluidos (que son ya presencia de Dios) y en el servicio de la Iglesia a favor de ellos.
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“Amor de Dios y respuesta humana”. 4º domingo de cuaresma. Ciclo B

Domingo, 14 de marzo de 2021
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VacunaDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

[Después de escribir el comentario, se me ocurrió una comparación del evangelio de Juan con el problema actual de la pandemia y las vacunas. Lo añado por si a alguno le ayuda.]

La única vacuna válida

La pandemia del coronavirus y la multiplicidad de vacunas existentes ayudan a comprender el evangelio de Juan. Para él, la humanidad se enfrenta a una epidemia de vida o muerte. Pero solo hay una vacuna válida: la fe en Jesús como Hijo de Dios. El que se la inocula, consigue la inmunidad en esta vida y la supervivencia en la otra. El negacionista que la desprecia, será víctima de su obstinación.

Para nosotros, la vacuna es gratis. Pero al fabricante le ha costado la vida de su hijo. Los dos han aceptado el sacrificio con sumo gusto. 

Comentario a las lecturas

Una lectura rápida de las tres lecturas de este domingo revela una relación clara entre ellas: el amor de Dios. En la primera, provoca la liberación de los judíos desterrados en Babilonia. En la segunda afirma Pablo: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó…” En el evangelio, Juan escribe la famosa frase: “De tal manera amó Dios al mundo que le entregó a su hijo único”. Si leemos los textos más tranquilamente, advertimos algo más profundo: ese amor se manifiesta perdonando en distintas circunstancias y por diversos motivos. Al mismo tiempo, requiere una respuesta de parte nuestra. Es preferible leer los textos en el orden cronológico en que fueron escritos. Por eso dejo para el final la carta a los Efesios.

Perdón para los judíos basado en la fidelidad a la palabra dada. ¿Encontrará respuesta? (2 Crónicas 36, 14-16. 19-23)

En aquellos días, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abominables de los gentiles, y mancharon la casa del Señor, que él se había construido en Jerusalén. El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su morada. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio. Los caldeos incendiaron la casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén; pegaron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Y a los que escaparon de la espada los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos hasta la llegada del reino de los persas; para que se cumpliera lo que dijo Dios por boca del profeta Jeremías: «Hasta que el país haya pagado sus sábados, descansará todos los días de la desolación, hasta que se cumplan los setenta años.»

En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra del Señor, por boca de jeremías, movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: «Así habla Ciro, rey de Persia:  “El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él, y suba!”»

La primera lectura nos traslada a Babilonia, en el año 539 a.C., donde los judíos llevan medio siglo deportados. La ciudad cae en manos de Ciro, rey de Persia, y Dios lo mueve a liberarlos. Para justificar el medio siglo de esclavitud, la lectura comienza hablando del pecado de los israelitas, que no se limita a un hecho concreto, se prolonga en una larga historia. A la idolatría e infidelidades del comienzo respondió Dios con paciencia, enviando a sus mensajeros para invitarlos a la conversión. Pero los judíos los despreciaron y se burlaron de ellos. Entonces, la compasión de Dios dio paso a la ira, y los babilonios incendiaron el templo, arrasaron las murallas de Jerusalén, deportaron a la población. Años más tarde, la actitud de Dios cambia de nuevo y mueve a Ciro de Persia a liberar a los judíos. ¿A qué se debe este cambio? De acuerdo con la mentalidad más difundida en el Antiguo Testamento, el pueblo, tras sufrir el castigo, se convierte y Dios lo perdona. Igual que el niño que hace algo malo: su madre le riñe, pide perdón, la madre lo perdona. Sin embargo, en esta primera lectura no aparece la idea del arrepentimiento del pueblo. El único motivo por el que Dios perdona y mueve a Ciro a liberar al pueblo es por ser fiel a lo que había prometido. Volviendo al ejemplo de la madre, como si ella le hubiera dicho al niño: “Hagas lo que hagas, terminaré perdonándote”. Y lo perdona, sin que el niño se arrepienta, para cumplir su palabra. ¿Cómo reaccionan los judíos ante la noticia? El texto no lo dice, pero lo sabemos: unos pocos volvieron a Judá, arriesgándolo todo, sin saber lo que iban a encontrar; otros prefirieron quedarse en Babilonia. (¿Cuántos afroamericanos estarían dispuestos a volver de Estados Unidos a los países de origen de sus antepasados?)

Perdón universal basado en el amor, que puede ser aceptado o rechazado (evangelio)

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:

̶ Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»

El evangelio enfoca el tema del amor y perdón de Dios de forma universal. No habla del amor de Dios al pueblo de Israel, sino de su amor a todo el mundo. Pero un amor que no le resulta fácil ni cómodo, en contra de lo que cabría imaginar: le cuesta la muerte de su propio hijo. Además, el evangelio subraya mucho la respuesta humana: ese perdón hay que aceptarlo mediante la fe, reconociendo a Jesús como Hijo de Dios y salvador. Esto lo hemos dicho y oído infinidad de veces, pero quizá no hemos captado que implica un gran acto de humildad, porque obliga a reconocer tres cosas:

  1. a) que soy pecador, algo que nunca resulta agradable;
  2. b) que no puedo salvarme a mí mismo, cosa que choca con nuestro orgullo;
  3. c) que es otro, Jesús, quien me salva; alguien que vivió hace veinte siglos, condenado a muerte por las autoridades políticas y religiosas de su tiempo, y del que muchos piensan hoy día que sólo fue una buena persona o un gran profeta.

