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Sembrar y educar más que una profesión, son una vocación.

Domingo, 12 de julio de 2020
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sembrador van goghDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

Salió el sembrador

Salió. Para sembrar en los campos, en la tierra, hay que salir de casa.      No se trata solamente de una salida geográfica, sino más bien se trata de un Éxodo, de una salida de nuestros propios enquistamientos, quizás de las propias cerrazones, de nuestros propios esquemas.

         La verdad no es un fósil que se guarda en un libro o en armario. La verdad es una semilla llena de vida, que da fruto.

         Hemos de salir de nuestros cuarteles de invierno, de nuestras ideologías a las periferias de los pobres, de los más relegados, a las periferias culturales, etc. para sembrar la buena semilla de la cultura, de la vida, de la dignidad de las personas, de la libertad.

  1. Sembrar.

         Sembrar es una tarea noble en la vida: sembrar trigo, trabajo, cultura, educación, sembrar ética, valores, etc.

         Al mismo tiempo que noble, sembrar es una tarea de gran responsabilidad. Padres, maestros, escuelas, universidades, políticos, medios de comunicación, la Iglesia, etc., todos tenemos la noble y hermosa tarea de sembrar.

Hoy tenemos elecciones autonómicas en el País Vasco (y en Galicia). Los políticos, la vida política es también una siembra, que es una tarea muy delicada y noble. Da lástima que políticos y eclesiásticos anden a la greña en cuestiones de educación, cuando la siembra, la cultura, los valores, la esperanza son fundamentales para una vida digna.

         Recogeremos lo que hemos sembrado y hace falta sembrar criterios, respeto, dignidad, libertad, sentido de la vida,

         Bueno sería que los políticos, como los eclesiásticos, como los maestros pensasen en sembrar vida y no en recabar votos o seguidores religiosos.

Ser maestro / profesor no es un puesto de trabajo mejor o peor pagado, sino que es una hermosa vocación de sembrador. (Un maestro enseña más con su actitud y presencia ante sus alumnos, que con el programa de la materia que ha de explicar). Se trata de enseñar a vivir, no de enseñar informática (que también). (Ser maestro no es tanto una profesión cuando una vocación).

  1. 03. tierra, semilla, lluvia y acequias.

tierra / barro

         La tierra, el barro son siempre buenos. Es la materia con la que Dios creó al ser humano y vio Dios que era bueno.  Nuestro barro será más o menos rico (carisma – cualidades), pero es apto para acoger el aliento vital, la Palabra y llegar a ser humanos, vivientes, (Gn 2,7). [1]

Toda cultura humana (barro humano) es apta para acoger una Palabra (revelación de Dios).

         Estimemos y apreciemos lo corpóreo y material de nuestro ser personas y respetemos, cultivemos nuestra existencia.

semilla

La semilla es la Palabra. Toda semilla está llena de vida, humilde, sencilla, pero llena de vida

         Sembremos trigo bueno, semilla de vida.

         ¡Qué duda cabe que los padres transmiten una semilla, siembran en sus hijos! Un buen maestro, unos planes de educación sensatos, unos medios de comunicación dignos transmiten una semilla de vida.

Hace unos pocos años, en la lección inaugural del curso académico de la Universidad de Salamanca, el ponente decía con buen criterio, que una universidad ha de responder a los problemas de la sociedad a la que pertenece. Una universidad, un bachiller que se limite a transmitir unos meros conocimientos científicos, será un excelente “almacén” de meras instrucciones y títulos.

         No es lo mismo información que formación de la persona, de la conciencia, del modo de vida. La información es válida, pero la formación, educación es otra cuestión distinta y más profunda. No por saber “ciencia”, se es. “Uno puede saber mucho, pero ello no significa que sea bueno, honrado, libre, justo, etc.

Lluvias y acequias

La lluvia y la nieve (Isaías / 1ª lectura) fecundan la tierra y vuelven al cielo llenas de fruto.

Las acequias de Dios (salmo) bajan llenas de agua.

         La tierra, la siembra hemos de cuidarlas, ararlas, regarlas, etc. Hemos de cuidar la vida, empaparla de vitalidad.

         Cultivar la existencia es un canto a la esperanza. Todo el que siembra, espera la cosecha. Algo de eso es la esperanza. Nadie siembra si no tiene esperanza de una cosecha buena y abundante.

Sembrar es esperar que el trigo crezca, que nosotros aprendamos a esperar la vida.

A veces podemos fracasar, descuidar la tierra, desperdiciar la semilla, nos podemos salir del camino, zarzas, pedregales, pero aún en esos momentos pensemos que todo fracaso humano está abrazado por la misericordia de Dios.

Hay un salmo (125,5) que puede servirnos para recoger estas cosas de semillas, siembras y cosechas:

Los que siembran entre lágrimas, cosechan entre cantares.

         Sembrar, cultivar, regar puede ser, es, trabajoso, pero es anuncio de cosecha y de vida.

[1] Podemos pensar estas cosas desde la evolución / Darwin. Bien está. Pero no está mal recordar nuestros mitos y la poesía.

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“Sembrar”. 16 de julio de 2017. 15 Tiempo ordinario (A). Mateo 13,1-23.

Domingo, 16 de julio de 2017
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le-semeurAl terminar el relato de la parábola del sembrador, Jesús hace esta llamada: “El que tenga oídos para oír, que oiga”. Se nos pide que prestemos mucha atención a la parábola. Pero, ¿en qué hemos de reflexionar? ¿En el sembrador? ¿En la semilla? ¿En los diferentes terrenos?

Tradicionalmente, los cristianos nos hemos fijado casi exclusivamente en los terrenos en que cae la semilla, para revisar cuál es nuestra actitud al escuchar el Evangelio. Sin embargo es importante prestar atención al sembrador y a su modo de sembrar.

