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Preguntas inquietantes del Adviento.

Domingo, 11 de diciembre de 2022
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Mateo 11, 2-11

El Evangelio de este tercer domingo de Adviento nos recuerda que la esperanza no está exenta de preguntas ni incertidumbre, sino que se apoya también en signos. Pero estos no tienen nada que ver con los niveles de productividad, el cálculo estadístico, ni la previsión de resultados eficaces o pragmáticos, sino con la desmesura de Amor que se encarna y se compromete en hacer histórica la liberación de los y las descartables.

La lectura de Isaías que antecede al Evangelio de este domingo recoge también esta idea: Dios viene en persona y nos salva. Se aprojima. la esperanza del Adviento es inseparable de esta aprojimación. Orígenes se refiere a ello con el termino synkatábasis. Con esta categoría expresa que Dios en Jesús se familiariza con la humanidad: se aprojima. En consecuencia, también nosotros nos familiarizamos con Dios y comulgamos con Él en la medida en que vivimos dejándonos afectar y comulgando con las vidas de los y las más vulneradas. De manera que la plenitud de lo humano no acontece nunca en la negación, la indiferencia del otro/a, o el olvido de la interdependencia y la relación, sino en el cuidado y el encuentro con la alteridad y la diversidad que nos constituye.

Esa es la Buena nueva del Evangelio y quizás la novedad de cristianismo frente a otras religiones. Los signos del Reino no remiten a actitudes abstractas o meramente intencionales, sino a la liberación del sufrimiento y la humanización de la vida. No conocen tampoco las fronteras entre lo sagrado y lo profano, sino que acontecen en escenarios donde lo humano y la casa común está más amenazados, porque la profecía del Evangelio encuentra un humus más adecuado en las periferias y sus riesgos que en la seguridad de las zonas de confort.

Traduciéndolo a nuestra vida cotidiana y a nuestro contexto mundial de crisis civilizatoria y eco-social esto significa que allá donde se antepone el cuidado de la vida y su sostenibilidad, en lugar del dinero, el consumo y el lucro; allá donde se genera cultura del encuentro y lo comunitario frente al cada uno a lo suyo; allá donde se practica la hospitalidad y se ensancha la mesa del compartir los bienes; allá donde se enfrenta la injusticia y la violencia que nos quiebra como seres humanos, allá se nos revelan los signos del reino y el Evangelio se hace seminalmente presente.

El Evangelio de este domingo nos invita preguntarnos hoy por el nivel de nuestra sensibilidad para captar hoy estos signos, y comprometernos con su cuidado y aliento. La esperanza del Adviento no es una esperanza cómoda, sino inquietante, cargada de preguntas, como las de Juan Bautista a Jesús y las de Jesús a sus interlocutores. Abrámonos con profundidad a ellas y quizás desde ahí, podamos experimentar, como diría la gran mística y activista cristiana Dorothy Day, que el Evangelio es verdad, el Evangelio es ahora.

Pepa Torres Pérez

Fuente Fe Adulta

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La primacía del principio ético.

Domingo, 11 de diciembre de 2022
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617EBC09-8AEC-405C-8ACB-6EAE635654F8Domingo III de Adviento 

11 diciembre 2022

Mt 11, 2-11

 “¿Eres tú el que ha de venir…?”.
O cómo saber si un “camino espiritual” es acertado.

Todas las religiones han conocido el peligro de la absolutización. Con facilidad olvidan que son solo un camino y caen en la tentación de considerarse la meta (el absoluto), identificando su mensaje con “la verdad” y arrogándose la pretensión de dictar las normas adecuadas que todos deberían cumplir. En una palabra, colocan el “principio religioso” por encima del “principio ético”.

En el evangelio de Marcos (3,1-6) encontramos la descripción de esa trampa, que explica también el creciente conflicto entre Jesús y los representantes oficiales de la religión judía. Un sábado, en la sinagoga, los fariseos están al acecho para ver si Jesús cura a un enfermo, violando la ley. Y cuando eso ocurre, se confabulan con los herodianos para matarlo.

Los fariseos otorgan la primacía al “principio religioso”: lo que hay que salvar siempre, por encima de cualquier otra consideración, es la ley religiosa. Frente a esta exigencia, ayudar o sanar a un hombre enfermo carece de importancia. Impera el legalismo religioso.

Por el contrario, Jesús relativiza ese principio religioso para dar la primacía al “principio ético”. Consciente de la trampa religiosa y “apenado por la dureza de sus corazones”, plantea esta cuestión: “¿Qué está permitido en sábado: hacer el bien o hacer el mal; salvar una vida o destruirla?”. Y es en esa clave desde donde proclama uno de sus principios más subversivos: “El sábado [la ley, la norma, la religión…] ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado”.

Pero no es esa la única ocasión en que Jesús se manifiesta de ese modo. De hecho, la primacía del “principio ético” -no está la religión por encima de la ética, sino la ética por encima de la religión- recorre absolutamente todo el evangelio. Recordaré simplemente tres escenas.

Frente a quienes podían presumir de ser seguidores suyos (“Profetizamos en tu nombre, en tu nombre expulsamos demonios, en tu nombre hicimos muchos milagros”), Jesús es tajante: “No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo” (Mt 7,21).

En el camino de Jerusalén a Jericó, quienes se encuentran con Dios no son el sacerdote ni el levita -fieles cumplidores de la ley religiosa-, sino el samaritano “hereje” que jamás pisaría el Templo. Y dirigiéndose al doctor de la ley que le había planteado la cuestión sobre qué hacer, Jesús, tras narrar esa parábola, le contesta tajante: “Ve y haz tú lo mismo” (Lc 10,25-37).

En la parábola conocida como “juicio de las naciones”, el criterio decisivo -lo que se pregunta a las personas- no es en qué han creído ni qué religión han tenido, sino qué han hecho en favor de los demás: “Venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer…” (Mt 25,31-46).

En todos estos casos, se pone de manifiesto lo que constituyó probablemente uno de los rasgos más característicos y a la vez más provocativos de Jesús, el que terminó provocando su ejecución: afirmar que existe un camino para encontrarse con Dios que no pasa por el templo ni por la religión. El camino de la autorrealización o plenitud de vida se verifica en la acción a favor de los demás.

¿Qué prima en mi vida: el principio religioso o el principio ético?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Todo labrador que siembra, espera paciente y esperanzadamente.

Domingo, 11 de diciembre de 2022
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2E0FC1A3-16BE-4346-9241-D50DAFF315B2Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

01.- ¿Eres Tú?

Juan Bautista tenía sus dudas iniciales ante Jesús, de ahí que envíe a sus discípulos a preguntar a Jesús ¿Eres Tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?

Y ello resulta un poco extraño porque Jesús y Juan B  eran primos e incluso Jesús había formado parte de los grupos de Juan Bautista en el desierto.

A lo mejor es que el Mesías esperado por Juan Bautista no coincidía exactamente con lo que estaba viendo y oyendo de Jesús. Puede ser. ¿Juan Bautista sería un hombre honrado y austero que viviría en el ascetismo de la vida monacal cercano a la espiritualidad de los monjes de Qumrám?

Si eso fue así, es natural que lo que veía en Jesús no le pareciera muy oportuno.

Por otra parte la pregunta por quién es Jesús es muy frecuente en los Evangelios ¿Quién es este que perdona los pecados? ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? ¿Quién es este que hasta los vientos y el mar le obedecen? Si eres Hijo de Dios…

Además, cada cual tiene sus sensibilidades, sus modos de ser y conocer. Hay temperamentos más cristianos que religiosos, otros son más religiosos que cristianos, otros más humanistas, otros más transcendentes desde la cultura y el humanismo: desde la poesía, música, literatura, el cine, otros ven la vida más desde la ética, etc. Todos son caminos hacia Dios. Nuestras palabras, nuestros lenguajes y culturas son limitados y no llegamos ni a conocer ni a expresar qué y quién sea Dios.

Las búsquedas y evoluciones en la vida son valiosas, honestas. No es sensato ni eclesial estar al acecho con la sospecha como visión de la realidad. La espera, la duda y las preguntas del Bautista y de todo ser humano, son honradas, humanas, valiosas.

Dejemos que hagan buen recorrido las preguntas humanas.

02.- Elogio del Bautista: icono de Cristo.

    Jesús y Juan Bautista fueron muy diferentes en su pensamiento. Juan fue un profeta algo agresivo y áspero con la injusticia, con el legalismo e fariseos y saduceos. Pero Jesús habla de su primo Juan como de un gran hombre: ¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? … Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan.

La grandeza de Juan Bautista y de todo ser humano es vivir como testigo de la verdad, ser mensajeros de Cristo: Yo envío mi mensajero delante de ti.

Juan Bautista fue testigo de Cristo, no se atribuyó títulos ni méritos, no buscó puestos, no soy digno ni de desatarle las sandalias, Juan fue por delante anunciando al que había de venir.

Seamos iconos, no ídolos. Miremos la vida, la cultura, el trabajo, las personas como iconos, no como ídolos.

03.- La respuesta de Jesús.

Jesús no les entrega a los discípulos de Juan Bautista un libro de dogmática, ni el Catecismo y les dice: “esta es mi doctrina”. Jesús remite a los discípulos del Bautista a los gestos liberadores: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio.

EL evangelio es buena noticia, es liberador.

Jesús no remite a la perfección cultual o doctrinal, lo de Jesús son hechos salvíficos, liberadores: Jesús cura, restablece el equilibrio de las personas (endemoniados), rehabilita a los marginados (leprosos), el encuentro de Jesús confiere sentido y vida, etc.

Jesús entrega todas estas realidades salvíficas especialmente a los pobres: A los pobres se les anuncia el evangelio. Lo genuino del evangelio de Jesús es la salvación –liberación, perdón, etc.- especialmente a los pobres.

04.- Paciencia y esperanza en la vida.

En la vida tenemos cansancios y a veces canseras. El cansancio es consecuencia propia del trabajo y se remedia con un descanso. La cansera es más profunda y es tedio, hastío, con la sensación de haber perdido el tiempo y las energías.

Muchas situaciones pueden producir no ya cansancio, sino cansera, porque no se ve salida, no se aprecia voluntad de cambiar las cosas, una rutina y apatía espantosa lo colorea y corroe todo en la vida política y eclesiástica.

Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente la cosecha.

Paciencia es una palabra que viene del griego que significa la capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse, es decir: saber soportar, saber aguantar el peso de la vida con una profunda esperanza en el Evangelio. Y la esperanza es la venida del Señor. Manteneos firmes. Dichos quien ponga su confianza en la liberación de Cristo. Dichoso quien no se escandalice de mí.

El simil de la semilla es sencillo pero muy valioso. La semilla es pequeña, se ve poco, es débil, pero llena de vida.

 Todo labrador que siembra, espera paciente y esperanzadamente.

 La vida saldrá siempre adelante, aunque no sepamos cómo ni por dónde, pero el Reino de Dios, los valores del reino de Dios llegarán. Esperemos al Señor haciendo ya gestos liberadores.

Y dichoso quien no se escandalice de Cristo.

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“Testigos de la Luz”. 3 Domingo de Adviento – B (Juan 1,6-8.19-28)

Domingo, 13 de diciembre de 2020
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Es curioso cómo presenta el cuarto evangelio la figura del Bautista. Es un «hombre», sin más calificativos ni precisiones. Nada se nos dice de su origen o condición social. Él mismo sabe que no es importante. No es el Mesías, no es Elías, ni siquiera es el Profeta que todos están esperando. Solo se ve a sí mismo como «la voz que grita en el desierto: Allanad el camino al Señor». Sin embargo, Dios lo envía como «testigo de la luz», capaz de despertar la fe de todos. Una persona que puede contagiar luz y vida. ¿Qué es ser testigo de la luz?

El testigo es como Juan. No se da importancia. No busca ser original ni llamar la atención. No trata de impactar a nadie. Sencillamente vive su vida de manera convencida. Se le ve que Dios ilumina su vida. Lo irradia en su manera de vivir y de creer.

El testigo de la luz no habla mucho, pero es una voz. Vive algo inconfundible. Comunica lo que a él le hace vivir. No dice cosas sobre Dios, pero contagia «algo». No enseña doctrina religiosa, pero invita a creer. La vida del testigo atrae y despierta interés. No culpabiliza a nadie. No condena. Contagia confianza en Dios, libera de miedos. Abre siempre caminos. Es como el Bautista, «allana el camino al Señor».