Usando la metáfora del evangelio, es como si un potente foco de luz cayese sobre nosotros poniendo al descubierto nuestra debilidad e impotencia. No todos están dispuestos a este triple acto de humildad. Prefieren escapar del foco, mantenerse a oscuras, engañándose a sí mismos como el avestruz que esconde la cabeza en tierra. Pero otros prefieren acudir a la luz, buscando en ella la salvación y un sentido a su vida.

Perdón para los paganos basado en la compasión. Respuesta: fe y buenas obras (carta a los Efesios, 2,4-10)

Hermanos: Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo -por pura gracia estáis salvados-, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Pues somos obra suya. Nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos.

La salvación universal de la que habla el evangelio la concreta la carta a los Efesios en una comunidad concreta de origen pagano: la de la ciudad de Éfeso (situada en la actual Turquía). Antes de convertirse, estaban muertos por los pecados, con un agravante: Dios no les había hecho ninguna promesa de salvación, como a los judíos deportados en Babilonia. Sin embargo, los perdona. ¿Por qué motivo? Porque es “rico en misericordia”, “por el gran amor con que nos amó”, “por pura gracia”. Esto es lo que san Pablo llama en otro contexto “el misterio que Dios tuvo escondido durante siglos”: que también los paganos son hijos suyos, tan hijos como los israelitas. Esta prueba del amor de Dios espera una respuesta, que se concreta en la fe y en la práctica de las buenas obras.

Reflexión final

En el contexto de la cuaresma, que se presta a subrayar el aspecto del pecado y del castigo, la liturgia nos recuerda una vez más que nuestra fe se basa en una “buena noticia” (evangelio), la buena noticia del amor de Dios. Nosotros, que somos los herederos de los efesios, de los corintios, de los tesalonicenses, debemos reconocer, como ellos, que todo es don de Dios y no mérito nuestro, y que debemos responder con fe y dedicándonos “a las buenas obras” que él nos ha asignado.

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Cuarto Domingo de Cuaresma. 14 de marzo, 2021

Domingo, 14 de marzo de 2021
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Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él tenga vida eterna”.

(Jn 3, 14-21)

¿Cuántas veces leemos en la prensa titulares sacados de contexto y terminamos malinterpretando las noticias? O en lugar de malinterpretarlas no las entendemos y acabamos perdiendo cualquier atisbo de interés.

Reconozcamos que, en ocasiones, eso mismo nos ocurre con el evangelio y llegamos a la conclusión de que no entendemos a Jesús.

Fijándonos solo en esta cita nos encontramos con unas palabras de Jesús, vamos a ubicarlas en su contexto. Jesús lleva un tiempo en Jerusalén, le acabamos de ver (el domingo pasado) echando del templo a los mercaderes, continúa enseñando y curando.  Una noche, Nicodemo, un judío importante, va en su busca y entablan una conversación de la que hoy somos partícipes, pero no de todo el diálogo, solo de una parte.

Escuchamos a Jesús hablar de varias cosas: de Moisés y la serpiente de bronce, de que Dios entregó a su Hijo único, de no perecer, de condena, luz y tinieblas.

Ahora contemplemos a Nicodemo y pongámonos junto a él, junto a este fariseo y como tal, defensor de la ley. A pesar de estar en plena noche, nos ponemos en camino, en busca de Jesús, de la luz. Reconocemos que viene de Dios, creemos en él. Y entonces lo que escuchamos ahora, desde esta situación, son palabras de amor y vida eterna.

El ser humano quiere, con esas connotaciones de poseer, de interés, de “segundas intenciones” que este verbo puede tener. Pero Dios nos ama, porque sí, sin un motivo en concreto. Y porque nos ama, nos da vida eterna; y eterna es mucha más vida de la que podamos imaginar. Vida de la gozamos hoy, y además, VIDA ante Dios cara a cara de la que gozaremos cuando Él quiera.

Con este plan… ¡¡qué bueno es esto de CREER!!

Oración

Gracias, Trinidad Santa, solamente gracias. Amén.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Nadie tiene que venir a salvarme desde fuera.

Domingo, 14 de marzo de 2021
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img_men_2073_2014-4-29_6Jn 3,14-21

Estamos en el c. III. Este evangelio es un esquema teológico. Cada capítulo tiene identidad por sí mismo, aunque éste es el que menos unidad interna muestra. El punto de partida es el diálogo con Nicodemo: “Te lo aseguro, el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios”. Nicodemo le responde: “Eso es imposible”. Jesús insiste: “El que no nazca del agua y del espíritu no puede entrar en el Reino de Dios; lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es espíritu”. ¿Cómo puede ser eso? Comienza el discurso que hemos leído.

El domingo pasado, Jesús arremetió contra el culto que se desarrollaba en el templo. Hoy arremete contra la manera de interpretar la Ley que tienen los fariseos. En ambos casos se trata de instituciones antiguas vacías de contenido que hay que sustituir. No se trata de una nueva interpretación, (que es lo que busca Nicodemo), sino de algo completamente distinto: hay que nacer de nuevo. No debemos pensar en discursos pronunciados por Jesús. Juan pone en boca de Jesús una cristología propia de finales del s. I.

