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La anticipación del triunfo de Jesús. Domingo 2º de Cuaresma. Ciclo B

Domingo, 25 de febrero de 2018
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Ecce Homo +Elisabeth Ohlson Wallin+1998Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El domingo 1º de Cuaresma se dedica siempre a las tentaciones de Jesús, y el 2º a la transfiguración. El motivo es fácil de entender: la Cuaresma es etapa de preparación a la Pascua; no sólo a la Semana Santa, entendida como recuerdo de la muerte de Jesús, sino también a su resurrección. Este episodio, que anticipa su triunfo final nos ayuda a enfocar adecuadamente estas semanas.

El contexto

Jesús ha anunciado que debe padecer mucho, ser rechazado, morir y resucitar. Pedro, que no quiere oír hablar de sufrimiento y muerte, lo lleva aparte y lo reprende, provocando la respuesta airada de Jesús: «Retírate, Satanás». Luego llama a toda la gente junto con los discípulos, y les dice algo más duro todavía: no sólo él sufrirá y morirá; los que quieran seguirle también tendrán que negarse a sí mismos y cargar con la cruz. Pero tendrán su recompensa cuando él vuelva triunfante. Y añade: «Algunos de los aquí presentes no morirán antes de ver llegar el reinado de Dios con poder». ¿Se cumplirá esa extraña promesa? ¿Hay que hacerle caso a uno que pone condiciones tan duras para seguirle?

El cumplimiento: la transfiguración

Seis después tiene lugar esta extraño episodio.

En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.

Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»  Estaban asustados, y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: «Éste es mi Hijo amado; escuchadlo.» De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.» Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos».

El relato podemos dividirlo en tres partes: la subida a la montaña, la visión, la bajada. Desde el punto de vista litera­rio es una teofanía, una manifestación de Dios, y Marcos utiliza los mismos elementos que empleaban los autores del Antiguo Testamento para describirla.

            La subida a la montaña

Es significativo el hecho de que Jesús sólo elige a tres discípu­los, Pedro, Santiago y Juan. La exclusión de los otros nueve no debemos interpretarla sólo como un privilegio; la idea principal es que va a ocurrir algo tan importante que no puede ser presen­ciado por todos. Por otra parte, se dice que subieron «a una montaña alta». Mc usa el frecuente simbolismo de la montaña como morada o lugar de revelación de Dios. Entre los antiguos cananeos, el monte Safón era la morada del panteón divino. Para los griegos se trataba del Olimpo. Para los israelitas, el monte sagrado era el Sinaí. También el Carmelo tuvo un prestigio especial entre ellos, igual que el monte Sión en Jerusalén.

            La visión

En la visión hay cuatro elementos que la hacen avanzar hasta su plenitud.

1) La transformación de las vestiduras de Jesús, que se vuelven «de un blanco deslumbrador, como no es capaz de blanquearlos ningún batanero del mundo». Mc parece sugerir que del interior de Jesús brota una luz deslumbradora que transforma sus vestidos. Esa luz simboliza la gloria de Jesús, que los discípulos no habían percibido hasta ahora de forma tan sorprendente.

2) Elías y Moisés. Curiosamente, el primer plano lo ocupa Elías, considerado en el judaísmo el precursor del Mesías (Eclesiástico 48,10); el puesto secundario que ocupa Moisés resulta difícil de explicar. Moisés es el gran mediador entre Dios y su pueblo, el profeta con el que Dios hablaba cara a cara. Sin Moisés, humana­mente hablando, no habría existido el pueblo de Israel ni su religión. Elías es el profeta que salva a esa religión en su mayor momento de crisis, hacia el siglo IX a.C., cuando está a punto de sucumbir por el influjo de la religión cananea. Sin él, habría caído por tierra toda la obra de Moisés. Por eso los judíos concedían especial importancia a estos dos personajes. El hecho de que se aparezcan ahora a los discípu­los (no a Jesús), es una manera de confirmarles la importancia del personaje al que están siguiendo. No es un hereje ni un loco, no está destruyendo la labor religiosa de los siglos pasados, se encuentra en la línea de los antiguos profetas, llevando su obra a plenitud.

3) En este contexto, las palabras de Pedro proponiendo hacer tres tiendas suenan a simple despropósito. Mc lo justifica aduciendo que estaban espantados y no sabía lo que decía. Generalmente nos fijamos en las tres tiendas. Pero esto es simple conse­cuencia de lo anterior: «qué bien se está aquí». Pedro no quiere Jesús no sufra. Mejor quedarse en lo alto del monte con Jesús, Moisés y Elías que tener que seguirle con la cruz.

4) La nube y la voz. Como en el Sinaí, Dios se manifiesta en la nube y habla desde ella. Sus primeras palabras repiten exactamente las que se escucharon en el momento del bautismo de Jesús, cuando Dios presentaba a Jesús como su siervo. Pero aquí se añade un imperativo: «¡Escuchadlo!». La orden se relaciona con las anteriores palabras de Jesús, que han provocado tanto escán­dalo en Pedro, y con la dura alternativa entre vida y muerte que ha planteado a sus discípulos. Ese mensaje no puede ser eludido ni trivializado. «¡Escuchadlo!»

Este episodio está contado como experiencia positiva para los apóstoles y para todos nosotros. Después de haber escuchado a Jesús hablar de su pasión y muerte, de las duras condiciones que impone a sus seguidores, tienen tres experiencias complementarias: 1) ven a Jesús transfigurado de forma gloriosa; 2) se les aparecen Moisés y Elías; 3) escuchan la voz del cielo.

Lo cual supone una enseñanza creciente: 1) al ver transformados sus vesti­dos tienen la expe­riencia de que su destino final no es el fracaso, sino la gloria; 2) al aparecérseles Moisés y Elías se confirman en que Jesús es el culmen de la historia religiosa de Israel y de la revela­ción de Dios; 3) al escuchar la voz del cielo saben que seguir a Jesús no es una locura, sino lo más conforme al plan de Dios.

            El descenso de la montaña

La orden de Jesús de que no hablen de la visión hasta que él resucite (v.9) se inserta en la misma línea de la prohibición de decir que él es el Mesías (16,20). No es momento ahora de hablar del poder y la gloria, suscitando falsas ideas y esperanzas. Después de la resurrección, cuando para creer en Cristo sea preciso aceptar el escándalo de su pasión y cruz, se podrá hablar con toda libertad también de su gloria.

Dos padres, dos hijos, dos escándalos

Las dos primeras lecturas de este domingo se relacionan por oposición. En la primera, Abrahán está dispuesto a sacrificar a su único hijo si Dios se lo pide, cosa que no ocurre. En la segunda, Dios entrega a su hijo para demostrarnos que está dispuesto a concedernos todo. Los dos textos extrañan, incluso escandalizan, a muchos cristianos.

Primer escándalo: el sacrificio de Abrahán (Génesis 22,1-2. 9-13.15-18)

En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán,  llamándole: 

̶  ¡Abrahán!

Él respondió:

̶  Aquí me tienes.

Dios le dijo:

̶  Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio, en uno de los montes que yo te indicaré.

Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo:

̶ ¡Abrahán! Abrahán!

Él contestó:

̶  Aquí me tienes.

El ángel le ordenó:

̶  No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo tu único hijo.

Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo.

El ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo:

̶  Juro por mí mismo -oráculo del Señor-: Por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de las ciudades enemigas. Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido.

La práctica de los sacrificios humanos está muy extendida en los más diversos pueblos y culturas, desde Escandinavia al Japón. Pero el Antiguo Testamento nos informa también de algo más terrible: el sacrificio del primogénito. En casos de extrema necesidad, el rey o el jefe militar ofrecía en sacrificio a los dioses lo más valioso que poseía: el hijo o la hija primogénito. No sabemos si esta práctica estaba difundida también a nivel privado. Si lo que dice el profeta Jeremías no es exageración, cabe pensar que sí.

En esa práctica, desde la óptica de aquellos siglos, hay algo muy valioso: se reconoce el derecho de Dios a lo más querido para cualquier persona. Pero en Israel intuyeron pronto que Dios no quiere esa forma de piedad. Había que compaginar dos cosas aparentemente contradictorias: Dios tiene derecho a la vida del primogénito, pero no quiere ejercer ese derecho.

El relato del sacrificio de Abrahán cumple perfectamente este objetivo: el patriarca reconoce el derecho de Dios, pero Dios no quiere que lo ponga en práctica. Cuando se conocen las circunstancias históricas y culturales, el relato no escandaliza sino que alegra.

Segundo escándalo: el sacrificio de Jesús (Romanos 8, 31b-34)

Hermanos: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Dios, el que justifica? ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo, que murió, más aún resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros?

Más difícil de explicar es este segundo escándalo. Porque nadie comprende que Dios sacrifique a su hijo para salvar a esa panda de indeseables que somos nosotros. Lo curioso es que los primeros autores cristianos (los evangelistas y los apóstoles en sus cartas) nunca se escandalizaban de este hecho. Se admiraban, pero no se escandalizaban. Pienso que por un motivo muy sencillo: no se quedaban en la muerte de Jesús, todo lo pensaban a partir de la resurrección. La historia había terminado maravillosamente bien. Y eso les capacitaba para ver de forma positiva incluso los aspectos más escandalosos. Las palabras de Pablo en esta lectura no pueden ser más duras: Dios «no perdonó a su propio Hijo». Sin embargo, Pablo no deduce de ahí que Dios es cruel, sino que está dispuesto a darnos todo con él.

Ya que la idea del juicio final se ha utilizado a menudo para angustiar a la gente, conviene advertir cómo lo enfoca Pablo. El Juez es Dios; pero no el Dios justiciero, sino un juez corrupto que se pone de parte de los culpables. Y el fiscal es Jesús, que ha muerto y sigue intercediendo por nosotros. Es el caso más escandaloso de corrupción de la justicia. Afortunadamente para nosotros.

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Segundo Domingo de Cuaresma. La Transfiguración. 25 de febrero, 2018

Domingo, 25 de febrero de 2018
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cuaresma-ii

“Mientras bajaba de la montaña, Jesús les mandó que no explicaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado de entre los muertos. Ellos retuvieron estas palabras, pero discutían entre ellos qué quería decir eso de “resucitar de entre los muertos”.

(Mc 9, 2-10)

En el camino de preparación hacia la Pascua, hoy leemos en el Evangelio el texto de la Transfiguración de Jesús. Se trata de un episodio que prepara a los apóstoles para lo que se acerca: la pasión, muerte y resurrección de su Maestro. En él vemos que Jesús sabía muy bien lo que iba a pasar, mientras que los apóstoles tienen dificultades para comprenderlo y aceptarlo.

Desde que Jesús comenzó a predicar y a sanar, sus acciones y palabras han ido mostrando quién es. Los apóstoles han sido testigos de lo que ha dicho y hecho. Sin embargo, Jesús es muy cauteloso a la hora de revelar su identidad, porque sabe que puede ser fácilmente malinterpretada. Él es el Mesías, sí, pero no un Mesías poderoso y triunfador, sino uno que será rechazado y abandonado por todos, que sufrirá y hasta morirá violentamente, pero que después resucitará. Jesús trata de hacer comprender a sus discípulos esto tan chocante.

En este contexto, la Transfiguración es una confirmación por parte de Dios Padre de quién es Jesús verdaderamente. Nos encontramos en un ambiente de intimidad y propicio para la manifestación de Dios. Solo los tres apóstoles más cercanos suben con Jesús a una montaña; allí, la ropa de Jesús se vuelve resplandeciente, aparecen Moisés y Elías, los envuelve una nube y la propia voz del Padre confirma que aquél es su Hijo, y que todo se hará como él dice.

Tal experiencia tiene que dar fuerza y certeza a Pedro, Santiago y Juan para todo lo que seguirá, que no será fácil. En efecto, no acaban de entender que Jesús resucitará porque no se creen que morirá realmente. La verdadera transformación de Jesús no será esta transfiguración, que parece tan agradable, delante de tres de sus amigos. Sino que será la resurrección desde la muerte para liberar de ésta a toda la humanidad. O, en otras palabras: se transformará en Vida sin ningún rasguño de muerte para dar Vida plena a cada persona.

Como los apóstoles, sentimos la tentación de quedarnos en la montaña. En la intimidad, de rehuir lo que pide una entrega de nosotros, generosidad, confianza, disponibilidad para dejarnos transformar. Pero nosotros sabemos cómo sigue la historia. La narración de la Transfiguración de Jesús y de la experiencia que de ella tienen Pedro, Santiago y Juan nos sitúa delante de todo el ciclo. Recibimos de Dios fuerza y certeza de lo que somos y de lo que estamos llamados a ser. Entregamos lo que somos y en este desprendimiento encontramos la vida verdadera. La Vida con mayúsculas, la vida en Dios. Tenerlo presente nos da fuerza, serenidad, esperanza y coraje.

Oración

“Danos valor, Padre, para atrevernos a vivir recordando que tú llevas vida nueva a todas la cosas. Renuévanos para que seamos testigos de tu fidelidad hasta el final.”

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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El AT quedó superado por Jesús.

Domingo, 25 de febrero de 2018
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transfiguracion-fondo1Mc 9, 1-9

En los tres ciclos litúrgicos leemos, el segundo domingo de cuaresma, el relato de la transfiguración. Hoy leemos el de Mc, que es el más breve, aunque hay muy pocas diferencias con los demás sinópticos. Lo difícil para nosotros es dar sentido a este relato. Marcos coloca este episodio entre el primer anuncio de la pasión y el segundo. Parece que hay una intención clara de contrarrestar ese lenguaje duro y difícil de la cruz.

Es muy complicado entender el significado de este relato. Para mí, es inaceptable que Jesús se dedicara a hacer una puesta en escena particular. Mucho menos que tratara de dar un caramelo a los más íntimos para ayudarles a soportar el trago de la cruz (cosa que no consiguió). Con ello estaría fomentando lo que tanto critica Mc en todo su evangelio: El poner como objetivo último la gloria; aceptar que lo verdaderamente importante es el triunfo personal, aunque sea a través de la cruz.

La estructura del relato, a base de símbolos del AT, nos advierte de que no se trata de un hecho histórico, sino de una teofanía. No quiere decir que Dios en un momento determinado,  realice un espectáculo de luz y sonido. Son solo experiencias subjetivas que, en un momento determinado, atestiguan la presencia de lo divino en un individuo concreto. La presencia de lo divino es constante en toda la realidad creada, pero el hombre puede descubrir esa cercanía y vivirla de una manera experimental en un momento determinado de su vida.

A Dios nunca podemos acceder por los sentidos. Si en esa experiencia se dan percepciones aparentemente sensoriales, se trata de fenómenos paranormales o psicológicos. Dios está en cada ser acomodándose a lo que es como criatura, no cambiando o violentando nada de ese ser. Es más, la llegada a la existencia de todo ser es la consecuencia de la presencia divina en él. Esto no quiere decir que la experiencia de Dios no sea real. Quiere decir que Dios no está nunca en el fenómeno, sino en el noúmeno. “Si te encuentras al Buda, mátalo”.

Jesús, plenamente humano tuvo que luchar en la vida por descubrir su ser. El relato de hoy quiere decir que, aun siendo hombre, había en él algo de divino. Seguramente se trate de un relato pascual que, en un momento determinado, se consideró oportuno retrotraer a la vida de Jesús. En los relatos pascuales se insiste en que ese Jesús Vivo es el mismo que anduvo con ellos por las tierras de Galilea. En la trasfiguración se dice lo mismo, pero desde el punto de vista contrario. El Jesús que vive con ellos es el mismo Cristo glorificado.

