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Paradoja

Domingo, 28 de junio de 2020
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Paradoja.1Domingo XIII del Tiempo Ordinario

28 junio 2020

Mt 10, 37-42

 La paradoja constituye, sin duda, una “seña de identidad” de lo profundo. Todo lo profundo -y, por tanto, lo humano- es paradójico. Lo cual se traduce en el reconocimiento de que las cosas no son lo que parecen.

               ¿A qué se debe la paradoja? Al hecho de que lo real tiene “dos niveles”. En el caso humano, esos dos niveles son la “personalidad” y la “identidad”. Tampoco nosotros somos lo que parecemos ser.

         La mente lee la paradoja como una contradicción, pero en realidad es una contradicción solo aparente. Los “dos niveles” no se excluyen, sino que se complementan, hasta el punto de hacer posible este mundo fenoménico que percibimos.

         “Vacuidad es forma y forma es vacuidad”, se afirma en el budista Sutra del corazón. Todas las formas se hallan sostenidas en la vacuidad –son vacuidad, en su realidad última– y la vacuidad se hace presente en todas ellas.

       La ignorancia consiste en ver solo la forma, sin percibir la vacuidad que es en su núcleo más profundo, o en imaginar una vacuidad ilusoria separada de las formas. Es lo que hace nuestra mente, al ser incapaz de manejarse en la paradoja. Por el contrario, la comprensión descubre ese “doble nivel”, estrecha e indisolublemente abrazado en la no-dualidad. Vacuidad y forma, forma y vacuidad, todo es no-dos.

       Jesús de Nazaret expresa nuestra paradoja en aquella expresión tan conocida como frecuentemente malinterpretada: “El que encuentre su vida, la perderá; el que la pierda por mí, la encontrará”.

         “Encontrar la vida” significa aquí reducirse a aquello que la mente percibe, es decir, identificarse con la forma (el yo). Quien se identifica con su yo, pensando que esa es su identidad, se ha “perdido” en la ignorancia y en la confusión. Ha perdido lo más valioso: la vida.

       Por el contrario, “perder la vida” significa tomar distancia del yo, verlo en lo que es –solo una “forma” transitoria– y reconocerse en la vida que somos. El “mí” del texto es una forma de expresar lo que realmente somos. De ahí que la expresión “perder su vida por mí” no significa alienarse a otro, sino reconocerse en esa identidad profunda –el evangelio de Juan la nombra como “Yo soy”– que nos constituye. Por decirlo de modo más sencillo: no se trata de seguir a Jesús ­–a partir de una creencia que fácilmente fomenta una vivencia heterónoma e incluso infantilizante–, sino de “seguir” a –vivir en conexión con– aquello que somos todos –Jesús incluido–, superada la trampa de la identificación con el yo.

 ¿Pierdo o encuentro la vida?

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La vida y el amor se tienen cuando se dan

Domingo, 28 de junio de 2020
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teresa_de_calcuta_2Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

  1. El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí.

El amado es la vida de quien lo ama. Pensémoslo dos veces: el amado es la vida de quien lo ama.

         No es que Jesús nos invite a menospreciar a nuestros padres o a dejar de lado los seres o realidades humanas. Más bien JesuCristo nos llama seguirle a él, a amarle a Él. Él es la vida de quienes le amamos.

         Quienes se aman, se donan, se regalan recíprocamente lo que tienen y lo que son.

Nos puede parecer un asunto muy lejano, pero tiene mucho que ver con el tema de hoy: el cielo, en cuanto realización perfecta de la vida del hombre, no es un hotel de cinco estrellas en un país, en una tierra paradisíaca, el cielo es la plenitud del amor y de la comunión con los demás. El cielo no es un lugar, el cielo es amor, porque Dios es amor, (1Jn 4,8).

  1. El que no coge la cruz, no es digno de mí.

         No es que Jesús fuese un sádico, ni el cristianismo ame y cultive el sufrimiento. (Y algo de esto sí que ha habido y se da en algunas líneas de espiritualidad: cuando se invitaba a utilizar aquellos instrumentos de tortura como el cilicio, la disciplina, las penitencias y ayunos brutales). ¿Por qué será que las religiones tienden a la prohibición de alimentos y condenar muchas, demasiadas cosas? (Son modos neuróticos de entender el cristianismo).

Jesús más bien fue un hombre que comía y bebía y muchos se lo achacaban. Jesús pasó la vida haciendo el bien, comiendo con todo el mundo, sanando enfermedades. Jesús no fue un asceta Y el cristianismo no es mera prohibición, negación y castigo.

         Todos tenemos nuestra o nuestras cruces, pero cuando llevamos nuestra cruz, no estamos solos. Jesús es nuestro Cireneo, él nos ayuda a cargar con nuestra cruz y el será elevado en la cruz con nuestras culpas.

         En esta situación de enfermedad universal que estamos viviendo ¿no nos haría bien a las personas sugerir que el amor también sana, que tenemos un Cireneo que nos ayuda en la vida?

  1. ¿evitar el sufrimiento, la cruz?

El que busca su vida, la perderá…

         Por tendencia innata tendemos a buscarnos a nosotros mismos, a pensar en nosotros, en nuestro bienestar, nuestro dinero, nuestro placer, etc. Pero la vida, el amor se tienen cuando se dan.

La persona es un ser en relación. Uno no es un individuo solo, aislado, sino que nos realizamos como personas cuando “estamos-con-los-demás-en-el-mundo”. El amor es relacional, la justicia es comunitaria-social, la familia es grupal, la amistad, la sexualidad es “personalmente comunitaria”, los pueblos, las iglesias, las congregaciones somos en comunidad. No somos seres aislados.

El individuo es aislado, se busca a sí mismo. La persona es relación.

Somos personas en tanto en cuanto empleamos y gastamos nuestra vida con y para los demás. Nos realizamos como personas en cuanto tenemos buenas relaciones, cuando vivimos en el amor que es siempre mutuo.

En cierto sentido podríamos decir que el ser humano es más persona que individuo.

  1. Entregar la vida a lo que merece la pena: el Reino de Dios.

         Al final uno es persona sensata y valiosa cuando entrega su vida a lo que de verdad vale la pena, y a ello los cristianos le llamamos Reino de Dios. Y si no se es muy creyente: se trata de vivir poniendo nuestras energías al servicio de la justicia, de la paz y del amor, que eso es el Reino de Dios: Reino de justicia de amor y de paz.

         Tal vez podremos hacer poco, tendremos pocas posibilidades, pero no las desperdiciemos. Si solamente podemos dar un vaso de agua, no dejemos de hacerlo: una limosna, cuidar a un enfermo, trabajar por los refugiados, ayudar en la medida en que nos posible. Todo eso, y más, es dar vida, eso es amar a fondo perdido el Reino de Dios.

El ser humano sólo alcanza su realización como persona si no se queda en sí mismo, sino que sale de sí y ama, entra en comunicación con otros y no emplea su libertad sólo para su propio beneficio, sino al servicio de los demás.

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“Seguir a Jesús sin miedo” 12 Tiempo ordinario – A (Mateo 10,26-33)

Domingo, 21 de junio de 2020
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claveEl recuerdo de la ejecución de Jesús estaba todavía muy reciente. Por las comunidades cristianas circulaban diversas versiones de su pasión. Todos sabían que era peligroso seguir a alguien que había terminado tan mal. Se recordaba una frase de Jesús: «El discípulo no está por encima de su maestro». Si a él le han llamado Belcebú, ¿qué no dirán de sus seguidores?

Jesús no quería que sus discípulos se hicieran falsas ilusiones. Nadie puede pretender seguirle de verdad sin compartir de alguna manera su suerte. En algún momento alguien nos rechazará, maltratará, insultará o condenará. ¿Qué hay que hacer?

La respuesta le sale a Jesús desde dentro: «No les tengáis miedo». El miedo es malo. No ha de paralizar nunca a sus discípulos. No han de callarse. No han de cesar de propagar su mensaje por ningún motivo.