El testigo se siente débil y limitado. Muchas veces comprueba que su fe no encuentra apoyo ni eco social. Incluso se ve rodeado de indiferencia o rechazo. Pero el testigo de Dios no juzga a nadie. No ve a los demás como adversarios que hay que combatir o convencer: Dios sabe cómo encontrarse con cada uno de sus hijos e hijas.

Se dice que el mundo actual se está convirtiendo en un «desierto», pero el testigo nos revela que algo sabe de Dios y del amor, algo sabe de la «fuente» y de cómo se calma la sed de felicidad que hay en el ser humano. La vida está llena de pequeños testigos. Son creyentes sencillos, humildes, conocidos solo en su entorno. Personas entrañablemente buenas. Viven desde la verdad y el amor. Ellos nos «allanan el camino» hacia Dios. Son lo mejor que tenemos en la Iglesia.

José Antonio Pagola

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“En medio de vosotros hay uno que no conocéis.”. Domingo 13 de diciembre de 2020. Domingo 3º de Adviento

Domingo, 13 de diciembre de 2020
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03advientoB3cerezoLeído en Koinonia:

Isaías 61,1-2a.10-11: Desbordo de gozo con el Señor.
Interleccional: Lucas 1,46-54: Me alegro con mi Dios.
1Tesalonicenses 5,16-24: Que vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado hasta la venida del Señor.
Juan 1,6-8.19-28: En medio de vosotros hay uno que no conocéis.

 El profeta Isaías invita a todo el pueblo que retorna del destierro, y que ha visto que las promesas con que esperaban encontrar su tierra no son tan ciertas; lo invita a la esperanza. La acción de Dios es efectiva y eficaz. La Jerusalén que ahora ven arruinada, será en un futuro centro de peregrinaciones y a la que acudirán todas las naciones de la tierra. Es una realidad muy dura de pobreza, de tristeza y de cautiverio. Por eso, la vocación del profeta esta dirigida hacia esas personas. Se siente capacitado por Dios para el anuncio de «buenas noticias» de esperanza a los marginados del país. Las cosas están difíciles pero podemos salir adelante, Dios no nos abandona, parece decir el profeta. Aunque haya dificultades al regreso el Señor ha revestido al pueblo de ropas de salvación, le ha retornado el don de la tierra, y así como está hace germinar los frutos, quien hace germinar la justicia y la alabanza es el Señor.

El salmo recoge hoy la oración de María cuando visita a Isabel, que la tradición llama Magnificat. La oración esta basada en el cántico de Ana que encontramos en el 1Sam 2, 1-10. Se centra en dos grandes temas, por una parte los pobres y humildes son socorridos en detrimento de los poderosos, y por otra, el hecho de que Israel es objeto del favor de Dios desde la promesa hecha a Abraham (Gn 15,1; 17,1). María canta la grandeza de Dios salvador que se ha fijado en los humildes, especialmente en la pequeñez de María, y nos muestra que la lógica de Dios no siempre coincide con la lógica e los poderosos. Precisamente ha hecho una promesa con un pueblo pequeño cumpliendo la promesa de Abraham, se ha fijado en la humildad y pequeñez de María, ha derribado del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. La lógica de Dios pasa por el reconocimiento de los más pequeños como sujetos preferenciales de su acción. En eso consiste ser creyente. Esta es la palabra profética que la tradición pone en boca de María.

En la segunda lectura vemos como el apóstol Pablo invita a la comunidad de Tesalónica a la fidelidad. La vida de la comunidad tenía algunas dificultades: problemas con los animadores de la comunidad, peleas, desánimo, falta de fe, fornicación. Es una comunidad que se ha convertido del paganismo al cristianismo (1,9) y que ha dejado los ídolos, sus dioses, para seguir al Dios verdadero, pero que le cuesta desprenderse del todo de sus tradiciones antiguas, de su legado cultural. Parece que la exigencia de la vida de comunidad no le era satisfactoria a muchos que se sentían desilusionados. Es por esto que Pablo les llama la atención; reconoce que ha sido una comunidad que se ha esforzado por seguir a Jesús, que posee el Espíritu del Resucitado, pero que aún puede dar más. Les llama a estar alegres, a orar constantemente, a no dejarse desanimar. No se trata de rechazar todo lo que les viene de fuera y que les impide la vida de comunidad, se trata de examinar todo y quedarse con lo bueno. Les llama a fidelidad y a continuar en el camino que han emprendido. No hay que dejarse desanimar por los problemas, que siempre habrán, se trata de ser fieles al camino emprendido y vivirlo con alegría pues estamos convencidos que es el mejor camino a la felicidad.

El evangelio de Juan no presenta el testimonio de Juan el Bautista que ahondaremos a lo largo de esta semana litúrgica. La lectura nos introduce diciendo que este es el testimonio de Juan y luego nos cuenta que de Jerusalén los dirigentes judíos enviaron delegados para preguntarle si era el Mesías o Elías que precedería a la llegada del Mesías. La respuesta de Juan es ambigua. Si bien no se reconoce como Mesías tampoco se reconoce como Elías que ha de venir; sin embargo, sí se reconoce como la voz que clama en el desierto, que prepara la venida del Mesías. La respuesta genera una pregunta lógica en los emisarios judíos: si no eres, entonces ¿por qué bautizas? Su respuesta es parecida a la primera, el bautismo de agua es un bautismo purificador, si se quiere externo, pero quien vendrá traerá un bautismo que purificará a todo el ser humano y ante el cual el bautismo de Juan es solo anticipo. Es claro que la figura de Juan el Bautista tiene gran importancia para las primeras generaciones cristianas. Además de homologarlo con el profeta Elías, muchos de los seguidores de Juan pertenecieron a las primeras comunidades cristianas. Por otro lado, fue crítico ante el poder dominante de los romanos y de Herodes, lo que le llevó a la muerte. Fue un hombre que supo entregarse a su misión y que supo ver en el futuro que se avecinaba, los tiempos esperados. Leer más…

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13.12.20 Dom 3º Adviento, ciclo B. Adviento de Isaías Adviento: Buena noticia a los pobres, amnistía a los cautivos, a los prisioneros libertad

Domingo, 13 de diciembre de 2020
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 50884505-5C2E-4CFD-B603-3C37DA6D6CA2Del blog de Xabier Pikaza:

Con Juan Bautista y María de Nazaret, destaca en Adviento Isaías, profeta de la alegría y compromiso de Dios, condensado en estos tres elementos:   (a) Anunciar la buena noticia a los pobres. (c) Ofrecer la amnistía a los cautivos/encarcelados. (d) Liberar a los prisioneros.  

Jesús ha sido “heredero” y cumplidor de ese mensaje de Adviento (cf. 4, 17-18), aunque muchos  cristianos lo olviden, queriendo que los encarcelados “paguen” sus culpas y los prisioneros cumplan la condena.

No es fácil cumplir ese mensaje de Isaías y Jesús (¡nadie lo ha dicho que lo sea, va a contracorriente de muchos programas de seguridad del mundo y de la Iglesia!), pero sin querer cumplirlo  será imposible hablar de Adviento, aunque tengamos muchas luces en las calles y programas de liturgia sagrada en las iglesias.  

12.12.2020 | X. Pikaza

Isaías  Is 61, 1-2a.10-11.

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor.

Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas. Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos.

2º. Isaías 2 (Is 40−55). El evangelista de los pobres.

  Éste es el mensaje clave del Adviento del 2º Isaías, lo que dice en nombre de Dios a su Siervo, al nuevo Moisés o Mesías, que será liberador de cautivos y presos, como he puesto de relieve en un libro titulado Dios preso:

   Yo, Yahvé, te he llamado para la justicia, te he tomado de la mano y te he guardaré y te he constituido alianza del pueblo y luz para las naciones. Para que abras los ojos a los ciegos y saques de la cárcel   a los presos y de la prisión   a los que moran en las tinieblas (Is 42, 6-7).

Isaías interpreta el “cautiverio” u opresion de los judíos como una cárcel donde los israelitas se encuentran encerrados y atrapados (presos), sin poder desplegarse en libertad. El primer mal del hombres es la falta de libertad. Lógicamente, la primera tarea del Siervo, delegado de Dios en el lugar del cautiverio, será abrir los ojos de los ciegos (que conozcan su opresión)  y sacar a los cautivos de las cárceles, en gesto de educación personal (abrir los ojos) y trasformación social para que así puedan ver y conocerse, de manera que desplieguen su vida en libertad, siendo ellos mismos, sin que nadie les impida realizarse.

Este es el mensaje profético fundante, la utopía social del Segundo Isaías, que entiende y promueve la vida de los hombres y mujeres de su pueblo como marcha que lleva, a través del gran desierto de la vida actual, hacia el futuro de la libertad. Por eso ha destacado la experiencia del camino. Puede quedar lejos la meta, siempre buscada, nunca conseguida. Pero a los pobres y cautivos se les debe ofrecer, se les ofrece, la experiencia y tarea de un camino de liberación, que se proyecta y busca, como utopía real que se va construyendo con palabras y compromisos de esperanza. El profeta no tiene dinero, ni ejército, ni medios políticos; pero tiene algo que es mucho más grande: la palabra creadora de vida y esperanza. Tiene la ayuda de Dios, de quien viene a presentarse como siervo, para anunciar y promover el gran Mensaje de la libertad: Así dice Yahvé, el que me constituyó Siervo suyo

  • Te he guardado y constituido alianza del pueblo:
  • para restaurar la tierra, para repartir heredades asoladas,
  • para decir a los presos : Salid,
  • a los que están en tinieblas: Venid a la luz… (Is 49, 5, 12).

 De nuevo se identifican los presos/cautivos con aquellos que viven en tiniebla, pues no pueden contemplar la luz de Dios, la verdadera humanidad. El profeta, enviado mesiánico, realiza la función de Siervo, como ministro de la Liberación, para establecer la alianza de los hombres y mujeres con Dios, para repartir las heredades, abriendo así un camino de liberación, en la línea del gran Jubileo, al que ya nos hemos referido.

Tercer Isaías: año de gracia del Señor, año de venganza…[1].

Las tradiciones anteriores del libro de Isaías culminan en el conjunto de poemas y oráculos recogidos en Is 56-66, atribuidos a un profeta que suele llamarse el Tercer Isaías, que vivió en los años de restauración (tras el 539 a. de C.). Los nuevos israelitas que han vuelto a Sión, en la región de Judea, corren el riesgo de caer en un tipo antiguo de idolatría o de perderse en un nuevo ritualismo, con ayunos externos, pero oprimiendo y encarcelando a los pobres. Así les interpela el profeta.  Este ayuno quiero:

  • (Liberación): Abrir las prisiones injustas hacer saltar los cerrojos de los cepos dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; (Solidaridad) Partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne (a tu prójimo).
  • (Salvación) Entonces romperá tu luz como aurora, en seguida te brotará la carne sana… Cuando destierres de ti los cepos… cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente brillará tu luz en las tinieblas… (Is 58, 6-10).

 La voluntad de Dios, que el profeta presenta como verdadero ayuno, se despliega en una serie de gestos que vienen a expresarse como un estallido de luz, es decir, como plenitud de vida (saciedad, abundancia) para el pueblo. Esta es la revelación de Dios, esta la señal de su presencia. Pues bien, entre ese cumplimiento de la voluntad de Dios (ayuno) y esa salvación y saciedad (luz), se eleva la exigencia de una justicia interhumana que se expresa en dos temas fundamentales: liberaciónde los encarcelados y solidaridad con los pobres.

Esos dos temas resultan inseparables: la liberación de los encarcelados se encuentra internamente vinculada a la actitud de acogida y solidaridad con los pobres, tanto en sentido material (hambrientos) como social (desnudos). De esta manera, desde unas circunstancias religiosas y sociales muy concretas, este profeta ha ofrecido un programa integral de justicia interhumana:

(a) Plano de liberación. El problema básico es la prisión, entendida ya desde el mismo pueblo, como realidad intra-israelita (no hay opresores externos, babilonios o personas; los que oprimen y encarcelan a los pobres de Israel son otros israelitas, que apelan para ello a la ley. Parece que ha empezado a extenderse en el pueblo un sistema de seguridad económica y social que desemboca en el encarcelamiento de aquellos que no pueden pagar sus deudas. Este sistema divide a la población y destruye la solidaridad. Por eso, frente a todas las posibles exigencias de justicia, entendidas en línea de imposición, eleva el profeta la más alta urgencia de la libertad de Dios, que quiere romper los “cepos” (lazos, yugos) que la sociedad establecida emplea para someter a los deudores o indefensos. Conforme a su visión, una sociedad fundada en la opresión de los débiles resulta contraria al culto religioso (al ayuno verdadero), de manera que en ella Dios no puede revelarse.