La manera de construir el relato quiere demostrar que lo que descubrieron de Jesús después de su muerte, ya estaba en él durante su vida, solo que no fueron capaces de apreciarlo. Jesús fue siempre lo que se quiere contar en este relato, antes de la muerte y después de ella. Lo que hay de divino en Jesús está en su humanidad, no está añadido a ella en un momento determinado. Este mensaje es muy importante a la hora de superar visiones demasiado maniqueas de Jesús con el fin de manifestar de manera apodíctica su divinidad.

Pedro, Santiago y Juan, los únicos a los que Jesús cambió el nombre. Era buena gente, pero un poco duros de mollera. Necesitaron clases de apoyo para poder llegar al nivel de comprensión de los demás. Los tres acompañan a Jesús en el huerto. Los tres son testigos de la resurrección de la hija de Jairo. Pedro acaba de decir a Jesús que de pasión y muerte, ni hablar. Santiago y Juan van a pedir a Jesús, en el capítulo siguiente, que quieren ser los primeros en su reino. Los tres demuestran que no entendieron el mensaje de su Maestro.

La montaña alta, la nube, la luz, la voz, el miedo, son todos elementos que aparecen en las teofanías del AT. El monte es una clara referencia al Sinaí. La nube fue signo de que Dios les acompañaba, sobre todo en el desierto. La nube trae agua, sombra, vida. Los vestidos blancos son signo de la divinidad. El hecho de que todos sean símbolos no disminuye en nada la profundidad del mensaje que nos quieren transmitir, al contrario, el lenguaje bíblico asegura la comprensión de los destinatarios, que eran todos judíos.

Moisés y Elías, además de ser los testigos de grandes teofanías, representan todo el AT, la Ley y los profetas. Me pregunto, cómo supieron que se trataba de esos dos personajes. También me gustaría saber en qué lengua hablaban. Está claro que lo que se intenta es manifestar el traspaso del testigo a Jesús. Hasta ahora, La Ley y los profetas eran la clave para descubrir la voluntad de Dios. Desde ahora, la clave de acceso a Dios será Jesús.

¡Qué bien se está aquí! Para Pedro era mucho mejor lo que estaba viendo y disfrutando que la pasión y muerte, que les había anunciado unos versículos antes Jesús para dentro de muy poco. Cuando les anuncia por primera vez la pasión, Pedro había dicho a Jesús: ¡Ni hablar! Ahora se encuentra a sus anchas. El mismo afán de gloria que a todos nos acecha.

Vamos a hacer tres chozas. Pedro está en la “gloria”, y pretende retener el momento. Pedro, diciendo lo que piensa, manifestando su falta total de comprensión del mensaje de Jesús. Le ha costado subir, pero ahora no quieren bajar, porque se habían acercado a Jesús con buena voluntad, pero sin descartar la posibilidad de medrar. Al poner al mismo nivel a los tres personajes, Pedro niega la originalidad de Jesús. No acepta que la Ley y los profetas han cumplido su papel y están ya superados. La voz corrige esta visión de Pedro.

¡Escuchadlo! En griego, “akouete autou” significa escuchadle a él solo. A Moisés y Elías los habéis escuchado hasta ahora. Llega el momento de escucharle a él solo. El AT es el mayor obstáculo para escuchar a Jesús. Hoy lo son los prejuicios que nos han inculcado sobre Jesús. “Escuchar” es la actitud del discípulo. En el Éxodo, escuchar a Dios no es aprender de Él, sino obedecerle. La Palabra que escuchamos nos compromete y nos arranca de nosotros mismos.

No contéis a nadie… Es la referencia más clara a la experiencia pascual. No tiene sentido hablar de lo que ellos no estaban buscando ni habían descubierto. No sólo no contaron nada, sino que a ellos mismos se les olvidó. En el capítulo siguiente nos narra Mc la petición de los primeros puestos por parte de Santiago y Juan. Pedro termina negándolo ante una criada. Hechos que hubieran sido impensables después de una experiencia como la transfiguración.

Lo importante no es que Jesús sea el Hijo amado. Lo determinante es que, cada uno de nosotros somos el hijo amado como si fuéramos únicos. Dios nos está comunicando en cada instante su misma Vida y habla en lo hondo de nuestro ser en todo momento. Esa voz es la que tenemos que escuchar. No tenemos que aceptar la cruz como camino para la gloria. No llegamos a la vida a través de la muerte. En la “muerte” está ya la Vida.

Con relación al AT, tenemos un mensaje muy claro en el relato de hoy: Hay que escuchar a Jesús para poder comprender La Ley y Los Profetas, no al revés. Seguimos demasiado apegados al Dios del AT. El mensaje de Jesús nos viene demasiado grande. Como Pedro, lo más que nos hemos atrevido a hacer, es ponerlo al mismo nivel que la Ley y Los Profetas.

Meditación

En Mc, Jesús nos habla con sus hechos.
El mayor atractivo de Jesús es su coherencia.
En él, lo que pensaba, lo que decía y lo que hacía era todo uno.
Esa autenticidad es la clave de un verdadero ser humano.
Jesús era verdad, le miraras por donde le miraras.
Ahí tenemos el modelo de la divinidad.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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El fuego invisible.

Domingo, 25 de febrero de 2018
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transfiguracion011La palabra puede transformar la realidad, pero solo el silencio nos transforma a nosotros mismos (Pablo D’Ors)

25 de febrero. Domingo II de Cuaresma

Mc 9, 2-10

Este es mi hijo muy amado. Escuchadle

El compositor vanguardista John Cage (1912-1992) escribió una obra basada en no hacer sonar una sola nota, y en cuya partitura lo único escrito es la palabra “Tacet”, indicando al intérprete que ha de guardar silencio y no tocar ningún instrumento. Su título es 4’33”, el tiempo de duración de la pieza musical en tres movimientos. Cage quería suscitar en el público la necesidad de tomar conciencia de la riqueza sonora que el hombre lleva dentro. Una riqueza que hay que escuchar prestos y disfrutar de ella. Javier Sierra, premio Planeta 2017, insiste en esta misma idea cuando pone en boca de Don Arístides la siguiente frase: Estas piedras, -las ha señalado orgulloso- se tallaron cinco siglos antes del descubrimiento de América. Están esculpidas por los cuatro costados. Estos capiteles hablan, señoras. Tienen su propio idioma. Sólo hay que detenerse a escucharlo”.

La ausencia de sonido es algo natural en la música. Por ejemplo, cuando Ludwig van Beethoven nos enfrenta con el “ta ta ta taaaa…”  de su Quinta Sinfonía a la llamada del Destino en Allegro con brío, lo más interesante para mí, son las cesuras, las pausas que hace entre las notas, el silencio que se produce entre los sonidos.

Cage resalta este necesario mutismo: El silencio que nos rodea puede albergar mucho, pero para mí es más interesante el silencio que llevo dentro. Un silencio que, en cierto modo creo yo mismo. De ahí que ya no busque el silencio absoluto a mi alrededor. El silencio que busco es una vivencia personal.

Posturas plenamente humanas en las que no nos contentamos con arañar la superficie de las cosas, si no que buscamos su sentido profundo: una sorprendente manera de transfigurar el alma.

No hace mucho tuve ocasión de asistir a una conferencia titulada El silencio como camino de contemplación. La daba Olga Cebrián, del grupo Amigos del desierto, y nos hacía la siguiente propuesta del silencio: “buscar ese espacio para estar dentro, para estar conmigo mismo, con la vida, con el misterio, con Dios, con lo que nos refuerza. Así que sin tanto ruido, sin tanto extravío, volvamos al centro, volvamos a casa para desde allí poder relacionarnos mejor con los demás, con la vida, con nosotros”.

Promueve este movimiento el sacerdote Pablo d’Ors, autor de Biografía del silencio, quien nos regala esta enjundiosa sentencia: “La palabra puede transformar la realidad, pero solo el silencio nos transforma a nosotros mismos” (Pablo D’Ors).

Anne Christine Girardot (1970) es una directora francesa reubicada en Holanda. En 2005 fundó junto con John Gruter, la productora Nachtzon Media (Night Sun Media) con la que han hecho numerosos trabajos para la TV pública holandesa. En una sociedad del ruido interesan las historias llenas de Verdad. El año pasado se llevó a los cines un documental, titulado “La isla de los monjes”, que nos acerca a la vida de ocho monjes trapenses.

Según declaró Gi­rar­dot a ACI Prensa, el mensaje de esta cinta es “principalmente un mensaje de esperanza para decir a la gente que todos estamos buscando profundamente nuestra vocación en la vida y que es muy importante ser fiel a lo que estás llamado”.

También aseguró que con su película pretende explicar que “no importa dónde vives tu fe, si dentro de los muros de un monasterio u otro, o en la calle, sino que lo esencial es la relación con Dios y eso tan sólo se encuentra en el interior de cada uno”.

Una vez alguien le preguntó a uno de los monjes: “¿Cuál es vuestra utilidad?” A lo que respondió: “¿Utilidad?” Ninguna. Nuestra misión en la vida es ser signos de la presencia de Cristo en el mundo.

LA LLAMADA DEL DESTINO

Sol

        Sol,

                Sol

                        Miii…

notas-musica

Como Beethoven lo escribió en su Quinta Sinfonía.
En Morse, punto, punto, punto, raya … _
son uve de Victoria
que Churchill eligió para los vencedores. 

Los teletipos y la radio la emitieron
como señal de desembarco en Normandía. 

………………………

Llamada del Destino: Luces radiantes
sobre la noche oscura del de la Cruz y de la mía,
que destruyen las sombras y construyen
un jubiloso anhelo de infinito. 

Un coro de pasiones
que me llaman, me piden y me exigen,
en un clímax que asciende sin cesar
hasta el Reino de Dios.

Hasta donde la pena y la alegría
se abrazan en sonido.

(EN HIERRO Y EN PALABRAS. La llamada del Destino)

 Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Habla un miembro de la comunidad de Roma.

Domingo, 25 de febrero de 2018
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la transfiguracionEstábamos pasando por momentos duros en la comunidad de Roma que lideraba Marcos. Ya desde los comienzos habíamos sido un grupo mirado con sospecha y críticas. Resultábamos odiosos tanto para los judíos que vivían en la ciudad, como para los romanos y ser fieles a la doctrina de Jesús acarreaba el riesgo de ser despreciados, maltratados e incluso perseguidos.

Marcos estaba ausente y entre nosotros habían surgido ciertos problemas de liderazgo, pero era sobre todo la sombra de la calumnia y la persecución la que se cernía como una sombra sobre nosotros. En la fracción del Pan de aquel primer día de la semana faltaron muchos, seguramente por miedo a ser identificados como partidarios de Jesús, y los pocos que habíamos acudido nos sentíamos una insignificante presencia de excluidos en medio de una ciudad que no nos aceptaba como suyos.

Natanías propuso que leyéramos el relato de la transfiguración de Jesús, tal como Marcos nos lo había dejado en su evangelio y asentimos sin demasiado entusiasmo. Ya conocíamos la tradición según la cual Jesús había subido a una montaña alta, el Tabor seguramente, llevándose con él a Pedro, Santiago y Juan (Mc 9,2-13). Eran los mismos que le habían acompañado cuando entró en casa de Jairo y devolvió la vida a su hija, y los que más tarde eligió para estar con él en aquella noche terrible de su oración en Getsemaní.

En la comunidad muchos provenían de la gentilidad y éramos los judíos quienes conocíamos bien las Escrituras y podíamos reconocer todas las alusiones a la historia de nuestro pueblo que aparecían en el relato:

– Si Moisés y Elías estuvieron con el Maestro, quiere decir que Jesús es Aquel de quien hablaron la Ley y los Profetas. ¡Ahora el centro lo ocupa él!

– Dicen nuestros sabios que Elías no murió, sino que fue arrebatado en un carro de fuego (2Re 2,11; Ml 3,23) y que volverá al final de los tiempos. Pienso que Mateo ha querido decirnos que será Jesús quien vuelva envuelto en majestad para juzgar el mundo.

– ¿No recordáis cómo también irradiaba luz el rostro de Moisés cuando hablaba con Yahvé en el Sinaí? (Ex 34,29). El Señor hacía sentir la intensidad de su presencia en medio de una nube (Ex 24, 12-18)…

– Seguramente están también detrás el éxodo y al desierto, por eso Pedro dice lo de “hacer tres tiendas”, lo mismo que la Tienda de la Reunión albergaba el arca de la alianza…

– La “montaña alta” y la voz de Dios hablando de su Hijo primogénito ¿no será para tener presente a nuestro padre Abraham que en el monte Moria estuvo dispuesto a ofrecer a Dios a Isaac, su primogénito? (Gen 22)

– Yo pienso que detrás de Jesús está más bien la figura misteriosa del Siervo de Yahvé del que hablaba Isaías: «Mirad a mi Siervo a quien sostengo, mi elegido a quien prefiero» (Is 42,1).

 Pero también el hijo del hombre que aparece en las profecías de Daniel resplandecía como el sol… (Dan 10,5-6)

De pronto intervino Lisias que no era judío, sino un griego afincado en Roma que había abrazado el Camino y se había bautizado. En su voz notamos una mezcla de apasionamiento e indignación:

 ¡Vuestros comentarios me hacen pensar que estoy entre un grupo de fariseos que comentan un pasaje de la Torah! ¿Por qué no dejáis de dar vueltas al pasado y os enfrentáis con lo que el relato de la transfiguración nos dice sobre el misterio de Jesús? ¿Cómo es que ninguno de vosotros ha recordado que al bajar de la montaña él ordenó a sus discípulos: “No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que este Hombre resucite de la muerte…?” Y luego les habló de lo que él mismo tendría que sufrir. ¿No os hace pensar eso que es el Calvario el monte en el que está pensando también Marcos? Por un lado responde a la pregunta que se hacían todos los que le conocieron a Jesús acerca de quién era él y contesta: «Es el Hijo único del Padre». Pero está sobre todo enfrentándose al escándalo que a todos nos ronda al recordar que seguimos a Alguien que fue crucificado en medio del peor de los fracasos y en un suplicio que sólo merecen los esclavos.

En la cruz Jesús estaba desfigurado, lo mismo que el Siervo de Yahvé de quien leemos que todos apartaban la mirada (Is 53,3). Pero encontramos fuerza para contemplarle ahí gracias a que la gloria futura del Hijo se manifestó por un momento en el Tabor, inundado de luz y participando de la gloria de su Padre. Allí se manifestó algo del esplendor de su divinidad y esa visión es como una luz que nos ayuda a “transfigurar la cruz” que tanto nos escandaliza y nos cuesta aceptar. ¿No creéis que también le dio fuerza a él? Porque no plantó su tienda en la montaña como quería Pedro, sino que bajó de nuevo al camino que iba a conducirle a Jerusalén…

Las palabras de Lisias fueron para mí un fogonazo de luz que me hizo sentirme como Moisés ante la zarza ardiente, pero ahora no era un hombre solo quien escuchaba la Voz, sino que sus destinatarios éramos todos. Ya no era sólo la zarza la que ardía, sino que todo el monte estaba en llamas. Y las palabras que oíamos venían de Aquél a quien Jesús nos había enseñado a llamar “Padre” y que decía: «Este es mi Hijo amado. ¡Escuchadle!».

Me di cuenta de que esa escucha nos daba la llave para descifrar el sentido de lo que estábamos viviendo y conseguía que nuestras tinieblas quedaran invadidas de luz. Los momentos de persecución que atravesábamos se transfiguraban y aparecían como una realidad que tenía en su raíz el leño de la cruz, cargado de un fruto de Vida.

Tomé la palabra para decir: – Hermanos, vamos a orar según la costumbre del propio Jesús cuando pronunciaba la bendición: ¡Bendito seas Señor, Dios del universo, porque en el rostro transfigurado de tu Hijo nos has permitido descubrir el resplandor de tu rostro tres veces santo!

