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Vale la pena el sacrificio de vivir auténticamente como una persona LGBTQ+ católica

Lunes, 3 de julio de 2023
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IMG_9978Ariell  Simon

La publicación de hoy es de la colaboradora de Bondings 2.0, Ariell Simon (ella). Ariell es actualmente instructor adjunto de Estudios Religiosos y se ha desempeñado como capellán de atención médica en hospitales y centros de enfermería. Ingresó a la Iglesia Católica en 2011 como estudiante de pregrado en la Universidad de Loyola, Maryland, y luego recibió una Maestría en Divinidad de la Escuela de Teología y Ministerio de Boston College.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el domingo 13 del tiempo ordinario se pueden encontrar aquí.

Para las personas LGBTQ, vivir en la identidad sexual y de género dada por Dios implica sacrificios. No es popular admitir esta idea. Los medios de comunicación, los amigos afirmadores y los aliados nos dicen que no deberíamos tener que renunciar a nada para vivir en nosotros mismos. A lo largo del Mes del Orgullo, escuchamos mensajes de que las familias queer son como otras familias, que el amor es amor y que no deberíamos comprometer nada para ser nosotros mismos.

Por bien intencionadas que puedan ser esas garantías, de alguna manera me suenan huecas. No vivimos en un mundo perfecto. El Reino de Dios aún no se ha realizado plenamente “en la tierra como en el cielo”, por lo que en este mundo aún imperfecto, estar “fuera” siempre tiene un costo. Para algunos, el precio son las relaciones tensas o distanciadas con la familia. Para otros, la reputación, el trabajo y la seguridad de la vivienda pueden estar en peligro. Y todavía demasiadas personas LGBTQ en todo el mundo pagan el precio final de la seguridad personal.

En el Evangelio de este domingo, Jesús habla con franqueza del sacrificio: renunciar al padre y a la madre, al hijo y a la hija, e incluso a la vida, para seguirlo (Mt 10, 37-42). Es realista con sus seguidores, advirtiéndoles que el camino del discipulado tendrá un precio muy alto. Jesús no les está diciendo a sus apóstoles que el amor a la familia o a la vida es algo malo, pero les advierte que algunas cosas son más importantes que los “valores familiares”. Algunas cosas valen la pena el sacrificio.

Cuando leo las palabras de Jesús, siento su solidaridad con los sacrificios que hacen las personas LGBTQ. Muchos de nosotros hemos cambiado la aprobación de los padres por el amor romántico. Hemos renunciado a la esperanza de tener nuestros propios hijos biológicos en aras de construir diferentes tipos de familias con nuestros socios. E incluso para aquellos de nosotros que rechazamos el mensaje de que estamos arriesgando la vida eterna, llevamos el peso de la condenación de los demás.

Los católicos han creído durante mucho tiempo en el poder de “unir nuestros sufrimientos a Cristo”. Debo admitir que la idea de “ofrecer” mi sufrimiento a Dios parece anticuada. Suena como algo que un santo antiguo podría hacer con un tipo de dolor más apropiado para la iglesia. Pero tal vez sea hora de que los católicos LGBTQ reclamemos la unidad de nuestros sacrificios con el sacrificio de Cristo.

Jesús entregó su vida como último acto de solidaridad con el sufrimiento de nuestro mundo. Si Jesús sufrió en solidaridad con nosotros, ¿podríamos unir nuestro sufrimiento al Suyo en nuestros sacrificios diarios como personas LGBTQ de fe? Siendo solidarios con Cristo sufriente, ¿podríamos encontrar sentido a nuestro propio sufrimiento? Nos duele la injusticia del mundo. Jesús también. Reconozcamos nuestro sufrimiento como verdaderamente “morir con Cristo”.

La lectura de hoy de la carta a los Romanos explica por qué es importante hacer esta conexión: “Si, pues, hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él” (Rom 6:8). ¡Reclamar significado en nuestros sacrificios nos permite recuperar la esperanza!

Con demasiada frecuencia imaginamos morir con Cristo y resucitar con Cristo como un proceso lineal por el cual abrazar la cruz ahora nos permite resucitar con Cristo un día en el cielo. Queer nuestra fe significa desdibujar esas líneas para complicar el binario de sacrificio y salvación. La realidad es que la mayoría de nosotros experimentamos tanto sufrimiento como alegría en esta vida, a menudo mezclados. Nuestra fe nos enseña a santificar a ambos, experimentando los altibajos de la vida en solidaridad con Cristo.

IMG_9977La primera lectura de hoy, la historia del profeta Eliseo y la mujer sunamita, nos da una idea del tipo de recompensa de la que habla Jesús cuando promete que la persona que ofrece bondad “ciertamente no perderá [su] recompensa” (Mt 10 :42). La mujer le ofreció a Eliseo un lugar para quedarse y, en agradecimiento, él profetizó que tendría un hijo en medio de una situación aparentemente imposible.

La mujer sunamita era como tantas personas queer que han abierto nuestros hogares y nuestros corazones a los extraños a pesar de que las estructuras familiares tradicionales nos han fallado. Tal vez el mismo hecho de que ella no tuvo hijos le permitió a esta mujer el espacio extra para hospedar al profeta. Tal vez ella sufrió y lamentó la ausencia de hijos biológicos, y en ese duelo eligió tender la mano a alguien que lo necesitaba. Nunca podría haber imaginado que Dios recompensaría su bondad con un milagro.

Las escrituras de este domingo nos recuerdan cómo Dios usa nuestras acciones simples (hospitalidad, un vaso de agua) para crear nuevos lazos y nuevas familias que perduren. La esperanza brota en los lugares más improbables cuando nuestros sacrificios dan paso a una nueva vida.

  Que Dios abra nuestros ojos a las formas en que el Espíritu de Resurrección está siempre obrando, levantándonos incluso en medio de nuestro sufrimiento.

–Ariell Watson Simon (ella/ella), New Ways Ministry, 2 de julio de 2023

Fuente New Ways Ministry

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“El peligro de un Cristianismo sin cruz”. 13 Tiempo ordinario – A (Mateo 10,37-42)

Domingo, 2 de julio de 2023
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Uno de los mayores riesgos del cristianismo actual es ir pasando poco a poco de la «religión de la cruz» a una «religión del bienestar». Hace unos años tomé nota de unas palabras de Reinhold Niebuhr, que me hicieron pensar mucho. Hablaba el teólogo norteamericano del peligro de una «religión sin aguijón» que terminara predicando «un Dios sin cólera que conduce a unos hombres sin pecado hacia un reino sin juicio por medio de un Cristo sin cruz». El peligro es real y hemos de evitarlo.

Insistir en el amor incondicional de un Dios Amigo no ha de significar nunca fabricarnos un Dios a nuestra conveniencia, el Dios permisivo que legitime una «religión burguesa» (Johann Baptist Metz). Ser cristiano no es buscar el Dios que me conviene y me dice «sí» a todo, sino encontrarme con el Dios que, precisamente por ser Amigo, despierta mi responsabilidad y, por eso mismo, más de una vez me hace sufrir, gritar y callar.