(b) Plano de solidaridad. No tiene sentido el rechazo de ese sistema de seguridad (que el mundo occidental ha vinculado al orden carcelario) si es que no se expande una cultura de acogida, tanto en plano económico (dar de comer) como social (hospedar a los pobres sin techo, vestir al desnudo). La desnudez no significa aquí sólo (ni sobre todo) falta de vestido, sino un tipo de marginación social, que se expresa en la forma distinta de vestir. En realidad (como veremos en Mt 25, 31-46) desnudez y falta de casa o dignidad (seguridad) se identifican. En este contexto resulta fundamental la última frase: y no cerrarte a tu propia carne. Eso significa que el prójimo necesitado (hambriento, desnudo, sin casa) no es un extraño, sino que constituye tu propia basar(r>f’B.), tu propia realidad o carne. Cada uno vive, según esto, en la vida de los otros[2]. Leer más…

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“Preparación a la Navidad en tres actos”. Domingo 3º de Adviento. Ciclo B.

Domingo, 13 de diciembre de 2020
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10439347_671801269570491_4602481636228923258_nFotograma de “Salomé el Musical”

Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La liturgia del tercer domingo de Adviento, teniendo en cuenta la cercanía de la Navidad, pretende ser una clara invitación a la alegría. El protagonista de la primera lectura afirma: “Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios”; san Pablo pide a los tesalonicenses “estad siempre alegres”. Juan Bautista es demasiado serio para hablar de alegría, pero da testimonio de la luz que inundará el mundo, y eso también es motivo de gozo. Aparte de este dato común, la mejor forma de entender las lecturas es imaginarnos espectadores de una obra de teatro en tres actos.

Acto primero

Cuando se descorre el telón se ve un personaje de pie en el centro del escenario, rodeado de una multitud sentada en el suelo, pobremente vestida. Son antiguos desterrados en Babilonia, actuales oprimidos por el imperio persa. La escena está en penumbra, transmitiendo al espectador una sensación de agobiante tristeza; sólo un foco ilumina el rostro del protagonista. Mira en silencio, durante largo rato, a la multitud que le rodea. Finalmente, abre la boca y dice algo inaudito: “El Espíritu del Señor está sobre mí”. Suena a blasfemia. El Espíritu del Señor hace siglos que no se posa sobre nadie. Eso dicen algunos sabios: que el Espíritu se retiró después de la destrucción del templo de Jerusalén. Pero el personaje parece muy seguro de lo que dice. Y les habla de la misión que llevará a cabo movido por el Espíritu: “daros una buena noticia a vosotros que sufrís, vendar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, proclamar el año de gracia del Señor”.

Poco a poco, la luz que iluminaba sólo el rostro aumenta de intensidad y permite ver que el protagonista, a diferencia de los demás, está vestido de gala, envuelto en un manto regio y espléndido, que refuerzan la alegría de su rostro. Pero no habla como un rey a su corte. Se dirige a campesinos, con el lenguaje que pueden entender: “Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los cantos de alegría ante todos los pueblos.”

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido.  Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor. Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas. Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos. (Lectura del libro de Isaías 61, 1-2a. 10-11)

Acto segundo

En el centro del escenario un muchacho de unos veinte años sentado a una mesa y escribiendo. Pablo camina por la habitación mientras dicta.

̶  “Guardaos de toda forma de maldad.

̶  No sigas. (Lo interrumpe el muchacho cuando acaba de escribir la frase). Ya van siete consejos.

Pablo lo mira extrañado.

̶  ¿Los has ido contando?

̶  Claro. Los seis anteriores han sido: “Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión. No apaguéis el espíritu. No despreciéis el don de profecía. Examinadlo todo, quedándoos con lo bueno.” Ahora basta con que los encomiendes a Dios y les asegures su protección.

̶  ¿Cuál de esos consejos te viene mejor?

El muchacho se queda releyendo los consejos y pensando mientras cae el telón.

De la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 5,16-24

Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros. No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo, quedándoos con lo bueno. Guardaos de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la Paz os consagre totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas. 

Acto tercero

Escena a orilla del río Jordán. En el centro Juan Bautista, rodeado de un grupo de sacerdotes y levitas. Las noticias que han llegado a Jerusalén son alarmantes. Cada vez más gente acude al río, y las autoridades temen que se produzca una revuelta. ¿Quién es ese Juan? ¿Es el Mesías, el rey que los liberará del poder romano? ¿Es cierto, como dicen unos, que es el profeta Elías, que ha vuelto a la tierra? ¿O es el profeta del que habló Moisés, el que otros esperan antes del fin del mundo? ¿Qué dice él de sí mismo?

Lo asedian a preguntas, pero no consiguen arrancarle más que negativas, cada vez más escuetas: “No soy el Mesías”. “No lo soy”. “No”. Al final, cansado de tanto interrogatorio, les da una clave que ellos probablemente no comprenden. “Yo sólo soy una voz que grita en el desierto. Al que deberías buscar es a uno que no conocéis, que viene detrás de mí, mucho más importante que yo.”

Los sacerdotes y levitas dan a Juan por imposible y se retiran.

Juan mira a sus discípulos y les comenta:

̶  Han venido desde Jerusalén queriendo saber quién soy yo, y no les interesa lo más mínimo saber quién es el que viene detrás de mí.

Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 6-8.19-28

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan:  este venia como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran:  ¿Tú quién eres?

El confesó sin reservas: Yo no soy el Mesías.

Le preguntaron: Entonces, ¿qué? ¿Eres tú Elías?

 Él dijo: No lo soy.

¿Eres tú el Profeta?

Respondió: No.

Y le dijeron: ¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?

Contestó: Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, Como dijo el profeta Isaías.

Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?

Juan les respondió: Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.

Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

Crónica del periódico

Como preparación a la Navidad se representó ayer una extraña obra en tres actos que provocó bastante desconcierto entre el público presente. En opinión de este comentarista, la clave se encuentra en el contraste entre los actos primero y tercero: el primero habla de un personaje seguro de sí mismo y de su misión; el tercero de Juan, que se empequeñece a sí mismo para poner de relieve la grandeza del que lo sigue. Y el que lo sigue es precisamente el que lo ha precedido, el protagonista del primer acto. Alguien con un mensaje de esperanza y alegría para los que sufren. Quien no esté de acuerdo con estas sutilezas deberá contentarse con poner en práctica los buenos consejos de Pablo.

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13 Diciembre, 2020. Tercer Domingo de Adviento.Domingo “Gaudete”. Ciclo B

Domingo, 13 de diciembre de 2020
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Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz.”

(Jn 1, 6-8. 19-28)

El evangelio de este domingo nos ofrece un modelo de testimonio. Juan Bautista, el enviado por Dios,  se presenta como el que señala, el que indica hacia quién debemos mirar.

Porque en lo que al evangelio se refiere se trata de anunciar y ser testigos, nunca protagonistas. Dios, en Jesús, no nos ha pedido que salvemos al mundo, ni siquiera que lo cambiemos. Lo único que nos pide es que anunciemos la Buena Noticia de su Reino.

Juan Bautista lo tiene claro, dice: Yo soy la voz. Eso mismo estamos llamados a ser todos los cristianos. Somos la voz de una Buena Noticia. Y la Buena Noticia es que Dios en Amor infinito.

Sería estupendo que lo que nos queda de Adviento fuera un tiempo para descubrir o re-descubrir la Buena Noticia de la que tenemos que ser voz, porque es bueno que la voz esté en sintonía con el mensaje, tenga la entonación y el timbre adecuados.

Nos quedan unos días para descubrir, como si fuera la primera vez, la Palabra de la que estamos llamados a ser voz. Estos días podríamos hacer algo tan sencillo como leernos de seguido uno de los evangelios, el que más nos guste y disfrutar dejando que la Palabra nos toque el corazón. Como tenemos la costumbre de leer los evangelios por fragmentos, cuando lo leemos todo seguido, como un libro, descubrimos mensajes nuevos. Y para quienes no se atrevan con todo el evangelio que tal con los dos primeros capítulos de Mateo o Lucas que nos cuentas los relatos de la Navidad. Seguro que no te defrauda.

Oración.

Santa Ruah, sé tú el aire, el impulso de nuestra voz para que no sepamos decir otra cosa que la Palabra. Amén.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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Como Juan, solo somos un espejo pero que puede reflejar toda la Luz.

Domingo, 13 de diciembre de 2020
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dezeen_reflet-by-claire-lavabre_ssJn 1,6-8,19-28

Las lecturas nos invitan a repensar nuestra condición de criaturas, limitadas, pero con posibilidades infinitas. El tono es de alegría. La verdadera alegría nace del descubrimiento de lo que somos en Dios. No solo tenemos derecho a estar alegres, sino que tenemos la obligación de ser alegres. Puede ser interesante hablar de la alegría justo en este momento que estamos rodeados de pandemia. ¿Qué alegría buscamos en esta fiesta?

El primer paso sería diferenciar el placer y el dolor de la alegría y la tristeza. El placer y el dolor son mecanismos que la evolución ha desplegado para asegurar nuestra supervivencia como individuos y como especie. Son respuestas automáticas del organismo ante lo que es bueno o perjudicial para nuestra biología. Si el contacto con el fuego no me produjera dolor, me abrasaría sin poner remedio alguno.

El placer que nos proporciona la biología no es malo. Pero las necesidades de placer no tienen límite y nunca quedan satisfechos. Debemos encontrar otro camino para desplegar una vida feliz. Esa alegría es la clave para alcanzar la felicidad que permanece en el tiempo. La alegría es un estado que debemos alimentar desde dentro. Nacerá de un verdadero conocimiento de nuestro ser y de la estructura de nuestra psicología.

Una alegría que perdure tiene que estar fundamentada en nuestro ser profundo, no en lo accidental que podemos tener hoy y perder mañana. No se puede apoyar en la riqueza, en la fama, en los honores; realidades que vienen de fuera de nosotros mismos. Pero tampoco se puede apoyar en la salud, en la belleza, en el culto al cuerpo, porque también esas realidades son efímeras y antes o después las perderemos.

Nuestra principal tarea como seres humanos es descubrir ese verdadero ser y vivir desde la perspectiva de su realidad inconmovible. Entonces nuestra alegría será completa y nuestra felicidad absoluta y duradera. El ser felices, o desgraciados, no depende de las circunstancias que nos rodean, sino de la manera como cada uno respondemos a esas influencias de lo externo y de lo interno.

Es probable que el versículo 6 fuera el principio del evangelio de JN. Muchos libros del AT comienzan así: “Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba…” Los otros 10 versículos son la continuación del prólogo, y nos narran una misión de los “judíos”. Da por supuesto que el lector conoce lo que el Bautista hacía en el desierto de Judea. Empieza con el interrogatorio al que le someten los enviados. Eran los responsables del orden, por tanto no tiene nada de extraño que se preocupen por lo que está haciendo.

La pregunta es simple: ¿Tú quién eres? Existían varias figuras mesiánicas. La principal era el Mesías, pero también la de un profeta escatológico (como Moisés). La de Elías que volvería. Juan atrajo mucha gente a oír su predicación y a participar en su bautismo. La pregunta quería decir: ¿Con cuál de las figuras mesiánicas te identificas? La respuesta es también sencilla: Con ninguna; No soy el Mesías ni Elías ni el Profeta. No quedan satisfechos y le exigen que defina su papel. La respuesta es también simple: Soy una voz.

Allanad el camino al Señor. Es el grito de todo profeta. Esto es lo que nos dice Jesús por activa y por pasiva. Lo que debemos tener en cuenta hoy es que “el Señor” no tiene que venir de fuera sino dejarle surgir desde dentro. Con esta salvedad, esta sugerencia sigue siendo la clave de toda religiosidad. ¿Cómo conseguirlo? Apartando de nosotros todo lo que impide esa manifestación de lo divino en nosotros, el egoísmo e individualismo.

Entonces, ¿por qué bautizas? No se identifica con ninguno de los personajes previsibles, pero se siente enviado por Dios. La pregunta lleva en sí una acusación. Es un usurpador. El hecho de bautizar estaba asociado a una de las tres figuras anteriores. Consideran su bautismo como un movimiento en contra de las instituciones. En realidad era un símbolo de liberación de las autoridades.