¡Bendito seas porque nos llamas a acompañar a tu Hijo por el camino de las contradicciones y de la persecución! Y bendito seas por revelarnos la luz que se esconde detrás de la muerte cuando ésta es abrazada con amor.

Dolores Aleixandre

Fuente Fe Adulta

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Transfigurar es ver más allá de la Realidad

Domingo, 25 de febrero de 2018
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9436bede23a1fc8bf3fe09f59a072ec5_1Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01. UN RECUERDO CERCANO.

Pablo VI estaba ya agonizando. Era el sábado 5 de agosto de 1978 por la noche en la paz de Castelgandolfo. Dom Macchi, secretario de Pablo VI, le leyó algunos párrafos, quizás páginas, de un pequeño catecismo que Jean Guitton, amigo personal de Pablo VI, había escrito para niños. Terminada la lectura, el papa Montini dijo unas palabras premonitorias: adesso viene la notte, la notte trasfigurata: ahora llega la noche, la noche transfigurada.

El 6 de agosto de 1978, fiesta de la Transfiguración, fallecía Pablo VI.

La noche, la muerte se transfiguraba en amanecer.

Las últimas palabras del testamento de Pablo VI, fueron: Cierro los ojos a esta tierra dolorosa, dramática y magnífica tierra.

02. LA TRANSFIGURACIÓN.

El relato de la Transfiguración recuerda la permanencia de Moisés ante la gloria del Señor en el Sinaí, cubierto por la nube, y el resplandor de su rostro por haber tratado con Dios.

El texto de la Transfiguración es un mosaico de temas teológicos: la montaña (lugar cercano a los cielos, a Dios), la nube es el signo de la presencia de Dios, la luz: el rostro resplandeciente, los vestidos refulgentes, la voz: Este es mi Hijo, escuchadle.

03. LA TRANSFIGURACIÓN ES LA EXPERIENCIA (CONTEMPLACIÓN) CRISTIANA.

No pensemos que la Transfiguración fue una especie de desfile de moda con vestidos elegantes y resplandecientes.

Aquellos tres discípulos: Pedro, Santiago y Juan, los primeros cristianos discípulos de Jesús, conocían y convivían con Jesús, pero les costó llegar a ver a Cristo en Jesús.

En algún momento, en algún camino, recoveco o “montaña” de la vida vieron, contemplaron a Cristo en Jesús. La Transfiguración es como un adelanto de la resurrección de Jesús. La experiencia contemplativa del Señor resucitado es lo que les llevó a de los primeros cristianos (Pedro, Santiago, Juan, etc…) a componer este relato de la Transfiguración.

Jesús se les transfiguró en el Cristo resucitado. La transfiguración no es algo externo, un cambio de disfraces como en carnaval, sino que la Transfiguración es abrir la realidad cotidiana y caer en la cuenta de que la vida y la historia están llenas de sentido, de vida. La realidad es un lenguaje que nos habla de algo más que la pura materialidad.

o Hay personas que todo lo que tocan o el ambiente en que viven lo transforman (transfiguran) en nervios y lo problematizan todo; sea en la vida familiar, comunitaria, laboral, eclesial, etc. Otros, más bien, trasfiguran la vida y los problemas en un clima de paz; hay quien transforma la vida, la enfermedad, los problemas en paz y serenidad.

o Hay quien transfigura la guerra en paz, el pecado en gracia, el odio en respeto y amor, la enfermedad en fuente de reflexión y aceptación de la propia finitud, la desesperación en esperanza.

o Es también el caso del arte, de la estética: en el fondo es una transfiguración del hierro, de la madera, de la piedra, del lenguaje, de los sonidos y nos transportan un “paso más allá”.

o Cuando escuchamos una misa de réquiem, quizás evocando la muerte de los seres queridos, nos transporta, nos transfigura, nos lleva a otras realidades de esperanza, casa del Padre, del cielo, etc.

o Un atardecer, un encuentro, una oración pueden transfigurar nuestro ser, nuestra existencia hacia la verdad, la bondad o la belleza.

o Nos llegará la noche, la noche de la transfiguración, que decía Pablo VI en sus últimos momentos

Vivir es transfigurar la existencia, transcenderla.

¿Soy persona que transfigura un nacimiento en la familia, un sufrimiento, que transforma el trabajo, la convivencia? ¿Estaré abierto a la transfiguración de la gran noche de la vida?

Lo contrario de transfigurar, de transcender es la intranscendencia.

Vivir es transfigurar la existencia.

03. ¿ATEOS O INTRANSCENDENTES?

16El hombre de hoy tiene, tenemos una dificultad especial para vislumbrar otras dimensiones en el corazón de la realidad terrestre. Solamente vemos la pura materialidad de las cosas. El hombre moderno parece incapaz de descubrir algo más en la realidad que la pura materialidad.

El ateo moderno-postmoderno no es el que no cree en Dios, sino aquel que está privado de capacidad para sobrepasar y TRANSFIGURAR la existencia, la realidad y ver otras dimensiones.

Las capacidades y dimensiones del ser humano hemos de vivirlas pero transfiguradas.

La comida del ser humano no es mero engullir alimentos, sino encuentro, celebración, fiesta. La sexualidad humana no es mera genitalidad, sino que es entrega y amor. Los humanos no vivimos en manada, sino en convivencia.

Un regalo no se limita a un mero objeto, sino que en ese disco o libro que nos regalamos hay una transcendencia, una transfiguración que se llama afecto, empatía, celebrar la vida del cumpleaños, etc.

Persona humana y cristiana es quien transfigura la realidad hacia la luz, hacia el bien, hacia la verdad más profunda. De ahí que no coincida persona religiosa con el ser humano capaz de contemplar.

Antonio Machado, Pío Baroja, M Unamuno, Juan R Jiménez, Gabriel Celaya, Jorge Oteiza, Joan Manuel Serrat, Paco Ibáñez y tantos otros, no han sido personas (poetas, cantantes, etc.) o no son personas especialmente religiosas, pero sí personas capaces de transformar, de transfigurar, de sugerir una Palabra de verdad, de bondad, de estética, de ideales, valores, caminos…

05. ESTE ES MI HIJO AMADO: ESCUCHADLE

240px-giovanni_bellini_-_trasfigurazione_di_cristoLa experiencia, el encuentro con Cristo transforma, transfigura nuestra vida y la llena de paz, de luz, de sentido. Se está bien aquí…

Es cierto que luego vendrá otro monte: el Calvario, el sufrimiento de la vida, pero al final está la Resurrección.

Tal transfiguración es íntima, personal, probablemente no de masas. Acontece en el silencio y la contemplación interior.

En mi opinión habríamos de cambiar una pastoral de sociología religiosa, masiva y de grandes números y concentraciones, por una evangelización personal del encuentro silente y contemplativo con Cristo. (Las masas son siempre inconsistentes y “peligrosas”). Quizás hayamos de vivir a lo “Nicodemo”, uno a uno, en el diálogo personal, más que en las grandes masas.

Por otra parte, Cristo es el Hijo amado a quien hay que escuchar.

Cuando las cosas no van bien en el ámbito eclesiástico o en el ámbito personal propio, la Palabra es Cristo: escuchadle.

ESTE ES MI HIJO AMADO, ESCUCHADLE.

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“Escuchar a Jesús”. 16 de marzo de 2014. 2. Cuaresma (A). Mateo 17, 1-9.

Domingo, 12 de marzo de 2017
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je2El centro de ese relato complejo, llamado tradicionalmente “La transfiguración de Jesús”, lo ocupa una Voz que viene de una extraña “nube luminosa”, símbolo que se emplea en la Biblia para hablar de la presencia siempre misteriosa de Dios que se nos manifiesta y, al mismo tiempo, se nos oculta.

La Voz dice estas palabras: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo”. Los discípulos no han de confundir a Jesús con nadie, ni siquiera con Moisés y Elías, representantes y testigos del Antiguo Testamento. Solo Jesús es el Hijo querido de Dios, el que tiene su rostro “resplandeciente como el sol”.

Pero la Voz añade algo más: “Escuchadlo”. En otros tiempos, Dios había revelado su voluntad por medio de los “diez mandatos” de la Ley. Ahora la voluntad de Dios se resume y concreta en un solo mandato: escuchad a Jesús. La escucha establece la verdadera relación entre los seguidores y Jesús.

Al oír esto, los discípulos caen por los suelos “llenos de espanto”. Están sobrecogidos por aquella experiencia tan cercana de Dios, pero también asustados por lo que han oído: ¿podrán vivir escuchando solo a Jesús, reconociendo solo en él la presencia misteriosa de Dios?

Entonces, Jesús “se acerca y, tocándolos, les dice: Levantaos. No tengáis miedo”. Sabe que necesitan experimentar su cercanía humana: el contacto de su mano, no solo el resplandor divino de su rostro. Siempre que escuchamos a Jesús en el silencio de nuestro ser, sus primeras palabras nos dicen: Levántate, no tengas miedo.

Muchas personas solo conocen a Jesús de oídas. Su nombre les resulta, tal vez, familiar, pero lo que saben de él no va más allá de algunos recuerdos e impresiones de la infancia. Incluso, aunque se llamen cristianos, viven sin escuchar en su interior a Jesús. Y, sin esa experiencia, no es posible conocer su paz inconfundible ni su fuerza para alentar y sostener nuestra vida.

Cuando un creyente se detiene a escuchar en silencio a Jesús, en el interior de su conciencia, escucha siempre algo como esto: “No tengas miedo. Abandónate con toda sencillez en el misterio de Dios. Tu poca fe basta. No te inquietes. Si me escuchas, descubrirás que el amor de Dios consiste en estar siempre perdonándote. Y, si crees esto, tu vida cambiará. Conocerás la paz del corazón”.

En el libro del Apocalipsis se puede leer así: “Mira, estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa”. Jesús llama a la puerta de cristianos y no cristianos. Le podemos abrir la puerta o lo podemos rechazar. Pero no es lo mismo vivir con Jesús que sin él.

José Antonio Pagola

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” Su rostro resplandecía como el sol”. Domingo 12 de marzo de 2017. Domingo 2º de Cuaresma.

Domingo, 12 de marzo de 2017
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15-CuaresmaA2Leído en Koinonia:

Gn 12,1-4ª: Vocación de Abrahán, padre del pueblo de Dios
Salmo responsorial 32: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti
2Ti 1, 8b-10: Dios nos llama y nos ilumina
Mt 17,1-9: Su rostro resplandecía como el sol

Abraham y Sara pertenecían a un clan de pastores seminómadas, de los muchos que buscaban pastos para sus rebaños lejos de las ciudades-estado que, por los años 1800 a.C. se estaban organizando en Mesopotamia y a lo largo de las costas del Mediterráneo. Abraham fue uno de los muchos grupos que emigraban, lo mismo que hoy, «buscando la vida». En ese andar luchando por la vida descubrieron el llamado de Dios a dejarlo todo y fiarse de su promesa de vida. Dios promete a Abraham que será padre de un pueblo numeroso y que tendrá una tierra, la “tierra prometida”. Es lo que anhelan sus corazones, lo que necesitan para vivir una vida humana y digna. Hoy son muchas las “minorías abrahámicas” que siguen escuchando el llamado de Dios, que les invita a buscar nuevas formas de “vida prometida” para todos los hijos de Dios. Hoy también hay muchísimos desplazados por el sistema neoliberal globalizado, que crea marginación y expulsa a los más débiles de sus tierras. Y millones de desplazados por efecto de las guerras y los problemas políticos. Son los nuevos Abrahán y Sara, que se ven forzados a dejarlo todo en busca de la vida digna que la realidad les niega en su lugar de origen.

La Biblia pone el origen de Israel en esta mitológica «migración» desde Oriente Próximo, «justificándolo» en la voluntad de Dios de elegirse un pueblo… Así, en unos textos que son «Palabra de Dios» y que hablan de Dios… en realidad es el pueblo judío el que habla de sí mismo, y se da una identidad a sí mismo, que consiste en la voluntad del Dios altísimo de crearse un pueblo eligiendo a la persona de cuyas entrañas lo haría nacer. Además de padre «biológico» de Israel, a Abraham la Biblia le atribuye el ser «padre en la fe» de Israel, y por tanto de las tres religiones en que derivó la fe de Israel: el judaísmo, el cristianismo y el islam.

Como el problema de la historicidad de los «mitos» bíblicos de la creación, de la primera pareja humana, y del pecado original que abordábamos en el domingo pasado, También los Patriarcas y los orígenes de Israel hoy están sometidos a un nuevo abordaje. Es algo muy nuevo. Hoy en Biblia se habla de un «nuevo paradigma arqueológico», una generación de arqueólogos desprendida de las adherencias y condicionamientos teológicos clásicos, que cree hallar en el subsuelo israelita un nuevo libro que nos habla fehacientemente de los demás libros que componen la Biblia. Israel Finkelstein es el nombre abanderado de este nuevo paradigma bíblico. «La Biblia desenterrada» (editorial Siglo XXI, Madrid 2003, original: The Bible Unearthed. Archeology’s New Vision of Ancient and the Origin of its Sacred Texts). Han aparecido también investigaciones importantes sobre el papel que la creación de la Biblia tuvo respecto a la construcción de la identidad de Israel; así por ejemplo, el libro de Shlomon SAND, Comment le peuple juïf fut inventé (Fayard, Paris 2008, original en hebreo). La visión que actualmente se está imponiendo desde un plano científico respecto al mundo de los patriarcas bíblicos significa una verdadera revolución, un conjunto de descubrimientos muy importantes que transforman el contexto en el que deben ser interpretados. No se trata de una intuición vaga o una primer anticipo, sino de una corriente fundamentada que merece más respecto incluso que las simples «hipótesis» sobre las que hasta ahora estaba basada la ciencia bíblica. Es urgente para los biblistas, los predicadores y todos los agentes de pastoral asomarse cuanto antes a este nuevo panorama, para no ser sorprendidos cualquier día proponiendo interpretaciones que hoy, a estas alturas del desarrollo de las ciencias, no tienen razón de ser.

La segunda carta de Timoteo nos asegura que la Palabra de Dios no está encadenada. Ella hace su propio camino en medio de los muchos caminos del pueblo. Aunque hagamos muchas lecturas interesadas de ella, el Espíritu siempre encontrará las formas de echarla a volar, sobre todo en manos de los que buscan mejores situaciones de vida en dignidad y justicia, como Abrahán y Sara, o como los desplazados de hoy. Todos ellos, minorías abrahámicas o mayorías desplazadas, están pronunciando con su vida el rechazo a este sistema excluyente que ha perdido la brújula, y que podría encontrarla con la Buena Noticia de Jesucristo.

La escena de la transfiguración que nos relatan los evangelios es, obviamente, otro símbolo. No tiene sentido hablar de ella con un «realismo ingenuo», como si la entendiéramos literalmente y a juzgáramos rigurosamente histórica. Escribieron el relato con mucha libertad –o a partir de un relato oral recontado y reelaborado en su transmisión– y hoy nosotros lo podemos interpretar también «de un modo puramente simbólico». En efecto: esa transfiguración de Jesús que el evangelio de Mateo nos cuenta es un símbolo de esas otras muchas «experiencias de transfiguración» que todos experimentamos. La vida diaria tiende a hacerse gris, monótona, cansada, y a dejarnos desanimados, sin fuerzas para caminar. Pero he aquí que hay momentos especiales, con frecuencia inesperados, en que una luz prende en nuestro corazón, y los ojos mismos del corazón nos permiten ver mucho más lejos y mucho más hondo de lo que estábamos mirando hasta ese momento. La realidad es la misma, pero nos aparece transfigurada, con otra figura, mostrando su dimensión interior, esa en la que habíamos creído, pero que con el cansancio del caminar habíamos olvidado. Esas experiencias, verdaderamente místicas, nos permiten renovar nuestras energías, e incluso entusiasmarnos para continuar marchando luego, ya sin visiones, pero «como si viéramos al Invisible».

