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¿Ceguera? ¿cataratas? ¿miopía? ¿cómo miramos?

Domingo, 19 de marzo de 2023
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ojos-cremallera

Juan 9, 1-41

¿Tengo ceguera, cataratas, miopía o visión selectiva, cuando miro a mi alrededor? ¿A qué me invita hoy la Palabra?

Soy María, discípula de Jesús de Nazaret. Es de noche, ya he apagado la luz del candil y espero que llegue discretamente mi vecino Mateo. Si los fariseos nos sorprenden en mi casa, pueden apedrearnos, pero merece la pena el riesgo.

Mateo sabe que desde hace tiempo acompaño al Maestro, junto con un pequeño grupo de hombres y mujeres. Me ha pedido que hablemos, porque está desconcertado. Nació ciego, pero ayer su encuentro con Jesús de Nazaret le cambió la vida. Parece que llaman a la puerta.

– Gracias María, necesito que me ayudes. Desde ayer han ocurrido tantas cosas…

– Me alegra mucho que hayas venido Mateo. Dicen que te has vuelto loco, que todo es mentira, y que os van a impedir a toda la familia que entréis en la sinagoga. Pero yo creo que te ha pasado lo mismo que le pasó a Zaqueo, que al encontrarte con Jesús ha entrado la salvación en tu vida. ¿Cómo fue el encuentro?

– Me conoces desde niño, cuando pedía limosna a la salida del pueblo, en el cruce de caminos. Ayer estaba en ese mismo sitio, cuando oí un gran revuelo. Se notaba que había mucha gente. En el grupo venía Jesús de Nazaret. Me dolía no poder verle, pero no me atreví a decirle nada. Cuando pasaron a mi lado alguien le preguntó por qué yo había nacido ciego.
Sentí como si una espada me atravesara el corazón. Esa pregunta se la habían hecho mis padres muchas veces, y en cuento crecí, me lo preguntaba yo también, casi a diario. No podía jugar con los muchachos en la aldea, ni podía ir a trabajar con la cuadrilla de segadores, he vivido de la limosna. Algunos días volvía avergonzado a casa, porque solo podía entregar un mendrugo de pan a mis padres.

– Jesús le dijo a la gente algo que no entendí muy bien. Y añadió: “Yo soy la luz del mundo”. Luego noté que me untaba los ojos con algo húmedo, como si fuera lodo. No podía abrirlos. No entendía nada de lo que estaba pasando. Me dijo:

– Vete a lavarte a la piscina de Siloé.

– Pero Jesús – le dije- dicen que esa piscina está al final de un túnel. No puedo ir yo solo. Además, allí va la gente a purificarse antes de entrar en el Templo a orar, y no es hora de oración. ¿Para qué me mandas a Siloé? Jesús no respondió. Alguien me tomó del brazo, atravesamos el túnel y llegamos a la piscina.

– ¿Y nada más entrar en el agua recuperaste la vista?

– Poco a poco, despacio. Primero noté un resplandor que desconocía, luego formas borrosas, y cuando vi el agua, el cielo y a la gente que nos rodeaba, rompí a llorar. Pero lo más importante no ha sido recuperar la vista, sino que Jesús me ha abierto otros ojos, me ha curado otra ceguera.

– No te entiendo.

– ¿Te acuerdas que hace tiempo el Maestro le dijo a Nicodemo que podía nacer de nuevo, y ni tú ni yo lo no entendimos? Pues creo que ahora sí lo entiendo. Yo tenía dos cegueras: la de la vista y la del corazón. Y Jesús me ha curado las dos. Vivía lamentándome, me sentía desgraciado porque me comparaba con los demás y echaba de menos lo que me faltaba. Pensaba cómo podíamos librarnos de los romanos con violencia. Y escurría el bulto ante las necesidades ajenas. Iba al Templo para intentar contentar al Altísimo, y recibir a cambio sus bendiciones, pero mi corazón estaba en otro sitio. Mis días se parecían a esas conchas que mueve el mar en la orilla, de un lado hacia otro, pero están vacías por dentro.

– ¡Cómo te entiendo Mateo! Algo semejante me ocurría a mí. Y ahora ¿en qué vas a trabajar? ¿Irás a segar al campo?

– No. Le he pedido a Jesús que me admita en su grupo y ha accedido, con mucha alegría. Quiero ir con vosotros, de aldea en aldea, dando testimonio, contando lo que el Señor ha hecho conmigo. El pueblo está sorprendido y se hace muchas preguntas. Le diré que el Señor es nuestro pastor y nada nos falta y que soy testigo de que su misericordia nos acompaña todos los días de nuestra vida. Animaré a la gente a que, por la noche, en lugar de decir una larga lista de oraciones con rutina, pidan desde lo más hondo: ¡Señor, que vea! Y que con esa mirada contemplen lo que hay a su alrededor y se pongan en camino.

Y en el silencio de la noche, María y Mateo dan gracias al gracias al buen Dios porque han salido de las tinieblas y quieren vivir como hij@s de la luz.

María, discípula amada.

Marifé Ramos González

Fuente Fe Adulta

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Queremos ver.

Domingo, 19 de marzo de 2023
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B4F8B704-29E7-441A-B6E5-D2C3841A6304Domingo IV de Cuaresma 

19 marzo 2023

Jn 9, 1-41

Parece seguro que el autor del evangelio construyó este relato, en forma de catequesis, con el objeto de presentar a Jesús como “luz del mundo”, tal como lo había confesado en un párrafo anterior (Jn 8,12).

Esa intencionalidad del evangelista no niega, sin embargo, que -como ocurre con los textos sapienciales, susceptibles de diferentes lecturas no contradictorias entre sí- podamos captar otro simbolismo, referido a la búsqueda humana de luz, es decir, de sabiduría.

Con esta clave, el episodio del ciego de nacimiento sería una metáfora de nuestro propio proceso: nacemos “ciegos” y, aunque en algún momento nos parezca intuir la luz, son fuertes y numerosas las resistencias -simbolizadas en la figura de los “fariseos”- para aceptarla. Eso explica que, una y otra vez, nos veamos conducidos a rechazar la novedad y prefiramos volver a los caminos trillados en los que habitualmente nos hemos movido.

Nuestro anhelo de verdad es innegable: sepámoslo o no, queremos ver, tenemos hambre de comprender. No obstante, factores externos e internos pueden activarse para adormecerlo y mantenernos en una superficialidad que se conforma con lograr un cierto bienestar sensible. El anhelo queda así sofocado y -como los fariseos del relato- nos convertimos en ciegos que creen ver, pero que solo están encerrados en su dogma.

Al lector del texto que estoy comentando no se le escapa la obstinación de los fariseos en su ceguera, mientras se empeñan en pregonar que son ellos quienes están en la verdad. En un error semejante caemos cuando presumimos de estar en la verdad, justificando nuestros propios pensamientos, sin haber sido siquiera capaces de tomar distancia de la mente y situarnos en “otro lugar”.

La mente es una herramienta tan extraordinaria como imprescindible. Pero no será ella la que nos permita “ver”. La comprensión de la que hablamos no es, de entrada, mental o conceptual, sino experiencial o vivencial. Y esa siempre ocurre cuando, silenciando la mente, la trascendemos, situándonos en el lugar de la Consciencia-Testigo (Eso que es consciente).

Se trata de un camino accesible para todos nosotros. No se requiere estar esperando una experiencia “mística”. Todos sin excepción podemos entrenarnos en acallar la mente, observar sus movimientos, vivirnos a distancia de ella…, hasta llegar a la destreza de la persona sabia que -aun utilizándola cuando la necesita- vive cada vez más en el no-pensamiento, en la atención descansada y luminosa que nos mantiene en la consciencia de unidad.

Valorando la mente, ¿me ejercito en tomar distancia de ella?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Yo soy la Luz del mundo. / El capitalismo nos ha hecho más lucidos, pero no más lúcidos

Domingo, 19 de marzo de 2023
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Jesus-Healed-the-Man-Born-BlindDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Situaciones de ceguera.

En cierto sentido la ceguera de este hombre del evangelio de hoy, es nuestra propia oscuridad, son nuestras tinieblas, nuestras noches oscuras del alma, quizás también los silencios de Dios.

El ciego de nacimiento -como otros personajes en el evangelio de Juan-[1] son exponentes de la situación del pueblo, es decir, representan nuestras propias situaciones personales.

El “no ver físico” es imagen de la ceguera personal-espiritual.

Aquel hombre nació en un contexto, en un pueblo y situación religiosa de oscuridad y tinieblas. Ni tan siquiera conoció la luz. Ciego de nacimiento

¿No será también nuestro caso?

02.- ¿El siglo de las luces?

    Nosotros, -el mundo occidental- hemos nacido en un contexto de noche espesa. Curiosamente en la Europa que proviene del “Siglo de las luces”, (siglo XVIII: la Ilustración) no andamos muy sobrados de luz ni de luces.

Los criterios y esquemas de vida en los que vivimos (planes de educación, parlamentos, posiciones eclesiásticas, medios de comunicación, etc.), no iluminan mucho la vida, sobre todo en lo que hace referencia a las grandes cuestiones de la vida.

A veces también “Dios se oculta”, se nos hace ausente, el silencio de Dios nos embarga y no vemos. ¿Dónde está Dios en ciertas situaciones de catástrofes naturales, guerras, injusticias, enfermedades, muertes, etc.?

En el mundo occidental los intereses del capitalismo (tecnología, consumismo, dinero, etc.) nos han hecho más lucidos, pero no más lúcidos.

03.- Yo soy la luz del mundo.

Ante la situación de tinieblas, Jesús se presenta como la luz: Yo soy la luz del mundo.

    Jesús ilumina y confiere luz y vida a los grandes enigmas y problemas de la existencia humana: las cuestiones éticas, la culpa, la angustia, el sentido de la vida, la nada, el vacío, la muerte.

04.- Jesús escupió en tierra, hizo barro con la saliva, le untó los ojos al ciego. (¡era sábado!, v 13)

Es evidente que el barro material en modo alguno mejora la vista, más bien la empeorará. (No se puede leer este y otros muchos relatos al pie de la letra).

Una de las claves para leer el evangelio de San Juan es que está escrito teniendo como plantilla o telón de fondo, el AT.

El Génesis comienza diciendo que “en el principio existía el caos”, San Juan comienza su evangelio diciendo: “En el principio existía la Palabra y la Palabra era Luz y Vida”. La Palabra era, es, el sentido de la vida.

  • Ante el ciego Jesús repite los símbolos de la creación: toma barro y le infunde algo muy íntimo suyo, su energía, su espíritu (élan vital, aliento vital), simbolizado en la saliva. Así surge de sus manos un nuevo ser humano. Estamos ante una nueva creación, es una vida nueva. Cristo crea una nueva humanidad. El profeta Isaías (64,7) oraba diciendo: “Señor, tú eres nuestro padre, nosotros somos barro y tú el alfarero: somos obra de tu mano”.
  • En el texto de hoy se repite muchas veces la expresión: nacer: (vv 1.2.19.20.32.34). La luz de Cristo genera una nueva humanidad, su luz nos hace renacer, ilumina nuestra vida, nuestros pasos.
  • Un detalle que no pasa desapercibido es que Jesús, una vez más, cura en sábado, lo cual estaba prohibido por la ley, (¿pecado mortal?). Jesús era un pecador, un impostor para la religión judía. Suena fuerte, pero la mirada de Jesús se dirige a la debilidad y necesidad del ser humano.

Hagamos luz en la vida también en sábado, incluso cuando discrepemos o nos encontremos con personas que discrepan de la ley, o viven en tensión con la jerarquía. Muchas veces la vida está fuera de las religiones oficiales.

05.- Soy yo

Los fariseos (los del Obispado) siempre dando la barrila: ¿Es el ciego que se sentaba pedir o no? No es, pero se parece… Tú, ciego, y Jesús, qué lecciones nos vais a dar si sois vulgares pecadores, no es posible que te haya curado en sábado, etc…

  • El evangelista con una cierta ironía dice que “los del Templo” discutían si el que ahora veía era el mismo quien poco antes no veía. Pues sí, era “el mismo” si bien, gracias a Jesús no era “lo mismo”, ahora ve la vida de otra manera. Pero eso no se lo debe a la ley, sino a la cercanía de JesuCristo.
  • Yo no sé si es sábado o lunes, no sé si el que me ha orientado en la vida es pecador o no. Lo que sé es que antes no veía y ahora veo.