Descubrir el evangelio como fuente de vida y estímulo de crecimiento sano no significa vivir «inmunizado» frente al sufrimiento. El evangelio no es un tranquilizante para una vida organizada al servicio de nuestros fantasmas de placer y bienestar. Cristo hace gozar y hace sufrir, consuela e inquieta, apoya y contradice. Solo así es camino, verdad y vida.

Creer en un Dios Salvador que, ya desde ahora y sin esperar al más allá, busca liberarnos de lo que nos hace daño no ha de llevarnos a entender la fe cristiana como una religión de uso privado al servicio exclusivo de nuestros problemas y sufrimientos. El Dios de Jesucristo nos pone siempre mirando al que sufre. El evangelio no centra a la persona en su propio sufrimiento, sino en el de los otros. Solo así se vive la fe como experiencia de salvación.

En la fe como en el amor todo suele andar muy mezclado: la entrega confiada y el deseo de posesión, la generosidad y el egoísmo. Por eso no hemos de borrar del evangelio esas palabras de Jesús que, por duras que parezcan, nos ponen ante la verdad de nuestra fe: «El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará».

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José Antonio Pagola

 

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“El que no coge su cruz no es digno de mí. El que os recibe a vosotros me recibe a mí.”. Domingo 02 de julio de 2023. 13º Ordinario

Domingo, 2 de julio de 2023
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36-ordinarioa13Leído en Koinonia:

2 Reyes 4, 8-11. 14-16a: Ese hombre de Dios es un santo, se quedará aquí.
Salmo responsorial: 88: Cantaré eternamente las misericordias del Señor.
Romanos 6,3-4.8-11: Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que andemos en una vida nueva.
Mateo 10,37-42: El que no coge su cruz no es digno de mí. El que os recibe a vosotros me recibe a mí.

Las exigencias de la cruz cambian para cada generación de creyentes. En la época de Jesús existía la amenaza inminente de la muerte ignominiosa, bien fuera por la cruz, la espada o la lapidación. Los cristianos eran vistos como una amenaza para el imperio y, con frecuencia, se les acusaba falsamente de sedición. Con el tiempo, la pena capital fue cambiando de modalidad y sus cuerpos fueron quemados en locales públicos, o arrojados a leones, osos, tigres, toros y toda clase de fieras. Todas estos intentos de bloquear, anular o eliminar la novedad del evangelio fueron vanos porque la fuerza del cristianismo radica en la cruz de Cristo.

Los cristianos de los primeros siglos no anunciaban religiones de salvación, ni sanaciones individuales ni ritos de purificación. Aunque ellos anunciaran la universalización de la obra salvadora, curaran enfermos y tuvieran el símbolo del bautismo como rito de iniciación, lo que los hacía diferentes era su radical denuncia de la injusticia. Anunciar a un Mesías crucificado era, y es, ir en contra de todos los parámetros sociales, de las buenas costumbre e, incluso, de los preceptos de la religión. Ellos anunciaban como redentor a uno que el sistema lo había proscrito, condenado y sentenciado al escarnio público. El anuncio de un Mesías Crucificado era, en realidad, una denuncia vehemente de un sistema de creencias, valores e instituciones que habían hecho de la violencia, la mentira y la opresión los valores indiscutibles de la organización social. ¿Cómo iban a ver con buenos ojos las autoridades de Jerusalén, los gendarmes del imperio y el pueblo alienado que un individuo apoyado por un pequeño grupo de hombres y mujeres cuestionara directamente sus valores y anunciara que otra sociedad era posible? Imposible para la gente, pero no para Dios.

Las comunidades cristianas desde el inicio tuvieron conciencia de la magnitud de la tarea a la que se enfrentaban. La experiencia del resucitado les llevó rápidamente a descubrir que debían superar los límites de las comunidades palestinas y lanzarse a la misión universal; debían dar prioridad a la construcción de las comunidades y dejar a un lado la tentación de construirse edificios; debían enfocarse sobre los grupos excluidos y marginados y dejar de lado los centros de poder; debían asimismo retomar las opciones fundamentales de Jesús y hacerlas vida en todos los rincones del imperio. Por eso, las exigencias para seguir a Jesús se fueron formulando con una claridad y precisión asombrosas en cada comunidad. Los contenidos fundamentales se fueron adecuando a cada contexto histórico y cultural pero sin atenuar las características esenciales del mensaje.

Por tanto, no debe sorprendernos que Mateo nos diga con tanta ‘dureza’ las exigencias del seguimiento de Jesús. El evangelista retoma las tradiciones del evangelio y las actualiza de acuerdo con el lenguaje y necesidades de su comunidad. Sus palabras hieren, como el antiséptico sobre la eterna llaga, pero tienen una virtud medicinal: nos liberan de nuestros propios prejuicios y apegos.

Cuando Mateo nos dice que quien ama más a sus parientes que a Jesús no es digno de él, nos revela un problema de su comunidad. El pueblo judeocristiano, tiene una estima desmesurada por los de su propia sangre. Un afecto que fácilmente se convierte en apego paralizante. El texto usa en griego la palabra filia para denominar este afecto. Pero el proyecto de Jesús pide más: pide un amor enfocado hacia el prójimo, un amor que supere los lazos de sangre, el parentesco y la raza. Un amor como el que Dios nos tiene y que en griego se llama ágape. El cristiano que no sea capaz de trascender los estrechos limites de la familia, de la raza o de la nación, no está habilitado para experimentar y dar el amor solidario que propone el evangelio. Y por esa misma razón, el amor a Jesús no se reduce a la pura dimensión íntima, individual y privada. Amar a Jesús es amar lo que él amó, su proyecto, su ideal, su Utopía, el «Reinado de Dios», como él acostumbró a llamarla, con las palabras tradicionales de los profetas. Amar a Jesús es amar a las personas que él amó: pobres, marginados, excluidos, enfermos, abatidos, endemoniados, extranjeros. El amor de Jesús era tan grande que llegó a amar incluso a aquellos que se declararon sus enemigos. Un amor que hoy nos puede parecer desorbitado, desnaturalizado, extremo, pero que para nuestra dicha y quebranto es el amor con el que Dios nos ama. Un amor sin el cual no podemos llamarnos discípulos de Jesús.

Pablo simboliza muy bien la radicalidad del amor cristiano mediante la comparación entre la muerte y la inmersión bautismal. Ser cristiano es morir a todos los apegos irracionales hacia la propia familia, raza o nación, incluso es morir hacia un apego desordenado hacia sí mismo. La novedad cristiana se manifiesta en esa transformación sustancial de las relaciones humanas, en la resurrección a una vida nueva llena de afectos, proyectos y estilos de vida completamente volcados hacia la humanidad sufriente y marginada. Con Cristo morimos a una humanidad caduca y sin esperanza para resucitar en una nueva humanidad libre y generosa en la que el límite es el cielo, donde no hay límite. Leer más…

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2.7.23. Que coja su cruz y me siga. Dios crucificado, la identidad Cristiana (Mt 10, 37-42, Dom 13 TO)

Domingo, 2 de julio de 2023
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356627782_2452561391587705_5268899321948453960_nDel blog de Xabier Pikaza:

El evangelio del domingo sigue exponiendo la misión e identidad cristiana, según Mt 10: El mensaje de Cruz que vincula el evangelio de Pedro y Pablo, a partir de las tres mujeres de la pascua (Mc 15-16).

