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¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?

Domingo, 15 de diciembre de 2019
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3_adv_aMt 11,2-11

¿Reconocemos a Jesús como el Mesías que esperábamos? ¿Descubrimos su presencia en esos signos de transformación de la sociedad, que parten del dolor de los marginados? ¿O seguimos esperando a otros mesías más acordes con nuestra mentalidad raquítica, o con los valores del momento?

El evangelio de hoy empieza, como tantos otros domingos, con el consabido “en aquel tiempo…” Según vamos leyendo seguro que nos damos cuenta de que sería igualmente exacto decir: “En estos tiempos… en nuestro tiempo…”

Porque hay personas, muchas, que se hacen o nos hacemos hoy, preguntas parecidas. Preguntas con menos calado quizá, en las que con frecuencia hemos perdido la referencia a Dios, fruto del secularismo que nos envuelve. Y cambiamos la pregunta sobre Jesús en preguntas sobre nuestras pobres aspiraciones o deseos. Algo así como: ¿qué o a quien tenemos que esperar? Porque dan o damos por supuesto que “tenemos que esperar” que tal como estamos no nos gustaría seguir.

Y en estos días, cercanos a la Navidad, escuchamos múltiples respuestas a nuestro alrededor, casi todas en el mismo sentido: “Tenemos que esperar al “Black Friday” para hacer nuestras compras, para adquirir todo lo que pensamos que vamos a necesitar en Navidad. Tenemos que esperar que nos toque la lotería y para ello “mantenernos unidos por un décimo”. Tenemos que esperar que se inaugure la iluminación de nuestras calles y luego salir a verlas, para convencernos de lo luminosa que va ser nuestra realidad social…

Pero el evangelio nos plantea la pregunta de otra forma. Nos plantea la pregunta definitiva, la que marca la diferencia esencial de nuestra vida: “¿Eres Tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” Esta pregunta estaba en el ambiente de la época, y resume en su brevedad toda la historia de Israel, una historia orientada por la esperanza de la llegada del Mesías.  Ante la presencia inquietante de Jesús que empieza a obrar y a hablar de manera muy distinta a la de Juan Bautista, muchos judíos discípulos de Juan se preguntan, ¿es este el Mesías que Juan anunciaba? Podemos imaginarnos el desconcierto de estos discípulos, y sus dificultades ante un posible mesías que no responde a sus expectativas, que no se hace valer expulsando a los romanos… ¿cómo es posible? Mateo, recoge esta preocupación en su evangelio poniendo la pregunta en boca del mismo Juan, ya en la cárcel. Así la pregunta tiene más autoridad.

Hoy, en un ambiente mucho menos religioso, también a nosotros nos invita el evangelio a preguntarnos y a preguntar a Jesús, ¿Eres tú? ¿Eres tú el que colma todas nuestras esperanzas o tenemos que seguir esperando a otros?

Y Jesús, como tantas otras veces, nos sorprende con una respuesta novedosa e inesperada. Nos ayuda a ver y oír la realidad que Él está inaugurando en aquel tiempo y hoy: “…los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio”.

Él, como Mesías está transformando la sociedad, pero el punto de partida es el dolor de los marginados. Se ha acercado a quienes no tenían nada, a quienes no podían acudir al médico, a quienes habían sido expulsados de los pueblos y ciudades y forzados a vivir en los cementerios para no contagiar. Su revolución empieza por un cambio social que devuelve la dignidad a cada hombre y mujer, empezando por los últimos. Ver, percibir ese cambio, conlleva un cambio de mentalidad, dirigirse a Dios de otro modo, reivindicar la justicia… No ha empezado en un programa electoral, sino en unos signos patentes y concretos. Pero como esos signos iban contracorriente de la mentalidad de entonces el riesgo era no entenderlos y escandalizarse.

Esta dificultad es la que también hoy podemos tener nosotros. El evangelio nos está invitando a ver estas señales e interpretarlas. Es el camino de la fe, que arranca de hechos visibles y conduce al reconocimiento de Jesús, como mesías, salvador. Es importante recordar que esta enumeración de las obras de Jesús, “los ciegos ven…” enlaza estrechamente con la promesa del mesías del profeta Isaías (Is 35, 5s; 61,1) y nos lleva a reconocerle, a no escandalizarnos de Él, aunque su lenguaje nos siga resultando sorprendente.

¿Reconocemos estos signos de su presencia transformadora? ¿Creemos en Él como nuestro Señor y Salvador o nos sentimos escandalizados, escandalizadas de su manera de obrar, de su forma de hablar de Dios y de relacionarse con Él? De nuestra respuesta sincera depende el que seamos “dichosos” o sigamos en el grupo de los eternos buscadores de pequeñas promesas que no llegan a colmar nuestra esperanza profunda de una vida plena.

Nuestra respuesta vital es también la clave que nos sitúa en referencia a Juan Bautista, a la dinámica del Antiguo Testamento, del cumplimiento de la Ley. El evangelio pone en boca de Jesús el gran piropo referido a Juan Bautista: “es más que profeta”. En el “escalafón” de los nacidos de mujer Juan ocupa el puesto principal, pero para Jesús hay otra manera de situarse: quien está en el Reino (no en los cielos, sino en la dinámica del reino) es o puede ser más grande que Juan.  A eso se nos invita a todos, esa es la gran posibilidad que se nos regala. Ojalá el evangelio de este domingo, tan próximo a la Navidad, nos ayude a responder a la pregunta con una fe firme, aun en nuestra fragilidad: ¡Tú eres el mesías, el que esperábamos!

Mª Guadalupe Labrador Encinas, fmmdp.

Fuente Fe Adulta

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Lo que esperamos ya está aquí

Domingo, 15 de diciembre de 2019
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Puente-y-árboles.2-300x225Domingo III de Adviento 

15 diciembre 2019

Mt 11, 2-11

Los relatos evangélicos transmiten hechos concretos de la vida de Jesús, desde el filtro de la experiencia de aquellas primeras comunidades en las que nacieron, y con un objetivo catequético. Lo que buscan no es tanto fidelidad histórica –tal como la entendemos hoy–, cuanto sostener la fe de los discípulos y leer todo lo acontecido desde su propia experiencia creyente.

       Todo ello es patente en numerosas páginas del evangelio y, entre ellas, en lo que se refiere a la figura de Juan el Bautista. Carecemos de datos mínimos que nos permitan conjeturar qué papel jugó en la vida de Jesús, así como de la relación que mantuvieron. Sin embargo, los textos evangélicos fueron “adornando” progresivamente su figura hasta convertirlo, no solo en discípulo del Maestro de Nazaret, sino en “el más grande de los nacidos de mujer”.

         La catequesis de Mateo que leemos hoy arranca con una pregunta decisiva: “¿Eres tú o tenemos que esperar a otro?”. Decisiva porque toca una fibra muy sensible del ser humano, de la que brota una de las grandes preguntas kantianas: “¿Qué me cabe esperar?”.

         La respuesta de Jesús remite a “lo que estáis viendo y oyendo”. De ese modo, la catequesis cristiana lo presenta como el Mesías esperado o, mejor aún, como aquel en quien se realiza la plenitud de los tiempos, tal como había escrito Pablo –no olvidemos que los escritos paulinos son anteriores a los evangelios– en la carta a los Gálatas (4,4): “Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su propio Hijo”. Lo que encontramos, por tanto, en el texto de Mateo es una confesión de fe de aquella primera comunidad.

         Sin embargo, y sin negar la legitimidad de esa lectura, la comprensión transpersonal ahonda más, al hacernos ver que lo que esperamos ya está aquí. En profundidad, somos ya todo aquello que buscamos. Es una trampa situar la plenitud “fuera” o en el “futuro”. Se trata solo de despertar, caer en la cuenta, comprender… y vivir anclados y en conexión con lo que somos. De esa conexión brotará en todo momento la acción adecuada, más creativa y más eficaz que nunca.

¿Vivo en la esperanza o en la comprensión?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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¿Tu verdad? No, La verdad y ven conmigo a buscarla: (al desierto); la tuya guárdatela.

Domingo, 15 de diciembre de 2019
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002Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

  1. la vida es un desierto.

Juan Bautista y frecuentemente Jesús se retiraban al desierto

         La vida es un desierto, un amino muchas veces áspero y lleno de dificultades. Pero el desierto es el camino hacia la libertad (Éxodo). El camino del desierto es duro; por el desierto se va con lo imprescindible, es el lugar de la aridez y del vacío.

         Atravesamos muchos desiertos en la vida: crisis de salud, crisis morales, conflictos matrimoniales – familiares, angustias psíquicas, indignaciones ante situaciones sociales y eclesiásticas.

         Podemos escuchar a Dios en situaciones de bonanza, pero también en la marginalidad y dureza de nuestra existencia. El camino después del Éxodo, Job, Juan Bautista, el mismo Jesús vivieron el desierto

Es difícil -¿imposible?- escuchar a Dios en el aturdimiento de la vida, La Palabra es imposible en el black Friday, o en la vorágine de los viajes.

La Palabra de Dios vendrá sobre nosotros como le vino a Juan Bautista en el silencio y vacío de nuestro propio desierto.

La Palabra vino sobre Juan Bautista. La Palabra no vino sobre Tiberio, Herodes, Anás o Caifás, (poderes político – religiosos). Vino sobre un hombre marginal, en el desierto: Juan Bautista.

         La Palabra no está en las grandes concentraciones o en los grupos de poder, etc., sino que está en las gentes sencillas y pobres de las periferias, en las iglesias de las diásporas, en los pobres.

En el desierto de la vida hay mucho que escuchar. En silencio percibimos la libertad, la ética, el bien y el mal, la gracia y el amor de Dios y de nuestros hermanos, la cercanía de la comunidad, el alimento, los sufrimientos, la fuerza de la enfermedad y de la vida, etc. En la profundidad del silencio percibimos el sentido de la vida, la esperanza, el horizonte, el ser.

El desierto es duro, el camino largo. Dice el sacerdote, nieto del filósofo Eugenio d´Ors:

El silencio crea una cierta adicción. Tiene una primera fase, primerísima, de encantamiento. ¡Qué paz! ¡Qué bien se está!, nos decimos. Pero bastan pocos minutos, o en el mejor de los casos, horas, para que esa agradable sensación se disipe y el silencio muestre su cara más árida: el desierto.[1]

La Palabra no nos viene en una hoja que llega del Obispado, ni en los pactos políticos, sino que la Palabra, la razón, la sensatez nos sobreviene en el silencio del desierto de la vida.

La esperanza del desierto es el futuro.

  1. Juan Bautista no era un hombre convencional.

         Juan Bautista no parece que fuera un arrivista o un hombre del “sistema político ni eclesiástico”:

No vestía a la moda (Mt 3,4 / 11,8), más bien con piel de camello No comía en restaurantes de “estrellas Michelin”, sino más bien “en el banco de alimentos” (Mt 3,4): saltamontes y miel silvestre. Tenía una palabra recia que clamaba con energía contra el sistema: fariseos y saduceos: Raza de víboras… (Mt 3,7)

Por eso estuvo en la cárcel y por eso fue degollado por Herodes.

Juan Bautista fue un hombre que no se colgó medallas ni se arrogó méritos. Fue un hombre que buscó y remitió a Xto.

Es una noble actitud en la vida: no ser acomodaticio y arrivista, estancado en los sistemas eclesiásticos o políticos. Juan Bautista fue un hombre audaz que amaba la verdad y hacia ella, hacia Xto, encauzó a los suyos.

  1. Hay que salir.

Jesús -por tres veces- dice a la gente: ¿qué salisteis a ver? (Éxodo) Salir y ver: dos cuestiones harto difíciles para quienes o para cuando estamos instalados.

¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta?

Francisco, obispo de Roma, subraya con energía que hemos de ser una Iglesia en salida, en Éxodo. Vivir en Éxodo es una postura muy cristiana: estar siempre en actitud de búsqueda, dejando nuestras trincheras y cuarteles de invierno.

         Vivir en actitud profética: intentar leer la vida en profundidad es algo muy humano y cristiano.

Dejémonos de instalaciones faraónicas, patrimoniales y dejemos de lado la frivolidad de las cañas vacilantes de la moda y pancartas ondulantes de las grandes concentraciones y manifestaciones donde el “yo” se diluye en masas amorfas.

         Ser mensajeros de la Palabra, del sentido es una noble tarea y dedicación en la vida. Vayamos por los mundos de Dios siendo testigos de Cristo, como Juan Bautista.

No nos escandalicemos del Evangelio

[1] Pablo D´Ors, Biografía del silencio, Madrid, Ed Siruela, 2012, p 77. Curiosamente al pobre hombre le andan ya metiendo en la heterodoxia eclesiástica, ¡por hablar del silencio!