Lo mismo que Moisés levantó la serpiente. Lo que hizo Moisés es recordar al dios egipcio Ranenutet (representado por una serpiente). Su Dios le manda construir la imagen de otro dios. Es imprescindible saber que el dios egipcio era a la vez veneno y antídoto; muerte y vida; opresión y salvación. Al ser crucificado, Jesús representa a la vez muerte y vida, humillación y exaltación. Al decir “levantado”, va más allá de una alusión a la serpiente. La cruz es manifestación de la lealtad de Dios. Es la exaltación de Jesús.

Para que todo el que lo haga objeto de su adhesión, (crea) tenga Vida definitiva. “Vida definitiva” denota la calidad de vida propia del estadio definitivo. Traducir por “eterna” empobrece el significado, por insistir solo en la duración y no en la calidad. La consecuencia de “ser levantado en alto”, es alcanzar plenitud de Vida. El Espíritu que nos comunicará, será la fuente de verdadera Vida para todos los que le acepten.

Demostró Dios su amor al mundo. El amor se hizo visible en un acto. No se dirige solo a los cristianos, sino al mundo. Jesús es el don de Dios a la humanidad. “Dar a su Hijo” no se refiere aquí sólo a la encarnación, sino a la crucifixión. Para Juan, Jesús es enviado al mundo. Para los sinópticos, a Israel. La salvación está destinada a todos. No solo al pueblo elegido, sino a todas las naciones. Se acabaron los privilegios. La Vida del Espíritu se ofrece a todos. A finales del s. I. el cristianismo era ya una religión universal.

El que le presta adhesión no tendrá sentencia. El que se la niega, ya tiene la sentencia. No hay lugar para la indiferen­cia. La sentencia negativa o positiva, no es consecuencia de un acto de Dios. Es el resultado de una actitud por parte del hombre. Si comprendiéramos bien este versículo, cambiaría todo el modo de entender la moral. Desde la visión farisaica (y la nuestra), Dios juzgaba a los hombres después de ver sus acciones. Si eran conforme a la Ley, los salvaba, si eran contrarias a la Ley, los condenaba. Dios es justicia. Todo está siempre en equilibrio. Cada acto del hombre le coloca en su sitio.

Los hombres han preferido las tinieblas a la luz. “Su modo de obrar” denota el proceder habitual, no un acto puntual.     En el prólogo se nos había dicho: “Y la Vida era la luz de los hombres”. No es la luz la que da Vida (como maestro), sino al revés, es la Vida la que te iluminará. Sin Vida no se puede aceptar la luz. La falta de Vida lleva consigo el rechazo de la luz. Mantener una relación con Dios desde la Ley, desde lo externo, sin Vida, es mantener la relación de injusticia en que están los dirigentes religiosos. El que oprime al hombre no puede aceptar la luz. La adhesión a Jesús exige salir de la situación de opresión.

El que obra con bajeza… El que practica la lealtad. “Obrar con bajeza” (practicar lo malo), se opone a “practicar la lealtad”. “Hacer la verdad” es un semitismo que utiliza Juan, y lo opuesto es “hacer la falsedad”. El que es cómplice de la muerte no puede aguantar la Vida. La considera como una agresión. No se eligen las tinieblas por el valor que puedan tener en sí, sino por odio a la luz. No son las doctrinas (Luz), las que separan de Dios, sino la conduc­ta (Vida). Quien daña al hombre con su modo de obrar, se opone al amor-vida. Rechazando la luz, cree poder continuar haciendo el mal sin ser descubierto.

Practicar la lealtad es lo contrario de obrar con bajeza. Equivale a hacer lo que es bueno para el hombre. Al emplear “lealtad” nos está diciendo que el amor no es algo teórico, sino práctico. La Vida es anterior a la luz. El acercamiento a la luz se hace por amor a la luz, no para que se vean las obras “realizadas en unión con Dios”. No obras hechas según Dios, sino algo más. Obras en las que, con la actividad del hombre, se ve la de Dios revelando su gloria-amor. Creer va unido a las obras buenas. La incredulidad acompaña a las malas.

En el trozo del discurso que acabamos de analizar nos encontramos con los aspectos más originales de la salvación ofrecida por Jesús según este evangelio: 1) La salvación es Vida. 2) Viene de Dios, que es VIDA. 3) Es don gratuito e incondicional. 4) Es absoluto, no una alternativa a la condenación. 5) Exige la adhesión a Jesús. 6) Se manifiesta en las obras. Cada uno de estos puntos nos tendría que advertir de los errores en que caemos a la hora de hablar de esa salvación. Tendemos a esperar de Dios una salvación raquítica.

Hablar de salvación, es plantearse el sentido último de la vida. Sería desplegar las más elevadas posibilidades humanas. El término “salvación” tiene connotación negativa y eso es muy peligroso a la hora de entender el evangelio. El pensar en la salvación en términos negativos ha paralizado nuestro desarrollo. Hemos creído que, si elimino el pecado, estoy salvado. Salvarse no es evitar la condenación. La salvación es siempre positiva. Sería llevarnos a una plenitud de ser, llevando al límite las posibilidades de nuestro verdadero ser.

La salvación no me viene de fuera. La salvación surge de lo hondo de mí ser. Desde ahí, Dios-presencia posibilita mi plenitud. Hay que tener muy claro que me salva totalmente Dios y me salvo totalmente yo. La acción de Dios y la del hombre, ni se suman ni se restan ni se interfieren, porque son de naturaleza distinta. “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti” (Agustín). Todo lo que depende de Dios ya está hecho. Mi salvación depende solo de mí.

