No hay otra condición para ser testigo de Jesús, ministro de la iglesia: papa, como Pedro (imagen 3), o cura de barrio como Federico (Imagen 1). Lo que importa es querer ala gente de Jesús y ser querido por la gente. En esa línea, este Jesús resucitado que pregunta Pedro si le quiere para confiarle el encargo de animar a la iglesia (Jn 21) es cualquiera de los creyentes, la viejecita o el niño, el profesor o el carbonero.
Saber querer y ser querido por la gente: esa es la tarea del Papa de Roma o del vicario de Villagarcía, y al mismo tiempo la misión todos los cristianos y cristianas que realizan funciones de Jesús (¡todos!) en el ancho mundo y en la Iglesia.
Éste es el argumento del evangelio de este Dom. 3 después de Pascua (Jn 21). Después de Magdalena (dom. 1) y de Tomás (dom 2) vienen Pedro y el Discípulo Amado (dom. 3), y su experiencia de pascua como amor complementario de estos dos discípulos constituye el centro de la Iglesia.
Contengo la respiración al comentar este evangelio, pues día tras día me avergüenzo de leer en la prensa escándalos de curas pederastas o poco finos en amores. A pesar de todo, pienso que es necesario comentar ese evangelio, con amor y temblor, con temor y esperanza, pues la Iglesia de Jesús resucitado no tiene más herencia ni capital que el amor, de manera que sus ministros (Pedro y/o Discípulo Amado/a) han de saber que sólo en amor es mi ejercicio (Juan de la Cruz)
Todo lo demás, si papa y clérigos son casados o solteros (si son célibes por vocación o circunstancia), varones o mujeres, homo- o hetero-sexuales) es a la postre secundario, tomar el rábanos por la hojas y no por su “cuerpo” comestible.
Varias veces he tratado de este argumento en mi blog. Ahora me limito a ofrecer un comentario general de Jn 21. Ciertamente, está en el fondo el tema de la pederastia o mal amor, pues donde es más grande la llamada al amor puede ser mayor su riesgo, sobre todo si va unido a un tipo de poder eclesiástico y/o civil. Pero de aquí en adelante no me ocupo ya de la pederastia (aunque todo lo que digo puede aplicarse a ella).
Siga quien quiera, y que tenga buen domingo (domingo de la madre o del padre, del amigo… y de cura), pues Jesús pidió y ofreció a los suyos simplemente que se amaran, es decir, que amaran y se dejaran amar por los demás, de un modo integral, como buena nueva o evangelio de Dios.
Este es el tema de fondo que he desarrollado en alguno de mis libros, cuya portada presento a continuación, especialmente la del Diccionario de la biblia o la de La novedad e Jesús. Buen domingo a todos.
Introducción. Jn 21, un evangelio especial, resumen de todo el evangelio.
Habían pasado algunos decenios desde el comienzo de la Iglesia, con idas y venidas y variantes, y hacia el año 100 una comunidad cristiana muy especial, de origen judío, que había empezado a desarrollarse primero en Jerusalén y después (quizá tras la guerra del 67-70) en alguna zona del entorno (Siria-Transjordania o Asia Menor), se integró en la Gran Iglesia.
Esa comunidad que llamó a las puertas de Pedro (símbolo de la Gran Iglesia) había estado animada por un personaje enigmático, que se presentaba como el «discípulo amado» (cf. Jn 21, 24), su máxima autoridad era el Espíritu Santo, que Jesús les había prometido y ofrecido (cf. Jn 14, 16; 15, 16; 16, 13) y desarrolló una intensa fraternidad, de tipo carismático, sin grandes instituciones externas.
Pues bien, pasados unos decenios (entre el 30-90 d. C.), esos «amigos de Jesús», a quienes podemos presentar como carismáticos del amor, representados por el Discípulo Amado, corrieron el riesgo de perder su identidad, entre disputas internas y tensiones de tipo gnóstico (impulsadas por un tipo de espiritualismo que podría separarles del Jesús de la historia) y entonces, algunos (quizá una mayoría) se integraron en la Gran Iglesia, donde la memoria y autoridad de Pedro aparecía como garantía de fidelidad cristiana y unidad eclesial [1].
Ellos trajeron consigo un evangelio (Jn) donde, al lado del Discípulo amado, que era signo clave de la comunidad, se reconocía también a Pedro (Jn 1, 40; 6, 68; 11, 6-9) y se recordaba su figura en el contexto de la pascua (Jn 20, 1-17) y, sobre todo, de la misión de la iglesia, como indicaremos, comentando de un modo especial el capítulo final (Jn 21), añadido quizá en la última etapa de la redacción del evangelio, para trazar las relaciones históricas e institucionales entre Pedro (Iglesia organizada y misionera) y el Discípulo amado (libertad en el amor, identidad carismática cristiana).
Pedro Pescador, la iglesia misionera,iglesia de los Siete
Pedro, que aparece como representante de la iglesia institucional, sale a pescar en la barca, con otros seis discípulos, como para recordar que la misión fundadora de la iglesia, en su primera apertura a los pueblos, fue decisión y tarea de Siete discípulos del Cristo (no de los Doce, ni siquiera de otros misioneros como Pablo). Al frente de esos Siete (que recuerdan a los helenistas de Hech 6-7) se encuentra Pedro y a su lado, inseparable y necesario, está el Discípulo amado, que así aparece como testigo de la verdad del evangelio, pues se ha dejado transformar por ella y no tiene más autoridad y tarea que amar y ser amado, a partir de un Cristo a quien vemos como presencia de Dios (es Señor, Hijo Divino), siendo fundador de una comunión de «amigos» (Jn 15, 15).