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“Abrirnos a Dios”. 3 Domingo de Adviento – B (Juan 1,6-8.19-28)

Domingo, 17 de diciembre de 2017
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03_adv_b-600x400La fe se ha convertido para muchos en una experiencia problemática. No saben exactamente lo que les ha sucedido estos años, pero una cosa es clara: ya no volverán a creer en lo que creyeron de niños. De todo aquello solo quedan algunas creencias de perfil bastante borroso. Cada uno se ha ido construyendo su propio mundo interior, sin poder evitar muchas veces graves incertidumbres e interrogantes.

La mayoría de estas personas hace su «recorrido religioso» de forma solitaria y casi secreta. ¿Con quién van a hablar de estas cosas? No hay guías ni puntos de referencia. Cada uno actúa como puede en estas cuestiones que afectan a lo más profundo del ser humano. Muchos no saben si lo que les sucede es normal o inquietante.

Los estudios del profesor de Atlanta James Fowler sobre el desarrollo de la fe pueden ayudar a no pocos a entender mejor su propio recorrido. Al mismo tiempo arrojan luz sobre las etapas que ha de seguir la persona para estructurar su «universo de sentido».

En los primeros estadios de la vida, el niño va asumiendo sin reflexión las creencias y valores que se le proponen. Su fe no es todavía una decisión personal. El niño va estableciendo lo que es verdadero o falso, bueno o malo, a partir de lo que le enseñan desde fuera.

Más adelante, el individuo acepta las creencias, prácticas y doctrinas de manera más reflexionada, pero siempre tal como están definidas por el grupo, la tradición o las autoridades religiosas. No se le ocurre dudar seriamente de nada. Todo es digno de fe, todo es seguro.

La crisis llega más tarde. El individuo toma conciencia de que la fe ha de ser libre y personal. Ya no se siente obligado a creer de modo tan incondicional en lo que enseña la Iglesia. Poco a poco comienza a relativizar ciertas cosas y a seleccionar otras. Su mundo religioso se modifica y hasta se resquebraja. No todo responde a un deseo de autenticidad mayor. Está también la frivolidad y las incoherencias.

Todo puede quedar ahí. Pero el individuo puede también seguir ahondando en su universo interior. Si se abre sinceramente a Dios y lo busca en lo más profundo de su ser, puede brotar una fe nueva. El amor de Dios, creído y acogido con humildad, da un sentido más hondo a todo. La persona conoce una coherencia interior más armoniosa. Las dudas no son un obstáculo. El individuo intuye ahora el valor último que encierran prácticas y símbolos antes criticados. Se despierta de nuevo la comunicación con Dios. La persona vive en comunión con todo lo bueno que hay en el mundo y se siente llamada a amar y proteger la vida.

Lo decisivo es siempre hacer en nosotros un lugar real a la experiencia de Dios. De ahí la importancia de escuchar la llamada del profeta: «Preparad el camino del Señor». Este camino hemos de abrirlo en lo íntimo de nuestro corazón.

José Antonio Pagola

Audición del comentario

Marina Ibarlucea

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“En medio de vosotros hay uno que no conocéis.”. Domingo 17 de diciembre de 2017. Domingo 3º de Adviento

Domingo, 17 de diciembre de 2017
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03advientoB3cerezoLeído en Koinonia:

Isaías 61,1-2a.10-11: Desbordo de gozo con el Señor.
Interleccional: Lucas 1,46-54: Me alegro con mi Dios.
1Tesalonicenses 5,16-24: Que vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado hasta la venida del Señor.
Juan 1,6-8.19-28: En medio de vosotros hay uno que no conocéis.

 El profeta Isaías invita a todo el pueblo que retorna del destierro, y que ha visto que las promesas con que esperaban encontrar su tierra no son tan ciertas; lo invita a la esperanza. La acción de Dios es efectiva y eficaz. La Jerusalén que ahora ven arruinada, será en un futuro centro de peregrinaciones y a la que acudirán todas las naciones de la tierra. Es una realidad muy dura de pobreza, de tristeza y de cautiverio. Por eso, la vocación del profeta esta dirigida hacia esas personas. Se siente capacitado por Dios para el anuncio de «buenas noticias» de esperanza a los marginados del país. Las cosas están difíciles pero podemos salir adelante, Dios no nos abandona, parece decir el profeta. Aunque haya dificultades al regreso el Señor ha revestido al pueblo de ropas de salvación, le ha retornado el don de la tierra, y así como está hace germinar los frutos, quien hace germinar la justicia y la alabanza es el Señor.

El salmo recoge hoy la oración de María cuando visita a Isabel, que la tradición llama Magnificat. La oración esta basada en el cántico de Ana que encontramos en el 1Sam 2, 1-10. Se centra en dos grandes temas, por una parte los pobres y humildes son socorridos en detrimento de los poderosos, y por otra, el hecho de que Israel es objeto del favor de Dios desde la promesa hecha a Abraham (Gn 15,1; 17,1). María canta la grandeza de Dios salvador que se ha fijado en los humildes, especialmente en la pequeñez de María, y nos muestra que la lógica de Dios no siempre coincide con la lógica e los poderosos. Precisamente ha hecho una promesa con un pueblo pequeño cumpliendo la promesa de Abraham, se ha fijado en la humildad y pequeñez de María, ha derribado del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. La lógica de Dios pasa por el reconocimiento de los más pequeños como sujetos preferenciales de su acción. En eso consiste ser creyente. Esta es la palabra profética que la tradición pone en boca de María.

En la segunda lectura vemos como el apóstol Pablo invita a la comunidad de Tesalónica a la fidelidad. La vida de la comunidad tenía algunas dificultades: problemas con los animadores de la comunidad, peleas, desánimo, falta de fe, fornicación. Es una comunidad que se ha convertido del paganismo al cristianismo (1,9) y que ha dejado los ídolos, sus dioses, para seguir al Dios verdadero, pero que le cuesta desprenderse del todo de sus tradiciones antiguas, de su legado cultural. Parece que la exigencia de la vida de comunidad no le era satisfactoria a muchos que se sentían desilusionados. Es por esto que Pablo les llama la atención; reconoce que ha sido una comunidad que se ha esforzado por seguir a Jesús, que posee el Espíritu del Resucitado, pero que aún puede dar más. Les llama a estar alegres, a orar constantemente, a no dejarse desanimar. No se trata de rechazar todo lo que les viene de fuera y que les impide la vida de comunidad, se trata de examinar todo y quedarse con lo bueno. Les llama a fidelidad y a continuar en el camino que han emprendido. No hay que dejarse desanimar por los problemas, que siempre habrán, se trata de ser fieles al camino emprendido y vivirlo con alegría pues estamos convencidos que es el mejor camino a la felicidad.

El evangelio de Juan no presenta el testimonio de Juan el Bautista que ahondaremos a lo largo de esta semana litúrgica. La lectura nos introduce diciendo que este es el testimonio de Juan y luego nos cuenta que de Jerusalén los dirigentes judíos enviaron delegados para preguntarle si era el Mesías o Elías que precedería a la llegada del Mesías. La respuesta de Juan es ambigua. Si bien no se reconoce como Mesías tampoco se reconoce como Elías que ha de venir; sin embargo, sí se reconoce como la voz que clama en el desierto, que prepara la venida del Mesías. La respuesta genera una pregunta lógica en los emisarios judíos: si no eres, entonces ¿por qué bautizas? Su respuesta es parecida a la primera, el bautismo de agua es un bautismo purificador, si se quiere externo, pero quien vendrá traerá un bautismo que purificará a todo el ser humano y ante el cual el bautismo de Juan es solo anticipo. Es claro que la figura de Juan el Bautista tiene gran importancia para las primeras generaciones cristianas. Además de homologarlo con el profeta Elías, muchos de los seguidores de Juan pertenecieron a las primeras comunidades cristianas. Por otro lado, fue crítico ante el poder dominante de los romanos y de Herodes, lo que le llevó a la muerte. Fue un hombre que supo entregarse a su misión y que supo ver en el futuro que se avecinaba, los tiempos esperados. Leer más…

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Dom 17.12.17. Pregón de Adviento (3). Lectura socio-económica del Magníficat

Domingo, 17 de diciembre de 2017
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25289190_902329303277596_9164724134682019664_nDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 3 Adviento,ciclo B. Canto interleccional. Tras Israel y Juan Bautista, la tercera candela de Adviento es María.

María del Magníficat no es la Virgen del Anochecer que espera en la noche pasivamente al esposo (Mt 25) con su aceite, sino la Mujer Fuerte del Amanecer, que anuncia y lleva en su mano la Luz del Mediodía, la justicia mesiánica del Cristo, su Hijo, como ella proclama en el Magníficat.

Ella canta y baila con todas las mujeres de la esperanza y de la vida la llegada del Amanecer de Dios, que es la justicia para toda la humanidad, compuesta de varones y mujeres. No es ánfora cerrada de Pandora, donde el Dios-Zeus ha guardado los dones más bellos, dejando que se escapan y nos dejen vacíos, con una esperanza cerrada bajo llave…

Ella es más bien, la esperanza activa y creadora, que el Dios-Yahvé de Israel ha encendido y quiere extender por todos los pueblos: De esa manera ofrece luz y la comparte, de forma que la llama de Dios pueda extenderse al mundo entero.

Así quiero presentarlo en este Domingo 3 de Adviento, ofreciendo una lectura socio-económica (socio-política) de su texto en el que se recoge y culmina toda la esperanza y compromiso del AT y del Bautista,el Magnificat.

25353617_902334149943778_8292060994170843388_nEn otros lugares y libros he comentado el sentido limpiamente religioso del Magnificat. Hoy pongo de relieve el aspecto social y económico de su mensaje, en clave antigua y actual, presentándolo como canto de Adviento, expresión de todos los dones de Dios para los hombres. Me fijo para ello en la canción inter-leccional de la misa,tomada de de Lc 1,46-54, que dice así:

Proclama mi alma la grandeza del Señor…
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
Derriba del trono a los potentados /y eleva a los oprimidos,
Sacia a los hambrientos / y despide vacíos a los ricos…

Esta es la Luz de María, la Luz de Israel, la Lámpara del Bautista, la esperanza de la libertad y de la vida para todos los hambrientos y oprimidos de la tierra. Ésta es su oración, totalmente divina por ser plenamente humana.

Éste es el pregón de Adviento, que María proclama en todas las iglesias católicas, con la candela de la libertad en la mano, con el Cristo de la gran promesa en sus entrañas.

25158491_902332846610575_3672545290512627888_nEste domingo tercero del canto de María es el Domingo del Gaudete, día para alegrarse por la Navidad que llega, fiesta para cantar y soñar, porque María sigue proclamando en su pregón la llegada de la justicia para los pobres, y de la libertad de los oprimidos nace el mundo nuevo.

Así canta hoy María, así quiero comentar su canción a mis lectores, desde una perspectiva básicamente social, ampliando unas notas que ofrece hace unos días en mi FB, y que hoy retomo y amplio en este blog. Mañana o pasado completaré este canto de Adviento de María, la auténtica Pan-Dora, mujer de todos los dones, con una reflexión sobre el mito de Pandora, mujer griega,dolorosamente bella, signo de todos los bienes que se vuelven males… pero dejando abierta la “virtud” o don de la esperanza.

Buen domingo a todos.

Canto de María, la gran inversión.

El proyecto económico/social de Jesús se sitúa en el trasfondo de la esperanza israelita, que el evangelio de Lucas ha condensado y recreado en el Canto de María (Lc 1, 45-56) , a la luz de los himnos de liberación de las mujeres bíblicas, especialmente de Myriam, hermana de Moisés (Ex 15), y de Ana, madre de Samuel (1 Sam 1-2). Desde esos cantos (y en contraste con el Benedictus), pro-pone María su proyecto de transformación socio-económica:

1. Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava…

2. Desplegó el poder de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón;
derribó a los potentados de sus tronos, y elevó a los oprimidos;
a los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió vacíos.

3. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre (Lc 1, 46-55).

La primera estrofa recoge, de un modo personal, el gesto agradecido de María, porque Dios se ha fijado en ella (le ha mirado). La tercerafundamenta la propuesta en la promesa y descendencia de Abrahán (retomando una teología paulina: Gal 3-4; Rom 3-4). La segunda expone de un modo so-lemne la inversión mesiánica en un triple nivel: de fundamentación (brazo de Dios frente a soberbia humana), de política (potentados-oprimidos) y de economía (ricos-hambrientos).

Este canto de nueva humanidad, este pregón de adviento nos permite interpretar el proyecto de la Iglesia en una línea universal, sin referencia israelita (templo, ley nacional…), ni confesional cristiana (pascua de Jesús, Iglesia), pero totalmente lleno de Dios y de nueva humanidad creyente:

1. Mensaje israelita, la gran inversión

Aquí me fijo en la segunda parte, que es la estrofa central donde María responde a la alabanza de Isabel, madre de Juan, que le ha llamado Madre del Señor (cf. Lc 1,43), exponiendo de un modo universal toda la esperanza profética de Israel, tal como se cumplirá en Jesús. En ese contexto, interpreta María en forma económico-social los poderes de opresión, que la apocalíptica entendía en forma de opresión diabólicas, y ofrece así un modelo e liberación estrictamente humana:

‒ María canta en nombre de la nueva humanidad liberada, asumiendo la historia de Israel, como mujer y madre que lleva en su seno la historia de su pueblo, con sus sombras y dolores, pero también con la certeza del cambio universal que llega. No tiene que hacerse judía, lo es, y su palabra retoma todo el mensaje israelita, de forma que su canto es una recapitulación de la esperanza israelita.