Otros motivos de iglesia y cristianismo  (jerarquía, poder, cierto tipo de “moral”)  son marginales. La identidad del cristianismo  es la Cruz de Dios, la Cruz de Jesús, en la historia de los hombres.

Desde el 1980 (cf. Rev.Communio, imagen) he venido elaborando este motivo  de forma personal y eclesial,  en línea trinitaria y cristológica, “política”, ecuménica, moral y antropológica.  Aquí  condenso el tema en 13 proposiciones. Buen domingo.

Mateo 10,37-42 (extracto)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Quien no tome su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí (como yo) la encontrará….

Tema complejo, vida o muerte de la iglesia. Introducciòn

Las reflexiones que siguen intentan fijar los elementos principales del signo cristiano de la cruz, entendida como identidad de Dios, frente a la esfera de un poder que se cierra en sí mismo, a través del eterno retorno de la muerte, como decía Chesterton  poniendo estas palabras en boca de Satán:

«La esfera es razonable, la cruz irrazonable; la esfera es necesaria, la cruz arbitraria. Sobre todo, la esfera constituye unidad en sí misma; la cruz está primordialmente y sobre todas las cosas en discordia consigo misma» (La esfera y la cruz, cap. I).

Frente a la lógica cerrada de la esfera, perpetuamente idéntica, lucha de poder vacío de todos contra todos, el evangelio ha elevado la señal abierta, de la Cruz de Dios,, encarnado en Jesús, como amor de Vida  que se comunica y resucita por la muerte.

Un mundo que no acepte y asuma el camino de amor de la Cruz se convierte en un infierno de eterno retorno de la muerte.  Sólo una cruz, asumida en amor,  la cruz de aquellos que saben sufrir por los pobres y excluidos, haciéndose pobres, regalando su vida en amor y renunciando a triunfar sobre esta tierra (de un modo personal o como iglesia,  como individuos[E1] , tribus o naciones podrán vivir en Dios, serán herederos de su Reino.

Lógicamente, la revelación de la cruz se ha convertido dentro de la historia de los hombres en el signo de la confrontación universal (cfr. 1 Cor. 1, 18 ss.).

9788430106622-esFrente a la cruz chocan y en relación con ella cobran su sentido los símbolos fundantes de la humanidad, estrella y luna, fuego y agua, lo mismo que los nuevos emblemas de la ciencia, la revolución o el progreso: esfera y llana, hoz y martillo.

En las reflexiones que siguen, al lado de ese nivel de confrontación más universal y más lejano de las religiones y culturas, queremos desarrollar nuestro pensamiento en relación directa con la «theologia crucis»  (la teología ce la Cruz) que es más propia de la tradición protestante y católica, reflejada en el siglo XV  por autores como J. Moltmann (El Dios crucificado), E. Jüngel (Gott als Geheimnis der Welt, Dios como misterio del mundo) y J. Sobrino (Bajar de la cruz a los Pobres).

Este es el argumento de las reflexiones siguen. No entraré en polémica, no ofreceré comparaciones técnicas, simplemente expondré en 13 proposiciones comentadas la identidad trinitaria, histórica y cristiana de Dios como Cruz de Amor en la vida de los hombres,  como programa y proyecto de vida de futuro, desde el evangelio de este domingo 13 del tiempo ordinario

  Éste es el motivo clave de la vida humana, como vio el Budismo, como expuso en la Biblia el libro de Job y del Kohelet, pues no hay vida sin cruz, ni amor sin dolor, sin desarrollo personal sin entrega de la vida (al menos en las circunstancias actuales de la historia). Quien quiera vivir ha de aprender a sufrir. Quien quiera hacer algo por los demás ha de aprender a sufrir por ellos. Éste es un elemento esencial de nuestra condición, y se relaciona con el don del amor y con la “suerte” de los perdedores, que saben “ceder” (e incluso morir) para que vivan otros. Una cultura como la nuestra, que no está dispuesta a ceder (a perder incluso) mata a los demás, y está condenada a la muerte. Una iglesia que nos sepa acompañar a los crucificados de la historia no cree en su Cristo.

1. El Dios de la Esfera, un Dios sin cruz es incapaz de amar, no sale de sí, se cierra en un tipo de egoísmo transcendente. No es Dios sino demonio.

Como elementos distintivos del señor de la esfera citaremos la inmutabilidad, la contemplación de sí mismo y la capacidad de imponerse a los otros. Por inmutabilidad se entiende aquella autoidentificación interna por la que Dios supera todo el plano de los cambios, los afectos, las pasiones; lo es todo y por lo tanto nada necesita.

Por ser internamente perfecto, Dios se goza en contemplarse: por eso le llamamos auto-contemplador absoluto: mirándose descubre su propia perfección y descubriéndola se goza y se complace en ella. Frente a los restantes seres que ha creado, Dios se mostrará como Señor; por eso todos han de venerarle.. Ese no sería Dios, sino demonio, como he dicho.

En resumen, Dios sería como una esfera que se cierra inexorablemente sobre sí misma, en círculo de perfección, de tal manera que termina apareciendo ante los hombres como un poder que les subyuga y esclaviza. Para un número considerable de nuestros contemporáneos, la cruz, como opresión debe combatirse, se identifica con la misma existencia de un Dios impositivo que nos somete, infantiliza y esclaviza. Pero este Dios de la esfera no es el Dios de Jesús no es el Dios cristiano.

2. Dios sólo es Dios por ser Cruz, amor  que ama, ser que existe y vive al darse en amor, Dios da su vida a los hombres y sufre con ellos (pues crear es aprender a sufrir).

Frente al señor de la esfera presentan los cristianos el signo de la cruz como expresión de una vida en la que Dios se define, en antítesis respecto a lo anterior, como proceso originante de la creación, amor que se expande y gratuidad que se regala, entrando en la misma creación, comprometiéndose con ella.

Como proceso creador Dios es origen y sentido de la vida que se gesta de un modo efusivo, es el misterio de emergencia primigenia y tiene, al mismo tiempo, un nombre bien concreto: Es Padre, es decir, Aquel que se compromete en la vida del Hijo que brota de su misma entraña. b) En segundo lugar, siendo amor que se expande, Dios se introduce en el mismo mundo que él ha creado, viviendo la vida de los hombres. No es un poder que les obliga a responder por la fuerza, sino amor que Vive en la vida de los hombres, encarnándose en Jesús, a quien llamamos Hijo de Dios. c) Dios aparece finalmente como la misma unión (Comunión) que vincula al Padre con el Hijo: es el regalo del Padre que se ofrece, es la confianza del Hijo que responde; Dios es el Espíritu Santo.

Pues bien, en perspectiva humana, es decir, en este mundo concreto, si Dios es amor (si quiere seguir siendo Dios) tiene que entrar en la cruz de la historia de los hombres, dejándose crucificar por la violencia de los poderosos, para así mostrarse divino: Dios no es divino imponiéndose por encima de la Cruz, sino entrando como amor poderoso en la misma Cruz de la Historia humana.