La conciencia que tenemos de que Dios puede no salvarme, es prueba de que esperamos una salvación equivocada. Queremos que Dios nos libere del sufrimiento, la enfermedad, la muerte. Todo eso forma parte de nuestra condición de criaturas y es inherente a nuestro ser. Ni Dios puede hacer que sigamos siendo criaturas sin limitacio­nes. Buscar la salvación por ahí es un error garrafal. La salvación tiene que realizarse a pesar de mis limitaciones.

La salvación no es cambiar lo que soy ni añadir nada a lo que ya soy. Es una toma de conciencia de lo que en realidad soy y vivir en esa conciencia. Es descubrir el tesoro que está escondido dentro de mí y disfrutar de él. “La vida eterna consiste en que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo”. Se trata de “conocer”.

Meditación

Hay que nacer de nuevo.
Somos fruto de la evolución de la carne.
No he nacido como ser espiritual ya realizado.
Tengo la capacidad de llegar a serlo,
pero debo desplegar esa capacidad que se me ha dado.
Si no la despliego, me quedaré en la carne.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Jesús es para todos.

Domingo, 14 de marzo de 2021
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jesus-y-nicodemo“Un camino espiritual puede vivirse en todas partes y en todo tiempo. Supera confesiones y dogmas y no requiere una comunidad organizada, templo ni catedral”. (Willigis Jäger).

Domingo 14 de marzo DOMINGO IV DE CUARESMA

Jn 3, 14-21 “Porque así demostró Dios su amor al mundo, llegando a darle a su Hijo único”.

El evangelio es luz para nuestra existencia. Jesús, como regalo de Dios a la Humanidad, no ha sido enviado para sentenciar a los que no le sigan sino como una luz para las tinieblas, como las estrellas que iluminan la noche o los relámpagos los espacios abiertos sobre el mar.

En su conversación con el fariseo Nicodemo declara que es necesario nacer de nuevo para ver el reino de Dios, puesto que no se trata de un simple cambio o conversión, sino de hacer algo nuevo. No de manera biológica; es el Espíritu el agente de este nuevo nacimiento o génesis -que significa comienzo- como se dice en el primer capítulo y primer versículo del Génesis, mediante la fe vivificadora.

La espiritualidad es, como el amor para Carmen en su famosa habanera, “un pájaro rebelde que nadie puede enjaular”.

 

El espíritu divino –ave en la iconografía cristiana e igualmente libre y rebelde– no puede considerarse hacienda personal de nadie.

El Maestro de Nazaret es lugar de atracción para todos los seres humanos: judíos, cristianos, herejes o hinduistas. A saber: Pedro y Pablo como judíos; Santa Mónica y San Agustín, como cristianos; Lutero y Calvino como herejes o Mahatma e Indira Gandhi como hinduistas.

De mi libro Naturalia, este Poema

EL ÁGUILA

Tu sueño, a velas desplegadas,
que sienten la montaña, el mar, el bosque.
Que subes sus entrañas
hasta el cielo.
Enséñame a elevar mis pensamientos.
Que descansen
en tu corona real y en el regazo
del Dios que los creó.
Enséñame a ver la tierra
desde las alturas.
Si de día, mis iluminaciones;
si de noche, mis oscuridades,
que también son mías y las quiero.

 

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Vida eterna y eternizar la Vida.

Domingo, 14 de marzo de 2021
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nicodemoJn 3, 14-21

14 de marzo de 2021

Avanza el tiempo de Cuaresma y, en este cuarto domingo, nos encontramos con un discurso de Jesús esencial para comprender su recorrido hacia la Pascua. Este texto forma parte del diálogo tan profundo que mantuvieron Jesús y Nicodemo. Nicodemo era un rico fariseo, maestro en Israel y miembro del Sanedrín, pero con una concepción del judaísmo más abierta y con el convencimiento de que Jesús era un enviado del Dios de Israel.

El diálogo con Nicodemo tiene un momento central en el que Jesús le dice que es necesario nacer de nuevo para ver el Reino de Dios. Los escritos joánicos suelen referirse al Reino de Dios y a la Vida eterna como realidades similares; por eso, en este texto, el Hijo juega un rol fundamental, no de condena o juicio sino para despertar en el corazón de la humanidad esa vida que trasciende nuestro paso por este mundo, una realidad que forma parte de lo que somos. Moisés levantó la serpiente de bronce para que los Israelitas siguieran con vida, ahora es el mismo Dios hecho humano quien va a mantener con Vida Eterna a toda la humanidad.

En la primera parte del texto, parece que Jesús hace un claro alegato al tema de la Salvación, cuestión fundamental para el judaísmo y que basan en una liberación de los sufrimientos esclavitudes, situaciones visibles necesitadas de redención y de perdón. Para ello, son necesarios mediadores, profetas, enviados por el Dios de Israel que recordarán la tensión que han de vivir entre el cumplimiento de la Ley y la salvación definitiva con la llegada del Mesías. Los más conservadores exigirán un estricto cumplimiento de normas y mandatos, signos que, si no son cumplidos o creídos, si no se da un apego a los mandatos de su Dios, la persona quedará en manos de un juicio y un triste final. Supongo que ya no arrastramos esta visión de la salvación ¿verdad?