Es lo primero que dice el relato: “Salió el sembrador a sembrar”. Lo hace con una confianza sorprendente. Siembra de manera abundante. La semilla cae y cae por todas partes, incluso donde parece difícil que la semilla pueda germinar. Así lo hacían los campesinos de Galilea, que sembraban incluso al borde de los caminos y en terrenos pedregosos.

A la gente no le es difícil identificar al sembrador. Así siembra Jesús su mensaje. Lo ven salir todas las mañanas a anunciar la Buena Noticia de Dios. Siembra su Palabra entre la gente sencilla que lo acoge, y también entre los escribas y fariseos que lo rechazan. Nunca se desalienta. Su siembra no será estéril.

Desbordados por una fuerte crisis religiosa, podemos pensar que el Evangelio ha perdido su fuerza original y que el mensaje de Jesús ya no tiene garra para atraer la atención del hombre o la mujer de hoy. Ciertamente, no es el momento de “cosechar” éxitos llamativos, sino de aprender a sembrar sin desalentarnos, con más humildad y verdad.

No es el Evangelio el que ha perdido fuerza humanizadora, somos nosotros los que lo estamos anunciando con una fe débil y vacilante. No es Jesús el que ha perdido poder de atracción. Somos nosotros los que lo desvirtuamos con nuestras incoherencias y contradicciones.

El Papa Francisco dice que, cuando un cristiano no vive una adhesión fuerte a Jesús, “pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie”.

Evangelizar no es propagar una doctrina, sino hacer presente en medio de la sociedad y en el corazón de las personas la fuerza humanizadora y salvadora de Jesús. Y esto no se puede hacer de cualquier manera. Lo más decisivo no es el número de predicadores, catequistas y enseñantes de religión, sino la calidad evangélica que podamos irradiar los cristianos. ¿Qué contagiamos? ¿Indiferencia o fe convencida? ¿Mediocridad o pasión por una vida más humana?

José Antonio Pagola

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“Salió el sembrador a sembrar”. Domingo 16 de julio de 2017. 15º domingo de tiempo ordinario.

Domingo, 16 de julio de 2017
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38-OrdinarioA15Leído en Koinonia:

Isaías 55,10-11La lluvia hace germinar la tierra
Salmo responsorial: 64La semilla cayó en tierra buena y dio fruto.
Romanos 8,18-23La creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios
Mateo 13,1-23Salió el sembrador a sembrar

El libro del profeta Isaías se divide en tres parte: la primera la podemos llamar el libro de la denuncia; la segunda el libro del anuncio y la tercera la consolación. El texto que hoy leemos pertenece a esta última sección del libro y nos da ya una pista para la interpretación del pasaje. Isaías III nos presenta una comparación que subraya el papel fundamental de la palabra de Dios para que se verifique la eficacia de su obra o acción. La palabra de Dios es entonces la lluvia que hace fecundos incluso los terrenos más áridos y duros. Se describe todo el ciclo completo del agua, desde su precipitación como gotas en las nubes, pasando por su acción benéfica en el terreno cultivado, hasta su retorno al cielo, lista para reemprender de nuevo su ciclo. De igual forma la palabra de Dios, que parte rauda de la boca de Dios, hace fértil el campo cultivado y realiza el cometido para el que fue enviada.

Esta comparación nos ayuda a comprender que la palabra que Dios nos comunica no gira en el vacío, sino que se dirige a los ‘terrenos cultivados’, o sea , a todas las personas que con devoción y cariño preparan su mente y sus afectos para que sea eficaz la palabra que ellos reciben de Dios por medio de los profetas. De este modo, la comparación resalta dos elementos muy importantes: la palabra se dirige a los ‘terrenos cultivados’ donde la semilla ya reposa y la palabra retorna a su fuente de origen.

El evangelio de Mateo complementa esta imagen tan poderosa y sugestiva con la ‘parábola del sembrador’. En esta parábola los elementos decisivos son la excelente calidad de la semilla y la disposición del terreno. El sembrador lanza una semilla de excelente calidad y lo hace con la generosidad y esperanza de quien ama su campo de cultivo. No ahorra esfuerzo ni semillas; las coloca incluso en lugares en donde no cabría esperar ningún resultado ya que su interés no es conservar sino esperar que esa semilla haga fructificar todos los sectores de su parcela. El otro elemento decisivo, el terreno, responde de diferente manera según la ‘calidad’ de la tierra. La buena disposición de cada pedazo de la parcela constituye el factor desicivo para el éxito de la empresa. La semilla es buena, pero el terreno responde de manera desigual.

La interpretación de la parábola que aparece en la sección siguiente del evangelio, nos da unas claves poderosas de comprensión. La disposición del terreno se refiere a la actitud de las personas. Algunas se dejan cultivar y ofrecen una tierra apta donde la semilla echa raíces profundas. Otras, en cambio, ofrecen terrenos donde la semilla se pierde por exceso de dureza, por descuido, superficialidad o negligencia. Tanto el grupo representado por los buenos terrenos, como el grupo representado por los terrenos no receptivos, forman parte de la misma parcela. Los dos están en la misma geografía, en la misma historia y en el mismo momento. No hay excusa válida para justificar la falta de acogida y de respuesta.

Esta parábola se refiere a una realidad de la comunidad cristiana sobre la que ya se había hecho una profunda recepción. En la comunidad, representada por la parcela, se encuentran terrenos, es decir personas, con diferentes actitudes y proyectos. No se puede saber de antemano qué respuesta va a dar cada quien. Lo único que se sabe es que el sembrador reparte con generosidad su fértil semilla. En el desarrollo del proceso de cultivo se sabe quién es apto y quién no. Pero no basándonos en criterios arbitrarios, sino en el fruto que cada quien muestra. La expresión ‘dar frutos’ tiene un valor muy preciso en la Biblia y se refiere siempre a la respuesta positiva del ser humano al proyecto de Dios. Pero no a cualquier proyecto presentado en nombre de Dios, sino a la propuesta de los profetas que Jesús de Nazaret ha llamado ‘reinado de Dios’. Es decir, una experiencia humana donde sea posible el amor solidario, la libertad para hacer el bien y la justicia responsable.