Jesús les explica cómo han de situarse ante la persecución. Con él ha comenzado ya la revelación de la Buena Noticia de Dios. Deben confiar. Lo que todavía está «encubierto» y «escondido» a muchos, un día quedará patente: se conocerá el Misterio de Dios, su amor al ser humano y su proyecto de una vida más feliz para todos.

Los seguidores de Jesús están llamados a tomar parte desde ahora en ese proceso de revelación: «Lo que yo os digo de noche, decidlo en pleno día». Lo que les explica al anochecer, antes de retirarse a descansar, lo tienen que comunicar sin miedo «en pleno día». «Lo que yo os digo al oído, pregonadlo desde los tejados». Lo que les susurra al oído para que penetre bien en su corazón, lo tienen que hacer público.

Jesús insiste en que no tengan miedo. «Quien se pone de mi parte», nada ha de temer. El último juicio será para él una sorpresa gozosa. El juez será «mi Padre del cielo», el que os ama sin fin. El defensor seré yo mismo, que «me pondré de vuestra parte». ¿Quién puede infundirnos más esperanza en medio de las pruebas?

Jesús imaginaba a sus seguidores como un grupo de creyentes que saben «ponerse de su parte» sin miedo. ¿Por qué somos tan poco libres para abrir nuevos caminos más fieles a Jesús? ¿Por qué no nos atrevemos a plantear de manera sencilla, clara y concreta lo esencial del evangelio?

José Antonio Pagola

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“No tengáis miedo a los que matan el cuerpo”. Domingo 21 de junio de 2020. 12º Domingo Ordinario

Domingo, 21 de junio de 2020
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35-ordinarioa12Leído en Koinonia:

Jeremías 20,10-13: Libró la vida del pobre de manos de los impíos.
Salmo responsorial: 68 Que me escuche tu gran bondad, Señor.
Romanos 5,12-15: No hay proporción entre el delito y el don.
Mateo 10,26-33: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo.

No hay mentira que no encuentre su verdad tarde o temprano. En julio de 2014, luego de 38 años de impunidad, en un juicio sin precedentes, fueron condenados a cadena perpetua los autores del homicidio de Mons. Enrique Angelelli, obispo mártir de La Rioja, Argentina. Días antes el prelado había confesado a sus allegados que querían alejarlo del país: “Tengo miedo… pero no se puede esconder el evangelio debajo de la cama”. Su muerte fue presentada por la prensa local como un accidente y como tal fue tratada durante mucho tiempo, incluso por sus hermanos en el episcopado. Como tantos otros testigos de Jesús, Angelelli prefirió la verdad desnuda del evangelio a la incómoda seguridad de los cobardes.

El evangelio nos ha conservado algunos dichos o refranes con los que Jesús exhortaba a la comunidad de discípulos a no dejarse intimidar por las adversidades. Los discípulos, con frecuencia, veían la amenaza evidente que representaban los grupos armados, pero eran incapaces de descubrir el peligro encubierto en muchas personas e instituciones que alienaban y sometían ideológicamente a las personas.

Las comunidades cristianas primitivas tuvieron que afrontar la misma amenaza, que provenía de los ‘actores armados’ en conflicto. De una parte, las autoridades romanas con un despliegue enorme de fuerza militar y policial. De la otra parte, los fanáticos rebeldes dispuestos a eliminar al que no estuviera de acuerdo con ellos. En medio del ‘fuego cruzado’ estaba la comunidad cristiana con una propuesta alternativa de paz y justicia que no coincidía con ninguno de los dos bandos. Para los romanos, la justicia era, en gran medida, la aplicación universal de los principios que sostenían la legislación romana. El sometimiento a las duras condiciones de la ‘paz romana’ obligaba a las poblaciones de las colonias a pagar fuertes tributos, a incorporar en la propia religión el culto a los dioses imperiales y a destinar grandes masas de la población a la esclavitud y al servicio militar obligatorio. La comunidad cristiana luchaba por lugar un espacio para su propuesta en la sociedad: ellos querían una comunidad humana en la que fuera posible la solidaridad, el respeto por el otro, la distribución equitativa de los recursos. Sin embargo, en esta lucha estaban prácticamente solos. Los grupos rebeldes que se presentaban como la gran alternativa contra el imperio estaban regidos por la lógica de la violencia incontrolable, el sometimiento de los disidentes y por la imposición de la ideología del grupo. Estos grupos fanáticos veían a los cristianos como una amenaza para la identidad del grupo, por eso, con frecuencia los convertían en blanco de persecuciones y en ‘chivo expiatorio’ sobre el cual descargar toda su frustración, prepotencia e intolerancia.

Pero, Jesús ponía en guardia a toda la comunidad contra la creencia de que la única amenaza estaba representada por las armas de metal, piedra y madera. La amenaza mas grave provenía, con frecuencia, de las ideologías que estos grupos representaban. Tanto la ideología de legitimación del imperio romano como los ideales de venganza de los fanáticos rebeldes escondían todo su veneno. Cada grupo se presentaba como un defensor de la justicia, la paz y la libertad, pero evidentemente los hechos contradecían sus grandilocuentes discursos. Cada grupo perseguía sus intereses particulares ignorando los más mínimos principios éticos. El dilema para los cristianos era el de alinearse en uno u otro bando, creyendo que así se alcanzarían los ideales de justicia, paz y libertad que Jesús de Nazaret había propuesto con su ideal del reinado de Dios.

Este mismo problema lo afronta Pablo desde el punto de vista de la justificación por la ley. Las comunidades cristianas estaban deslumbradas por la creencia de que el cumplimiento estricto de los preceptos religiosos conducía inevitablemente a la salvación del individuo. Pero, Pablo denuncia esta falsa creencia al denunciar que el mero cumplimiento de la letra de la ley no conduce a la justicia. La ejecución de los deberes del culto, como las ofrendas, los baños rituales, los sacrificios, las peregrinaciones… no garantizan una auténtica experiencia de Dios. La reunión de grandes masas en los templos o en las sinagogas no son sin más expresión de un auténtico encuentro con el hermano. Los favores intercambiados entre parientes, colegas, coterráneos o correligionarios no constituyen genuina solidaridad. Pablo denuncia precisamente la incapacidad de los mecanismos habituales de la religión para brindar a la comunidad humana una auténtica experiencia de fraternidad, esperanza y comunión.

Pablo invita a la comunidad a no dejarse engañar por las artimañas de el legalismo, el ritualismo y la religión de masas. La justicia que nos une al Dios de la vida es un don para toda la comunidad. La auténtica religión es aquella que nos conduce del hermano hacia Dios, mediante la compasión, la misericordia y la solidaridad.

El cristiano que se ha comprometido con la causa del reino puede, entonces, hacer suyas las palabras del profeta Jeremías y clamar: «a ti, Señor, he encomendado mi causa». Pero no como expresión superflua de triunfalismo religioso ni como pura exaltación individualista de los bienes recibidos, sino como expresión de la única justicia posible: la vida plena del pobre. Porque, la vida plena es manifestación patente de que la lógica de la muerte no ha prevalecido. Si el pobre vive, vive por gracia de Dios y por la opción radical de las comunidades humanas que no se dejan sumir en la lógica legalizada de la barbarie. Por eso el profeta nos invita a alabar al Señor, porque Él ha salvado la vida del pobre.

Tanto la violencia, el afán de venganza, el imperialismo como el ritualismo, el legalismo y la alienación son armas ideológicas ocultas que conducen imperceptiblemente a la pequeña comunidad hacia la muerte. Estos son los enemigos que pueden matar no solo el cuerpo, sino también el alma y llevar a la gente a las inaplacables llamas del fanatismo. Si una comunidad no va a fondo en su conocimiento de la palabra de Jesús, si no descubre los peligros ocultos al interior de ella misma, si no es radical en su opción por la vida, es muy probable que termine creyendo que la paz es la ausencia de guerra y que la justicia es un asunto individual, negando así la gracia y la justicia como bien mayor. Leer más…

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Pikaza

Domingo, 21 de junio de 2020
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Ni miedo a hablar, ni miedo a morir. Domingo 12 del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Domingo, 21 de junio de 2020
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Jesús-y-sus-discípulos-Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Domingo 12 del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Después de la fiesta del Corpus volvemos al Tiempo Ordinario y seguimos leyendo el evangelio de Mateo. Interrumpimos su lectura el 1 de marzo para dar paso al gran paréntesis de la Cuaresma, Semana Santa, Pascua, Pentecostés y Trinidad. Ahora, cuando reanudamos la lectura de Mateo es como si entrásemos tarde en el cine, con la película empezada hace tiempo.

