Comentarios desactivados en “Dios entre nosotros”. 2 domingo después de Navidad – C (Juan 1,1-18)
El evangelista Juan, al hablarnos de la encarnación del Hijo de Dios, no nos dice nada de todo ese mundo tan familiar de los pastores, el pesebre, los ángeles y el Niño Dios con María y José. Juan nos invita a adentrarnos en ese misterio desde otra hondura.
En Dios estaba la Palabra, la Fuerza de comunicarse que tiene Dios. En esa Palabra había vida y había luz. Esa Palabra puso en marcha la creación entera. Nosotros mismos somos fruto de esa Palabra misteriosa. Esa Palabra ahora se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros.
A nosotros nos sigue pareciendo todo esto demasiado hermoso para ser cierto: un Dios hecho carne, identificado con nuestra debilidad, respirando nuestro aliento y sufriendo nuestros problemas. Por eso seguimos buscando a Dios arriba, en los cielos, cuando está abajo, en la tierra.
Una de las grandes contradicciones de los cristianos es confesar con entusiasmo la encarnación de Dios y olvidar luego que Cristo está en medio de nosotros. Dios ha bajado a lo profundo de nuestra existencia, y la vida nos sigue pareciendo vacía. Dios ha venido a habitar en el corazón humano, y sentimos un vacío interior insoportable. Dios ha venido a reinar entre nosotros, y parece estar totalmente ausente en nuestras relaciones. Dios ha asumido nuestra carne, y seguimos sin saber vivir dignamente lo carnal.
También entre nosotros se cumplen las palabras de Juan: «Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron». Dios busca acogida en nosotros, y nuestra ceguera cierra las puertas a Dios. Y, sin embargo, es posible abrir los ojos y contemplar al Hijo de Dios «lleno de gracia y de verdad». El que cree siempre ve algo. Ve la vida envuelta en gracia y en verdad. Tiene en sus ojos una luz para descubrir, en el fondo de la existencia, la verdad y la gracia de ese Dios que lo llena todo.
¿Estamos todavía ciegos? ¿Nos vemos solamente a nosotros? ¿Nos refleja la vida solo las pequeñas preocupaciones que llevamos en nuestro corazón? Dejemos que nuestro corazón se sienta penetrado por esa vida de Dios que también hoy quiere habitar en nosotros.
Isaías 60, 1-6: La gloria del Señor amanece sobre ti. Salmo responsorial: 71: Se postrarán ante ti, Señor, todos los reyes de la tierra. Efesios 3, 2-6: Ahora ha sido revelado que también los gentiles son coherederos. Mateo 2, 1-12: Venimos de Oriente para adorar al Rey
La época en que se escribe esta parte del libro del profeta Isaías(Tercer Isaías) corresponde a la restauración, es decir, al regreso a Jerusalén de los exiliados en Babilonia, regreso a la gran ciudad de Dios. Cuando este grupo de exiliados llegó a Israel encontró sus ciudades destruidas, sus campos abandonados o apropiados por otras familias, las murallas derruidas y el templo, el lugar donde Yahvé habitaba, incendiado. Esta dramática realidad los desanimó completamente, centrando sus esperanzas y sus motivaciones únicamente en la reconstrucción de sus viviendas y sus campos, dejando de lado la restauración del templo y, con ello, la confianza en la venida gloriosa de Yahvé, quien traería para Israel la salvación plena en la misma historia. Isaías anima la fe de su pueblo, los invita a poner nuevamente su fe y su corazón en la fuerza salvífica de Yahvé, quien traerá la paz y la justicia a su pueblo, por ello Jerusalén será una ciudad radiante, llena de luz, en donde la presencia de Dios como rey hará de ella una nación grande, ante cuya presencia se postrarán todos los pueblos de la tierra. El profeta manifiesta con esta gran revelación que Dios es quien dará inicio a una nueva época para Israel, una época donde reinará la luz de Dios y serán destruidas todas las fuerzas del mal, pues Dios se hace presente en Israel y ya más nadie podrá hacerle daño.
Esta visión profética posee una comprensión muy reducida de la acción salvífica de Dios, ya que es asumida como una promesa que se cumplirá en beneficio única y exclusivamente del pueblo de Israel y no de toda la tierra. Pablo, a través de la carta a los Efesios, ampliará esa comprensión, afirmando que la salvación venida por Dios, a través de Jesús, es para “todos”, judíos y paganos. El plan de Dios, según Pablo, consiste en formar un solo pueblo, una sola comunidad creyente, un solo cuerpo, una sola Iglesia, un organismo vivo capaz de comunicar a toda la creación la vida y la salvación otorgada por Dios. La carta a los Efesios expresa que el misterio recibido por Pablo consiste en que la Buena Nueva de Cristo se hace efectiva también en los paganos, ellos son coherederos y miembros de ese mismo Cuerpo; esto significa que Dios se ha querido revelar a toda la humanidad, actúa en todos, salva a todos, reconcilia a todos sin excepción.
El evangelio que leemos hoy, en la Fiesta de la «Epi-fanía», confirma este carácter universal de la salvación de Dios. Mateo expresa, por medio de este relato simbólico, el origen divino de Jesús y su tarea salvífica como Mesías, como rey de Israel, heredero del trono de David; para ello el evangelista insiste en nombrar con exactitud el lugar donde nació Jesús y en confirmar, a través del Antiguo Testamento, que con su presencia en la historia se da cumplimiento a las palabras de los profetas. Por otro lado, el rechazo de este nacimiento por parte de las autoridades políticas (Herodes) y religiosas (sumos sacerdotes y escribas) del pueblo judío y el gozo infinito de los magos, venidos de Oriente, anuncian desde ya ese carácter universal de la misión de Jesús, la apertura del evangelio a los paganos y su vinculación a la comunidad cristiana. La Epifanía del Señor es la celebración precisa para confesar nuestra fe en un Dios que se manifiesta a toda la humanidad, que se hace presente en todas las culturas, que actúa en todos, y que invita a la comunidad creyente a abrir sus puertas a las necesidades y pluralidades del mundo actual.
En un tiempo como el que vivimos, marcado radicalmente por el pluralismo religioso, y marcado también, crecientemente, por la teología del pluralismo religioso, el sentido de lo «misionero» y de la «universalidad cristiana» han cambiado profundamente. Hasta ahora, en demasiados casos, lo misionero era sinónimo de proselitismo, de «convertir al cristianismo» a los «gentiles», y la «universalidad cristiana» era entendida desde la centralidad del cristianismo: éramos la religión central, la (única) querida por Dios, y por tanto, la religión-destino de la humanidad. Todos los pueblos (universalidad) estaban destinados a abandonar su religión ancestral y a hacerse cristianos… Tarde o temprano el mundo llegaría a su destino: a ser «un sólo rebaño, con un solo pastor»…
Hoy todo esto ha cambiado, aunque muchos cristianos (incluidos muchos de sus pastores) todavía siguen en la visión tradicional. Buen día hoy, pues, para presentar estos desafíos y para profundizarlos. No desaprovechemos la oportunidad para actualizar también personalmente nuestra visión en estos temas. En la RELaT (servicioskoinonia.org/relat) hay muchos materiales para estudiar el tema, así como para debatirlo en grupos de estudio o de catequesis.
En el Nuevo Testamento, además de Juan 7,42, encontramos referencias a Belén en las narraciones de Mateo 2 y Lucas 2 acerca del nacimiento del Salvador en la ciudad de David. La tradición de que el Mesías debía nacer en Belén tiene su base en el texto de Miqueas 5,2, donde se señala que de Belén Efrata debía salir quien gobernaría Israel y sería pastor del pueblo. Hoy ya sabemos que Jesús nació probablemente en Nazaret, y que la afirmación de que nació en Belén es una afirmación con intenció teológica.
El término “magos” procede del griego “magoi”, que significa matemático, astrónomo y astrólogo. Estas dos últimas disciplinas eran una misma en la antigüedad, por lo que con ambas se podía estudiar el destino y designio de las personas. Es decir, los «reyes magos» no fueron ni reyes ni magos en el sentido actual de estas palabras; habrían sido astrólogos o estudiosos del cielo. Fue el teólogo y abogado cartaginés Tertuliano (160-220 d.C.) quien aseguró que los magos serían reyes y que procederían de Oriente. En la visita de los magos a Jesús, los Padres de la Iglesia vieron simbolizadas la realeza (oro), la divinidad (incienso) y la pasión (mirra) de Cristo. Leer más…
Comentarios desactivados en “Una historia en cinco etapas”. Domingo 2º después de Navidad
Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:
Presupuesto para entender el Prólogo
Las conquistas de Alejandro Magno, a finales del siglo IV a.C., supusieron una gran difusión de la cultura griega. En Judea, como en todas partes, los griegos ejercían un influjo enorme: cada vez se hablaba más su lengua, se imitaban sus costumbres, se construían edificios siguiendo su estilo, se abrían gimnasios, se enseñaba la doctrina de sus filósofos. Los judíos, al menos la clase alta, estaban encandilados con la sabiduría de Grecia. Sin embargo, algunos autores no compartían ese entusiasmo. Para ellos, la sabiduría griega era un producto reciente, obra del ingenio humano, y tenía su templo en un lugar pagano, Atenas. La verdadera sabiduría es eterna, procede de Dios, y reside en Jerusalén. Esto puede decirse con palabras vulgares, o poéticamente, presentando a la sabiduría como una mujer y contando su historia. Basándonos en diversos textos bíblicos podemos reconstruir esa historia de la Sabiduría.
La historia de la Sabiduría de Dios
1ª etapa: la Sabiduría junto a Dios desde el comienzo (Proverbios 8,22-36).
El Señor me estableció al principio de sus tareas,
al comienzo de sus obras antiquísimas.
En un tiempo remotísimo fui formada,
antes de comenzar la tierra.
Antes de los océanos fui engendrada,
antes de los manantiales de las aguas.
Todavía no estaban encajados los montes,
antes de las montañas fui engendrada.
No había hecho aún la tierra y la hierba
ni los primeros terrones del orbe.
2ª etapa: la Sabiduría y la creación
Cuando colocaba el cielo, allí estaba yo;
cuando trazaba la bóveda sobre la faz del océano;
cuando sujetaba las nubes en la altura
y fijaba las fuentes abismales.
Cuando ponía un límite al mar,
y las aguas no traspasaban su mandato;
cuando asentaba los cimientos de la tierra,
yo estaba junto a Él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano,
todo el tiempo jugaba en su presencia;
jugaba con la bola de la tierra
disfrutaba con los hombres.
Tercera etapa: la Sabiduría se instala en Jerusalén (Eclesiástico, 24).
Por todas partes busqué descanso
y una heredad donde habitar.
Entonces el creador del universo me ordenó,
el creador estableció mi morada:
Habita en Jacob, sea Israel tu heredad.
En la santa morada, en su presencia ofrecí culto
y en Sión me establecí;
en la ciudad escogida me hizo descansar,
en Jerusalén reside mi poder.
Eché raíces entre un pueblo glorioso,
en la porción del Señor, en su heredad.
Sin embargo, cabe la posibilidad de que algunos rechacen los consejos de la sabiduría. De hecho, muchos judíos no aceptaban este mensaje. Otro autor presenta a la Sabiduría como una mujer que se queja de no ser escuchada (Proverbios 1,22-25).