La parábola del sembrador nos pone en contacto con la profecía consoladora de Isaías. La palabra de Dios actúa en la historia humana en las personas que cultivan el terreno sorprendente del amor solidario, de la escucha atenta del hermano y del servicio generoso y desinteresado a los excluidos. La palabra de Dios se hace fecunda en las comunidades y personas que asumen una actitud responsable ante la historia y no permiten que la ‘buena nueva del Evangelio’ se convierta en consigna barata ni en cliché de espiritualizaciones alienadoras y superfluas, sino que procuran siempre que la palabra del profeta sea eficaz en la historia.

Pablo, en la Carta a los Romanos, nos propone esta misma reflexión: la creación, el terreno fértil que Dios ha dado al ser humano en la historia (Gn 2,4-25), aguarda con impaciencia la realización de la obra de Cristo en toda la humanidad. La propuesta de Jesús nos abre a la esperanza de un futuro en el que la Humanidad se reconoce en la justicia y en el amor solidario, y no en la muerte y la guerra. Leer más…

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Dom 16.7.07 Palabra sembrada en la tierra de Dios, historia humana

Domingo, 16 de julio de 2017
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leon%20g110Del blog de Xabier Pikaza:

Dom 15. Tiempo ordinario. El evangelio de este domingo (Mt 13, 1-23), tomado básicamente de Mc 4, 1-20, presenta la historia de los hombres como siembra de Dios y consta de tres partes:

a. Parábola de la semilla y las tierras, que Jesús proclama ante la muchedumbre (Mt 13, 3b-9), presentando el camino del Reino como siembra del mismo Dios, que se arriesga a introducir su vida en la tierra de los hombres.

b. Una teoría detallada sobre la enseñanza de Jesús en parábolas (Mt 13, 10-17) y sobre la dureza de oídos y corazón de muchos que no quieren escuchar ni entender su palabra.

c. Una explicación posterior de esa parábola a sus discípulos (13, 18-23). Es una especie de interpretación teológica del tema, distinguiendo las tierras, es decir, la respuesta de los hombres a la siembra de Dios.

Estas tres partes, miradas de un modo unitario definen la esencia parabólica del evangelio, que no es un simple modo de hablar, ni un recurso literario, sino la verdad del Reino, entendido como siembra de vida en Cristo y como apertura del hombre a la Palabra, en clave de diálogo con Dios y de comunicación interhumana.

Presenté ayer el tema de la tierra, como experiencia y lugar de sacralidad, desde la perspectiva de mi propia vida. Hoy hablo más bien de la tierra como lugar de siembra de la Palabra de Dios, en la historia humana, según el evangelio Se conecta así esta postal con la de ayer, y con la que presentaré un próximo día sobre la Palabra.

En la reflexión que ahora sigue voy a prescindir del intermedio (Mt 13,10-17), que desarrollaré en mi comentario de Mateo, para detenerme sólo en la parte primera y en la última. Buen domingo a todos.

A. SALIÓ EL SEMBRADOR… PARÁBOLA (13, 3b-9)

El texto nos sitúa al principio de la historia bíblica, allí donde Gen 2-3 ofrecía al ser humano la posibilidad de “comer de todos los frutos de la tierra”. El mismo Dios había sembrado en el jardín muchos árboles, y el hombre debía cultivarlos, comiendo de sus frutos, aunque sin adueñarse del “conocimiento del bien y del mal”, como si fuera creación de su propiedad. Ahora se nos dice que la siembra de Dios por su Mesías es la Palabra, como iré indicando paso a paso, presentando primero la parábola (13, 3b-9), reflexionando y destacando luego su sentido dramático (13, 10-17), para fijarme finalmente en la interpretación de mismo Jesús (13, 18-23). Empieza la parábola;

13 3b Salió el sembrador a sembrar, 4 y, al sembrar, unas semillas cayeron al borde del camino; y vinieron los pájaros y las comieron. 5 Y otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y, como la tierra no era profunda, brotaron en seguida; 6 pero, en cuanto salió el sol, se quemaron y por falta de raíz se secaron. 7 Otras, en cambio, cayeron entre zarzas, y crecieron las zarzas y ahogaron la semilla. 8 Pero otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien; otras sesenta; otras treinta. 9 Quien tenga oídos oiga .

En sí, como he mostrado en ComMc 4, 1-9, la parábola (contada desde la orilla del mar) evoca las propiedades de la siembra y crecimiento de las plantas. El narrador supone que la semilla es buena (todos los granos iguales, con capacidad de prender, crecer y dar fruto), y que las condiciones atmosféricas son apropiadas, con agua de lluvia y sol de cielo como dones de Dios (cf. 5, 45). La diferencia depende de la tierra, que muchas culturas interpretan en línea femenina (con cielo masculino), pero que aquí aparece de manera universal, y así puede aplicarse a varones y mujeres, a individuos y grupos (Mateo alude básicamente al judaísmo).

Este motivo de la siembra, la tierra y la cosecha se encuentra vinculado desde antiguo a la visión de lo divino, al Dios Baal (o El) que siembra la semilla y riega con lluvia lo sembrado, y a la diosa Ashera de la tierra acogedora femenina. Pues bien, aquí la tierra pierde ese matiz universal materno de gran diosa para presentarse en perspectiva humana. En esa línea, la parábola nos pone en un contexto de agricultura responsable (siembra y cosecha), que ha determinado la historia humana desde el neolítico. Quedan atrás otros tiempos de recolectores y cazadores nómadas, o incluso de pastores trashumantes de ganado; en conjunto, la vida de los hombres más recientes aparece vinculada a la cosecha anual de cereales (trigo) .