3. La Cruz pertenece al misterio concreto del Dios de Jesús.

¿Por qué hablamos de dolor al hablar de Dios? Por algo muy sencillo: los cristianos confesamos que el misterio de Dios se está expresado (se realiza humanamente) en la historia de los hombres. Pues bien, frente al Dios de los poderosos, de los que son dominando a los demás, el Dios de Jesús  es decir, en el amor generoso, que se entrega y regala hasta la muerte.

Porque Dios es amor, y amar es estar dispuesto a sufrir, porque Dios es Vida y la vida sólo se expresa y despliega por la muerte (es decir, dando la vida en amor, viviendo en el amor de los otros, muriendo por ellos y así resucitando).

En esta línea, descubrimos que la cruz pertenece al misterio de Dios, como entrega plena, como amor generoso, como muerte por los demás. No es la Cruz que se impone sobre los demás, no es la cruz masoquista del que quiere sufrir sin más… Es la Cruz del que Camina a Paso de Hombre (como Dice San Juan de la Cruz), la Cruz para liberar a los crucificados (para desclavarlos, como dice J. Sobrino).

4. La cruz es símbolo del Padre que regala su vida,la cruz cristiana es Trinidad y es historia

85-484-scaledsale de sí mismo y se hace historia de amor en Jesucristo, dándose plenamente en amor (dando así todo lo que es, su “naturaleza” entera, como dice el Credo). El Padre es el principio de vida que se ofrece. No clausura para sí riqueza alguna, no conserva egoístamente nada. Por eso se da a sí mismo como vida de amor en Jesucristo, acompañando a los pobres, curando a los enfermos, acogiendo a los excluídos. revelándose en su amor hasta la muerte… Allí donde Jesús entrega su vida, se deja matar y muriendo expresa su amor pleno, allí se está manifestando Dios Padre.

Por eso, al confesar en frase bíblica que Dios ha ofrecido a su Hijo (Rom. 8,32), estamos afirmando que Dios se da a sí mismo, es el don pleno, originario y total. Más aún, si Dios entrega al Hijo es por el Hijo: le entrega con el fin de que madure plenamente en el amor (para que sea Amor Total) en estas condiciones históricas (precisamente allí donde los hombres le matan).

Los hombres quieren dominar el mundo por la fuerza; Dios crea vida por Jesús, pero no dominando, sino ofreciéndose en amor hasta la muerte. Esto significa que la plenitud de Jesús como Hijo y la redención de los hombres se unen en un mismo gesto de amor y realización, de entrega y de respuesta (cfr. Hebr. 5, 7-10).

5. No existe primero trinidad de Dios (un Dios de puro entendimiento abstracto y poder) y luego trinidad de amor en Cristo, sino que el Dios vivo y verdadero la Trinidad de amor mutuo del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo, tal como se revela en la cruz pascual de Jesucristo.

No hay relación de Padre-Hijo, cerrados en sí, sino que el amor primigenio del Padre (el amor trinitario), se realiza en la cruz de Jesucristo: en el gesto de amor absoluto del Padre que da su vida al Hijo y del Hijo que le responde en amor, desde la misma historia humana. No es que la Cruz sea buena, la cruz es mala, es el gran pecado de los hombres… Pero en esa misma cruz (allí donde los hombre cometen el pecado “original” matando a los inocentes), sufriendo con las víctimas, Jesús expresa todo el amor de Dios.

Dios es el  misterio que nos desborda… Pero nosotros sólo comprendemos su grandeza descubriendo el amor del Padre que se entrega en manos del Hijo, y el amor del Hijo Jesucristo que responde en amor al Padre amando a los hombreses decir, entregándose por ellos hasta la cruz… no porque quiere morir, sino porque quiere amar hasta la muerte, dejándose matar por fidelidad al Reino.

Evidentemente, surge la pregunta: ¿pero no sería preferible que las cosas fueran de otra forma? ¿No sería más divino un tipo de amor sencillamente luminoso, sin rupturas y sin luchas, sin salida de sí mismo y sin entrega? En otros términos, ¿no sería preferible un Dios de gracia abierta y no crucificada? ¡De ninguna forma! Es cierto que de Dios sabemos pocas cosas. Si queremos descubrirle no tenemos más remedio que pararnos y contar la vieja historia de Jesús, el Cristo. Pero eso es suficiente.

En la historia de Jesús se expresa y se realiza el mismo ser divino. Pues bien, como centro determinante de Jesús, la cruz constituye el punto de referencia fundamental en la visión de Dios, el lugar donde se expresa, se realiza y se define el misterio del amor de Dios y de los hombres. Por eso, debemos afirmar que el amor, por su misma naturaleza, incluye dentro de sí mismo un rasgo de cruz.

6. No hay amor sin que uno salga de sí mismo, sin que muera de algún modo por los otros, sin que viva de esa forma en ellos.

De esa forma es el amor de Dios en Cristo, el amor del Padre que vive en el Hijo, del amigo que vive en el amigo, comunión de vida, Espíritu santo. Sólo viven los que aman, entregan su vida y la encuentran en los otros.. Sólo de esta forma la cruz puede mostrarnos la verdad de Dios como lugar de entrega y pascua, muerte, gratitud y vida (es el lugar del Espíritu).

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Exigencias y recompensa. Domingo 13 TO. Ciclo A

Domingo, 2 de julio de 2023
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IMG_9972Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El largo discurso dirigido a los apóstoles (resumido en los domingos 11-13) termina con una serie de frases de Jesús que son, al mismo tiempo, muy severas y muy consoladoras. Las severas se dirigen a los apóstoles; las consoladoras, a quienes los acogen.

¿Quién no es digno de Jesús?

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:

El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí.

El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará.

           La sección comienza con tres frases que terminan de la misma manera: “no es digno de mí”. Las dos primeras están muy relacionadas: no es digno de Jesús el que ama a su padre o a su madre más que a él, o el que ama a sus hijos o a su hija más que a él.

Una opción en tiempos de conflicto

            Para comprender estas palabras tan exigentes de Jesús hay que tener en cuenta lo que dice inmediatamente antes (suprimido por la liturgia). El aviso de que pueden perder la vida (tema del domingo pasado) puede provocar en los discípulos el desconcierto. ¿A qué ha venido Jesús? A esto responde que no ha venido a traer paz sino espada. Que su persona y su mensaje crearán problemas incluso entre los miembros de la familia. Llegarán momentos en que los apóstoles, y todos los cristianos, tendrán que optar.

La opción por Dios de los levitas

            En el libro del Éxodo se cuenta que, mientras Moisés estaba en el monte Sinaí recibiendo del Señor las tablas de la Ley, los diez mandamientos, el pueblo, cansado de esperar, decidió fabricar un becerro de oro y adorarlo. Cuando Moisés baja del monte y contempla el espectáculo, rompe las tablas, se planta a la puerta del campamento y grita: «¡A mí los del Señor! Y se le juntaron todos los levitas.» Moisés les ordena: «Ciña cada uno la espada; pasad y repasad el campamento de puerta en puerta, matando, aunque sea al hermano, al compañero, al pariente». Los levitas cumplieron las órdenes de Moisés y este, al final, les dice: «¡Hoy os habéis consagrado al Señor a costa del hijo o del hermano, ganándoos hoy su bendición» (Éxodo 32,25-29).