¿Qué ha ocurrido desde el Sermón del Monte, que es lo último que estábamos leyendo? Jesús ha realizado diez milagros, demostrando que su autoridad le capacita no solo a proponer una doctrina superior a la de Moisés, sino que tiene también poder sobre la enfermedad, la naturaleza y los demonios. Su actividad crece, reúne un grupo de doce discípulos y les dirige un discurso sobre la misión que deben realizar y sus consecuencias.

El discurso de misión

            El segundo de los cinco discursos de Jesús que incluye el evangelio de Mateo está dirigido a los discípulos, cuando los envía de misión. El domingo pasado (11 del Tiempo Ordinario), al coincidir con la fiesta del Corpus, no se leyó el comienzo, en el que Jesús, compadecido de la gente, elige a doce para que anuncien el Reino de Dios, curen enfermedades, y hagan todo de forma gratuita. Ninguno de ellos imagina que este mensaje o esta actividad, sin pedir nada a cambio, pueda provocarles calumnias y persecuciones. Sin embargo, repetir el mensaje de Jesús y vivir como él vivió provoca mucho malestar en ciertos ambientes. Por eso, les deja claro a los discípulos que van a ser muy perseguidos (Mt 10,16-25). Ante esto, corren dos peligros: callar, para no meterse en complicaciones; y dejarse arrastrar por el miedo a la muerte. Es el tema del evangelio de este domingo 12.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 10, 26-33

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:

  1. A) No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones.
  1. B) Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo, también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo

            Mateo ha recogido frases pronunciadas por Jesús en distintos momentos de su vida. Por eso, pueden desconcertar un poco. Por ejemplo, las palabras: “Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse”, no encajan muy bien en el contexto. Sería más claro si las suprimiésemos y dejáramos: “No tengáis miedo a los hombres. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea.” Pero el conjunto resulta claro. Podemos dividirlo en dos bloques; por motivos de claridad, los he titulado A y B.

            En el primero (A), llama la atención la triple repetición de “no tengáis miedo”. Aunque esas palabras se usan a menudo en el Antiguo Testamento, no debemos interpretarla como una fórmula hecha, de escaso valor. Los discípulos van a sentir miedo en algunos momentos. Un miedo tan terrible que los impulsará a callar, para evitar que los maten. La forma en que Jesús aborda este tema resulta de una frialdad pasmosa, usando tres argumentos muy distintos: 1) la muerte del cuerpo no tiene importancia alguna, lo importante es la muerte del alma; 2) por consiguiente, no hay que temer a los hombres, sino a Dios; 3) en realidad, a Dios no debéis temerlo porque para él contáis mucho; aunque caigáis por tierra, como los gorriones, él cuidará de vosotros.

            El segundo bloque (B) trata un tema algo distinto: el peligro no consiste ahora en callar sino en negar a Jesús, una situación que recuerda las persecuciones de los primeros cristianos. Y el argumento que se usa no es el del temor a Dios, sino tener en cuenta la reacción de Jesús: él se comportará con nosotros igual que nosotros nos comportemos con él. Si nos ponemos de su parte, él se pondrá de la nuestra; si lo negamos, él nos negará.

Resumiendo

            En el primer caso, a quien deben tener los apóstoles es a Dios, el único que puede matar el alma. En el segundo, a quien deben temer es a Jesús, que podría negarlos ante el Padre del cielo. A quienes no deben temer es a los hombres.

            Cuando se piensa en los recientes asesinatos de cristianos en Egipto, Siria y otros países, quienes vivimos en una sociedad tranquila y segura (por mucho que nos quejemos) podemos tener la impresión de que estas palabras son inhumanas, casi crueles. Sin embargo, a esos cristianos perseguidos de todos los tiempos les han infundido enorme esperanza y energía para confesar su fe. Han preferido la muerte a renegar de Jesús; han preferido ponerse de su parte, salvar el alma antes que el cuerpo.

Jeremías, apóstol y anti-apóstol

            La primera lectura sirve de paralelismo y contraste con el evangelio. El destino de Jeremías, calumniado y perseguido por sus paisanos de Anatot y por las autoridades religiosas y políticas de Jerusalén, recuerda lo que anuncia Jesús a sus discípulos. Pero hay una gran diferencia. El profeta termina pidiendo a Dios que lo vengue de sus enemigos. Jesús nunca sugiere algo parecido a sus discípulos. Al contrario, morirá perdonando a quienes lo matan.

Lectura del libro de Jeremías 20, 10-13

Dijo Jeremías:

Oía el cuchicheo de la gente: “Pavor en torno; delatadlo, vamos a delatarlo.” Mis amigos acechaban mi traspié: “A ver si se deja seducir, y lo abatiremos, lo cogeremos y nos vengaremos de él.” Pero el Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo. Se avergonzarán de su fracaso con sonrojo eterno que no se olvidará. Señor de los ejércitos, que examinas al justo y sondeas lo íntimo del corazón, que yo vea la venganza que tomas de ellos. porque a ti encomendé mi causa. Cantad al Señor, alabad al Señor, que libró la vida del pobre de manos de los impíos.

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21 De Junio. Domingo XII del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Domingo, 21 de junio de 2020
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No tengáis miedo a las gentes, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse.”

(Mt 10, 26-33)

En este pequeño fragmento del evangelio de Mateo Jesús nos repite hasta en tres ocasiones “no tengáis miedo.” Y he oído decir que la biblia repite esa misma invitación 365 veces. Podríamos decir que la Palabra de Dios tiene una invitación a la confianza para cada día del año.

Dios, que nos conoce muy bien, sabe que el miedo es nuestro peor enemigo. El miedo nos deshumaniza. Nos lleva a cometer las peores traiciones.

Y si el miedo se une al poder el resultado son los grandes tiramos de la historia. También los pequeños. El miedo a perder el poder nos hace ver en las demás personas enemigos a los que hay que eliminar.

Jesús sabe que el miedo, aunque es una reacción humana ante el peligro, puede ser dañino, por eso nos repite: “no temáis.”

Es decir, nos invita a la confianza que también es una realidad humana y que además humaniza.

Pero, ¿cómo vamos a confiar en una época en la que nos inyectan miedo a diario? ¿Es posible confiar en una sociedad dónde la corrupción campa a sus anchas? ¿Cómo vamos a confiar cuando nos han enseñado desde pequeños a no fiarnos de nadie?

A simple vista parece que la confianza no tiene cabida. Pero en definitiva solo cuando la realidad es ambigua y hay riesgo de perder y ser traicionada es cuando puede ejercerse la confianza.

Porque la confianza es un acto de libertad que asume riesgos en busca de una realidad alternativa.

La espiral del miedo solo puede destruirse con confianza, de la misma manera que solo el amor nos salva del odio y la venganza.

Oración

¡Llámanos a la confianza! Tú que nos conoces, Tú que sabes que solo la confianza puede cambiar nuestras relaciones humanas.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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El miedo a un peligro real puede salvarte la vida.

Domingo, 21 de junio de 2020
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paureMt 10,26-33

El “no tengáis miedo”, que hoy hemos escuchado una y otra vez en el evangelio, está encuadrado en el contexto de la misión. Jesús acaba de decir a sus seguidores que les perseguirán, les encarcelarán, incluso les matarán. Sin embargo, está claro que la advertencia podemos aplicarla a todas las situaciones de miedo paralizante que podemos encontrar en la vida. No solo porque Jesús dice lo mismo en otros contextos, sino porque así lo insinúan las bellísimas imágenes de los gorriones y los cabellos.

