4.1.15. Et incarnatus est. “Carne” de Dios
Dom 2. Navidad. Ésta es la palabra más significativa de la historia de occidente, y para nosotros, cristianos, la más importante de la humanidad: Dios se ha “encarnado¨, se ha hecho vida en la “carne/historia” de los hombres, y así le acogemos con fe, y celebramos su misterio en Jesús de Nazaret, que estos días de Navidad nace en la Liturgia. Así lo muestran las dos imágenes de esta postal:
— La primera presenta a unos obispos que celebran, arrodillados, ante los fieles alejados, el nacimiento de Dios, representado en la estrella de mármol frío (estrella de David, de los Magos de Oriente) que está en el suelo.
— La segunda presenta una mano con el niño caliente de vida, la mano del partero/a (o del padre), que recibe al niño del vientre de su madre, ya limpio y sonriente, dispuesto a comenzar la gran carrera de la vida, si le acogemos y amamos como carne de Dios.
Una fe “difícil”
— Muchos hombres y mujeres no lo entienden, no pueden aceptar esta palabra, pues no creen que haya un Dios que pueda y quiera encarnarse (hacerse humano); no creen quizá en Dios, ni tampoco en el hombre como “capaz de ser Dios”. Por eso, un genio de la filosofía como el judío L. Wittgenstein (tan amigo de los cristianos, pero no cristiano) decía que lo más grande que existe es un tipo de filosofía como la de Platón, o un tipo de religión como la de Buda o Mahoma, donde Dios está siempre separado, o no existe, o no se encarna.
— Tampoco muchos “creyentes” de la Iglesia entienden ni aceptan de verdad esta palabra de la “encarnación” (pues son en el fondo más platónicos que cristianos). Dicen que Dios se ha encarnado, pero después entienden esa encarnación de una forma “espiritualista” (¡como rayo de luz por un cristal!), sin aceptar de verdad la “carne” de María (la madre de Jesús), ni la carne de Jesús. K. Rahner decía que en el fondo somos “monofisitas” (no creemos en el hombre); yo añadiría que somos “gnósticos” (no creemos en la carne de Dios, ni por consiguiente en la carne humana)
La fe en el niño, carne de Dios, lo más fácil
Pues bien, sin negar los valores de Buda, de Platón o de Mahoma y los de tantos otros pensadores y profetas (incluidos muchos “platónicos eclesiales”), los cristianos confesamos la encarnación de Dios, tal como fue formulada por el evangelio de Juan (Jn 1, 14) y por el Credo (y se encarnó por obra del Espíritu Santo).
Dios sigue siendo Dios (más Dios que nunca, más misterioso y distinto), y el hombre humano (pequeño y grande…). Pero ese mismo Dios ha querido ser Dios en forma humana, compartir con nosotros su vida, para que nosotros vivamos en la suya.
Eso significa que “todo niño” nace de Dios, con Jesús (Jn 1, 14), como Jesús (Jn 1, 12-13), siendo carne y sangre, deseo de vida, pero carne y sangre de Dios, necesitando la ayuda de otros hombres (mujeres y hombres que le acojan).
Éste es el misterio central de la “tercera misa” de la Navidad, el evangelio de este Segundo Domingo de Navidad (Jn 1, 1-18), un texto que aún no ha entrado de verdad en la conciencia cristiana, pues somos más monofisitas que mesiánicos, más gnósticos que cristianos.
Decimos sin duda esa palabra (e inclinamos la cabeza cuando se canta en la misa solemne ¡Et incarnatus est!). Pero luego no creemos de verdad en ella (aunque el “segundo evangelio” , Jn 1-18m se haya leído en todas las misas hasta el Vaticano II).
No cuesta ver a Dios en la carne/historia de la historia, en los niños que nacen, en los pobres expulsados de la tierra, como “carne” de hambre o de cañón… Por eso es urgente este evangelio de la carne de Dios que nace y espera (germina) en la debilidad fuerte de la vida de los hombres y mujeres de la tierra. Buen comienzo de año, buen domingo II de Navidad.