            El historiador moderno duda que los levitas tuvieran espadas en el desierto y que llevaran a cabo esta matanza. Pero los antiguos no eran tan críticos. Aceptaban las cosas que se contaban, e incluso alaban a los levitas, ya que en un caso de grave conflicto entre los vínculos familiares y la fidelidad a Dios, optaron por lo segundo: «Dijeron a sus padres: ‘No os hago caso’; a sus hermanos: ‘No os reconozco’; a sus hijos: ‘No os conozco’. Cumplieron tus mandatos y guardaron tu alianza» (Deuteronomio 33,9).

            La opción por Jesús de los discípulos

            Se podría decir que Jesús exige a sus discípulos la misma actitud de los levitas. Pero hay dos diferencias importantísimas: 1) Jesús no ordena matar a los padres o a los hermanos en caso de conflicto. 2) Los levitas se comportaron así por fidelidad a los mandatos de Dios y a su alianza; los discípulos deben hacerlo por amor a Jesús.

Al exigir este amor superior al de los seres más queridos, Jesús se está poniendo al nivel de Dios, al que hay que amar sobre todas las cosas. Los primeros cristianos, en momentos de persecución, se vieron a veces en la necesidad de optar entre el amor y la fidelidad a Jesús y el amor a la familia. La elección era dura, pero muchos la hicieron, convencidos de que recuperarían a sus padres e hijos en la vida futura. (La misma fe que confiesan la madre y sus siete hijos en el Segundo libro de los Macabeos, capítulo 7).

            La frase siguiente («el que no coge su cruz…») también se entiende mejor a la luz del texto del Deuteronomio. En él se dice que los levitas, por haber mostrado esa fidelidad a Dios, recibieron un gran premio y dignidad: «Enseñarán tus preceptos a Jacob y tu ley a Israel; ofrecerán incienso en tu presencia y holocaustos en tu altar.» Jesús no promete nada de esto a sus discípulos, solo exige.

            Amar a Jesús más que a la familia ya lo hicieron Pedro y Andrés, Santiago y Juan. Lo que ahora exige Jesús es infinitamente más duro: cargar con la cruz. ¿Hay que interpretarlo al pie de la letra o simbólicamente? Simbólicamente, pero con posibles repercusiones prácticas: hay que estar dispuestos a cargar con ella y marchar camino de la muerte. No una muerte cualquiera, sino la más infamante, típica de rebeldes contra Roma y esclavos. Cuando Jesús exige cargar con la cruz está pidiendo algo terrible desde el punto de vista físico, moral y social. Además, la exigencia no carece de macabra ironía cuando la comparamos con los vv.9-10: los que deben predicar el reino sin llevar nada, ahora tienen que seguir a Jesús cargando con la cruz.

            Dos advertencias

            Conviene advertir que el amor a la familia y el amor a Jesús no se excluyen ni se oponen. Son compatibles, con tal de mantener el orden adecuado. Los hijos de Zebedeo abandonan a su padre, pero la madre los acompaña e incluso le pide a Jesús un favor especial para ellos. María, al menos según la versión del cuarto evangelio, está al pie de la cruz. Pablo recuerda que «los demás apóstoles, los hermanos del Señor y Cefas» se hacen acompañar de su esposa cristiana (1 Cor 9,5).

            En cuanto a «cargar con la cruz», conviene recordar al que no estuviera dispuesto a hacerlo que, en cualquier caso, siempre tropezará con la cruz. «Vuélvete arriba, vuélvete abajo, vuélvete afuera, vuélvete adentro, y en todo lugar hallarás la cruz». «Unas veces Dios te dejará, otras veces el prójimo te pondrá a prueba, y, lo que es peor, con frecuencia no sabrás aceptarte a ti mismo, con lo que serás para ti una cara insoportable» (Tomás de Kempis, La imitación de Cristo, libro II, capítulo 12). Es preferible cargar con la cruz y seguir a Jesús que rebelarse inútilmente contra ella.

Acogida y recompensa

El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado.

El que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo.

El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.

            La última parte se dirige a las personas que acojan a los discípulos. Dos cosas les dice:

1) Recibirlos a ellos equivale a recibir a Jesús y recibir al Padre. Lo que hacen es mucho más de lo que pueden imaginar. No es solo un acto de caridad, sino un inmenso honor, mucho mayor que el de la persona que pudiese acoger en su casa a un artista, un deportista o un personaje mundialmente famoso.

2) Esa acogida tendrá su recompensa, igual que ocurrió en el Antiguo Testamento con quienes acogieron a profetas y justos. La primera lectura cuenta como un matrimonio de Sunám decidió acoger en su casa al profeta Eliseo cuando pasaba por el pueblo; le construyeron una habitación en el piso de arriba y le proporcionaron una cama, una silla, una mesa y un candil. Una gran inversión para aquel tiempo. Pero recibieron su recompensa con el nacimiento de un hijo.

            En comparación con Eliseo, los discípulos pueden parecer unos “pobrecillos” sin importancia. A nadie se le ocurrirá darles alojamiento permanente. Pero basta un vaso de agua fresca (algo muy de agradecer cuando no existen bares ni agua corriente en las casas) para que esas personas reciban su recompensa.

Resumen

            Si en la primera parte entreveíamos los grandes conflictos familiares provocados por las persecuciones, en este final intuimos lo que experimentaron muchas veces los misioneros cristianos: la acogida amable y sencilla de personas que no los conocían. De estos últimos versículos, solo uno tiene paralelo en el evangelio de Marcos. El resto es original de Mateo, que ha querido redactar un final consolador, para dejarnos al final de este duro discurso un buen sabor de boca.

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02 de Julio. Domingo XIII de Tiempo Ordinario. Ciclo A

Domingo, 2 de julio de 2023
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D-XIII


“Quien encuentre su vida, la perderá, y quien pierda su vida por mí, la encontrará.”

(Mt 10, 37-42)

El evangelio de este domingo es un evangelio del “mundo al revés”. Jesús, que está hablándoles a sus discípulos, invierte el orden lógico, le da la vuelta a todo.

Perder resulta que significa ganar y encontrar perder. Lo que viene a decirnos que la lógica del Reino es siempre sorprendente. Nada convencional.

Por eso requiere de opciones que se “salen” de toda lógica humana, como puede ser el anteponer el amor a Jesús a cualquier otro vínculo por estrecho que sea. “Quien quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí.”

Y estas palabras, que de buenas a primeras pueden llegar a sonar un poco “rancias”, tienen un profundo sentido. Jesús no nos está diciendo que no amemos a nuestros padres o a nuestros hijos, no.

La propuesta de Jesús es que aprendamos a amar de manera diferente. Nos invita a amarnos, a amar a las demás personas, como él las ama. Como Dios las ama.