Hay un miedo instintivo que es producto de la evolución. Este es imprescindible para mantener la vida biológica de cualquier ser vivo. Es un logro de la evolución y por lo tanto bueno. Su objeto primero es defender la vida biológica; ya sea huyendo, sea liberando energía para enfrentarse a la amenaza. Este miedo es natural y sería inútil luchar contra él. Pero el hombre puede ser presa de un miedo aprendido racionalmente, que le impide desplegar sus posibilidades de verdadera humanidad. Este es el que nos traiciona y nos lleva a desatinos constantes porque nos paraliza y atenaza. Este miedo artificial en lugar de defender, aniquila. Este miedo es contrario a la fe-confianza.

¿Por qué tenemos miedo? Anhelamos lo que no podemos conseguir y surge en nosotros el miedo de no alcanzarlo. No estamos seguros de poder conservar lo que tenemos y surge el temor de perderlo. El miedo racional es la consecuencia de nuestros apegos. Creemos ser lo que no somos y quedamos enganchados a ese falso “yo”. No hemos descubierto lo que realmente somos y por eso nos apegamos a una quimera inconsistente. Jesús dijo: “La verdad os hará libres”. Los miedos, que no son fruto del instinto, son causados por la ignorancia. Si conociéramos nuestro verdadero ser, no habría lugar para esos miedos.

Si Jesús nos invita a no tener miedo, no es porque nos prometa un camino de rosas. No se trata de confiar en que no me pasará nada desagradable, o de que si algo malo sucede, alguien me sacará las castañas del fuego. Se trata de una seguridad que permanece intacta en medio de las dificultades y limitaciones, sabiendo que los contratiempos no pueden anular lo que de verdad somos. Dios no es la garantía de que todo va a ir bien, sino la seguridad de que Él estará ahí en todo caso. Cuando exigimos a Dios que me libere de mis limitaciones, estoy demostrando que no me gusta lo que hizo.

La confianza no surge de un voluntarismo a toda prueba, sino de un conocimiento cabal de lo que Dios es en nosotros. Aceptar nuestras limitaciones y descubrir nuestras verdaderas posibilidades, es el único camino para llegar a la total confianza. La confianza es la primera consecuencia de salir de uno mismo y descubrir que mi fundamento no está de mí. El hecho de que mi ser no dependa de mí, no es una pérdida, sino una ganancia, porque depende de lo que es mucho más seguro que yo mismo. Mi pasado es Dios, mi futuro es el mismo Dios; mi presente es Dios y no tengo nada que temer.

Hablar de la confianza en Dios, nos obliga a salir de las falsas imágenes de Dios. Confiar en Dios es confiar en nuestro propio ser, en la vida, en lo que somos de verdad. No se trata de confiar en un Ser que está fuera de nosotros y que puede darnos, desde fuera, aquello que nosotros anhelamos. Se trata de descubrir que Dios es el fundamento de mi propio ser y que puedo estar tan seguro de mí mismo como Dios está seguro de sí. Por grande que sea el motivo para temer, siempre será mayor el motivo para confiar. Confiar en Dios no es esperar su intervención desde fuera para que rectifique la creación. Confiar es descubrir que la creación es como tiene que ser y lo que falla es mi percepción.

El miedo es utilizado por todo aquel que pretende someter al otro. No solo es explotado por empresas que se dedican a vendernos toda clase de seguros, sino también por las religiones, que explotan a sus seguidores ofreciéndoles seguridades absolutas, después de haberles infundido un miedo irracional a lo sagrado. Creo que todas las religiones han intentado manipular la divinidad para ponerla al servicio de intereses egoístas. El miedo es el instrumento más eficaz para dominar a los demás. Todas las autoridades, civiles y religiosas, lo han utilizado siempre para conseguir el sometimiento de sus súbditos.

En nuestra religión, el miedo ha tenido y sigue teniendo una influencia nefasta. La misma jerarquía ha caído en la trampa de potenciar y apuntalar ese miedo. La causa de que los dirigentes no se atrevan a actualizar doctrinas, ritos y normas morales, es el miedo a perder el control absoluto. La institución se ha dedicado a vender, muy baratas por cierto, seguridades externas de todo tipo, y ahora su misma existencia depende de los que sus adeptos sigan confiando en esas seguridades engañosas que les han vendido. Han atribuido a Dios la misma estrategia que utilizamos los hombres para domesticar a los animales: zanahoria o azúcar y si no funciona, palo, fuego eterno.

Las religiones siguen necesitando un Dios que sea todopoderoso, y que ese poder omnímodo lo ponga al servicio de sus intereses. Pero Dios es nadapoderoso, porque todo su poder ya lo ha desplega­do, mejor dicho lo está desplegando constantemente, por lo tanto no puede en un momento determinado actuar con un poder puntual. Por eso mismo, tenemos que confiar totalmente en él, porque nada puede cambiar de su amor y compromiso con los hombres. La causa de Dios es la causa del hombre. No nos engañemos, ponerse de parte de Jesús es ponerse de parte del hombre. Dios no está desde fuera manejando a capricho su creación. Está implicado en ella inextricablemente. Su voluntad es inmutable. No es algo añadido a la creación, sino la misma creación.

Si de verdad me creo que, vistas desde Dios, las criaturas no se distinguen del creador, entonces surgirá en mí un sentimiento de total seguridad, de total confianza en mí, en lo que soy y en lo que yo significo para Dios. Lo mismo que descubriré lo que Dios significa para mí. Esta experiencia no tiene nada que ver con lo que yo individualmente sea. La confianza no es un regalo para los buenos, sino una necesidad de los que no lo somos. Cuando confiamos porque nos creemos buenos, entramos en una dinámica peligrosísima, porque no confiamos en Dios, sino en nosotros mismos y en nuestras obras. Jesús nos invita a no tener miedo de nada ni de nadie. Ni de las cosas, ni de Dios, ni siquiera de ti mismo. El miedo a no ser suficientemente bueno es la tortura de los más religiosos.

Todos los miedos se resumen en el miedo a la muerte. Si fuésemos capaces de perder el miedo a morir, seríamos capaces de vivir en plenitud. Todo lo que tememos perder con la muerte, es lo que teníamos que aprender a abandonar durante la vida. La muerte solo nos arrebata lo que hay en nosotros de contingente, de individual, de terreno, de caduco, de egoísmo. Temer la muerte es temer perder todo eso. Es un contrasentido intentar alcanzar la plenitud y seguir temiendo la muerte. En el evangelio está hoy muy claro. Aunque te quiten la vida, lo que te arrebatan es lo que no es esencial para ti.

Meditación

Si tienes miedos, no has hecho tuya la salvación que Jesús te ofrece
Si sigues temiendo a Dios,
en vez de avanzar en tu liberación,
te has metido por un callejón oscuro y sin salida.
No pienses que tienes que ser bueno para salvarte.
Tienes que sentirte ya salvado para ser bueno.

 

 Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Sin preocuparse por nada.

Domingo, 21 de junio de 2020
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preocuparse-por-nadaLos ojos de los demás son nuestras cárceles, sus pensamientos nuestras jaulas (Virginia Woolf)

21 de junio. DOMINGO XII DEL TO

Mt 10, 16-23

Cuando os entreguen, no os preocupéis por lo vais a decir

“Donde hay poca justicia es un peligro tener razón”, decía Francisco de Quevedo recordando su injusto encarcelamiento en el convento Real de San Marcos de León por el Conde Duque de Olivares sin motivo alguno.

La verdad está reñida con un entorno injusto, y entonces sí que hay que preocuparse porque, en este caso, si la justicia nos persigue y amenaza con la cárcel, lo mejor es sacudirse las sandalias y evadirse a otra parte, como aconseja Jesús a sus discípulos.