Todos necesitamos esas experiencias, como los discípulos de Jesús la necesitaron. Nosotros no podemos encontrarnos con Jesús en el Tabor de Galilea. Necesitamos buscar nuestro Tabor particular, las fuentes que nos dan fuerzas, las formas con las que nos arreglamos para lograr renovar nuestro compromiso primero, siendo la oración, sin duda, el más importante Leer más…

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Dom 12.3.17. Transfiguración, una señal de Dios en la montaña

Domingo, 12 de marzo de 2017
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17156205_749635261880335_1321004131998447600_nEl blog de Xabier Pikaza:

Domingo de la Transfiguración, 2º de Cuaresma, ciclo A. Mt 17, 1-9. Una señal de Dios, señal de vida, como las primeras flores de la primavera en el hemisferio norte, anuncio y promesa de verano. Un signo de presencia divina y de futuro humano, un baile de amor (imagen 1) mientras subimos al monte los tres de Jesús (¡Pedro, Santiago, Juan! Todos y todas) donde parecía aguardarnos sin cesar la muerte.

Así debe entenderse este relato de la Transfiguración. Jesús ha dicho a los suyos que van a morir (Mt 16,21-28), pero después, para interpretar el sentido de esa muerte, les lleva a la Montaña, para que escuchen allí la voz de Dios, descubriendo con él a los testigos de la gran Promesa, que son así tres (Moisés y Elías con Jesús), como evoca el gran icono de la “Metamorfosis” (imagen 2).

El tema es “subir”, con Jesús, con otros dos (Santiago y Juan), hasta la cima de un monte grande, no como Sísifo, para bajar de nuevo, desesperados, porque la piedra rueda, vuelve al hondo del valle y debemos subirlas otra vez y otra vez por eternidad de eternidades de infierno creado por los hombres (imagen 3a y 3b: dos versiones del sísifo). No, arriba está Dios, con sus amigos antiguos, y está Jesús transfigurado, con sus nuevos amigos (empezando por Pedro, Santiago y Juan). Por eso queremos subir, pues la vida es un ascenso de gloria acompañada.

El tema es subir, como quiso San Juan de la Cruz, que interpretó este monte de la Transfiguración como el Carmelo, Jardín de Dios, donde crecen las plantas de la vida, realizando el recorrido del gran Cántico, como he querido mostrar en mi libro de San Juan de la Cruz transfigurada (imagen 4).

imagesEn medio del camino de la vida, en una larga Cuaresma sin luces, tiene que haber un momento de Ascenso a la Transfiguración, con Jesús, con sus amigos… para descubrir así en la altura la Gran Luz de Dios que nos dice “Este es mi Hijo”, vosotros sois mis hijos. Sin un momento de ascenso, de amor, la vida humana pierde su sentido.

Una vez más, en este domingo de la Transfiguración, en medio de la Gran Cuaresma, quiero y debo comentar este gran pasaje, según el evangelio de Mateo (cuyo comentario estoy preparando para la imprenta). Esta escena, este relato, esconde otros temas y misterios. Estos son los que quiero destacar esta mañana. Buen domingo a todos, buen comienzo de primavera en ese hemisferio norte.

Texto. Mt 17

17 1 Y después de seis días, tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a Juan su hermano, y les hizo subir en privado a un monte alto. 2 Y fue transfigurado delante de ellos. Su rostro resplandeció como el sol, y sus vestiduras se hicieron blancas como la luz. 3 Y he aquí que les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él. 4 Entonces intervino Pedro y dijo a Jesús: Señor, es bueno que nosotros estemos aquí. Si quieres, levantaré aquí tres tabernáculos: uno para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
5 Mientras él aún hablaba, de pronto una nube brillante les introdujo en la sombra, y salió una voz de la nube diciendo: “Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia. Escucharle. 6 Al oír esto, los discípulos se postraron sobre sus rostros y temieron en gran manera. 7 Entonces Jesús se acercó, los tocó y dijo: Levantaos y no temáis. 8 Y cuando ellos alzaron los ojos, no vieron a nadie sino al mismo Jesús solo.

Pasados seis días,

una semana después del anuncio de la pasión (Mt 16, 21-28), subió Jesús con tres discípulos a una montaña,para caminar con ello, para ofrecerles allí un signo de la gran promesa de la vida, en medio de la cuaresma.

La escena tiene un sentido positivo, de ratificación de un misterio, y ha de entenderse en forma de culminación del pasado (Moisés y Elías dan testimonio de Jesús) y de anticipación (como si se adelantara la pascua). Mateo la sitúa en el camino hacia Jerusalén (16, 21) de manera que sólo en ese contexto se entiende, pero Pedro (¡que debía ser la Roca de la Iglesia, el que protestaba contra la entrega de Jesús!) quiere permanecer allí (¡gozar del triunfo de Dios y del cumplimiento de las Escrituras sin entregar la vida!), construyendo tres tabernáculos, que expresan la culminación del tiempo, con Moisés y Elías dando testimonio de Jesús. De esa manera, estos privilegiados (Pedro, Santiago y Juan) quieren compartir la gloria de Jesús (con Moisés y Elías), sin compartir su entrega.

− Transfiguración o metamorfosis, lenguaje paulino (17, 2).

Imágenes, dos sísifos:

17098303_751864554990739_3710803414829335468_nMetemorphôthê, en pasiva, significa “fue trans-figurado” por Dios (metamorfosis), tomando una apariencia distinta, y mostrando así su realidad profunda. Esa transformación ilumina y desvela la verdad del Cristo que, según el himno de Flp 2, 6-11, existiendo en la forma o morfe de Dios, tomó la forma de siervo, haciéndose como nosotros, para entregar de esa manera su vida hasta la muerte y muerte de Cruz.

En este camino de entrega en el que se ha situado ya 16, 21, Jesús muestra en la montaña, su rostro verdadero de Dios. Eso significa que la cruz forma parte del camino y verdad de Dios (cf. 17, 5), pues Jesús se ha transfigurado para que también nosotros nos transfiguremos con él (2 Cor 3,18) reproduciendo su imagen. Éste es, pues, un lenguaje paulino (de la iglesia antigua), que ha visto en Jesús al mismo Dios en forma (morphe) humana.
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((Nota erudita:
Según el pensamiento antiguo, la forma (morfh/|) no es una apariencia externa (objeto de una visión imaginativa ilusoria), sino la verdad o la realidad más honda (como si dijéramos el “alma” de una realidad). Esta comprensión de la morfh/|, ha sido desarrollada por el pensamiento griego, extendido incluso en el área israelita. En esa línea, la morfé es la realidad esencial, como ha puesto de relieve todo el hile-morfismo, con sus diversas maneras de entender la relación entre materia (visibilidad) y forma (esencia). En esa línea, la transfiguración es una meta-morfosis, el descubrimiento de la realidad de Jesús, que no es divino sólo al final (resurrección), sino en el mismo camino hacia Jerusalén (cf. Flp 2, 6-11).
Gran parte de la teología e iconografía, especialmente en la Iglesia Oriental, constituye una reflexión y comentario de esta experiencia, como he puesto de relieve en No hará ídolos: Imágenes de la Fe 1000, PPC, Madrid 2016. Cf. A. Andreopoulos, Metamorphosis: The Transfiguration in Byzantine Theology and Iconography, St Vladimir, New York. 2005; F. Boespflug y N. Lossky, Nicée II: 787-1987. Douze siècles d’images religieuses, Cerf, Paris 1987; P. Eudokimov, El Arte del Ícono, Claretianas, Madrid 1991; D. Lee, Transfiguration, Bloomsbury, London 2004; L. Oupensky, Teología del icono, Sígueme, Salamanca 2013; A. M. Ramsey, The Glory of God and the Transfiguration of Christ, Longmans, London 1949; P. A. Sáenz, El icono, esplendor de los sagrado, Gladius, Buenos Aires 1991; Ch. Schönborn, El Icono de Cristo. Una Introducción Teológica, Encuentro, Madrid 1999.
Sobre visión de Dios en Is 6, cf. A. Colunga. La vocación profética de Isaías, CiTom (1924) 5-23; O. Keel, Yahwe-Visionem und Siegelkunst. Eine neue Deutung der Majestätsschilderungen in Jes 6, Ez 1 und 10 und Sach 4, SBS 84/85, Stuttgart 1988; B. Renaud, La vocation d’Isaïa. Expérience de la foi: VieSpir 119 (1968) 129-145. O. H. Steck, Bermenkungen zu Jesaja 6: BZ 16 (1972) 188-206; E. Eichrodt, Teología del AT I, Cristiandad, Madrid 1975, 307-356. ))

‒ Como el sol, como la luz, icono de Dios (17, 2).

El texto de Mc 9, 2-3 era más sobrio, sólo decía que se transfiguró y que sus vestiduras quedaron blancas (como ningún batanero podría haberlas blanqueado…). Mateo, en cambio, elaborando una tradición ya evocada en Lc 9, 29, describe los rasgos de las transfiguración de un modo muy preciso: Brilló su rostro como el sol. Esta imagen poderosa proviene de la tradición de las religiones “solares”, que presentan al Gran Dios o a su enviado como Astro del día. Pues bien, Mateo evoca aquí con toda precisión al Cristo-Sol, como rostro que mira y que irradia, expandiendo su luz.

Por eso, el texto sigue diciendo que sus vestiduras eran blancas como la luz, luz de Dios que todo lo alumbra y transforma en Jesús. Ya no estamos ante el signo de la Estrella que viene a la cuna de Jesús nacido (2, 1-4), sino ante el mismo Sol crecido, que desde su montaña alumbra todo lo que existe. Ésta es evidentemente la montaña de la transfiguración, que definirá desde ahora toda la experiencia religiosa y la “mística” cristiana, una transfiguración que sólo se despliega y expresa en el camino de entrega de la vida, a favor de los demás, subiendo a Jerusalén.

((Nota erudita 2:
Gran parte de la teología e iconografía, especialmente en la Iglesia Oriental, constituye una reflexión y comentario de esta experiencia, como he puesto de relieve en No hará ídolos: Imágenes de la Fe 1000, PPC, Madrid 2016. Cf. A. Andreopoulos, Metamorphosis: The Transfiguration in Byzantine Theology and Iconography, St Vladimir, New York. 2005; F. Boespflug y N. Lossky, Nicée II: 787-1987. Douze siècles d’images religieuses, Cerf, Paris 1987; P. Eudokimov, El Arte del Ícono, Claretianas, Madrid 1991; D. Lee, Transfiguration, Bloomsbury, London 2004; L. Oupensky, Teología del icono, Sígueme, Salamanca 2013; A. M. Ramsey, The Glory of God and the Transfiguration of Christ, Longmans, London 1949; P. A. Sáenz, El icono, esplendor de los sagrado, Gladius, Buenos Aires 1991; Ch. Schönborn, El Icono de Cristo. Una Introducción Teológica, Encuentro, Madrid 1999. )))

‒ Moisés y Elías (17, 3).

De manera muy significativa, este Cristo Icono de Dios, sol divino cuyos vestidos son luz, no está con serafines como el Dios de Is 6, 1, cuyo manto llenaba con sus vuelos todo el templo, sino acompañado por Moisés y Elías. Éste es un Dios que se “encarna” en el camino de los profetas, de manera que no está en Jerusalén, sino que va a morir allí, dando su vida… Esta diferencia entre el Dios del templo (Is 6) y el Cristo de la montaña (Mt 17) marca la conexión y diferencia entre Israel y el cristianismo.

La conexión viene dada por la presencia de Moisés y Elías. De una forma lógica, Mateo corrige el orden en que ellos aparecían en Marcos, poniendo a Moisés (Ley), antes que a Elías (profecía; Mt 17, 3; cf. Mc 9, 4), para mantener en principio el esquema “canónico” de Israel, con la Ley antes de los profetas. De todas maneras, en la discusión que sigue, el referente fundamental para entender el camino de Jesús será Elías, vinculado a Juan Bautista, más que Moisés. Están los dos con Jesús, pero sólo Jesús irradia luz como sol, sólo a él se dirige la palabra de Dios que dice “este es mi Hijo”, como centro y meta del camino “epifánico” de Israel, subiendo a Jerusalén para dar la vida de Dios a los hombres.

((Sobre visión de Dios en Is 6, cf. A. Colunga. La vocación profética de Isaías, CiTom (1924) 5-23; O. Keel, Yahwe-Visionem und Siegelkunst. Eine neue Deutung der Majestätsschilderungen in Jes 6, Ez 1 und 10 und Sach 4, SBS 84/85, Stuttgart 1988; B. Renaud, La vocation d’Isaïa. Expérience de la foi: VieSpir 119 (1968) 129-145. O. H. Steck, Bermenkungen zu Jesaja 6: BZ 16 (1972) 188-206; E. Eichrodt, Teología del AT I, Cristiandad, Madrid 1975, 307-356)).

− Kyrios, Hijo de Dios (17, 4-5).

Pedro llama a Jesús “Kyrie” (Señor), en vez de Rabbi (Maestro), a diferencia de Mc 9, 5, destacando así su grandeza y soberanía, como Señor Pascual, signo divino, por encima (a diferencia) de Moisés y Elías. Esta denominación y título ha de entenderse en sentido estricto; y a ella se debe añadir la voz de la nube (del Dios de Israel diciendo: ¡Este es mi Hijo… escuchadle!

La nube es signo de la presencia y providencia de Dios que guía al pueblo de Israel (Ex 13, 21-22), como ha recordado Pablo al afirmar que todos los israelitas se hallaban bajo la nube de Dios (cf. 1 Cor 10, 1-2). Pues bien, la Voz de la Nube es la voz de Dios, que da testimonio de Jesús, llamándole su Hijo Querido, a quien los hombres deben escuchar, ratificando así la palabra del bautismo (comparar Mt 17, 5 con 3, 17). Quizá se puede evocar en ese contexto la voz grande (27, 46) de Jesús que grita a Dios ante la muerte, con la voz de la nube que Dios dirige aquí a Jesús, diciendo “este es mi Hijo querido” (17, 5).
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‒ Terror divino, experiencia de resurrección (17, 6-7).

En esa línea se sitúa estos versos en los que Mateo pone de relieve el poder sobrecogedor de la experiencia de Dios que habla a Jesús en la montaña y deja a los tres discípulos (Pedro, Santiago y Andrés) paralizados, llenos de terror, de manera que el mismo Jesús tiene que tocarles y despertarles, diciendo (ege,rqhte, levantaos, resucitad), para que así vuelvan a la vida.

Al oír la voz de Dios, los discípulos han caído sobre el rostro, llenos de temor, pues han descubierto a Dios en Jesús, han ido más allá de los límites del mundo, tienen que morir (y en el fondo han muerto), como bien sabe la tradición israelita (cf. Is 6, 5).

De esa forma, Jesús viene a ellos desde más allá de la muerte, desde el lado de Dios, y les despierta, es decir, les eleva, diciéndoles levantáos, resucitad. Esta experiencia es un toque de resurrección, y así se dice que tocándoles… les levantó de nuevo, para que siguieran viviendo en este mundo, pero bien fundados en el más allá, desde la presencia del Dios de Jesús que nos resucita.

‒ Y abriendo los ojos sólo vieron a Jesús (17, 8).