No se trata de renunciar al amor de nuestras familias, todo lo contrario. Se trata de amarlas más profundamente. Se trata de amar con un amor inclusivo. Como el de Dios Trinidad.

Un amor que siente como propias las alegrías y también los sufrimientos de las demás personas. Que se sabe poner en el lugar de la otra y desde ahí comprender. Servir y aliviar.

Es este amor el que hace que Dios cuando nos mira a cada una de nosotras vea la viva imagen de su Hijo querido Jesús.

Y solo ese amor será el que nos capacite para descubrir en las demás personas. En todas las demás personas. La imagen y semejanza de Dios.

Así podemos ofrecer un vaso de agua fresca o recibir a alguien como quien recibe la visita del Buen Jesús.

Oración

Gracias, por enseñarnos a amar como TÚ amas.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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El amor a Dios y al padre no se pueden comparar porque son de naturaleza distinta.

Domingo, 2 de julio de 2023
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0_hospitalidadeDOMINGO 13 (A)

Mt 10,37-42

La manera de hablar semita, por contrastes excluyentes, nos puede jugar una mala pasada si entendemos las frases literalmente. Lo que es bueno para el cuerpo, es bueno también para el espíritu. La lucha maniquea que nos han inculcado no tiene nada que ver con la experiencia de Jesús. El evangelio de hoy propone, en fórmulas concisas, varios temas esenciales para el seguimiento de Jesús. Todos tienen mucho más alcance del que podemos sospechar a primera vista.

El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí. El problema del amor al padre y a Jesús no se puede comprar porque son realidades de distinta naturaleza ni se pueden comparar ni se puede decir que uno es “más” que otro. El amor a Dios no puede entrar nunca en conflicto con el amor a las criaturas, mucho menos con el amor a una madre. Jesús nunca pudo decir esas palabras con el significado que tienen para nosotros hoy. Solo un falso Dios puede plantear sus propias exigencias frente a otras instancias que requieren las suyas.

Ese Dios es un ídolo, y todos los ídolos llevan al hombre a la esclavitud, no a la libertad de ser él mismo. Hay que tener mucho cuidado al hablar del amor a Dios o a Jesús. En el evangelio de Juan está muy claro: “Un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros”. Creer que puedo amar directamente a Dios es una quimera. Solo puedo amar a Dios amando a los demás, como Dios manda. Jesús no pudo decir: tienes que amarme a mí más que a tu Hijo. Recordad: porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve ser y me disteis de beber…

El evangelio nos habla siempre del amor al “próximo”. Lo cual quiere decir que el amor en abstracto es otra quimera. No existe más amor que el que llega a un ser concreto. Ahora bien, lo más próximo a cada ser humano son los miembros de su propia familia. La advertencia del evangelio está encaminada a hacernos ver que, desplegar a tope esos impulsos instintivos no garantiza el más mínimo grado de calidad humana. Pero sería un error aún mayor el creer que pueden estar en contra de mi humanidad. Se ha tergiversado el evangelio, haciéndole decir lo que no dice.

El evangelio no quiere decir que el amor a los hijos o a los padres sea malo y que debemos olvidarlo para amar a Jesús o a Dios. Pero nos advierte de que ese amor puede ser un egoísmo camuflado que busca la seguridad mayor para el ego, sin tener en cuenta a los demás. El “amor” familiar se convierte entonces en un obstáculo para un crecimiento verdaderamente humano. Ese “amor” no es verdadero amor, sino egoísmo amplificado. No es bueno para el que ama, pero tampoco es bueno para el que es amado, de esa manera. El verdadero amor solo puede surgir de nuestra categoría humana, es decir, de lo más hondo del ser.

Lo instintivo va contra la persona cuando el hombre utiliza su mente para potenciar su ser biológico a costa de lo humano. El hombre puede poner como objetivo de su existencia el despliegue exclusivo de su animalidad, cercenando así sus posibilidades humanas. Esto es degradarse en su ser especifico humano. Cuando estamos en esa dinámica y metemos a los demás en ella, estamos “amando” mal, y ese amor se convierte en veneno. Esto es lo que quiere evitar el evangelio. Nada que no sea humano puede ser evangélico. No amar a los hijos o a los padres no sería humano.

Un verdadero amor nunca puede oponerse a otro amor auténtico. Cuando un marido se encuentra atrapado entre el amor a su madre y el amor a su esposa, algo no está funcionando bien. Habrá que analizar bien la situación, porque uno de esos amores (o los dos) está viciado. Si el amor a Dios está en contradicción con el amor al padre o a la madre, o no tiene idea de lo que es amar a Dios o no tiene idea de lo que es amar al hombre. Sería la hora de ir a psiquiatra. ¡Nos han metido en la esquizofrenia, haciéndonos creer que, lo que Dios pedía era odiar a nuestros padres!

El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que la pierda por mí, la encontrará. En griego hay tres palabras para decir vida: “Zoe”, “bios” y “psiques”. El texto no dice zoe ni bios, sino psiques. No se trata de la vida biológica, sino de la vida psicológica, es decir, de la capacidad de relaciones interpersonales. No se trataría de dejarse matar, sino de poner tu humanidad al servicio de los demás. Esto no sería perder sino ganar. Quien pretenda reservar para sí mismo su ego malogrará su existencia, porque pasará por ella sin desplegar su verdadera humanidad.

El que dé a beber un vaso de agua fresca… El ofrecer un vaso de agua a un desconocido puede ser la manifestación de una profunda humanidad. El dar, sin esperar nada a cambio, es el fundamento de una relación verdaderamente humana. En nuestra sociedad de consumo nos estamos alejando cada vez más de esta postura. No hay absolutamente nada que no tenga un precio, todo se compra y se vende. Nuestra sociedad está montada sobre el ‘toma y da acá’, que dejaría de funcionar si la sacáramos de esa dinámica y nos decidiésemos a vivir el evangelio.

La misma institución religiosa está montada como un gran negocio económico, en contra de lo que dice el evangelio: “Gratis habéis recibido, dad gratis”. Hoy todos estamos de acuerdo con Lutero, en su protesta contra toda compraventa de bienes espirituales (bulas, indulgencias etc.). Pero seguimos cobrando un precio por decir una misa de difuntos. Es verdad que debemos insistir en la colaboración de todos para la buena marcha de la comunidad, pero no podemos convertir las celebraciones litúrgicas en instrumentos de recaudación de impuestos con apariencia de caridad.

El objetivo instintivo de todo ser vivo, es mantenerse en el ser. Casi cuatro mil millones de años de evolución han sido posibles gracias a esta norma absoluta. Pero la misma evolución ha permitido al ser humano ir más allá de los instintos y alcanzar conscientemente una meta más alta que no está en contradicción con la biología. Todo lo que le acerca a ese objetivo último le puede causar más felicidad que satisfacer sus instintos. La raíz última de todo acto bueno está en la misma biología, no es contrario a ella. Nada más falso que una lucha entre lo biológico y lo espiritual.