El sembrador puede ser cada uno de los hombres y mujeres, y la tierra donde siembra su propia vida (los hombres siembran en sí mismos). Pero, en otro plano, el sembrador parece el mismo Dios que interpresa la creación como una siembra. En el contexto actual de Mateo (igual que en Marcos), el sembrador parece ya una figura mesiánica (la alegoría del trigo y la cizaña le identificará con el Hijo del Hombre). Pero sea quien fuere, el texto dice que su semilla “cae” (cayó: epesen) sobre tierras muy distintas, lo que plantea inmediatamente dos preguntas que quedan sin respuesta (12, 35):

‒ ¿Por qué hay diversas tierras, y algunas son malas para la semilla: el camino, el pedregal, el zarzal? ¿No hizo Dios todas las tierras buenas (Gen 1)? El problema no se resuelve simplemente diciendo que las tierras son los seres humanos que deben hacerse buenos, como en la forma actual de la parábola, sino que debemos preguntar: ¿por qué hizo Dios o permitió que hubiera tierras malas, hombres y mujeres que parecen incapaces de acoger la semilla?

‒ Si el sembrador es Dios ¿por qué actúa de esa forma, como si no conociera su oficio? ¿Por qué ha dejado que parte de su semilla cayera en la tierra dura del camino, en el zarzal o el pedregal? ¿Por qué no ha hecho primero que todos los terrenos (hombres y mujeres) fueran buenos? En esa línea, el texto parece estar suponiendo que Dios (o el mesías sembrador) no conoce bien su oficio, pues malgasta semilla en terrenos al parecer poco aptos. ¿O es que Dios quiere que todos los terrenos sean aptos? Leer más…

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Respuestas para una crisis. Domingo 15 del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Domingo, 16 de julio de 2017
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porta15ordADel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Una crisis con cinco interrogantes y siete parábolas

Al llegar a este momento del evangelio de Mateo (capítulo 13), el horizonte ha comenzado a oscurecerse. Lo que comenzó tan bien, con el seguimiento de cuatro discípulos, el entusiasmo de la gente ante el Sermón del Monte, los diez milagros posteriores, ha cambiado poco a poco de signo. Es cierto que en torno a Jesús se ha formado un pequeño grupo de gente sencilla, agobiada por el peso de la ley, que busca descanso en la persona y el mensaje de Jesús y se convierten en “mis hermanos, mis hermanas y mi madre”. Pero esto no impide que surjan dudas sobre él, incluso por parte de Juan Bautista; que gran parte de la gente no muestre el menor interés, como los habitantes de Corozaín y Betsaida; y, sobre todo, que el grupo religioso de más prestigio, los fariseos, se oponga radicalmente a él y a su doctrina, hasta el punto de pensar en matarlo.

Mateo está reflejando en su evangelio las circunstancias de su época, hacia el año 80, cuando los seguidores de Jesús viven en un ambiente hostil. Los rechazan, parece que no tienen futuro, se sienten desconcertados ante sus oponentes, no comprenden por qué muchos judíos no aceptan el mensaje de Jesús, al que ellos reconocen como Mesías. Las cosas no son tan maravillosas como pensaban al principio. ¿Cómo actuar ante todo esto? ¿Qué pensar? Mateo, basándose en el discurso en parábolas de Marcos, pone en boca de Jesús, a través de siete parábolas, las respuestas a cinco preguntas que siguen siendo válidas para nosotros:

¿Por qué no aceptan todos el mensaje de Jesús? ― Parábola del sembrador.

¿Qué actitud debemos adoptar con los que rechazan ese mensa­je? ― El trigo y la cizaña.

¿Tiene algún futuro este mensaje aceptado por tan pocas personas? ― El grano de mostaza y la levadura.

¿Vale la pena comprometerse con él? ― El tesoro y la piedra preciosa.

¿Qué ocurrirá a los que aceptan el mensaje, pero no viven de acuerdo con los ideales del Reino? ― La pesca.

Este domingo se lee la primera; el 16, las tres siguientes; el 17, las otras tres.

¿Por qué no aceptan todos el mensaje de Jesús?

La primera parábola, la del sembrador, responde al problema de por qué la palabra de Jesús no produce fruto en algunas personas. Parte de una experiencia conocida por un público campesino. Basta recordar dos detalles elementa­les: Galilea es una región muy montañosa, y en tiempos de Jesús no había tractores. El sembrador se veía enfrentado a una difícil tarea, y sabía de antemano que toda la simiente no daría fruto.

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas:

Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga.

No recuerdo si esta parábola forma parte de “La vida de Brian”, pero es fácil imaginar la cara de desconcierto de los oyentes y los comentarios irónicos a los que se presta. Ni siquiera los discípulos se enteraron de lo que significaba e inmediatamente le preguntan a Jesús: ¿Por qué les hablas en parábolas?

Explicando lo oscuro con algo más oscuro

La pregunta sirve para introdu­cir el pasaje más difícil de todo el capítulo.

A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure. ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

La liturgia permite suprimir la lectura de esta parte y aconsejo seguir su sugerencia, pasando directamente a la explicación de la parábola.

El sentido de la parábola

Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador: Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe. Lo sembrado en zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno.

¿Por qué la palabra de Jesús no da fruto en todos sus oyentes? Se distinguen cuatro casos.

1) En unos, porque esa palabra no les dice nada, no va de acuerdo con sus necesi­dades o sus deseos. Para ellos no significa nada la formación de una comunidad de hombres libres, iguales, hermanos.