El ciego termina diciendo: soy yo. Cuando Cristo se acerca a nuestra vida, somos personas como Cristo.

  • Soy yo. Todo el que se acerca al “Yo soy”, a Cristo, termina siendo: “soy yo”, es decir, participa del mismo ser, de la misma vida de Cristo. El que se acerca a Cristo, termina siendo como Él, Yo soy.
  • Aquel hombre queda transformado porque ve la vida desde Cristo
  • Vivir desde Cristo supone ver y supone dignidad en la vida

En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz… caminad como hijos de la luz. Despiértate tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz. (Efesios 5, 8.14).

[1] Nicodemo, la samaritana, la adúltera, Lázaro, el Discípulo Amado, etc.

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El hijo pródigo, el hermano y el Padre

Viernes, 1 de abril de 2022
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hijo-prodigo-iconoDe su blog Punto de encuentro:

El pasaje evangélico de este domingo viene como anillo al dedo para este tiempo final de la Cuaresma como tiempo de conversión, de cambio, de pensar en qué haría Jesús en mi lugar.

En el relato del hijo pródigo, es el corazón del Padre el que se manifiesta. Parábola que solemos llamar también del Padre y de la Madre, pues Dios, que no es masculino ni femenino, reúne todo lo mejor que existe en el ser humano. Hay que recordar a Isaías: “Como consuela la propia madre así os consolaré yo”. Igualmente en tradición sapiencial, la sabiduría de Dios se presenta personificada en una figura femenina (Prov 8,22-26; Eclo 24,9…). Jesús utiliza también el símil de la gallina que quiere reunir a los hijos bajo su protección (Lucas). Son visiones de Dios limitadas por nuestro lenguaje antropomórfico para expresar el amor divino.

Lucas deja claro en el relato que el dios de la pureza legal, deja paso al Dios de la misericordia en el contexto de una trilogía de parábolas que muestran a un Dios que no da por perdido a nadie, sino que busca y espera siempre frente a las críticas de los fariseos y los letrados, molestos porque “los pecadores se acercaban a escucharle”.

Jesús muestra en la parábola a un Padre que ama ¡y perdona! por igual a los dos hijos. Es importante destacar lo inaudito en aquella cultura teocrática de actuar con perdón y misericordia cuando se mancillaba el honor familiar de la forma que lo hizo el hijo menor, hasta el extremo de la actitud que mantiene el padre de la parábola todos los días, expectante y acogedor, hasta que vuelve el pródigo que le ha deshonrado. En este sentido, es entendible el estupor del hijo mayor viendo como su padre va contra la ley establecida por verdadero amor: una acogida amorosa hasta el punto de colocarle al hijo pequeño el mejor vestido, signo de dignidad, además de ponerle el anillo que le otorga autoridad y calzarle para que no se sienta un siervo. Estamos ante un resumen de todo el Evangelio, el anuncio de la Buena Nueva a los pecadores llamada “parábola del amor del padre” por Joaquim Jeremías.

No olvidemos que el relato no indica ninguna señal de remordimiento del pródigo que toma el doloroso camino de regreso por una sola razón: “¡Me muero de hambre!”. Su esperanza es que logre convertirse al menos en un siervo. Por tanto, no es él quien se salva, sino la actitud paterna que desarbola su táctica con su amor desbordante, solo porque ha decidido volver buscando el perdón por necesidad. Qué bella oración podemos hacer con estos mimbres…

El amor y el perdón del padre son anteriores a todo; estamos llamados a la fiesta que tiene preparada como signo de un nuevo tiempo porque “en la casa de mi Padre hay sitio para todos”, aunque primero tengamos que nacer de nuevo (Juan). Nosotros también somos hijos pródigos cada vez que “pedimos la herencia” y nos alejamos para buscar el amor donde no podemos encontrarlo. No es fácil, pero uno de los grandes retos del cristiano para no convertirse él mismo en excluido consiste precisamente en la humildad de volver a Dios, siempre anhelante para recibirnos.

La historia del pródigo es la historia de nuestras vidas. Unas veces pródigos, pero en otras ocasiones nos comportamos como el otro hermano, el aparentemente bueno, pero cuya conducta envidiosa y mezquina retrata a los fariseos y escribas que escuchaban la parábola. Por eso la humildad verdadera nace de la experiencia de la propia imperfección.

El padre trata de convencer al hijo mayor para que se sume a la fiesta pero este rehúsa llamarle hermano (“ese hijo tuyo”, le dice) recriminando el trato de favor de su padre. Lo que le escandaliza -lo que no soporta- es que su padre no le pone a él de ejemplo, dando rienda suelta a su fariseísmo y resentimiento. En el trasfondo del hijo mayor está el pueblo elegido de Israel que no quiere sumarse a la fiesta que invita Jesús. Soportando otra dolorosa humillación pública, el padre sale al encuentro, esta vez para recuperar al otro hijo que le recrimina en público con un corazón endurecido, ajeno a toda confianza y gratitud. Nos fijamos en el hijo menor sin reparar cuánto podemos tener del hijo mayor. Que hasta los apóstoles intentaron varias veces impedir que los excluidos se acercasen a Jesús.

Pero como dice Katerina Lachmanova, compasión es la faceta de Dios manifestada sin límites para con el afligido, el infeliz y el pecador… ¿Y quién de nosotros no pertenece al menos a una de estas tres categorías?

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Monseñor Agrelo: “Hace mucho tiempo que a la fe le hemos robado la historia y hemos llamado fe a una ideología”

Miércoles, 30 de marzo de 2022
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Padre-hijo-prodigo_2226087387_14547955_660x460“No echamos en falta la casa del padre y su abundancia de pan”

“Y también tiene su historia el Dios de aquel pueblo, el padre de aquel hijo derrochador: se adivina en él el mal de ausencia, la mirada que recorre cada día el camino por donde el hijo se le ha ausentado”

“Mientras la historia de los hijos desaparece, la historia del padre se alarga y se ahonda hasta hacérsele herida en las entrañas: ¡Lo hemos dejado solo!”

“Tu mirada, Padre, escruta cada día el horizonte, a la espera de un hijo… mirada de Dios, mendigo de hijos, por si alguno se compadece de tu esperanza, de tu nostalgia, de tu pobreza, de tus ojos”

Aquel pueblo, “los israelitas”, tenían una historia, y de esa historia aquél iba a ser un día memorable. Quedaban atrás siglos de esclavitud, “el oprobio de Egipto”. Quedaban atrás años de prueba en el desierto, “donde habían tentado a Dios”. Quedaban atrás los días del maná, aquel pan del cielo con que la fe había alimentado la esperanza. Ahora habían llegado a la tierra de las promesas. Habían llegado, y aquel día, después de celebrar la Pascua, comieron del fruto de la tierra: panes ázimos y espigas fritas.

También aquel hijo del que habla el evangelio tenía su historia: había emigrado a un país lejano, había derrochado su fortuna viviendo perdidamente, y había pasado necesidad, tanta que se decidió a “ponerse en camino adonde estaba su padre”.

Y también tiene su historia el Dios de aquel pueblo, el padre de aquel hijo derrochador: se adivina en él el mal de ausencia, la mirada que recorre cada día el camino por donde el hijo se le ha ausentado, imaginas la esperanza de que un día aquel hijo volverá, y no podrás imaginar la conmoción de sus entrañas maternas al verlo aquel día cuando todavía estaba lejos, no podrás imaginar el abrazo que le dio y la nube de besos en que lo envolvió, y tampoco la fiesta con que celebró haberlo recobrado vivo.

Hace mucho tiempo que a la fe le hemos robado la historia: hemos llamado fe a una ideología, a unas creencias; no hemos padecido ninguna esclavitud ni conquistado ninguna libertad; no hemos vagado hambrientos y sedientos por ningún desierto, ni hemos gustado ningún pan que sale de la boca de Dios; tenemos creencias, pero no un Dios que haya tenido que molestarse por nosotros o mosquearse con nosotros.

No añoramos una tierra prometida. No echamos en falta la casa del padre y su abundancia de pan.

Lo nuestro es amar la esclavitud: después de todo, no están nada mal los ajos y cebollas con que nos alimenta el que nos esclaviza. Aún nos queda fortuna que derrochar. ¡El mundo se precipitaría en el caos si dejásemos de derrochar!

Pero mientras la historia de los hijos desaparece, la historia del padre se alarga y se ahonda hasta hacérsele herida en las entrañas: ¡Lo hemos dejado solo!

Dios de Israel, Dios de Jesús, Dios compasivo, Dios conmovido, Dios que baja y se fija en la aflicción de sus hijos… Dios abandonado, Dios olvidado, Dios herido…

Tu mirada, Padre, escruta cada día el horizonte, a la espera de un hijo… mirada de Dios, mendigo de hijos, por si alguno se compadece de tu esperanza, de tu nostalgia, de tu pobreza, de tus ojos… mirada de Dios, mendigo de hijos a los que abrazar, a los que besar, a los que vestir con el mejor traje, con los que cantar y danzar…

Dios te espera a ti para llenar de alegría su casa.

Conviértete a él… Ponte en camino adonde está tu padre.

Y si preguntas cómo se hace ese camino, algo me dice que, si acojo la palabra de Dios, si remedio la necesidad de los pobres, si voy a la escuela de Jesús de Nazaret, el Padre verá perfilarse en el horizonte la silueta de un hijo esperado que está volviendo a casa.

Ponte en camino: Ten compasión de Dios.

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“La tragedia de un padre bueno”. 4 Cuaresma – C (Lucas 15,1-3.11-32)

Domingo, 27 de marzo de 2022
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hijo prodigoExegetas contemporáneos han abierto una nueva vía de lectura de la parábola llamada tradicionalmente del «hijo pródigo», para descubrir en ella la tragedia de un padre que, a pesar de su amor «increíble» por sus hijos, no logra construir una familia unida. Esa sería, según Jesús, la tragedia de Dios.

La actuación del hijo menor es «imperdonable». Da por muerto a su padre y pide la parte de su herencia. De esta manera rompe la solidaridad del hogar, echa por tierra el honor de la familia y pone en peligro su futuro al forzar el reparto de las tierras. Los oyentes debieron de quedar escandalizados al ver que el padre, respetando la sinrazón de su hijo, ponía en riesgo su propio honor y autoridad. ¿Qué clase de padre es este?

Cuando el joven, destruido por el hambre y la humillación, regresa a casa, el padre vuelve a sorprender a todos. «Conmovido» corre a su encuentro y lo besa efusivamente delante de todos. Se olvida de su propia dignidad, le ofrece el perdón antes de que se declare culpable, lo restablece en su honor de hijo, lo protege del rechazo de los vecinos y organiza una fiesta para todos. Por fin podrán vivir en familia de manera digna y dichosa.

Desgraciadamente falta el hijo mayor, un hombre de vida correcta y ordenada, pero de corazón duro y resentido. Al llegar a casa humilla públicamente a su padre, intenta destruir a su hermano y se excluye de la fiesta. En todo caso festejaría algo «con sus amigos», no con su padre y su hermano.

El padre sale también a su encuentro y le revela el deseo más hondo de su corazón de padre: ver a sus hijos sentados a la misma mesa, compartiendo amistosamente un banquete festivo, por encima de enfrentamientos, odios y condenas.

Pueblos enfrentados por la guerra, terrorismos ciegos, políticas insolidarias, religiones de corazón endurecido, países hundidos en el hambre… Nunca compartiremos la Tierra de manera digna y dichosa si no nos miramos con el amor compasivo de Dios. Esta mirada nueva es lo más importante que podemos introducir hoy en el mundo los seguidores de Jesús.