‒ María eleva su voz en nombre de la iglesia,
 asumiendo así no sólo el testimonio de la comunidad judeo-cristiana de Jerusalén, sino la esperanza y tarea de la misión universal de Pablo, abierta a todas las naciones. Lucas sabe que la madre de Jesús se ha situado en el centro de Iglesia (Hch 1, 13-14) y en nombre de ella canta la victoria de Dios y la exigencia de transformación de los hombres, exponiendo así la primera y más honda propuesta socio-económica del evangelio.

1. Magníficat, un canto de mujeres.

Situándose en la línea de los himnos de inversión de los hebreos, emigrantes sin tierra, campesinos marginados del XII-XI a.C., el Magníficat ofrece un camino y programa de liberación universal y retoma las palabras centrales del cántico de Ana, madre de Samuel,proclamando la inversión de Dios, que libera a los oprimidos y hambrientos:

El arco de los fuertes (=guerreros) se ha quebrado,
los cobardes (oprimidos) se ciñen de fuerza.
Los hartos se contratan por pan,
los hambrientos dejan de trabajar como esclavos.
La estéril da a luz siete veces,
la madre de muchos hijos queda baldía (1 Sam 2, 4-6)

Ana elevaba su canto al Dios que salva/libera a los “cobardes”, a fin de que ellos puedan vivir en plenitud, en una línea militar (quiebra el poder de los guerreros), económica (los ricos habrán de trabajar para comer) y demográfica (la estéril tiene muchos hijos). En esa línea se había situado Myriam, la hermana de Moisés (Ex 15), y en ella se mantiene María. Leer más…

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“Preparación a la Navidad en tres actos”. Domingo 3º de Adviento. Ciclo B.

Domingo, 17 de diciembre de 2017
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10439347_671801269570491_4602481636228923258_nFotograma de “Salomé el Musical”

Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La liturgia del tercer domingo de Adviento, teniendo en cuenta la cercanía de la Navidad, pretende ser una clara invitación a la alegría. El protagonista de la primera lectura afirma: “Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios”; san Pablo pide a los tesalonicenses “estad siempre alegres”. Juan Bautista es demasiado serio para hablar de alegría, pero da testimonio de la luz que inundará el mundo, y eso también es motivo de gozo. Aparte de este dato común, la mejor forma de entender las lecturas es imaginarnos espectadores de una obra de teatro en tres actos.

Acto primero

Cuando se descorre el telón se ve un personaje de pie en el centro del escenario, rodeado de una multitud sentada en el suelo, pobremente vestida. Son antiguos desterrados en Babilonia, actuales oprimidos por el imperio persa. La escena está en penumbra, transmitiendo al espectador una sensación de agobiante tristeza; sólo un foco ilumina el rostro del protagonista. Mira en silencio, durante largo rato, a la multitud que le rodea. Finalmente, abre la boca y dice algo inaudito: “El Espíritu del Señor está sobre mí”. Suena a blasfemia. El Espíritu del Señor hace siglos que no se posa sobre nadie. Eso dicen algunos sabios: que el Espíritu se retiró después de la destrucción del templo de Jerusalén. Pero el personaje parece muy seguro de lo que dice. Y les habla de la misión que llevará a cabo movido por el Espíritu: “daros una buena noticia a vosotros que sufrís, vendar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, proclamar el año de gracia del Señor”.

Poco a poco, la luz que iluminaba sólo el rostro aumenta de intensidad y permite ver que el protagonista, a diferencia de los demás, está vestido de gala, envuelto en un manto regio y espléndido, que refuerzan la alegría de su rostro. Pero no habla como un rey a su corte. Se dirige a campesinos, con el lenguaje que pueden entender: “Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los cantos de alegría ante todos los pueblos.”

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido.  Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor. Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas. Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos. (Lectura del libro de Isaías 61, 1-2a. 10-11)

Acto segundo

En el centro del escenario un muchacho de unos veinte años sentado a una mesa y escribiendo. Pablo camina por la habitación mientras dicta.

̶  “Guardaos de toda forma de maldad.

̶  No sigas. (Lo interrumpe el muchacho cuando acaba de escribir la frase). Ya van siete consejos.

Pablo lo mira extrañado.

̶  ¿Los has ido contando?

̶  Claro. Los seis anteriores han sido: “Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión. No apaguéis el espíritu. No despreciéis el don de profecía. Examinadlo todo, quedándoos con lo bueno.” Ahora basta con que los encomiendes a Dios y les asegures su protección.

̶  ¿Cuál de esos consejos te viene mejor?

El muchacho se queda releyendo los consejos y pensando mientras cae el telón.

De la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 5,16-24

Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros. No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo, quedándoos con lo bueno. Guardaos de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la Paz os consagre totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas. 

Acto tercero

Escena a orilla del río Jordán. En el centro Juan Bautista, rodeado de un grupo de sacerdotes y levitas. Las noticias que han llegado a Jerusalén son alarmantes. Cada vez más gente acude al río, y las autoridades temen que se produzca una revuelta. ¿Quién es ese Juan? ¿Es el Mesías, el rey que los liberará del poder romano? ¿Es cierto, como dicen unos, que es el profeta Elías, que ha vuelto a la tierra? ¿O es el profeta del que habló Moisés, el que otros esperan antes del fin del mundo? ¿Qué dice él de sí mismo?

Lo asedian a preguntas, pero no consiguen arrancarle más que negativas, cada vez más escuetas: “No soy el Mesías”. “No lo soy”. “No”. Al final, cansado de tanto interrogatorio, les da una clave que ellos probablemente no comprenden. “Yo sólo soy una voz que grita en el desierto. Al que deberías buscar es a uno que no conocéis, que viene detrás de mí, mucho más importante que yo.”

Los sacerdotes y levitas dan a Juan por imposible y se retiran.

Juan mira a sus discípulos y les comenta:

̶  Han venido desde Jerusalén queriendo saber quién soy yo, y no les interesa lo más mínimo saber quién es el que viene detrás de mí.

Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 6-8.19-28

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan:  este venia como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran:  ¿Tú quién eres?

El confesó sin reservas: Yo no soy el Mesías.

Le preguntaron: Entonces, ¿qué? ¿Eres tú Elías?

 Él dijo: No lo soy.

¿Eres tú el Profeta?

Respondió: No.

Y le dijeron: ¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?

Contestó: Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, Como dijo el profeta Isaías.

Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?

Juan les respondió: Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.

Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

Crónica del periódico

Como preparación a la Navidad se representó ayer una extraña obra en tres actos que provocó bastante desconcierto entre el público presente. En opinión de este comentarista, la clave se encuentra en el contraste entre los actos primero y tercero: el primero habla de un personaje seguro de sí mismo y de su misión; el tercero de Juan, que se empequeñece a sí mismo para poner de relieve la grandeza del que lo sigue. Y el que lo sigue es precisamente el que lo ha precedido, el protagonista del primer acto. Alguien con un mensaje de esperanza y alegría para los que sufren. Quien no esté de acuerdo con estas sutilezas deberá contentarse con poner en práctica los buenos consejos de Pablo.

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Tercer Domingo de Adviento. Ciclo B. 17 Diciembre, 2017

Domingo, 17 de diciembre de 2017
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3adviento

“Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz.”

(Jn 1, 6-8. 19-28)

En este tercer domingo de Adviento a la Familia Trinitaria se nos juntan dos “Juanes” importantes. El 17 de diciembre es la fiesta de Juan de Mata, nuestro fundador, y como coincide con el tercer domingo de Adviento tenemos como protagonista a otro Juan, el Bautista, el precursor.

Dos personas que supieron descubrir a Dios en sus vidas y vivieron para mostrar el tesoro que habían encontrado. Supieron ser testigos de la luz.

De modo que felicidades a todas esas personas que formamos la gran familia Trinitaria. Que el día de hoy sea la excusa perfecta para darle gracias a Dios por nuestro carisma y nuestra vocación.

El evangelio de este domingo nos ofrece un modelo de testimonio. Juan Bautista se presenta como el que señala, el que indica hacia quién debemos mirar.

Porque en lo que al evangelio se refiere se trata de anunciar y ser testigos, nunca protagonistas. Dios, en Jesús, no nos ha pedido que salvemos al mundo, ni siquiera que lo cambiemos. Lo único que nos pide es que anunciemos la Buena Noticia de su Reino.

Juan Bautista lo tiene claro, dice: Yo soy la voz. Eso mismo estamos llamados a ser todos los cristianos. Somos la voz de una Buena Noticia.

Sería estupendo que lo que nos queda de Adviento fuera un tiempo para descubrir o re-descubrir la Buena Noticia de la que tenemos que ser voz, porque es bueno que la voz esté en sintonía con el mensaje, tenga la entonación y el timbre adecuados.

Nos quedan unos días para descubrir, como si fuera la primera vez, la Palabra de la que estamos llamados a ser voz.

Oración.

Santa Ruah, sé tú el aire, el impulso de nuestra voz para que no sepamos decir otra cosa que la Palabra. Amén.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Solo soy un espejo pero que puede reflejar toda la Luz.

Domingo, 17 de diciembre de 2017
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dezeen_reflet-by-claire-lavabre_ssJn 1,6-8,19-28

Las lecturas nos invitan a repensar nuestra condición de criaturas, limitadas pero con posibilidades infinitas. El tono es de alegría. La verdadera alegría nace del descubrimiento de lo que somos en Dios. No solo tenemos derecho a estar alegres, sino que tenemos la obligación de ser alegres. Puede ser interesante hablar de la alegría justo en este momento que estamos preparado la Navidad. ¿Qué alegría buscamos en esta fiesta?

El primer paso sería diferenciar el placer y el dolor de la alegría y la tristeza. El placer y el dolor son mecanismos, que la evolución ha desplegado para asegurar nuestra supervivencia como individuos y como especie. Son respuestas automáticas del organismo ante lo que es bueno o perjudicial para nuestra biología. Si el contacto con el fuego no me produjera dolor, me abrasaría sin poner remedio alguno.

El placer que nos proporciona la biología no es malo. Pero las necesidades de placer no tienen límite y nunca quedan satisfechas. Debemos encontrar otro camino para desplegar una vida feliz. Esa alegría es la clave para alcanzar la felicidad que permanece en el tiempo. La alegría es un estado que debemos alimentar desde dentro. Nacerá de un verdadero conocimiento de nuestro ser y de la estructura de nuestra psicología.

Una alegría que perdure tiene que estar fundamentada en nuestro ser profundo, no en lo accidental que podemos tener hoy y perder mañana. No se puede apoyar en la riqueza, en la fama, en los honores; realidades que vienen de fuera de nosotros mismos. Pero tampoco se puede apoyar en la salud, en la belleza, en el cuerpo, porque también esas realidades son efímeras y antes o después las perderemos.

Nuestra principal tarea como seres humanos es descubrir ese verdadero ser y vivir desde la perspectiva de su realidad inconmovible. Entonces nuestra alegría será completa y nuestra felicidad, absoluta y duradera. El ser felices o desgraciados, no depende de las circunstancias que nos rodean, sino de la manera como cada uno respondemos a esas influencias de lo externo y de lo interno.

Es probable que el versículo 6 fuera el principio del evangelio de JN. Muchos libros del AT comienzan así: “Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba…” Los otros 10 versículos son la continuación del prólogo, y nos narran una misión de los “judíos”. Da por supuesto que el lector conoce lo que el Bautista hacía en el desierto de Judea. Empieza con el interrogatorio al que le someten los enviados. Eran los responsables del orden, por tanto no tiene nada de extraño que se preocupen por lo que está haciendo.

La pregunta es simple: ¿Tú quién eres? Existían varias figuras mesiánicas. La principal era el Mesías, pero también la de un profeta escatológico (como Moisés). La de Elías que volvería. Juan atrajo mucha gente a oír su predicación y a participar en su bautismo. La pregunta quería decir: ¿Con cuál de las figuras mesiánicas te identificas? La respuesta es también sencilla: Con ninguna: No soy el Mesías, ni Elías, ni el Profeta. No quedan  satisfechos y le exigen que defina su papel. La respuesta es también simple: Soy una voz.

Allanad el camino al Señor. Es el grito de todo profeta. Esto es lo que nos dice Jesús por activa y por pasiva. Lo que debemos tener en cuenta hoy es que “el Señor” no tiene que venir de fuera sino dejarle surgir desde dentro. Con esta salvedad, esta sugerencia sigue siendo la clave de toda religiosidad. ¿Cómo conseguirlo? Apartando de nosotros todo lo que impide esa manifestación de lo divino en nosotros, el egoísmo e individualismo.