Ahora bien, Jesús deconstruye esta concepción farisaica de la Salvación al referirse no al cumplimiento de signos externos sino a la consciencia de una nueva dimensión del ser humano que sostiene las profundidades de su existencia: la Vida Eterna. La Vida Eterna está asociada al Hijo, a ese nuevo referente y espejo del ser humano que, desde la libertad, elige conectar con la LUZ y dejarse inspirar por ella: “para que aparezca con toda claridad que es Dios quien inspira sus acciones”.

La primera acción y palabra de Dios en el relato de la Creación del Génesis es precisamente dar existencia a la LUZ, la Luz que es la consciencia y la capacidad de comprender, de dar sentido a la realidad creada. Separa la LUZ de las tinieblas y el texto de hoy nos recuerda que vivir en la LUZ nos encamina hacia la verdad de lo que somos. Podemos elegir entre vivir desde el poder de la Luz, que nos mueve a hacer el bien, a realizar acciones inspiradas por el Dios-Amor, a co-crear una nueva humanidad, o vivir desde la tiranía de las tinieblas que nos enredan en la oscuridad de las trampas, justificaciones y la supremacía de nuestros egos. Camino complejo, de avances y retrocesos, pero si nos ponemos bajo la influencia de la LUZ podremos avanzar sin perder el horizonte de la Vida Eterna, eternizando la Vida, como plenitud de lo que ya somos, pero todavía no.

¡¡FELIZ DOMINGO!!

Rosario Ramos

Fuente Fe Adulta

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¿Qué nos salva?

Domingo, 14 de marzo de 2021
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iceberg-1Domingo IV de Cuaresma

14 marzo 2021

Jn 3, 14-21

  Los niños esperan la “salvación” de fuera y la conciben, además, de forma mágica. La humanidad en su conjunto ha conocido también esa forma de entender su propia salvación. La imagen de la serpiente de bronce elevada por Moisés en el desierto (Num 21,4-9), capaz de curar a quien la mirara, es el paradigma de la salvación entendida de aquel modo.

 Con el tiempo, las religiones han podido cambiar la referencia –no se habla ya de una serpiente–, pero han seguido manteniendo el mismo esquema: seríamos salvados, desde fuera, por un Dios que envía a su Hijo como emisario divino y salvador.

 De la misma manera que nos entiende como seres carenciados que necesitan ser “completados” por algo exterior, una lectura mental nos ve como “pecadores” que necesitan ser “salvados” desde fuera.

 Sin embargo, así como ahora vemos inasumible la literalidad del mito –aun respetando su valor o significado simbólico–, a cada vez más personas la lectura que hace la mente nos resulta igualmente inapropiada.

 Más allá de la forma concreta con la que nuestra mente nos identifica, somos plenitud. Más allá de lo que pensamos, sentimos y hacemos, hay “Algo” en lo que nos reconocemos y que permanece estable en medio de todos los cambios que afectan a nuestra persona. Eso es lo que somos. Y eso es “completo”. Descubrirlo es sentirse “salvados”.

 Estamos ya salvados –siempre lo hemos estado–. Pero no en nuestro pequeño yo –en una supuesta actitud de orgullo religioso que suelen criticar quienes malinterpretan aquella afirmación primera–, sino en esa Realidad profunda que constituye nuestra identidad. El yo no puede presumir de estar salvado, pero lo que somos no necesita salvación alguna. Lo único que realmente necesitamos es reconocerlo.

 En lenguaje cristiano, una vez superado el mito, podría llegar a decirse que Jesús no nos salva desde fuera ni nos salva de nada. Nos “salva” porque nos muestra, en él mismo, que somos ya plenitud. Que, como él, cuando no nos reducimos al ego, podemos decir con toda razón: “Yo soy la vida”. Como todas las personas sabias, nos ayuda a ver.

¿Qué ideas tengo acerca de la “salvación”?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Nicodemo / Francisco en Irak

Domingo, 14 de marzo de 2021
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  1. C37B2855-A2BC-4028-AC85-8DD4166BE18EFrancisco en Irak.

         Hace unos días Francisco “visitaba” Irak, país de 41 millones de habitantes, con un 95 % de la población musulmana (aproximadamente 60 % sunies y 40 % chiítas). Los cristianos pudieran llegar a un 5%. En 2003 había en Irak millón y medio de cristianos, en el 2013, el número de cristianos descendió a 450.000. Hoy en día parece que apenas llegan a 250.000 cristianos y todo ello debido a la persecución que sufren los cristianos principalmente por el Estado islámico. El exilio de cristianos es constante. Por ejemplo:

En la actualidad, miles de cristianos católicos iraquíes viven en Alemania. La Comunidad Católica Caldea en Múnich, está formada por alrededor de 20.000 cristianos caldeos viviendo en Alemania, según aseguró a Deutsche Welle.

         Irak es la antigua Mesopotamia, con los ríos Tigris y Éufrates, lugar en el que la Biblia y la mitología sitúan el “paraíso terrenal.

No sé si Adán y Eva fueron expulsados del paraíso terrenal, pero quienes están siendo “expulsados” hoy son los cristianos.

         En un clima tenso, difícil, Francisco ha visitado a esta minoría cristiana (no se da un baño de masas). Francisco acude a consolar, a ayudar a esta iglesia cristiana de varios ritos: caldeo, siro-ortodoxa, armenio, asirio).

         Francisco predica con el ejemplo. Hay que vivir abiertos y salir a las periferias.

Los viajes del papa Francisco, en sus ocho años de pontificado, se han diferenciado de los de sus antecesores porque no han tenido como destino los grandes centros católicos del mundo -Europa, Sudamérica y regiones de África-, sino que ha viajado allí donde los cristianos son minoría: Tailandia, Emiratos Árabes Unidos, Japón, Corea del Sur.