Yo bautizo con agua. La justificación de su bautismo es humilde. Se trata de un simple bautismo de agua. El que ha de venir bautizará en espíritu santo. Esta distinción entre dos bautismos, agua y Espíritu es típicamente cristiana, se trae a colación para dejar, una vez más, bien clara la diferencia entre la propuesta de Juan y la del cristiano.

Entre vosotros hay uno que no conocéis. El bautista habla de una presencia velada que no es fácil de descubrir. Es el recuerdo de lo que les costó conocer a Jesús. Esa dificultad permanece hoy. Incluso los que repetimos como papagayos que Jesús es Hijo de Dios, no tenemos ni idea de quién es Dios y quién es Jesús. Ni lo tenemos como referente ni significa nada en nuestras vidas. En el mejor de los casos, lo único que nos interesa es la doctrina, la moral y los ritos oficiales para alcanzar una seguridad externa.

Para entender la relación entre la figura del Bautista y Jesús, es imprescindible que nos acerquemos a la narración sin prejuicios. Para nosotros, esto no es nada fácil, porque lo que primero que hemos aprendido de Jesús es que era el Hijo de Dios, o simplemente que era Dios. Desde esta perspectiva, no podremos entender nada de lo que pasó en la vida real de Jesús. Este prejuicio distorsiona todo lo que el evangelio narra. Lucas dice que Jesús crecía en estatura, en conocimiento y en gracia ante Dios y los hombres.

Jesús desplegó su vida humana como cualquier otro ser humano. Como hombre, tuvo que aprender y madurar poco a poco, echando mano de todos los recursos que encontró a su paso. Fue un hombre inquieto que pasó la vida buscando, tratando de descubrir lo que era en su ser más profundo. Su experiencia personal le llevó a descubrir dónde estaba la verdadera salvación del ser humano y entró por ese camino de liberación. Si no entendemos que Jesús fue plenamente hombre es que no aceptamos la encarnación.

Es comprensible que los primeros cristianos no se sintieran nada cómodos al admitir la influencia de Juan Bautista en Jesús. Esta es la razón por la que siempre que hablan de él los evangelios, hacen referencia al precursor, que no tiene valor por sí mismo, sino en virtud de la persona que anuncia. A pesar de ellos, tenemos muchos datos interesantes sobre Juan Bautista. Incluso de fuentes extrabíblicas. El primer dato histórico sobre Jesús que podemos constatar en fuentes no bíblicas es el bautismo de Jesús por Juan.

Jesús acepta la propuesta de Juan, pero no renunció a seguir buscando. Eso le llevó a distanciarse de él, yendo más allá de él en muchos puntos. Están de acuerdo en que no basta la pertenencia a un pueblo ni los rituales externos para salvarse. Es necesaria una actitud interior de apertura a Dios que se traduzca en obras. Juan insiste en una estrategia para escapar del castigo. En Jesús prevalece una propuesta definitiva de amor de Dios a todos y enseña la manera de participar del amor, no solo de escapar de la ira.

 

Meditación

“No era él la luz, sino testigo de la luz”.
La luz física no puede ser percibida directamente.
El ojo ve los objetos que reflejan la luz que los alcanza.
El ser humano Jesús, tampoco era la Luz,
pero dejaba ver con toda claridad la Luz que es Dios.
La Luz te está alcanzando siempre. ¡Refléjala!

 

Fray Marcos

 

Fuente Fe Adulta

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Jesús, profeta itinerante.

Domingo, 13 de diciembre de 2020
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OLYMPUS DIGITAL CAMERA ¡La salvación ha llegado al mundo! (Tannhäuser)

 17 de diciembre, domingo III de adviento

 Jn 1, 6-8. 19-28

Entre vosotros está uno que no conocéis

El jesuita alemán Johannes Beutler (1933) dice en Comentario al Evangelio de Juan, que la teología de dicho Evangelio ve en el Bautista exclusivamente al “testigo de Jesús”. Cualidad, que podría ser calificada como una de las cosas más grandes que se puede decir del ser humano. Y un “testigo” –el que da testimonio- no pude detenerse en su tarea y congelarse en la orilla del camino. Dejaría de ser lo que es y, con ello, traicionaría su vocación de profeta itinerante.

Mostraos tal como sois y sed tal como os mostráis”, aconsejaba Rumi -notable denunciante de embusteros- a los suyos. Todo crecimiento personal demanda previamente reconocimiento y aceptación de la propia verdad, sólidos cimientos sobre los que cabe construir nuestra persona. Así lo entendía la Comunidad monástica de Qumram (s. II a.C.) en cuya Regla se planifica la vida de la comunidad para el futuro, proponiendo como meta: buscar a Dios para practicar el bien delante de sus ojos.

En su obra Mi experiencia de fe, escribe José Enrique Galarreta que “Jesús es un predicador itinerante que recorre Galilea predicando en las sinagogas a campo abierto y curando enfermedades. Es el principio de su estilo: anunciar y curar”. Talante inexcusable de todo fiel seguidor de sus huellas.

En la ópera Tannhäuser, de Richard Wagner, canta el Coro: “¡La salvación ha llegado al mundo!”). Un caminar también el suyo –mejor, un navegar- en busca del amor perdido. Y un despertar movilizador que es garantía de resurrección personal.

“Cristiano”, dice en Abajarse Luis Pernía, “es quien diariamente oye los gemidos de los crucificados y está seducido por la libertad que implica la Resurrección. Si leemos efectivamente los relatos de Resurrección, podemos comprobar que la Resurrección es movilizadora. ¿Por qué? porque la Resurrección es garantía de otro mundo es posible y anticipo de nuestra resurrección personal y de la propia historia”.

En el capítulo primero del Evangelio de Juan, leemos lo que de Jesús dijo el Bautista: “En medio de vosotros hay uno que no conocéis”, y “que vino como testigo, para dar testimonio de la luz”Un albor que nace, crece, y se extiende como energía itinerante para testimoniar la luz del Sol. Isaías le profetiza mensajero de la paz: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del heraldo que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que anuncia la victoria” (Is 52, 7). La semana pasada tuve la oportunidad de asistir a una presentación de El Mesías, en el Auditorio de Madrid. Una Coral de 150 componentes, y la London Vienna Kammerorchester dirigida por el ruso Ilia Korol, entonaban este mismo lamento del profeta. Las notas escritas por Friedrich Haendel hace dos siglos, inundaban la sala con las voces del coro y los tonos musicales –siempre itinerantes- de los instrumentos.

El músico y cantaor andaluz Juan Peña Fernández (1941-2016), conocido como El Lebrijano, es el autor de del siguiente Poema, en el que entona a son de cuerda de su guitarra:

Dame la libertad del agua, de los mares,

dame la libertad de la tormenta,

dame la libertad de la tierra misma,

dame la libertad del aire,

dame la libertad de los pájaros, de la marisma

vagadores de las sendas nunca vistas”

 Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Rosario Ramos: Ser la voz que anuncia la LUZ.

Domingo, 13 de diciembre de 2020
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desierto(Jn 1,6-8.19-28)

13 de diciembre de 2020

El Evangelio de este domingo nos va acercando al centro neurálgico del cristianismo en la figura de Jesús de Nazaret. En un primer momento parece que el protagonista es el Bautista, pero, enseguida, la narración da un giro para expresar una discontinuidad con respecto al judaísmo para dar a conocer la verdadera LUZ. En medio de este profundo prólogo de Juan, asoman unos versículos en prosa, como si se hubieran colocado a posteriori. Juan es el símbolo de la dimensión profética, el último aliento del Antiguo testamento.

La escena comienza con los personajes bien definidos en cuanto a su función. Los sacerdotes y levitas, encargados de los ritos para el culto y los fariseos que son quienes dicen conocer el verdadero sentido de esos ritos. Parece que se ha montado todo un proceso judicial para investigar a Juan como testigo de Jesús a quien no entienden y considerarán un desestabilizador. Juan era ya un referente en el judaísmo, perteneciente quizá a la comunidad de los esenios, y ansioso por conocer la salvación definitiva, la liberación plena del pueblo elegido. El bautista, a través del rito, pretende preparar a las gentes para que, desde una profunda conversión, se dispongan a vivir la llegada de los tiempos mesiánicos.

Hay desconcierto entre los asistentes, no terminan de ubicar a Juan en las categorías judías porque realiza signos que salen del marco de sus costumbres. Y, claramente, es un predicador precristiano que facilita la nueva dirección de la esperanza de Israel. La respuesta de Juan argumenta y da coherencia al comienzo del texto: ES LA VOZ QUE ANUNCIA LA LUZ. Juan se define como voz, como palabra sonora que invita a allanar los caminos, recuperando las palabras de Isaías, para conectar con la LUZ. Ahora bien, ¿En qué consiste esa preparación?

Parece ser que el cambio que ofrece Juan es un cambio de significado del bautismo. El bautismo era un rito que tenía un sentido de “purificación”; de ahí que el agua ofreciera todas las posibilidades para ese fin. Pero ahora el bautismo cambia de significado: ya no se trata de purificar nada sino de ungir a la persona con el mismo ser de Dios. Este cambio de significado supone la exigencia de cambiar de coordenadas porque puede ocurrirnos como a los presentes en el texto: “en medio de vosotros hay uno que no conocéis”. Desde el ritualismo, las ofrendas vacías de contenido, desde una visión del ser humano que tiene que estar purgando permanente los pecados cometidos, nos alejamos de la LUZ. Tampoco vivir en una superioridad soberbia, un anclaje en nuestras creencias y patrones mentales, un ego exaltado, no sólo nos separa, sino que nos convierte en rivales de la LUZ.

Necesitamos nuevas coordenadas para encontrar la posición que nos adentra hacia el foco de la LUZ. Y esas coordenadas pasan por una visión más positiva de la vida, de nuestra identidad como personas y como colectivo humano. Nos enrocamos en una percepción sesgada de lo que somos; nuestra vida creyente se convierte en una escalada hacia no sé qué cumbre para conseguir no sé qué premio. Olvidamos que ya estamos inmersos en la LUZ y que la escalada es hacia adentro, hacia una nueva conciencia que nos permita ver lo esencial del Dios que se humaniza en cada ser.

Prepararse para la Navidad no es una especie de listado de promesas, una película hecha con un guion a nuestra medida porque, al final, lo que proyectamos es un mensaje de tomas falsas que pueden desenfocarnos de lo esencial. Se trata de vivir en una apertura a ese intercambio entre la humanidad y la Divinidad que proyecta una nueva LUZ en la historia. Ser voz, ser mensaje que anuncia la LUZ, no es proclamar un discurso más o menos coherente sino una vida que se va amasando en la honestidad de quien se sabe sostenido por la fuerza de la auténtica LUZ.

¡¡FELIZ DOMINGO!!

Rosario Ramos

Fuente Fe Adulta

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Somos lo No-nacido

Domingo, 13 de diciembre de 2020
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719FFA23-1541-4B7B-832F-3E973CB5EB59Domingo III de Adviento

13 diciembre 2020

Jn 1, 6-8.19-28

El texto del evangelio de Juan se enmarca con seguridad en el contexto de la polémica, que duró hasta el siglo II, entre los discípulos del Bautista y los de Jesús. Mientras los primeros proclamaban la superioridad de Juan, ya que el propio Jesús se había hecho bautizar por él, los segundos lo consideraban simplemente como un “precursor” o, como se lee en este mismo texto, un “testigo de la luz”.

  En la misma línea, el autor del cuarto evangelio lo convierte en el primer y más importante “testigo” de Jesús, de quien le hace afirmar que “existía antes que yo”.

 Tal afirmación encaja perfectamente en el llamado “Prólogo” de ese mismo evangelio, un himno litúrgico que celebra la preexistencia del Logos, encarnado en Jesús de Nazaret.

  En términos religiosos teístas, la preexistencia se aplica únicamente a Dios, pensado como un ser separado que, sin embargo, transcendería el espacio y el tiempo, y sería el creador del universo. Dios, sencillamente, es, sin ninguna limitación. Fuera de Dios, todo “ex-iste” en el tiempo.

  Más allá de la lectura teísta, entendida en su literalidad, cabe otra que, en cierto modo, queda también “apuntada” en ella, aunque realizada ahora en clave transpersonal y no-dual.