Entonces, ¿por qué bautizas? No se identifica con ninguno de los personajes previsibles, pero se siente enviado por Dios. La pregunta lleva en sí una acusación. Es un usurpador. El hecho de bautizar estaba asociado a una de las tres figuras anteriores. Consideran su bautismo como un movimiento en contra de las instituciones. En realidad era el símbolo de una liberación de las autoridades.

Yo bautizo con agua. La justificación de su bautismo es humilde. Se trata de un simple bautismo de agua. El que ha de venir bautizará en espíritu santo. Esta distinción entre dos bautismos, agua y Espíritu es típicamente cristiana, se trae a colación para dejar, una vez más, bien calara la diferencia entre el bautismo de Juan y el cristiano.

Entre vosotros hay uno que no conocéis. El bautista habla de una presencia velada que no es fácil de descubrir. Es el recuerdo de lo que les costó conocer a Jesús. Esa dificultad permanece hoy. Incluso los que repetimos como papagayos que Jesús es Hijo de Dios, no tenemos ni idea de quién es Dios y quién es Jesús. Ni lo tenemos como referente ni significa nada en nuestras vidas. En el mejor de los casos, lo único que nos interesa es la doctrina, la moral y los ritos oficiales para alcanzar una seguridad externa.

Para entender la relación entre la figura del Bautista y Jesús, es imprescindible que nos acerquemos a la narración sin prejuicios. Para nosotros, esto no es nada fácil, porque lo que primero hemos aprendido de Jesús es que era el Hijo de Dios, o simplemente que era Dios. Desde esta perspectiva, no podremos entender nada de lo que pasó en la vida real de Jesús. Este juicio previo (prejuicio) distorsiona todo lo que el evangelio narra. Lc dice que Jesús crecía en estatura, en conocimiento y en gracia ante Dios y los hombres.

Jesús desplegó su vida humana como cualquier otro ser humano. Como hombre, tuvo que aprender y madurar poco a poco, echando mano de todos los recursos que encontró a su paso. Fue un hombre inquieto que pasó la vida buscando, tratando de descubrir lo que era en su ser más profundo. Su experiencia personal le llevó a descubrir donde estaba la verdadera salvación del ser humano y entró por ese camino de liberación. Si no entendemos que Jesús fue plenamente hombre, es que no aceptamos la encarnación.

Es comprensible que los primeros cristianos no se sintieran nada cómodos al admitir la influencia de Juan Bautista en Jesús. Esta es la razón por la que siempre que hablan de él los evangelios, hacen referencia al precursor, que no tiene valor por sí mismo, sino en virtud de la persona que anuncia. A pesar de ellos, tenemos muchos datos interesantes sobre Juan Bautista. Incluso de fuentes extrabíblicas. El primer dato histórico sobre Jesús, que podemos constatar en fuentes no bíblicas, es el bautismo de Jesús por Juan.

Jesús aceptó la propuesta de Juan, pero no renunció a seguir buscando. Eso le llevó a distanciarse de él en muchos puntos. Están de acuerdo en que no basta la pertenencia a un pueblo ni los rituales externos para salvarse. Es necesaria una actitud interior de apertura a Dios que se traduzca en obras. Pero hay diferencias. Juan no predicaba una buena noticia, sino una estrategia para escapar del castigo. Jesús predica una buena noticia para todos. Enseña la manera de participar del amor, no de escapar de la ira.

Meditación

“No era él la luz, sino testigo de la luz”.
La luz física no puede ser percibida directamente.
El ojo ve los objetos que reflejan la luz que los alcanza.
El ser humano Jesús, tampoco era la Luz,
pero dejaba ver con toda claridad la Luz que es Dios.
La Luz te está alcanzando siempre. ¡Refléjala!

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Jesús, profeta itinerante.

Domingo, 17 de diciembre de 2017
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OLYMPUS DIGITAL CAMERA ¡La salvación ha llegado al mundo! (Tannhäuser)

 17 de diciembre, domingo III de adviento

 Jn 1, 6-8. 19-28

Entre vosotros está uno que no conocéis

El jesuita alemán Johannes Beutler (1933) dice en Comentario al Evangelio de Juan, que la teología de dicho Evangelio ve en el Bautista exclusivamente al “testigo de Jesús”. Cualidad, que podría ser calificada como una de las cosas más grandes que se puede decir del ser humano. Y un “testigo” –el que da testimonio- no pude detenerse en su tarea y congelarse en la orilla del camino. Dejaría de ser lo que es y, con ello, traicionaría su vocación de profeta itinerante.

Mostraos tal como sois y sed tal como os mostráis”, aconsejaba Rumi -notable denunciante de embusteros- a los suyos. Todo crecimiento personal demanda previamente reconocimiento y aceptación de la propia verdad, sólidos cimientos sobre los que cabe construir nuestra persona. Así lo entendía la Comunidad monástica de Qumram (s. II a.C.) en cuya Regla se planifica la vida de la comunidad para el futuro, proponiendo como meta: buscar a Dios para practicar el bien delante de sus ojos.

En su obra Mi experiencia de fe, escribe José Enrique Galarreta que “Jesús es un predicador itinerante que recorre Galilea predicando en las sinagogas a campo abierto y curando enfermedades. Es el principio de su estilo: anunciar y curar”. Talante inexcusable de todo fiel seguidor de sus huellas.

En la ópera Tannhäuser, de Richard Wagner, canta el Coro: “¡La salvación ha llegado al mundo!”). Un caminar también el suyo –mejor, un navegar- en busca del amor perdido. Y un despertar movilizador que es garantía de resurrección personal.

“Cristiano”, dice en Abajarse Luis Pernía, “es quien diariamente oye los gemidos de los crucificados y está seducido por la libertad que implica la Resurrección. Si leemos efectivamente los relatos de Resurrección, podemos comprobar que la Resurrección es movilizadora. ¿Por qué? porque la Resurrección es garantía de otro mundo es posible y anticipo de nuestra resurrección personal y de la propia historia”.

En el capítulo primero del Evangelio de Juan, leemos lo que de Jesús dijo el Bautista: “En medio de vosotros hay uno que no conocéis”, y “que vino como testigo, para dar testimonio de la luz”Un albor que nace, crece, y se extiende como energía itinerante para testimoniar la luz del Sol. Isaías le profetiza mensajero de la paz: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del heraldo que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que anuncia la victoria” (Is 52, 7). La semana pasada tuve la oportunidad de asistir a una presentación de El Mesías, en el Auditorio de Madrid. Una Coral de 150 componentes, y la London Vienna Kammerorchester dirigida por el ruso Ilia Korol, entonaban este mismo lamento del profeta. Las notas escritas por Friedrich Haendel hace dos siglos, inundaban la sala con las voces del coro y los tonos musicales –siempre itinerantes- de los instrumentos.

El músico y cantaor andaluz Juan Peña Fernández (1941-2016), conocido como El Lebrijano, es el autor de del siguiente Poema, en el que entona a son de cuerda de su guitarra:

Dame la libertad del agua, de los mares,

dame la libertad de la tormenta,

dame la libertad de la tierra misma,

dame la libertad del aire,

dame la libertad de los pájaros, de la marisma

vagadores de las sendas nunca vistas”

  Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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En el desierto.

Domingo, 17 de diciembre de 2017
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desierto(Jn 1,6-8.19-28)

El desierto tiene una larga tradición espiritual. Simbólicamente representa un lugar privilegiado de encuentro con la divinidad. También es el lugar de la preparación, de la austeridad y de la búsqueda de Dios. Bíblicamente representa un lugar especial para Israel que ha tenido que atravesarlo antes de llegar a la tierra prometida. Los profetas eligen este lugar como símbolo de la restauración: del desierto, Dios sacará una tierra fértil. Y en el NT, Juan Bautista y Jesús mismo tendrán que atravesarlo.

La descripción del desierto bíblico no coincide con nuestra idea actual. La RAE lo define como un lugar despoblado, o como un lugar en el que la falta de agua hace que no haya vegetación. El ambiente en el que está el bautista, por ejemplo, no es así: hay agua para bautizar (y sumergirse) y concurren personas de distintos lugares.

Así Juan el bautista se presenta en este desierto, como la voz que clama en el desierto, retomando el anuncio del profeta Isaías. Y lo que anuncia es que el Reino está cerca.

A nivel personal podemos hablar de desierto espiritual: “El desierto es parte de la condición y del espíritu humano. Es la experiencia del vacío, la soledad, la frustración, la ruina y aridez que periódicamente nos invade” (Segundo Galilea 1928-2010). Y a nivel colectivo hoy muchos desiertos aparecen en medio de las personas debido a las serias dificultades de comunicación. Aunque estamos juntos, constatamos sorderas generadas por la falta de atención e incomprensiones. Muchas veces, en especial las mujeres, decimos y repetimos, con más y distintos argumentos, nuestras formas de entender la vida, las relaciones y nuestra experiencia de Dios pero no es lo habitual ser escuchados con empatía y mucho menos que la realidad se reordene en diálogo con nuestra voz. Somos con Juan una voz que grita en el desierto, que cae en el vacío, que no se escucha.

Y esto es así porque, por otro lado, saber escuchar es un don y una tarea. Jesús nos pide: “Estén atentos”, porque el Reino está entre nosotros. Pero ello es un regalo para los pobres, para los sencillos, para los enfermos, para quienes trabajan por la justicia…

Es entre ellos, donde se hace eco débil o con más fuerza de la voz que anuncia que el Reino está cerca, a la puerta. Y donde se constata que Dios saca de los desiertos una tierra fértil y fecunda. El desierto, como lugar de pobreza espiritual y social y como hábito de atención, es así lugar privilegiado de encuentro con Dios.

Paula Depalma

Fuente Fe Adulta

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¿Yo soy o me lo creo?

Domingo, 17 de diciembre de 2017
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juanDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

Jn 1,6-8: Fue un hombre enviado por Dios, Juan … que viene para dar testimonio de la luz … no era él la luz.

o Es propio del ser humano vivir en la luz, en la verdad o, cuando menos, en búsqueda de la verdad y la luz. No es sano vivir en la apatía o en el fanatismo fundamentalista político o eclesiástico.

La desidia lleva al abandono en la vida, el fanatismo a la agresión y violencia. Fundamentalismos no, búsquedas.

o Se trata de vivir en la luz, de amar y buscar la luz de la Verdad.

o Es noble tarea la de ser testigos de la verdad y de la luz: ante los hijos, familia, amigos, en el trabajo, en la sociedad, en la misma Iglesia, en la injusticia, en las tinieblas. Más vale encender una vela que maldecir la oscuridad.

o Nunca faltarán hombres y mujeres libres que viven desde la LUZ.

o A veces ser testigos de la verdad tiene sus riesgos: mártir significa: testigo. La verdad os hará libres, (Jn 8,32). La libertad nos puede costar brillo social, cargos, puestos, dinero y ello en la vida social, en la vida diocesana.

o ¿Soy testigo de la verdad, de la luz?

Jn 1,19 Este es el testimonio de Juan

o Testigo quien ha experimentado una vivencia y la transmite. El testimonio es una especie de vida que se hace palabra y se comunica a los demás. Tanto la cultura, como la historia, como la fe se fundamentan en el testimonio. Transmitir la fe no es ser un charlatán papanatas del catecismo, sino comunicar lo vivido desde JesuCristo.

o Nadie da lo que no tiene. Transmitiremos si es que tenemos la experiencia vivida en el orden de los valores: familia, justicia, libertad, cristianismo

desert_walkJn 1,8.20ss Juan Bautista no era la luz ni el Mesías.

o Todo el evangelio de san Juan está compuesto (sobre todo la cristología) desde un continuo “YO SOY” aplicado a Cristo.

o Desde el comienzo en el evangelio de Juan late ya el ser: en el principio ERA la Palabra … Y todo el evangelio es un continuo “YO SOY”: Yo soy el pan de vida, Yo soy el agua, Yo soy la luz del mundo, Yo soy el Buen pastor, Yo soy el camino, las verdad y la vida, yo soy la resurrección y la vida, yo soy rey …

o En una civilización del vacío, de la nada (nihilismo), bueno es que nos afirmemos en el ser, en quien es fundamento de la existencia.

o Juan Bautista es un hombre contracultural. Vive lejos de la sociedad (en el desierto), lejos del Templo. No es un eclesiástico de conveniencia y acomodaticio a los vaivenes de las ideologías religiosas y del poder.

o Juan Bautista dice de él que “no es”: YO NO SOY: no soy la luz, no soy el Mesías, no soy el Cristo, no soy Elías, no soy profeta, no soy digno…

o Juan Bta “no se cuelga medallas”, ni busca puestos o sedes, Jesús es (“Yo soy”), Juan Bautista “no es” (“NO SOY”). Juan es testigo de la luz. Muchas veces “nos lo tenemos muy creído” en la vida: yo soy tal, soy de tal familia, soy amigo de, he estudiado en tal sitio, soy o tengo tal cargo, yo soy el que mando, etc …

No es lo mismo ser la luz, lo cual solamente es Cristo: Yo soy la luz del mundo, (Jn 812), que ser un “iluminado y creído” en la vida familiar, social, política, en la Iglesia.