Os llamé, y rehusasteis;
extendí mi mano, y no hicisteis caso;
rechazasteis mis consejos,
no aceptasteis mi reprensión.
En resumen: la sabiduría de Dios está junto a él desde el principio, lo acompaña en el momento de la creación, disfruta con los hombres, se establece en Israel. Pero muchos no disfrutan con ella. Prefieren seguir otro camino, no le hacen caso.
La historia de la Palabra
El autor del Prólogo aplicó las ideas anteriores a Jesús, introduciendo algunos cambios. Ante todo, en vez de llamarlo sabiduría de Dios, prefirió llamarlo la Palabra.
Primera etapa: la Palabra junto a Dios
Al principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios;
ella estaba al principio junto a Dios.
Hay una diferencia notable con el texto sobre la Sabiduría. La sabiduría es creada por Dios. La Palabra, no; existe con él desde el principio. Además, el autor del himno es muy sobrio, no se le ocurre decir que la Palabra jugaba en presencia de Dios.
Segunda etapa: la Palabra y la creación
Todo fue hecho mediante ella,
y sin ella no se hizo nada de lo hecho.
Lo que surgió en ella fue la vida,
y la vida era la luz de los hombres;
y la luz brilla en la tiniebla,
y la tiniebla no consiguió derrotarla.
Parece un trabalenguas, pero es muy sencillo: todo fue creado por la Palabra de Dios. El sol, la luna, las estrellas, las montañas, el mar…, el mármol, la madera, el cristal… Todo ha sido creado por la Palabra de Dios. Y ella, además de haber creado a los hombres, es también nuestra luz. La única novedad, muy importante, es que desde el principio se entabla una lucha entre la luz y la tiniebla; pero la tiniebla no logra imponerse, no puede derrotarla.
Tercera etapa: el mundo, creado por la Palabra, la ignora.
Hasta ahora todo ha ido bien. Dios y la Palabra pueden estar contentos. De pronto, advierten que la Palabra es ignorada por el mundo.
En el mundo estaba,
y aunque el mundo se hizo mediante ella,
el mundo no la conoció.
El mundo no se refiere aquí a los seres inanimados sino a las personas que ignoran a Dios, no lo adoran, o prescinden de él. En autor del Prólogo piensa en todos los pueblos paganos, que podrían haber conocido al Dios verdadero, pero que habían caído en diversas formas de idolatría.
Cuarta etapa: la Palabra decide instalarse en Israel; su pueblo la rechaza
¿Qué hará la Palabra cuando se vea ignorada por el mundo? Para un judío, la respuesta es clara: refugiarse en Israel, el pueblo elegido, igual que hacía la sabiduría: “Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad”. Eso mismo hace la Palabra, pero se encuentra con una desagradable sorpresa:
Vino a su casa,
y los suyos no la recibieron.
Quinta etapa: la Palabra decide hacerse carne y habitar entre nosotros.
La Palabra ha sufrido dos derrotas: el mundo la ignora, su pueblo la rechaza. ¿Qué haría cualquiera de nosotros en su lugar? Quedarse junto a Dios y olvidarse de todos. Afortunadamente, Dios no es así. La Palabra toma la decisión más asombrosa que se puede imaginar.
Y la Palabra se hizo carne
y puso su tienda entre nosotros
y contemplamos su gloria,
gloria de Hijo único del Padre,
pleno de gracia y de lealtad.
Pues de su plenitud todos hemos recibido
gracia tras gracia.
Del optimismo ingenuo al realismo mágico
La historia de la Sabiduría resulta demasiado optimista. El himno puede parecer muy pesimista. Sin embargo, no lo es. Aunque no sea todo el mundo ni todo Israel, hay un grupo, formado por judíos y paganos, dispuestos a acoger a Jesús, a creer en él. Y ésos, todos nosotros, reciben una enorme recompensa.
Pero a los que la recibieron
los hizo capaces de ser hijos de Dios.
Y este grupo contempla su gloria, y de su plenitud recibe gracia tras gracia.
Muy a menudo Dios se nos presenta con una sencillez que nosotros hacemos complicada. Oímos que el Verbo se hizo carne. Y, aunque sepamos qué son los verbos y qué es la carne, la verdad es que parece un misterio bien complicado.
Quizás podemos pararnos a mirar a Jesús como una palabra de Dios. La palabra que pronuncia Dios Padre con su propia voz, se hace real y existe para otros.
Todas las personas que hablamos una lengua no lo hacemos de la misma manera. Hablamos un dialecto (según la zona geográfica), un sociolecto (según la clase social o la edad, por ejemplo), utilizamos un registro más formal o más coloquial. Pero a parte de estas características, hay una manera propia de hablar de cada uno: cada persona usa más unas expresiones y menos otras, repite mucho un término, tiene muletillas… sin ninguna razón. A esto le llamamos “idiolecto”. Es lo más propio de nosotros.
En Jesús escuchamos el idiolecto de Dios. Jesús es la palabra gestada en el interior de Dios, es el deseo de expresión y de comunicación de Dios, el sonido pronunciado por la misma voz de Dios. Es la palabra que queda entre nosotros, que a nuestra vez podemos escuchar, acoger, dejar que haga efecto, que nos impregne, nos despierte, nos remueva, que resuene.
Sabemos bien que las palabras pueden ser dichas sin pensar o salir con la forma que les ha dado pasar un tiempo largo en el corazón. Que pueden alentar o aplastar, humillar o amar, ser dichas para demostrar o para compartir, hacer transparente u ocultar.
La Palabra de Dios, Jesús, es luz, es vida, es gracia, es plenitud para la humanidad.
Oración
Padre, que sepamos pronunciar las palabras de vida que tu Espíritu Santo gesta en nosotras, que sepamos escucharte en la Palabra que has pronunciado en tu Hijo Jesús.
Por dos veces en este corto tiempo de Navidad nos propone la liturgia este evangelio. Ni en dos ni en diez homilías agotaríamos el contenido de esta página de la Escritura; sin duda la más sublime que se haya escrito nunca. Es imposible de comprender desde la racionalidad. Cualquier explicación que demos, será descabellada, porque solo la vivencia interior nos puede aproximar a lo que quiera decir y nunca a comprender todo su sentido. Lo que intentamos a continuación es dar pautas para superar la tentación de explicarlo.
La frase “y Dios era la Palabra” podría traducirse por un ser divino era el proyecto, puesto que “Theos” no lleva artículo. El cambio de perspectiva, demuestra la dificultad que tenemos para aceptar la encarnación. No terminamos de creer que Dios está en el hombre y hacemos decir al evangelio lo que no dice. Haciendo Dios a Jesús nos dispensamos de aceptar a un Dios fundido con lo humano. Ni Dios tiene que hacerse hombre ni Jesús tiene que hacerse Dios. Por Jesús, podemos llegar a saber lo que es Dios. Pero un Dios que no está ya en la estratosfera, ni en los templos sino en el hombre, en todo ser humano.
“… estaba junto a Dios“: Esta frase expresa a la vez dos cosas: Proximidad y distinción. El (pros ton theon) sería: vuelto hacia Dios, volcado sobre Dios. El sentido más aproximado sería: En íntima unión con Dios, fruto de una relación, sin considerarlo absolutamente idéntico a Él. Recordemos que el mismo Jesús dice: “El Padre es mayor que yo”. Aunque también dice: “Yo y el Padre somos uno”. Para un judío era imposible aceptar otro ser equiparado a Dios. En cambio para los griegos, el peligro estaba en interpretar la existencia de otro ser igual a Dios como politeísmo. La primera comunidad cristiana se desarrolló entre las dos culturas. Y tuvo dificultad para expresar la relación de Jesús con Dios.
“En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres”. Otro texto que solemos entender al revés. La iluminación viene precisamente porque ha llegado la Vida. Esta idea va más allá de la mentalidad judía. Para ellos la Ley era la luz que ilumina y salva. Sin luz (Ley) no podía haber vida (salvación). La idea de que la Vida es anterior a la luz es clave para entender el evangelio de Juan. Dios por medio de la Palabra, comunica la Vida, y es esta Vida la que ilumina, la que permite la comprensión de lo que es Jesús y de los que es Dios. Se entiende mal si se quiere ver en Jesús un maestro de verdades que dan vida. Jesús es dador de Vida, porque nos hace descubrir la que el Padre le ha dado a él.
Vino a su casa, pero los suyos no la acogieron. Con frecuencia pasamos por alto esta seria advertencia repetida tres veces. En Jesús se hizo patente Dios, pero a pesar de ello, muy pocos fueron capaces de descubrir esa presencia. Hasta a los más íntimos, que vivieron con él durante años, les costó Dios y ayuda descubrir la realidad de Jesús. Hoy la culpa de que el mundo siga sin reconocer a Jesús la tenemos los que decimos seguirle. Hablamos demasiado de Jesús, pero la verdad es que a la hora de vivir lo que él vivió, dejamos mucho que desear. Si todos los que nos llamamos cristianos lo viviéramos, todo cambiaría.
“Pero a cuantos le recibieron les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre”. Recibir a Cristo significa creer en él, identificarse con él, repetir la actitud y la relación con Dios que él tuvo. “Les dio poder para ser hijos de Dios” no quiere decir que, desde fuera se haya añadido algo a lo que eran. Se trata del descubrimiento de una realidad que está en todos y cada uno de nosotros. Jn deja muy clara la diferencia entre ser Hijo referido a Jesús y ser hijos, referido a nosotros. Determinar esa diferencia es una de las claves para entender todo el mensaje de Juan. “Subo a mi Padre y vuestro Padre…”
En el AT, el título de hijo de Dios se aplicaba: a) A los ángeles. b) Al rey. c) Al Sumo sacerdote. d) Al pueblo judío en conjunto. Ninguna de estas ideas sirve para comprender lo que Juan quiere decir. Los primeros cristianos “Hijo de Dios” lo entienden en sentido mesiánico, el enviado a cumplir una tarea de salvación. Nada que ver con la generación ni con su identidad sustancial con la divinidad. El mensaje de Juan va más allá de todo lo que podemos encontrar en el AT y en la primera comunidad sobre un Mesías Salvador. Este lenguaje es fruto de setenta años de experiencia mística cristiana y muestra una comprensión de Jesús que no podían tener los apóstoles ni sus primeros seguidores.
A pesar de lo dicho, la raíz de la idea de Hijo que Juan quiere trasmitirnos, hay que buscarla en la Sabiduría de los libros sapienciales. Como veíamos en la primera lectura de hoy, la Sabiduría existía antes de la creación, participaba de la Vida Divina y era el agente de la creación. Esta idea unida a la cristología mesiánica da origen a la genial visión de Juan: “Hijo de Dios” o simplemente “el Hijo”. El ser preexistente, vuelto hacia el Padre, que se hace carne para llevar a cabo el encargo (proyecto) del Padre: hacernos hijos.
Es una nueva perspectiva para entender lo que quiere decir el NT con los conceptos de Padre e Hijo. Para un semita, era verdadero hijo el que obedecía en todo al Padre; el que salía al padre. Cuando a una persona se le quería introducir en el ámbito de la familia se le llamaba hijo. Lo más importante de ser hijo, no es la dependencia biológica, sino actuar como el padre actúa. Que Jesús es Hijo de Dios no lo adivinamos porque comprendamos su naturaleza, sino por ver que actúa como Dios. Nacer de Dios sería actuar como Dios.
“Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios”. Juan no da ninguna importancia a la procedencia biológica. Después de dejar clara su preexistencia, comienza su evangelio con el verdadero nacimiento, el del Espíritu. Dice el Bautista: “Yo he visto al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y permanecía sobre él”. Aquí deja claro que la generación biológica no tiene importancia. Lo que importa es nacer de Dios. A Nicodemo le dice Jesús: “Hay que nacer de agua y de Espíritu”.
“Y la Palabra se hizo carne…” Carne es el hombre sometido a su debilidad, pero susceptible de recibir el Espíritu. Carne no es lo contrario de espíritu, sino la posibilidad de que el espíritu se manifieste. En la antropología judía no existía el concepto de alma y cuerpo. Para ellos el ser humano era un todo indivisible; pero se podía descubrir en él distintos aspectos: hombre carne, hombre cuerpo, hombre alma, hombre espíritu. Cuando dice: se hizo carne, quiere decir que la Palabra asumió la totalidad humana hasta lo más bajo del ser humano. La revelación de Dios es una realidad tangible.
La revelación de Dios no es una verdad enseñada sino su misma persona. Al hacerse carne, la Palabra ni dejó de ser Palabra, ni dejó de ser Dios. Al contrario, al hacerse carne la Palabra desarrolla su esencia al máximo. La finalidad de la palabra es comunicar. En la encarnación Dios se comunica de modo insuperable. En la encarnación la Palabra sigue siendo Dios, pero manifestado, Dios-con-nosotros. Todo ser humano de cualquier condición es ahora la nueva localización de la presencia de Dios. Ya no debemos buscar a Dios en la tienda del encuentro ni el templo, sino en el hombre.
«Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros»
Impresionante el prólogo de Juan. Las imágenes de las tinieblas cerrándose a la Luz, o de Dios acampando entre nosotros, son sencillamente geniales. Y lo más importante del pregón: «A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer».
En Jesús hemos visto que Dios es Padre, Palabra y Viento; Padre con el que podemos contar, Palabra que nos señala el camino para que no tropecemos, y Viento que nos empuja a sacudirnos la esclavitud a que nos someten las pasiones y tomar las riendas de nuestra vida.
Y esto significa que Dios no es un arcano inaccesible, sino un sembrador que esparce la semilla de la Palabra continuamente y nos alienta en nuestro caminar por la vida. Y saber cómo es Dios para nosotros es a la vez saber cómo es nuestra vida, es fuente de seguridad, estímulo y luz para los seres humanos.
No es la razón la que descubre o se inventa a Dios, sino que el ser humano lo busca porque su naturaleza lo necesita… y lo encuentra porque Él le sale al encuentro. Para los cristianos, ese lugar de encuentro entre Dios y el hombre es Jesús. Dios se manifiesta en Jesús, un hombre. Dicho de otro modo, en un ser humano, Jesús de Nazaret, el cristiano ve a Dios. Como decía Ruiz de Galarreta: «Éste es el quicio fundamental de quien se llame cristiano: creer que Jesús es visibilidad de Dios sin poner en duda su humanidad».
Dios es la perfecta sabiduría, y Jesús es la sabiduría de Dios ofrecida a los seres humanos. Es la sabiduría de vivir con sentido; de llenar la vida de cosas que merecen la pena; cosas que nos marcan el camino de la felicidad. Y no se trata tanto de salvar el alma —si Dios es Abbá el alma está salvada de antemano—, se trata de salvar nuestra vida de la banalidad, de la mediocridad, del sinsentido, del vacío, de la angustia…
Para un cristiano, Jesús es como una luz encendida en la oscuridad que permite caminar sin tropezar. Si entramos en una habitación oscura no podemos avanzar porque nos tropezamos con sillas y mesas, pero si alguien le da al interruptor de la luz, situamos cada cosa en su sitio y podemos movernos por ella con seguridad.
Jesús es la luz.
Pero hace falta creerle. Fiarnos más de sus criterios que los criterios del mundo; admitir en lo más hondo de nuestro ser que es más dichoso el que comparte que el que acapara, el que sirve que el que se deja servir, el misericordioso que el implacable, la víctima que el verdugo, el que abre sus ventanas de par en para a la luz, que el que se encierra a cal y canto en sus tinieblas.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
Comentarios desactivados en Un grito incómodo, que nos saca de nuestras zonas de confort.
(Jn 1,19-28)
Iniciamos el año con un grito, el de Juan Bautista en el desierto: Preparad el camino al Señor. Un grito es siempre una provocación que reclama atención y pide pasar de la expectación la implicación, de la pasividad al posicionarnos. En este sentido desde este primer versículo, el texto nos recuerda que no podemos contemplar el evangelio nunca desde posturas asépticas o neutrales, sino desde una actitud previa: la del dejarnos afectar. El grito de Juan Bautista es una provocación que nos saca de nuestra zona de confort y nos lleva a preguntarnos cuales son hoy los desiertos donde se hace necesario suscitar condiciones de posibilidad para que la Palabra encarnada de Dios sea reconocida y acogida. Por eso preparar el camino al Señor hoy, en nuestros contextos, pasa por hacernos preguntas incómodas y no quedarnos como comunidades “en lo de siempre” y “con los y las de siempre”.
¿Cómo identificar las necesidades de salvación de las personas que nos rodean en el corazón de nuestros ambientes secularizados y en los que los lenguajes y símbolos religiosos han dejado de significar, pero no por ello exentos de búsqueda de sentido y de anhelo por otro mundo posible? ¿Como universalizar la espiritualidad? Durante siglos espiritualidad y las religiones han ido de la mano como en íntima simbiosis, como si fueran una sola cosa, pero no lo son. La espiritualidad trasciende las religiones y pertenece a toda la humanidad.
El grito de Juan Bautista podemos escucharlo también hoy como el de una humanidad herida que reclama espiritualidad más que religiones. En un mundo donde la mayor pandemia sigue siendo el hambre y la injusta distribución de la riqueza se hace más urgente que nunca una espiritualidad de pan y rosas. Pan para tener de qué vivir (justicia, derechos humanos y sociales: trabajo, vivienda, salud pública y universal, etc) y rosas para entender por qué vivir (reconocimiento, belleza, sentido, gratuidad, trascendencia, etc)
¿Cómo suscitar condiciones de posibilidad que nos lleven a descubrir y gustar que el ser humano y la creación toda estamos habitada por un misterio de Amor, Dignidad y Resiliencia, que no puede ser mercantilizado? ¿Qué nuevos lenguajes, gestos, signos, espacios de cuidados, hemos de poner en práctica para ello? ¿Como echarle paciencia, sabiduría y sensibilidad al acompañamiento de los procesos y a identificar en lo más hondo de los clamores de la humanidad y de la tierra y el clamor de Dios mismo en su encarnación?
Preparar el camino al Señor desde la Betania de nuestras vidas nos supone como a Juan Bautista encarnar nuestras convicciones y creencias en estilos de vida y relaciones que hagan creíble que la esperanza y el amor existen, se hacen históricos y más que respuestas estereotipadas suscitan preguntas y complicidades.
El himno-prólogo del cuarto evangelio constituye un canto a lo realmente real, que es nombrado con el término Logos (luego traducido como Verbum en latín y Palabra en castellano, con lo que, en cierto sentido, perdió la fuerza de su significado original).
Se trata de un texto que intenta armonizar “mapas” diferentes para hacerlos “confluir” en la creencia en Jesús como “Hijo único” de Dios. Tal intento hace que, por momentos, el texto resulte confuso: si bien afirma que el “Logos” es distinto de Dios, añade, sin embargo, que es Dios. No resulta difícil entender que la fe cristiana leyera el texto en clave trinitaria.
Sin embargo, es posible una lectura previa, no teísta, en la que Logos sería el término para referirse a lo realmente real, Aquello que está más allá de todo nombre. En este sentido, sería un término equiparable a estos otros: Tao, Ser, Consciencia, Vida, Totalidad… Y todos ellos apuntan -no pueden hacer más- a Aquello que es la fuente y el “núcleo” último de todo lo real, Lo que es, Plenitud de vida, de luz y de amor.
El evangelio y la creencia cristiana atribuyen esta plenitud a Jesús, en lo que consistió la más grave herejía para el judaísmo: atribuir a un hombre naturaleza divina. Para el estricto monoteísmo judío resultaba algo aberrante.
De manera similar, el cristianismo considera herética la afirmación según la cual, lo que su creencia afirma sobre la persona de Jesús es válido para todos los seres humanos. Por decirlo de modo más preciso: en todos nosotros se cumple lo que este prólogo afirma de Jesús.
Como en él, nuestra identidad última es el Logos, Plenitud de vida, de luz y de amor. No decimos que nuestro “yo” sea todo eso -el yo es solo una “forma” temporal en la que se está experimentando el Logos-, sino que, más allá de la personalidad particular, nuestra identidad es una con todo lo que es. Solo nos queda caer en la cuenta y vivirnos desde ella.
Con lo cual, se hace manifiesta de modo inmediato una primera “moraleja”: siendo plenitud, ¿cómo nos vivimos habitualmente perdidos en la confusión y el sufrimiento que nacen de su “olvido”?
Comentarios desactivados en “Vivir sin acoger la Luz”. 2 Domingo de Navidad – B (Juan 1,1-18)
Todos vamos cometiendo a lo largo de la vida errores y desaciertos. Calculamos mal las cosas. No medimos bien las consecuencias de nuestros actos. Nos dejamos llevar por el apasionamiento o la insensatez. Somos así. Sin embargo, no son esos los errores más graves. Lo peor es tener planteada la vida de manera errónea. Pongamos un ejemplo.
Todos sabemos que la vida es un regalo. No soy yo quien he decidido nacer. No me he escogido a mí mismo. No he elegido a mis padres ni mi pueblo. Todo me ha sido dado. Vivir es ya, desde su origen, recibir. La única manera de vivir sensatamente es acoger de manera responsable lo que se me da.
Sin embargo, no siempre pensamos así. Nos creemos que la vida es algo que se nos debe. Nos sentimos propietarios de nosotros mismos. Pensamos que la manera más acertada de vivir es organizarlo todo en función de nosotros mismos. Yo soy lo único importante. ¿Qué importan los demás?
Algunos no saben vivir sino exigiendo. Exigen y exigen siempre más. Tienen la impresión de no recibir nunca lo que se les debe. Son como niños insaciables, que nunca están contentos con lo que tienen. No hacen sino pedir, reivindicar, lamentarse. Sin apenas darse cuenta se convierten poco a poco en el centro de todo. Ellos son la fuente y la norma. Todo lo han de subordinar a su ego. Todo ha de quedar instrumentalizado para su provecho.
La vida de la persona se cierra entonces sobre sí misma. Ya no se acoge el regalo de cada día. Desaparece el reconocimiento y la gratitud. No es posible vivir con el corazón dilatado. Se sigue hablando de amor, pero «amar» significa ahora poseer, desear al otro, ponerlo a mi servicio.