         El tono abierto y dialogante de Francisco ha tenido dos momentos culminantes:

  1. El histórico encuentro de Francisco con el ayatolá, Al Sistani, en la ciudad de Nayaf. Al Sistani es el principal líder religioso chiíta.

Quiera Dios que este encuentro entre ambos ayude a mejorar las relaciones no solamente entre el Vaticano y el islam (sería una cuestión política), sino entre los cristianos y el islam.

  1. La visita del papa a Ur de Caldea, donde la tradición dice que nació Abraham, padre las tres religiones monoteístas: judaísmo, cristianismo e islamismo.

Además, admitiendo de buen grado la teoría del evolucionismo: venimos de especies inferiores (Darwin), y permaneciendo, también de buen grado, en la mitología y los símbolos bíblicos, puesto que, en esa tierra de Mesopotamia (hoy Irak), la Biblia ubica ahí el paraíso terrenal, Francisco visitó la tierra en la que nació la humanidad, Adán y Eva.

         Francisco se acercó a las fuentes de la tradición. Tradición, traditio, no significa fanatismo, mantener a capa y espada costumbres, ritos, formas que, tal vez ya no sirven, sino que tradición significa acoger lo que se nos entrega.

         Abraham es nuestro padre en la fe, se fio de Dios. Abraham fue quien “descubrió” que el sentido de la vida y la salvación radica en confiar, en fiarse en la vida de Dios.

        Es bueno vivir de lo que hemos recibido, de lo que se nos ha entregado.

         Como hijos de la Ilustración seguimos pensando y viviendo que la solución a la vida la tenemos en el próximo ordenador, en llegar a Marte. Lo pasado, la traditio ya no “nos sirve para nada”. Lo viejo es “malo”, lo mismo da que sea un odenador, que un móvil o una persona.

         René Latourelle (1918-2017), uno de los teólogos más notables de la época conciliar (Vaticano II), escribía:

Nuestros contemporáneos están instalados en las ramas de un árbol que no tiene raíces. La historia comienza con ellos. Hay que oír las declaraciones de determinados magos del mundo político y religioso. Cada uno se parece a un polluelo que acaba de romper el cascarón y que, totalmente desnudo y sin pelos todavía, exclama: ¡Aquí estoy yo! ¡comienza el mundo! La imagen ni siquiera resulta caricaturesca. Lo repetimos: un presente que no tiene pasado carece de futuro.

La historia de la humanidad es la de una tradición, de una transmisión de patrimonio, con momentos de discontinuidad, cierto, pero nunca de ruptura total. El hombre del rechazo devastador y del reino del yo siente la tradición como un obstáculo al proceso de emancipación total de su libertad. Desafía a toda autoridad, niega toda paternidad, olvidando que el rechazo de toda tradición le hace retroceder, porque significa la abolición de todo el patrimonio adquirido…

LATOURELLE, R. Una llamada a la esperanza, Salamanca, Ed Sígueme, 1997, 47.

         Francisco en Ur de Caldea volvió a las raíces de nuestra fe, de nuestra cultura, de nuestra traditio.

  1. nicodemo

         El evangelio de hoy nos ofrece el encuentro entre Jesús y Nicodemo.

         Nicodemo es un intelectual, un jefe dentro de la secta farisea.

Nicodemo es un hombre honrado: se enfrentará al sanedrín cuando van a arrestar a Jesús ya que la ley “obliga a escuchar primero al acusado antes de condenarle, (Jn 7,32.45-52). Fue igualmente valiente al ir con José de Arimatea a dejar piadosamente ungido con un bálsamo de mirra y áloe el cadáver de Jesús (Jn 19,30).

Y es un hombre que accede a Jesús de noche y la noche en San Juan significa una actitud espiritual, la esfera de las tinieblas y de la mentira, que no admiten o se oponen a Jesús. (Cuando Judas sale del cenáculo, era de noche, Jn 13,30). Los hombres amaron más las tinieblas que la luz, (Jn 3,19).

         Acercarnos a Jesús es acercarnos a la luz. Y acercarnos a Jesús es acercarnos al amor de Dios, al Dios de amor, porque tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo al mundo para que tengamos vida. Dios es amor, 1Jn 4,9)

         Dios ama a la humanidad y su designio es que toda la humanidad se salve y llegue al conocimiento de la verdad (1Tim 2,4).

         Hemos vivido momentos eclesiásticos duros, todavía en algunas diócesis estamos en una teología, moral, etc. violenta, fanática.

Como Nicodemo, acudamos en nuestras noches a Jesús: luz y amor. Y demos gracias a Dios porque el papa Francisco trata de reformar la Iglesia y la misericordia de Dios se hace más presente. Esperemos que llegue algún día también a nuestra iglesia local).

         Cuando Dios habla, ama. Y el amor de Dios es liberador.

Cuando nos pese la vida, cuando lo eclesiástico diocesano se torna castigo, descalificación y sufrimiento, volvamos al Dios de Jesús que nos ama.

         No le tengamos miedo a Dios. Dios es “buena gente” y nos ama.

  1. Mirarán al que transpasaron

         El Hijo del hombre tiene que ser elevado. Es el momento culminante de nuestra salvación.