Mucho menos Juan Bautista es -ni se siente- el Mesías. Siempre se han dado “pseudo-mesías”, “salvadores de diócesis”, “salvapatrias” y “redentores”. No faltan hoy. Tal vez me tengo por más y mejor que los demás, tengo mis “toques” racistas y desprecio al emigrante, al que no es de los nuestros, etc. (¿)

o ¿Quizás me siento en posesión de la verdad, de la fe, de la solución política, me falta poco para suplantar al Mesías?

Jn 1,22-23 ¿Quién eres tú? YO SOY LA VOZ, que grita en el desierto.

o Juan Bautista es la voz; la Palabra es Cristo: En el principio existía la Palabra, (Jn 1,1). Juan es voz, “porta-voz”. La Palabra es otro: Cristo.

o Muchas veces nos creemos que nosotros somos la Palabra, que tenemos la verdad, que estamos en posesión de la verdad. Harto haremos en la vida si escuchamos y transmitimos la Palabra.

o El desierto evoca la esclavitud de Egipto, los cuarenta años de desierto en la vida, el exilio de Babilonia. Juan Bautista se sitúa en el desierto, en la dureza de la vida y anuncia al Libertador. Juan Bta no es el Libertador, pero lo anuncia viviendo el desierto.

o A Cristo no se le anuncia a bombo y platillo litúrgicos o de grandes concentraciones, sino “a pie de obra”, sufriendo con quien sufre en el desierto de la vida.

o ¿Soy voz que intenta trasmitir el Evangelio del Señor?

Jn 1,24-27 Los enviados eran judíos, sacerdotes, levitas y fariseos … En medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.

imageo Es la ironía de San Juan. Los que preparan toda la película son “los del partido”, los judíos , los eclesiásticos: sacerdotes, levitas, fariseos … y son precisamente quienes desconocen a Cristo ¡Vosotros no conocéis al que está en medio del pueblo!

o Quienes más hablan son quienes menos conocen -¡y menos aman!- al Mesías. El Mesías no tiene más remedio que decir y hacer lo que “yo” pienso y digo.

o Juan Bautista se considera que -ante el Mesías- no está ni a la altura del zapato. NO SOY digno de desatar sus sandalias …

o Los fariseos, sacerdotes, levitas, etc. se creen, ¿nos creemos?, que podemos dominar tanto al Mesías como al pueblo. La honestidad personal de Juan Bautista hace bien.

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“Curar heridas”. 3 Adviento – A (Mateo 11,2-11)

Domingo, 11 de diciembre de 2016
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03-adv-a-600x873La actuación de Jesús dejó desconcertado al Bautista. Él esperaba un Mesías que extirparía del mundo el pecado imponiendo el juicio riguroso de Dios, no un Mesías dedicado a curar heridas y aliviar sufrimientos. Desde la prisión de Maqueronte envía un mensaje a Jesús: «¿Eres tú el que tenía que venir o hemos de esperar a otro?».

Jesús le responde con su vida de profeta curador: «Id a contar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan; los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia». Este es el verdadero Mesías: el que viene a aliviar el sufrimiento, curar la vida y abrir un horizonte de esperanza a los pobres.

Jesús se siente enviado por un Padre misericordioso que quiere para todos un mundo más digno y dichoso. Por eso se entrega a curar heridas, sanar dolencias y liberar la vida. Y por eso pide a todos: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo».

Jesús no se siente enviado por un Juez riguroso para juzgar a los pecadores y condenar al mundo. Por eso no atemoriza a nadie con gestos justicieros, sino que ofrece a pecadores y prostitutas su amistad y su perdón. Y por eso pide a todos: «No juzguéis y no seréis juzgados».

Jesús no cura nunca de manera arbitraria o por puro sensacionalismo. Cura movido por la compasión, buscando restaurar la vida de esas gentes enfermas, abatidas y rotas. Son las primeras que han de experimentar que Dios es amigo de una vida digna y sana.

Jesús no insistió nunca en el carácter prodigioso de sus curaciones ni pensó en ellas como receta fácil para suprimir el sufrimiento en el mundo. Presentó su actividad curadora como signo para mostrar a sus seguidores en qué dirección hemos de actuar para abrir caminos a ese proyecto humanizador del Padre que él llamaba «reino de Dios».

El papa Francisco afirma que «curar heridas» es una tarea urgente: «Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita hoy es capacidad de curar heridas». Habla luego de «hacernos cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano, que lava, limpia y consuela». Habla también de «caminar con las personas en la noche, saber dialogar e incluso descender a su noche y oscuridad sin perdernos».

Al confiar su misión a los discípulos, Jesús no los imagina como doctores, jerarcas, liturgistas o teólogos, sino como curadores. Siempre les confía una doble tarea: curar enfermos y anunciar que el reino de Dios está cerca.

José Antonio Pagola

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“¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. Domingo 11 de diciembre de 2016. 3º de Adviento

Domingo, 11 de diciembre de 2016
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03-advientoa3-cerezoLeído en Koinonia:

Isaías 35,1-6a.10: Dios viene en persona y os salvará.
Salmo responsorial: 145: Ven, Señor, a salvarnos.
Santiago 5,7-10: Manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca.
Mateo 11,2-11: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?

La primera y la segunda lectura de hoy, del profeta Isaías y del apóstol Santiago, coinciden en el mensaje: merece la pena esperar, hay que esperar, debemos esperar, porque viene nuestro Dios, él mismo viene en persona, y trae el desquite… Hay que tener paciencia, porque es inminente su llegada, ya está a la puerta…

No dudamos de que esta forma de plantear la esperanza, de vivirla y de transmitirla, ha sido útil y muy eficaz para muchas generaciones anteriores a nosotros, pero tampoco dudamos de que hoy día, ese planteamiento pudiera no servir ya.

– Este motivo aducido clásicamente para fundamentar la esperanza de que Alguien viene, alguien va a irrumpir apocalípticamente en nuestra vida, incluso con inminencia, y de que nuestra esperanza consista en «esperar» (de espera, no de esperanza) su llegada… no resulta hoy ya plausible.

– Ese esquema conceptual según el cual Dios ha anunciado que vuelve, en una segunda venida que sellará el final del mundo, y que nosotros estamos por tanto en un tiempo intermedio, incierto y amenazado por la espada colgante (de Damocles) de esa sorpresa divina que llegará como la visita del ladrón… ha sido una imagen poderosa, que ha cautivado la atención de muchas generaciones, pero que hoy empieza ya a no funcionar.

– Esa idea de que debemos esperar que en el futuro Dios va a castigar a los malos… y así «poner las cosas en su sitio» y vengar las maldades de los que nos han hecho daño… probablemente fue muy efectiva en otro tiempo, como lo ha sido en pedagogía todo lo referente a los premios y castigos, las buenas y las malas notas, pero hoy ya muy pocas mentes lúcidas pueden aceptar que la pedagogía humana infantil pueda ser aplicada al misterio existencial del ser humano.

Aquellas generaciones tenían una comprensión del mundo míticamente religiosa, inserta en las coordenadas de la descripción del mundo que las mismas religiones habían elaborado: un mundo que consistía esencialmente en un «plan de Dios» para poner una prueba al ser humano y llevarlo a otra vida, mejor o peor según mereciera premio o castigo. Dentro de ese «pequeño mundo», dentro de esa cosmovisión religiosista que ocupó por milenios el imaginario de nuestros mayores, funcionaba el hablar de una segunda venida, de la prueba que Dios nos pone, de la amenaza que supone la posible sorpresa del Dios que viene e irrumpe en el mundo para finalizarlo e inaugurar otro eón, el de los premios y castigos. Este imaginario religioso (tradicional, antiquísimo, milenario…) está agotándose, desapareciendo con las generaciones mayores, desvaneciéndose y perdiendo vivacidad y plausibilidad en las generaciones medias, y siendo rechazada en las generaciones jóvenes, en las que no logra ya implantarse. La transmisión de ese tipo de fe se está interrumpiendo.

En el nuevo imaginario o cosmovisión que muchos estamos adquiriendo, fundamentado en la nueva imagen que la cosmología y el conjunto actual de las ciencias nos ofrecen, ya no cabe concebir la realidad tan «antropocéntricamente» como para pensar que todo consiste y todo se reduce a «un plan que Dios ha hecho para probar al ser humano». Al ser humano actual no le resulta ya plausible una espiritualidad que le dice que él es el centro del cosmos, y que este cosmos «ha sido creado simplemente para servir de escenario al drama humano de su salvación ultraterrena»… Y no le resulta plausible tampoco que el misterio tan respetable del más allá sea asociado con y puesto al servicio de la amenaza de castigos o la promesa de premios…

¿Es posible ser cristiano sin aceptar estas imágenes que hoy sentimos como no incorporables a nuestra cosmovisión? Sí, lo es, al costo de purificar nuestra esperanza -y, más ampliamente, nuestra cosmovisión religiosa global- de aquellas imágenes propias de un tiempo que ya no es el nuestro.

En realidad, lo que importa es el contenido profundo, la experiencia espiritual, la dimensión de esperanza (en este caso), no el soporte de categorías, esquemas mentales, cosmovisiones apocalípticas o esquemas de concepción del tiempo de los que echaron mano nuestros antepasados. El cristianismo, a lo largo de su historia, ya ha abandonado muchas imágenes que en su tiempo fueron comunes, que luego se oscurecieron, y que finalmente nos resultaron inaceptables (de algunas de las cuales hoy incluso nos avergonzamos). Durante muchos siglos, el predominio del pensamiento estático, el supuesto de la ahistoricidad, y el desconocimiento del carácter evolutivo de todo, nos ha querido hacer pensar que no podemos cambiar nada, que debemos creer a la letra lo que expresaron nuestros mayores, sin remontarnos a revivir su misma experiencia profunda pero con libertad y creatividad, y que nada puede ser innovado. Pero la misma historia está ahí para mostrar lo contrario a quien sepa y quiera verlo. Y también está ahí el presente: son muchos ya, de hecho, los cristianos/as que «creen de otra manera».

El evangelio de Mateo nos presenta la llamada «prueba mesiánica». Juan el Bautista desde la cárcel manda emisarios para preguntarle a Jesús si es él el esperado o si deben esperar a otro. Jesús no responde con algunas pruebas teologicas, ni con citas bíblicas apologéticas, o con algunos dogmas o doctrinas, sino que se remite y remite a los consultantes a los puros hechos, que pueden ser «vistos y oídos»: «los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios… y a los pobres se les anuncia el Evangelio, la Buena Noticia». Estos «hechos», estas buenas noticias, son la prueba de identidad del Mesías. Y serán, tienen que ser, la prueba de identidad de quienes sigan al Mesías, al Xristós, o sea, los «cristianos». Sólo si nuestra vida produce esos mismos hechos, sólo si somos «buena noticia para los pobres», sólo entonces estaremos siendo seguidores de aquel Mesías, del Xristós, o sea, «cristianos». Leer más…

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Dom 11. XII. 16. Se alegrarán el páramo y la estepa

Domingo, 11 de diciembre de 2016
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dsc03930Del blog de Xabier Pikaza:

Domingo 3º de Adviento. Ciclo A. Año impar. Sigo insistiendo en el profeta Isaías, gran profeta de Adviento, como en los domingos anteriores.

Éste es el domingo del gran gozo, tiempo de esperanza que expresa de un modo especial en el rollo de Isaías, que constituye el primer Evangelio Cristiano, retomado este domingo por el mismo Jesús, en su respuesta a los discípulos del Bautista:

Los ciegos ven, los cojos andan…
y a los pobres se les anuncia la buena, la alegre, noticia (Mt 11, 2-4).

Éste es el domingo de la alegría cósmica, que supo anunciar como nadie el autor de esta parte del libro de Isaías:

El desierto y el yermo se regocijarán,
se alegrarán el páramo y la estepa,
florecerá como flor de narciso…

Ésta es la alegría que se empieza expresando en la misma realidad del mundo… La alegría del adviento, que hoy quiero recoger y proclamar en el comentario que sigue.

Imagen 1. Rollo de Isaías en el Santuario del Libro del Museo de Jerusalén. Texto intacto del rollo de Isaías, de más de 2000 años de antigüedad, encontrado en las grutas de Qumrán. Este Santuario del Libro, precisamente con Isaías en su centro, es para los judíos en lugar más sagrado de Jerusalén (con las piedras en ruinas del muro de las lamentaciones del templo. Cayó el Templo, sigue el Libro.

Imagen 2. Miguel Ángel: Profeta Isaías en la Capilla Sixtina de Roma.

1. Texto base: Is 35, 1-6.10
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Los especialistas afirman que es un texto de la tradición posterior, vinculada al 2º Isaías, que recoge gran parte de los textos de la gran esperanza israelita, relacionada con la vuelta del exilio y con el restablecimiento del pueblo en la Nueva Tierra de las promesas.