Este discípulo expresa la esencia de la iglesia, refleja su verdad, pero debe mantenerse unido a Pedro. Por eso, si se aísla y separa, puede acabar destruyendo al mismo grupo, pues la comunidad necesita estructuras para organizar el amor. Así le vemos, y vemos a su Iglesia, en comunión con Pedro.
La función de Pedro aparecía anunciada al principio del evangelio (Jn 1, 42), cuando Jesús le dijo: Tú eres Simón, hijo de Juan; tú te llamarás Cefas, que significa Pedro, es decir, Piedra-cimiento de la iglesia (como suponía Mt 16, 17-18). Por eso, el Discípulo Amado acepta a Pedro, como expresión de identidad eclesial, junto a la autoridad carismática del Espíritu (que aquí recibe el nombre de Paráclito: abogado, animador, consuelo).
De esta manera se indica la gran tarea de la Iglesia: La comunidad del Discípulo amado (que ha condensado su más honda experiencia en el Paráclito) debe dialogar con la iglesia institucional (simbolizada en Pedro); por eso tiene que aceptar y acepta al final de su evangelio a Pedro. En esa línea, este (Jn 21) parece la expresión de un pacto constituyente, quizá implícito, que se realizó en el paso del siglo I al II, entre la Gran Iglesia (representada por Pedro) y la comunidad del Discípulo amado.
Este pasaje, todo Jn 21, no quiere narrar unos hechos antes ignorados, nuevas historias sobre Jesús y sus discípulos, sino recrear la esencia cristiana, vinculando la comunidad del Discípulo amado con la iglesia de Pedro, como había hecho, desde otra perspectiva y con otro lenguaje, aunque con intenciones semejantes, el evangelio de Mateo (cf. Mt 16, 16-19).
(1) Según Mateo, Pedro era garante de una interpretación universal de la Ley, testigo y signo de la apertura del evangelio a los gentiles y a los pobres; por eso, los judeo-cristianos legalistas, que habían ido elaborando las tradiciones de Mateo, debían confiar en Pedro y aceptar su misión universal (Mt 28,16-20).
(2) Según Juan, Pedro es también garante de una misión universal que se funda en la pascua de Jesús y lleva a los creyentes desde el Mar de Galilea a todos los pueblos de la tierra; pero Jn 21 añade que esa misión debe realizarse conforme a los principios de un amor del Discípulo amado.
Los símbolos de Jn 21 (pesca milagrosa, comida a la orilla del lago…) son tradicionales (cf. Lc 5, 1-11). Nueva es su forma de entenderlos.
En el comienzo del relato está Simón Pedro que dice voy a Pescar. Sin esta decisión de Pedro, que asume la iniciativa misionera del evangelio (que de hecho parece haber surgido entre los helenistas y Pablo), no hubiera existido una iglesia universal. Pedro aparece así guiando un grupo de Siete discípulos (no Doce), con Tomás, Natanael, los zebedeos (Santiago y Juan) y otros dos cuyos nombres no se dicen (Jn 21, 2).
Uno de ellos, a quien la tradición posterior identificará sin pruebas con Juan Zebedeo, es el Discípulo amado. El tiempo de los Doce testigos de las tribus de Israel ha terminado, y también el de Santiago de Jerusalén. Estamos en el tiempo de los Siete (entre ellos Pedro y el Discípulo amado). Pedro lleva a sus amigos al “mar de Galilea”, que es la tierra de Jesús y símbolo del mundo entero (no va a Roma como hace Pablo en Hechos).
Una noche sin pesca
Subieron a la barca y esa noche no pescaron nada. Amanecía y estaba Jesús a la orilla, pero los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo:«¡Muchachos! ¿Tenéis algo de comer?». Respondieron: «¡No!». Él les dijo: «¡Echad la red a la derecha de la barca y encontrareis!». La echaron y no podían arrastrarla por la cantidad de peces. Entonces, el Discípulo al que Jesús amaba dice a Pedro: «¡Es el Señor!». Y Simón Pedro, oyendo es el Señor, se ciñó el vestido y se lanzó al mar (Jn 21, 3-7).
Pedro ha dirigido la faena, pero no conoce aún a Jesús, no le distingue en la noche, de manera que parece incapaz de discernir lo que está haciendo (lo que de verdad está pasando en la noche de la historia humana, sobre el mar desconocido). Por el contrario, el Discípulo amado ha conocido a Jesús en la noche y sabe lo que pasa y se lo dice a Pedro, compartiendo de esa forma su experiencia con los compañeros de la barca. Pedro dirige la faena (en la línea de lo que podrá hacer luego el Papa de Roma), pero depende de los otros y especialmente del Discípulo amado, y no sólo de Jesús que espera en la orilla, recibiendo los peces que traen los discípulos y ofreciéndoles el pan y el pez del Reino.
Oficio de amor
Pues bien, cuando todo parece haber terminado y los discípulos toman en la orilla el pan de Jesús con los peces de la pesca misionera, el texto sigue, de manera sorprendente, como seguiré comentando:
Después que comieron, Jesús dijo: «Simón, hijo de Juan ¿me amas más que estos?». Le dijo «¡Sí, Señor! Tú sabes que te quiero». Le dijo: «¡Apacienta mis corderos!». Por segunda vez le dijo: «Simón, hijo de Juan ¿me amas?». Le dijo: «¡Sí, Señor! Tu sabes que te quiero». Le dijo: «¡Apacienta mis ovejas!». Por tercera vez le dijo: «Simón, hijo de Juan ¿me quieres?». Se entristeció Pedro, porque por tercera vez le había dicho ¿me quieres? Y le dijo: «¡Señor! Tú lo sabes todo, sabes que te quiero». Y le dijo:«¡Apacienta mis ovejas!» (Jn 21, 15-17).
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