Ésta ha sido una experiencia de muerte, y los tres discípulos de Jesús han desbordado los límites de este mundo, han entrado en eso que podría llamarse el “espacio celeste”, contemplando más allá de la muerte la gran Luz de Dios en Jesús, la palabra que dice “éste es mi hijo, escuchadle”. Lógicamente tendrían que haber muerto sin retorno a este mundo, pero ésta ha sido una muerte para retornar, y por eso Jesús les toca y les despierta (cf. 9, 25: tomó de la mano a la niña y resucitó…). Pues bien, Jesús toca aquí a los tres y les resucita, para que vivan desde el otro lado, como testigos de la resurrección que supera a la muerte (cf. 16, 21).

Esta experiencia define a los cristianos, que han descubierto la presencia y acción de Dios en la muerte de Jesús, que han experimentado a Jesús como el viviente, aquel a quien deben seguir, como ha dicho Dios (escuchadle: 17, 5). Por eso, lógicamente, abriendo de nuevo los ojos, tras la luz cegadora de la montaña sagrada y la Palabra de Dios, sólo ven a Jesús hombre, al mesías concreto de la historia, que les lleva hacia Jerusalén. Leer más…

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“Por la renuncia al triunfo”. Domingo. 2º de Cuaresma. Ciclo A.

Domingo, 12 de marzo de 2017
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08-transfiguaracionDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El tema común a las tres lecturas de este domingo es “por la renuncia al triunfo”. En la primera, Abrahán debe renunciar a su patria y a su familia, experiencia muy dura que sólo conocen bien los que han tenido que emigrar. Pero obtendrá una nueva tierra y una familia numerosa como las estrellas del cielo. Incluso todas las familias del mundo se sentirán unidas a él y utilizarán su nombre para bendecirse.

En la segunda lectura, Timoteo deberá renunciar a una vida cómodo y tomar parte en el duro trabajo de proclamar el evangelio. Pero obtendrá la vida inmortal que nos consiguió Jesús a través de su muerte.

En el evangelio, si recordamos el episodio inmediatamente anterior (el primer anuncio de la pasión y resurrección) también queda claro el tema: Jesús, que renuncia a asegurarse la vida, obtiene la victoria simbolizada en la transfiguración. Así lo anuncia a los discípulos: «Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar a este Hombre como rey». Esta manifestación gloriosa de Jesús tendrá lugar seis días más tarde.

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:

― «Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»

Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.»

Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:

― «Levantaos, no temáis.»

Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:

― «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»

El relato podemos dividirlo en tres partes: la subida a la montaña (v.1), la visión (vv.2-8), el descenso de la montaña (9-13). Desde un punto de vista litera­rio es una teofanía, una manifestación de Dios, y los evangelistas utilizan los mismos elementos que empleaban los autores del Antiguo Testamento para describirlas. Por eso, antes de analizar cada una de las partes, conviene recordar algunos datos de la famosa teofanía del Sinaí, cuando Dios se revela a Moisés.

La teofanía del Sinaí

Dios no se manifiesta en un espacio cualquiera, sino en un sitio especial, la montaña, a la que no tiene acceso todo el pueblo, sino sólo Moisés, al que a veces acompaña su hermano Aarón (Ex 19,24), o Aarón, Nadab y Abihú junto con los setenta dirigentes de Israel (Ex 24,1). La presen­cia de Dios se expresa mediante la imagen de una nube espesa, desde la que habla (Ex 19,9). Es también frecuente que se mencione en este contexto el fuego, el humo y el temblor de la montaña, como símbolo de la gloria y el poder de Dios que se acerca a la tierra. Estos elementos demuestran que los evangelistas no pretenden ofrecer un informe objetivo, “histórico”, de lo ocurrido, sino crear un clima semejante al de las teofanías del Antiguo Testa­mento.

La subida a la montaña

Jesús sólo elige a tres discípu­los, Pedro, Santiago y Juan. La exclusión de los otros nueve no debemos interpretarla sólo como un privilegio; la idea principal es que va a ocurrir algo tan importante que no puede ser presen­ciado por todos. Se dice que subieron «a una montaña alta y apartada». La tradición cristiana, que no se contenta con estas indicaciones generales, la ha identificado con el monte Tabor, que tiene poco de alto (575 m) y nada de aparta­do. Lo evangelistas quieren indicar otra cosa: usan el frecuente simbolismo de la montaña como morada o lugar de revelación de Dios. Entre los antiguos cananeos, el monte Safón era la morada del panteón divino. Para los griegos se trataba del Olimpo. Para los israelitas, el monte sagrado era el Sinaí (u Horeb). También el Carmelo tuvo un prestigio especial entre ellos, igual que el monte Sión en Jerusalén. Una montaña «alta y apartada» aleja horizontalmente de los hombres y acerca verticalmente a Dios. En ese contexto va a tener lugar la mani­festación gloriosa de Jesús, sólo a tres de los discípulos.

La visión

En ella hay cuatro elementos que la hacen avanzar hasta su plenitud. El primero es la transformación del rostro y las vestiduras de Jesús. El segundo, la aparición de Moisés y Elías. El tercero, la aparición de una nube luminosa que cubre a los presentes. El cuarto, la voz que se escucha desde el cielo.

1. La transformación de Jesús la expresaba Marcos con estas pala­bras: «sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no es capaz de blanquearlos ningún batanero del mundo» (Mc 9,3). Mateo omite esta comparación final y añade un dato nuevo: «su rostro brillaba como el sol». La luz simboliza la gloria de Jesús, que los discípulos no habían percibido hasta ahora de forma tan sorprendente.

2. «De pronto, se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él». Moisés es el gran mediador entre Dios y su pueblo, el profeta con el que Dios hablaba cara a cara. Sin Moisés, humana­mente hablando, no habría existido el pueblo de Israel ni su religión. Elías es el profeta que salva a esa religión en su mayor momento de crisis, hacia el siglo IX a.C., cuando está a punto de sucumbir por el influjo de la religión cananea. Sin Elías habría caído por tierra toda la obra de Moisés. Por eso los judíos concedían especial importancia a estos dos personajes. El hecho de que se aparezcan ahora a los discípu­los (no a Jesús) es una manera de garantizarles la importancia del personaje al que están siguiendo. No es un hereje ni un loco, no está destruyendo la labor religiosa de siglos, se encuentra en la línea de los antiguos profetas, llevando su obra a plenitud.

En este contexto, las palabras de Pedro proponiendo hacer tres chozas suenan a simple despropósito. Pero son simple conse­cuencia de lo que dice antes: «qué bien se está aquí». Cuando el primer anuncio de la pasión, Pedro rechazó el sufrimiento y la muerte como forma de salvar. Ahora, en la misma línea, considera preferible quedarse en lo alto del monte con Jesús, Moisés y Elías que seguir a Jesús con la cruz.

3. Como en el Sinaí, Dios se manifiesta en la nube y habla desde ella.

4. Sus primeras palabras reproducen exactamente las que se escucharon en el momento del bautismo de Jesús, cuando Dios presentaba a Jesús como su siervo. Pero aquí se añade un imperativo: “¡Escuchadlo!” La orden se relaciona directamente con las anteriores palabras de Jesús, que han provocado tanto escán­dalo en Pedro, y con la dura alternativa entre vida y muerte que ha planteado a sus discípulos. Ese mensaje no puede ser eludido ni trivializado. “¡Escuchadlo!”

El descenso de la montaña

Dos hechos cuenta Mt en este momento: La orden de Jesús de que no hablen de la visión hasta que él resucite y la pregunta de los discípulos sobre la vuelta de Elías.

Lo primero coincide con la prohibición de decir que él es el Mesías (Mt 16,20). No es momento ahora de hablar del poder y la gloria, suscitando falsas ideas y esperanzas. Después de la resurrección, cuando para creer en Cristo sea preciso aceptar el escándalo de su pasión y cruz, se podrá hablar con toda libertad también de su gloria.

El segundo tema, sobre la vuelta de Elías, lo omite la liturgia.

Resumen

Este episodio no está contado en beneficio de Jesús, sino como experiencia positiva para los apóstoles. Después de haber escuchado a Jesús hablar de su pasión y muerte, de las duras condiciones que impone a sus seguidores, tienen tres experiencias complementarias: 1) ven a Jesús transfigurado de forma gloriosa; 2) se les aparecen Moisés y Elías; 3) escuchan la voz del cielo.

Esto supone una enseñanza creciente: 1) al ver transformados su rostro y sus vesti­dos tienen la expe­riencia de que su destino final no es el fracaso, sino la gloria; 2) al aparecérseles Moisés y Elías se confirman en que Jesús es el culmen de la historia religiosa de Israel y de la revela­ción de Dios; 3) al escuchar la voz del cielo saben que seguir a Jesús no es una locura, sino lo más conforme al plan de Dios.

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Segundo Domingo de Cuaresma. 12 Marzo, 2017

Domingo, 12 de marzo de 2017
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dii-cuaresma

“Delante de ellos se transfiguró”

(Mt 17, 1-9)

Jesús tomó a los cercanos, a los que podían “ver” la grandeza de su humanidad y divinidad unidas.

Jesús permite que le vean en su “completud”, transfigurado. Hoy sólo quiero fijarme en la palabra “transfiguración”. La palabra “trans” significa etimológicamente al otro lado de. En el lenguaje de hoy, traspasar.

En Occidente, en nuestra sociedad  racional y dualista hablamos en términos antagónicos. Eres humano o divino, es de noche o de día. Pero Jesús no vivió eso. Me viene el ejemplo de los polos opuestos de una pila. No son antagónicos, son complementaros. Sin la comunión de los dos, no hay corriente que genere vida en términos de luz, calor, etc.

Descubrir en los polos opuestos, los complementarios. Las dos orillas de un rio, la una sin la otra no pueden existir,  pues no habría posibilidad que el cauce del mismo fluyera… Las dos alas de los pájaros, la una sin la otra no posibilitaría el vuelo.

Esto le pasó a Jesús, fue un instante, una ráfaga, una eternidad sin tiempo. En donde se encontró con Su Padre y esto le hizo sentirse profundamente amado y tener una experiencia de unidad en Él y con todo. Una experiencia de transcendimiento. La sincronía entre lo humano y lo divino. La Unidad de ser  hace resplandecer la Luz que es su esencia y todo es transparencia en Él.

Trans, es ir al otro lado de. Integrar las orillas, integrar humanidad y divinidad. Ser y hacer, nada sobra, todo es posibilidad de comunión.

Jesús se siente pleno, colmado, completo. Ha llegado a la perfección, pero no como lo entendemos nosotros, sino en términos de ser uno con el Padre. De Paz interior, de completud, de no caber nada más en Él. Vive un lleno total, no necesita ni quiere nada, disfruta de su ser en el Padre.

Toda oscuridad es traspasada por la Luz de la Vida, no hay sombras. Solo el resplandor de la completud del Padre en el Hijo… “Tú eres  mi Hijo amado”.

Jesús, Dios y hombre, comunión de plenitud.

ORACIÓN

Padre, que  nuestra vida se transcienda de Amor para poder ser resplandor de Vida nueva, transparente, llena de Humanidad y Danza

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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Lo divino en Jesús no puede verse ni oírse

Domingo, 12 de marzo de 2017
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trasfigurazione2Mt 17, 1-9

El domingo pasado, tirarse del templo para ser recogido por los ángeles, era una tentación. Pero hoy, una espectacular puesta en escena de luz y sonido, nos parece la cosa más natural del mundo. Desde la razón, es una contradicción, pero en el orden trascendente, una formulación puede ser verdad y la contraria también.

Aunque no sabemos cómo se fraguó este relato, debe ser muy antiguo, porque Mc, ya lo narra completamente elaborado. Una vez que, descubrieron en la experiencia Pascual lo que Jesús era, trataron de comunicar esa vivencia que les había dado Vida. Para hacerlo creíble, lo colocaron en la vida terrena de Jesús, justo antes del anuncio de la pasión. Así disimulaban la ceguera que les impidió descubrir quién era.

No podemos pensar en una puesta en escenapor parte de Jesús; no es su estilo ni encaja con la manera de presentarse ante sus discípulos. Por lo tanto, debemos entender que no es la crónica de un suceso. Se trata de una teofanía, construida con los elementos y la estructura de las muchas relatadas en el AT. Probablemente es un relato pascual, retrotraído a la época de su vida pública, tiempo después de haberse elaborado.

El relato está tejido con los elementos simbólicos, aportados por las numerosas teofanías que se narran en el AT. Nada en él es original; ni siquiera la voz de Dios es capaz de aportar algo nuevo, pues repite exactamente lo que dijo en el bautismo. Se trata de expresar la presencia divina en Jesús, con un lenguaje que todos podían reconocer. Lo importante es lo que quiere comunicar, no los elementos que utiliza para la comunicación.

No es verosímil que esta visión se diera durante la vida de Jesús. Si los apóstoles hubieran tenido esta experiencia de lo que era Jesús, no le hubieran negado poco después. Tampoco fue un intento de preparar a los apóstoles para el escándalo de la cruz. Si fue ese el objetivo, el fracaso fue absoluto: “Todos le abandonaron y huyeron”.

En la experiencia pascual descubrieron los discípulos lo que era Jesús. Todo lo que descubrieron después de su muerte, estaba ya presente en él cuando andaban por los caminos de Palestina. Los exégetas apuntan a que estamos ante un relato pascual. Si se retrotrae a la vida terrena es con el fin de hacer ver que Jesús fue siempre un ser divino.

No podemos seguir pensando en un Jesús que lleva escondido en la chistera el comodín de la divinidad, para sacarlo en los momentos de dificultad. Lo que hay de Dios en él, está en su humanidad. Lo divino nunca podrá ser percibido por los sentidos. Es hora de que tomemos en serio la encarnación y dejemos de ridiculizar a Dios.

La única gloria de Dios es su ser. Nada que venga del exterior puede afectarle ni para bien ni para mal. El aplicar a Dios nuestras perspectivas de grandeza, es sencillamente ridiculizarle. La única gloria del hombre es manifestar que en él está ya ese mismo amor. Manifestar amor hasta la muerte por amor, es la mayor gloria de Jesús y del hombre.

Jesús vivió constantemente trasfigurado, pero no se manifestaba externamente con espectaculares síntomas. Su humanidad y su divinidad se expresaban cada vez que se acercaba a un hombre para ayudarle a ser él. La única luz que transforma a Jesús es la del amor y solo cuando manifiesta ese amor ilumina. En lo humano se transparenta Dios.

Los relatos de teofanía que encontramos en el AT, son intentos de trasmitir experiencias personales de seres humanos. Esa vivencia es siempre interior e indecible. La presencia de Dios es el punto de partida. Esa presencia es nuestro verdadero ser. La gloria no es una meta a la que hay que llegar, sino el punto de partida para llegar al don total.

Tomó consigo a tres: La experiencia interior es siempre personal no colectiva, por eso los presenta con sus nombres propios. Moisés también subió al Sinaí acompañado por tres personas. El monte: Es el ámbito de lo divino. Si Dios está en el cielo, la montaña será el mejor lugar para que se manifieste. El monte alto es el lugar donde siempre está Dios.

Rostro resplandeciente: la gloria de Dios se comunica a aquellos que están cerca de Él. A Moisés, al bajar del monte, después de haber hablado con Dios, tuvieron que taparle el rostro porque su luminosidad hería los ojos. La luz: ha sido siempre símbolo de la presencia de la Gloria de Dios. La nube: Símbolo de la presencia protectora de Dios. A los israelitas les acompañaba por el desierto una nube que les protegía del calor del sol.

Moisés y Elías: Jesús conectado con el AT. La Ley y los Profetas en diálogo con Jesús. El evangelio es continuación del AT pero superándolo. La voz: la palabra ha sido siempre la expresión de la voluntad de Dios. ¡Escuchadlo! Es la clave del relato. Solo a él, ni siquiera a Moisés y a Elías. El miedo, aparece en todas las teofanías. Ante la presencia de lo divino, el hombre se siente empequeñecido. Miedo incluso de morir por ver a Dios.