José Antonio Pagola

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“Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido”. Domingo 27 de marzo de 2022. 4º de Cuaresma

Domingo, 27 de marzo de 2022
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20-cuaresmaC4 cerezoLeído en Koinonia:

Josué 5, 9a. 10-12: El pueblo de Dios celebra la Pascua, después de entrar en la tierra prometida.
Salmo responsorial: 33: Gustad y ved qué bueno es el Señor.
2Corintios 5, 17-21: Dios, por medio de Cristo, nos reconcilió consigo.
Lucas 15, 1-3. 11-32: Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido.

Análisis

La primera lectura, del libro de Josué, nos presenta un elemento fundamental para la liturgia, que es la celebración de la Pascua en el desierto. El texto presenta una serie de elementos que pueden discutirse desde una perspectiva “histórica”: el nombre Guilgal seguramente no se remite a lo que dice aquí el texto sino a un “círculo” de piedras que puede haber dado origen a un sitio que hoy no conocemos con seguridad (hay diferentes locaciones posibles). Pero no es esto lo importante, sino que algo importante ha terminado. Esto es presentado como “el oprobio” de Egipto. Dado que el término oprobio se usa en Gn 34,17 para hablar de la circuncisión se ha pensado en que se refiere a haber estado bajo el dominio de “incircuncisos”. Esto ha sido cuestionado porque los egipcios se sometían a la circuncisión, pero no es a la “sola circuncisión” que debemos referirnos, no se ha de olvidar que esta es signo de la alianza de Dios con su pueblo (Gn 17,2.11) y ciertamente los egipcios no participan de esta alianza. Por otra parte, el v.9 pertenece de hecho a la unidad anterior (5,1-9) donde la circuncisión es el tema fundamental. Haber estado dominados por un pueblo “incircunciso” constituye un verdadero oprobio, pero el fin del éxodo (que de eso se trata esta unidad) marca también el fin de esta etapa.

No interesa, en este comentario, la parte histórica de notar que todavía no se han unido en la fiesta pascual la comida del cordero y la comida de los panes sin levadura., Esto parece haber ocurrido en tiempos de Josías (622 a.e.c.; 2Re 23,21-23: ¿Josué = Josías?), lo importante es que la celebración no sólo marca la culminación de un período sino el comienzo de uno nuevo, y este período está marcado por la memoria de los acontecimientos salvadores de Dios en el éxodo y el desierto. Es interesante notar la importancia que da esta unidad a los tiempos: “catorce del mes”, “día siguiente”, “ese mismo día”, “al día siguiente”, “aquel año”, un tiempo nuevo ha comenzado, y la celebración de la pascua es signo de ello.

Sabemos el lugar central que da el evangelio de Lucas a la “misericordia”. No vamos a desarrollar un comentario a toda la parábola sino a detenernos en lo fundamental. El movimiento de la parábola es sencillo: presentación de los personajes (vv.11-12), actitud del hijo menor (vv.13-20a), actitud del padre frente al hijo perdido (vv.20b-24), actitud del hijo mayor frente al hijo perdido (vv.25-32). Como se ve, las tres primeras escenas son paralelas a las actitudes del pastor y la mujer ante el objeto perdido, la novedad viene dada por la actitud del hijo mayor. Ciertamente este refleja la actitud de los fariseos y escribas ante los pecadores. No deja de ser interesante el lenguaje de la comida en la parábola, lo que nos recuerda el contexto: “hubo hambre” (v.14), deseaba comer las algarrobas (v.16), los jornaleros del padre “tiene pan en abundancia” (v.17), el padre manda “matar el novillo engordado, comamos y celebremos una fiesta” (v.23), “nunca me diste un cabrito para una fiesta con mis amigos” se queja el mayor (v.29) y aclara “ese hijo tuyo que devoró tus bienes con prostitutas” (v.30); además, en vv.23.24.29.32 utiliza eufrainô que como vimos es festejar en un banquete…

Como se ve, el contraste es entre dos personajes con respecto a una misma situación: el hijo/hermano menor. Como otras parábolas de dos personajes, quizá el título debería reflejar estas dos actitudes más que remitir al “hijo pródigo”.

Por una parte, se ocupa de mostrar qué bajo cayó el hijo menor con una serie de elementos muy críticos para cualquier judío: “país lejano”, “vida libertina/prostitutas”, “pasar necesidad”, “cuidar cerdos”, no le dan ni siquiera algarrobas, que es comida preferentemente de animales (¿las debe robar?), hasta el punto que pretende volver “a su padre” como un asalariado. Hay que prestar atención a palabras como “no merezco” (vv.19.21) y “es bueno/conviene” (v.32), a las que volveremos. Descubriendo su miseria el hijo parte “hacia su padre” (no dice a su casa, aunque se supone “pros”; vv.18.20), el hijo mayor es quien no entra “en la casa” (v.25). El movimiento de partida y regreso del hijo es semejante al perder-encontrar, y más aún a la muerte-resurrección (con este paralelismo termina la intervención del padre y vuelve a repetirse al intervenir el hijo mayor).

El hijo ha preparado un discurso, pero el padre no le permite terminarlo, no se le gana en generosidad e iniciativa: no sólo -contra las costumbres orientales- “corre” al encuentro del hijo al que ve de lejos, sino que le devuelve la filiación que había “perdido”: eso significan el anillo (sello), las sandalias y el mejor vestido, digno de un huésped de honor. La alegría del padre queda reflejada, además, en la fiesta por “este hijo mío”.

El hermano mayor, que viene de cumplir con sus responsabilidades de hijo no quiere ingresar a la casa y participar de la fiesta. Nuevamente el padre sale al encuentro de un hijo y debe escuchar los reproches. El mayor se niega a reconocerlo como hermano (“ese hijo tuyo”) cosa que el padre le recuerda (“tu hermano”). El padre no le niega razón a que el hijo mayor “jamás desobedeció una orden”, es un “siempre fiel”, uno que “está siempre con el padre” y todo lo suyo le pertenece, pero el padre quiere ir más allá de la dinámica de la justicia: el menor “no merece”, pero “es bueno” festejar. La misericordia supone un salir hacia los otros, los pecadores que -por serlo- no merecen, pero el amor es siempre gratuito y va más allá de los merecimientos, mira al caído. Los fariseos y escribas son modelos de grupos “siempre fieles”, pero su negativa a recibir a los hermanos que estaban muertos y vuelven a la vida los puede dejar fuera de la casa y de la fiesta. Los mayores también pueden irse de la casa si no imitan la actitud del padre, o pueden ingresar y festejar si son capaces de recibir a los pecadores y comer con ellos.

Comentario

En nuestra vida cristiana solemos movernos con caricaturas de Dios; sea por lo que creemos, por lo que mostramos, o por lo que nos enseñaron. Sea un Dios bonachón, un cascarrabias eterno que espera nuestra equivocación para quebrarnos, un distraído y olvidado de las cosas de los humanos a los que creó “hace tanto tiempo”, un “padre” autoritario y caprichoso que decide arbitrariamente y no permite discusiones en la realización de su voluntad… ¿Cómo es nuestro Dios?

Es importante saber cómo es el Dios en el que creemos, pero más importante es saber cómo es el Dios en el que creyó Jesús, cómo es el Dios que Él nos reveló. Como siempre, Jesús nos hablaba de Dios no sólo con palabras, sino también con lo que hacía. Haciendo, Jesús nos mostraba al Padre Dios, ¡al verdadero! Hoy Jesús nos cuenta una parábola, una parábola que nos habla de Dios, pero una parábola que nace de una actitud de Jesús, y él nos dice que frente a los hermanos despreciados, podemos obrar de dos maneras diferentes, como Dios -que es también como obra Jesús- o también como los judíos religiosos, los “separados” del resto, los puros.

El pecado es el no-amor-dado, y el amor no-dado, y por eso nos aleja de Dios, que es amor; nos separa de su casa paterna. Pero con su amor, que se sigue derramando, y de un modo preferencial por los pecadores, Dios sigue tendiendo constantemente su mano amiga, a la espera de la vuelta de sus hijos. Nosotros, en una frecuente caricatura de Dios, solemos rechazar, juzgar y condenar a los que creemos pecadores. Nosotros, al igual que Jesús, también mostramos con nuestras actitudes al Dios en el que creemos; pero, a diferencia de Jesús, mostramos un Dios que en nada se asemeja al Eterno Buscador de Hijos Perdidos.

El Jesús que ama y prefiere a los pecadores, y come con ellos, no hace otra cosa que conocer la voluntad del Padre y realizarla concretamente, sus mesas compartidas y sus comidas nos hablan de Dios, ¡claramente! En el comportamiento de Jesús se manifiesta el comportamiento de Dios, Jesús mismo es parábola viviente de Dios: su acción es entonces una revelación. ¿Qué Dios, qué Iglesia, qué ser humano revelamos con nuestra vida? Con frecuencia, como hermanos mayores estamos tan orgullosos de no haber abandonado la casa del padre, que creemos saber más que Él mismo: “Dios es injusto”, para nuestras justicias; Dios es “de poco carácter” para nuestra inmensa sabiduría. Quizá, Dios ya esté viejo, para dedicarse a su tarea y debería jubilarse y dejarnos a nosotros…

Frente a tanta gente que rechaza la Iglesia (“creo en Dios, no en la Iglesia”), a veces decimos “pero Dios sí quiere la Iglesia”. ¿No debemos preguntarnos constantemente qué Iglesia es la que Él quiere? ¿No debemos preguntarnos, en nuestras actitudes, qué Iglesia mostramos? Esta Iglesia, la que yo-nosotros mostramos, ¿es como Dios la quiere? Jesús, con su vida, y hasta con sus comidas, muestra el rostro verdadero de Dios, muestra la comunidad de mesa en la que él participa; hasta comiendo Él revela al verdadero Dios. Quizá debamos, de una vez, dejar nuestra actitud de hijo mayor, y ya que nos sale tan mal el papel de Dios, debamos asumir el papel de hijo menor; debemos volver a Dios para llenarlo de alegría, para participar de su fiesta; y, participando de su alegría, empecemos a mostrar el rostro de la misericordia de este Dios de puertas abiertas.

La misma cena eucarística es expresión de la universalidad del amor de Dios: es comida para el perdón de los pecados. El Dios de la misericordia, no quiere excluir a nadie de su mesa; es más, quiere invitar especialmente a todos aquellos que son excluidos de las mesas de los hombres por su situación social, por su pobreza, por su sexo o por cualquier otro motivo; y va más allá, no ve con buenos ojos que crean participar de su cena quienes no esperan a sus hermanos excluidos de la mesa por ser pobres. El Dios que no hace distinción de personas, ama dilectamente a los menos amados. Sin embargo, muchas veces tomamos la actitud del hermano mayor. ¿Cuándo nos sentaremos en la mesa de los pobres, y abandonaremos nuestra tradicional postura soberbia y sectaria de “buenos cristianos”? ¿Cuándo nos decidiremos a participar de la fiesta de Dios reconociéndonos hermanos de los rechazados y despreciados? Jesús nos invita a su comida, una comida en la que mostramos -como en una parábola- cómo es el Dios, como es la fraternidad en la que creemos. Y nos mostraremos cómo somos hermanos, cómo somos hijos en la medida de participar de la alegría del padre y del reencuentro de los hermanos. Leer más…

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Dom 27.3.22. Un padre tenía dos hijos… El tema es hacernos hermanos (Lc 15)

Domingo, 27 de marzo de 2022
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A193B74B-8D88-4921-BF5F-288D4B61BB8FDel blog de Xabier Pikaza:

Un hijo único no es Hijo; solo somos hijos aprendiendo a ser hermanos. Así empieza la historia  de la Biblia (Gen 4: Caín y Abel). Así empezó a contarla  Jesús (Lc 15).

Por lógica de “mando”, uno asesina (expulsa) al otro: somos supervivientes de una historia de sangre y expulsiones. Hemos mal-vivido hasta hoy (2022), pero moriremos todos, si no cambiamos.

Ésta es la historia del mal llamada pródigo, porque al final todo depende del hermano “grande”, a la puerta de casa discutiendo con el padre, a quien acusa diciendo que el otro ha malgastado su fortuna con “malas mujeres”.