La trampa que quiere evitarnos el evangelio es quedarnos en el placer inmediato que nos proporciona nuestra biología y perder de vista el bien total del ser humano. Ahí está la causa de tanto desajuste en la conducta humana. Debemos tomar conciencia de que lo que es malo para nuestro verdadero ser, no puede ser bueno bajo ningún aspecto del ser humano. Todo egoísmo personal o amplificado que busca el bien material del individuo o la familia, nos lleva a la deshumanización.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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El principio antrópico.

Domingo, 2 de julio de 2023
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Mt 10, 37-43

«El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí»

La génesis del “principio antrópico” no es filosófica, sino puramente científica. Es el fruto del estudio minucioso del cosmos y de su proceso de evolución, y básicamente establece que “cualquier teoría válida sobre el universo tiene que ser consistente con la existencia de seres conscientes capaces de formularse estas preguntas”. Como afirma John Barrow, prestigioso matemático y cosmólogo británico: «La increíble serie de coincidencias que permiten nuestra presencia en el universo, parecen haber sido cuidadosamente preparadas para garantizar nuestra existencia».

El principio antrópico débil, aceptado mayoritariamente por la comunidad científica, afirma que «el mundo podría haber sido de muchas otras formas, pero en ninguna de ellas habríamos estado nosotros». Según esta formulación cabría el recurso al azar para explicar la aparición del hombre sobre la Tierra, pero el principio antrópico fuerte, más cuestionado, va más allá, rechaza el azar, y sostiene que todo el proceso ha estado diseñado con un único fin; propiciar nuestra existencia: «Nuestra existencia es la que ha determinado la estructura del universo», dice el principio antrópico fuerte. Muy parecido al argumento teleológico formulado desde la filosofía.

Esta última formulación requiere que alguien (Dios creador) haya diseñado el proceso de evolución con el propósito de que culminase en nosotros, pero no parece razonable que su objetivo final fuese la mera presencia del ser humano sobre la faz de la Tierra, sino del ser humano en plenitud; tanto a nivel individual como colectivo.

Hasta llegar a nosotros, han sido las leyes naturales las que han marcado la pauta de la evolución, pero la última etapa —la plenitud— es tarea nuestra. Y es aquí donde entroncamos con el evangelio, porque es Jesús, el hombre lleno del espíritu de Dios, quien nos marca la meta y señala el camino. Como decía Ruiz de Galarreta: «El sueño de Dios no es la raquítica salvación de media docena de perfectos. Toda la creación, realizada y perfecta, es su sueño, su proyecto, el Reino»

El evangelio, todo el evangelio, es una contundente invitación a ser colaboradores de Dios en la ejecución de su proyecto, y de aquí se desprende una buena definición de cristiano: cristiano es quien se compromete con la tarea de hacer de la humanidad una comunidad de Hijos que se aman como hermanos. Como dijo el propio Jesús: «En eso conocerán que sois mis discípulos».

Y desde esta perspectiva podemos entender mejor el texto de hoy, porque tamaño proyecto requiere de todo nuestro compromiso y de todo nuestro esfuerzo. Jesús nos está pidiendo ayuda para hacer realidad este ideal por el que él fue capaz de dar la propia vida, y lo hace a su estilo; un estilo paradójico, radical, casi desafiante, para recalcar la importancia excepcional de lo que nos está pidiendo:

«Como mi Padre me envió, así os envío yo a vosotros».

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer otro comentario sobre este evangelio publicado en fe adulta, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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La primera lealtad para Jesús.

Domingo, 2 de julio de 2023
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14437838828006¿A qué o a quién has sido leal los últimos 25 años? ¿Qué ha caracterizado esa lealtad? ¿Ha sido muy duro? ¿En qué estaba basada?

¡Vaya! pensé cuando leí el evangelio para este domingo, pues ¡qué poca gracia tener que explicar algo que produce rechazo desde el primer momento! “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. (Mt 10: 37-38).

Es increíble cómo después de más de veinte siglos de cristianismo y de haber escuchado y leído tantos comentarios a este evangelio seguimos diciendo que este tipo de exigencia es inhumana y que no podemos llevar adelante este “requisito” de Jesús.

Pero ¿qué nos está pidiendo? ¿Cuál es su verdadera invitación o mejor dicho la de la comunidad cristiana detrás de este mensaje?

Al principio del capítulo 10 de este evangelio nos relatan la llamada de Jesús a sus doce discípulos dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos para expulsarlos y curar todo achaque y enfermedad. El envío con toda una serie de instrucciones es un mensaje transformador, primero para ellos cambiándoles sus valores, sus preferencias, sus preocupaciones y dotándoles de un amor universal que con el tiempo será capaz de traspasar todo tipo de fronteras, razas, religión, etc…Un mensaje liberador que solo puede proclamar quien antes ha sido liberado.

Por tanto, la lealtad a Jesús, a su mensaje, a su proyecto, es lo primero para quienes dicen seguirle. Eso no exige la renuncia al amor a nuestros seres queridos, a los más cercanos, todo lo contrario, pero sí se nos invita a amarles bien a no dejarnos atrapar por sus “chantajes emocionales” dándoles lo que nos piden, sino lo que sabemos que es mejor para ellos.

Amar a Jesús no descarta amar al prójimo, nada más lejos de su mensaje, sino discernir de qué manera podemos expresar nuestro amor de una forma práctica y real.

En el pasado, muchas personas religiosas, consideradas llamadas por Dios de una manera especial, renunciaban al amor de sus padres, alejándose de ellos hasta el punto de no estar presentes en sus últimos momentos o en tiempos de enfermedad, bajo capa de una mayor fidelidad a su compromiso con Jesús.

Hoy, entendemos que la fidelidad al mensaje de Jesús es para todos, no para unos cuantos “escogidos” de manera especial. Entendemos que ser fiel a Jesús es estar ahí donde se nos necesita y tanto puede ser en nuestra propia familia como en países lejanos. (A veces es más difícil estar con la propia familia que en tierras lejanas donde se aplaude nuestro trabajo).

No es más misionero quien vive en un país de Tercer Mundo ayudando al desarrollo de un pueblo, que quien permanece en el suyo haciendo una labor poco valorada; porque la misión es vivir y comunicar los valores de Jesús y eso suscita una gran oposición sobre todo en las sociedades capitalistas.

La lealtad a Jesús significa, en segundo lugar, no sólo división y rechazo dentro de la familia, sino también en el seno de la sociedad: y quien no toma la cruz y me sigue no es digno de mí.

¿Hasta dónde hay que llegar? Hasta dar la vida como él: ese es el distintivo del discípulo, de la discípula. Con pasión, con gozo, con fidelidad, no sin momentos de desaliento y de dificultad.

Es escoger un camino de marginación porque supone identificarse con quienes se oponen al “control imperial” como Jesús; y eso nunca resulta fácil: ni entonces ni ahora.

En tercer lugar, esa fidelidad nos habla de perder la vida por Jesús para encontrarla. Por el contrario, se entiende “encontrar la vida”  por nuestra propia cuenta como optar por lo seguro, por el propio interés, es dejarse llevar por la amenaza de la élite de crucificar a quienes ofrezcan resistencia. Sin embargo, la muerte no es el final.