         Dios le manda a Abraham que eleve su mirada y mire las estrellas del cielo: son expresión de la creación y bondad de Dios. San Juan nos recuerda: mirarán al que transpasaron, (Jn 19,13).

         Cuando miramos a JesuCristo crucificado, nos infunde una profunda paz y serenidad, es la redención, estamos salvados. No nos hace falta más, basta con mirar al que crucificaron, sus heridas nos han curado, (1Ped 2,24).

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“Ojos nuevos”. 22 de marzo de 2020. 4 Cuaresma (A). Juan 9,1- 41.

Domingo, 22 de marzo de 2020
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timthumb-php_-682x1024El relato del ciego de Siloé está estructurado desde la clave de un fuerte contraste. Los fariseos creen saberlo todo. No dudan de nada. Imponen su verdad. Llegan incluso a expulsar de la sinagoga al pobre ciego: «Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios». «Sabemos que ese hombre que te ha curado no guarda el sábado». «Sabemos que es pecador».

Por el contrario, el mendigo curado por Jesús no sabe nada. Solo cuenta su experiencia a quien le quiera escuchar: «Solo sé que yo era ciego y ahora veo». «Ese hombre me trabajó los ojos y empecé a ver». El relato concluye con esta advertencia final de Jesús: «Yo he venido para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos».

A Jesús le da miedo una religión defendida por escribas seguros y arrogantes, que manejan autoritariamente la Palabra de Dios para imponerla, utilizarla como arma o incluso excomulgar a quienes sienten de manera diferente. Teme a los doctores de la ley, más preocupados por «guardar el sábado» que por «curar» a mendigos enfermos. Le parece una tragedia una religión con «guías ciegos» y lo dice abiertamente: «Si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán al hoyo».

Teólogos, predicadores, catequistas y educadores, que pretendemos «guiar» a otros sin tal vez habernos dejado iluminar nosotros mismos por Jesús, ¿no hemos de escuchar su interpelación? ¿Vamos a seguir repitiendo incansablemente nuestras doctrinas sin vivir una experiencia personal de encuentro con Jesús que nos abra los ojos y el corazón?

Nuestra Iglesia no necesita hoy predicadores que llenen las iglesias de palabras, sino testigos que contagien, aunque sea de manera humilde, su pequeña experiencia del evangelio. No necesitamos fanáticos que defiendan «verdades» de manera autoritaria y con lenguaje vacío, tejido de tópicos y frases hechas. Necesitamos creyentes de verdad, atentos a la vida y sensibles a los problemas de la gente, buscadores de Dios capaces de escuchar y acompañar con respeto a tantos hombres y mujeres que sufren, buscan y no aciertan a vivir de manera más humana ni más creyente.

José Antonio Pagola

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“Fue, se lavó, y volvió con vista”. Domingo 22 de marzo de 2020. Domingo 4º de Cuaresma, ciclo A.

Domingo, 22 de marzo de 2020
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17-CuaresmaA4Leído en Koinonia:

1Sm 16,1b.6-7.10-13ª: David es ungido rey de Israel
Salmo responsorial 22: El señor es mi pastor, nada me falta
Ef 5,8-14: Levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz
Jn 9,1-41: Fue, se lavó, y volvió con vista

El pueblo de Dios se planteó desde antiguo un gran problema: ¿cómo saber quién es el enviado de Dios? Muchos aparecían haciendo alarde de sus habilidades físicas, de su astucia, de su sabiduría, incluso, de su profunda religiosidad, pero era muy difícil saber quien procedía de acuerdo con la voluntad del Señor y quien quería ser líder únicamente para obtener el poder.

En la época de Samuel la situación era realmente complicada. El profeta, movido por el Espíritu de Dios, buscó un líder que sacara al pueblo del difícil atolladero de la crisis interna de las instituciones tribales y de la amenaza de los filisteos. Surgió Saúl, un muchacho distinguido, de buena familia y de extraordinaria complexión física. Los hebreos más pudientes lo apoyaron de inmediato, esperando que el nuevo rey lograra controlar el avance de los filisteos. Sin embargo, el nuevo rey en poco tiempo se convirtió en un tirano insoportable que agravó el conflicto interno y que, por sus constantes cambios de comportamiento, comprometió seriamente la seguridad de las tierras cultivables. Samuel, entonces, pensó que la solución era ungir un nuevo rey, una persona que se pudiera hacer cargo de la situación. La unción profética se convirtió, en aquel momento, en el medio por el cual se legitimaba la acción de un nuevo líder ‘salvador’ del pueblo. Siglos más tarde, los profetas se dieron cuenta de que no bastaba cambiar el rey para cambiar la situación, sino que era necesario buscar un sistema social que respetara los ideales tribales, lo que luego se llamo ‘el derecho divino’. Sin embargo, subsistió la idea de que el ‘líder salvador’ tenía que ser designado por un profeta reconocido. De este modo, la unción de los caudillos de Israel pasó a ser un símbolo de esperanza en un futuro mejor, más acorde con los planes de Dios.

En la época del Nuevo Testamento, el pueblo de Dios que habitaba en Palestina enfrentó un gran reto: ¿cómo hacer reconocer a Jesús como ungido del Señor? Aunque Jesús había conocido a Juan Bautista y, luego, había retomado su predicación, se cernía aún sobre él la duda, debido a su origen humilde, a la manera tan diferente de interpretar la ley y a su poca vinculación con el templo y sus rituales. Muchos se oponían a reconocer que él era un profeta ungido por el Señor, movidos simplemente por prejuicios culturales y sociales. La comunidad cristiana tuvo que abrirse paso en medio de estos obstáculos y proclamar la legitimidad de la misión de Jesús. Solamente quien conociera la obra del Nazareno, su entrañable amor a la vida, su dedicación a los pobres, su predicación del reinado de Dios, podía reconocer que él era el “ungido”, el “Mesías” (como se dice en hebreo), o el “Cristo” (como se dice en griego).