2) Otros lo aceptan con alegría, pero les falta coraje y capacidad de aguante para sopor­tar las persecu­cio­nes.

3) Otros dan más importancia a las necesidades prima­rias que a los objetivos a largo plazo. Dos situaciones extremas y opuestas, el agobio de la vida y la seducción de la riqueza, producen el mismo efecto, ahogar la palabra de Dios.

4) Finalmente, en otros la semilla da fruto. La parábola es optimista y realista. Opti­mis­ta, porque gran parte de la semilla se supone que cae en campo bueno. Realista, porque admite diversos grados de producción y de respuesta en la tierra buena: 100, 60, 30. En esto, como en tantas cosas, Jesús es mucho más comprensivo que nosotros, que sólo admitimos como válida la tierra que da el ciento por uno. Incluso el que da treinta es tierra buena (idea que podría aplicarse a todos los niveles: morales, dogmáticos, de compromiso cristiano…).

La parábola podría leerse también como una llamada a la respon­sabilidad y a estar vigilan­tes: incluso la tierra buena que está dando fruto debe recordar qué cosas dejan estéril la palabra de Dios: el pasotismo, la inconstancia cuando vienen las dificulta­des, el agobio de la vida, la seducción de la riqueza. Pero este sentido no es el fundamental de la parábola. La llamada a la responsabilidad y la vigilancia la trata Jesús con otras parábolas y en otros casos.

Invitación a la fe y al optimismo: 1ª lectura (Is 55,10-11)

La crisis ante la situación actual puede venir en muchos casos de que centramos todo en la acción humana. Cuando nosotros fallamos y, sobre todo, cuando fallan los demás, creemos que todo va mal. Sólo advertimos aspectos negativos. En cambio, la primera lectura, que usa también la metáfora de la semilla y el sembrador, nos anima a tener fe en la acción misteriosa de la palabra de Dios, fecunda como la lluvia, que no dejará de producir fruto.

Así dice el Señor:

«Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.»

APÉNDICE: El pasaje más difícil

            Para explicar este pasaje cuento una parábola que me he inventado.

            Había una vez un profesor de Matemáticas. A los pocos días de clase, advirtió que sus alumnos se divi­dían en dos grupos. Unos se tomaba la asignatura con interés, pre­guntaban lo que no enten­dían, preparaban las evaluaciones. No eran unas eminen­cias matemá­ti­cas, pero seguían con aten­ción las clases. Los del otro grupo eran todo lo contra­rio: no aten­dían a la explicación, ni siquiera miraban a la pizarra, no estudiaban en privado y siempre estaban armando jaleo. Al cabo de unos meses, moles­to el profe­sor con esta actitud, anunció a todos: “A partir de mañana, la clase se divide en dos grupos. Al primero le dedicaré todo el tiempo que nece­siten, incluso echando horas extraordinarias. Al segundo, sólo le dedicaré el tiempo fijado, y le explicaré las mate­máticas en inglés”.

            Esta parabolilla ayuda a entender la respues­ta de Jesús. Comienza dividiendo a su auditorio en dos grupos: el de los discí­pu­los (“voso­tros”) y el de los que no quieren atender, “los otros”. Los discípu­los pueden conocer los misterios del Reino; los otros, no. ¿Por qué? Porque los discípulos se han comprometi­do con Jesús, están produciendo fruto, y los otros no hacen nada. Y “al que produce se le dará hasta que le sobre, mientras al que no produce se le quitará hasta lo que tiene”. Las palabras de Jesús son más duras de lo que parece a primera vista. No dice “al que produce se le dará, y al que no produce no se le dará”. Dice: “al que no produce, se le quitará hasta lo que tiene” (le expli­carán las matemáticas en inglés). A continuación, desarrolla este tema, con una cita de Isaías. A la gente que no hace nada, que miran sin ver y escuchan sin oír ni entender, que le resbala todo, que pasa de todo, Jesús le habla en parábolas (en inglés) para que entiendan menos todavía y no se aclaren de ningún modo. “Por mucho que oigáis no entenderéis, por mucho que miréis no veréis, porque está embotada la mente de este pueblo“. A Dios le gustaría curar a esta gente (igual que al profesor le gustaría que sus discípulos malos aprobasen), pero ellos se niegan a convertirse (a estudiar); y la reacción de Jesús es durísima: si no quieren convertirse, haré lo posible para que no me entiendan. Por eso les hablo en parábolas. En cambio, a los que quieren entender y ver Jesús les dice: “Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Porque muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís vosotros, y no lo oyeron”.

            Aunque el pasaje resulte claro, surge una pregunta espontánea: ¿Es justa la actitud de Jesús? ¿No conseguiría más de la gente hablándoles con claridad? Hay que tener en cuenta que nos encon­tramos en el c.13 del evangelio. Jesús ha hablado ya mucho, sobre todo en el Sermón del Monte. Lo ha hecho con absoluta claridad, y a propósi­to de los temas más diversos: la actitud ante la ley, ante el dinero, ante las obras de piedad, el prójimo. Ha seguido enseñan­do de forma sencilla mediante sus milagros y en las discusiones con los fariseos. Pero no piensa pasarse así toda la vida. Tiene que explicar temas más difíciles, sobre todo en relación con el misterio del Reino de Dios. Y no está dispuesto a perder el tiempo por culpa de unos alumnos holgaza­nes, que sólo quieren tomarle el pelo. Más aún, va a usar las parábolas para que los oyentes que no están dis­puestos a hacerle caso no entien­dan el mensaje que va a transmitir.

            Es importante tener en cuenta este contexto polémico para no sacar consecuencias equivocadas. Sería erróneo basarse en estas palabras del Evangelio para justificar una predicación oscura e ininteligible y echarle la culpa a los oyentes. O para criticar las dudas e interrogantes que puede sentir mucha gente con respecto a la formulación de ciertos dogmas o de determinados aspectos de la doctrina de la Iglesia. Estas palabras no se dirigen contra el que desea con sencillez y honradez que le expliquen determinadas cosas, sino contra el que se obstina en rechazar el evangelio y desprecia a Jesús y su mensaje tachándolo de ridículo, infantil o pasado de moda.