¿Y quién y cómo escucha y recibe este mensaje? No está en nosotros medir los resultados, no vamos en nombre propio y el camino ya se encarga de proveernos con momentos de un gozo indescriptible cuando vemos que lo que nos ha sanado, cambiado la vida, liberado, también lo hace con muchos otros.

Quien recibe a Jesús recibe a quien le ha enviado. Profeta, justo, pobrecillo representan las actitudes de aquellos que ya han asumido el reino en sus vidas. Acogerles a ellos es acoger a Jesús y su mensaje y cualquier gesto, por pequeño que sea, incluso dar de beber un vaso de agua fresca, no quedará sin recompensa.

Sólo si conectamos con aquello que realmente nos llena la vida de pasión y de entusiasmo entenderemos la llamada de este evangelio; nada más lejos del deber moral o el sacrificio. Conecta con aquello o aquellos a quienes ofreces lealtad y verás como ya estás o puedes volver en cualquier momento al camino.

Carmen Notario Ajuria, SFCC

espiritualidadcym@gmail.com

 

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¿Quién es el “mí” del que habla Jesús?

Domingo, 2 de julio de 2023
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IMG_9949Domingo XIII del Tiempo Ordinario

02 julio 2023

Mt 10, 37-42

Entendidas en su literalidad, las expresiones que aparecen en el texto, con matices comparativos (“más que a mí”) y carga autorreferencial (“por mí”) chirrían con razón a la conciencia moderna, testigo de tantos gurús que han demandado a sus fieles una incondicionalidad incuestionable.

¿Qué sentido tiene que un maestro pida ser amado más que los propios padres o los propios hijos? ¿Quién es el maestro que exige perder la vida por él? Todo ello suena más a una catequesis elaborada por la comunidad primitiva que a dichos auténticos de Jesús. Una comunidad que ya ha “divinizado” a Jesús y que lo presenta como referente absoluto, a cuya luz todo lo demás palidece en un segundo plano. Hoy conocemos también que se trata de un movimiento típicamente sectario, que enaltece hasta el infinito al propio líder.

Sin embargo, aun dejando de lado la cuestión de la autoría de esos dichos, cabe otra lectura de los mismos, no literal, sino espiritual o simbólica. ¿Quién o qué es ese “mí” del que se habla en términos absolutos, como lo único realmente real y lo único por lo que merece postergar todo lo demás?

Cuando se sale de la creencia dogmática y se vive un proceso experiencial de autoindagación, la respuesta se abre paso de manera luminosa: ese “” no es la persona del Maestro de Nazaret, ni tampoco otro yo particular. Ese “” alude a una realidad transpersonal -más allá de todos los yoes o personas-, a Aquello que constituye el Fondo de todo lo real, la identidad última, única y compartida, que somos.

Ese es el “tesoro escondido” -del que hablará el propio Jesús-, Aquello que somos en profundidad. Por tanto, en cuanto realidad transpersonal, no cabe la apropiación y carece de sentido la comparación. No se pide que ames a uno más que a otros, ni que mueras por alguien en particular, sino que vivas anclado en la verdad de lo que eres. Esta es la clave, válida para toda persona, cualquiera que sea su creencia. Cuando se vive así -dice Jesús en otro lugar-, “todo lo demás se os dará por añadidura”.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Un amor auténtico nunca se opone a otro amor auténtico

Domingo, 2 de julio de 2023
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IMG_9957Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

01.- Placer y muerte

Decía el neurólogo y padre del psicoanálisis, Sigmund Freud (1856-1939) que la vida es al mismo tiempo: eros (placer) y thanatos (muerte).

La vida es una búsqueda del bienestar, del placer, de la felicidad pero, al mismo tiempo, un encuentro continuo con el esfuerzo, el sufrimiento, el dolor y la muerte. Esto es evidente, la vida humana es así.

La vida no es solamente placer, bienestar, felicidad, sino que la otra cara de la moneda es el sufrimiento, el dolor…

02.- Asumir el dolor

Siempre el ser humano ha tratado de paliar y aliviar el dolor -y la muerte-. Es natural.

Sin embargo el momento cultural actual margina y elude la dimensión de esfuerzo de la vida.

Es lógico que una civilización puramente hedonista no pueda admitir, ni sepa abordar el esfuerzo, el sufrimiento, el mismo trabajo como modo de colaborar con Dios y con la humanidad en la tarea de hacer un mundo habitable. Mucho menos afrontamos el problema de la muerte.

Todo lo queremos fácil, rápido y con el menor esfuerzo.

Pero la vida es placer y muerte.

03.- No es sano el masoquismo espiritual.

Tampoco era sana aquella vida oscurantista y exageradamente ascética, llena de negaciones y penitencias en muchos casos sin sentido alguno y más cercanas a un enfermizo masoquismo o sadismo que al esfuerzo cristiano y humano. No es deseable aquella espiritualidad ni aquel estilo de vida.

El Génesis es más saludable y vitalista que los cilicios y las disciplinas medievales y de tiempos posteriores. Lo que Dios había creado era bueno.

04.- El que se busca a si mismo se pierde.

Es una afirmación de gran contenido. Nos pasamos la vida “buscándonos” a nosotros mismos: una salud mejor, para lo cual hacemos footing, aerobic, nos volvemos medio macro.bióticos, nos perdemos por los sueños de una eterna juventud, que termina en una fugaz ancianidad. Nos buscamos y queremos “pasárnoslo” bien: “mi vida, mi casa, mi coche, mi partido político y mi partido de fútbol, mi dinero y mis vacaciones”. Al final uno vive sólo en el claustro de su soledad supuestamente placentera.

Nos hiciste poco inferior a los ángeles, dice el salmo 8, pero el capitalismo nos ha hecho poco –muy poco- superiores a los primates.

05.- La vida no es una existencia solitaria.

El que pierda su vida por MÍ, encontrará la vida.

La vida es comunidad y solidaridad, acogida. La forma humana de vivir es entregar la vida (lo demás es vegetar).

La madre no pierde la vida cuando da a luz.

La mujer sunamita, de la región de Sunam- (1ª lectura) le propone a su marido: acojamos al profeta Eliseo, le preparamos una habitación… Le reciben y le cuidan.

Eliseo se lo agradece con vida. Lo mismo que sucedió con Sara ya anciana que concibió a Isaac, o con Ana, la madre de Samuel, o con Isabel la madre de Juan Bautista, Dios les concede –en su ancianidad- una nueva vida. La maternidad en la ancianidad era signo de vida. Sean relatos históricos o míticos, Dios es Dios solidario, Dios de vida.

Un amor auténtico nunca se opone a otro amor auténtico. El amor a Dios no se opone al amor de la familia; el amor matrimonial no se opone al amor der Dios, ni al amor a los hijos, ni a la empatía de la amistad íntima o la fraternidad comunitaria y eclesial. El amor perfecciona, realiza la persona. El amor como la bondad crece cuando se comunican.

Seamos abiertos y generosos en la vida. Demos la vida, precisamente para vivirla en plenitud.

 

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