Esta manera de enfocar la vida conduce a vivir cerrados a Dios. La persona se incapacita para acoger. No cree en la gracia, no se abre a nada nuevo, no escucha ninguna voz, no sospecha en su vida presencia alguna. Es el individuo quien lo llena todo. Por eso es tan grave la advertencia del evangelio de Juan: «La Palabra era luz verdadera que alumbra a todo hombre. Vino al mundo… y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron». Nuestro gran pecado es vivir sin acoger la luz.
Comentarios desactivados en “La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”. 2º Domingo después de Navidad. 03 de enero de 2021.
De Koinonia:
Eclesiástico 24. 1-4. 12-16:La sabiduría de Dios habitó en el pueblo escogido. Salmo Responsorial 147: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Efesios 1, 3-6. 15-18: Nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos. Juan 1, 1-18: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.
(Jn.1,1-18) La Iglesia en este domingo en el que seguimos reviviendo el tiempo de la encarnación de Dios, nos ofrece la oportunidad de profundizar en el misterio del Niño nacido en Belén: “Hay mucho que ahondar en Cristo, –escribió san Juan de la Cruz– porque es como una abundante mina con muchos tesoros, que, por más que ahonden, nunca les hallan fin ni término”.
Por eso hoy oramos con el autor de la carta a los Efesios, que Dios nos “conceda un espíritu de sabiduría y una revelación que nos permita conocerlo plenamente”. El texto evangélico de hoy es un canto al misterio de la Palabra que está en el seno del Padre dirigiéndose a él desde toda la eternidad. Esta Palabra ha puesto su tienda en medio de nosotros, llevando a cumplimiento aquella misericordia de Dios, que existe ya en el Antiguo Testamento en las intervenciones de Dios en favor de su pueblo y en el don de su Palabra.
La Palabra se ha hecho carne; ha querido hacerse uno de nosotros; y a veces este hecho lo tomamos como algo tan natural que no llega a sorprendernos; ¡claro que es sorprendente que Dios haya querido hacerse uno de nosotros, que haya querido morar entre nosotros y vivir entre los hombres! Debe sobrecoger nuestro corazón el conocer que el Dios en el que creemos, el Creador de todo…quiso enviar a su Hijo, a su único Hijo para que pusiera su morada entre nosotros.
Ha acampado para siempre entre nosotros Jesucristo. Creyentes y no creyentes podemos redescubrir en Él valores perdidos, despertar sentimientos positivos, recuperar la alegría de vivir.
Dios está entre nosotros: Se ha hecho hombre, semejante en todo a nosotros menos en el pecado. Hagamos nuestras las palabras del profeta Isaías: Regocíjate, Jerusalem, rompe a cantar a coro, que el Señor consuela a su pueblo y viene a visitarnos.
Cómo no amar y seguir a Dios hecho hombre…si creemos lo que no vemos…cuánto más amar y decidir nuestra vida por el que ha vivido entre nosotros; la Palabra se ha hecho carne; el Verbo eterno de Dios, el que vivía antes de la creación del mundo…se ha bajado y se ha hecho uno de nosotros…para hacer de nosotros hijos de Dios.
Hemos de sorprendernos cada día con este hecho tan admirable…con la encarnación verdadera de Dios; por eso celebramos durante estos 8 días el mismo acontecimiento: Que Dios se ha hecho uno de nosotros, que Dios nos mira con ojos de niño, con la mirada tierna y dulce de un bebé recogido en los brazos de una Madre que nos lo ofrece con todo su amor.
Recibamos a la Palabra con mayúscula, vivamos de verdad su evangelio, su buena noticia y dejémonos amar por El.
Comentarios desactivados en 3 Enero 2021. Dom 2 después de Navidad. “El Principio es la Palabra, Luz de futuro sobre la cueva de la nada”
Del blog de Xabier Pikaza:
El 3 de enero 2021 (donde no se celebra la Fiesta de Reyes o Epifanía), la liturgia católica retoma y reelabora el motivo central de la Navidad, y lo hace con el Evangelio de Juan 1, 1-18, que no repito aquí por bien conocida.
Cada nacimiento es ya una “resurrección”, despliegue y presencia de Dios en forma humana. En un plano somos para “morir”, pero en otro nacemos para “resucitar”, empezando a recorrer el camino de Dios que es la Vida en cada uno y en todos. Somos Palabra encarnada, Llamada de eternidad, Luz de futuro sobre el vacío de la cueva de Nada, y así nos elevamos, para Ser en Plenitud, es decir, en Dios, siendo así nosotros mismos, en Amor.
En este contexto quiero ofrecer unas páginas finales de la Teología de la Biblia, donde he vinculado la Navidad con la Resurrección, según el evangelio. Son páginas algo técnicas, pero pueden ayudarnos a entender el contenido y meta de la novedad cristiana de la Vida.
| X. Pikaza
Primera y segunda humanización
La primera se dio cuando el proceso biológico, propio del despliegue de la vida, se abrió por dentro a fin de que surgieran seres conscientes de sí mismos, es decir, personas capaces de escuchar, responder y dialogar, acogiendo y dando vida. Los códigos genéticos siguieron actuando, con su pequeño campo de variantes, pero el genoma se estabilizó de un modo distinto, fuerte,y selectivo. Quedaron marginadas en la rueda de la historia otras formas de humanidad, quizá destruidas por nuestros antepasados. Triunfó el sapiens sapiens que nosotros somos: un animal abierto al pensamiento, enfermizo y genial, violento y capaz de abrirse en formas de comunicación gratuita, un ser cuya evolución no es ya genética sino cultural, pues se realiza a través de la Palabra.
La misma constitución biológica nos impulsó a vivir en un nivel de libertad y palabra personal, de manera que sin ella seríamos inviables como humanos. De aquella ruptura y de aquel nacimiento a la Palabra provenimos, en ella nos mantenemos, como habitantes de dos mundos: somos cuerpo-genoma y persona-libertad, biología y palabra, un haz de deseos violentos y una palabra abierta a la comunicación universal y a la vida compartida. De aquella ruptura provienen las sociedades de la historia, que ahora (año 2021) están en crisis, de manera que el ser humano corre el riesgo de expirar, a no ser que “resucitamos” de un modo distinto, en la Palabra, renaciendo a través del mensaje y camino personal de Dios, como se expresa en el bautismo de Jesús (de los cristianos).
Esta segunda hominización está fundada en la primera y debe conducirnos del plano biológico‒legal en que hemos vivido, superando los riesgos del sistema actual (bajo dominio de Mammón), para pasar a un nivel más alto de comunicación y libertad (en la línea de la pascua y nacimiento de Jesús, Hijo de Dios), a través de la palabra recibida, compartida, regalada[2]. En esa línea, los cristianos afirman que los hombres nuevos han comenzado a realizarse ya en la Pascua de Jesús, actualizada en el bautismo, que hace a los hombre hijos de Dios, presencia suya, portadores de su Gracia, capaces de poner los instrumentos y medios del sistema al servicio del amor personal, es decir, de la Palabra de comunicación en gratuidad, como resucitados.
La humanización mesiánica de Jesús podrá tener momentos traumáticos, como los tuvo la primera, pero el mismo Dios de Cristo la impulsa y sostiene. Ciertamente, la podemos y debemos preparar, pero no planificar técnicamente, pues ella sólo puede avanzar (expresarse, revelarse) por caminos de libertad gratuita, que no están dispuestos de antemano, en la línea de la resurrección de Cristo. Sin duda, esta segunda humanización, centrada en el «gen mesiánico» (que es Cristo), corre el riesgo de quedar aplastada por la opresión de un sistema de violencia económica, social y personal. Pero estamos convencidos de que ella avanzará y será más creadora que la anterior, bajo el impulso de unos hombres y mujeres que se descubren hijos de Dios, portadores de su vida, en Cristo[3].
La primera humanización se dio en forma de paso de la pura biología a la conciencia y pensamiento y de ella emergió lo que hemos sido y todavía somos. La segunda, que se apoya en la primera, pero que la desborda, nos ha de elevar sobre el nivel del pensamiento racional y del sistema económico‒social de violencia, que hemos ido creando en el tiempo, para así recuperar (acoger) el don de la Palabra gratuita de vida que se ofrece y comparte. Sin duda, los poderes culturales que el hombre ha desarrollado (en la línea de Belcebú y Mammón) son importantes. Pero si avanza sólo en esa línea de dominio y esclavitud del sistema económico‒social, el hombre acabará destruyéndose a sí mismo.El modo de vida actual ofrece al hombre grandes posibilidades, pero cerrado en sí, en un plano de ley de poder económico‒social (en línea Mammón), nos acabaría destruyendo[4].
Nuevo nacimiento, es decir: resurrección.
La misión cristiana, centrada en el Nacimiento y Resurrección de Jesús, no quiere convertir simplemente a los no cristianos en cristianos en su forma actual, ni imponer su credo (pues si lo impusiera dejaría de ser credo), sino abrir caminos de comunicación gratuita y donación de vida, en la línea de los hebreos del Éxodo y de los primeros cristianos, renacidos por la resurrección de Jesús. Ese modelo ofrece una propuesta de humanización pascual, fundada en el Cristo, que resucita y vive en los creyentes (formando con ellos un “cuerpo”).
Resurrección y encarnación cristiana. En un sentido, la muerte ha sido un momento esencial del proceso biológico, pues sólo a través del tanteo-error, vinculado a la destrucción de los individuos, ha podido avanzar la humanidad como especie. Ese aspecto de muerte a favor de la especie ha sido recogido en la experiencia sacrificial de muchas religiones en las que el grupo sacrifica y ofrece a Dios la vida de algunos de sus miembros (o unos animales sustitutivos) para expresar y fomentar el bien del conjunto (un tipo de paz dentro del grupo). En esa perspectiva, pero en un nivel más alto, podemos entender la muerte de Jesús, que ha entregado su vida al servicio del Reino, pero no como sacrificio fundado en la violencia de Dios, sino, al contrario, como expresión de la gracia de Dios, que libera a los hombres de la fatalidad del destino y de la muerte, haciéndoles capaces de vivir en amor, dando así vida a los otros.
Esta experiencia nos sitúa ante el Sermón de la Montaña, que interpretamos como mensaje para resucitados mesiánicos. Ciertamente, hay otros rasgos valiosos del evangelio, pero pueden quedar en un segundo plano. En el principio se encuentra la experiencia del amor gratuito que los cristianos han de ofrecer y compartir con todo los hombres y mujeres del mundo, antes de preguntarles por su religión, pues la Biblia no es un libro de imposición eclesial, sino de diálogo y comunicación para los cristianos, en apertura de gracia a todos los hombres y a todos los pueblos[6].
Sólo allí donde la vida se regala (muriendo por los otros) puede surgir una experiencia superior de resurrección, esto es, de nueva y más alta humanidad. Dentro del proceso biológico, las plantas y animales que mueren por la evolución desaparecen y no existen más, pues no tienen individualidad, sólo perduran en sus descendientes. De un modo distinto, en la línea del mensaje y pascua de Jesús, los hombres que entregan o regalan la vida por los otros no mueren (de forma que se acaba lo que han sido), sino que resucitan, porque tienen individualidad, son personas concretas, en Cristo, y de esa forma viven precisamente en aquellos a quienes dan la vida, viviendo en el Dios que les acoge, porque él es, por Jesús, Presencia de Vida, resurrección de los muertos.