EL EVANGELIO CRISTIANO
Según ese pasaje (Jn 1, 1-18), que se lee y canta de forma solemne en la misa de este domingo, los cristianos afirmamos que Jesús es la encarnación de Dios, es “todo Dios” siendo “todo hombre”, es decir, carne de la historia. Más que eso no se puede decir, ni menos tampoco si se quiere mantener en su plenitud la herencia del evangelio. En esa línea afirmará el concilio de Nicea que Jesús es Dios (de naturaleza divina) y el de Calcedonia que es perfecto Dios y perfecto hombre (de naturaleza divina y de naturaleza humana)… Esas formulaciones conciliares reflejan un tipo de pensamiento quizá abstracto, que puede y debe re-traducirse. Pero en su base sigue estando este evangelio que nos dice que Jesús es “la carne humana” de Dios.
(a) El mismo Jesús histórico, nacido, muerto y resucitado es la Carne de Dios. Por eso, los cristianos buscamos y vemos a Dios en la “carne”, es decir, en la historia (el mensaje, el amor, el camino) de Jesús, a quien llamamos el Hijo de Dios.
(b) Si Jesús es “carne” de Dios, en él y con él son carne de Dios todos sus “hermanos” y de un modo especial los pobres (como sabe y dice Mr 25, 31-46)… En esa línea, conforme al lenguaje más filosófico de los Concilios (Nicea y Calcedonia) hay que decir que toda la “naturaleza” humana es carne de Dios (revelación de su Ser).
(c) Celebrar la encarnación de Dios en Jesús significa celebrar el valor divino de lo humano y comprometerse al servicio del hombre, de todos los hombres, y en especial de los excluidos de esta sociedad imperial de consumo, que son hermanos de Jesús, carne de su carne, sangre de su sangre, para emplear un lenguaja bíblico y eucarístico.
Texto básico (condensado)
[Dios es Palabra] En el principio era la Palabra y la Palabra era junto a Dios, y la Palabra era Dios. Esta era en principio junto (hacia) Dios.
[Palabra Creadora, luz] Todas las cosas fueron hechas por ella, y sin ella no se ha hecho ninguna. Lo que fue hecho era (tenía) vida en ella y la vida era la luz de los hombres (Jn 1,1-4).
[Todos nacemos de Dios] La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre… Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
[Encarnación plena] Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria, gloria de Unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad (1, 14).
[Revelación] A Dios nadie le ha visto jamás, el Dios unigénito, que estaba en el seno del Padre, ese nos lo ha revelado (1, 18)
BREVE COMENTARIO, DESDE EL FINAL
– A Dios nadie la ha visto jamás.
Esta frase puede interpretarse en un sentido israelita; han sido precisamente ellos, los judíos, los que han afirmado que nadie puede ver a Dios sin morir; ellos son los que después han añadido que el nombre de Yahvé es silencio, que no puede ni decirse; ellos son los que, conforme a 2 Cor 3-4, han querido poner un velo sobre los ojos para no profanar el misterio de Dios.
A Dios nadie le ha visto: su misterio sigue siendo inaccesible. Esta es la verdad final del más hondo judaísmo que, sin embargo, de forma admirable, siglo tras siglo, ha sabido sacar fuerzas de esa trascendencia divina, para confesar a Dios, a través de la fidelidad a la Ley y tradiciones. No creen los judíos en el Hijo de Dios que es Jesús, pero la confesión del misterio divino les ha hecho vivir en actitud de confesión intensa.
– El Dios (Hijo) Unigénito que estaba en el seno del Padre…
Algunos manuscritos dicen “el Hijo Unigénito”, pero los más significativos mantienen esta lectura más difícil, llamando a Jesús Dios Unigénito (monogenest theou, que habita en el seno del Padre, como Luz y Palabra. Estrictamente hablando, la palabra que traducimos como seno del Padre (kolpon tou patrou) significa pecho y, en algún sentido, corazón. Es como si el Hijo existiera reclinado en el pecho del Padre, como el Discípulo Amado lo estuvo en el pecho de Jesús (Jn 12, 23). Pero esa imagen puede llevarnos a tomar a Dios como “un seno de madre” donde habita y crece el Hijo/Dios unigénito. Esta afirmación paradójica del Dios materno, del Padre en cuyo seno (materno) ha surgido y se mantiene el Hijo, es el culmen de la confesión cristiana.
– Ése nos lo ha revelado.
Habitando en el Seno del Padre, Jesús vive (ha vivido) al mismo tiempo entre los humanos, en una historia bien concreta de amor y entrega en favor de ellos. Sólo aquel que ha vivido en los pechos de Dios puede revelar su amor de Padre. Este es el secreto, este el misterio radical del evangelio, que todo el resto del libro de Juan ha querido describir. Leer más…
Comentarios recientes