 Parece claro que los humanos hemos hecho de Dios una “persona” a nuestra propia medida o, al menos, según nuestras referencias. Sin embargo, la realidad se revela como transpersonal –superando las categorías de lo personal y de lo impersonal– y la comprensión no-dual muestra la radical no-separación profunda de todo lo que es.

 Con estas claves, la realidad es un abrazo –o incluso, si se prefiere, un “juego”– entre el “Fondo” único, común y compartido –que sencillamente, es– y las “Formas” que percibimos a través de los sentidos y de la mente –impermanentes y fugaces–, en las que aquel Fondo se despliega.

  Lo que es, el Fondo de lo real, es no-nacido. Las formas aparecen en un tiempo y un espacio determinado.

 ¿Y nosotros? Compartimos esa misma “doble dimensión” de lo real: somos una persona –histórica e impermanente– y somos, a la vez –esa es nuestra paradoja–, la consciencia que la genera y en la que se expresa. Lo cual significa que, en nuestra identidad profunda, somos no-nacidos. Lo que somos, lo que es, preexiste al tiempo y lo transciende: nacimiento y muerte son solo formas que la vida atemporal e ilimitada adopta. Las forman nacen y mueren; la vida que somos permanece.

 Una vez más, lo que se afirma de Jesús –tal como hace el Prólogo del cuarto evangelio– se aplica a todos nosotros. Esa es la gran revelación.

¿Vivo perdido en las formas o me abro a aquello que las sostiene?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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No siempre se puede estar contento, pero sí que podemos vivir en serenidad

Domingo, 13 de diciembre de 2020
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juanDel blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

  1. Nota introductoria

         Este año nos toca leer el Evangelio de Marcos, pero en ciertas fiestas importantes: Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua, se recurre al Evangelio de Juan.

Y una de las claves de lectura del evangelio de Juan es el “Yo soy”: Yo soy la luz, soy el pan, yo soy el agua de vida eterna, yo soy el camino, la verdad, yo soy el buen pastor, yo soy la resurrección.

El “Yo soy el que soy” del A Testamento que pronuncia Dios a Moisés, el evangelio de Juan se lo aplica a Xto. Xto es Dios. El Evangelio de San Juan es un “Yo soy” continuo: largas catequesis desde un “yo soy”.

  1. Juan Bautista “no es[1].

Surgió un hombre (v 6). En contraste con Cristo, Juan es presentado como humano: un hombre. Juan Bautista es, pues, un hombre, no Dios. “Yo no soy” (sigamos la teología del evangelio de Juan).

Juan evangelista lo deja bien claro al comienzo cuando presenta a Juan Bautista: “Yo no soy”. Por tres veces dice de sí mismo que “no soy” ni Cristo, ni Elías, ni profeta.

En realidad el hombre es “lo que no es”, pero que espera ser. El ser humano vive de y a la espera del Otro que desea con toda su alma. No somos, pero anhelamos ser.

Pero -como siempre- los judíos, levitas fariseos y sacerdotes: “los del partido”, los amigos de Job, los del obispado, los del poder, siempre dando la vara (v 19). ¿Tú quién eres? ¿Eres tú…? ¿Quién te has creído que eres…? Y es que no hay manera de entenderse con los de “arriba”, con los poderosos, no sea que les quiten el poder. Los sacerdotes y levitas, los poderosos no le peguntan para abrir un diálogo noble, sino para acusar a Juan Bautista. Los poderosos no quieren perder el control sobre el pueblo. Interrogan a Juan porque su prestigio es una amenaza para ellos,

Esto pasa en política, en la Iglesia y donde quiera que haya veinte céntimos de poder.

Posiblemente detrás de tantas preguntas está latiendo un deseo de “ser” como dioses…”

Juan Bautista ni duda ni se cansa de decir: “Yo no soy”.

El “Yo soy” es cosa de Jesús: yo soy la verdad, el agua, el pan, el camino, la luz, el buen pastor, la puerta, el pan, la resurrección, etc.

Juan Bautista es noble: “Yo no soy”, yo soy solamente la voz que clama, la “palabra” es otro: Xto. Yo no soy un ídolo que reclamo para mí la gloria, el brillo político, deportivo, eclesiástico, yo soy un pobre hombre, un icono que os remito al que es: a Cristo.

En la vida sociopolítica y en la vida eclesiástica abunda mucha gente que creen que son, se aplican el “Yo soy” olímpicamente (más bien despóticamente), cuando en realidad son unos “don nadie”.

Estamos llamados en la vida a ser “Juan Bautista”: hombres y mujeres que –primero- escuchamos la palabra y después somos testigos de ella y señalamos (no imponemos) el camino hacia el que es y no nos apropiamos del “Yo soy”. No es muy evangélico creerse “san-dioses”, “salvapatrias”, “superpoderosos”.

Es amable encontrarse con personas sencillas, hombres y mujeres que sin engreimientos y con gestos sencillos, desde su fe en la palabra, nos remiten al que es.

Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las revelado a la gente sencilla. (Lc 10,21)

  1. Esperanzas y gozos: espíritu y alegría-serenidad.

Las dos primeras lecturas nos hablan, nos animan a vivir con gozo, en un buen tono vital, en un espíritu:

+ Isaías: El Espíritu del Señor está sobre mí. Desbordo de alegría en el Señor.

+ San Pablo (1Tesalonicenses): Estad siempre alegres / no apaguéis el Espíritu.

         La vida tiene sus luces y sombras, hay días que mejor si no hubiesen amanecido, que diría Job, y otros días que se nos hacen cortos de felicidad.

         Hay etapas duras en la vida que no invitan a la alegría. Esta larga y áspera pandemia que nos embarga no invita precisamente a la alegría.

         El gozo y la alegría no siempre vienen de manos del éxito, del triunfo, de los números económicos, pastorales, de las votaciones políticas o eclesiásticas, del reconocimiento social, eclesiástico, etc.

Siempre, pero más en los momentos o épocas de debilidad y de sufrimiento, el gozo y la paz en la vida provienen y descansan en Dios, en el Espíritu evangélico del Señor. Y ello es fuente de sosiego profundo en medio de las agitaciones y turbulencias de la vida.

Decía Pablo VI: La vocación cristiana es una vocación al gozo esencial. El cristianismo es gracia, plenitud, felicidad.[2]

         El espíritu del Señor, el tono vital de Cristo, la ultimidad de Dios confiere paz en la vida, serenidad, ánimo, esperanza.

         Intentar transmitir un poco de esperanza, de ánimo, de audacia, es una noble tarea.

         No siempre se puede estar contento, pero sí que podemos vivir en serenidad. Es evidente que en esta pandemia no vamos a estar contentos, pero sí podemos estar serenos porque estamos en Dios porque:hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados, (Mt 10,30).

Tratemos de descansar en el Señor. Bueno sería que la iglesia transmitiera esperanza, y serenidad en estos momentos difíciles para el pueblo. Al menos no recortemos ilusiones y esperanzas, no metamos palos en las ruedas del carro de la esperanza. Es un oficio penoso sembrar desánimo y frustración. Lo peor de estas posturas ultraconservadoras que dominan muchas iglesias locales es que dinamitan la esperanza, la ilusión de muchos creyentes y de la misma iglesia.

  1. El espíritu del Señor

Muchas veces nos falta ánimo, nos venimos abajo en la vida. Es natural. Somos humanos y, por tanto, débiles.

  • o A veces nuestra vida es el mismo caos del Génesis, pero el Espíritu de Dios se cierne también sobre nuestras aguas y surgirá la luz y el sentido (Gn 1,2-3).
  • o Somos poco más que barro, necesitamos de su aliento vital, ganas para vivir. (Gn, 2,7)
  • o En ocasiones no sabemos por dónde tirar: dudas y oscuridades nos embargan en la vida, el espíritu es luz que ilumina y da fuerzas en nuestro caminar (Ex 13, 21).
  • o Muchas veces en las asperezas familiares, eclesiásticas el Espíritu de Dios nos envuelve y acaricia con su suave (1Re 19, 12).
  • o Es el mismo espíritu, señor y dador de vida, el que hizo fecunda a María, (Mt 1, 18).
  • o El Espíritu de Dios está sobre Jesús y es quien le envía a liberar a los oprimidos. (Lc 4, 18-19).
  • o El Espíritu es quien nos anima y consuela en nuestros desánimos y depresiones. (Jn 16, 7).
  • o Jesús crucificado nos entregó su espíritu cuando volvía al Padre. (Jn 19, 30). De su costado brotó bautismo y espíritu, agua y sangre
  • o El fruto del espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. (Gálatas 5, 23.)
  1. Estad contentos, dad gracias.

         Es la Eucaristía: una acción de gracias por el espíritu que alienta nuestras vidas y por el que es: Cristo.

Estad siempre alegres en el Señor.

[1] El profetismo ha desparecido en la vida de la Iglesia. Y es que las instituciones no necesitan profetas, necesitan funcionarios.

[2] Pablo VI en la Audiencia General del 4. enero.1978.

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“La identidad de Jesús”. 3 Adviento – A (Mateo 11, 2-11)

Domingo, 15 de diciembre de 2019
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03-adv-a-600x873Hasta la prisión de Maqueronte, donde está encerrado por Antipas, le llegan al Bautista noticias de Jesús. Lo que oye le deja desconcertado. No responde a sus expectativas. Él espera un Mesías que se imponga con la fuerza terrible del juicio de Dios, salvando a quienes han acogido su bautismo y condenando a quienes lo han rechazado. ¿Quién es Jesús?

Para salir de dudas, encarga a dos discípulos que pregunten a Jesús sobre su verdadera identidad: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». La pregunta era decisiva en los primeros momentos del cristianismo.

La respuesta de Jesús no es teórica, sino muy concreta y precisa: comunicadle a Juan «lo que estáis viendo y oyendo». Le preguntan por su identidad, y Jesús les responde con su actuación curadora al servicio de los enfermos, los pobres y desgraciados que encuentra por las aldeas de Galilea, sin recursos ni esperanza para una vida mejor: «Los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia».

Para conocer a Jesús, lo mejor es ver a quiénes se acerca y a qué se dedica. Para captar bien su identidad no basta confesar teóricamente que es el Mesías, Hijo de Dios. Es necesario sintonizar con su modo de ser Mesías, que no es otro sino el de aliviar el sufrimiento, curar la vida y abrir un horizonte de esperanza a los pobres.

Jesús sabe que su respuesta puede decepcionar a quienes sueñan con un Mesías poderoso. Por eso añade: «Dichoso el que no se sienta defraudado por mí». Que nadie espere otro Mesías que realice otro tipo de «obras»; que nadie invente otro Cristo más a su gusto, pues el Hijo ha sido enviado para hacer la vida más digna y dichosa para todos, hasta alcanzar su plenitud en la fiesta final del Padre.

¿A qué Mesías seguimos hoy los cristianos? ¿Nos dedicamos a hacer «las obras» que hacía Jesús? Y si no las hacemos, ¿qué estamos haciendo en medio del mundo? ¿Qué está «viendo y oyendo» la gente en la Iglesia de Jesús? ¿Qué ve en nuestras vidas? ¿Qué escucha en nuestras palabras?

José Antonio Pagola

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“¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. Domingo 15 de diciembre de 2019. 3º de Adviento

Domingo, 15 de diciembre de 2019
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03-advientoa3-cerezoLeído en Koinonia:

Isaías 35,1-6a.10: Dios viene en persona y os salvará.
Salmo responsorial: 145: Ven, Señor, a salvarnos.
Santiago 5,7-10: Manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca.
Mateo 11,2-11: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?

La primera y la segunda lectura de hoy, del profeta Isaías y del apóstol Santiago, coinciden en el mensaje: merece la pena esperar, hay que esperar, debemos esperar, porque viene nuestro Dios, él mismo viene en persona, y trae el desquite… Hay que tener paciencia, porque es inminente su llegada, ya está a la puerta…

No dudamos de que esta forma de plantear la esperanza, de vivirla y de transmitirla, ha sido útil y muy eficaz para muchas generaciones anteriores a nosotros, pero tampoco dudamos de que hoy día, ese planteamiento pudiera no servir ya.

– Este motivo aducido clásicamente para fundamentar la esperanza de que Alguien viene, alguien va a irrumpir apocalípticamente en nuestra vida, incluso con inminencia, y de que nuestra esperanza consista en «esperar» (de espera, no de esperanza) su llegada… no resulta hoy ya plausible.