Entendida así, la resurrección no es algo del fin de los tiempos, cuando se ratifique la justicia escatológica (como pretendían muchos apocalípticos), sino que empieza en esta misma historia, en gesto de comunicación personal. Desde ese fondo se ilumina un elemento clave del mensaje de Jesús, conforme al cual la ofrenda de la vida a los demás (morir por ellos) significa renacer en Dios, en un nivel más alto, para una forma de vida compartida, resucitando al mismo tiempo en los hombres por quienes y para quienes se ha vivido (cf Mt 16, 25; Jn 12, 25).
En este contexto venimos hablando de una nueva humanización, en la que culmina la primera, para añadir que, invirtiendo el modelo de imposición del sistema dominante (que destruye y mata a los excluidos), el evangelio de Jesús sitúa a los hombres (empezando por los pobres y excluidos), en el comienzo de una nueva humanidad, de forma que la vida de los que mueren renace en la de aquellos que siguen viviendo (y en la de todos los resucitados en Cristo). Teniendo esto en cuenta, los cristianos han podido celebrar el Nacimiento de Jesús (Navidad) como fiesta de la Encarnación de Dios, que se introduce en la trama de la historia humana, pero no para seguir estando arriba, como han supuesto algunos, sino para formar parte del mismo despliegue humano, de manera que todo nacimiento personal es Nacimiento-Presencia de Dios (Navidad, encarnación) y toda muerte en unión con los demás es Pascua de Dios (Resurrección, en Cristo y como Cristo).
Muerte y nuevo nacimiento se vinculan, de tal forma que el proceso de evolución de las especies (que podía interpretarse como voluntad de poder) se traduce como despliegue gratuito y creador de vida, como resurrección en medio de la historia. Frente al sistema que se impone por presión, marginando de manera intolerable a los menos afortunados, el camino de encuentro o comunión en gratuidad se abre a todos los hombres y, de un modo especial, a los pequeños y expulsados.
En la evolución de las especies, la correlación entre vivientes está marcada por la ley selección y victoria de los más fuertes o adaptados, en línea de azar y necesidad. Por el contrario, en este contexto de resurrección, la relación entre los hombres y mujeres se define en términos de comunicación gratuita, con el “triunfo” y resurrección de los marginados, las víctimas del sistema (pero no para imponerse por venganza sobre los dominadores, sino para ofrecer a todos vida). Cada uno existe en la medida en que acoge a los demás y se entrega a ellos, en comunión de vida[7].
Una conclusión abierta. Como vengo diciendo, hemos surgido por evolución biológica. En ese nivel vivimos y en ese seguimos naciendo y muriendo, como seres personales, llamados por Dios a ser en y como él, en un mundo del que no podemos salir, pues somos mundo y como individuos nos hallamos inmersos dentro de un breve proceso vital, que empieza con el nacimiento y termina con la muerte. Pero tampoco nos podemos salvar únicamente en este mundo, en su forma actual, si rompemos de raíz nuestra relación con Dios, que es la Vida total de la Realidad, ni tampoco si empleamos métodos de manipulación y dominio, sin abrirnos a la gratuidad originaria de la Vida de Dios (que es raíz de toda vida). Los proyectos de organización puramente eu-genética y técnica que quieren definir al hombre solamente con métodos de ciencia, acaban siendo destructores, pues borran la Presencia del misterio y se oponen la libertad dialogal y creadora de los hombres[8].
Sin duda, las ciencias genéticas pueden y deben ayudar en un plano exterior, de condicionamientos biológicos, pero ellas resultan incapaces de «crear», pues el hombre no es un artificio que se pueda construir y programar técnicamente(como un PC o computadora), sino un viviente que surge en un proceso de engendramiento personal, por la palabra de otras personas que le llaman a la vida, en gesto de comunicación y afecto donde viene a desvelarse la Palabra‒Presencia suprema, pues de la Palabra de Dios nacemos, y en ella nos movemos y existimos.
Hemos nacido así por la Palabra, como seres racionales, capaces de comunicarnos en un plano simbólico, creando redes objetivas de relación familiar y social, económica y administrativa, que pueden precisarse y culminar en forma de sistema. Significativamente, la organización técnica del sistema (con sus planificaciones económicas y administrativas) se ha olvidado o ha dejado muchas veces en un segundo plano este «mundo de la vida», fundado en la Palabra personal y en la libertad de amor, convirtiendo al hombre en pura máquina.
Pues bien, allí donde los hombres nos cerramos en ese nivel de sistema, como piezas de un gran todo, organizado desde fuera, destruimos nuestro ser más hondo, poniendo nuestra esencia (libertad personal) en manos de algo que nosotros mismos fabricamos, para acabar así muriendo. Aquí no es posible la neutralidad: o nos abrimos a un nivel de gracia superior (de comunicación personal, en libertad) o nos destruimos a nosotros mismos. Quizá pudiéramos formularlo de otra manera: o nos dejamos transformar por la Palabra de Dios que es Cristo, revelación de su Presencia, o acabamos en manos de la Bestia o Diablo que nosotros mismos vamos segregando, como parásito que al fin nos devora.
1.- Debemos renacer en gracia, por amor de (y a) los demás. Por eso, si queremos vivir en plenitud debemos retornar en gesto de fe (reconocimiento agradecido) al lugar del nacimiento, esto es decir, al tiempo y lugar en que surgimos como seres personales. Ésta es nuestra tarea, éste el reto de la antropología bíblica: retornar humildemente con nuestro inmenso saber técnico, con las potencialidades del sistema, al lugar del surgimiento y despliegue humano, al mundo de la vida de Dios, que se expresa en cada uno de los seres personales que nacen y crecen en el mundo. Si el sistema triunfara del todo, logrando imponerse desde arriba y fabricar a los hombres como artefactos, el hombre se destruiría, en la línea de condena a muerte anunciada en Gen 2‒3: “El día en que comáis del fruto del árbol de conocimiento del bien y del mal moriréis…”. No es que nos mate o destruya un Dios, sino que nos destruimos nosotros mismos, a pesar y en contra de Dios[9].
2.- Muerte y nacimiento aparecen así vinculadas, como dos momentos esenciales del mismo proceso humano, desbordando el nivel del puro engendramiento biológico, superando el plano de un sistema de pura fabricación. En sentido estricto, los restantes vivientes y animales no nacen ni mueren, pues carecen de autonomía personal, de forma que no son más que partes o momentos de un único proceso genético. Sólo los hombres nacen de verdad, como Presencia personal de Dios, brotando de su Vida a través de la vida y amor de unos padres (de un entorno social, de una iglesia). Por eso, sólo ellos, los hombres pueden morir realmente, pues de verdad han nacido, y en esa línea debemos añadir que la muerte de aquellos que van dando la vida por los otros es muerte pascual, principio de nuevo nacimiento (morimos dando vida a otros y resucitando en ellos, como Jesús, culminando así como personas en la “memoria” de Dios)[10].
Notas
[1] Las propuesta de Jesús pertenecían a la historia del judaísmo, pero, llevadas hasta el límite e interpretadas de un modo universal, como lo hizo la Iglesia, al menos desde Pablo, ellas rompieron los límites y seguridades del judaísmo nacional, de manera que su antropología (su forma de entender al hombre) terminó apareciendo como peligrosa y contraria al imperio de Roma que respondió crucificándole. En esa línea, el Dios de Jesús no es simplemente aquel que crea y resucita a los hombres al fin de los tiempos (conforme a la experiencia de Abraham), sino aquel que ha resucitado ya a Jesús (cf Rom 4, 17.24), iniciando en la misma historia un camino de Reino.
[2] F. Nietzsche (1844‒1900) quiso anunciar la llegada de un hombre nuevo, que no fuera Jesús, un hombre que sería producto de la gran Naturaleza, en una línea de Voluntad de Poder. Un tipo de sistema económico y científico de la actualidad quiere fabricar esa humanidad con la ayuda de su propaganda, en línea de mercado. La genética intenta suscitarlo con sus poderes técnicos…
[3] Sólo así, desarrollando de un modo gratuito su libertad creadora, como resucitados, los hombres podrán superar el riesgo de encerrarse en una cárcel o jaula de hierro que les esclaviza (M. Weber), sin volverse animales de un parque genético donde un club de nuevos sabios decida lo que han de ser y hacer todos. Los hombres no somos esclavos de cárcel, ni animales de parque, sino vivientes libres, por don de Dios, buscando caminos que conducen al jardín de la vida verdadera, en gratuidad y comunicación universal, como resucitados, en Jesús (cf Gen 2-3; Ap 21-22).
[4] En sí mismo, el sistema se extiende por planificación objetiva, en una línea de poder. En contra de eso, la vida personal sólo se expande y logra mantenerse (resucita) en claves de gratuidad, de donación generosa y vida compartida, que se expresa, desde una perspectiva cristiana, en el nacimiento y pascua de Cristo.
[5] Muchos objetan que la oportunidad de los cristianos ha terminado: ellos han tenido XX siglos para expresar su aportación evangélica, configurando la sociedad al modo de Jesús. ¿Por qué no lo han hecho? ¿Por qué han terminado muchas veces defendiendo con su nueva violencia un sistema sacral de violencia? Ciertamente, han existido fallos, y todo parece indicar que un ciclo del cristianismo ha terminado. Pero en otra perspectiva podemos y debemos afirmar que el despliegue cristiano de los siglos precedentes ha sido fructuoso, aunque no ha logrado expresar plenamente el evangelio, pues ha preparado el terreno, ha creado condiciones para que ahora (en el tercer milenio) pueda expresarse la más honda humanización cristiana.
[6] Si empezamos por un tipo de dogmas o estructuras posteriores no podremos dialogar en fraternidad. En esa línea, las religiones monoteístas, podemos volver a nuestro principio (Éxodo judío, Hégira musulmana, Pascua de Jesús), pero sabiendo que cada religión ha de superar todo privilegio propio, buscando el bien de los demás más que el suyo. En esa línea, los cristianos podrían hablar de una “ventaja” cristiana, pero no como ventaja de superioridad, sino de renuncia creadora, pues ellos han de buscar el bien de los demás (como personas y/o grupos) antes que el propio.
[7] El cristianismo celebra ciertamente esta vida en común y lo hace en sus sacramentos (bautismo, eucaristía), pero sabiendo que no está la vida al servicio de los sacramentos, en cuanto separados, sino al contrario: están los sacramentos al servicio de la vida, que aparece así como experiencia de comunicación que supera las fronteras de la muerte, de manera tolerante y creadora. Me he tomado la libertad de desarrollar algunos pensamiento de G. Theissen, La fe bíblica.Una perspectiva evolucionista Verbo Divino, Estella 2002.
[8] Retomo la lectura bíblica de F. Rosenzweig, La Estrella de la redención, Sígueme, Salamanca 1987, y de mi libro Dios o el dinero. La economía bíblica, Sal Terrae, Santander 2018.
[9] En ese aspecto venimos suponiendo que cada nacimiento humano es una Creación, un momento de la Generación divina. Llegados aquí, debemos reformular la declaración básica del Credo de Constantinopla (año 381 d.C.), diciendo que somos “engendrados, no creados desde fuera”; no somos fabricados como una cosa más, sino que nacemos de Dios como don o regalo único de vida de otros hombres, igual que Jesucristo, es decir, por él.