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Domingo XV del Tiempo Ordinario. 15 Julio, 2017

Domingo, 16 de julio de 2017
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“Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente, que tuvo que subirse a una barca; se sentó y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas.”

(Mt 13, 1-23)

Hoy domingo apetece salir de casa y acudir junto a Jesús al lago, sumarse a ese grupo de gente que se queda junto a la orilla para escuchar la Palabra.

Coger la Biblia y volver a releer la parábola de la semilla como quien la escucha por primera vez, olvidando que nos la sabemos de memoria.

Sí, escucharla en profundidad y, cuando marche el gentío, acercarnos a Jesús para que nos explique qué significa la parábola. Pero también para alegrarnos al escucharle decir: “Dichosos vuestros ojos porque ven, y vuestros oídos porque oyen.”

Dejemos que la fuerza de su Palabra moldee nuestro corazón, lo convierta en un corazón de aprendiz, de discípula, para que de verdad nuestros ojos vean y nuestros oídos oigan. Porque es precisamente en ese ver y en ese oír donde se encuentra nuestra felicidad.

Solo cuando somos capaces de ver y oír la Palabra nos convertimos en la tierra buena que acoge la semilla.

Por eso, hagamos el esfuerzo de dejarnos “educar” en su Evangelio. Sin prisas y sin pretensiones. Como la tierra que abraza la semilla y se deja traspasar por ella. Se deja traspasar por el tallo y las raíces. Se convierte en alimento y sustento. Pero permanece siempre a sus pies, humildemente.

Aprendamos de la humildad de la Tierra. No nos hagamos protagonistas. Cedemos todo el protagonismo a su Buena Noticia y disfrutemos de ella. Así seremos aprendices humildes. Alegres porque ven y oyen.

Oración

Trinidad Santa, haz caer sobre nuestra tierra la semilla generosa de tu Palabra para que seamos espacio de tu Reino.

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Dios es la semilla, que ya está en mí.

Domingo, 16 de julio de 2017
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hombre-pensandoMt 13, 1-23

Mt agrupa siete parábolas en un solo capítulo, el 13, que hoy comenzamos a leer. No es probable que Jesús haya dicho todas estas parábolas de una sentada. Mc y Lc las colocan en distintas circunstancias. La parábola es un género literario muy apropiado para hablar de realidades trascendentes. Al partir del conceptos simples, tomados de la vida cotidiana y que todo el mundo conoce, trata de proyectar nuestra conciencia hacia una realidad que va más allá de lo material. La parábola por estar pegada a la vida misma, mantiene el frescor de lo genuino y auténtico a través del tiempo y las culturas.

El relato en sí no es significativo. A mí poco me importa cómo nace y da fruto la semilla. Pero ese relato, en sí anodino, da que pensar, cuestiona mi manera de ser, me dice que otro mundo es posible y espera de mí una respuesta vital. Esta propuesta solo se puede hacer con metáforas. En toda parábola existe un punto de inflexión que rompe la lógica del relato. En esa quiebra se encuentra el verdadero mensaje. En esta parábola, la ruptura se produce al final. En la Palestina de entonces, el diez por uno, se consideraba una excelente cosecha. Tu tierra puede llegar a producir el ciento por uno. ¡Una locura!

El objetivo de las parábolas es sustituir una manera de ver el mundo miope por otra abierta a una nueva realidad llena da sentido. Obliga a mirar a lo más profundo de sí mismo y a descubrir posibilidades insospechadas. La parábola es un método de enseñanza que permite no decir nada al que no está dispuesto a cambiar, y a decir más de lo que se puede decir con palabras, al que está dispuesto a escuchar. Quien la oye, debe hacer realidad la utopía del relato y empezar a vivir de acuerdo con lo sugerido.

La explicación, que los tres evangelistas ponen a continuación, no aporta nada al relato. Las parábolas no admiten explicación. Jesús no pudo caer en la trampa de intentar explicarlas. La alegorización de la parábola es fruto de la primera comunidad, que intenta extraer consecuencias morales. Para descubrir el sentido hay que dejarse empapar por las imágenes. La parábola exige una respuesta personal no retórica, sino vital; obliga a tomar postura ante la alternativa de vida que propone. Si no se toma una decisión, es que ya se ha definido la postura: continuar con la propia manera de ver y vivir la realidad.

Los exégetas apuntan a que, en un principio, los protagonistas de la parábola fueron el sembrador y la semilla. El objetivo habría sido animar a predicar sin calcular la respuesta de antemano. Hay que sembrar a voleo, sin preocuparse de donde cae. La semilla debe llegar a todos. En línea con la primera lectura, pretende que se descubra la fuerza de la semilla en sí, aunque necesite unas mínimas condiciones para desarrollarse.

No debemos dar importancia a la cantidad de respuestas. La intensidad de una sola respuesta puede dar sentido a toda la siembra. La sinuosa y larga trayectoria de la existencia humana queda justificada con la aparición de un solo Francisco de Asís o de una Teresa de Calcuta. Por eso Jesús pudo decir: El Reino ya está aquí, yo lo hago presente. Debemos comprender que el Reino puede estar creciendo cuando el número de los cristianos está disminuyendo. Su plena manifestación depende solo de uno.