El rey Herodes temía mucho a Juan Bautista, y preocupado, le temía, pero Herodías le sujetó más firmemente en sus redes y se vengó de Juan, induciendo a Herodes a encarcelarle.

Después, durante una macabra escena en la que Salomé danza ante Herodes, le ruega que le ejecute. Herodías le quiso demostrar que la orden había sido cumplida, enarbolando una bandeja de plata, en la que estaba sangrando la cabeza del Bautista.

Tres años más tarde, también otro murió Crucificado, así como en el siglo XIX fueron también asesinados, Thomas Moro, Jonh Fitzgerald Kennedy, Luther King, Arnulfo Romero, Ignacio Ellacura y tantos otros.

A ninguno de ellos les permitieron sacudirse el polvo de las sandalias y marcharse a otra ciudad cualquiera.

En el cielo, Dios rechinó los dientes, y en la Capilla Sixtina, el Cristo de Miguel Ángel hubiera condenado a tan inicuos jueces al infierno de Dante.

Virginia Woolf, dijo que “Los ojos de los demás son nuestras cárceles, sus pensamientos nuestras jaulas, que a lo largo de su vida se vio igualmente acosada por los periódicos, de cambios de humor y enfermedades asociadas.

Y para Solón, uno de los Siete Sabios de Grecia:

“Las leyes son semejantes a las telas de araña; detienen a lo débil y ligero y son deshechas por lo fuerte y poderoso, lo que por otra parte confirma el aforismo latino del Summum ius summa iniuria. 

Y lo mejor de todo, no estar preocupados por nada: Como el cínico Diógenes, que habitaba en un tonel, y que no tenía más bienes que una capa, un bastón y una bolsa de pan. Una vez en que estaba sentado tomando el sol delante de su tonel, le visitó Alejandro Magno, el cual se colocó delante del sabio y le dijo que, si deseaba alguna cosa, él se la daría. Diógenes contestó: “Sí, que te apartes un poco y no me tapes el sol”.

Francisco de Quevedo calificó de esta manera todos los hechos mencionados:

Las leyes con que juzgas, ¡oh Batino!,
menos bien las estudias que las vendes;
lo que te compran solamente entiendes;
más que Jasón te agrada el Vellocino.

El humano derecho y el divino,
cuando los interpretas, los ofendes,
y al compás que la encoges o la extiendes,
tu mano para el fallo se previno.

No sabes escuchar ruegos baratos,
y sólo quien te da te quita dudas;
no te gobiernan textos, sino tratos.

Pues que de intento y de interés no mudas,
o lávate las manos con Pilatos,
o, con la bolsa, ahórcate con Judas.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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¿Esclavos de nuestros miedos o discípulos y discípulas de Jesús?

Domingo, 21 de junio de 2020
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12-to-aMt 10, 26-33

En el texto de hoy Jesús repite tres veces “No temáis”. Recordamos que el número 3 en la Biblia representa “la totalidad” o “siempre”. Es decir, en este texto se refiere a todos los miedos que podemos tener como discípulos. En el Antiguo Testamento esta expresión, “No temáis” iba siempre unida a la ayuda de Dios: Él era la causa por la que podían vivir sin temor.

Jesús es consciente de los miedos que amenazan a sus primeros seguidores y de nuestros miedos y nos presenta, a lo largo del texto, tres caminos para que seamos conscientes de la ayuda de Dios.

En primer lugar, que no tengamos miedo a manifestar la revelación; la Palabra, se va des-velando: revela y desvela el misterio oculto de Dios. Por eso, lo que se nos dice en la oscuridad, o lo que se nos comunica en la intimidad, hay que sacarlo a la luz y los discípulos de Jesús tenemos la misión de contribuir a esa revelación, a dar a conocer a todos quién es Dios y su mensaje de salvación. El mensaje que Dios mismo quiere revelarnos.

En segundo lugar, que no tengamos miedo a las persecuciones de todo tipo. Cuando Mateo escribió el evangelio, las persecuciones físicas, tortura y muerte, eran habituales; pero para que los discípulos comprendieran que en medio de las persecuciones estaban en las manos del Abbá utiliza un recurso habitual en la literatura judía: observar lo que ocurre en la naturaleza y aprender de ella. Más de una vez los textos del evangelio utilizan el recurso a los animales, así se nos dice que debemos ser inteligentes como las serpientes y sencillos como las palomas, o que tengamos cuidado con los lobos que se disimulan bajo la piel de corderos… En este caso nos habla de los gorriones, pequeños e indefensos, como debían sentirse los primeros cristianos ante las persecuciones judías y romanas, para decirnos: Si Dios cuida a los gorriones ¡cuanto más! nos cuidará a nosotros… Cuanto más cuidará a los que comparten la misión de su hijo.

En tercer lugar, no debemos tener miedo, porque si damos testimonio de Él, Jesús mismo será testigo nuestro ante el Padre. Mateo se dirige a una comunidad misionera que experimenta la persecución y multitud de dificultades y les ayuda a reflexionar para que el miedo no los lleve a la negación de Jesús, al silencio de la Buena Noticia, a la apostasía, etc. En tiempos de Jesús y cuando se escriben los evangelios, dar testimonio de una persona ante la autoridad podía suponer salvar o perder la vida. La justicia impartida por los tribunales se apoyaba en los testimonios, en quien salía valedor de los acusados. Por eso Jesús les dice: No tengáis miedo de dar testimonio de mí porque yo daré testimonio de vosotros ante el Padre.

Dar testimonio de Jesús puede suponer muchos peligros, hasta la muerte, pero si Jesús va a ser nuestro testigo ante el Padre, sabemos que estamos en buenas manos, protegidos y salvados… si es Jesús el que nos defiende, estamos salvados y tendremos la vida plena que nadie nos podrá quitar.

En el contexto de miedo en el que vivimos también nosotros, el evangelio de hoy nos invita a preguntarnos, ¿A qué y a quienes tenemos miedo? ¿A dónde nos conducen nuestros miedos? ¿Qué germen de cobardía descubrimos en nosotros como discípulos y discípulas? ¿Estamos sacando a la luz la revelación, desvelando el velo que oculta el rostro de Dios y su mensaje de salvación? Cuando, como en esta época, nos experimentamos como personas débiles y frágiles, ¿a quién recurrimos? ¿En quién ponemos nuestra confianza?

El evangelio nos recuerda que cuando damos testimonio de Jesús ante las personas que nos rodean, sirviéndolas, acompañándolas, desvelándoles el amor que Dios les tiene… Jesús también será el que dé testimonio de nosotros ante el Padre. Esta es nuestra profunda esperanza y nuestra fuente de alegría. De esa clase de alegría que no depende de lo que nos ocurra, de lo que otros nos puedan hacer… porque se nos ha dado para siempre.

Para Mateo el juicio final (25, 31-46) es importante, ese encuentro con Jesús en el que se revela la coherencia y la verdad de nuestra fe y de nuestras obras. En esta perspectiva y en contexto de las persecuciones o de las dificultades actuales, insiste: no tengáis miedo a los que pueden matar el cuerpo (como ocurría entonces y ocurre hoy aunque sea por otras causas) pero no os pueden arrebatar la vida en plenitud. Dale importancia a lo fundamental, a lo que puede destrozar todo tu ser para la eternidad; el ser esencial no lo mata nadie. Nuestra fe afirma que la vida es mucho más que la vida física.

Estas son pues las claves para combatir el miedo que este domingo se nos ofrecen. Vivir desde ellas y ayudar a desvelar la revelación, para que otros puedan hacerlo, es la misión que se nos encomienda. Misión que queremos vivir sin miedos, porque estamos en buenas manos y hay quien da testimonio por nosotros.

Mª Guadalupe Labrador Encinas. fmmdp

Fuente Fe Adulta

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Confianza

Domingo, 21 de junio de 2020
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2AE750E6-06B1-4026-AFA8-3D64B26ACBFCDomingo XII del Tiempo Ordinario

21 junio 2020

Mt 10, 26-33

El miedo es lo opuesto a la confianza. Y aseguran los neurocientíficos que ambos usan las mismas redes neuronales. Lo cual implica que alimentar el miedo –consciente o inconscientemente– significa socavar la posibilidad misma de confiar.