– Ese esquema conceptual según el cual Dios ha anunciado que vuelve, en una segunda venida que sellará el final del mundo, y que nosotros estamos por tanto en un tiempo intermedio, incierto y amenazado por la espada colgante (de Damocles) de esa sorpresa divina que llegará como la visita del ladrón… ha sido una imagen poderosa, que ha cautivado la atención de muchas generaciones, pero que hoy empieza ya a no funcionar.

– Esa idea de que debemos esperar que en el futuro Dios va a castigar a los malos… y así «poner las cosas en su sitio» y vengar las maldades de los que nos han hecho daño… probablemente fue muy efectiva en otro tiempo, como lo ha sido en pedagogía todo lo referente a los premios y castigos, las buenas y las malas notas, pero hoy ya muy pocas mentes lúcidas pueden aceptar que la pedagogía humana infantil pueda ser aplicada al misterio existencial del ser humano.

Aquellas generaciones tenían una comprensión del mundo míticamente religiosa, inserta en las coordenadas de la descripción del mundo que las mismas religiones habían elaborado: un mundo que consistía esencialmente en un «plan de Dios» para poner una prueba al ser humano y llevarlo a otra vida, mejor o peor según mereciera premio o castigo. Dentro de ese «pequeño mundo», dentro de esa cosmovisión religiosista que ocupó por milenios el imaginario de nuestros mayores, funcionaba el hablar de una segunda venida, de la prueba que Dios nos pone, de la amenaza que supone la posible sorpresa del Dios que viene e irrumpe en el mundo para finalizarlo e inaugurar otro eón, el de los premios y castigos. Este imaginario religioso (tradicional, antiquísimo, milenario…) está agotándose, desapareciendo con las generaciones mayores, desvaneciéndose y perdiendo vivacidad y plausibilidad en las generaciones medias, y siendo rechazada en las generaciones jóvenes, en las que no logra ya implantarse. La transmisión de ese tipo de fe se está interrumpiendo.

En el nuevo imaginario o cosmovisión que muchos estamos adquiriendo, fundamentado en la nueva imagen que la cosmología y el conjunto actual de las ciencias nos ofrecen, ya no cabe concebir la realidad tan «antropocéntricamente» como para pensar que todo consiste y todo se reduce a «un plan que Dios ha hecho para probar al ser humano». Al ser humano actual no le resulta ya plausible una espiritualidad que le dice que él es el centro del cosmos, y que este cosmos «ha sido creado simplemente para servir de escenario al drama humano de su salvación ultraterrena»… Y no le resulta plausible tampoco que el misterio tan respetable del más allá sea asociado con y puesto al servicio de la amenaza de castigos o la promesa de premios…

¿Es posible ser cristiano sin aceptar estas imágenes que hoy sentimos como no incorporables a nuestra cosmovisión? Sí, lo es, al costo de purificar nuestra esperanza -y, más ampliamente, nuestra cosmovisión religiosa global- de aquellas imágenes propias de un tiempo que ya no es el nuestro.

En realidad, lo que importa es el contenido profundo, la experiencia espiritual, la dimensión de esperanza (en este caso), no el soporte de categorías, esquemas mentales, cosmovisiones apocalípticas o esquemas de concepción del tiempo de los que echaron mano nuestros antepasados. El cristianismo, a lo largo de su historia, ya ha abandonado muchas imágenes que en su tiempo fueron comunes, que luego se oscurecieron, y que finalmente nos resultaron inaceptables (de algunas de las cuales hoy incluso nos avergonzamos). Durante muchos siglos, el predominio del pensamiento estático, el supuesto de la ahistoricidad, y el desconocimiento del carácter evolutivo de todo, nos ha querido hacer pensar que no podemos cambiar nada, que debemos creer a la letra lo que expresaron nuestros mayores, sin remontarnos a revivir su misma experiencia profunda pero con libertad y creatividad, y que nada puede ser innovado. Pero la misma historia está ahí para mostrar lo contrario a quien sepa y quiera verlo. Y también está ahí el presente: son muchos ya, de hecho, los cristianos/as que «creen de otra manera».

El evangelio de Mateo nos presenta la llamada «prueba mesiánica». Juan el Bautista desde la cárcel manda emisarios para preguntarle a Jesús si es él el esperado o si deben esperar a otro. Jesús no responde con algunas pruebas teologicas, ni con citas bíblicas apologéticas, o con algunos dogmas o doctrinas, sino que se remite y remite a los consultantes a los puros hechos, que pueden ser «vistos y oídos»: «los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios… y a los pobres se les anuncia el Evangelio, la Buena Noticia». Estos «hechos», estas buenas noticias, son la prueba de identidad del Mesías. Y serán, tienen que ser, la prueba de identidad de quienes sigan al Mesías, al Xristós, o sea, los «cristianos». Sólo si nuestra vida produce esos mismos hechos, sólo si somos «buena noticia para los pobres», sólo entonces estaremos siendo seguidores de aquel Mesías, del Xristós, o sea, «cristianos». Leer más…

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15.12.19. Tercer Domingo de Adviento, ciclo A (Mt 11, 2‒11) Los ciegos ven, los cojos anden… Navidad: Las obras de Cristo

Domingo, 15 de diciembre de 2019
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1MACHAERUSfig001-k45D-U204280518739jTH-510x650@abcDel blog de Xabier Pikaza:

Juan Bautista: Salir al desierto para encontrar a Cristo

El evangelio de este domingo 3 de Adviento (ciclo a) tiene dos partes:

1. ¿Eres tú el que ha de venir?  Navidad, obras de Cristo (Mt 11, 2‒6). Pregunta Juan Bautista, preguntan sus discípulos: ¿Eres tú el que ha de venir?

     Jesús responde: los ciegos ven, los cojos andan, los enfermos son curados y los muertos resucitan… Éstas son las obras de la Navidad de la Iglesia. Que los ciegos vean, que los cojos anden, que muertos. Ésta es la Navidad de Jesús, ésta es su Iglesia.

2. ¿Qué habéis salido a buscar al desierto? El Adviento de  Juan (Mt 11, 7‒11). Él preguntaba a Jesús: ¿Eres tú el que ha de venir?  Jesús responde a la gente que Juan es el Adviento: No es una caña movida por el viento, alguien que se deja llevar por conveniencias…; No es hombre de palacio, vestido de lujo a costa de los pobres,  sino un testigo de la justicia de Dios… Aquel que prepara el camino de la Nueva Humanidad, cuando los ciegos vean, los cojos anden… y los muertos resucitan.

 Este mensaje doble, que define la identidad de Jesús (obras del Reino) y la de Juan Bautista (el que prepara su venida) define el mensaje y tarea de este  domingo 3 de  Adviento.

(Imagen 1: Maqueronte, el lugar donde estaba preso Juan Bautista; fortaleza militar, bajo la luz del Adviento)

Pregunta del Bautista. ¿Eres tú el que ha de venir? Las obras del Cristo (Mt 11, 2-6)

03-Cabeza-del-Precursor_Ortodoxos-IconosLa escena conserva un fondo histórico. El mismo Juan Bautista, ya en prisión, antes de ser ajusticiado, podría haber dirigido esta pregunta a Jesús, a través de sus discípulos, aunque parece más probable que la hayan dirigido, en un tiempo posterior, los mismos discípulos de Juan, a quienes hemos encontrado en Mt 9, 14, al lado de los fariseos, ocupándose de ayunos. Pero aquí aparecen ellos solos, los discípulos de Juan. No critican a Jesús, aunque tampoco parecen aceptarle plenamente. Por eso preguntan:

 11 2 Habiendo oído en la cárcel las obras del Cristo, Juan envió desde la cárcel a unos discípulos para preguntarle: 3 ¿Eres tú el que ha de venir, o esperamos a otro?  Jesús les respondió: Id y anunciad a Juan lo que oís y veis: 5 los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena noticia, 6 ¡y dichoso aquel que no se escandalice de mí!

   Conforme a la visión de Mateo, Juan Bautista sólo contaba con agua de purificación, pero anunciaba la llegada de un erkhomenos (venidero: 3, 11) que bautizará en espíritu santo y fuego (3, 11). Por eso, desde la cárcel, en espera de la muerte (cf. 14, 1-12), habiendo escuchado las obras del Cristo (11, 2), Juan envía a sus discípulos para preguntar a Jesús ¿eres tú el erkhomenos? (11, 3), cosa que nosotros, a diferencia del Bautista, ya sabemos.

evangelio-de-mateoJesús responde (Mt 11, 4-6) remitiendo a sus obras, y apareciendo por ellas como el Mesías de los cojos-mancos-ciegos, de los expulsados-enfermos-muertos. De esa forma inaugura la nueva humanidad liberada, a través de unos milagros, esto es, de unas obras de sanación (curar ciegos, cojos y sordos), purificación (limpiar leprosos), y transformación social y escatológica (anunciar la buena noticia a los pobres, resucitar a los muertos). Según eso, la plenitud futura de la humanidad (esto es, el surgimiento de la Iglesia) se interpreta como curación mesiánica, transformación humana[1].

− Los ciegos ven (cf. Mt 11, 5). Al ponerse en contacto con Jesús, algunos ciegos han recobrado la vista. Sobre el contenido físico de esa curación, y sus elementos psico-somáticos y/o religiosos discuten los especialistas, pero es evidente que la presencia de Jesús se expresó en las curaciones, como muestran otros textos de Mateo, 9, 27-30; 20, 30-34 (cf. 15, 31), que recogen elementos de Marcos (curación del ciego de Betsaida y el de Jericó: Mc 8, 22-26 y Mc 10, 46-52), con la tradición del ciego de nacimiento de Jn 9, 1-41. Este motivo de la ceguera (Mt 13, 10-17) y de la curación de los ciegos define la controversia de Jesús con el rabinismo.

Los cojos andan (cf. Mt 11, 5). La tradición recoge curaciones de paralíticos, mancos, encorvados y cojos. Entre las que parecen tener más fondo histórico, puede citarse la del paralítico de Cafarnaúm, Mt 9, 2-7, con la del siervo/amante del centurión (Mt 8, 5-13). Cf. también 15, 30-31; 21, 14. El evangelio se define así como una marcha mesiánica que muchos contemporáneos se negaron a compartir, quedando así (según el evangelio) nuevamente impedidos, cojos, en su situación antigua.

Captura-de-pantalla-2018-08-13-a-las-11.49.34-1 − Los leprosos quedan limpios (Mt 11, 5). No es fácil precisar la enfermedad de la que se trata, pues la palabra “lepra” se aplicaba entonces a una extensa gama de afecciones de la piel, que tenían un intenso carácter social, pues se las consideraba signo de impureza. Los evangelios recuerdan casos de curación de leprosos con probable fondo histórico, como el de Mt 8, 2-4 (cf. Mc 1, 40-45), y presentan a Jesús como sanador de leprosos, de manera que ellos pueden integrarse en la comunidad  cristiana,  rompiendo la barrera que la Ley había establecido (cf. Lev 13-14).pues sus discípulos pueden también curarles (Mt 10, 8).

− Los sordos oyen (Mt 11, 5). La tradición les ha vinculado con los mudos, pues ambas carencias solían ir unidas. En esa línea parece situarse el texto ya citado de Mt 9, 33-34, que reaparece en 12, 22, con motivo de la acusación satánica contra Jesús. Se trata sin duda de un milagro con fuerte simbolismo mesiánico: La novedad de Jesús se expresa en el hecho de que él puede crear (está creando) un grupo de gentes que ven y caminan, que consiguen la pureza y pueden escuchar, abriéndose a la palabra, en contra de aquellos que se encierran en su ceguera y sordera (como veremos en el capítulo de las parábolas: cf. 13, 14-15).

e65dd50f964112487fe55275e19f9b9d− Los muertos resucitan (Mt 11, 5). Más difíciles de valorar son las resurrecciones. Se corrió sin duda la fama de que Jesús las había realizado, haciendo volver a la vida a personas que parecían muertas (cf. Mc 5, 21-43) o que lo estaban de hecho (cf. Mt 9, 18-23), aunque pueda discutirse sobre el carácter “biológico” de los hechos. En este contexto se sitúa la autoridad que Jesús ha concedido a sus discípulos, dándoles el poder de “resucitar a los muertos” (10, 8), con el pasaje profundamente simbólico de 27, 52-53 donde se dice que los cuerpos de muchos que “estaban dormidos” (=muertos) resucitaron en el momento de la muerte de Jesús. De esa forma, su movimiento vinculado a la resurrección de los muertos, unida a la de Jesús, conforme a un motivo que resulta muy cercano al de Pablo, cuando afirma que él está preso como cristiano por creer en la resurrección de los muertos (Hch 24, 15.21; 25, 23).