Esta historia no es todo lo que hay, pues falta la madre y las demás mujeres (madres, hermanas, amigas…), pero en sus tres figuras (padre y dos hermanos) se condensa casi todo lo que existe , como muestran dos cuadros famosos, uno de Ribera, otro de Rembrandt.  

Jesús enfocó esta historia como judío del siglo I. Nosotros debemos contarla y vivirla desde nuestro tiempo y circunstancia. Jesús dejó la solución abierta, para que nosotros respondamos, “nos solucionemos”.  A todos buen domingo IV de Cuaresma.         

Un hombre tenía dos hijos… (Lc 15, 1-3. 11-32).

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: “Ése acoge a los pecadores y come con ellos.” Jesús les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna .”El padre les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.

Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros. “Se puso en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.

Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. “Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”

Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contesto: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.”

Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.” El padre le dijo: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”

Empezando por Caín y Abel (Gen 4)

 Toda la humanidad son dos hermanos “queridos” y enfrentados, de manera que uno “resuelve” su problema matando al otro. Así cuentan muchos mitos o relatos, como saben los grandes pensadores, de Agustín a Hegel, de Marx a Freud y al papa Francisco.

Ésta es una historia que muchos siguen desfigurando, una historia que algunos siguen viendo calcada en la guerra de Rusia y Ucrania. No sé si Ucrania es el hermano pequeño”, pero es claro que un tipo de Rusia está haciendo de hermano mayor prepotente.

Un hombre tenía dos hijos empieza diciendo la parábola (Lc 15, 11), hijos bien muy amados, pero enfrentados a muerte. No se necesita decir más para evocar y plantear la suerte de los hombres, que han sido falsificada por lectores muy “piadositos” que se fijan sólo en dos personas (hijo pródigo y padre), olvidando que el tema clave son las relaciones entre los dos hermanos, uno que quiere ser dueño de toda la casa del mundo y el otro que ha buscado el pan de unas mujeres a las que la mayor llama “malas”, para terminar luchando por el pan de las algarrobas con cerdos.

          Ésta es sin duda una parábola del hijo pródigo y el padre, pero su tema central es la relación de los hermanos, con el surgimiento de una iglesia de pródigos:

Es importante la relación del padre con el pródigo, que aparece como “pecador”, pues abandona la casa con su herencia, a “comerse” el mundo, pero fracasa (gasta todo con mujeres “malas”) y debe trabajar guardando cerdos que comen lo que a él se le prohíbe. Por eso vuelve “arrepentido”, pidiéndole a su padre que le admita como jornalero, sólo por comida; pero el padre le acoge como hijo, dándole otra vez la casa entera, con vestido nuevo y anillo de firmar (=firma autorizada), con ternero cebado, música y fiesta de hombres y mujeres que bailan (Lc 15, 22‒25).

‒ Más importante y trabajosa es la relación del padre con el hijo mayor(=agrande), que se enoja por la vuelta del pródigo y no quiere entrar en casa, sin que, al parecer, el padre logre convencerle de que venga y se avenga con su hermano. Con toda su lógica, ese hermano “grande” (fariseo, jurista y sacerdote: 15, 1‒2) se irrita al ver que el padre festeja al retornado, y obrando así demuestra que no tiene alma de hermano, ni parecido con su padre, sino que es un avaro envidioso y “cumplidor”, guardando toda la fortuna para sí, sin acoger al pródigo, su hermano.

Pero la relación decisiva es la de los dos hermanos, como en la historia de Caín y Abel, donde se decía que no caben los dos en la ancha tierra, de forma que, para sentirse seguro, uno (Caín) tuvo que matar al otro. Una sombra de muerte como la de Caín planea también sobre nuestra parábola, que debe compararse con otra, la de los viñadores homicidas (Lc 20, 9‒20) que se sienten “grandes” y para quedarse con la herencia, expulsan de su finca y matan al hijo del padre (al pródigo). Ciertamente, el pródigo no viene a matar, sino a comer; y además viene a su casa, como los pobres del mundo que llaman a la iglesia o a la puerta de las sociedades ricas, que deben ser también su casa, pues el mundo ha de ser hogar para todos.

Según la parábola, el problema no es el pródigo, sino el “grande”, que se cree dueño de la casa, y discute a su puerta con el padre; ese podría matar, y (apelando a su justicia, de forma legal) matará de hecho al pródigo al que el padre ha introducido en su casa, como en la parábola de los viñadores, que anuncia la muerte de Jesús, el pródigo (Lc 22‒23).     Lo supo A. Machado cuando decía: “por este trozo de planeta (campos de Castilla) cruza errante la sombre de Caín”.    Esa sombra de muerte cruza también por la parábola: La muerte de Jesús y de sus pródigos, aunque a veces lo olvidamos e interpretamos todo de un modo intimista, como si no se tratara de la iglesia. En contra de eso quiero mostrar que esta parábola trata no sólo de una iglesia que ha de abrirse desde los pródigos a todos, sino también del riesgo de muerte en que se encuentran cientos de millones de pródigos, y también de aquellos que no quieren recibirles, pues, a la larga también ellos, los grandes de iglesia, acabarán muriendo si no comparten la vida con los pródigos.

Una parábola difícil, a contra-corriente

                   Así la contaba un colega la Universidad de Salamanca: “A vosotros, hombres de Iglesia, os pasa lo mismo. Os emocionáis, hablando de lo mucho que Dios quiere a los pródigos… pero después les echáis de la iglesia, no dejáis que sea una fiesta para ellos.

         “Los grandes de la iglesia habéis corregido de plana a Jesús, y os habéis han apoderado de la casa del padre, no dejando entrar a pródigos y prostitutas, emigrantes, posesos, enfermos y pobres…   Leéis la primera parte, donde se dice que Dios perdona a los pródigos, pero no la segunda, donde Jesús pide al hermano mayor que acusa al pequeño, acusándole  de haber gastado todo con malas mujeres.

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Cuatro historias de padres e hijos. Domingo 4º de Cuaresma. Ciclo C.

Domingo, 27 de marzo de 2022
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HIJO-PRÓDIGO5_thumb1Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El domingo pasado, a propósito de la conversión, Jesús contaba cómo un viñador intenta salvar a la higuera infructuosa pidiendo un año de plazo al propietario. Nosotros debíamos identificarnos con la higuera y agradecer los esfuerzos del viñador por impedir que nos cortasen. El evangelio de este domingo sigue centrado en la conversión, pero con un enfoque muy distinto: el propietario se convierte en padre, y no tiene una higuera sino dos hijos. Conociendo la historia de la parábola y teniendo en cuenta la lectura de la carta de Pablo podemos hablar de cuatro padres y distintos hijos.

  1. El hijo rebelde y el padre irascible que perdona (Oseas)

            La idea de presentar las relaciones entre Dios y el pueblo de Israel como las de un padre con su hijo se le ocurrió por vez primera, que sepamos, al profeta Oseas en el siglo VIII a.C. En uno de sus poemas presenta a Dios como un padre totalmente entregado a su hijo: le enseña a andar, lo lleva en brazos, se inclina para darle de comer; pasando de la metáfora a la realidad, cuando era niño lo liberó de la esclavitud de Egipto. Pero la reacción de Israel, el hijo, no es la que cabía esperar: cuanto más lo llama su padre, más se aleja de él; prefiere la compañía de los dioses cananeos, los baales. De acuerdo con la ley, un hijo rebelde, que no respeta a su padre ni a su madre, debe ser juzgado y apedreado. Dios se plantea castigar a su hijo de otro modo: devolviéndolo a Egipto, a la esclavitud. Pero no puede. “¿Cómo podré dejarte, Efraín, entregarte a ti, Israel? Me da un vuelco el corazón, se me conmueven las entrañas. No ejecutaré mi condena, no te volveré a destruir, que soy Dios y no hombre, el Santo en medio de ti y no enemigo devastador” (Oseas 11,1-9).

            El hijo que presenta Oseas se parece bastante al de la parábola de Lucas: los dos se alejan de su padre, aunque por motivos muy distintos: el de Oseas para practicar cultos paganos, el de Lucas para vivir como un libertino.

         Mayor diferencia hay entre los padres. El de Oseas reacciona dejándose llevar por la indignación y el deseo de castigar, como le ocurriría a la mayoría de los padres. Si no lo hace es “porque soy Dios, y no hombre”, y lo típico de Dios es perdonar. Lucas no dice qué siente el padre cuando el hijo le comunica que ha decidido irse de casa y le pide su parte de la herencia; se la da sin poner objeción, ni siquiera le dirige un discurso lleno de buenos consejos.

  1. El hijo arrepentido y el padre que lo acoge (Jeremías)

            La gran diferencia entre Oseas y Lucas radica en el final de la historia: Oseas no dice cómo termina, aunque se supone que bien. Lucas se detiene en contar el cambio de fortuna del hijo: arruinado y malviviendo de porquerizo, se le ocurre una solución: volver a su padre, pedirle perdón y trabajo. En cambio, no sabemos qué pasa por la mente del padre durante esos años. Lucas se centra en su reacción final: lo divisó a lo lejos, se enterneció, corrió, se le echó al cuello, lo besó. Cuando el hijo confiesa su pecado, no le impone penitencia ni le da buenos consejos. Parece que ni siquiera le escucha, preocupado por dar órdenes a los criados para que organicen un gran banquete y una fiesta.

            ¿Cómo se le ocurrió a Lucas hablar de la conversión del hijo? Oseas no dice nada de ello, pero sí lo dice Jeremías. A este profeta de finales del siglo VII a.C. le gustaban mucho los poemas de Oseas y a veces los adaptaba en su predicación. Para entonces, el Reino Norte ha sufrido el terrible castigo de los asirios. El pueblo piensa que el perdón anunciado por Oseas no se ha cumplido, pero no por culpa de Dios, sino por culpa de sus pecados. Y le pide: “Vuélveme y me volveré, que tú eres mi Señor, mi Dios; si me alejé, después me arrepentí, y al comprenderlo me di golpes de pecho; me sentía corrido y avergonzado de soportar el oprobio de mi juventud”. Y Dios responde: “Si es mi hijo querido Efraín, mi niño, mi encanto. Cada vez que le reprendo me acuerdo de ello, se me conmueven las entrañas y cedo a la compasión” (Jeremías 31,18-28). En estas palabras, que reflejan el arrepentimiento del pueblo y su confesión de los pecados, se basa la reacción del hijo en Lucas.

  1. El padre con dos hijos muy distintos (evangelio)

            Sin embargo, cuando leemos lo que precede a la parábola, advertimos que el problema no es de Dios sino de ciertos hombres. A Dios no le cuesta perdonar, pero hay personas que no quieren que perdone. Condenan a Jesús porque trata con recaudadores de impuestos y prostitutas y come con ellos.

            Entonces Lucas saca un as de la manga y depara la mayor sorpresa. Introduce en la parábola un nuevo personaje que no estaba en Oseas ni Jeremías: un hermano mayor, que nunca ha abandonado a su padre y ha sido modelo de buena conducta. Representa a los escribas y fariseos, a los buenos. Y se permite dirigirse a su padre como ellos se dirigen a Jesús: con insolencia, reprochándole su conducta.

            El padre responde con suavidad, haciéndole caer en la cuenta de que ese a quien condena es hermano suyo. “Estaba muerto y ha revivido. Estaba perdido y ha sido encontrado”.

            ¿Sirve de algo esta instrucción? La mayoría de los escribas y fariseos responderían: “Bien muerto estaba, ¡qué pena que haya vuelto!” Y no podríamos condenar su reacción porque sería la de la mayoría de nosotros ante las personas que no se comportan como nosotros consideramos adecuado. El mundo sería mucho mejor sin ladrones, asesinos, terroristas, adúlteros, abortistas, gays, lesbianas, transexuales, bisexuales, banqueros, políticos… y cada cual puede completar la lista según sus gustos e ideología.

            La diferencia entre el padre y el hermano mayor es que el hermano mayor solo se fija en la conducta de su hermano pequeño: “se ha comido tu fortuna con prostitutas”. En cambio, el padre se fija en lo profundo: “este hermano tuyo”. Cuando Jesús come con publicanos y pecadores no los ve como personas de mala conducta, los ve como hijos de Dios y hermanos suyos. Pero esto es muy difícil. Para llegar ahí hace falta mucha fe y mucho amor.