          El miedo es una emoción importante que nos permite detectar las amenazas y protegernos ante ellas. Forma parte, por tanto, de nuestro equipamiento biológico. El problema surge cuando la amenaza no es real, sino fabricada por nuestra mente, como consecuencia de miedos “heredados” generacionalmente, de experiencias infantiles más o menos traumáticas o de la ignorancia acerca de lo que realmente somos.

          Con tales condicionamientos, no es extraño que la mente vea peligros por doquier, instalándonos en el miedo de manera habitual, incrementando la ansiedad y encerrándonos en una cárcel interna que cada vez oprimirá más. El miedo acobarda y constriñe, aísla y obliga a vivir a la defensiva en permanente estado de alerta.

          Frente a tales miedos-fantasmas –creados y alimentados por una mente temerosa e ignorante–, el mensaje de las personas sabias aparece indefectiblemente coloreado por la confianza. Es lo que percibimos, por ejemplo, en Jesús de Nazaret quien, de manera constante, insiste: “No tengáis miedo”, confiad.

          La confianza brota de la comprensión, de la certeza de que aquello que somos se halla siempre a salvo. En palabras del propio Jesús: “pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma”. Experimentaremos dolor y muerte en nuestra forma vulnerable, pero lo que somos realmente permanece siempre inafectado. Por decirlo de manera simple: somos aquello que no puede ser dañado.

          Y habla Jesús de “gorriones” y de “cabellos”… Todo, absolutamente todo, hasta lo más insignificante, responde a un designio sabio. Vivimos confundidos porque percibimos solo una apariencia muy limitada de la realidad. Si pudiéramos apreciarla en su conjunto, advertiríamos que, en lo profundo, todo está bien, todo tiene su lugar. Y que la vida no se equivoca cuando cae un pájaro del cielo o un cabello de nuestra cabeza.

          Si lo quiero analizar desde mi mente analítica, no entenderé nada, me sublevaré ante ese tipo de afirmaciones y, con toda probabilidad, añadiré sufrimiento. Si comprendo que soy (somos) la misma vida expresándose, superada la consciencia de separatividad, viviré en la confianza. Porque quien percibe su (nuestra) verdadera identidad vive ecuánime e imperturbable en toda situación.

          De una forma que puede sonar escandalosa tanto a la mente analítica como a la ortodoxia religiosa, la mística beguina del siglo XIV, Juliana de Norwich, proclamaba gozosa: “El pecado es necesario, pero todo acabará bien, y todo acabará bien, y cualquier cosa, sea cual sea, acabará bien”.

¿En mi día a día, alimento más el miedo o la confianza?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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El fundamento de la religión es el miedo, el fundamento del cristianismo es el amor y la confianza

Domingo, 21 de junio de 2020
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índiceDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. El miedo. Tal vez el eje central de la Palabra de hoy la encontramos en la primera lectura del profeta Jeremías: el Señor está conmigo. Jesús constata que los seres humanos tenemos miedo. No tengáis miedo. Y la razón última de este “no tener miedo” es que el Señor está conmigo…

En principio el miedo es un instinto de auto-conservación por el que tendemos a autoprotegernos de la enfermedad, de una agresión, de diversos peligros. El miedo es como un mecanismo de defensa ante los peligros de la vida.

También nosotros podemos sentir miedos de todo tipo: miedo a la enfermedad, al futuro: a que no nos llegue el dinero, la pensión, miedo a quedar relegado, a perder brillo social, ante la decrepitud de las fuerzas, de las capacidades. ¿Quién está libre de un cáncer, de un infarto, de un Alzheimer? Miedo ante la muerte.

Podemos sentir miedo ante las instituciones. A mí que no me quiten el puesto de trabajo. En la vida política esto lo vemos todos los días, también en la vida eclesiástica: cargos, potestades, miedos a no medrar o a perder el puesto. Por eso sentimos miedo ante las instituciones eclesiásticas: que el “obispo no me toque” o vamos a ver si me “asciende”. (A veces da la impresión de que los curas y los obispos son los “gestores” de la salvación. Dios no tiene más remedio que hacer lo que dice un obispo).

También hemos vivido otros miedos más profundos y traidores: miedos y angustias de tipo moral-religioso. ¡Cuánto daño y angustia ha infundido la moral que hemos recibido!

“El fundamento de la religión es el miedo”, el fundamento del cristianismo es la confianza y la paz.

El miedo es insuficiente para vivir. El miedo bloquea, paraliza. Hace falta confianza en el bien para superar los miedos, sobre todo los miedos últimos y definitivos de la vida. El miedo (angustia) y la confianza son principios antagónicos.

En esta pandemia muchas personas, ¿todos?, tenemos miedo y, mejor o peor, ponemos los medios que nos aconsejan las instituciones sanitarias y políticas. Pero el miedo profundo y último se supera con confianza, con la intimidad con Dios.

Cuatro veces aparece hoy en el evangelio la situación de miedo, “no tengáis miedo”. Es una llamada frecuente en Jesús: no perdáis la calma, no temáis…

Si bien no siempre, pero en estas cuestiones tienen mucho que decir la psicología, tal vez a la medicina-psiquiatría, pero también la bondad, la cercanía, la familiaridad, la empatía tienen mucho que decir y hacer. Evidentemente que la farmacopea puede calmar, sedar, y no es menos cierto que en ciertos momentos habrá que echar mano de la farmacia, pero no es lo mismo estar dormido que estar en paz. El miedo y la angustia son problemas que encuentran un buen tratamiento en la confianza, en el amor, la amistad, la fe. La bondad es una buena -excelente- terapia.

         Jesús dice que no tengamos miedo a los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma, la persona podríamos decir. Es evidente que Dios no nos va a liberar de la muerte física, ni –posiblemente- de una enfermedad, Dios no nos va a liberar de algunos desasosiegos personales. Pero a eso no hay que temer.

         Hay que tener miedo a lo que puede matar el alma, la persona. Y no olvidemos que se puede estar muerto en vida. Recordemos que este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, (hijo pródigo).

Hay realidades que pueden matar la persona: el racismo, la ambición de dinero, el poder; las adicciones matan…

  1. El miedo se supera con confianza.

         El miedo aparece con frecuencia en el NT

El lago, el mar es sitio de peligro y la barca (la Iglesia naciente) atravesó como pudo diversas tormentas en las que los creyente sintieron miedo y angustia. Pedro sintió miedo en el mar y se hundía. (Mt 14,26ss). ¿Y quién no siente miedo en las travesías de la vida? Cuando Cristo está presente en la vida de la comunidad y de los comuneros (creyentes) se hace la calma (Mt 8,26). Cuando la misericordia y el amor de Dios se están haciendo presentes en la Iglesia con el papa Francisco, sentimos un cierto alivio) A veces las instituciones infunden miedo. Los padres del ciego del Templo no se atrevían a hablar por miedo a los judíos del Templo (Jn 19,38). Las instituciones eclesiásticas y algunos de sus representantes con sus modos de actuar han infundido miedo y desesperanza José de Arimatea fue un hombre valiente y, al mismo tiempo, con miedo pues pide a Pilatos el cadáver de Jesús para darle tierra. (Jn 19,38).  ¿Nos haríamos cargo de un ejecutado en una pena de muerte? Tras la muerte de Jesús, los discípulos estaban encerrados por miedo a los judíos (Jn 20,19). Cuando Jesús no está en mi vida, en nuestra vida eclesial, vivimos encerrados y con miedo.

  1. confianza: Jesús insiste: no tengáis miedo. Vivid en paz.