‒ Y los pobres reciben la buena noticia (11, 5). Pobres (ptôkhoi, mendigos) son aquellos que no pueden mantenerse por sí mismos, pues carecen de trabajo o medios para subsistir, a diferencia de los trabajadores de clase humilde (penêtes) capaces de alimentarse, aunque a costa de un duro esfuerzo. Evangelizar a esos mendigos no es darles un simple mensaje espiritual, sino abrir para ellos un camino (bienaventuranza: 5, 3), con lo que implica de cambio en sus condiciones personales y sociales, de forma que ellos puedan mantenerse (vivir) en dignidad y relacionarse en alegría con otros, y volverse así misioneros, curando a los mismos ricos, como supone el envío de 10, 8-10. Eso significa que la obra de Cristo es “buena nueva para los mendigos”, un cambio social que invierte las estructuras de conjunto de la vida, no sólo en Galilea, sino en todo el mundo conocido[2].

slide_28‒ Y bienaventurado aquel que no se escandaliza de mí (11, 6). Las obras anteriores (sanación, resurrección, liberación de los pobres…) definen la historia y proyecto de Jesús, que ha suscitado un  fuerte rechazo (¡promovido por la oligarquía aldeana de Galilea!), de manera que él mismo se ha visto obligado a completar su respuesta añadiendo: ¡Bienaventurado el que no se escandaliza de mí! Es como si Jesús temiera el “escándalo” no sólo de Juan, sino, y sobre todo, del conjunto de la población, resignada a mantener su estatuto social.

   En un sentido, era más fácil el mensaje del Bautista: Que venga el juicio de Dios y transforme las condiciones del mundo, a la fuerza, desde arriba… Más difícil resulta el “milagro” que Jesús propone: Un  cambio que debe realizarse desde dentro de la misma vida, no por juicio exterior o imposición, sino por nueva creación, no a la fuerza (con hacha, huracán y fuego…), sino por transformación personal y social de los campesinos de Galilea[3]. Leer más…

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Destierro, desconcierto y paciencia. Domingo 3º Adviento. Ciclo A.

Domingo, 15 de diciembre de 2019
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jesus-mas-cerca-de-los-q-sufren-12-12-10Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

Las lecturas no tienen relación entre ellas, pero siguen en la misma onda de los domingos anteriores. La primera (de Isaías) vuelve a tratar uno de los grandes problemas antiguos y actuales: el de los deportados y desplazados. El evangelio se relaciona de forma muy estrecha con el del domingo precedente (que este año no hemos leído debido la solemnidad de la Inmaculada): la actividad de Jesús provoca el desconcierto de Juan Bautista. La carta de Santiago ofrece un nuevo consejo para vivir el Adviento.

  1. Destierro y repatriación de hace siglos; refugiados y desplazados de ahora

            Los dos primeros domingos de Adviento nos recuerdan los graves problemas de la guerra y las injusticias, ofreciendo como contrapartida la esperanza de la paz y un nuevo paraíso. El texto de Isaías de este tercer domingo aborda otra de las grandes experiencias que tuvo el pueblo de Israel: la del destierro.

            La primera deportación importante la sufrieron los israelitas del norte a finales del siglo VIII a.C. (año 720). Pero las más famosas fueron las que tuvieron como protagonistas a los judíos a comienzos del siglo VI a.C. (años 598 y 586). Fue grande la tragedia, angustia y odio que provocaron estas deportaciones. Pero más fuerte aún fue en muchos casos, no siempre, el deseo de volver a la patria. Numerosos textos proféticos en los libros de Jeremías, Ezequiel, Isaías, anuncian esta repatriación.

            En esta línea se orienta la primera lectura del tercer domingo de Adviento. Para comprenderla debemos recordar que el camino de miles de kilómetros entre Babilonia y Jerusalén no era entonces (tampoco ahora) una maravillosa autopista transitada por cómodos autobuses con aire acondicionado. Cualquier caravana que hacía ese largo recorrido tenía la impresión de atravesar un terrible y árido desierto. Un grupo del que formaran parte ancianos, mujeres embarazadas, niños, podía desanimarse fácilmente ante la difícil empresa. El profeta los anima con palabras enormemente poéticas.

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            El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría.

            Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarión. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios.

            Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis.»

            Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará.

            Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará.

         Volverán los rescatados del Señor, vendrán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán.

            Esta lectura del tercer domingo nos obliga a pensar en tantos millones de personas que se encuentran en la misma situación que los antiguos israelitas y necesitan como ellos una palabra y una acción que les lleve esperanza y consuelo.

  1. Desconcierto (Mt 11,2-11)

            Si el domingo pasado hubiéramos leído el evangelio correspondiente al segundo de Adviento, habríamos oído a Juan Bautista hablar de un Mesías enérgico, con el hacha en la mano dispuesto a talar todo árbol improductivo, y con el bieldo para quemar la paja en el fuego. Sin embargo, las noticias que le llegan a la cárcel de la actividad de Jesús son muy distintas.

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos:

«¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»

Jesús les respondió:

-«Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!»

            El comienzo es muy significativo: «Juan se enteró… de las obras que hacía el Mesías». No dice Jesús, sino el Mesías. Y «las obras» se refiere a todo lo que se ha contado anteriormente: palabras, curaciones, misión. Pero lo que debía animar a Juan provoca en él la duda. Había esperado un Mesías que solucionase definitivamente los problemas; dispuesto a cortar el árbol que no diese buen fruto (3,10), a distinguir entre el trigo y la paja, para quemar lo inútil en una hoguera inextinguible (3,12). Jesús le falla; al menos, lo desconcierta. Actúa de forma muy distinta a como actúa él: no va vestido con una piel de camello, no se alimenta de langostas y miel silvestre, no enseña a rezar a sus discípulos, no les obliga a ayunar, en vez de a dar hachazos se dedica a curar enfermos y contar historias bonitas. Juan, después de estar convencido de que Jesús era el Mesías esperado, se pregunta ahora ‒y le pregunta‒ si hay que seguir esperando a otro.

            La respuesta de Jesús es desconcertante a primera vista: repite lo que Juan ya sabe. Los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Sin embargo, es distinto saber y comprender. Y las obras del Mesías se comprenden cuando son contempladas a la luz de la Escritura. No se trata de saber que Jesús ha curado a dos ciegos, a un mudo, o a un leproso. Lo importante es que en todo eso se está cumpliendo lo anunciado por los antiguos profe­tas.

“Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abri­rán,

saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará” (Is 35,5)

“Vivirán tus muertos, tus cadáveres se alzarán,

despertarán jubilosos los que habitan en el polvo” (Is 26,19)

“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido.

Me ha enviado para la buena noticia a los que sufren” (Is 61,1)

            A partir de esas promesas elabora Jesús su respuesta, que pasa de la enfermedad física (ciegos, cojos, leprosos, sordos) a la muerte y a la evangelización de los pobres. A partir del libro de Isaías se podría haber construido una imagen muy distinta, más en la línea de Juan Bautista. Jesús elige la que solo subraya lo positivo. Y esto puede provocar una reacción en contra. Por eso termina con un serio aviso: «¡Dichoso el que no se escandalice de mí!» Esto es lo que los discípulos de Juan deben comunicarle en la cárcel.

            Este episodio es muy importante para examinarnos de nuestra imagen de Jesús. Generalmente partimos de que Jesús es el Hijo de Dios, segunda persona de la Santísima Trinidad. Por consiguiente, cualquier cosa que diga o haga debe ser perfecta. Esta actitud es muy peligrosa porque impide profundizar en la fe.

            Las palabras y las obras de Jesús desconcertaron a Juan Bautista, escandalizaron a los escribas y fariseos, no fueron entendidas por los discípulos. Es absurdo pensar que nosotros no tendríamos ninguna dificultad en aceptarlas.

            El episodio anterior puede dejar mal sabor de boca con respecto a la figura de Juan Bautista. Por eso, el evangelio añade unas palabras de Jesús sobre él.

Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:

-¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti.” Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.

            Para comprender este pasaje hay que recordar un dato fundamental. Nosotros siempre hemos visto a Juan Bautista en relación con Jesús. Su única misión era anunciar la venida del Mesías. Esto significa una simplificación muy grande. En los ambientes judíos de comienzos del siglo I, Juan Bautista era más conocido que Jesús; y sus discípulos llegaron a Grecia antes incluso que los cristianos. Por otra parte, los episodios ante­riores demuestran que los discípulos de Juan Bautista no perdie­ron su identidad al aparecer Jesús, sino que siguieron vinculados a Juan, viviendo según sus enseñanzas (por ejemplo, con respecto al ayuno).

            Se creó, entonces, entre los discípulos de Jesús y los de Juan cierta tensión sobre quién de los dos era más importante. Aquí se aborda el tema, exaltando a Juan y, al mismo tiempo, poniéndolo en su justo sitio.

            Las afirmaciones son bastante distintas, y a veces enigmáticas. Ante todo, Jesús elogia las cualidades humanas de Juan: firmeza, austeridad. Pero es más que un asceta: es un profeta, e incluso más que eso: el mensajero que prepara el camino del Señor, «el Elías que tenía que venir» (Ex 23,20; Mal 3,1). Por eso, «no ha nacido de mujer nadie más grande que Juan Bautista».

            Sin embargo, la dignidad de Juan radica precisamente en ser el precursor de Jesús, y se queda en el ámbito del Antiguo Testamento. Por eso, «el más pequeño en el Reino de Dios [en la comunidad cristiana] es más grande que él». Esta frase resulta muy dura, pero encaja en la idea bíblica de que los hombres no son lo importante sino Dios y lo que él hace. Encandilarse con la grandeza de las personas, incluso de los mayores santos, no es un buen método para valorar la acción de Dios.

  1. Paciencia (Snt 5,7-10)

El tercer consejo procede de la carta de Santiago y se centra en la paciencia y el aguante, poniendo como ejemplo a personas tan distintas como los campesinos y los profetas.

Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca. No os quejéis, hermanos, unos de otros, para no ser condenados. Mirad que el juez está ya a la puerta. Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor.

  El problema de fondo es el retraso de la vuelta de Jesús, que los primeros cristianos esperaban muy pronto. Por eso el autor de la carta insiste en que «la venida del Señor está cerca» y que «el juez está ya a la puerta». La Iglesia terminó aceptando que la vuelta de Jesús no sería inminente, pero los consejos de la carta siguen siendo válidos para los momentos en los que la vida nos exige paciencia y fortaleza en los sufrimientos.

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Tercer Domingo de Adviento. 15 diciembre, 2019

Domingo, 15 de diciembre de 2019
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Jesús les respondió:
“-Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: las ciegas ven y las inválidas andan; las leprosas quedan limpias y las sordas oyen; las muertas resucitan, y a las pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichosa quien no se sienta defraudada por mí!”

(Mt 11, 2-11)

En el evangelio de este domingo se nos presenta de nuevo la figura de Juan. Igual de decidido que la semana pasada pero también confuso. Se encuentra en prisión y sabe que las cosas pueden empeorar para él. Tiene muy clara su vocación: él no es el Mesías, él simplemente anuncia la llegada del Mesías. Oye hablar de  lo que hace y dice Jesús, y todo junto le confunde. Jesús no es exactamente el tipo de Mesías que esperaba Juan. Por eso, desde la cárcel le envía a sus discípulos con una pregunta directa: “¿eres tú el Mesías o tenemos que esperar a otro?”

Pero la respuesta de Jesús, como siempre, obliga a la responsabilidad y a la toma de postura. Podría haberle dicho: -Juan, tranquilo, yo soy el Mesías, aunque vemos a Dios de distinta manera, no te preocupes que conmigo no te equivocas.

Sin embargo, en lugar de una respuesta tranquilizadora, lo que hace es obligar a Juan a hacer uso de su libertad. Le lleva a otra manera de ver a Dios y de ser Mesías. (Recuerda que la semana pasada Juan nos hablaba de un Dios bastante enfadado, esperando la conversión con el hacha en la mano…)

Jesús le dice: -Nada de hachas, Dios no es un juez permanentemente enfadado. La Buena Noticia es que Dios no se cansa de darnos nuevas oportunidades y sus preferidas son las personas marginadas, aquellas que la Ley y la sociedad han dejado fuera del sistema. Y luego añade: -¡Dichosa quien no se sienta defraudada por mí! Que sería lo mismo que decirle: -Juan o rompes la imagen de Dios que tienes y te vuelves al Dios de la Vida o no podrás ser feliz.