(a) Ésta es una alegría cósmica: el mundo entero se transfigura al paso de los elegidos, de los rescatados de Dios.

(b) Ésta es una alegría personal, que se expresa en la presencia y acción de Dios, que viene y realiza su obra.

(c) Es una alegría que estalla y se manifiesta en forma de curación de los enfermos.

Así anuncia Isaías:

a. El desierto y el yermo se regocijarán,
se alegrarán el páramo y la estepa,
florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría.
Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarón.
Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios.

b. Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes;
decid a los cobardes de corazón:
“Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios,
que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará.”

c. Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán,
saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará.
Volverán los rescatados del Señor,
vendrán a Sión con cánticos:
en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría.
Pena y aflicción se alejarán (Isaías 35,1-6a.10)

2. El evangelio de Isaías

En ese contexto he querido poner de relieve el tema del evangelio en Isaías. Evangelio se dice en hebreo, besorah, que significa ya buena noticia, anuncio de victoria y libertad para los hombres. Sin embargo, ese nombre no ha tomado un contenido teológico impor¬tante en el Antiguo Testamento. Importante ha sido, sin embargo, dentro de Isaías, el verbo bissar que significa anunciar noticias buenas y gozarse en ellas.

De manera especial se ha utilizado el verbo en su forma de participio activo, mebasser, que significa “¬evangelizador“: es decir, el que anuncia la buena noticia escatoló¬gica de Dios, es el heraldo o mensajero de la liberación final para los hombres.

Este es el sentido que recibe la palabra en el Segundo Isaías (Is 40-55), allí donde culmina la historia más profunda de la profecía israelita. Precisemos el momento.

Estamos entre el 550 y 540 a. de C. Los judíos deportados en Babel se mueven entre el fracaso de la desesperación y las diversas ilusiones falsas, de carácter escapista. Un profeta de nombre desconocido, que la tradición ha situado en la línea del antiguo Isaías¬, eleva su voz fuerte de esperanza y exigencia. A su entender¬, el tiempo del castigo y de la ruina se ha cumplido; se abre un tiempo nuevo de revelación de Dios y de camino para el pueblo (Is 40, 1-4). Sobre ese mismo fondo, con palabra poderosa, ¬que va delimitando el ritmo nuevo de la creación de Dios, este profeta presenta su evangelio:

Súbete a un monte elevado, evangelizador de Sion,
grita con voz fuerte, evangelizador de Jerusalén;
grita con fuerza, no temas, di a las ciudades de Judá:
¡Aquí está vuestro Dios!
Mirad: el Señor Yahvé se acerca con poder,
su brazo ejerce dominio sobre todo.
Mirad: él trae su salario y su recompensa le precede (Is 40, 9-10).

Esta es la buena nueva de Dios que anuncia el mebasser o evangelizador. Es la buena nueva de la libertad que resuena poderosa sobre el mundo de opresión y cautiverio de los hombres. Ese mebasser que el texto griego de los LXX ha traducido rectamente como euangelidsomenos o evangelizador aparece como un personaje misterioso, de carácter poético-religioso.

Ciertamente, es más que un hombre en el sentido normal de la palabra: es como un ángel de Dios, es su presencia gozosa y creadora entre los hombres. El ángel vuela y se presenta en las montañas que rodean a Sión, ciudad de ruinas y de llanto, prego¬nando allí la gran noticia de la venida de Dios. El Dios que parecía haberse diluido en la derrota de su pueblo, el Dios vencido y cautivado del exilio, llega y se desvela de manera creadora, transformante. Por eso, el mensajero anuncia su llegada en gesto victorioso de evangelio.

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del evangelizador
que anuncia la paz, del evangelizador bueno que anuncia salvación!
De aquel que dice a Sión: ¡Reina tu Dios!
Escucha la voz de los vigías, que cantan a coro
pues contemplan cara a cara a Dios que vuelve a Sión.
Cantad a coro ruinas de Jerusalén…
pues los confines de la tierra verán la victoria de nuestro Dios
(Is 52, 7-10).

3. Evangelizador y profeta: El Siervo de Yahvé

El gran evangelizador del Segundo Isaías es el Siervo de Yahvé

Yo, Yahvé, te he llamado para la justicia,
te he tomado de la mano y te he guardaré y te he constituido:
alianza del pueblo y luz para las naciones
Para que abras los ojos a los ciegos
y saques de la cárcel a los presos
y de la prisión a los que moran en las tinieblas (Is 42, 6-7).

El exilio en Babilonia se interpreta así como una cárcel donde los israelitas se encuentran encerrados, sir poder desplegar su vida en libertad. Ellos están como en prisión: moran encerrados, bajo la tiniebla de unos muros que no les permiten ver el sol. Lógicamente, la primera tarea del Siervo, delegado de Dios en la tierra, será la de ofrecer libertad a esos cautivos y/o presos israelitas, para que pueden desplegar su vida en libertad. Esta es la utopía social del Segundo Isaías, que entiende y promueve la vida de los hombres y mujeres de su pueblo como gran marcha que lleva, a través del desierto de la vida actual, hacia el futuro de la libertad.

Así dice Yahvé, el que me constituyó Siervo suyo
desde el seno materno,
para que trajese a Jacob, para que reuniese a Israel…
Te he guardado y te he constituido alianza del pueblo,
para restaurar la tierra, para repartir heredades asoladas,
para decir a los presos: Salid;
a los que están en tinieblas: Venid a la luz.
Por los caminos pacerán, y en todas las alturas desoladas pastarán…
Convertiré mis montes en camino, y mis senderos se nivelarán.
Mira, éstos vendrán de lejos;
unos del Norte y Poniente, otros de Sinim (Is 49, 5, 12).

4. El profeta del evangelio

Después de la vuelta del exilio, la nueva sociedad, que está surgiendo en Jerusalén, con la restauración sacral y el triunfo de un sistema religioso, centrado en el poder de los sacerdotes y el culto del templo, está creando una nueva forma de opresión. En contra de ella eleva su voz el profeta:

[Principio] El Espíritu del Señor Yahvé está sobre mí,
porque Yahvé me ha ungido, me ha enviado:
[Tareas] – para evangelizar a los oprimidos
– para vendar los corazones quebrantados,
– para proclamar la liberación de los cautivos
y a los prisioneros apertura de la cárcel para proclamar el Año de Gracia de Yahvé
y un Día de Venganza para nuestro Dios
– para consolar a todos los que están de duelo…
(Is 61, 1-3)

5 .Jesús retoma el mensaje de Isaías: Evangelizar a los pobres

Desde ese fondo se entiende el mensaje de Jesús, el evangelizador de Dios. El Evangelio cristiano no ha planteado el tema en clave abstracta, sino en el contexto de un diálogo de Jesús con los mensajeros del Bautista, que le preguntan si es él “el que ha de venir”. Jesús responde:

[Principio] Id y anunciadle a Juan lo que habéis oído y habéis visto:
[Obras] – los ciegos ven,
– los cojos andan,
– los leprosos son curados,
– los sordos oyen,
− los muertos resucitan
− y a los pobres se les anuncia la buena noticia
[Conclusión] y dichoso aquel que no se escandalice de mí (Mt 11,4-6)

Estas palabras, quizá recreadas por la tradición eclesial, testifican una experiencia y enseñanza originaria de la iglesia. Asumiendo el mensaje de una vieja profecía (cf. Is 35, 5-6; 42, 18), Jesús ha interpretado la llegada del reino como liberación integral del ser humano, como sanación completa de los individuos y transformación de la sociedad. Él ha podido proclamar esta palabra porque ha ido curando a los humanos, haciéndoles capaces de vivir en libertad, de realizarse de manera autónoma, en gesto de fe profunda y creadora (cf. Mt 9, 36;14, 14 par). Desde este fondo se pueden entender las necesidades humanas y de los gestos proféticos de Jesús:

Curaciones, en la línea por Is 35, 5-6; 4l, 7; etc. Es indudable que Jesús ha curado a hombres enfermos (cojos y ciegos, ¬sordos y leprosos) en actitud de misericordia y de servicio activo, en gesto de evangelio. ¬
Evangelio, en la línea de Is 61, 1. Las curaciones se expanden y vienen a mostra¬rse como signo (y prueba) de un anuncio gozoso más extenso: es portador del evangelio de Dios. Evi¬dentemen¬te, estos pobres son los pobres-hambrientos-llorosos de las bienaventuranzas (de Lc 6, 20-21 y de Mt 7, 1-6).

− En ese contexto puede hablarse de resurrección de los muertos. Esa palabra se puede interpretar de dos maneras: ¬como promesa histórica del propio Jesús que al realizar las curaciones y anunciar el reino a los pobres está abriendo el camino de la resurrección final de los que han muerto; o como confesión pascual de la iglesia que ha visto ya anunciado y realizado el gran misterio de la resurrección de los muertos en el mismo gesto las obras y promesas de Jesús. Sea como fuere, lo cierto es que la resurrección final, que luego será centro del mensaje pascual de la iglesia, sólo puede entenderse y proclamarse allí donde se asume el camino de Jesús y su evangelio dirigido hacia los pobres.

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El desconcierto de Juan Bautista. Domingo 3º Adviento. Ciclo A.

Domingo, 11 de diciembre de 2016
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jesus-mas-cerca-de-los-q-sufren-12-12-10Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

Las lecturas no tienen relación entre ellas, pero siguen en la misma onda de los domingos anteriores. La primera (de Isaías) vuelve a tratar uno de los grandes problemas antiguos y actuales: el de los deportados y desplazados. El evangelio se relaciona de forma muy estrecha con el del domingo precedente: la actividad de Jesús provoca el desconcierto de Juan Bautista.   La carta de Santiago ofrece un nuevo consejo para vivir el Adviento.

  1. Destierro y repatriación de hace siglos; refugiados y desplazados de ahora

            Los dos primeros domingos de Adviento nos obligaron a recordar los graves problemas de la guerra y las injusticias, ofreciendo como contrapartida la esperanza de la paz y un nuevo paraíso. El texto de Isaías de este tercer domingo aborda otra de las grandes experiencias que tuvo el pueblo de Israel: la del destierro.

            La primera deportación importante la sufrieron los israelitas del norte a finales del siglo VIII a.C. (año 720). Pero las más famosas fueron las que tuvieron como protagonistas a los judíos a comienzos del siglo VI a.C. (años 598 y 586). Fue grande la tragedia, angustia y odio que provocaron estas deportaciones. Pero más fuerte aún fue en muchos casos, no siempre, el deseo de volver a la patria. Numerosos textos proféticos en los libros de Jeremías, Ezequiel, Isaías, anuncian esta repatriación.

            En esta línea se orienta la primera lectura del tercer domingo de Adviento. Para comprenderla debemos recordar que el camino de miles de kilómetros entre Babilonia y Jerusalén no era entonces (tampoco ahora) una maravillosa autopista transitada por cómodos autobuses con aire acondicionado. Cualquier caravana que hacía ese largo recorrido tenía la impresión de atravesar un terrible y árido desierto. Un grupo del que formaran parte ancianos, mujeres embarazadas, niños, podía desanimarse fácilmente ante la difícil empresa. El profeta los anima con palabras enormemente poéticas.

            El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría.

            Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarión. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios.

            Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis.»

            Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará.

            Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará.

            Volverán los rescatados del Señor, vendrán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán. (Is 35,1-6.10)

            La experiencia del destierro y la esperanza de repatriación trae a la memoria otro de los grandes problemas de nuestro tiempo: el de los apátridas, desplazados y refugiados. Hasta principios del siglo XXI, ACNUR ha proporcionado asistencia a más de 111 millones de refugiados y desplazados.

            La lectura del tercer domingo nos obliga pensar en tantos millones de personas que se encuentran en la misma situación que los antiguos israelitas y necesitan como ellos una palabra y una acción que les lleve esperanza y consuelo.

  1. Desconcierto (Mt 11,2-11)

            El evangelio del domingo pasado nos habló de la esperanza de Juan Bautista: un Mesías enérgico, con el hacha en la mano dispuesto a talar todo árbol improductivo, y con el bieldo para quemar la paja en el fuego. Sin embargo, las noticias que le llegan a la cárcel de la actividad de Jesús son muy distintas.

            En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»

            Jesús les respondió:

            -«Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!»

            El comienzo es muy significativo: «Juan se enteró… de las obras que hacía el Mesías». No dice Jesús, sino el Mesías. Y «las obras» se refiere a todo lo anterior: palabras, curaciones, misión. Pero precisamente lo que debía animar a Juan provoca en él la duda. Había esperado un Mesías enérgico, que solucionase definitivamente los problemas; dispuesto a cortar el árbol que no diese buen fruto (3,10), a distinguir entre el trigo y la paja, para quemar lo inútil en una hoguera inextinguible (3,12). Jesús le falla; al menos, lo desconcierta. Actúa de forma muy distinta a como actúa él: no va vestido con una piel de camello, no se alimenta de langostas y miel silvestre, no enseña a rezar a sus discípulos, no les obliga a ayunar, en vez de dar hachazos se dedica a curar enfermos y contar historias bonitas. Juan, después de estar convencido de que Jesús era el Mesías esperado, se pregunta ahora ‒y le pregunta‒ si hay que seguir esperando a otro.