[10] De esa forma se vinculan nacimiento y muerte, pero de tal forma que la muerte no es un simple retorno al nacimiento, sino resultado de un proceso de generación creadora por el que nos hemos introducido, de un modo personal, en la Vida que es Dios. No volvemos pues al principio, como si nada hubiera sucedido; no podemos olvidar lo que hemos hecho, ni abandonar las experiencias del camino, ni perder nuestra identidad personal, es decir, cristiana. La muerte del creyente no es un simple (vuelve el polvo al polvo, sube el alma al cielo…), sino plenitud del camino realizado en Dios, es decir, resurrección, de forma que por ella llegamos a ser lo que somos: Personas que vienen de Dios y en Dios pueden culminar, alcanzando forma su existencia verdadera, en relación con los demás.
Tener una homilía sobre la Sabiduría de Dios y el Verbo de Dios constituye siempre un gran desafío.
Una buena escapatoria (Efesios 1,3-6.15-18)
El sacerdote puede refugiarse en la segunda lectura. Aunque tampoco es demasiado fácil, contiene ideas importantes, fáciles de entender y que debemos poner en práctica: bendecir a Dios por todos los bienes que nos ha concedido, especialmente por ser sus hijos; darle graciaspor todas las personas buenas que nos han ayudado y siguen ayudando con su ejemplo y su fe; pedirle conocer cada día más y mejor a su hijo Jesucristo, para amarlo y seguirlo. Con esto podrían volver los fieles a sus casas más que satisfechos.
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos. Él nos eligió en Cristo, antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado.
Por eso, habiendo oído hablar de vuestra fe en Cristo y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mis oraciones, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.
La visión optimista sobre la Sabiduría (Eclesiástico 24,1-4.12-16)
Las conquistas de Alejandro Magno, a finales del siglo IV a.C., supusieron una gran difusión de la cultura griega. En Judea, como en todas partes, los griegos ejercían un influjo enorme: cada vez se hablaba más su lengua, se imitaban sus costumbres, se construían edificios siguiendo su estilo, se abrían gimnasios, se enseñaba la doctrina de sus filósofos. Los judíos, al menos la clase alta, estaban encandilados con la sabiduría de Grecia. Sin embargo, algunos autores no compartían ese entusiasmo. Para ellos, la sabiduría griega era un producto reciente, obra del ingenio humano, y tenía su templo en un lugar pagano: Atenas. La verdadera sabiduría es eterna, procede de Dios, y reside en Jerusalén. Esto es lo que dice Jesús ben Sira, autor del libro del Eclesiástico, con un optimismo fuera de lo común.
La Sabiduría existe desde el principio, creada por Dios antes de los siglos; reside en la asamblea del Altísimo, donde es alabada, admirada y bendecida por todos. Entonces Dios decide que traslade su morada a Jerusalén, la ciudad santa y amada, y echa raíces en la porción del Señor. Ni una nube ensombrece el horizonte. La relación entre la Sabiduría eterna y el pueblo de Israel es perfecta.
La sabiduría hace su propia alabanza, encuentra su honor en Dios y se gloría en medio de su pueblo. En la asamblea del Altísimo abre la boca y se gloría ante el Poderoso.
El Creador del universo me dio una orden, el que me había creado estableció mi morada y me dijo: «Pon tu tienda en Jacob, y fija tu heredad en Israel». Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y nunca jamás dejaré de existir. Ejercí mi ministerio en la Tienda santa delante de él, y así me establecí en Sión. En la ciudad amada encontré descanso, y en Jerusalén reside mi poder. Arraigué en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad.
La visión pesimista/optimista sobre el Verbo de Dios (Juan 1,1-18)
Aunque en la Iglesia primitiva se identificó a Jesús con la Sabiduría De Dios, el autor del cuarto evangelio prefiere el término lógos, que a veces se traduce por «Palabra» (término muy frecuente en la teología judía de la época, con claras referencias a los antiguos profetas que recibían la palabra del Señor y la proclamaban) y otras veces por Verbo, como prefiere la última revisión litúrgica.
El Prólogo comienza hablando de ese Verbo con el mismo optimismo que el Eclesiástico: existía desde el principio, estaba junto a Dios, era Dios, todo fue hecho por medio de él, en él había vida y era luz de los hombres.
Pero, cuando Dios decide que el Verbo venga al mundo, «el mundo no lo conoció». Nisiquiera Israel, su propio pueblo. «Vino a su casa y los suyos no lo recibieron». Estamos en las antípodas de esa Sabiduría acogida y alabada de la que hablaba el libro del Eclesiástico.
¿Fracaso total? No. Algunos están dispuestos a recibirlo, se convierten en hijos de Dios y contemplan su gloria, lleno de gracia y de verdad.
Jesús es el mayor regalo de Dios, idea que encaja muy bien uno o dos días antes de la fiesta de los Reyes. Por desgracia, muchos no aprecian ese regalo y lo rechazan. Quienes lo acogemos tenemos motivos de sobra para agradecer la venida de «este Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad».
En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Apéndice:La historia de la Sabiduría de Dios
1ª etapa: la Sabiduría junto a Dios desde el comienzo (Proverbios 8,22-36).
El Señor me estableció al principio de sus tareas,
al comienzo de sus obras antiquísimas.
En un tiempo remotísimo fui formada,
antes de comenzar la tierra.
Antes de los océanos fui engendrada,
antes de los manantiales de las aguas.
Todavía no estaban encajados los montes,
antes de las montañas fui engendrada.
No había hecho aún la tierra y la hierba
ni los primeros terrones del orbe.
2ª etapa: la Sabiduría y la creación
Cuando colocaba el cielo, allí estaba yo;
cuando trazaba la bóveda sobre la faz del océano;
cuando sujetaba las nubes en la altura
y fijaba las fuentes abismales.
Cuando ponía un límite al mar,
y las aguas no traspasaban su mandato;
cuando asentaba los cimientos de la tierra,
yo estaba junto a Él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano,
todo el tiempo jugaba en su presencia;
jugaba con la bola de la tierra
disfrutaba con los hombres.
Tercera etapa: la Sabiduría se instala en Jerusalén (Eclesiástico, 24).
Por todas partes busqué descanso
y una heredad donde habitar.
Entonces el creador del universo me ordenó,
el creador estableció mi morada:
Habita en Jacob, sea Israel tu heredad.
En la santa morada, en su presencia ofrecí culto
y en Sión me establecí;
en la ciudad escogida me hizo descansar,
en Jerusalén reside mi poder.
Eché raíces entre un pueblo glorioso,
en la porción del Señor, en su heredad.
Sin embargo, cabe la posibilidad de que algunos rechacen los consejos de la sabiduría. De hecho, muchos judíos no aceptaban este mensaje. Otro autor presenta a la Sabiduría como una mujer que se queja de no ser escuchada (Proverbios 1,22-25).
Os llamé, y rehusasteis;
extendí mi mano, y no hicisteis caso;
rechazasteis mis consejos,
no aceptasteis mi reprensión.
En resumen: la sabiduría de Dios está junto a él desde el principio, lo acompaña en el momento de la creación, disfruta con los hombres, se establece en Israel. Pero muchos no disfrutan con ella. Prefieren seguir otro camino, no le hacen caso.
Muy a menudo Dios se nos presenta con una sencillez que nosotros hacemos complicada. Oímos que el Verbo se hizo carne. Y, aunque sepamos qué son los verbos y qué es la carne, la verdad es que parece un misterio bien complicado.
Quizás podemos pararnos a mirar a Jesús como una palabra de Dios. La palabra que pronuncia Dios Padre con su propia voz, se hace real y existe para otros.
Todas las personas que hablamos una lengua no lo hacemos de la misma manera. Hablamos un dialecto (según la zona geográfica), un sociolecto (según la clase social o la edad, por ejemplo), utilizamos un registro más formal o más coloquial. Pero a parte de estas características, hay una manera propia de hablar de cada uno: cada persona usa más unas expresiones y menos otras, repite mucho un término, tiene muletillas… sin ninguna razón. A esto le llamamos “idiolecto”. Es lo más propio de nosotros.
En Jesús escuchamos el idiolecto de Dios. Jesús es la palabra gestada en el interior de Dios, es el deseo de expresión y de comunicación de Dios, el sonido pronunciado por la misma voz de Dios. Es la palabra que queda entre nosotros, que a nuestra vez podemos escuchar, acoger, dejar que haga efecto, que nos impregne, nos despierte, nos remueva, que resuene.
Sabemos bien que las palabras pueden ser dichas sin pensar o salir con la forma que les ha dado pasar un tiempo largo en el corazón. Que pueden alentar o aplastar, humillar o amar, ser dichas para demostrar o para compartir, hacer transparente u ocultar.
La Palabra de Dios, Jesús, es luz, es vida, es gracia, es plenitud para la humanidad.
Oración
Padre, que sepamos pronunciar las palabras de vida que tu Espíritu Santo gesta en nosotras, que sepamos escucharte en la Palabra que has pronunciado en tu Hijo Jesús.
Comentarios desactivados en Antes del tiempo existías, eras Palabra de Dios.
Jn 1,1-18
El misterio de la encarnación no es cosa de niños sino algo muy serio. Tan serio que en él nos va la Vida. Retomamos la idea central de la Navidad: La palabra se hizo carne, se hizo vida, se hizo luz. La encarnación es la verdad fundamental del cristianismo, pero no siempre la hemos entendido bien. Estamos sin duda ante la página más sublime de toda la literatura universal que yo conozco. Se trata de himno cristológico anterior a la redacción del evangelio, fruto de la experiencia de una comunidad eminentemente mística. Es una condensación de todo el evangelio. Es prólogo pero podía ser epílogo.
Me parece una osadía atreverme a comentar este texto. Ni tengo la preparación filosófica y teológica suficiente ni la experiencia mística requerida para hincarle el diente. El único consuelo es saber que lo que yo digo no es palabra de Dios, sino solamente un apunte provisional que pueda ayudar a alguno a encontrar la dirección de su propia búsqueda. Querer expresar una experiencia mística con palabras es sencillamente imposible, por eso se recurre a un lenguaje simbólico, poético que violenta el sentido normal de las palabras.
El primer versículo nos dice ya tres cosas sobre Dios y el Logos: Que el Logos está en el origen (en el principio ya existía la Palabra). Que los dos estaban volcados el uno sobre el otro (la Palabra estaba junto a Dios). Que aunque distintos uno y otro eran lo mismo (la Palabra era Dios). No se trata de conceptos trinitarios posniceanos. Al comenzar con la misma palabra que el Génesis, nos está diciendo que la encarnación no es el comienzo de algo nuevo, sino la culminación de la creación. El Logos no comenzó, porque es el origen de todo. Luego se hace carne (comienza a ser en el tiempo) para terminar la creación del hombre. Archno significa principio de tiempo sino origen, fundamento.