         Jesús seguro que sintió miedo en su vida. Era hombre y en muchos momentos “le venían mal dadas”: de hecho lo buscaron para despeñarlo por el barranco. Jesús fue audaz y valiente, pero sintió miedo ante los fariseos (la ley Y el poder del pueblo), ante Herodes, ante los sacerdotes del Templo (la banca), Jesús sintió miedo ante la cruz: la víspera de su muerte sudó sangre en el huerto de los Olivos: estoy triste hasta la muerte; y en la cruz se sintió abandonado. Muchas realidades le tuvieron que infundir miedo.

         Sin embargo, Jesús fue un hombre de calma y de paz. No perdáis la calma, confiad (Jn 14,1-12). No temáis a los que pueden hacer daño al cuerpo, pero no pueden tocar la vida y los valores (Mt 10,28). La paz os dejo, mi paz os doy. No se turbe vuestro corazón, no tengáis miedo. (Jn 10,27). no temas, pequeño rebaño.

         Para un creyente vivir sin miedo es confiar en Dios, vivir en la paz de Dios. Toda la primera lectura de hoy (Hebreos) está impregnada de confianza, de fe en Dios: Abraham y Sara en situaciones imposibles se fían y viven en la paz de Dios, La paz en el plano personal es la integración y armonía de la existencia.[1] Dejar, descansar toda nuestra existencia en manos de Dios. Hay una expresión popular que creo recoge bien este sentimiento: que sea lo que Dios quiera. Es -probablemente- el acto de fe más hondo que podemos hacer en la vida.

         Una enfermedad incierta, puede ser fuente de gran preocupación. Un superior, un jefe, un político o un obispo despótico pueden hacer daño, hacen mucho daño, pero mi vida no descasa en ellos, solamente en Dios descansa mi vida (salmo 61) y ahí encuentro la paz.

         Estas cosas son más para pensarlas y vivirlas en nuestro interior, que para decirlas.

Nos pase lo que nos pase que no nos pase sin el Señor.

  1. Seamos gente que sembramos calma.

         En nuestro convivir y transcurrir seamos gente de calma. No infundamos miedo, nervios, despotismo, sino serenidad. Hay personas que tienen veinte céntimos de poder, un cargo o un bastón de mando y van perdonando la vida a los demás. No infundamos miedo. Muchas veces somos una cabeza hitleriana y un manojo de nervios: transmitimos miedo, angustia, ansiedad.

         No encendamos el ventilador y aireemos enseguida litigios, defectos, malos augurios y chismes. No seamos un vulgar Internet que airea todo lo que recibe. Juan XXIII decía aquello: no seamos profetas de calamidades.

         El Seños nos dejó su paz, la paz os dejo, mi paz os doy. No temamos, comuniquemos paz.

No temas, pequeño rebaño. Dios Padre nos lleva al Reino

[1] No es el momento, pero también hemos de tener en cuenta el problema de la paz socio-política y de la pacificación. Los cristianos hemos de trabajar para pacificar la vida de los pueblos, de nuestro pueblo.

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“La familia no es intocable”, 13 Tiempo ordinario – A (Mateo 10,37-42)

Domingo, 2 de julio de 2017
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post-manifiesto1-570x333Con frecuencia, los creyentes hemos defendido la «familia» en abstracto, sin detenernos a reflexionar sobre el contenido concreto de un proyecto familiar entendido y vivido desde el Evangelio. Y, sin embargo, no basta con defender el valor de la familia sin más, porque la familia puede plasmarse de maneras muy diversas en la realidad.

Hay familias abiertas al servicio de la sociedad y familias replegadas sobre sus propios intereses. Familias que educan en el egoísmo y familias que enseñan solidaridad. Familias liberadoras y familias opresoras.

Jesús ha defendido con firmeza la institución familiar y la estabilidad del matrimonio. Y ha criticado duramente a los hijos que se desentienden de sus padres. Pero la familia no es para Jesús algo absoluto e intocable. No es un ídolo. Hay algo que está por encima y es anterior: el reino de Dios y su justicia.

Lo decisivo no es la familia de carne, sino esa gran familia que hemos de construir entre todos sus hijos e hijas colaborando con Jesús en abrir caminos al reinado del Padre. Por eso, si la familia se convierte en obstáculo para seguir a Jesús en este proyecto, Jesús exigirá la ruptura y el abandono de esa relación familiar: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí. El que ama a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí».

Cuando la familia impide la solidaridad y fraternidad con los demás y no deja a sus miembros trabajar por la justicia querida por Dios entre los hombres, Jesús exige una libertad crítica, aunque ello traiga consigo conflictos y tensiones familiares.

¿Son nuestros hogares una escuela de valores evangélicos como la fraternidad, la búsqueda responsable de una sociedad más justa, la austeridad, el servicio, la oración, el perdón? ¿O son precisamente lugar de «desevangelización» y correa de transmisión de los egoísmos, injusticias, convencionalismos, alienaciones y superficialidad de nuestra sociedad?

¿Qué decir de la familia donde se orienta al hijo hacia un clasismo egoísta, una vida instalada y segura, un ideal del máximo lucro, olvidando todo lo demás? ¿Se está educando al hijo cuando lo estimulamos solo para la competencia y rivalidad, y no para el servicio y la solidaridad?

¿Es esta la familia que tenemos que defender los católicos? ¿Es esta la familia donde las nuevas generaciones pueden escuchar el Evangelio? ¿O es esta la familia que también hoy hemos de «abandonar», de alguna manera, para ser fieles al proyecto de vida querido por Jesús?

José Antonio Pagola

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“El que no coge su cruz no es digno de mí. El que os recibe a vosotros me recibe a mí.”. Domingo 2 de julio de 2017 13º Ordinario

Domingo, 2 de julio de 2017
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36-ordinarioa13Leído en Koinonia:

2Reyes 4, 8-11. 14-16a: Ese hombre de Dios es un santo, se quedará aquí.
Salmo responsorial: 88: Cantaré eternamente las misericordias del Señor.
Romanos 6,3-4.8-11: Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que andemos en una vida nueva.
Mateo 10,37-42: El que no coge su cruz no es digno de mí. El que os recibe a vosotros me recibe a mí.

Las exigencias de la cruz cambian para cada generación de creyentes. En la época de Jesús existía la amenaza inminente de la muerte ignominiosa, bien fuera por la cruz, la espada o la lapidación. Los cristianos eran vistos como una amenaza para el imperio y, con frecuencia, se les acusaba falsamente de sedición. Con el tiempo, la pena capital fue cambiando de modalidad y sus cuerpos fueron quemados en locales públicos, o arrojados a leones, osos, tigres, toros y toda clase de fieras. Todas estos intentos de bloquear, anular o eliminar la novedad del evangelio fueron vanos porque la fuerza del cristianismo radica en la cruz de Cristo.

Los cristianos de los primeros siglos no anunciaban religiones de salvación, ni sanaciones individuales ni ritos de purificación. Aunque ellos anunciaran la universalización de la obra salvadora, curaran enfermos y tuvieran el símbolo del bautismo como rito de iniciación, lo que los hacía diferentes era su radical denuncia de la injusticia. Anunciar a un Mesías crucificado era, y es, ir en contra de todos los parámetros sociales, de las buenas costumbre e, incluso, de los preceptos de la religión. Ellos anunciaban como redentor a uno que el sistema lo había proscrito, condenado y sentenciado al escarnio público. El anuncio de un Mesías Crucificado era, en realidad, una denuncia vehemente de un sistema de creencias, valores e instituciones que habían hecho de la violencia, la mentira y la opresión los valores indiscutibles de la organización social. ¿Cómo iban a ver con buenos ojos las autoridades de Jerusalén, los gendarmes del imperio y el pueblo alienado que un individuo apoyado por un pequeño grupo de hombres y mujeres cuestionara directamente sus valores y anunciara que otra sociedad era posible? Imposible para la gente, pero no para Dios.