Las ‘señales y prodigios’ que Jesús actuó en medio de la gente pobre causaron gran impacto y, por esto, fueron motivo de controversia. Los opositores del cristianismo veían en las sanaciones que Jesús obraba, simplemente la labor de un curandero. Sus discípulos, por el contrario, comprendían todo su valor liberador y salvífico. Pues, no se trataba sólo de poner remedio a las limitaciones humanas, sino de devolverle toda la dignidad al ser humano. La persona que recuperaba la visión podía descubrir que su problema no era un castigo de Dios por los pecados de sus antepasados, ni una terrible prueba del destino. Era una persona que pasana de la desesperación a la fe y descubría en Jesús al profeta, al ungido del Señor. Su problema, una limitación física, se le había convertido en una terrible marca social y religiosa. Pero, el problema no era su limitación visual, sino la terrible carga de desprecio que la cultura le había impuesto. Jesús lo libera del insufrible peso de la marginación social y lo conduce hacia una comunidad donde lo aceptan por lo que él es, sin importar las etiquetas que los prejuicios sociales le habían impuesto.

En el evangelio se nos relata una especie de drama entre los vecinos del lugar donde el ciego solía pedir limosna, los fariseos que eran un grupo de judíos piadosos y cumplidores de la ley y los “judíos” en general, una expresión genérica con la que el evangelista designa a las altas autoridades religiosas del pueblo judío de la época de Jesús. Hasta los padres del ciego son involucrados en el drama.

Se trata de un verdadero «drama teológico», simbólico, de una gran belleza literaria. De ninguna manera se trata de una narración cuasiperiodística de unos hechos históricos, o de un relato que nos describa ingenuamente cómo sucedieron las cosas. No olvidemos que es Juan quien escribe, y que su evangelio se mueve siempre en un alto nivel de sofisticación, de recurso al símbolo y a la insinuación indirecta. Si tenemos que dirigir la palabra en la homilía, conviene no «contar» las cosas como quien cuenta hechos históricos tal cual, como si estuviera entreteniendo a unos niños. Los oyentes son adultos y agradecen que se les trate como a tales, sin abusar de que se tiene la palabra en un ámbito litúrgico donde por respeto nadie va a levantar la mano ni menos a contradecir, y que por eso se puede decir cualquier cosa, que «todo cuela» en ese ambiente.

En el «drama teológico» que hoy leemos, de Juan, el ciego se convierte en el centro. Todos se preguntan cómo es posible que un ciego de nacimiento sea ahora capaz de ver. Sospechan que algo grande ha sucedido, preguntan por el que ha hecho ver al ciego, pero no llegan a creer que Jesús sea la causa de la luz de los ojos del ciego. Un simple hombre como Jesús no les parece capaz de obrar tales maravillas. Menos aún habiéndolas obrado en sábado, día sagrado de descanso que los fariseos se empeñaban en guardar de manera escrupulosa. Y menos aún siendo el ciego un pobretón que pedía limosna al pie de una de las puertas de la ciudad. Todos interrogan al pobre ciego que ahora ve: los vecinos, los fariseos, los jefes del templo. Jesús se hace encontradizo con él, solidariamente, al enterarse de que lo han expulsado de la sinagoga. Y en este nuevo encuentro con Jesús el ciego llega a «ver plenamente», a «ver» no sólo la luz, sino la «gloria» de Dios, reconociendo en él al enviado definitivo de Dios, el Hijo del hombre escatológico, el Señor digno de ser adorado… Es el mensaje que Juan nos quiere transmitir narrando un drama teológico -como es su estilo- más que afirmando proposiciones abstractas -como hubiera hecho si hubiera sido de formación filosófica griega-.

Al final del texto las palabras que Juan pone en labios de Jesús hacen explotar el mensaje teológico del drama: Jesús es un juicio, es el juicio del mundo, que viene a poner al mundo patas arriba: los que veían no ven, y los que no veían consiguen ver. ¿Y qué es lo que hay que ver? A Jesús. Él es la luz que ilumina.

No haría falta echarle metafísica y ontología griega a este drama… Es un lenguaje de «confesión de fe». La comunidad de Juan está «entusiasmada», llena de gozo y de amor, poseída realmente por el descubrimiento que ha hecho en Jesús. Sienten que Él les cambia el mundo, que ven las cosas al revés que antes, y que es en Él en quien Dios se les ha hecho patente. Y así lo confiesan. No hace falta más. La ontología de los siglos subsiguientes es cultural, occidental, griega. Para el caso, sobra.

¿Qué significa hoy para nosotros? Lo mismo, sólo que a 20 siglos de distancia. Con más perspectiva, con más sentido crítico, con más conciencia de la relatividad (no digamos “relativismo”) de nuestras afirmaciones, sin fanatismos ni exclusivismos, sabiendo que la misma manifestación de Dios se ha dado en tantos otros lugares, en tantas otras religiones, a través de tantos otros mediadores. Pero con la misma alegría, el mismo amor y el mismo convencimiento. Leer más…

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