La traducción de Logos por Palabra no creo que sea la más adecuada, porque se pierde la originalidad del concepto que quiere trasmitir el texto. La palabra Logos ya existía, pero el concepto al que quiere aludir es nuevo. Esta palabra se encuentra por primera vez en Heráclito. s. VI a C, (precisamente en Éfeso, donde parece que se escribió este evangelio) y significaba la realidad permanente dentro del devenir de la realidad material (panta rei). La utilizan los estoicos, Platón, y Filón de Alejandría que la emplea 1.200 veces en sus escritos. En el NT tiene un amplísimo significado; desde palabra engañosa hasta el sentido cristológico único del prólogo que estamos comentando.
Repito que aquí el concepto es original; no deducible de las distintas tradiciones. Ese concepto no se vuelve a repetir ni siquiera en Juan. El concepto es incomprensible sin la experiencia pascual. Sin una experiencia mística no se puede acceder al significado que se quiere expresar. Podíamos decir que es el Proyecto eterno que en un momento dado se ejecuta. Dios crea por medio de su Palabra. También nos puede ayudar a comprender lo que quiere decir la idea de Sabiduría preexistente de los libros sapienciales.
Es muy interesante la expresión: “junto a Dios“ (pros ton qeon)= vuelto hacia, volcado sobre. Expresa proximidad pero también distinción. Está en íntima unión por relación pero que no se confunda con Dios. Se deja un margen para el misterio. Este dato no siempre lo hemos tenido en cuenta… En griego (Kai qeos en o Logos) y en latín (et Deus erat Verbum), no se dice sólo que la Palabra era Dios, sino también que Dios era la palabra. qeos está aquí sin artículo. Podíamos traducir: lo que era Dios, lo era la Palabra. Para los judíos, Dios era el totalmente trascendente; no podía haber otro. Para los helenistas, el peligro era el politeísmo. Por eso nos dice que ni es una “mónada” ni son dos seres.
“Por medio de la Palabra se hizo todo”. En el AT Dios crea siempre por su Palabra. No se trata de un sonido que emite Dios. Otra vez tenemos que ir más allá del concepto primero. Nos está diciendo que el Logos es origen de todo. Con una redundancia, intenta llevarnos más allá de la misma palabra. Al margen de Dios y del Logos, no existe nada. No se trata solo de lo que existe en el tiempo, sino de todo lo que existe en absoluto.
“En la Palabra había Vida, y la Vida era la luz de los hombres”. No llegamos a la Vida a través de la luz, sino al revés. Aquí Jesús no es un Maestro que nos trae salvación con su enseñanza (como se da a entender en otras cristologías) sino Vida que nos lleva a la comprensión total viviéndola. Para nuestra Vida espiritual, este concepto es clave. Vivir es anterior a comprender. Sin vivencia no se puede comprender nada de Dios.
“Y la tiniebla no la recibió. El mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron”. Esta insistencia tiene que hacernos reflexionar. En Jn se percibe esa lucha incesante entre la luz y la tiniebla. Era una idea que flotaba en el ambiente de la época. En un escrito de Qumrán se dice: Que la luz no sea vencida por las tinieblas. Ni siquiera los suyos fueron capaces de descubrirla. Tenemos aquí el primer reproche al pueblo judío que no fue capaz de ver en Jesús la Vida que podía llevarle a la comprensión de la ley.
Pero a cuantos la recibieron… Vemos que lo anterior era una exageración. Unos no la recibieron pero otros sí la recibieron. Se habla aquí de creer en sentido bíblico. No se trata de la aceptación de verdades sino de la aceptación de su persona. Sería: A los que confían en lo que significa Jesús, les da poder para ser hijos de Dios. Tenemos aquí la buena noticia. El que cree es engendrado como hijo de Dios. En Juan, se advierte una diferencia clara en el concepto de hijo cuando se dice de Jesús y cuando se dice de otros. Para designar a Jesús dice uios y tekna para designar a otros, se emplea aquí y en Jn 11,52.
Es muy importante aclarar, en lo posible, este concepto. En AT se usa la expresión “hijo de Dios” para referirse a los ángeles, al rey y al pueblo. Estos conceptos no sirven ni para aplicarlos a Jesús ni a los demás hombres. Nos dan una pista para poder comprender lo que quiere decir Juan. En el AT, el término hijo, se empleaba con sentido mesiánico. Se decía del enviado a cumplir una tarea de salvación en nombre de Dios. Esta idea, unida a la de la Sabiduría, pudo dar origen al concepto de “Hijo”, ser preexistente vuelto al Padre.
Para los semitas “ser hijo” es, sobre todo, reproducir lo que es el padre, imitar, salir al padre, obedecer. En Jn 5,19 se dice: “Un hijo no puede hacer nada que no vea hacer al padre”. Se descubre que Jesús es Hijo porque actúa como Dios, no porque conozcamos su naturaleza. De ahí que todo el que se adhiere a Jesús y actúa como él, se hace hijo. En contra de lo que se ha intentado tantas veces, no podemos llegar por razonamiento al conocimiento de Jesús como hijo de Dios. Jesús no es hijo de Dios como yo soy hijo de mi padre. Lo importante no es nacer de la carne y de la sangre, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne. Meta de todo lo anterior. Se trata de una nueva presencia de Dios. Dios no está ya en el templo, ni en la tienda del encuentro. Ahora está en Jesús. No se identifica Palabra y Jesús. Se deja un margen para el misterio. Para la antropología semita hombre-carne, hombre-cuerpo, hombre-alma, hombre-espíritu, son aspectos de una solo realidad, el hombre. Se hizo hombre-carne; limitado pero susceptible de Espíritu. Se hizo carne, sin dejar de ser Logos, sin dejar de estar volcado sobre Dios.
“Y habitó entre nosotros”. “eskenosen” significa plantar una tienda para vivir en ella. Hace referencia a la presencia de Dios entre pueblo (tienda del encuentro). También de la Sabiduría se dice: “Habita en Jacob, pon tu tienda en Israel”. Siendo uno de nosotros, levantando su tienda en nuestro propio campamento, hizo presente y visible a Dios.
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Quien a mí me hace Dios, la santa voluntad de Dios traiciona (Goethe)
Domingo II después de Navidad
Jn 1, 1-18.
La Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros.
La Liturgia acaba de inaugurar el añonuevo con la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios. En Gálatas 4, 4, Pablo nos recuerda que “Dios envió a su hijo, nacido de mujer”. Theotokos –la Deípara- es el título que el Concilio de Éfeso (431) dio María en referenia a su maternidad divina. Un grave error teológico, que habría que corregir borrándola del calendario.
Casaldáliga nos dice de ella que el Verbo se hace carne en el vientre de su fe, y entonces sí podemos considerar que en su seno se engendra algo divino. Su mejor título, como el de toda mujer madre sin duda, el de haber dado a luz un ser humano. Todo lo demás, tinieblas de misterio.
Si Juan Evangelista hubiera conocido al toledano Rafael Morales (1918-2005), posiblemente nos hubiera puntualizado su “se hizo hombre” apostillándolo con esta estrofa de un Soneto al Jesús consustanciado por elementos terrenales en el vientre de su madre. De los mismos que hemos sido hechos el resto de los mortales:
El alba tomó cuerpo en tu figura, el aire se hizo carne, los rosales para crear tu piel silente y pura.
Y entonces, como dioses que somos, habremos nacido en nuestra paria, no en el exilio, como reza la novela del rumano Vintila Horia. Una tierra de esperanza que se abre a un horizonte de perspectivas infinitas. Aquí ninguna criatura es apátrida. Todas son terrenales. Sólo las celestiales, si existieran, pudieran considerarse como extrañas.
Quiero ser como él, hombre y sólo hombre, sin ribetes divinos. Pues considero con Goethe que
Quien a mí me hace Dios, la santa voluntad de Dios traiciona.
De todas las nominaciones de Dios, la más notable y sustanciosa es la de Palabra. Sólo ella se hizo encarnación en las entrañas de María. Siento la mía Dios por endiosarse en carne. Por hacerse hijo de él e hijo de María.
Permite Madre que repose mi cabeza en tu seno, y sienta dentro de él lo que con tanta claridad perennemente siento fuera. A Jesús, con el que siempre me encuentro en todas partes cuando recorro todos los caminos de la vida. Déjame que escuche el amor expresado en sus latidos. Quiero sintonizar con ellos y luego hacer que suenen en el bosque del Universo entero los suyos, los tuyos –y por qué no-, los míos.
En su primera intervención navideña, el rey Felipe VI pronuncia un discurso cuyas constreñidas fronteras peninsulares me permito transpasar y elevar algunos de sus contenidos a tono universal. Cualquier religión podría hacerlos suyos y reconocer como propia la resonancia espiritual que los impregna: “Es evidente –ha dicho- que todos nos necesitamos. Formamos parte de un tronco común del que somos complementarios los unos de los otros pero imprescindibles para el progreso de cada uno en particular y de todos en conjunto.
¿No es ésta, acaso, ecuménica música de Evangelio dirigida a todos los que quieren escucharla? ¿O quizás a ninguno?
QUIEN ME HACE DIOS, A DIOS TRAICIONA
¿Un Dios aquí en la Tierra? Lo dijeron los hombres y huyeron las montañas y los bosques. Las aves emprendieron fugaz vuelo y este Globo quedó yermo de vida poblado de desiertos.
La propia raza humana en desvarío, lo reencarnó en uno de los suyos, y todos menos él se lo creyeron.
Un Dios aquí en la Tierra: ¡qué locura!
La vida andaba triste en aquel tiempo buscando por el mundo cementerios.
-“¡Un Dios humano!” lamentaba.
…………………………….
Regresaron las aves. Los bosques y montañas repoblaron de vida los desiertos cuando Jesús pensando en el silencio, como de él cantó Goethe, alzó la voz y dijo:
-“Quien a mí me hace Dios, la santa voluntad de Dios traiciona”.
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Jn 1,1-18
El prólogo del evangelio de Juan nos invita experimentar desde la hondura del corazón el misterio de la iniciativa divina de crear, sostener y acompañar al ser humano. Una iniciativa que se hace Palabra en la vida de Jesús de Nazaret. Una Palabra que se hace frágil y vulnerable a la espera de quien se atreva escucharla, a creer en ella.
El evangelista se aventura en la difícil tarea de expresar una certeza difícil de comunicar: Dios busca el encuentro con el ser humano desafiando cualquier obstáculo, resistiendo cualquier tormenta, afrontando el desafío de mostrarse humano.
En la Palabra está la Vida
Nombrar a alguien es reconocer que existe, que está ahí y su presencia es importante. La palabra que Dios pronuncia en nuestra vida, en la de cada una o cada uno, nos hace singularmente valiosas/os porque es gratuita y profundamente amorosa. En Jesús esa palabra se escribe con mayúscula, pero no por su excepcionalidad o su perfección sino porque la calidad y hondura de su humanidad transparenta lo que es Dios.
En su itinerario vital se fueron tejiendo juntos el misterio y lo cotidiano porque, como dice A. Torres Queiruga “Jesús vivió la filiación tentado, encarnada en la conducta, presentida en la misión y experimentada en la oración”. Así pudo dejar a Dios ser Dios en él. Así pudo ser Palabra de Vida en sus encuentros, en sus gestos y palabras. Y así, hoy podemos acoger en la fragilidad de nuestra existencia el Misterio como lo hizo Nicodemo, como lo hizo la mujer samaritana (Jn 3, 1-21; Jn 41-42), recibiendo las preguntas y construyendo poco a poco las respuestas.