  1. El padre con un hijo y multitud de adoptados (2ª lectura)

            Lo que dice Pablo a los corintios permite proponer una historia en línea con lo anterior. Este padre tiene un hijo y una multitud de adoptados que dejan mucho que desear. Pero no se queda en la casa esperando que vuelvan. Les manda a su hijo para que intente traerlos de vuelta. No debe portarse como el hermano mayor de la parábola, no debe reprocharles nada ni “pedirles cuenta de sus pecados”. Sin embargo, para conseguir convencerlos, deberá morir, cosa que acepta gustoso. ¿Cómo termina la historia? “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios”. De nosotros depende. Podemos seguir lejos o volver a nuestro padre.

Nota sobre la 1ª lectura

            La primera lectura de los domingos de Cuaresma recoge momentos capitales de la Historia de la Salvación. Después de Abraham (2º domingo) y Moisés (3º), se recuerda el momento en que el pueblo celebra por primera vez la Pascua desde que salió de Egipto y goza de los frutos de la Tierra Prometida.

LOS TEXTOS DE LA LITURGIA

Lectura del libro de Josué 5, 9a. 10-12

En aquellos días, el Señor dijo a Josué: «Hoy os he despojado del oprobio de Egipto». Los israelitas acamparon en Guilgal y celebraron la Pascua al atardecer del día catorce del mes, en la estepa de Jericó. El día siguiente a la Pascua, ese mismo día, comieron del fruto de la tierra: panes ázimos y espigas fritas. Cuando comenzaron a comer del fruto de la tierra, cesó el maná. Los israelitas ya no tuvieron maná, sino que aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaán.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 5, 17-21

Hermanos: El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo reconciliando consigo y nos encargó el ministerio de reconciliación. Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado la palabra de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios.

Lectura del evangelio según san Lucas 15,1-3. 11-32

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publícanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: Ése acoge a los pecadores y come con ellos. Jesús les dijo esta parábola:

-Un hombre tenía dos hijos; el menos de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte que me toca de la fortuna. El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: «Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros».

Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: «Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado». Y empezaron el banquete.

Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le contestó: «Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud». Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y el replicó a su padre: «Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado».

El padre le dijo: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado».

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IV Domingo de Cuaresma. 27 marzo, 2022

Domingo, 27 de marzo de 2022
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“Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio, y profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos.”

(Lc 15, 1-3.11-32)

Estamos ya en plena Cuaresma, y hoy se nos muestra cómo es el amor de Dios.

Es algo bastante común tener roces con quienes quieres, en la familia, en la comunidad… El hijo pequeño de la parábola quiere romper definitivamente con su familia. Pedir su parte de la herencia era querer olvidarse de su padre y de la vida a su lado. No nos resulta muy lejana esa sensación de querer decir ¡basta! Algo que sorprende de esta historia es que el padre le da lo que le pide. A pesar de estar demandando una barbaridad, él acepta.

Pero las cosas no van bien para quien se ha marchado y prefiere humillarse ante su familia antes que morirse de hambre, y vuelve cabizbajo… “Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio, y profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos”. ¡Qué maravilla de escena! Es tan fácil cerrar los ojos y ver al padre, anciano, corriendo, abrazando y besando a su pequeño… Así es el amor de Dios: sin límites, sin condiciones, sin letra pequeña. ¡Una pasada! Ojalá vivamos este amor, no como una teoría, una cosa que nos han contado, sino como una experiencia que nos transforma la vida. Que nos sintamos vestidas con los mejores trajes, con anillo y sandalias nuevas, y que celebremos la fiesta de la vida.

Pero la parábola no termina ahí. También a veces podemos no saber ver ese amor de Dios. Quizás por costumbre, porque no pasa nada nuevo, nos olvidamos que la vida junto a Dios es siempre motivo de gozo, de acción de gracias. La historia queda abierta. Siempre tenemos la libertad de elección. Dios nos quiere libres.

Oración

Gracias Señor, por tu amor. Gracias por estar siempre dispuesto a acogernos, incondicionalmente.

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Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Nuestra meta es llegar a ser el Padre..

Domingo, 27 de marzo de 2022
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Hijo-Pródigo-J.-J.-Tissot

DOMINGO 4º DE CUARESMA (C)

Lc 15,11-32

La liturgia propone este relato, con la intención de que nos identifiquemos con el hijo menor. Pretende que tomemos conciencia de nuestros pecados y nos convirtamos. Es una propuesta insuficiente. La parábola no va dirigida a los pecadores, sino a los fariseos que murmuraban de Jesús que acogía a los pecadores. Se trata de un relato ancestral presente en muchas culturas. Se trata de tres arquetipos del subconsciente colectivo, realidades escondidas en todo ser humano. Es un prodigio de conocimiento psicológico y experiencia religiosa. Los tres personajes represen­tan distintos aspectos de nosotros mismos.

La comprensión de esta parábola ha sido para mí una iluminación. He visto reflejado en ella de manera sublime todo lo que debemos aprender sobre el falso yo y nuestro verdadero ser. Pero también he descubierto la necesidad de interpretar la parábola, no desde la perspectiva de un Dios externo a nosotros sino desde la perspectiva de un Dios que se revela dentro de nosotros. Yo mismo tengo que ser el Padre que tiene que perdonar, acoger e integrar todo lo que hay en mí de imperfecto y engañoso. Ser verdadero hijo no es vivir sometido al padre o renegando y alejándose de él, sino llegar a identificarse en él.

El padre es nuestro verdadero ser, nuestra naturale­za esencial, lo divino que hay en nosotros. Es la realidad que tenemos que descubrir en lo hondo de nuestro ser y de la que tanto hemos hablado últimamente. No hace referencia a un Dios que nos ama desde fuera, sino a lo que hay de Dios en nosotros, formando parte de nosotros mismos. Esa verdadera realidad que somos está siempre esperando abrazar todo lo que hay en nosotros. Es el fuego del amor que espera fundir todo el hielo que hay en nosotros. Esa realidad fundante nunca lucha contra nada sino que lo intenta abarcar e integrar todo en ella misma.

El hijo menor simboliza nuestra naturaleza egocéntrica y narcisista que nos domina mientras no descubramos lo que realmente somos. Es la ola que se siente capaz de vivir sin el océano, porque lo considera una cárcel. Quiere seguir siendo “yo“. Opone resistencia a todo lo que no es ella y cree que lo que no es ella la puede aniquilar. De ahí, tarde o temprano, surge la inseguridad. Tiene que retornar a su verdadero ser, porque lo que alcanza por otro camino nunca podrá satisfacerle. Ser hijo menor es un trago inevitable.

El hijo mayor representa también nuestro “ego”, pero un yo que ya ha experimentado su verdadero ser; aunque no se ha identificado todavía con él. Vive al lado de su naturaleza esencial (el Padre), pero sigue apegado aún a su naturaleza egocéntri­ca. De ahí que permanezca en la dualidad que le parte por medio. Sigue creyendo que la individualidad es imprescindible y no puede aceptar el verdadero ser de los demás, porque no se ha identificado con su verdadero ser. El “yo” y el “ser verdadero” aún siguen separados.

El Padre que ya ha descubierto y acepta en el exterior, lo tendrá que descubrir en su interior y en los demás (el hermano). El aparente buen comportamiento está motivado por el miedo a perder al Padre externo. No es ninguna virtud sino una manifestación más de su egoísmo y falta de seguridad en sí mismo. Le falta dar el último paso de desprendimiento del ego e identificarse con lo que hay de divino en él, con el Padre. Todos tenemos que dejar de ser “hermano menor”, y “hermano mayor”, para convertirnos finalmente en “Padre”.

La insistencia maniquea de nuestra religión en el pecado, nos ha hecho interpretar la parábola de una manera unilateral. Es un error llamar a este relato la parábola del “hijo pródigo”. No va dirigida a los pecadores para que se arrepientan, sino a los fariseos para que cambien su idea de Dios. Se trata de defender la postura de Jesús para con los publicanos y pecadores, que manifiesta lo que es Dios para todos, seamos “buenos” o “malos”. En la manera de actuar con los dos hijos, el Padre hace presente a Dios.

La parábola parece dirigida a los pecadores. Da por supuesto que todos tenemos mucho de hijo menor, que es el malo. El mayor no sale mejor parado y debía de ser objeto de mayor atención. Es relativamente fácil sentirse hijo pródigo y tomar conciencia de haber dilapidado un capital que se nos ha entregado sin merecerlo. Es fácil tomar conciencia de que hemos renunciado al padre y hemos deseado que estuviera muerto para heredar. Todo para potenciar nuestro egoísmo, para satisfa­cer nuestro hedonismo a costa de lo que se nos había entregado con amor. La desesperada situación facilita la toma de conciencia.

Es más difícil descubrir en nosotros al hermano mayor y sin embargo todos tenemos más rasgos de éste que del menor. No entendemos el perdón del Padre, nos irrita que otras personas, que se han portado mal, sean tan queridas como nosotros. No percibimos que rechazar al hermano es rechazar al Padre. No solo no nos sentimos identificados con el Padre, sino que intentamos que el Padre se identifique con nosotros; cosa que no le pasa por la cabeza al hermano menor. Tampoco descubrimos que tenemos que regresar al Padre. Por eso la parábola deja en un suspense la respuesta del hermano mayor.

El padre espera a uno con paciencia durante mucho tiempo, sin dejar de amarle en ningún momento; pero también sale a convencer al otro de que debe entrar y debe alegrarse; demuestra así, en contra de lo que piensa y espera el hermano mayor, que su amor es idéntico para uno y para otro. El Padre espera y confía que los dos se den cuenta de su amor incondicional. Ese amor debía ser el motivo de alegría para uno y para otro.

Aspirar a ser Padre no supone el ignorar nuestra condición de hermano menor y mayor; hay que aceptarlo. Debemos intentar superarlo, pero mientras ese momento llega, hay que sobrellevarlo descubriendo el amor incondicional del Padre. Cada hermano que hay en nosotros debe ser objeto del mismo amor. La parábola no nos pide una perfección absoluta, sino que nos demos cuenta de que nos queda un largo camino por recorrer. Pretende ponernos en el camino de la superación de todo egoísmo e individualismo.

El descubrimiento de que somos el hermano menor y, a la vez, el hermano mayor, nos tiene que hacer ver el objetivo de la parábola, que es llevarnos al Padre. Todos estamos llamados a dejar de ser hermanos e identificarnos con el Padre como Jesús. (“Yo y el Padre somos Uno”). Nuestra maduración tiene que encaminarse a reproducir en nosotros al Padre. No se trata de imitarle. No hay por ahí fuera alguien a quien imitar. Yo tengo que convertirme en Padre. Dios necesita de mí para existir y hacerse presente entre los seres humanos.

Permanecer alejados de nuestro verdadero ser es impedir que Dios exista para mí. Si seguimos necesitando al Dios de fuera, (como el hermano mayor) es que no nos hemos enterado de lo que somos. Pero vivir junto a Dios sin conocerlo es hacer de Él un ídolo y alejarse también de la meta. Lo malo de esta opción es que seguiremos creyendo que caminamos en la verdadera dirección, lo que hace mucho más difícil que podamos rectificar.

Meditación

Yo y el Padre somos UNO.
Tú también eres UNO con Dios, pero todavía no te has enterado.
Si lo descubres, esa frase saldrá de lo más hondo de tu ser.
Descubre lo que hay en ti de hermano menor:
No tienes que imitar a alguien que está “en los cielos”
sino ser lo que eres en lo más hondo de tu ser.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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La índole de Dios.

Domingo, 27 de marzo de 2022
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Lc 15, 11-32

«Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente».