El relato propone a Jesús como la presencia de Dios entre los hombres, pero de manera muy distinta a como se había hecho presente en el AT. Por eso hay que escucharlo. Su humanidad llevada a plenitud es Palabra definitiva. Escuchar al Hijo es transformarse en él y vivir como él vivió, ser capaces de manifestar el amor a través del don total de sí.

Ni la plenitud de Jesús ni la de ningún hombre están en un futuro propiciado por la acción externa de Dios. La plenitud del hombre está en la entrega total. No está en la resurrección después de la muerte ni en la dicha después del sufrimiento. La Vida y la gloria están allí donde hay amor. La vida de Jesús se presenta como un éxodo, pero el punto de llegada será el Padre, que era el punto de partida al empezar el camino.

A los cristianos nos queda aún un paso por dar. No se trata de aceptar el sufrimiento y la prueba como un medio para llegar a “la gloria”. Se trata de ver en la entrega, aunque sea con sufrimiento, la meta de todo ser humano. El amor es lo único que demuestra que somos hijos de Dios.Darse a los demás por una recompensa, no tiene nada de cristiano.

Jesús nos descubre un Dios que se da totalmente sin pedirnos nada a cambio. No es la esperanza en un premio, sino la confianza de una presencia, lo que me debe animar. La transfiguración nos está diciendo lo que era realmente Jesús y lo que somos realmente cada uno de nosotros. ¡Sal de tu tierra! Abandona tu materialidad y adéntrate por los caminos del Espíritu. Vives exiliado en tierra extraña, que no es el lugar que te pertenece.

Meditación-contemplación

Jesús era todo luz porque Dios lo inundaba.
Ese es el punto de partida para él y para nosotros.
No debemos esperar ninguna transfiguración
sino de descubrir nuestro ser no desfigurado.

No tengo que caminar hacia una meta fantástica que me prometen,
sino descubrir ya en mí el más sublime don: Dios mismo.
Debo vivir mi realidad esencial que ya está en mí.
Dios está ya en la profundidad de mi propio ser.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Salir de su tierra

Domingo, 12 de marzo de 2017
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El abbé Pierre, el 1 de Febrero de 1954, en Radio Luxemburgo

Sólo cabe progresar cuando se piensa en grande, sólo es posible avanzar cuando se mira lejos” (Ortega y Gasset)

12 marzo, II domingo de Cuaresma

Mt 17, 1-9

Seis días más tarde llamó Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña elevada.

El Génesis relata en 12, 1-4 la vocación de Abrahán, padre del pueblo de Dios: “Sal de la tierra nativa y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré”Y Abrahán sale mirando lejos, respondiendo a la llamada de un Dios que nos ilumina (2 Tim 1, 10) y con la vista puesta en el futuro. Nada importa la realidad o no del hecho. Lo trascendente es lo que el mito significa. Hace poco me enviaba un amigo el dibujo de una pareja en la cama. Ella leyendo un libro y él medio sentado. Le dice él: “Cariño, estoy sin calzoncillos”. Y ella le contesta sin tan solo mirarle: “No te preocupes, cielo; mañana te compro unos”.

De un mensaje, lo de menos es lo que se dice; lo importante es lo que con él se quiere decir. Hay que evitar la letra que mata y recuperar el Espíritu que vivifica. San Pablo nos lo recuerda en su 2 Cor 3, 5-6: “nuestra capacidad viene de Dios, que nos capacita para ilustrar una alianza nueva: no de puras letras sino de Espíritu; porque la letra mata, el Espíritu da vida”.

Ortega y Gasset dijo: “Sólo cabe progresar cuando se piensa en grande, sólo es posible avanzar cuando se mira lejos”.

Y esto es lo que hace el papa Francisco cuando en septiembre de 2015 se abraza con cuatro representantes de las principales creencias -una budista, un judío, un cristiano y un musulmán- y pronuncia este memorable discurso: “La mayor parte de los habitantes del planeta se declaran creyentes, y esto debería provocar un diálogo entre las religiones. No debemos dejar de orar por él y colaborar con quienes piensan distinto. Muchos piensan distinto, sienten distinto. Buscan a Dios o encuentran a Dios de diversa manera. En esta multitud, en este abanico de religiones hay una única certeza que tenemos para todos: todos somos hijos de Dios. Que el diálogo sincero entre hombres y mujeres de diversas religiones conlleve frutos de paz y justicia”. Nuestro cardenal, Carlos Osoro, declaraba en octubre de 2016 que “La libertad auténtica se alcanza cuando se respeta la libertad religiosa”.

Ojalá seamos esa luz que el protagonista Hiroyuki Sanada proponía, como final de cinta, fueran sus hijos Eliseo y Eladia: “las luces más brillantes en la más oscura noche”Babel (2006), del mejicano Alejandro González Iñárritu. Un noble deseo como el de Abrahán, el de Pablo, el de Francisco, el de Osoro, el de Ortega, y el de Jesús, comprometido como el Abbé Pierre (1912-2007) –“Ángel de los pobres”– y fundador de Los Traperos de Emaús en mirar el futuro sin dejar de atender las necesidades del presente.

El 1 de febrero de 1954 irrumpió por sorpresa en Radio Luxemburgo y consiguió que le permitieran hablar en directo. Conmovió a los oyentes con un discurso en el que proclamó la insurrección de la bondad: “Una mujer acaba de morir congelada esta madrugada en la acera del bulevar de Sebastopol, manteniendo aún aferrada a su mano la notificación judicial de expulsión de su domicilio. No podemos aceptar que sigan muriendo personas como ella. Cada noche son más de 2 000 personas soportando el hielo, sin techo, sin pan, más de uno casi desnudo; para esta misma noche es necesario reunir 5 000 mantas, 300 grandes tiendas de campaña, 200 ollas. Venid los que podáis con camiones para ayudar al reparto […] Al Hotel Rochester, calle Le Boétie 92. Imploro, frente a los hermanos que mueren de miseria, aumente en nosotros el amor para hacer desaparecer esta lacra. «¡Que tanto dolor despierte el alma maravillosa de Francia!»

EL ÁNGEL DE LOS POBRES (Abbé Pierre)

Yo continuaría creyendo, incluso si el mundo pierde esperanza.

Y continuaría amando, incluso si los otros destilan odio.

Yo continuaría construyendo, incluso si otros destruyen.

Yo continuaría hablando de paz, incluso dentro de una guerra.

Yo continuaría iluminando, incluso en medio de la obscuridad.

Yo continuaría sembrando, incluso si los otros pisotean la cosecha.

Y yo continuaría gritando, incluso si los otros se callan.

Y yo dibujaría sonrisas en los rostros con lágrimas.

Y yo aportaría alivio, cuando se vea dolor.

Y yo ofrecería motivos de alegría allí donde no hay más que tristeza.

Y yo invitaría a caminar aquel que ha decidido detenerse…

Y yo extendería los brazos a aquellos que se sienten agotados”.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Escuchadle

Domingo, 12 de marzo de 2017
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2cuares-aMt 17, 1-9

En el tiempo de Cuaresma, la liturgia del segundo domingo nos acerca cada año al relato de la Transfiguración de Jesús. Después de acompañarle en el desierto (el primer domingo), somos llevados a una montaña alta de la mano de Jesús. Del desierto al monte. Conocemos la simbología de estos dos espacios. El desierto es el lugar de la soledad y el silencio, de la sequía, del ardor y la sed, del calor y la ausencia de caminos claros por los que avanzar. Pero, como bien sabemos, es también (y por ello mismo) el lugar del encuentro con el Dios de la Vida, con Aquel que está enamorado de nosotros (cf. Os 2,14). El monte es el lugar por excelencia de la comunicación de Dios. En el monte Dios se revela, se muestra, se comunica. En todas las tradiciones religiosas es el ámbito de lo divino.

El relato ante el que nos encontramos está muy elaborado y en él se presenta una teofanía descrita con la estructura y los elementos que hallamos en el Antiguo Testamento. Los primeros cristianos, tras la experiencia pascual, construyen un relato para expresarnos la presencia divina en Jesús con los elementos que para ellos eran conocidos y comprensibles.

Si lo que nos relatan lo hubieran experimentado los discípulos con anterioridad a la muerte de Jesús, seguramente se hubieran enfrentado al final de su vida de otra manera. Pero, como bien sabemos, la confirmación de quién era realmente Jesús les llega a los discípulos sólo tras la experiencia pascual. Es entonces cuando son capaces de entender y acoger que el Jesús Resucitado con el que se encontraron tras la experiencia en Jerusalén es el mismo que caminó con anterioridad junto a ellos por los caminos de Palestina, el mismo que murió en una cruz. Y es entonces cuando pueden elaborar este texto, tan cargado de simbolismo y expresividad.

En muchas cosas nos recuerda al del Bautismo (Mt 3,17). La voz de Dios expresa prácticamente lo mismo: “Este es mi hijo, el amado, mi predilecto”. Sin embargo, hay una novedad: el imperativo “escuchadle”.

Pedro, Santiago y Juan suben junto a Jesús al monte como lo hicieron Aarón, Nadab y Abiú y 70 ancianos acompañando a Moisés (Ex 24,1). Moisés y Elías, representantes de la Ley y los profetas, son mostrados en diálogo con Jesús. Pero Jesús y su Evangelio trascienden todo lo vivido anteriormente. Por eso, aunque Pedro propone levantar una tienda igual para cada uno, es Dios mismo quien le interrumpe (“Todavía estaba hablando…”) para que todo quede resituado.

Es a él, a Jesús, a su Hijo amado, a quien hay que escuchar. En griego, “akouete autou” significa escuchadle a él solo. Dios se hace presente como lo ha hecho a lo largo de toda la historia pero ahora, en Jesús, lo lleva a cabo de un modo nuevo. Por eso hay que escucharlo. Y escuchar al Hijo predilecto es conformarse con él, transformarse en él y vivir como él, entregando la vida hasta el final por amor.

El espanto con el que los discípulos caen de bruces en el suelo es el propio de las teofanías. La presencia de lo divino asusta al ser humano porque éste se hace consciente de quién es él y quién es Dios. Pero el miedo que este relato nos describe podemos entenderlo también como aquel que brota en el creyente ante esta conciencia. ¿Cómo puede Dios mismo manifestarse ante mí? ¿Y cómo puede ser que se manifieste en Jesús, cuyo camino pasa por la cruz y la muerte?

No debemos olvidar el contexto en el que Mateo introduce este relato. Se incluye inmediatamente después del primer anuncio de la Pasión y de la reacción enardecida de un Pedro que no termina de enterarse bien y a quien Jesús regaña fuertemente. ¿Cómo no temer cuando lo último que Jesús les ha dicho es: “si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, cargue con sus cruz y me siga” (Mt 16,24)?

Los discípulos caen aterrados de miedoJesús se acerca y los toca. Como lo hizo siempre en el camino ante quienes sufrían alguna enfermedad o estaban abatidos. Jesús, a quien reconocemos como nuestro Dios y Señor, no se queda en el monte ni en la nube, ni en la luz resplandeciente… Nuestro Dios y Señor se acerca una y otra vez a ti, a mí… nos toca y nos habla invitándonos a no tener miedo y a ponernos en pie; invitándonos a volver a los caminos sanando, proclamando la Buena Noticia, liberando.

En este tiempo de Cuaresma, tiempo intenso de oración y de preparación, tiempo de conversión, este relato se nos regala como una invitación a mantener la esperanza y la consciencia de que caminamos hacia la Pascua y Resurrección. Pero no de cualquier modo, lo hacemos de la mano de Jesús, a quien debemos escuchar y quien nos conduce por los caminos invitándonos a vivir como él, quien –si caemos por alguna razón– se acerca siempre, nos levanta y nos dice: “no temas”.

Inma Eibe, ccv

Fuente Fe Adulta

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“Escuchar sólo a Jesús”. 2 Cuaresma – C (Lucas 9,28-36)

Domingo, 21 de febrero de 2016
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2-CUAR-600x678La escena es considerada tradicionalmente como «la transfiguración de Jesús». No es posible reconstruir con certeza la experiencia que dio origen a este sorprendente relato, solo sabemos que los evangelistas le dan gran importancia pues, según su relato, es una experiencia que deja entrever algo de la verdadera identidad de Jesús.

En un primer momento, el relato destaca la transformación de su rostro y, aunque vienen a conversar con él Moisés y Elías, tal vez como representantes de la ley y los profetas respectivamente, solo el rostro de Jesús permanece transfigurado y resplandeciente en el centro de la escena.

Al parecer, los discípulos no captan el contenido profundo de lo que están viviendo, pues Pedro dice a Jesús: «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Coloca a Jesús en el mismo plano y al mismo nivel que a los dos grandes personajes bíblicos. A cada uno su tienda. Jesús no ocupa todavía un lugar central y absoluto en su corazón.

La voz de Dios le va a corregir, revelando la verdadera identidad de Jesús: «Este es mi Hijo, el escogido», el que tiene el rostro transfigurado. No ha de ser confundido con los de Moisés o Elías, que están apagados. «Escuchadle a él». A nadie más. Su Palabra es la única decisiva. Las demás nos han de llevar hasta él.

Es urgente recuperar en la Iglesia actual la importancia decisiva que tuvo en sus comienzos la experiencia de escuchar en el seno de las comunidades cristianas el relato de Jesús recogido en los evangelios. Estos cuatro escritos constituyen para los cristianos una obra única que no hemos de equiparar al resto de los libros bíblicos.

Hay algo que solo en ellos podemos encontrar: el impacto causado por Jesús a los primeros que se sintieron atraídos por él y le siguieron. Los evangelios no son libros didácticos que exponen doctrina académica sobre Jesús. Tampoco biografías redactadas para informar con detalle sobre su trayectoria histórica. Son «relatos de conversión» que invitan al cambio, al seguimiento a Jesús y a la identificación con su proyecto.

Por eso piden ser escuchados en actitud de conversión. Y en esa actitud han de ser leídos, predicados, meditados y guardados en el corazón de cada creyente y de cada comunidad. Una comunidad cristiana que sabe escuchar cada domingo el relato evangélico de Jesús en actitud de conversión, comienza a transformarse. No tiene la Iglesia un potencial más vigoroso de renovación que el que se encierra en estos cuatro pequeños libros.

José Antonio Pagola

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“Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió” .Domingo 21 de febrero de 2016. Domingo 2º de Cuaresma (C)

Domingo, 21 de febrero de 2016
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18-cuaresmaC2 cerezoLeído en Koinonia:

Génesis 15, 5-12. 17-18: Dios hace alianza con Abrahán, el creyente.
Salmo responsorial: 26:  El Señor es mi luz y mi salvación.
Filipenses 3, 20-4, 1: Cristo nos transformará, según el modelo de su cuerpo glorioso.
Lucas 9, 28b-36: Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió.

Análisis

El texto de Gn 15 pertenece a una unidad que tiene dos partes muy marcadas: la primera vv.1-6 sobre la promesa de un hijo y descendencia, la segunda vv.7-21 sobre la promesa de la tierra. El texto que hoy presenta la liturgia presenta una cierta confusión ya que encontramos la conclusión de la primera parte, y parte de la segunda. Muchos estudiosos se han preguntado por la antigüedad del texto, hoy parece haber acuerdo que si bien mucho material es antiguo, tenemos también elementos tardíos (como por ejemplo semejanzas con el Segundo Isaías). Incluso los primeros defensores de la teoría de fuentes del Pentateuco afirmaban que descubrir las fuentes de este texto resultaba muy difícil sino imposible.