La Palabra es la luz
La luz no tiene fronteras, no se deja atrapar, permanece ahí, aunque la ignores. La luz permite ver, reconocer y encontrar, por eso, Juan afirma que Jesús es la luz porque a pesar de las tinieblas que muchas veces nos rodean, en él podemos vernos, reconocernos, encontrarnos (Jn 8, 12).
La luz es también un símbolo que nos permite intuir el abrazo amoroso de Dios a cada ser humano porque la luz al existir rodea y calienta el mundo. Como la suavidad de una vela encendida, como la fuerza de un fuego reconfortante en la oscuridad de la noche, como la fecundidad del rayo de sol que nutre los campos así es el Dios de la vida, el Dios que crea por amor, el Dios que se hace en Jesús salud, misericordia y perdón. Así, lo experimentaron quienes se acercaron a él para liberar su vida del sufrimiento y la debilidad como el paralitico o la mujer adúltera (Jn 5, 1-9; Jn 8, 1-11).
Cada amanecer vemos llegar la luz como testigo de una promesa, de la posibilidad que ofrece el nuevo día. Cada atardecer se esconde llena de colores y formas dejando un recuerdo único de su presencia. Ese dinamismo de la luz del día es como el de nuestra propia vida que cada mañana se hace promesa, para recogerse en la noche como memoria agradecida de la existencia.
Así también Jesús se hace luz del mundo invitándonos, a confiar, a permanecer en el amor de Dios Padre/Madre como él lo hizo incluso en los momentos oscuros (Jn 15, 1-8). Un amor que no nos adormece con bellas palabras sino un amor que se enraíza en nuestra fragilidad, que nos hace fuertes, que nos hace mejores, porque ilumina lo que somos y nos recuerda que en Dios tenemos siempre un hogar.
La palabra habita entre nosotr@s
Acoger la Palabra que habita entre nosotras/os es, por tanto, consentir en ser hijas e hijos de Dios, reconocernos hermanas y hermanos, ser familia de fe y de destino. Pero esa filiación es un don y una tarea que nos compromete desde la libertad única que nos constituye.
Cuando Jesús anuncia el Reino es a eso a lo que invita, a hacer posible un mundo nuevo creado lazos, sanando corazones, acompañando sueños, posibilitando vidas. Porque ese es el deseo de Dios cuando decidió poner su tienda entre los seres humanos. No es cuestión de propósitos sino de hacer de la vida un propósito. No se trata de alcanzar perfecciones imposibles, sino de hacernos a nosotras/os posibles y accesibles para los/as demás (Jn 1, 16).
Por eso, cumplir la voluntad de Dios o ver su gloria (Jn 1, 14) no es otra cosa que descalzarnos ante un pesebre y disponernos a ser lo mejor de nosotros/as mismos/as para salir al encuentro del otro. El camino no será fácil, pero no caminaremos a oscuras porque confiamos en ese Amor con mayúsculas que aquella primera Navidad se hizo visible entre el llanto y la sonrisa de un niño.
Nuestro poder es sabernos hij@s de un Dios así (Jn 1, 12). A Dios nadie lo ha visto pero siguiendo a Jesús de Nazaret, acogiendo su Palabra y su propuesta podemos encontrarlo pues, parafraseando a L. Boff, sabemos desde el corazón que alguien tan humano solo puede ser Dios.
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Domingo II después de Navidad.
3 enero 2021
Jn 1, 1-18
El “prólogo” del cuarto evangelio parece recoger un himno comunitario de algunos de los primeros grupos cristianos, en el que expresaban dos núcleos centrales de su fe: la preexistencia del Logos (Verbo, Palabra, “Hijo de Dios”) y la encarnación.
Tal fe afirma que Jesús es el “Hijo eterno y único de Dios” que, en un momento histórico, “acampó entre nosotros” para revelarnos el misterio de Dios.
Tales afirmaciones, absolutamente nucleares, incuestionables e incluso entrañables para quienes profesan ese credo, resultan extrañas, lejanas e incluso artificiales para quienes las escuchan desde una cierta distancia cultural. Tan extrañas, al menos, como suenan a los oídos de un occidental moderno todas las mitologías orientales.
Sin embargo, entre ambas posturas –de adhesión literal o de rechazo displicente–, se abre paso una actitud de comprensión que lee ese texto como una metáfora de lo que somos: no-nacidos y encarnados, a la vez.
Habitualmente, nuestros antepasados fueron proyectando fuera –en un Dios y un cielo separados– lo que intuían como Verdad, Bondad y Belleza. En ese proceso, se crea una realidad “paralela” a la vez que se reduce el ser humano a su personalidad separada. Todo lo demás surge como consecuencia de ese paradigma concreto.
Sin embargo, tal modo de ver es solo eso: un paradigma nacido en un momento de la historia humana, un “mapa” para tratar de balizar el “territorio” que escapa a nuestra mente.
La comprensión no-dual –más allá de la propia experiencia de quien la ha experimentado– constituye otro paradigma bien diferente, otro “mapa” que parece más ajustado para dar razón de lo real.
Desde él, preexistencia y encarnación se aplican a nuestra realidad “completa” en su doble dimensión: consciencia ilimitada que “toma cuerpo” en una persona concreta: no-nacidos y encarnados, a la vez.
Tal lectura no nace ahora, sino que se halla presente en diferentes tradiciones sapienciales desde tiempos muy remotos. Si acaso, en la actualidad, está cobrando mayor atención y espacio en la propia auto-comprensión humana.
Con esta clave, se puede releer el “prólogo” en cuestión, refiriéndolo a todos nosotros. En nuestra verdadera identidad, somos Vida y Luz –todo es Vida– y somos, a la vez, seres encarnados y, por tanto, frágiles, vulnerables e impermanentes.
¿Cómo articular esa doble dimensión en nuestra vida cotidiana? Ahí radica el secreto de la sabiduría y eso es lo que marca el camino del aprendizaje: vivir el día a día desde la comprensión de lo que somos en profundidad.
¿Qué lectura hago de nuestra realidad? ¿Qué “paradigma” me resulta más adecuado?
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
Prólogo de san Juan.
Por segunda vez en Navidad escuchamos el comienzo del evangelio de san Juan: en el principio existía la Palabra y la Palabra era luz, vida y creación.
Este prólogo de San Juan es un himno solemne en el que se encuentran ya los temas -la cristología- que el evangelio va a desarrollar: luz – tinieblas, vida, creación…
Esta es una de las páginas más profundas que se hayan escrito para decir algo de lo que es Dios, de lo que es Jesucristo, y de lo que es el hecho de la Encarnación, en esa expresión: el “Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”.
Conocer la Palabra no coincide con estudiar la Biblia.
Conocer la Palabra no es ser un experto en Biblia o conocer de memoria textos de la Biblia. Conocer tiene implicaciones más personales: sobre todo ser creyente. Conocer la Palabra es conocer a Cristo.
Todos conocemos intelectualmente cosas, ideologías, personas, actitudes con las que no comulgamos, no porque sean malas, sino porque no van con nuestra mentalidad o esquema de vida.
Conocer la Palabra, conocer a Cristo significa que a mí ese “asunto” me dice, me llena y quiero vivir en el tono vital cristiano, con mis tinieblas y mi pecado a cuestas. La Palabra se conoce y se acoge en la fe.
Hay personas que están convencidas de la nada: no existe Dios, no hay valores. Eso es también fe, fe en la nada. El nihilismo y pasotismo son también una fe: estar convencido firmemente de la nada.
Conocer la Palabra es acoger a Cristo como piedra angular y sentido de nuestra vida.
A quienes conocen y asumen la Palabra Dios da la capacidad de ser hijos de Dios.
Es decir, pensar y vivir conforme a la Palabra posibilita vivir humanamente, que significa vivir como seres humanos, y si vivimos como personas humanas no estamos lejos de vivir como hijos de Dios.
La Palabra de Dios, que es JesuCristo, es decir: la Luz, la Vida y la creatividad, suponen una llamada a crear personas y comunidades.
La Palabra, lo razonable, la cultura, la Luz, el diálogo en la vida encaminan hacia ser hijos de Dios. La irracionalidad, el vivir en la mera biología, en la pulsionalidad, en la carne y en la sangre, eso no crea humanismo, ni hijos de Dios.
Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. ¿No será que no acogemos la Palabra, el diálogo y la sensatez y por ello la historia de la humanidad es una historia de guerras, odios, enfrentamientos, etc.? ¿No viviremos en tinieblas, porque hemos descartado la luz?
Cuando en la vida personal, profesional, eclesiástica, política no se admite la Palabra, -la luz y la vida, el pensamiento y el diálogo-, significa que no hemos acogido la Palabra y hemos renunciado a ser y vivir como personas y como hijos de Dios.
Por ejemplo: cuando nace un niño, ha nacido -alguien- muy valioso, pero hasta ese momento ha nacido conforme a carne y sangre. Nadie nace cristiano, ni sabio, ni probablemente bueno: queda un largo camino para construir una persona: educación, valores. Y ese camino lo hemos de estructurar con la Palabra. ¿Qué otra cosa es acoger la Palabra sino un largo proceso de educación personal, familiar, escolar, universitaria, social, política?
El ser humano vive de carne y sangre (de pan vive el hombre), pero si vivimos solamente de carne y sangre, morimos.
La Ilustración y la Revolución francesa tuvieron otros graves defectos y tienen grandes lagunas, pero abrieron al ser humano hacia la palabra y hacia la razón.
Quizás el encuentro entre razón y fe, ciencia y fe, Iglesia y mundo, progreso humano y escatología no se ha producido o se ha producido muy esporádicamente y en muchos casos a regañadientes. Pero guste o no guste a políticos y eclesiásticos, es verdad aquello que dijo santo Tomás: la verdad venga de donde venga, viene del Espíritu Santo. Si nacemos de carne y sangre y renacemos de agua y Espíritu, estaremos en camino de ser hijos de Dios, es decir: personas humanas. Él, la palabra nos bautizará en Espíritu.
La Palabra, la fe capacita al ser humano para ser hijos de Dios.
Cuando se acoge la Palabra, ésta cambia el modo de ver y entender la complejidad de la vida. Cuando uno está convencido de un pensamiento, de una ideología, de la fe, esos convencimientos cambian la forma de vivir. No es lo mismo vivir la sexualidad, el trabajo, la raza, la economía-dinero, el poder, las ansias de dominio, la enfermedad, la muerte, etc. siendo cristiano-creyente, que no siéndolo.
La persona razonable, la persona creyente hace y vive las mismas realidades que los demás, lo que ocurre es que las vive de una manera y con un sentido diferentes.
El perdón, la igualdad de hombre y mujer, el respeto a las personas y los pueblos, la no explotación de los más débiles, la generosidad, son valores que no han nacido de la biología (de la carne y de la sangre), sino de la Palabra.
Estas cosas no van ni por votos, ni por poder, ni por nombramientos, ni por ordenamientos jurídicos, sino por acogida de la Palabra, por convencimiento y acogida personal. Cuando la Palabra se encarna en nosotros, entonces comienza a atisbarse un rayo luz, de esperanza de humanismo y de vida.
Que la Palabra, la razón vaya haciéndose un poco carne en nuestra historia por medio de nuestras vidas.
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