Si queréis imaginar a Dios —nos dice el evangelio de hoy—, pensad en un padre abrazando al sinvergüenza de su hijo que ha vuelto a casa lleno de miseria después de dilapidar la mitad de su hacienda (la hacienda del padre, claro)…

Y lo primero que cabe resaltar es la genialidad de Jesús, que con una simple parábola es capaz de mostrarnos la índole de Dios, el corazón de Abbá, y de paso anunciar la mejor noticia que el ser humano haya podido recibir. Recuerdo haberle oído decir a Ruiz de Galarreta: «Si el hijo que vuelve fuese admitido en casa como peón, por pura bondad, podríamos hablar de un padre justo y misericordioso, pero el padre de la parábola es mucho más que eso y le restituye a la condición de hijo»

Cabe también destacar el carácter paradójico de la parábola, porque el protagonista —un paterfamilias obligado a velar por la buena marcha de su heredad—, en lugar de ceñirse a su papel, adopta el papel de madre; es decir, manda al traste la hacienda y su dignidad por el amor incondicional que siente por su hijo.

Esta actitud del padre resulta especialmente desconcertante para los cristianos que concebimos a Dios en clave patriarcal, sin caer en la cuenta del serio inconveniente que ello supone para entender la esencia evangélica. Como dice Erich Fromm en su libro “El arte de amar”, el amor de una madre es incondicional, mientras que el amor del padre hay que ganarlo y se puede perder.

Cuando la religión tiene un carácter matriarcal, Dios se caracteriza por profesar un amor incondicional e igual para todos. El creyente sabe que su Madre no le quiere por ser justo, sino por ser hijo, y que aunque haya pecado, le amará y no amará a otro más que a él. Este amor propicia lo que ocurre entre la madre y el hijo, es decir, que el amor a Dios, y el amor de Dios hacia él, son inseparables.

En las religiones con acento patriarcal ocurre que el Padre tiene exigencias, establece principios y leyes, supedita su amor a la obediencia, tiene predilección por los más obedientes y capacitados, y las cosas se complican… Nada que ver con el protagonista del texto de hoy.

Pero esta parábola tiene otra cumbre que no tiene desperdicio, y es la conversación del padre con el hijo mayor exhortándole a trascender el mundo de la justicia fría y abrazar los dictados del corazón. Aparte del fondo del mensaje, llama la atención la sutileza del diálogo entre ellos. El hijo mayor le dice: «…y ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas»… y el padre le contesta: «…porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado».

La buena noticia es que Jesús nos ha mostrado cómo es Dios para nosotros, y resulta que es mucho mejor que lo que nadie había sido capaz de imaginar.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido.

Domingo, 27 de marzo de 2022
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HIJO-PRODIGO

DOMINGO 4º CUARESMA (C)

Lc 15,1-3.11.32

La forma como el hombre ha construido las relaciones sociales, los graves obstáculos que han sufrido todos los pueblos y generaciones, la dificultad que entraña percibir alguna luz que dé sentido a nuestra vida, la torpeza de nuestro ser para intuir realidades tan importantes como lo Divino, el prójimo y nosotros mismos, nos sugiere la imagen de que somos ciegos de nacimiento.

El problema es que el ser humano no se reconoce como tal, sino que se auto-convence de su perfecta visión del mundo y de cuanto le rodea, de su creencia de estar en posesión de la verdad, su verdad. Sin contrastar, sin verificar, sin dejarse persuadir por nada ni nadie. Han surgido así un sinfín de valores, criterios, actitudes y estructuras construidas por cegatos o miopes al servicio de nuestra oscuridad para estar a gusto.

De ahí que este mundo esté expuesto a graves errores resultado de ese auto-engaño. Lo cual nos obliga a estancarnos en nuestras ideas o movernos entre sombras con rumbo incierto para no equivocarnos en cada encrucijada.

Sin embargo, la experiencia cristiana nos habla de una Luz que es capaz de alumbrar los rincones más oscuros de nuestra alma, una visión nueva y más profunda de desentrañar la realidad que nos la ofrece Dios por medio de Jesucristo. Él es la luz que ilumina los ojos cegatos de los hombres, las gafas correctoras de nuestras deformadas visiones de lo real.

La segunda carta a los Corintios nos recuerda que la fe en Cristo lleva consigo una actitud abierta a lo nuevo, no a lo que nosotros creemos ver. Dios se va revelando a través de la Historia en los acontecimientos nuevos de cada día. Por eso, nuestra fe es una fe en el Abbá nuestro de cada día. “Lo nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el servicio de reconciliar”. ¿Lo llevamos a la práctica?

En ese empeño nos esforzamos. A pesar de esos ciegos ególatras que poseen el poder, el dinero y el desprecio más absoluto hacia los seres humanos. Porque el mal se presenta en cualquier ocasión y es tentación de muchos y el bien, afortunadamente, sigue haciéndose presente en las nuevas miradas y en las conciencias de hombres y mujeres de buen corazón.

La parábola del hijo pródigo viene a ser, como apuntaba más arriba, la del hijo creído, cegato y torpe. Los cristianos nos hemos creído creyentes de primera clase. Y también la Iglesia, que sigue menospreciando a los laicos, hombres y mujeres, a aquellos que son diferentes, a los hermanos de otras religiones, a los no creyentes. ¿Ha seguido a lo largo de la historia el evangelio de Jesús?

El evangelio del Padre-Madre buenos nos brinda la posibilidad de acercarnos al texto a través de sus personajes y transformar las visiones deformadas. El hijo menor aparece como exigente, interesado, derrochador, juerguista. En sus correrías pasa de ser hijo a porquero, al pasar hambre se da cuenta de su propia degradación e indignidad, es el punto de inflexión para volver a su casa. El hijo mayor es obediente, trabajador pero servil, no valora todo lo que tiene ante sí. La vuelta del hermano y la reacción del padre le indignan; una cierta envidia le corroe, nunca ha celebrado ninguna fiesta con sus amigos; se diría que se ha cansado de ser sumiso a pesar de que el padre trata de persuadirle para que entre en la fiesta y ocupe el lugar de hijo y de hermano que le corresponde. En realidad los dos hijos hacen sus cálculos interesados con un criterio de reparto distributivo. El padre manifiesta en todo momento su bondad, su compasión y su perdón. Permanece siempre alerta esperando el regreso del hijo y sale al encuentro de cualquier hijo/a extraviado o equivocado. Lo abraza fuertemente, le besa, se le conmueven las entrañas por su hijo, un gesto íntimo, profundo, de compasión y de alegría. Su palabra de autoridad le devuelve su filiación: traje, anillo, sandalias y banquete como símbolo de comunión. No hay tiempo que perder. La queja del hijo mayor se disuelve ante la alegría del reencuentro. “Hijo, si tú estás siempre conmigo  y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a vivir, se había perdido y lo hemos encontrado”. El padre se sitúa en otro nivel de bondad, de perdón, de gozo.

El retorno del hijo pródigo, de Rembrandt, nos ayuda a comprender que esta parábola es también nuestra historia. Cada uno de nosotros somos ese hijo/a. Hemos experimentado como personas el dolor de las equivocaciones, las incoherencias, las falsedades, las conductas mezquinas que provocan dolor y sufrimiento en nuestro mundo. También sabemos de la ausencia y del alejamiento de Dios en lo personal. Jesús nos muestra que el corazón de Abbá-Dios está inquieto y preocupado por encontrarnos. Sólo Él/Ella puede desenmascarar nuestro autoengaño y nuestro egocentrismo. Las falsas imágenes de un Dios varón autoritario, distante y legalista, Jesús nos invita a contemplarlo en aquel padre o madre (una mano masculina y otra femenina en el cuadro) que sale corriendo a nuestro encuentro por propia iniciativa, desconcertante e inimaginable, en el diálogo que entabla con cada ser humano; con su abrazo estrecha todos nuestros errores, acoge nuestras heridas, envolviéndonos en una mirada que lo perdona y lo olvida todo. Pronuncia nuestro nombre y nos conduce a la mesa en la que hay sitio para todos. Y aprendemos[1] que la extraña conducta de Jesús de acoger a los alejados y perdidos era fiel reflejo de lo que él veía hacer al Padre tratando de convencernos de hasta qué punto nos quiere Dios y debemos amarnos nosotros.

¡Shalom!

Mª Luisa Paret

[1] D. Aleixandre, Contar a Jesús, 156-158

Fuente Fe Adulta

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Fariseísmo: La religión del “hermano mayor”

Domingo, 27 de marzo de 2022
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Fariseo.1-640x480Domingo IV de Cuaresma

27 marzo 2022

Lc 15, 1-3.11-32

En esta parábola cargada de sabiduría, con la que probablemente buscaba denunciar los ataques de que era objeto por parte de los fariseos y los sacerdotes del Templo, Jesús señala tres posibles actitudes humanas.

El “hijo menor” representa la ignorancia y la ansiedad de quien cree que la felicidad o plenitud es algo que se halla fuera. Lo cual le lleva a emprender una carrera que culminaría en la frustración más absoluta, hasta que comprende que la felicidad está en “casa” (la “casa”, como imagen de nuestra verdadera identidad).

El “hijo mayor”, por su parte, es símbolo de las personas religiosas que presumen de serlo. En realidad, presume de sus “méritos”, en una actitud de orgullo religioso, caracterizada por la “falsa obediencia”, la exigencia y el perfeccionismo, en un cumplimiento estricto de la ley o la norma. Todo ello genera una religión mercantilista (“do ut des”: te doy para que me des), que exige recompensa.

Es, por tanto, la imagen del ego que se apropia de la religión en beneficio propio. No vive, porque su afán es “cumplir”. Desconoce la riqueza de lo que podría vivir, porque coloca toda su energía en “hacer méritos”.

Sin embargo, tanta exigencia forzosamente había de pasar factura. Esta es doble: Por una parte, le lleva a caer en una especie de complejo de superioridad moral, que le hace creerse mejor que los demás y con derecho a juzgar y condenar al hermano que se había marchado de “casa”. Por otra, al ver frustrada la recompensa de la que se creía merecedor, trasmuta su alienación anterior a la norma en resentimiento envenenado.

Finalmente, la tercera actitud es la representada en la figura del “padre”, que da libertad (al hijo mejor que decide marcharse y al hijo mayor que se niega a entrar en la fiesta); es compasión, sin reproche (ante el hijo que regresa y ante el otro que lo increpa); es gratuidad y desbordamiento de amor (que llega a decir: “Todo lo mío es tuyo”).

Sin duda, en cada uno de nosotros conviven esas tres actitudes.

¿Cuál de ellas alimento?

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El Dios de Jesús es Padre bueno, solamente bueno, bueno con todos y bueno siempre, (y más cuando todo está perdido).

Domingo, 27 de marzo de 2022
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CCF4454C-E592-4776-84E8-3BBE8F89E80CDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

El capítulo 15 del evangelio de San Lucas nos habla de las situaciones en la vida en las que todo está perdido:

  • Lc 15,1-7: la oveja perdida.
  • Lc 15, 8-10 la moneda (el dracma) perdida.
  • Lc 15, 11-32 el hijo perdido

Cuando todo nos parece que está perdido, nos aguarda siempre Dios Padre.

    Estas parábolas nos dicen con claridad quién y cómo es el Dios de JesuCristo.

    La parábola del padre y los dos hijos comienza con el hijo menor y termina con el hijo mayor. El hijo menor tiene una idea de un Padre de misericordia, el hijo mayor tiene una imagen de un Padre del deber. El hijo menor confía en la bondad del Padre, el hijo menor confía en el cumplimiento de la religión.

  • Un hombre tenía dos hijos:

Tal hombre no es otro que Dios PADRE.

Nuestra imagen de Dios es muchas veces la de un justiciero más que la de un Padre bueno. Somos cristianos no tanto cuando cumplimos, sino cuando nos sentimos queridos y perdonados por Dios y por los demás

No es cristiano tener pánico a Dios, que nos ama a los pecadores sin condiciones.

El pecador no es un reo para Dios, sino un hijo.

  • El hijo menor exige su parte de la herencia y se marcha lejos de casa, dilapidó la vida hasta llegar a situaciones de muerte.

En nuestra vida también hemos podido alejarnos de los demás, de la familia, de nosotros mismos…

Gastamos y dilapidamos la salud, el dinero, las energías, los talentos, tiempo…, incluso hemos podido llegar a situaciones de muerte.

  • Comenzó a sentir necesidad.