La primera parte (vv.1-6) nos muestra la promesa de Dios (v.1), la objeción de Abraham, (vv.2-3), la respuesta de Dios en forma de signo (vv.4-5: v.4, negación a la objeción, v.5, signo en el cielo) y aceptación de Abraham (v.6). Como vemos, la liturgia sólo incorpora el signo y la aceptación final. La escena es muy conocida, por ser uno de los momentos iniciales, primordiales, del Primer Testamento.

Es sabido que a los domingos de Cuaresma se les ha asignado «textos bíblicos fuertes», referentes a elementos o dimensiones capitales de la fe judeo-cristiana. Este de hoy es claro: nada menos que la Alianza de Dios con Abraham, la Alianza que dio origen a todo, porque a partir de ahí es que supuestamente se comenzaría a formar el pueblo de Israel –de la descendencia de Abraham– y de ahí saldría Jesús, y de ahí el cristianismo, la Iglesia, y de ahí todo el Occidente Cristiano. De hecho, sin ir más lejos, la Doctrina del Destino Manifiesto de los Estados Unidos de América considera a este país como el nuevo Israel para los tiempos de la modernidad democrática. Países, religiones –incluido el Islam– y culturas creen llevar dentro de su código genético cultural el ADN de Abraham, todas ellas se consideran, de alguna manera, elegidas por Dios, queridas por Él, por medio de este Patriarca privilegiado que hoy estaría marcando más de la mitad de la Humanidad (cristianos y musulmanes ya sumamos el 54% de la población actual).

Al hecho mismo de esta Alianza de Yavé con Abraham se apela en el Parlamento del Estado Isrelí para invocar el derecho de Israel a la tierra que ocupa, en medio de un conflicto de dimensiones prácticamente mundiales. Esos pocos versículos del capítulo 15 no son pues un fragmento piadoso sin importancia. Treinta y cinco siglos más tarde (según la tradición bíblica) del hecho que relata, sigue teniendo siendo considerado, pues, decisivo, cultural y políticamente.

¿Pero fue histórico un hecho tan importante? Más concretamente, ¿lo fue el personaje protagonista, Abraham? En muchas universidades –estamos queriendo hablar de hechos científicos, no de creencias religiosas– hace tiempo que se enseña que no, que no lo es, a la luz de las investigaciones arqueológicas más avanzadas. Obviamente, estamos ante una nueva edición del conflicto de la fe con la ciencia. En nuestra fe y en nuestras eucaristías podemos seguir hablando de todo esto, pero no podríamos hacerlo en el ámbito riguroso de la ciencia o de la universidad.

No vamos a resolverlo ahora, ni siquiera a abordarlo como sería conveniente. Solamente queremos dejar constancia de esta cuestión pendiente. Como el domingo pasado, recomendamos abordar el tema del «nuevo paradigma arqueológico-biblico». Véase la revista VOICES (eatwot.net/VOICES) y tómese su último número –en línea, gratuito–).

La carta de Pablo a los Filipenses tiene una serie de puntos que merecerían ser discutidos. Señalemos, sin embargo, que 3,1-4,1 parece ser una unidad (o quizá hasta 4,3 por la repetición de la invitación a estar alegres). En la mayor parte del cap. 3 Pablo alerta a la comunidad contra los “perros”, “obreros malos”, “falsos circuncisos”, todo lo que parece una ironía contra los grupos judaizantes, es decir quienes pretendían que los cristianos para ser verdaderamente salvados previamente debían aceptar la circuncisión. El tema es complicado: ¿quiénes eran? la cosa se discute, pero parecen ser grupos que pretenden que los cristianos venidos del mundo no judío se hagan a sí mismos primero judíos (circuncisión mediante) para poder gozar luego de los beneficios de la salvación. Puede ser para evitar conflictos: el judaísmo es una religión lícita, las novedades no son bien vistas por algunos griegos; puede ser por cerrazón ante la novedad de parte de los “judaizantes”; puede ser por una suerte de idolatría de la Ley, la circuncisión y la misma ley puestas casi al mismo nivel que Dios… la cuestión es que misioneros itinerantes han llegado a Filipos e insistido en que es necesario hacerse judíos por la circuncisión, y dejar de ser perros (= paganos). Pablo les dice que ellos son los incircuncisos, los perros, etc… A continuación presenta una especie de “curriculum” frente a los que lo cuestionaban: él tiene tantas o más razones para gloriarse de ser judío, pero no pone allí su seguridad, “todo eso lo tiene como estiércol” y sigue en camino para alcanzar a Cristo. Estemos donde estemos, avancemos (3,16).

El Evangelio de la Transfiguración según la versión de Lucas propone una serie de elementos que es interesante tener en cuenta. La diferencia con los textos de Mateo y Marcos hizo que muchos se pregunten si Lucas tuvo en su poder una fuente propia, aunque otros piensan que posiblemente las diferencias de deban propiamente a la redacción del evangelista.

Los elementos comunes son conocidos: Jesús ha anunciado que le espera el rechazo y la muerte. En los otros Sinópticos Pedro se ha escandalizado y Jesús lo compara con “Satanás” aunque esto es omitido por Lc. Jesús anuncia que quien quiera ser discípulo debe cargar la cruz (“cada día” añade Lc). Esto es muy duro, pero termina aclarando que “algunos de los que están… no probarán la muerte hasta que vean” (Mt aclara “al Hijo del hombre viniendo”) el Reino. Precisamente Jesús se aparta a algunos y les hará “ver”. Así sucede la Transfiguración.

Hay elementos que son propios de Lc y son interesantes: a diferencia de Mc/Mt los días son “ocho”, Jesús sube “al” monte (como si supiéramos cuál es) y sube “para orar” lo que es muy frecuente en Lc; lo que ocurre sucede “mientras oraba”, como una consecuencia de esta oración. Lc agrega como algo importante el contenido de la conversación entre Jesús, Moisés y Elías. Agrega el temor en medio de la nube, Jesús es además de “Hijo” presentado como “elegido”. Finalmente Lc omite toda relación entre Elías y el Bautista en el descenso del monte. Es interesante que este monte no sea el monte Sión, lugar donde Dios se encuentra con su pueblo: la cita “este es mi hijo” remite al Sal 2 que en v.6 dice que “ha instalado a su rey en Sión, su monte santo”.

Ante la presencia de Moisés y Elías interviene Pedro, pero “no sabe lo que decía”, probablemente Lc lee la clásica incomprensión propia de Mc pensando que es toda la Iglesia la que debe ser reunida por el Señor, o porque no se le puede dar a Dios una morada… La nube es un signo de la presencia divina y de su gloria (“vieron la gloria”, v.32), y por eso cuando los discípulos entran en la nube (sólo Lc señala expresamente que también ellos quedan cubiertos por la nube) “se llenaron de temor”; ellos no son simples espectadores, la nube es reunión de los discípulos en torno a la palabra de Dios, y unidos a su vez con los personajes del cielo en una suerte de “comunión de los santos”. Sin embargo, como en Getsemaní, el sueño los vence (22,45-46), no son testigos del diálogo, y sólo después de la resurrección comprenderán.

Escúchenlo” es la clave del relato: para estar en cercanía a Jesús no es necesario armar tiendas, sino escucharlo, vivir de su palabra. La peregrinación no ha terminado, estamos en camino aunque la transfiguración ilumine brevemente el escándalo de la cruz anunciada; la Iglesia en marcha a su éxodo en el cielo mira el monte, como Israel miraba el Sinaí en su éxodo.

De golpe, súbitamente todo termina y encontramos a “Jesús solo”. Sin prohibición de por medio, los discípulos guardan el secreto, seguramente porque no han comprendido y se mantienen en el misterio.

Comentario

¡Jesús es tan extraño…! Después de tirar abajo todas las expectativas propias de su tiempo, y remarcar que como Mesías lo van a matar, y así salvará a todos, -después de eso-, dice que sus seguidores deben caminar su mismo camino, deben pasar las mismas cruces, y hasta el mismo martirio, y esto ¡cada día!… ¿Quién lo entiende? Pero cuando todo parece, casi, una invitación al masoquismo, se nos manifiesta transfigurado… “¡esto es lo que les espera!”, nos señala, como en un relámpago en medio de la noche. Cruz y resurrección, van tan de la mano, que se hace imposible separarlas. La resurrección da un sentido nuevo y fructífero a una vida que quiere gastarse y entregarse, como el fruto da sentido al entierro del grano. Pero también, la muerte da un sentido nuevo a la resurrección, ¡¡¡el amor nunca se hace tan generoso como cuando da la vida!!!, y Jesús no será un Mesías “allá en las nubes”, sino uno que camina nuestros pasos, uno que pasó por la cruz y que se dirige a Jerusalén, tierra de Pascua, y tierra que es punto de partida de la misión.

La transfiguración es un anticipo; es un “eclipse al revés”: una luz en medio de la noche. Da un sentido completamente nuevo a la vida, ¡y a la muerte! Hace comprensible la maravillosa reflexión de Hélder Câmara: “El que no tiene una razón para vivir, no tiene una razón para morir”.

La Transfiguración es decirnos “esto es lo que les espera”, es decirnos que “dar la vida vale la pena”. Todo proceso de conversión y cambio tiene sentido porque tenemos una roca firme, tenemos uno que no cambia, y garantiza nuestra vida fecunda, un “resucitado que es el crucificado” (J. Sobrino). Por eso la importancia que tiene “escuchar” a Jesús. Es la voz del profeta de los tiempos finales, del profeta como Moisés, que nos enseña el camino de la vida, el camino del éxodo que es camino de Pascua. Leer más…

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Dom 21.2.16. Transfiguración. Dios no tiene rostro, su rostro son los hombres

Domingo, 21 de febrero de 2016
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160110_177494Del blog de Xabier Pikaza:

Dom 2 cuaresma, Ciclo C. Lc 9, 28-36. Este evangelio (Lc 9, 28-36) recuerda el signo de Jesús en el monte (el Tabor de la vida), cara a cara, ante Dios y ante sus tres amigos, revelando así su rostro ante ellos. Quiere que le vean, que todos le veamos (con Moisés y Elías), descubriendo así el rostro del Dios invisible en el rostro de los hombres, para compartir con ellos vida y conversación.

El evangelio de Marcos insiste en el campo de color y fulgor de los vestidos de Jesús, como si no se atreviera a ponernos ante su figura.

Por el contrario, el evangelio de Lucas insiste en su rostro. Su misma cara cambia, se ilumina y aparece como revelación de Dios.

Jesús nos sube al monte y se transfigura (se desnuda y reviste de gloria), nos muestra su rostro, para que le veamos, le miremos, de forma que sepamos quién es, y podamos dialogar con él. Pues bien, ese rostro de Dios que se ilumina en Jesús sobre la montaña se despliega y encarna para los cristianos en el rostro de cada uno de los hombres que están necesitados.

De esa forma Jesús, identifica la estética (belleza del rostro) con la ética: Nos lleva a descubrir el rostro del otros, acogerle y dialogar con él. Así lo mostrará esta postal de domingo que tiene una introducción (los textos) y dos partes:

1- El relato, lectura de los textos. Jesús nos sube a su monte para que descubramos su rostro y podamos dialogar con él, en admiración, belleza y compromiso de seguimiento evangélico.

2. La llamada del rostro. Retomando el motivo del num. 500 de “Imágenes de la fe”, donde he presentado al Dios que no tiene rostro, porque se revela en el rostro del hombre, quiero mostrar que la “estética cristiana” se identifica con la ética: Descubrir a Dios en el rostro de los demás, dejarnos interpelar por cada uno de ellos (enfermo, encarcelado, extranjero), pues ellos son en Cristo (sobre el Tabor de la historia) la belleza y presencia suprema de Dios.

Buen domingo a todos, con la portada de Imágenes de la fe 500 (1. 2. 2016) y una imagen tomada de Cerezo Barredo.

INTRODUCCIÓN. UN TEXTO EN DOS FORMAS

Aquel Monte (según la tradición es el Tabor) era buen sitio, lugar alto de experiencia radical, para desnudarse ante Dios y descubrir los problemas de la humanidad, para sentirlos, para asumirlos y cambiar…

Textos:

Marcos 9, 2-4: Y seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, les subió a solas a un monte muy alto y fue transformado (metamorfosis) ante ellos. Y sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como ningún batanero del mundo podría blanquearlos. Y se les aparecieron Elías y Moisés, que conversaban con Jesús.

Lucas 9, 28b-30: (Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió). En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió (se transfiguró), sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo (camino de entrega), que iba a consumar en Jerusalén.

Marcos y Mateo hablan de trans-formación (metamorfosis de los vestidos de Jesús).
Lucas habla de trans-figuración (cambio de figura) del rostro de Jesús.

1. UN RELATO RICO EN SIMBOLISMO

1. Y seis días después…

Posiblemente alude al Día de Dios (sábado o domingo), pasados seis días de la escena anterior que en el evangelio de Marcos era la de Cesárea de Felipe, con la “confesión” de Pedro y la revelación de Jesús (el camino de dar la vida por el Reino). Ha pasado la semana de los días de la creación, llega el día séptimo de la meta-morfosis de la Iglesia.

Ha pasado el tiempo de los equilibrios de poder, los seis días de esta iglesia “gregoriana”, ajustada a los tiempos del mundo; es la hora del cambio en la montaña. Si ella no se transfigura radicalmente, si no sube al Monte de Dios y se renueva corre el riesgo de acabar y morir. Hoy es tiempo bueno, el sexto día

2. Tomando a solas a Pedro, Santiago y Juan les subió a un monte muy alto.

Estos tres (Pedro, Santiago, Juan) son signo de la Iglesia de Jesús, su grupo de intimidad, compendio de todos los creyentes. Ellos son en especial el signo de una Iglesia dominante, llamada a cambiar, descubriendo la señal de la presencia de Dios en Jesús.

Es como si les hiciera “ascender” con él (con el verbo anapherei, en griego), a un monte (horos, sin artículo, a cualquier monte). Desde la perspectiva de Cesárea de Filipo, donde ha estado Jesús, debería ser el Hermón, el monte más alto de la gran cordillera, entre Galilea, Fenicia y Siria. Pero, desde la perspectiva de Galilea (donde parece que el pasaje quiere situarnos), puede y debe tratarse, simbólicamente, del Monte Tabor, lugar de la gran batalla del libro de los Jueces 4, 1.

Jesús tiene que subir (hacer subir) a todos, para que seamos de otras forma. Que tomemos distancia para ser lo que somos, que nos alejemos de los problemas e intrigas inmediatas; que se sitúen ante el frío y el calor de Dios, a pleno campo, llevando con ellos los problemas del mundo, no para quedarse en el monte, sino para detenerse un momento, descubrir mejor el misterio, y ponerse al servicio de los pobres del mundo.

3. Y fue transfigurando ante ellos (cambió su rostro).

La palabra clave del relato de Marcos 9 y Mt 17 metemorphôze (fue transfigurado o metamorfoseado por Dios, en pasivo divino) ante ellos. Se trata de un término que es casi técnico en griego (e incluso en latín) y que evoca las transfiguraciones o cambios de figura que asumen (padecen) los dioses y seres divinos, tomando diversas formas para presentarse y actuar, como sabe Ovidio (Las Metamorfosis), escrita el año 7 d.C.

Pero esta no es una pura simbólica pagana en el sentido negativo, sino una experiencia universal. Toda la realidad es una “metamorfosis” incesante de aquello que existe, dentro del continuo sagrado de la realidad, donde dioses y hombres se vinculan (sin diferencia esencial). Jesús aparece así como fuente de metamorfosis, de gran mutación mesiánica, desde el monte de su revelación.