            La respuesta de Jesús es desconcertante a primera vista: repite lo que Juan ya sabe. Los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Sin embargo, es distinto saber y comprender. Y las obras del Mesías se comprenden cuando son contempladas a la luz de la Escritura. No se trata de saber que Jesús ha curado a dos ciegos, a un mudo, o a un leproso. Lo importante es que en todo eso se está cumpliendo lo anunciado por los antiguos profe­tas. Las palabras de Jesús aluden a diversos textos del libro de Isaías que hablan de la salvación futura, cuando queden vencidas la muerte, la enfermedad y el dolor:

“Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abri­rán,

saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará” (Is 35,5)

“Vivirán tus muertos, tus cadáveres se alzarán,

despertarán jubilosos los que habitan en el polvo” (Is 26,19)

“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido.

Me ha enviado para la buena noticia a los que sufren” (Is 61,1)

            A partir de estas promesas, elabora Jesús su respuesta, que pasa de la enfermedad física (ciegos, cojos, leprosos, sordos) a la muerte y a la evangelización de los pobres. A partir del libro de Isaías se podría haber construido una imagen muy distinta, más en la línea de Juan Bautista. Jesús elige la que sólo subraya lo positivo. Y esto puede provocar una reacción en contra. Por eso termina con un serio aviso: «¡Dichoso el que no se escandalice de mí!» Esto es lo que los discípulos de Juan deben comunicarle en la cárcel.

            Este episodio es muy importante para examinarnos de nuestra imagen de Jesús. Generalmente partimos de que Jesús es el Hijo de Dios, segunda persona de la Santísima Trinidad. Por consiguiente, cualquier cosa que diga o haga debe ser perfecta. Esta actitud es muy peligrosa porque impide profundizar en la fe.

            Las palabras y las obras de Jesús desconcertaron a Juan Bautista, escandalizaron a los escribas y fariseos, no fueron entendidas por los discípulos. Es absurdo pensar que nosotros no tendríamos ninguna dificultad en aceptarlas.

            Por ejemplo, ante muchas parábolas de Jesús, la reacción normal no debe ser: ¡qué bonita!, sino rebelarse contra su enseñanza. ¿Por qué el padre acoge con tanto cariño al hijo pródigo y nunca en la vida le ha dado un cabrito al hermano mayor para convide a sus amigos? ¿Por qué el dueño del campo le paga la misma cantidad, un denario, al que ha trabajado una hora que al que ha sudado desde las seis de la mañana hasta la puesta del sol?

            Con respecto a su conducta, ¿por qué defiende a sus discípulos cuando se saltan el sábado sin motivo alguno, e incluso lo justifica con argumentos bíblicos que no prueban nada? ¿Por qué ataca de manera tan terrible a los fariseos, que, aunque tuviesen muchos fallos, deseaban cumplir la voluntad de Dios?

            Las preguntas podrían multiplicarse, demostrando que la reacción normal ante Jesús no es el aplauso sino el desconcierto, el escándalo o el rechazo. Luego, en un segundo momento, a base de reflexión y de oración, es cuando se advierte que su postura es la más adecuada y se llega a la fe en él.

            El episodio anterior puede dejar mal sabor de boca con respecto a la figura de Juan Bautista. Por eso, el evangelio añade unas palabras de Jesús sobre él.

Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:

-«¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti.” Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.»

            Para comprender este pasaje hay que recordar un dato fundamental. Nosotros siempre hemos visto a Juan Bautista en relación con Jesús. Su única misión era anunciar la venida del Mesías. Esto significa una simplificación muy grande. En los ambientes judíos de comienzos del siglo I, Juan Bautista era más conocido que Jesús; y sus discípulos llegaron a Grecia antes incluso que los cristianos. Por otra parte, los episodios ante­riores demuestran que los discípulos de Juan Bautista no perdie­ron su identidad al aparecer Jesús, sino que siguieron vinculados a Juan, viviendo según sus enseñanzas (por ejemplo, con respecto al ayuno).

            Se creó, entonces, entre los discípulos de Jesús y los de Juan cierta tensión sobre quién de los dos era más importante. Aquí se aborda el tema, exaltando a Juan y, al mismo tiempo, poniéndolo en su justo sitio.

            Las afirmaciones son bastante distintas, y a veces enigmáticas. Ante todo, Jesús elogia las cualidades humanas de Juan: firmeza, austeridad. Pero es más que un asceta: es un profeta, e incluso más que eso: el mensajero que prepara el camino del Señor, «el Elías que tenía que venir» (Ex 23,20; Mal 3,1). Por eso, «no ha nacido de mujer nadie más grande que Juan Bautista».

            Sin embargo, la dignidad de Juan radica precisamente en ser el precursor de Jesús, y se queda en el ámbito del Antiguo Testamento. Por eso, «el más pequeño en el Reino de Dios [en la comunidad cristiana] es más grande que él». Esta frase resulta muy dura, pero encaja en la idea bíblica de que los hombres no son lo importante sino Dios y lo que él hace. Encandilarse con la grandeza de las personas, incluso de los mayores santos, no es un buen método para valorar la acción de Dios.

  1. Paciencia

El tercer consejo procede de la carta de Santiago (Snt 5,7-10) y se centra en la paciencia y el aguante, poniendo como ejemplo a personas tan distintas como los campesinos y los profetas.

Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca. No os quejéis, hermanos, unos de otros, para no ser condenados. Mirad que el juez está ya a la puerta. Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor.

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Tercer Domingo de Adviento. 10 diciembre, 2016

Domingo, 11 de diciembre de 2016
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Jesús les respondió:

“-Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: las ciegas ven y las inválidas andan; las leprosas quedan limpias y las sordas oyen; las muertas resucitan, y a las pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichosa quien no se sienta defraudada por mí!”

(Mt 11, 2-11)

En el evangelio de este domingo se nos presenta de nuevo la figura de Juan. Igual de decidido pero también confuso. Se encuentra en prisión y sabe que las cosas pueden empeorar para él. Tiene muy clara su vocación: él no es el Mesías, él simplemente anuncia la llegada del Mesías. Oye hablar de  lo que hace y dice Jesús, y todo junto le confunde. Jesús no es exactamente el tipo de Mesías que esperaba Juan. Por eso, desde la cárcel le envía a sus discípulos con una pregunta directa: “¿eres tú el Mesías o tenemos que esperar a otro?”

Pero la respuesta de Jesús, como siempre, obliga la responsabilidad y a la toma de postura. Podría haberle dicho: -Juan, tranquilo, yo soy el Mesías, aunque vemos a Dios de distinta manera, no te preocupes que conmigo no te equivocas.

Sin embargo, en lugar de una respuesta tranquilizadora, lo que hace es obligar a Juan a hacer uso de su libertad. Le lleva a otra manera de ver a Dios y de ser Mesías. (Recuerda que la semana pasada Juan nos hablaba de un Dios bastante enfadado, esperando la conversión con el hacha en la mano…)

Jesús le dice: – Nada de hachas, Dios no es un juez permanentemente enfadado. La Buena Noticia es que Dios no se cansa de darnos nuevas oportunidades y sus preferidas son las personas marginadas, aquellas que la Ley y la sociedad han dejado fuera del sistema. Y luego añade: – ¡Dichosa quien no se sienta defraudada por mí! Que sería lo mismo que decirle: – Juan o rompes la imagen de Dios que tienes y te vuelves al Dios de la Vida o no podrás ser feliz.

Y nosotras podemos pensar qué imágenes de Dios nos tienen atrapadas sin dejarnos salir tras la huellas del Dios Vivo.

Oración

Dichosa quien no se sienta defraudada por mí.

Dichosa quien sepa ver en la liberación de quienes más sufren la mano de Dios presente en la historia.

Dichosa la que se deje abrir los ojos a la novedad del Reino.

Dichosa la que se deja movilizar por todo aquello que devuelve la dignidad a las últimas de las últimas.

Dichosa la que quede limpia de la lepra de creerse mejor que las demás.

Dichosa la que se abra a la Palabra.

Dichosa la que se deje resucitar a una nueva vida.

Dichosa quien acoja este desconcertante Buena Noticia desde su pobreza, con humildad.

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Te sentirás defraudado si pones la esperanza donde no debías

Domingo, 11 de diciembre de 2016
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Después de haber hablado de la vida pública de Jesús durante ocho capítulos, el evangelio de Mt vuelve a hablar de Juan de una manera sorprendente. Mt ya nos ha dicho quién es Jesús, pero Juan desde la cárcel no las tiene todas consigo. La pregunta a Jesús es muy concreta, pero él responde a dos cuestiones muy distintas. De sí mismo responde de manera indirecta con lo que dice Isaías del Mesías. De Juan responde por su cuenta y riesgo, de una manera también sorprendente. La propuesta del evangelio de hoy es desconcertante: El Precursor dudando que el anunciado sea auténtico.

¡Cómo que Juan no sabía quién era Jesús! ¿No había dicho que no era digno de llevarle las sandalias? ¿No había dicho que su bautismo era sólo de agua, que él bautizaría con Espíritu Santo? ¿No había dicho que él era el que tenía que ser bautizado por Jesús? ¿No había visto al Espíritu bajar sobre él? ¿No había oído la voz del cielo: Este es mi Hijo amado? ¿A qué viene ahora la pregunta ingenua de, si es o no es, el que ha de venir? Está claro que todas las afirmaciones tienen muy pocas probabilidades de ser históricas.

Una vez más recordamos que los evangelios no son crónicas de sucesos. Aunque algunas veces puedan hacer referencia a hechos que sucedieron, la intención al relatarlos es aclarar problemas teológicos. El tema que se propone hoy fue muy difícil de resolver para los primeros cristianos, que eran judíos. Su mensaje y su manera de comportarse, nada tenía que ver con lo que los judíos de su tiempo esperaban del Mesías. No se trata de hablar de Juan, cuanto de intentar que todos se den cuenta del significado de Jesús.

Los evangelios nacen en una cultura oriental, completamente distinta de la cultura grecorromana donde se desplegó más tarde el cristianismo. En aquella cultura, la manera de comunicar verdades, era el relato. Contando una historia, se le dice al interlocutor lo que se le quiere comunicar. Nada que ver con la cultura grecorromana, que había desarrollado un lenguaje lógico, discursivo, racional, que por medio de silogismos accedía y comunicaba la verdad. Sigue siendo una catástrofe para la interpretación del evangelio que nos empeñemos en mirar como lenguaje lógico lo que no es más que un relato mítico, y tomarlo como crónicas de sucesos históricos.

En estos días de Navidad, da verdadera pena oír hablar de los pastores, de los reyes magos, de los inocentes, de los ángeles apareciéndose a los pastores o de las apariciones a María y a José, como historias reales, cuyo objetivo es comunicarnos lo que pasó. Y todo, sin hacer puñetero caso a los exégetas que llevan más de dos siglos diciendo que esa no es la manera adecuada de entender la Biblia. No sólo distorsionamos los textos, haciéndoles decir lo que no dicen; sino que nos quedamos sin el verdadero mensaje, y esto es mucho más grave. Podéis imaginar lo que yo siento cuando veo a una persona salirse de la iglesia por oírme decir que esos relatos no son historia.

Contadle a Juan lo que estáis viendo. No les está diciendo que su misión es curar a los inválidos. Lo que hace Jesús es recordar la manera de hablar de Isaías, para que Juan asociara lo visto con los tiempos mesiánicos. Ni todos los leprosos van a quedar limpios, ni todos los sordos van a oír, (en realidad no llegan a una docena los milagros que nos cuentan los evangelios). Además, También nos decía Isaías el domingo pasado, que el lobo habitará con el cordero y la pantera se tumbará con el cabrito, que el desierto y el yermo se regocijarán, que se alegrarán el páramo y la estepa. Estas imágenes no tenemos más remedio que entenderlas como símbolos. ¿Por qué esperamos que los ciegos vean, los sordos oigan, cuando llegue el Mesías?

¿Por qué habla de ciegos, sordos, cojos, inválidos, leprosos, y hoy, muchos otros colectivos siguen siendo objeto de marginación? El texto quiere decir que la llegada del Reino tendrá consecuencias para todos, pero sobre todo para los más desfavorecidos, que habían perdido toda esperanza. Quiere decir que el que acoja el Reino, saldrá de la dinámica de la opresión y entrará en la dinámica del servicio. Por cierto, entre los signos de la presencia del Mesías no hay ni un solo signo religioso: ni culto, ni rezos, ni sacrificios. Esto tenía que hacernos pensar. Los cristianos nos olvidamos con frecuencia que, para Jesús, lo primero es el hombre; incluso antes que el culto (Dios).