Más tarde se dio a la parábola un cariz distinto, insistiendo en la disposición de los receptores, y dando toda la importancia a las condiciones de la tierra. Esta alegorización no sería original de Jesús sino un intento de acomodarla a la nueva situación de los cristianos, cambiando el sentido original y haciéndola más moralizante. Aún en un sentido alegórico, no debemos pensar en unas personas como tierra buena y otras, mala. Más bien debemos descubrir en cada uno de nosotros la tierra dura, las zarzas, las piedras que impiden a la semilla fructificar. En la misma parcela hay tierra buena, piedras y zarzas.

No debemos identificar la “semilla” con la Escritura. Lo que llamamos “Palabra de Dios”, es ya un fruto de la semilla. Es la manifestación de una presencia que ha fructificado en experiencia personal. La verdadera “semilla”, es lo que hay de Dios en nosotros. Lo importante no es la palabra, sino lo que la palabra expresa. Esa semilla lleva millones de años dando fruto, y seguirá cumpliendo su encargo. El Reino de Dios está ya aquí, pero su manera de actuar es paciente. La evolución ha sido posible gracias a infinitos fracasos.

Podemos recordar el prólogo de Jn. “En el principio ya existía La Palabra”; “y la palabra era Dios”; “En la Palabra había Vida”. La semilla es el mismo Dios-Vida germinando en cada uno de nosotros. Dios está en sus criaturas y se manifiesta en todas ellas como algo tan íntimo que constituye la semilla de todo lo que es. No debemos dar a entender que nosotros los cristianos somos los privilegiados que hemos recibido la semilla (Escritura). Dios se derrama en todos y por todos de la misma manera (a voleo)Dios no se nos da como producto elaboradosino como semilla, que cada uno tiene que dejar fructificar.

Generalmente caemos en la trampa de creer que dar fruto es hacer obras grandes. La tarea fundamental del ser humano no es hacer cosas, sino hacerse. “Dar fruto” sería dar sentido a mi existencia de modo que al final de ella, la creación entera estuviera un poco más cerca de la meta. La meta de la creación es la UNIDAD. Yo no tengo que dar sentido a la creación sino impedir que por mi culpa pierda el sentido que ya tiene. Mi tarea sería no entorpecer la marcha de la creación entera hacia la consecución de su objetivo final.

Porque se trata de alcanzar la unidad en el Espíritu, esa plenitud de ser no la puedo encontrar encerrándome en mí mismo sino descubriendo al otro y potenciando esa relación con el otro como persona. Y digo como persona, porque generalmente nos relacionamos con los demás como cosas, de las que nos podemos aprovechar. Cuando hago esto, me hago menos humano. Descubriendo al otro y volcándome en él, despliego mis mejores posibilidades de ser. Hemos llegado a lo que es la esencia de lo humano.

“El que tenga oídos que oiga”. Esa advertencia vale para nosotros hoy igual que para los que la oyeron de labios de Jesús. En aquel tiempo, era la doctrina oficial la que impedía comprender el mensaje de Jesús. Hoy siguen siendo los prejuicios religiosos, los que nos mantienen atados a falsas seguridades, que nos sigue ofreciendo una religión muy alejada de los orígenes. El aferrarnos a esas seguridades es lo que sigue impidiendo una respuesta al mensaje, adecuada a nuestra situación actual. El evangelio es fácil de oír, más difícil de escuchar y cada vez más complicado de vivir.

Descubrir cuál sería el fruto al que se refiere la parábola sería la clave de su comprensión. El fruto no es el éxito externo, sino el cambio de mentalidad del que escucha. Se trata de situarse en la vida con un sentido nuevo de pertenencia, una vez superada la tentación del individualismo egocéntrico. El fruto sería una nueva manera de relacionarse con Dios, consigo mismo, con los demás y con las cosas.

Meditación

 “Dios no da el Espíritu con medida” (Jn 3, 34)
Dios se da totalmente, absolutamente, siempre y a todos.
Experimenta esta verdad y cambiará tu vida.
Descubrir a Dios como amor dinámico,
es la base de toda experiencia religiosa.
Todo lo que Dios es, lo tienes a tu alcance.
Todo lo que tú eres y puedes ser, depende de ese don.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Salió el sembrador.

Domingo, 16 de julio de 2017
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2329_semeadorSi el árbol se echa a perder, aunque sea en el peor de los suelos, es porque no clava sus raíces lo bastante hondo. Toda la tierra es suya (Friedrich Hebbel).

16 de agosto Domingo XV del TO

Mt 13, 1-23

Otras cayeron en terreno pedregoso con poca tierra. Al faltarles profundidad brotaron enseguida; pero al salir el sol se marchitaron, y como no tenían raíces se secaron

En la primera lectura se compara la lluvia, que hace germinar la tierra, con la palabra que sale de la boca de Dios, que cumplirá su deseo y llevará a cabo su encargo. Dice el profeta Isaías en 55, 10 que “Como bajan la lluvia y la nieve del cielo y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que de semilla al sembrador y pan para comer”.

San Pablo en Romanos 8, 18-19 viene a decir que no sólo la humanidad, sino toda la creación está expectante aguardando la manifestación de los hijos de Dios. Porque todos los seres de la Tierra son semilla que debe crecer y desarrollarse hasta dar el ciento por uno.

Cuando en el Deuteronomio 30, 15 dice el Señor. “Mira: Hoy te pongo delante la vida y el bien”nos está haciendo creadores de nosotros mismos, capaces de asumir y de expandir la vida, y delegando en nosotros el poder de creación.

Habitualmente escuchamos con atención la palabra que se siembra mediante la lectura de los textos bíblicos y la predicación, pero también habitualmente esa escucha se la lleva pronto el viento de las preocupaciones y las tormentas de los afanes cotidianos de la existencia. Para evitar que esto suceda no estaría de más pensar en lo que esa escucha nos puede deparar en el futuro, como canta el protagonista de la zarzuela de Jacinto Guerrero La rosa del azafrán, en la Canción del Sembrador: “Sembrador que has puesto en la besana tu amor: la espiga del mañana será tu recompensa mejor”.