Y nosotras podemos pensar qué imágenes de Dios nos tienen atrapadas sin dejarnos salir tras la huellas del Dios Vivo.

Oración

Dichosa quien no se sienta defraudada por mí. Quien sepa ver en la liberación de quienes más sufren la mano de Dios presente en la historia.

Dichosa la que se deje abrir los ojos a la novedad del Reino. La que se deje movilizar por todo aquello que devuelve la dignidad a las últimas de las últimas.

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Te sentirás defraudado si confías en lo externo.

Domingo, 15 de diciembre de 2019
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1198252518_fMt 11, 2-11

Después de haber hablado de la vida pública de Jesús durante ocho capítulos, el evangelio de Mt vuelve a hablar de Juan de una manera sorprendente. Mt ya nos ha dicho quién es Jesús, pero Juan desde la cárcel no las tiene todas consigo. La pregunta de los enviados es muy concreta, pero él responde a dos cuestiones muy distintas. De sí mismo responde de manera indirecta con lo que dice Isaías del Mesías. De Juan responde por su cuenta y riesgo, de una manera también sorprendente. El relato que nos propone el evangelio de hoy es desconcertante. El Precursor dudando que el anunciado sea auténtico.

¡Cómo que Juan no sabía quién era Jesús! ¿No había dicho que no era digno de llevarle las sandalias? ¿No había dicho que su bautismo era solo de agua, que él bautizaría con Espíritu Santo? ¿No había dicho que él era el que tenía que ser bautizado por Jesús? ¿No había visto al Espíritu bajar sobre él? ¿No había oído la voz del cielo: Este es mi Hijo amado? ¿A qué viene ahora la pregunta ingenua de, si es o no es, el que ha de venir? Podría reflejar la duda por no responder a las expectativas que había sobre el mesías.

Una vez más recordamos que los evangelios no son crónicas de sucesos. Aunque algunas veces puedan hacer referencia a hechos que sucedieron, la intención al relatarlos es aclarar problemas teológicos. El tema que se propone hoy fue muy difícil de resolver para los primeros cristianos, que eran judíos. Su mensaje y su manera de comportarse, nada tenía que ver con lo que los judíos de su tiempo esperaban del Mesías. No se trata de hablar de Juan, cuanto de intentar que todos se den cuenta del significado de Jesús.

Los evangelios nacen en una cultura oriental, completamente distinta de la cultura grecorromana donde se desplegó más tarde el cristianismo. En aquella cultura, la manera de comunicar verdades era el relato. Contando una historia, se le dice al interlocutor lo que se le quiere comunicar. Nada que ver con la cultura grecorromana, que había desarrollado un lenguaje lógico, discursivo, racional, que por medio de silogismos accedía y comunicaba la verdad. Sigue siendo una catástrofe para la interpretación del evangelio que nos empeñemos en mirarlo como lenguaje lógico.

Da verdadera pena oír hablar de los relatos de la infancia de Lc y Mt como si fueran historia, cuyo objetivo es comunicarnos lo que pasó. Y todo, sin hacer puñetero caso a los exégetas que llevan más de dos siglos diciendo que esa no es la manera adecuada de entenderlos. No sólo distorsionamos los textos, haciéndoles decir lo que no dicen; sino que nos quedamos sin el verdadero y profundo mensaje, y esto es mucho más grave. Podéis imaginar lo que yo siento cuando veo a una persona salirse de la iglesia por oírme decir que esos relatos no son historia. No hay manera de superar los prejuicios.

Contadle a Juan lo que estáis viendo. No les está diciendo que su misión es curar a los inválidos. Lo que hace Jesús es recordar la manera de hablar de Isaías, para que Juan asociara lo visto con los tiempos mesiánicos anunciados. Ni todos los leprosos van a quedar limpios, ni todos los sordos van a oír, (en realidad no llegan a una docena los milagros que nos cuentan los evangelios). También nos dice Isaías que el lobo habitará con el cordero y la pantera se tumbará con el cabrito, que el desierto y el yermo se regocijarán, que se alegrarán el páramo y la estepa. Estas imágenes no tenemos más remedio que entenderlas como símbolos. ¿Por qué esperamos que las otras no lo sean?

¿Por qué habla de ciegos, sordos, cojos, inválidos, leprosos, y muchos otros colectivos que siguen siendo objeto de marginación? El texto quiere decir que la llegada del Reino tendrá consecuencias para todos, pero sobre todo para los más desfavorecidos. Quiere decir que el que acoja el Reino, saldrá de la dinámica de la opresión y entrará en la del servicio. Por cierto, entre los signos de la presencia del Mesías no hay ni un solo signo religioso. Esto tenía que hacernos pensar. Los cristianos nos olvidamos con frecuencia que, para Jesús, lo primero es el hombre; incluso antes que el culto (Dios).

La buena noticia, que se anuncia a los pobres, es que Dios es Abba para todos. La noticia de que la salvación viene de Dios y ya se la ha concedido a todos. La noticia de que Dios no va a pedirnos cuenta de nuestros pecados, sino que nos ha liberado ya de todos ellos. La noticia de que no son los sabios y entendidos los que descubrirán ese Dios sino los sencillos. La noticia de que no son los que detentan el poder, sea civil o religioso, los que están más cerca de Dios, sino los que lo sufren y padecen. La noticia de que no son lo “buenos” los que encontrarán a Dios de cara, sino las prostitutas y los pecadores.

Ni Juan ni los apóstoles estaban capacitados para entender a Jesús. Su figura no se ajusta al Mesías que ellos esperaban. Jesús rompe todos los moldes, desbarata todas las expectativas. Lo que aporta va en la dirección contraria de lo que esperaban. No viene a imponer nada, sino a proponer una dinámica de servicio. Su actitud de no-violencia, de no defenderse de los enemigos, de no destruir al adversario, escandaliza a todos, incluido a Pedro. No sólo no viene a imponer “justicia” sino que acepta la injusticia en su propia carne. De ahí la frase final de Jesús: “y dichoso el que no se escandalice de mí”.

El Reino no lo hacen presentes los ciegos o sordos o cojos curados, sino el que se preocupa de ellos. Por no tener esto en cuenta, creemos que lo importante es librar al pobre de sus carencias. El objetivo primero debe ser librarme yo de mi inhumanidad. Incluso para un ciego, más importante que ver, es recuperar su humanidad machacada por el que le desprecia. Que esa disponibilidad sea para con un rico o para con un pobre, no tiene ninguna importancia; lo que importa es la actitud. Tampoco importa que al necesitado se le dé un millón o sólo una sonrisa; en ambos casos allí está Dios.

Esa advertencia sirve también para nosotros. Seguimos escandalizándonos porque la salvación que Jesús nos trajo no responde a la que nosotros seguimos esperando. Seguimos sin enterarnos de que el amor que predica Jesús es absolutamente eficaz solo si se hace vida, pero es inútil si se queda en teoría. El amor nunca se pondrá al servicio de nuestro ego para alcanzar provecho personal. El amor va siempre en dirección a los demás y se olvida de sí. Nos empujará siempre a desprendernos de nuestro ego. El amor compasivo es nuestra verdadera naturaleza. El egoísmo es nuestra destrucción.

La inmensa mayoría de las miserias humanas no están a la vista. Todos estamos rodeados de carencias, más importantes que las estrictamente vitales como pueden ser alimento y vestido. La falta de alimento me puede matar biológicamente, pero la falta de amor me mata como ser humano. Todos necesitamos ayuda de los demás en mil aspectos, que ni siquiera queremos reconocer. Pero también yo puedo ayudar a todos los seres humanos que encuentro en mi camino. Cada uno necesitará algo distinto, pero puedo estar seguro de que todos esperan algo de mí. Entraré en la dinámica del Adviento cuando haga presente el Reino, no defraudando al que espera algo de mí.

Meditación

Todos nos sentimos de una u otra manera defraudados.
La realidad no se presenta como nosotros la queremos.
Seguimos esperando que Dios arregle el mundo.
La preocupación inmediata por nuestro ser biológico
puede impedir el descubrimiento de nuestro ser más profundo
y arruinar nuestras posibilidades como seres humanos.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Una caña en el desierto.

Domingo, 15 de diciembre de 2019
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4CDB1E18-D4BF-4D7D-B876-72CBC6F82840Necesito a Jesús y no a algo que se le parezca (C. S. Lewis)

15 de diciembre. DOMINGO III DE ADVIENTO

Mt 11, 2-11

Cuando se marcharon, se puso Jesús a hablar de Juan a la multitud: ¿Qué salisteis a contemplar en al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento

Estas afirmaciones son una construcción literaria que dejan claro quién es Juan y quién es Jesús, sin duda, con características peculiares.

Lo que también debe ser construcción literaria es lo que San Juan evangelista dice en Apocalipsis 1, 7: “Mira que llega entre las nubes: Todos los ojos lo verán”, pues lo que indudablemente es cierto, es que ni llegará entre las nubes ni lo verán nuestros ojos.

Para nosotros los cristianos, lo más transcendente y vital de todas estas desconcertantes visiones, es descubrir la realidad de todo ello, cosa no fácil a lo que parece fue, para las primeras comunidades cristianas.

¿Pero nos han marcado pautas para hacerlo? Los que seguían a Jesús eran hombres y mujeres comunes y corrientes, que ayudaban a los marginados, que vivían viajando, casi siempre sin ningún techo sobre sus cabezas y pasaban gran parte de su tiempo aprendiendo, contemplando en silencio y preparándose para llevar la Buena Nueva al mundo entero, sin forzar voluntades.

Otra característica suya, posiblemente la más destacada era ésta, “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, de Lucas 22, 39, de donde se deriva la necesidad de no ser severo ni juzgar a los demás innecesariamente, porque existe solo un único Juez.

El rabino Akiva ben Iosef, fue  uno de los sabios tanaim, que vivió a finales del sigo I y principios del II, dice que este es el propósito de toda la enseñanza y revelación de la Torá, y que “ama a tu prójimo como a ti mismo” es la totalidad del propósito de todo trabajo espiritual, que la verdad es que cuando dice que tienes que amar a los demás como a ti mismo, en realidad es más que eso: tienes que preocuparte por ellos más de lo que lo haces por ti.

Un tanaim era un sabio que acompañaba a los jueces, citaba los textos cuando era solicitado y agregaba nuevos comentarios.

También todos debemos ser al menos un poco tanaim, y ser capaces de opinar sabiamente sobre cuestiones que nos incumben o incumben a los demás, como lo fueron en estas y otras cuestiones tantas personas.

La sabiduría es la habilidad de una persona para emitir juicios certeros basados en el conocimiento y la experiencia, una destreza que ha sido eminentemente valorada desde la antigüedad, desde las grandes tradiciones filosóficas y religiosas, que nos obliga a observar el mundo en tonos grises, no en blancos y negros únicamente.

Los sabios son especialistas en la que experto en estrategia Roger Martin llamaba el pensamiento integrador, que es la capacidad para mantener dos ideas diametralmente opuestas en su cabeza y saber conciliar éstas en cada situación.

El filósofo alemán (1724-1804) Immanuel Kant, fue claro al respecto: “El sabio puede cambiar de opinión, el necio, nunca”.

Como decía. S. Lewis (1898-1963) apologista cristiano:

“Necesito a Jesús y no a algo que se le parezca”

Y ahora cabe preguntarnos: Qué salimos a contemplar al desierto, ¿cañas sacudidas por el viento?

 

CONÓCETE A TI MISMO

Un director de orquesta necesita ser capaz
de pensar acústicamente, ser espontáneo,
conocer la partitura, dominar la técnica,
y comprender a los músicos.

El principio de la música de cámara es el diálogo,
comprender y respetar que cada instrumento hable de forma diferente,
que cada músico interprete la melodía de distinta manera,
y que al final, todos y todo se funden en el otro.

El Talmud y la Biblia nos enseñan,
no sólo a tratarnos a nosotros mismos,
sino también a nuestro prójimo.

Primer capítulo del Evangelio:
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Los griegos lo interpretaron de este modo:
Γνῶθι σεαυτόν (Conócete a ti mismo),
Porque, como añadió la sibila del Olimpo:
Si te conoces a ti mismo, conocerás a los dioses.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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