La buena noticia que se anuncia a los pobres (que hemos olvidado los cristianos) es la noticia de que Dios es Abba para todos. La noticia de que la salvación viene de Dios y ya se la ha concedido a todos. La noticia de que Dios no va a pedirnos cuenta de nuestros pecados, sino que no ha liberado ya de todos ellos. La noticia de que no son los sabios y entendidos los que descubrirán ese Dios, sino los sencillos. La noticia de que no son los que detentan el poder, sea civil o religioso, los que están más cerca de Dios, sino los que lo sufren y padecen. La noticia de que no son lo “buenos” los que encontrarán a Dios de cara, sino las prostitutas y los pecadores.

Ni Juan ni los apóstoles estaban capacitados para entender a Jesús. Su figura no se ajusta al Mesías que ellos esperaban. Jesús rompe todos los moldes, desbarata todas las expectativas. Lo que aporta va en la dirección contraria de lo que esperaban. No viene a imponer nada, sino a proponer una dinámica de servicio. Su actitud de no-violencia, de no defenderse de los enemigos, de no destruir al adversario, escandaliza a todos, incluido a Pedro. No sólo no vine a imponer “justicia” sino que acepta la injusticia en su propia carne. De ahí la frase final de Jesús: “y dichoso el que no se escandalice de mí”.

El Reino no lo hacen presentes los ciegos o sordos o cojos curados, sino el que se preocupa de ellos. Solo los hechos en beneficio de los demás hacen presente a Dios. Por no tener esto en cuenta, la mayoría de nosotros creemos que lo importante es librar al pobre de sus carencias. El objetivo primero debe ser librarme yo de mi inhumanidad. Incluso para un ciego, más importante que ver, es recuperar su humanidad machacada por el que le desprecia. Que esa disponibilidad sea para con un rico o para con un pobre, no tiene ninguna importancia; lo que importa es la actitud. Tampoco importa que al necesitado se le dé un millón o sólo una sonrisa; en ambos casos allí está Dios.

Esa advertencia sirve también para nosotros hoy. Seguimos escandalizándonos, porque la salvación que Jesús nos trajo no responde a la que nosotros seguimos esperando. Seguimos sin enterarnos de que el amor que predica Jesús es absolutamente eficaz solo si se hace vida, pero es completamente inútil si se queda en teoría. El amor nunca se pondrá al servicio de nuestro ego para conseguir seguridades o alcanzar provecho personal. El amor va siempre en dirección a los demás y se olvida de sí. Nos empujará siempre a desprendernos de nuestro ego, potenciando la unidad con los demás. El amor compasivo es nuestra verdadera naturaleza. El egoísmo es nuestra destrucción.

En contra de lo que solemos pensar, la inmensa mayoría de las miserias humanas no están a la vista. Todos estamos rodeados de carencias, más importantes que las estrictamente vitales como pueden ser alimento y vestido. La falta de alimento me puede matar biológicamente, pero la falta de amor (activo o pasivo) me mata como ser humano, y eso es mucho más grave. Todos necesitamos ayuda de los demás en mil aspectos, que ni siquiera queremos reconocer. Pero también yo puedo ayudar a todos los seres humanos que encuentro en mi camino. Cada uno necesitará algo distinto, pero puedo estar seguro de que todos esperan algo de mí. Entraré en la dinámica del Adviento cuando haga presente el Reino, no defraudando al que espera algo de mí.

Meditación-contemplación

¡Dichoso el que no se sienta defraudado por mí!
Todos nos sentimos de una u otra manera defraudados.
La realidad no suele ser como nosotros la imaginamos,
Y seguimos esperando que Dios arregle por fin las cosas.
………………………

La preocupación inmediata por nuestro ser biológico
puede impedir el descubrimiento de nuestro ser más profundo
y arruinar nuestras posibilidades como seres humanos.
La única manera de buscarlo, es la meditación.
……………

Hay que nacer de nuevo, decía Jesús a Nicodemo.
Para nacer del Espíritu, hay que trascender lo puramente biológico.
La perla que hay en nuestro interior, está escondida.
Si no me pongo a buscarla con empeño, nunca la encontraré.
……………………

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Abiertos los ojos del corazón

Domingo, 11 de diciembre de 2016
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cruz_corazonCuando la mente se torne tan silenciosa como la niebla al ponerse el sol, la Divinidad te susurrará al oído su más profundo secreto: el Dios de este mundo se encuentra en tu interior y tú lo sabes (Ken Wilber)

11 diciembre, III domingo de Adviento

Mt 11, 2-11

¿Eres tú el que había de venir o tenemos que esperar a otro?

En el film de animación Kubo, dirigido por Travis Knight (2016), el protagonista dice a Mona: “Mi mamá me contó una historia sobre el Lago Largo. Hay algo bajo el agua (…) Ella dijo que había un Jardín de Ojos. Ojos que te miran fijamente y a tu alma. Te muestran secretos. Cosas que te manifiesten allí con ellos. Por siempre”. Una mirada de amor que no hay que salir a buscar, pues más bien hay que entrar para encontrarla.

Ese es el que ha de venir. Un Jesús Salvador que, como Rosina, la protagonista de la ópera El barbero de Sevilla, es: “Occhio che parla, / mano che innamora”.

En el Evangelio encontramos destellos de los maravillosos ojos de Jesús. Ojos que hablan: Jesús “le miró con cariño” al joven rico (Mc 10, 21); a Zaqueo le mira con simpatía y encanto seductor cuando le dice que quiere hospedarse en su casa (Lc 19, 5); mirada llena de penetración y admiración en el caso de la viuda muy pobre y generosa, que había echado sus dos óbolos en el cepillo del templo (Lc 21, 2).

Ojos que son mano que enamoran: Mirada de compasiva ternura a la prostituta arrepentida, en casa de Simón (Lc 7, 44); a la mujer adúltera (Jn 8, 10); al paralítico de Cafarnaúm (Mc 2, 5); a la humilde hemorroísa (Mt 9, 22); a la mujer encorvada (Lc 13, 12); a las muchedumbres hambrientas de pan (Mc 6, 34) o de su palabra (Lc 6, 20); a las piadosas mujeres que le seguían camino del Calvario (Lc 23, 28); la mirada llena de lágrimas de compasión y pena que dirigió a la ciudad de Jerusalén (Lc 19, 41); la mirada más generosa y entregada que conocemos: la de Jesús a su madre y a Juan (Jn 19, 26-27); y la mirada profunda y transformadora que dirigió a Pedro (Lc 22, 61) en el patio de la casa de Caifás, Sumo Sacerdote.

¡Yo soy la Humanidad entera!, gritaban los ojos de Jesús cuando miraban. Y su grito era tan seductor y sugestivo para quienes lo escuchaban porque era grito salido del corazón. Ken Wilber nos lo explica de este modo: “Cuando la mente se torne tan silenciosa como la niebla al ponerse el sol, la Divinidad te susurrará al oído su más profundo secreto: el Dios de este mundo se encuentra en tu interior y tú lo sabes”. Un viaje al pasado de nosotros mismos, al corazón de nuestra vida, a la fuente fascinante de nuestra inspiración y creaciones. Como le ocurrió a Daniel, el protagonista de la película argentina El ciudadano ilustre (2016), dirigida por Gastón Duprat y Mariano Cohn.

Y esto es ser rey de uno mismo, sin necesidad de que nadie ajeno a nosotros nos gobierne. Somos dueños de nuestro propio reino.

Los sufís dicen que uno debe escuchar aquellos que tienen abiertos los ojos del corazón. En la historia El látigo nuevo, que hoy ilustra nuestro artículo, el conocimiento extraído de palabras son sólo palabras, el que nace de hechos personales es real. El jinete ciego, símbolo del hombre intelectual, mente llena y corazón vacío, busca un concepto fijo. Para él, el mundo es lo que cree que el mundo es. Busca una verdad que en el fondo es “su” verdad. El jinete que ve, símbolo del hombre sabio, mente vacía y corazón lleno, se acerca al mundo sin prejuicios, aceptando lo que es tal como es. No busca la verdad sino la autenticidad.

– Es importante ser consciente en la manera de que nos percibimos, puesto que es esa mirada sobre nosotros, la que determinará la calidad y el tenor de nuestras relaciones con el mundo.

El Evangelio nos lo advierte en Lc 21, 8:“¡Atención, no os dejéis engañar!”  Ni por las autoridades religiosas, ni por las políticas.

EL LÁTIGO NUEVO

Una mañana muy fría, dos jinetes cabalgaban por un camino campestre. Uno de ellas, que era ciego dejó caer su látigo. Se bajó del caballo y, arrodillado, palpó la tierra buscándolo. No lo pudo encontrar pero dio con otro que le pareció más elegante, más suave. Montó en su animal y continuó la cabalgata. El otro jinete, que sí podía ver, le preguntó qué había buscado en el suelo. El ciego le respondió: “Perdí mi látigo y bajé a buscarlo; no lo logré pero encontré este otro que es más largo, suave y flexible que el primero”.  El hombre que podía ver le dijo: “¡Arrójalo! ¡Lo que tienes en la mano, no es un látigo sino una serpiente adormecida por el frío!”. El ciego rehusó tirarla, diciendo que el hombre que podía ver estaba envidioso de su nueva fusta… Un rato más tarde, el calor del día, despertó a la serpiente, la cual mordió al ciego, envenenándolo.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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¿Tenemos que esperar a otro?

Domingo, 11 de diciembre de 2016
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3_adv_aMt 11,2-11

“En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras de Cristo, le mandó a preguntar por medio de dos de sus discípulos: “Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”” (Mt 11,2).

Puede resultar desconcertante ver a Juan el Bautista, al hombre que anunciaba la llegada de Jesús como el Mesías, mostrando en este evangelio dudas sobre quién es realmente aquel al que anunció como “el que viene detrás de mí y a quien no merezco ni llevarle las sandalias”. Si bien sabemos que el texto está cargado de contenido teológico, la pregunta nos muestra lo que seguramente sucedería en los primeros tiempos del cristianismo. No serían pocas las discusiones entre los discípulos de Juan y los de Jesús, o las dudas existentes en la comunidad mateana. A los judíos, que habían nacido y se habían criado esperando un Mesías diferente, regio y guerrero, no les sería fácil acoger a Jesús como el Esperado de todos los tiempos. El evangelista, como sucedió entonces, nos invita hoy a replantearnos nuestra imagen de Jesús para posicionarnos y dar una respuesta personal ante la pregunta: “¿tenemos que esperar a otro?”.

La liturgia del domingo pasado nos presentaba a Juan anunciando al que venía detrás de él como el que “os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano, aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga” (cf. Mt 3,12). Son imágenes apocalípticas, que contrastan con las acciones que Jesús realiza y que Mateo nos ha ido describiendo a lo largo de los siguientes ocho capítulos hasta encontrarnos con la lectura de hoy. A los creyentes de los primeros tiempos les tuvo que resultar sobrecogedor acoger a un Mesías que no venía portando fuego y bieldo, fuerza y destrucción; sino encarnación, compasión, bondad y consuelo.

Nosotros, tan acostumbrados a ver a Jesús como el hombre bueno que recorrió Galilea sanando, liberando, compartiendo mesa y palabra, abrazando y consolando, no se nos puede pasar la oportunidad de cuestionarnos personalmente para renovar y afianzar nuestra fe en el Dios que se hizo ser humano para compartirlo todo con nosotros. ¿Acogemos en lo más hondo de nuestro corazón a este Mesías o estamos esperando a otro? ¿Cuál es nuestra imagen de Dios? ¿A quién estamos buscando? ¿A quién estamos siguiendo? ¿Con quién nos estamos comprometiendo?

Porque la respuesta de Jesús no deja resquicio a la duda. Jesús se da a conocer no a través de términos abstractos sino de acciones concretas. “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia.” Lo que el profeta Isaías anunciaba como futuro (y que hoy leemos en la primera lectura) se hace presente en Jesús. Estos son los signos del Mesías: alivio para quien sufre, acogida para quien es excluido, vida para quien se siente morir, vista para quien se encuentra en penumbras, fortaleza para las rodillas débiles… “¡Dichoso el que no se sienta defraudado por mí!”, nos dice Jesús. Dichoso quien acoja que este es el Dios de la Vida, aquel que se abaja, se hace niño, se hace carne humana, para acoger en sí el dolor y el sufrimiento de todos. El tuyo, el mío, pero sobre todo, el de aquellos y aquellas que peor lo están pasando en nuestro mundo. Este es el Dios de Jesús y de este modo y no de otro nos convoca a trabajar en su Reino.

Hoy celebramos el “Domingo de Gaudete”, el conocido como el domingo de la Alegría. Pablo en la segunda lectura nos lo recordará: “Estad siempre alegres”. Que nuestra alegría se nutra de la Buena Noticia que Jesús nos anuncia: la certeza del amor absoluto del Dios Todoternura que nos saca de nuestras cegueras, invalideces y lepras llevándonos a una vida nueva y enviándonos a hacer lo mismo.

Inma Eibe, ccv

Fuente Fe Adulta

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