Cuando el cielo está en calma, estamos en el camino correcto, y como dice Xabier Pikaza en La familia en la Biblia, Editorial Verbo Divino 2014: “Si queremos que exista futuro, debemos aprender a querernos y crear (crearnos), de un modo personal, de manera que los niños nazcan y maduren en humanidad, de forma que ellos y nosotros podamos ser al fin lo que somos, simplemente humanos (es decir, divinos), seres libres en comunión con el universo.

Un tipo de ser que el Vaticano II definió en Gaudium et Spes de esta manera: “No hay nada verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón (el de Jesús). La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia, por ello, se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia… Tiene, pues, ante sí la Iglesia al mundo, esto es, la entera familia humana con el conjunto universal de las realidades entre las que esta vive; el mundo, teatro de la historia humana, con sus afanes, fracasos y victorias”.

La responsabilidad de crecer es nuestra. El dramaturgo alemán Friedrich Hebbel (1813-1863) lo dijo metafóricamente: “Si el árbol se echa a perder, aunque sea en el peor de los suelos, es porque no clava sus raíces lo bastante hondo. Toda la tierra es suya”.

EL LEÓN

 El Génesis te nombra como símbolo,
y vincula tu nombre al sol naciente.
Natura ha soportado tu realeza
por tu fuerza y tus garras sostenida.
Y pacientemente ha soportado
el ofensivo dolor de tus rugidos.

“El lobo y el cordero pastarán juntos,
el león como el buey comerá paja”,
escribió Isaías.

Qué diferente es la vida cotidiana,
¡¡de los libros!!

Quizás nos lo ha aclarado Alban Berg, hablando
de las manifestaciones de la naturaleza:
“¿Qué es la hierba?”,
me dijo un niño con las manos cargadas.
¿Qué podría contestarle, si tampoco yo lo sé?
Quizás sea la bandera de mi alma
tejida con sustancias de verdes esperanzas”.

O quizás tengamos que esperar eternamente
que el León de Judá abra el libro del Apocalipsis
y desate –no sabemos para qué- sus siete sellos.

(NATURALIA. Los sueños de las criaturas. Ediciones Feadulta)

 

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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La lógica de la abundancia.

Domingo, 16 de julio de 2017
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semillas-cuaresmaaaMt 13, 1-23

Imagino que Jesús disfrutaría admirando la naturaleza y encontrando en ella una sabiduría especial. Y así propone esta parábola: no prestando atención al buen hacer de un sembrador sino usando el modelo de la naturaleza. De hecho, el protagonista de esta parábola, un sembrador que echa semillas por todos los sitios, debería estar más atento y ver dónde lanza la semilla, para no perder tiempo ni semillas; para no despilfarrar. De hecho, ningún sembrador sensato haría lo que narra esta parábola. Las personas cuidamos lo poco, lo nuestro, lo mío, y no queremos que nada se despilfarre.

Sin embargo, la lógica de la creación, y la naturaleza nos lo deja ver en sus modos de reproducción y evolución, funcionan desde la abundancia y el derroche sin medidas y sin escatimar. Las teorías evolutivas muestran cómo la naturaleza es dadivosa en su búsqueda de expansión y la aleatoriedad y la adaptación deciden la suerte de las algunas especies. Ello incluye la muerte y desaparición de muchas variedades y el surgimiento de algunas mejoradas. Las plantas, por ejemplo, desparraman sus semillas por todos los terrenos para que alguna eventualmente pueda germinar (al igual que el sembrador de la parábola).

Este texto parece invitarnos a salir de la lógica del individuo, de lo que necesito y de lo que hago para conseguir la máxima eficacia, y entrar en la lógica de la abundancia. Dios nos da sin medida. A todos. Nos dice muchas cosas. Mucho de ello morirá porque no echará raíces o porque las preocupaciones de la vida no lo dejan crecer.

Jesús lo dice todo, pero hace falta comprender, ver más que mirar, oír y entender. La lógica de la abundancia se descubre en la profundidad de sentido, en ahondar en los misterios. No lo entenderá quien se quede en la superficie sino quien entre en contacto con la hondura de la tierra. Hay un dicho que dice que, en la vida espiritual, lo que no crece, muere. No hay estatismo ni interés posible. Lo que no evoluciona, lo que no hunde sus raíces en la tierra labrada, lo que sigue a los pensamientos alocados y lo que preocupa, debilita la vida espiritual.

La lógica de la abundancia requiere el correlato de la profundidad, de dejar que aparezca el sentido de las cosas. Es lo contrario de la lógica de lo mío, de lo poco, de la pobreza espiritual. Es en la profundidad donde aparece la plenitud, los frutos del Reino en abundancia.

La lógica de la abundancia se adquiere paradójicamente con el desapego. No es consecuencia de cuidar lo poco que tenemos ni del esfuerzo.  “Es Dios quien concede conocer los misterios”. Jesús habla en parábolas para que los oyentes dejen a Dios actuar, dejen que sea él quien les revele los misterios. Sino, oyen pero no entienden, miran pero no ven.

Jesús ofrece abundancia de vida. Abundancia de sentido. Abundancia de lo esencial. “Y les sobrará”. Sin embargo, “al que tiene se le dará. Al no tiene se le quitará hasta lo que cree que tiene.” Bastante radicales resultan estas palabras de Jesús. Y bastante inentendibles. Solo se comprenden desde un Jesús que anuncia la profusión de vida a raudales.

Baste con contemplar a las plantas: las innumerables semillas caen por doquier, pero solo germinará alguna, aunque todas llevan en sí la promesa de fecundidad. Hasta en las plantas se muestra efusivamente la Sabiduría de Dios. Solo es preciso mirar y oír.

Paula Depalma

Fuente Fe Adulta

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