4. Oración, presencia: un rostro diferente

Así lo ha destacado el evangelio de Lc (9, 29). El posible cambio en los vestidos resulta secundario. Lo que importa es la oración, el encuentro en profundidad con Dios y con los otros… Éste es el cambio radical, que se expresa en los ojos, a través de la mirada. Leer más…

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La anticipación del triunfo de Jesús y de nuestro triunfo. 2ª domingo de Cuaresma. Ciclo C

Domingo, 21 de febrero de 2016
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08-transfiguaracionDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El domingo 1º de Cuaresma se dedica siempre a las tentaciones de Jesús, y el 2º a la transfiguración. El motivo es fácil de entender: la Cuaresma es etapa de preparación a la Pascua; no sólo a la Semana Santa, entendida como recuerdo de la muerte de Jesús, sino también a su resurrección. Este episodio, que anticipa su triunfo final nos ayuda a enfocar adecuadamente estas semanas.

El contexto: la promesa

Jesús ha anunciado que debe padecer mucho, ser rechazado, morir y resucitar. Y ha avisado que quienes quieran seguirle deberán negarse a sí mismos y cargar con la cruz. Pero tendrán su recompensa cuando él vuelva triunfante. Y añade: «Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán antes de ver el reinado de Dios». ¿Se cumplirá esa extraña promesa?

El cumplimiento: la transfiguración

Ocho días después de estas palabras, Jesús tomó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, aparecieron con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros se caían del sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: Maestro, que bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. No sabía lo que decía.

Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle.

Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.

El relato de Lucas, el que leemos este domingo, podemos dividirlo en dos partes: la subida a la montaña y la visión. Desde un punto de vista litera­rio es una teofanía, una manifestación de Dios, y los evangelistas utilizan los mismos elementos que empleaban los autores del Antiguo Testamento para describirlas. Por eso, antes de analizar cada una de las partes, conviene recordar algunos datos de la famosa teofanía del Sinaí, cuando Dios se revela a Moisés.

            La teofanía del Sinaí

Dios no se manifiesta en un espacio cualquiera, sino en un sitio especial, la montaña, a la que no tiene acceso todo el pueblo, sino sólo Moisés, al que a veces acompaña su hermano Aarón (Ex 19,24), o Aarón, Nadab y Abihú junto con los setenta dirigentes de Israel (Ex 24,1). La presen­cia de Dios se expresa mediante la imagen de una nube espesa, desde la que habla (Ex 19,9). Es también frecuente que se mencione en este contexto el fuego, el humo y el temblor de la montaña, como símbolo de la gloria y el poder de Dios que se acerca a la tierra. Estos elementos demuestran que los evangelistas no pretenden ofrecer un informe objetivo, “histórico”, de lo ocurrido, sino crear un clima semejante al de las teofanías del Antiguo Testa­mento.

            La subida a la montaña

Jesús sólo elige a tres discípu­los, Pedro, Santiago y Juan. Este dato no debemos interpretarlo solo como un privilegio; la idea principal es que va a ocurrir algo tan grande que no puede ser presen­ciado por todos.

Lucas introduce aquí un cambio pequeño pero importante. Marcos y Mateo dicen que subieron “a una montaña alta y apartada”; Lucas, que “subieron a la montaña para rezar”. La altura y aislamiento del monte no le interesa, lo importante es que Jesús reza en todas las ocasiones trascendentales de su vida.

            La visión

En ella hay cuatro elementos que la hacen avanzar hasta su plenitud. El primero es la transformación del rostro y las vestiduras de Jesús. El segundo, la aparición de Moisés y Elías. El tercero, la aparición de una nube luminosa que cubre a los presentes. El cuarto, la voz que se escucha desde el cielo.

  1. La transformación de Jesús la expresaba Marcos con estas pala­bras: «En su presencia se transfiguró y sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no es capaz de blanquearlos ningún batanero del mundo» (Mc 9,3). La fuerza recae en la blancura del vestido de Jesús. Lucas, en cambio, destaca que el cambio se produce mientras Jesús oraba, y se centra en el cambio de su rostro, no en el de sus vestidos: “Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos.” Lucas nos invita a contemplar un escena a cámara lenta, centrada en el primer plano del rostro de Jesús. Es un anticipo de las apariciones de Cristo resucitado, cuando su rostro es difícil de identificar para María Magdalena, los dos de Emaús y los discípulos en el lago .
  2. La aparición de Moisés y Elías. Moisés es el gran mediador entre Dios y su pueblo, el profeta con el que Dios hablaba cara a cara. Sin Moisés, humana­mente hablando, no habría existido el pueblo de Israel ni su religión. Elías es el profeta que salva a esa religión en su mayor momento de crisis, hacia el siglo IX a.C., cuando está a punto de sucumbir por el influjo de la religión cananea. Sin Elías habría caído por tierra toda la obra de Moisés. Por eso los judíos concedían especial importancia a estos dos personajes. El hecho de que se aparezcan ahora a los discípu­los (no a Jesús) es una manera de garantizarles la importancia del personaje al que están siguiendo. No es un hereje ni un loco, no está destruyendo la labor religiosa de siglos, se encuentra en la línea de los antiguos profetas, llevando su obra a plenitud.

En este contexto, las palabras de Pedro proponiendo hacer tres chozas suenan a simple despropósito. Pero son simple conse­cuencia de lo que dice antes: «qué bien se está aquí». Es preferible quedarse en lo alto del monte que cargar con la cruz y seguir a Jesús hasta la muerte.        3. Como en el Sinaí, el monte queda cubierto por una nube.

  1. Las palabras de Dios reproducen exactamente las que se escucharon en el momento del bautismo, cuando Dios presentaba a Jesús como su siervo. Pero aquí se añade un imperativo: “¡Escuchadle!” La orden se relaciona directamente con las anteriores palabras de Jesús, sobre su propio destino y sobre el seguimiento y la cruz de sus discípulos.

            Resumen

Este episodio no está contado en beneficio de Jesús, sino como experiencia positiva para los apóstoles. Después de haber escuchado a Jesús hablar de su pasión y muerte, de las duras condiciones que impone a sus seguidores, tienen tres experiencias complementarias: 1) ven a Jesús transfigurado de forma gloriosa; 2) se les aparecen Moisés y Elías; 3) escuchan la voz del cielo.

            Esto supone una enseñanza creciente: 1) al ver transformados su rostro y sus vesti­dos tienen la expe­riencia de que su destino final no es el fracaso, sino la gloria; 2) la aparición de Moisés y Elías confirma que Jesús es el culmen de la historia religiosa de Israel y de la revela­ción de Dios; 3) la voz del cielo les enseña que seguir a Jesús no es una locura, sino lo más conforme al plan de Dios.

            La anticipación de nuestro triunfo (Filipenses 3,17-4,1)

A la comunidad de Filipos, igual que a otras fundadas por Pablo, llegaron misioneros cristianos, pero de la línea radical, judaizante. Estaban convencidos de salvarse por observar una serie de normas alimentarias (“su Dios es el vientre”) y por la circuncisión (“se glorían de sus vergüenzas”); en consecuencia, aunque no lo reconozcan, para salvarse no es preciso que Jesús muera por nosotros, y “se comportan como enemigos de la cruz de Cristo”.

            Frente a esta postura, los filipenses, seguidores de Pablo, no aspiran a cosas terrenas sino que aguardan a un salvador, Jesús, que transformará nuestro cuerpo humilde a semejanza del suyo glorioso. Esta promesa de la transformación de nuestro cuerpo es la que ha movido a elegir esta lectura, en paralelo con la del evangelio: la transfiguración de Jesús no solo anticipa su gloria sino también la nuestra.

Seguid mi ejemplo, hermanos, y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en nosotros. Porque, como os decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en los ojos, hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Sólo aspiran a cosas terrenas.

Nosotros, por el contrario, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. El transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelos de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo. Así, pues, hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, manteneos así, en el Señor, queridos.

            La teofanía a Abrahán (Gn 15, 5-12. 17-18)

            En el libro del Génesis, Abrahán, presentado como un pastor seminómada, recibe las dos mayores promesas que puede desear: una descendencia numerosa y una tierra donde asentarse. El texto podemos dividirlo en tres partes: la primera promete una descendencia numerosa como las estrellas; la segunda, la tierra (sin concretar de qué tierra se trata, se supone la de Canaán); la tercera une los dos temas: la descendencia de Abrahán heredará la tierra (en este caso se le atribuye una extensión fabulosa).

            No consigo entender por qué se ha elegido esta lectura. Probablemente porque la sección central (2) hace referencia a una teofanía, y se la ha visto en paralelo con la transfiguración de Jesús. Pero cualquier parecido entre ambos relatos es pura coincidencia.

            1)

                        En aquellos días, Dios sacó afuera a Abrahán y le dijo:

                        – Mira al cielo; cuenta las estrellas, si puedes.

                        Y añadió:

                        – Así será tu descendencia.

                        Abrahán creyó al Señor, y se le contó en su haber.

            2)

            El Señor le dijo:

            – Yo soy el Señor, que te sacó de Ur de los Caldeos para darte en posesión esta tierra.

            El replicó:

            – Señor Dios, cómo sabré yo que voy a poseerla.

            Respondió el Señor:

            – Tráeme una ternera de tres años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón.

            Abrahán los trajo y los cortó por el medio, colocando cada mitad frente a la otra, pero no descuartizó las aves. Los buitres bajaban a los cadáveres, y Abrahán los espantaba. Cuando iba a ponerse el sol, un sueño profundo invadió a Abrahán, y un terror intenso y oscuro cayó sobre él. El sol se puso, y vino la oscuridad; una humareda de horno y una antorcha ardiendo pasaban entre los miembros descuartizados.

3)

            Aquel día el Señor hizo alianza con Abrahán en estos términos: A tus descendientes les daré esta tierra, desde el río de Egipto al Gran Río Éufrates.

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“En el corazón de la Trinidad”. II Domingo de Cuaresma. 20 febrero, 2016

Domingo, 21 de febrero de 2016
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cuaresmaIIdom2016

En el corazón de la Trinidad.

“Unos ocho días después de estas palabras, tomando consigo a Pedro, a Juan y a Santiago, subió al monte a orar
(Lc 9, 28)

Pongámonos en el lugar de los discípulos. Nos encontramos en el corazón del evangelio de Lucas: en el corazón del camino de nuestra vida. ¿De dónde venimos? ¿Qué ha sucedido hasta ahora? ¿Qué sucedió “hace ocho días?

Venimos de seguir a Jesús. De haber respondido un día a su invitación a ir con él. De recorrer con él, en la alegría de las Bienaventuranzas, los caminos de Galilea. De escuchar de sus labios la Buena Noticia de la cercanía de Dios, de verla hecha realidad en sus gestos. De haber sido enviadas, enviados por él a anunciar esta buena nueva y a curar por todas partes. De haber vuelto a su lado, felices, a contarle todo lo que hemos hecho. De haberle reconocido como el Señor de nuestra vida, “el Cristo de Dios”. Un camino de intimidad creciente, de alegría que se expande, de salvación que se extiende.

Pero “hace ocho días”, toda esta luz pareció oscurecerse de golpe. Palabras oscuras salieron de la boca del Maestro: palabras que anuncian rechazo por parte de los poderosos, persecución y muerte. Sufrimiento para él y sufrimiento para quienes queramos seguir con él. Como si la muerte de Juan el Bautista a manos de Herodes proyectara ahora su sombra sobre todos nosotros y sobre el camino que tenemos por delante.

En medio de esta zozobra, hoy sucede algo extraordinario. Jesús “nos toma consigo” y sube al monte a orar. Este verbo, “tomar”, es el que había empleado el ángel para quitar a José todas sus dudas: “No temas tomar a María, tu mujer…”. Más adelante, José “tomó a María, su mujer, y al niño y huyó a Egipto”. Y el Jueves Santo veremos a Jesús tomar en sus manos el pan que es su cuerpo, que es Él mismo. Hoy es Jesús quien nos toma consigo. “Nos toma”, porque allí donde va a conducirnos jamás podríamos llegar por nuestro propio pie. “Tomando consigo a Pedro, a Juan y a Santiago, subió al monte a orar”. El texto no dice “subieron”, sino “subió”: Es Jesús quien sube. Nosotros, nosotras vamos en sus brazos, vamos incorporadas a Él.

Y aquí, en el monte, sucede lo extraordinario: la oración de Jesús, llevándonos a nosotras dentro de sí. Y de pronto nos descubrimos sumergidas en el corazón mismo del misterio de Dios. Nos envuelve una nube, símbolo del Espíritu Santo, que también a María la había “envuelto con su sombra”). Y escuchamos la voz del Padre: “Este es mi Hijo amado. Escuchadle. Como si nos dijera: “Esta gloria, esta luz que envuelve a mi Hijo y a vosotras con Él, ES la verdad. Esta es la realidad. Escuchad sus palabras, esas que os desconciertan, y seguidle en su camino hacia la cruz (en el lenguaje bíblico, “escuchar” es sinónimo de “obedecer”. Id con Él. Y no tengáis miedo: atravesaréis con él, la persecución, el sufrimiento y la muerte. Todo se oscurecerá. Pero esa oscuridad no tendrá la última palabra.

Cristo Jesús, tómame contigo.
Padre Bueno, hazme escuchar tu voz.
Espíritu Santo, envuélveme en tu aliento.
Me entrego a Ti, oh Santa Trinidad.

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“No confundir a nadie con Jesús”. 2º Cuaresma – B (Marcos 9,2-10)

Domingo, 1 de marzo de 2015
Comentarios desactivados en “No confundir a nadie con Jesús”. 2º Cuaresma – B (Marcos 9,2-10)

808110Según el evangelista, Jesús toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, los lleva aparte a una montaña, y allí «se transfigura delante de ellos». Son los tres discípulos que, al parecer, ofrecen mayor resistencia a Jesús cuando les habla de su destino doloroso de crucifixión.

Pedro ha intentado incluso quitarle de la cabeza esas ideas absurdas. Los hermanos Santiago y Juan le andan pidiendo los primeros puestos en el reino del Mesías. Ante ellos precisamente se transfigurará Jesús. Lo necesitan más que nadie.

La escena, recreada con diversos recursos simbólicos, es grandiosa. Jesús se les presenta «revestido» de la gloria del mismo Dios. Al mismo tiempo, Elías y Moisés, que según la tradición, han sido arrebatados a la muerte y viven junto a Dios, aparecen conversando con él. Todo invita a intuir la condición divina de Jesús, crucificado por sus adversarios, pero resucitado por Dios.

Pedro reacciona con toda espontaneidad: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No ha entendido nada. Por una parte, pone a Jesús en el mismo plano y al mismo nivel que a Elías y Moisés: a cada uno su tienda. Por otra parte, se sigue resistiendo a la dureza del camino de Jesús; lo quiere retener en la gloria del Tabor, lejos de la pasión y la cruz del Calvario.

Dios mismo le va a corregir de manera solemne: «Este es mi Hijo amado». No hay que confundirlo con nadie. «Escuchadle a él», incluso cuando os habla de un camino de cruz, que termina en resurrección.

Solo Jesús irradia luz. Todos los demás, profetas y maestros, teólogos y jerarcas, doctores y predicadores, tenemos el rostro apagado. No hemos de confundir a nadie con Jesús. Solo él es el Hijo amado. Su Palabra es la única que hemos de escuchar. Las demás nos han de llevar a él.

Y hemos de escucharla también hoy, cuando nos habla de «cargar la cruz» de estos tiempos. El éxito nos hace daño a los cristianos. Nos ha llevado incluso a pensar que era posible una Iglesia fiel a Jesús y a su proyecto del reino, sin conflictos, sin rechazo y sin cruz. Hoy se nos ofrecen más posibilidades de vivir como cristianos «crucificados». Nos hará bien. Nos ayudará a recuperar nuestra identidad cristiana.

José Antonio Pagola

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