La necesidad es una profunda nostalgia de Dios. No es mala cosa tener añoranza de bien, de felicidad, de verdad, de acogida en la casa del Padre… La nostalgia es como la fiebre en el termómetro, indica que algo no va bien, pero quisiéramos que estuviera en su sitio.

  • Recapacitó y se dijo: no soy digno de ser hijo… me levantaré y volveré.

Recapacitar sobre los recorridos y problemas en la vida es importante para vivir humana, conscientemente.

En un momento cultural y modos de vida de tanta dispersión, bueno es pensar y recapacitar.

Es bueno también saber que Dios nunca nos ha dejado de considerar como hijos.

El intento de volver a casa es más que suficiente, aunque no tengamos fuerzas.

Estemos en la situación que nos encontremos, no perdamos nunca el recuerdo del Padre, de la casa del Padre.

  • El padre se conmovió.

Se dice que el evangelio de San Lucas es el evangelio del perdón. Dios no se sitúa ante el pecador como un juez, sino como un Padre. Dios no es canonista ni juez. El Dios de Jesús es Padre y Padre bueno.

El tratamiento de Dios Padre para con el pecador es exclusivamente de acogida y perdón. Dios se conmueve ante nuestras situaciones de muerte. A Dios no hay que “sonsacarle” el perdón a regañadientes, ¡Dios disfruta perdonando!

Por otra parte, si no me siento perdonado por Dios, quizás tampoco yo sabré perdonar.

  • Vestidle, matad el mejor ganado, hay que celebrar una fiesta, porque este hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida.

Tras la acogida del Padre no es que “todo vuelve a estar en orden”, sino que “todo vuelve a estar en casa” y de fiesta. El perdón no es un “ajuste de cuentas”, sino un encuentro amable de Dios con nosotros. El perdón es una “fiesta”.

Había –hay- que celebrar una fiesta porque hemos vuelto a la vida.

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“Dios ama al mundo”. 4 Cuaresma – B (Juan 3,14-21)

Domingo, 14 de marzo de 2021
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04_cuar_bNo es una frase más. Palabras que se podrían eliminar del evangelio sin que nada importante cambiara. Es la afirmación que recoge el núcleo esencial de la fe cristiana. «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único». Este amor de Dios es el origen y el fundamento de nuestra esperanza.

«Dios ama el mundo». Lo ama tal como es. Inacabado e incierto. Lleno de conflictos y contradicciones. Capaz de lo mejor y de lo peor. Este mundo no recorre su camino solo, perdido y desamparado. Dios lo envuelve con su amor por los cuatro costados. Esto tiene consecuencias de la máxima importancia.

Primero. Jesús es, antes que nada, el «regalo» que Dios ha hecho al mundo, no solo a los cristianos. Los investigadores pueden discutir sin fin sobre muchos aspectos de su figura histórica. Los teólogos pueden seguir desarrollando sus teorías más ingeniosas. Solo quien se acerca a Jesús como el gran regalo de Dios puede ir descubriendo en él, con emoción y gozo, la cercanía de Dios a todo ser humano.

Segundo. La razón de ser de la Iglesia, lo único que justifica su presencia en el mundo, es recordar el amor de Dios. Lo ha subrayado muchas veces el Vaticano II: la Iglesia «es enviada por Cristo a manifestar y comunicar el amor de Dios a todos los hombres». Nada hay más importante. Lo primero es comunicar ese amor de Dios a todo ser humano.

Tercero. Según el evangelista, Dios hace al mundo ese gran regalo que es Jesús, «no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él». Es peligroso hacer de la denuncia y la condena del mundo moderno todo un programa pastoral. Solo con el corazón lleno de amor a todos podemos llamarnos unos a otros a la conversión. Si las personas se sienten condenadas por Dios, no les estamos transmitiendo el mensaje de Jesús, sino otra cosa: tal vez nuestro resentimiento y enojo.

Cuarto. En estos momentos en que todo parece confuso, incierto y desalentador, nada nos impide a cada uno introducir un poco de amor en el mundo. Es lo que hizo Jesús. No hay que esperar a nada. ¿Por qué no va a haber en estos momentos hombres y mujeres buenos que introducen en el mundo amor, amistad, compasión, justicia, sensibilidad y ayuda a los que sufren…? Estos construyen la Iglesia de Jesús, la Iglesia del amor.

José Antonio Pagola

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“Dios mandó su Hijo al mundo para que el mundo se salve por él”. Domingo 14 de marzo de 2021. Domingo cuarto de Cuaresma

Domingo, 14 de marzo de 2021
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22-cuaresmaB4 cerezoLeído en Koinonia:

2 Crónicas 36,14-16.19-23: La ira y la misericordia del Señor se manifiestan en la deportación y en la liberación del pueblo.
Salmo responsorial: 136: Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti.
Efesios 2,4-10: Estando muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo
Juan 3,14-21: Dios mandó su Hijo al mundo para que el mundo se salve por él.

Jn 3,14-21 corresponde a la respuesta que Jesús da a Nicodemo cuando pregunta «¿cómo puede ser eso?», refiriéndose al nuevo nacimiento en el Espíritu. Es también la segunda y última parte del diálogo de Jesús con este “jefe” de los fariseos de Jerusalén.

Nicodemo, cuyo nombre significa “el que vence al pueblo”, aparece varias veces en el evangelio de Juan (3,1-21; 7,50-52; 19,39). No es un cualquiera. Por su filiación religiosa es un fariseo, es decir, un rígido observante de la Ley, considerada como la expresión suprema e indiscutible de la voluntad de Dios para el ser humano. Es el primer rasgo que señala Juan antes del nombre mismo. Nicodemo se define como hombre de la Ley antes que por su misma persona. Juan añade otra precisión sobre el personaje: en la sociedad judía es un “jefe” título que se le aplica particularmente a los miembros del Gran Consejo o Sanedrín, órgano de gobierno de la nación (11,47). En éste, el grupo de los letrados fariseos era el más influyente y dominaba por el miedo a los demás miembros del Consejo (12,42).

Nicodemo habla en plural (3,2: sabemos). Es, pues, una figura representativa. La escena va a describir un diálogo de Jesús con representantes del poder y de la Ley. Nicodemo llama a Jesús “Rabbí” (3,2), término usado comúnmente para los letrados o doctores de la Ley que mostraban al pueblo el camino de Dios. Así es como este fariseo adicto ferviente de la Ley, ve a Jesús. Es extraño, porque hasta el momento, Jesús no ha dado pie para semejante interpretación de su persona. En realidad, Nicodemo está proyectando sobre Jesús la idea farisea de Mesías-maestro, avalado por Dios para interpretar la Ley e instaurar el reinado de Dios enseñando al pueblo la perfecta observancia de la Ley de Moisés. Está lejos de comprender el cambio radical que propone Jesús. Para los fariseos, en la Ley está el porvenir de Israel; para Jesús, el nacimiento en el Espíritu abre el reino de Dios al porvenir humano. El ser humano no puede obtener plenitud y vida por la observancia de una Ley, sino por la capacidad de amar que completa su ser. Sólo con personas dispuestas a entregarse hasta el fin puede construirse la sociedad verdaderamente justa, humana y humanizadora. La Ley no elimina las raíces de la injusticia. Por eso, una sociedad basada sobre la Ley, no sobre el amor, nunca deja de ser opresora, codiciosa, injusta.

La segunda parte del diálogo de Jesús con Nicodemo se centra en el que “bajó del cielo”, sin dejar de ser “del cielo”, “para que todo el que crea tenga vida eterna”. La reflexión de Jesús resalta la relación que hay entre creer y vivir en las obras de la vida eterna, es decir, en el Reino de Dios. “Bajar del cielo” y ser “levantado” es un asunto de amor de Dios. Veamos los énfasis teológicos propuestos por el discurso:

Frente a la centralidad farisaica de la Ley, el evangelio de Juan propone la dinámica liberadora de la fe en Jesús “levantado” (levantado en la cruz, crucificado), como la serpiente que Moisés levantó en el desierto. Creer es la respuesta al inmenso amor de Dios. Es la reciprocidad del amor. Creer no es un concepto, o una doctrina; es un acto de amor, por el que adviene el Reino de Dios. El juicio sobre la humanidad tiene como criterio la fe, como acto de amor recíproco. Nuevamente llegamos a la insistencia de Juan: una humanidad justa y feliz sólo es posible sobre el amor, no sobre la Ley. Ésa es la fe que proclama Juan.

Pablo, después de agradecer el don de la fe (Ef 1,3-14), contrasta y contrapone dos tiempos: el de la muerte y el de la resurrección. El tiempo de la muerte (Ef 2,1-3) corresponde a “delitos y pecados” según el “proceder de este mundo” bajo la dominación de Satanás. Es tiempo de esclavitud e infrahumanidad. De ese tiempo Dios rescata tanto a judíos como a gentiles, por ser “rico en misericordia”, vivificándolos “juntamente con Cristo”, por su resurrección. Sólo la gracia mediante el don de la fe puede “explicar” tal sobreabundancia de amor divino. El tiempo de la resurrección es tiempo de “nueva creación” en Cristo Jesús, lo que se expresa en las “buenas obras” practicadas por quienes han sido vivificadas y vivificados. No es de extrañar que la “medida” de las buenas obras sea como la medida de Dios: el amor. El tiempo de la resurrección es el tiempo de afirmación de la vida en el amor. Para la fe cristiana, la muerte (la esclavitud) no tiene la última palabra. Vivir a plenitud como nuevas criaturas el tiempo de la resurrección es el llamado que Pablo hace a lo largo de esta carta a la Iglesia nacida entre la gentilidad. Leer más…

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Dom 14.3.21. Lázaro (iglesia) ponte en pie. La cinco resurrecciones (Jn 11)

Domingo, 14 de marzo de 2021
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DFE19748-D552-48A3-B028-50C4ACED4AD7Del blog de Xabier Pikaza:

La liturgia del 4º domingo de cuaresma ofrece la Cuarta Catequesis pascual. La 1ª ha sido la de la tentación de Jesús. La 2ª la transfiguración. La 3ª la de la “purificación” del templo. Como 4ª catequesis quiero escoger hoy (en vez de la de Nicodemo) la de la Resurrección de Lázaro.

Esta “historia” de Lázaro es la más verdadera de las historias cristianas, pero no puede tomarse en sentido historicista: no se trata de un suceso externo, acontecido una vez, un día determinado, el “prodigio”de un muerto físico que resucitó a la vida anterior, sino de una catequesis honda, gratuita y exigente, de la resurrección, elaborada por la comunidad del Discípulo amado, con un fondo de recuerdos y tradiciones históricas (que aparecen sobre todo en Lucas en el Evangelio de Lucas (la casa Marta y María, la parábola Lázaro el mendigo).

En ese contexto ofreceré una reflexión sobre las cinco resurrecciones: 1. Resurrección final, todos los muertos. 2. Jesús resucitado. Yo soy la resurrección y la vida. 3 Lázaro: Tu eres un resucitado.4 La Iglesia, comunidad de resucitados.5 La vida humana, experiencia y camino de resurrección. Quiero insistir en la resurrección de la Iglesia.

Texto. Jn 11, 1-46

 En aquel tiempo, [un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro.] Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo: “Señor, tu amigo está enfermo…

 [Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano.] Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.”

Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará.” Marta respondió: “Sé que resucitará en la resurrección del último día.” Jesús le dice: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?” Ella le contestó: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.”

[Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: “El Maestro está ahí y te llama.” Apenas lo oyó, se levantó y salió adonde estaba él; porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.”] Jesús, [viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban,] sollozó y, muy conmovido, preguntó: “¿Donde lo habéis enterrado?” Le contestaron: “Señor, ven a verlo.”

Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: “¡Cómo lo quería!” Pero algunos dijeron: “Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?” Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús: “Quitad la losa.” Marta, la hermana del muerto, le dice: “Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.” Jesús le dice: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?” Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.” Y dicho esto, gritó con voz potente: “Lázaro, sal fuera.” El muerto salió, los pies y las manos atadas con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: “Desatadlo y dejadlo andar…

(1) Primera resurrección, aquella en la que creían los judíos (como Marta): Así dijo Marta: “Mi hermano resucitará en la resurrección del ultimo día”. Ésta es la fe de gran parte de Israel, en tiempos de Jesús, la fe de los fariseos y los apocalípticos. Al final de los tiempos, los muertos se alzarán de las tumbas, unos para la vida eterna, otros para la condena. Así es como creen, todavía, la mayor parte de los cristianos. No está mal esta fe, pero no es la esencia de la vida cristiana, que se centra en la resurrección de Jesús en la historia.

(b) Segunda resurrección: Jesús, la fe en Jesús. Cristiano es aquel que cree que Jesús ha resucitado, no por no morir, sino precisamente por haber muerto a favor de los demás.  La resurrección es la experiencia y gracia de la vida que tenemos (que somos) al regalarla y compartirla con los otros. Por eso dice Jesús: “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá”.  Esta resurrección está vinculada a la experiencia del encuentro con Jesús, que vence al pecado (el poder de la muerte), haciendo que se exprese en nosotros, aquí, en este mundo, el poder de la Vida. “El que cree en mí… aunque haya muerto”, es decir, aunque se encuentre dominado por el pecado (por el miedo, por la ira…), recibirá el perdón, obtendrá la gracia, podrá vivir, aquí, en este mundo.

(c) Tercera resurrección. Tú eres Lázaro.  La historia de Lázaro no es la de un hombre del pasado…sino la de cada uno de los creyentes. Lázaro eres tú mismo, somos todos y cada uno de los creyentes. Por eso dice Jesús “el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. El que “está vivo” es aquel que ha renacido en Jesús, que ha experimentado su vida (la presencia y gracia de Dios en su propia existencia).

              Por eso, que creen de verdad (los que están vivos en Cristo), los que acogen, comparten y regalan la vida  a los otros no pueden morir, no morirán nunca jamás (aunque externamente fallezcan). Nadie que vive en Cristo (es decir, en la Palabra de Dios, en el Seno de su Amor) puede morir. Cambia de vida, su vida se transforma, pero él no muere. Esta experiencia de vida (el que cree y vive en Jesús no muere) no es un engaño interior, sino la experiencia suprema de la Fuerza de la Vida, que es Dios en nosotros. De esta fe en la resurrección ya acontecida han vivido y viven los grandes creyentes, de oriente y occidente. De ella seguiremos hablando en días sucesivos, aunque ya aquí quiero, a modo de apéndice, ofrecer algunas reflexiones.

(d) Cuarta resurrección: Una iglesia al servicio de la vida, en comunión de amor, desde los más pobres.  La experiencia de la resurrección no es algo “privado”, de cada creyente, sino una experiencia comunitaria de vida que se comparte, en forma de comunión, de entrega mutua, de servicio a los últimos y pobres; por eso, la resurrección se expresa en la vida de los pobres y excluidos (que son ya presencia de Dios) y en el servicio de la Iglesia a favor de ellos.
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“Amor de Dios y respuesta humana”. 4º domingo de cuaresma. Ciclo B

Domingo, 14 de marzo de 2021
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VacunaDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

[Después de escribir el comentario, se me ocurrió una comparación del evangelio de Juan con el problema actual de la pandemia y las vacunas. Lo añado por si a alguno le ayuda.]

La única vacuna válida

La pandemia del coronavirus y la multiplicidad de vacunas existentes ayudan a comprender el evangelio de Juan. Para él, la humanidad se enfrenta a una epidemia de vida o muerte. Pero solo hay una vacuna válida: la fe en Jesús como Hijo de Dios. El que se la inocula, consigue la inmunidad en esta vida y la supervivencia en la otra. El negacionista que la desprecia, será víctima de su obstinación.

Para nosotros, la vacuna es gratis. Pero al fabricante le ha costado la vida de su hijo. Los dos han aceptado el sacrificio con sumo gusto. 

Comentario a las lecturas

Una lectura rápida de las tres lecturas de este domingo revela una relación clara entre ellas: el amor de Dios. En la primera, provoca la liberación de los judíos desterrados en Babilonia. En la segunda afirma Pablo: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó…” En el evangelio, Juan escribe la famosa frase: “De tal manera amó Dios al mundo que le entregó a su hijo único”. Si leemos los textos más tranquilamente, advertimos algo más profundo: ese amor se manifiesta perdonando en distintas circunstancias y por diversos motivos. Al mismo tiempo, requiere una respuesta de parte nuestra. Es preferible leer los textos en el orden cronológico en que fueron escritos. Por eso dejo para el final la carta a los Efesios.

Perdón para los judíos basado en la fidelidad a la palabra dada. ¿Encontrará respuesta? (2 Crónicas 36, 14-16. 19-23)

En aquellos días, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abominables de los gentiles, y mancharon la casa del Señor, que él se había construido en Jerusalén. El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su morada. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio. Los caldeos incendiaron la casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén; pegaron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Y a los que escaparon de la espada los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos hasta la llegada del reino de los persas; para que se cumpliera lo que dijo Dios por boca del profeta Jeremías: «Hasta que el país haya pagado sus sábados, descansará todos los días de la desolación, hasta que se cumplan los setenta años.»

En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra del Señor, por boca de jeremías, movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: «Así habla Ciro, rey de Persia:  “El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él, y suba!”»

La primera lectura nos traslada a Babilonia, en el año 539 a.C., donde los judíos llevan medio siglo deportados. La ciudad cae en manos de Ciro, rey de Persia, y Dios lo mueve a liberarlos. Para justificar el medio siglo de esclavitud, la lectura comienza hablando del pecado de los israelitas, que no se limita a un hecho concreto, se prolonga en una larga historia. A la idolatría e infidelidades del comienzo respondió Dios con paciencia, enviando a sus mensajeros para invitarlos a la conversión. Pero los judíos los despreciaron y se burlaron de ellos. Entonces, la compasión de Dios dio paso a la ira, y los babilonios incendiaron el templo, arrasaron las murallas de Jerusalén, deportaron a la población. Años más tarde, la actitud de Dios cambia de nuevo y mueve a Ciro de Persia a liberar a los judíos. ¿A qué se debe este cambio? De acuerdo con la mentalidad más difundida en el Antiguo Testamento, el pueblo, tras sufrir el castigo, se convierte y Dios lo perdona. Igual que el niño que hace algo malo: su madre le riñe, pide perdón, la madre lo perdona. Sin embargo, en esta primera lectura no aparece la idea del arrepentimiento del pueblo. El único motivo por el que Dios perdona y mueve a Ciro a liberar al pueblo es por ser fiel a lo que había prometido. Volviendo al ejemplo de la madre, como si ella le hubiera dicho al niño: “Hagas lo que hagas, terminaré perdonándote”. Y lo perdona, sin que el niño se arrepienta, para cumplir su palabra. ¿Cómo reaccionan los judíos ante la noticia? El texto no lo dice, pero lo sabemos: unos pocos volvieron a Judá, arriesgándolo todo, sin saber lo que iban a encontrar; otros prefirieron quedarse en Babilonia. (¿Cuántos afroamericanos estarían dispuestos a volver de Estados Unidos a los países de origen de sus antepasados?)

Perdón universal basado en el amor, que puede ser aceptado o rechazado (evangelio)

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:

̶ Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»

El evangelio enfoca el tema del amor y perdón de Dios de forma universal. No habla del amor de Dios al pueblo de Israel, sino de su amor a todo el mundo. Pero un amor que no le resulta fácil ni cómodo, en contra de lo que cabría imaginar: le cuesta la muerte de su propio hijo. Además, el evangelio subraya mucho la respuesta humana: ese perdón hay que aceptarlo mediante la fe, reconociendo a Jesús como Hijo de Dios y salvador. Esto lo hemos dicho y oído infinidad de veces, pero quizá no hemos captado que implica un gran acto de humildad, porque obliga a reconocer tres cosas:

  1. a) que soy pecador, algo que nunca resulta agradable;
  2. b) que no puedo salvarme a mí mismo, cosa que choca con nuestro orgullo;
  3. c) que es otro, Jesús, quien me salva; alguien que vivió hace veinte siglos, condenado a muerte por las autoridades políticas y religiosas de su tiempo, y del que muchos piensan hoy día que sólo fue una buena persona o un gran profeta.

Usando la metáfora del evangelio, es como si un potente foco de luz cayese sobre nosotros poniendo al descubierto nuestra debilidad e impotencia. No todos están dispuestos a este triple acto de humildad. Prefieren escapar del foco, mantenerse a oscuras, engañándose a sí mismos como el avestruz que esconde la cabeza en tierra. Pero otros prefieren acudir a la luz, buscando en ella la salvación y un sentido a su vida.

Perdón para los paganos basado en la compasión. Respuesta: fe y buenas obras (carta a los Efesios, 2,4-10)

Hermanos: Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo -por pura gracia estáis salvados-, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Pues somos obra suya. Nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos.

La salvación universal de la que habla el evangelio la concreta la carta a los Efesios en una comunidad concreta de origen pagano: la de la ciudad de Éfeso (situada en la actual Turquía). Antes de convertirse, estaban muertos por los pecados, con un agravante: Dios no les había hecho ninguna promesa de salvación, como a los judíos deportados en Babilonia. Sin embargo, los perdona. ¿Por qué motivo? Porque es “rico en misericordia”, “por el gran amor con que nos amó”, “por pura gracia”. Esto es lo que san Pablo llama en otro contexto “el misterio que Dios tuvo escondido durante siglos”: que también los paganos son hijos suyos, tan hijos como los israelitas. Esta prueba del amor de Dios espera una respuesta, que se concreta en la fe y en la práctica de las buenas obras.

Reflexión final

En el contexto de la cuaresma, que se presta a subrayar el aspecto del pecado y del castigo, la liturgia nos recuerda una vez más que nuestra fe se basa en una “buena noticia” (evangelio), la buena noticia del amor de Dios. Nosotros, que somos los herederos de los efesios, de los corintios, de los tesalonicenses, debemos reconocer, como ellos, que todo es don de Dios y no mérito nuestro, y que debemos responder con fe y dedicándonos “a las buenas obras” que él nos ha asignado.

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Cuarto Domingo de Cuaresma. 14 de marzo, 2021

Domingo, 14 de marzo de 2021
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Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él tenga vida eterna”.

(Jn 3, 14-21)

¿Cuántas veces leemos en la prensa titulares sacados de contexto y terminamos malinterpretando las noticias? O en lugar de malinterpretarlas no las entendemos y acabamos perdiendo cualquier atisbo de interés.

Reconozcamos que, en ocasiones, eso mismo nos ocurre con el evangelio y llegamos a la conclusión de que no entendemos a Jesús.

Fijándonos solo en esta cita nos encontramos con unas palabras de Jesús, vamos a ubicarlas en su contexto. Jesús lleva un tiempo en Jerusalén, le acabamos de ver (el domingo pasado) echando del templo a los mercaderes, continúa enseñando y curando.  Una noche, Nicodemo, un judío importante, va en su busca y entablan una conversación de la que hoy somos partícipes, pero no de todo el diálogo, solo de una parte.

Escuchamos a Jesús hablar de varias cosas: de Moisés y la serpiente de bronce, de que Dios entregó a su Hijo único, de no perecer, de condena, luz y tinieblas.

Ahora contemplemos a Nicodemo y pongámonos junto a él, junto a este fariseo y como tal, defensor de la ley. A pesar de estar en plena noche, nos ponemos en camino, en busca de Jesús, de la luz. Reconocemos que viene de Dios, creemos en él. Y entonces lo que escuchamos ahora, desde esta situación, son palabras de amor y vida eterna.

El ser humano quiere, con esas connotaciones de poseer, de interés, de “segundas intenciones” que este verbo puede tener. Pero Dios nos ama, porque sí, sin un motivo en concreto. Y porque nos ama, nos da vida eterna; y eterna es mucha más vida de la que podamos imaginar. Vida de la gozamos hoy, y además, VIDA ante Dios cara a cara de la que gozaremos cuando Él quiera.

Con este plan… ¡¡qué bueno es esto de CREER!!

Oración

Gracias, Trinidad Santa, solamente gracias. Amén.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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