Las comunidades cristianas desde el inicio tuvieron conciencia de la magnitud de la tarea a la que se enfrentaban. La experiencia del resucitado les llevó rápidamente a descubrir que debían superar los límites de las comunidades palestinas y lanzarse a la misión universal; debían dar prioridad a la construcción de las comunidades y dejar a un lado la tentación de construirse edificios; debían enfocarse sobre los grupos excluidos y marginados y dejar de lado los centros de poder; debían asimismo retomar las opciones fundamentales de Jesús y hacerlas vida en todos los rincones del imperio. Por eso, las exigencias para seguir a Jesús se fueron formulando con una claridad y precisión asombrosas en cada comunidad. Los contenidos fundamentales se fueron adecuando a cada contexto histórico y cultural pero sin atenuar las características esenciales del mensaje.

Por tanto, no debe sorprendernos que Mateo nos diga con tanta ‘dureza’ las exigencias del seguimiento de Jesús. El evangelista retoma las tradiciones del evangelio y las actualiza de acuerdo con el lenguaje y necesidades de su comunidad. Sus palabras hieren, como el antiséptico sobre la eterna llaga, pero tienen una virtud medicinal: nos liberan de nuestros propios prejuicios y apegos.

Cuando Mateo nos dice que quien ama más a sus parientes que a Jesús no es digno de él, nos revela un problema de su comunidad. El pueblo judeocristiano, tiene una estima desmesurada por los de su propia sangre. Un afecto que fácilmente se convierte en apego paralizante. El texto usa en griego la palabra filia para denominar este afecto. Pero el proyecto de Jesús pide más: pide un amor enfocado hacia el prójimo, un amor que supere los lazos de sangre, el parentesco y la raza. Un amor como el que Dios nos tiene y que en griego se llama ágape. El cristiano que no sea capaz de trascender los estrechos limites de la familia, de la raza o de la nación, no está habilitado para experimentar y dar el amor solidario que propone el evangelio. Y por esa misma razón, el amor a Jesús no se reduce a la pura dimensión íntima, individual y privada. Amar a Jesús es amar lo que él amó, su proyecto, su ideal, su Utopía, el «Reinado de Dios», como él acostumbró a llamarla, con las palabras tradicionales de los profetas. Amar a Jesús es amar a las personas que él amó: pobres, marginados, excluidos, enfermos, abatidos, endemoniados, extranjeros. El amor de Jesús era tan grande que llegó a amar incluso a aquellos que se declararon sus enemigos. Un amor que hoy nos puede parecer desorbitado, desnaturalizado, extremo, pero que para nuestra dicha y quebranto es el amor con el que Dios nos ama. Un amor sin el cual no podemos llamarnos discípulos de Jesús.

Pablo simboliza muy bien la radicalidad del amor cristiano mediante la comparación entre la muerte y la inmersión bautismal. Ser cristiano es morir a todos los apegos irracionales hacia la propia familia, raza o nación, incluso es morir hacia un apego desordenado hacia sí mismo. La novedad cristiana se manifiesta en esa transformación sustancial de las relaciones humanas, en la resurrección a una vida nueva llena de afectos, proyectos y estilos de vida completamente volcados hacia la humanidad sufriente y marginada. Con Cristo morimos a una humanidad caduca y sin esperanza para resucitar en una nueva humanidad libre y generosa en la que el límite es el cielo, donde no hay límite. Leer más…

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2.7.17. El fuego de Jesús. Quien ame a su padre o a su madre más que a mí…

Domingo, 2 de julio de 2017
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19399260_815457485298112_1294603559265818618_nDel blog de Xabier Pikaza:

Este yo de Jesús (más que a mí) es el “yo” universal de los hambrientos y sedientos, de los exiliados/extranjeros y desnudos, de los enfermos y encarcelados… Quien ame sólo a sus padre y hermanos y olvide a los pobres del mundo… no es digno de Jesús, es decir, de su mensaje y camino de evangelio.

Así lo proclama el evangelio de este domingo, que recoge las dos últimas partes del final del sermón misionero (Mt 10, 1-42)… que incluye tres pasajes poderosos (10, 34-36; 10, 37-39; 10, 40-42) que destacan el carácter histórico y definitivo del envío eclesial de Jesús, , que identifica su camino con el camino de todos los pobres del mundo (cf. 25, 31-46).

Por eso quiero evocar los tres pasajes (y no sólo los dos últimos), como hace la liturgia de este domingo. Esos pasajes, que Mateo sitúa al final del discurso misionero, repiten y sitúan temas en parte conocidos, que provienen básicamente del Q, menos el tercero, propio de Mateo, aunque con elementos de Marcos.

Sigo recogiendo temas de mi comentario de Mateo, una lectura fuerte, para aquellos que quieran vivir el evangelio…

–En conjunto, un tipo de iglesia, ha querido más a su padre y a su madre (es decir, a sus propias instituciones) que a los pobres-hermanos de Jesús (es decir, se ha querido a sí misma más que a Jesús).

19424015_815486065295254_3382955844555456564_n— Una tipo de sociedad actual… se quiere a sí misma (quiere sus privilegios) por encima del “yo” de Jesús, que son los pobres, hambrientos, extranjeros, desnudos, enfermos… así nos va.

Por eso estamos en crisis… pero una crisis positiva, si redescubrimos el evangelio, como hemos de hacer, con temblor y gran gozo, este domingo. Buen día a todos.

1. No he venido a traer paz, sino espada (10, 34-35).

Superando la vieja familia sacral (que protege a los suyos) ha elevado Jesús su propuesta de comunidad abierta a todos, y de un modo especial a los carentes de familia. Ciertamente, reconoce el valor de la casa y la incluye en su proyecto misionero (Mt 10, 12-13; cf. Mc 6, 10); pero, al mismo tiempo, supera un tipo de “buena” casa-familia, que expulsa a los marginados. Por eso, su mensaje de concordia introduce una fuerte escisión en la estructura social precedente, incluso al interior de las familias (Lc 14, 16-24; cf. Lc 2, 35; Mc 13, 8).

10 34 No penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino espada; 35 he venido a enfrentar al hombre con su padre, y a la hija con su madre, y a la nuera con su suegra. Y los enemigos del hombre serán los de su propia casa

Este pasaje proviene del Q (Lc 12, 51-53) y contiene una clara paradoja. Ciertamente, en un sentido profundo, Jesús ha venido a traer la paz mesiánica, y así lo han de anunciar sus mensajeros (cf. 10, 13). Pero esa paz sólo puede alcanzarse a través de una espada (ma,caira) que deshace y supera las conexiones antiguas Ciertamente, no será la espada de los soldados de Dios, que vencerán un día al imperio de Roma en el campo de batalla, como la del Dios de Josué (Js 5, 13-15) o la de los macabeos (2 Mac 15, 16-18), ni la espada de aquel que intentará “defender” a Jesús en el Huerto de los Olivos, porque a espada mueren los que empuñan la espada (Mt 26, 52).

Sólo el evangelio de Mateo ha insistido en esta espada del Cristo de Dios, que Hbr 4, 12 in-terpretará de manera interior, como cuchillo que penetra en la intimidad radical de la persona. Pues bien, aquí se trata de la espada que se introduce en el interior de la familia (un tipo de comunidad cerrada en sí), que Jesús ha venido a superar, aunque podía tener elementos buenos, pero que se hallaba vinculada a la expulsión de los pobres y al enfrentamiento con las otras naciones y familias.

La espada de Jesús divide y distingue con más fuerza que la espada del César, pero lo hace para crear una paz en la que todos pueden ser asumidos. Ésta es la espada de una lucha que no se despliega en un plano militar, ni se resuelve derrotando a Roma, pero que tampoco acepta su “justi-cia” (como supone la glosa de Rom 13, 4), sino que rompe y supera un tipo de familia clausurada en sí, para crear otra en la que quepan todos, empezando por los excluidos de la sociedad judía o romana.

Esas palabras (he venido a traer la espada) proclaman y definen la guerra de Jesús, que no es un combate entre naciones (semejantes unas a las otras), ni entre el mesianismo de Jesús y el judaísmo establecido (de tipo rabínico), sino entre una familia cerrada en sí (que condena a la otras), y una familia que se abre a todos, desde los privilegiados de Jesús, los pobres, pequeños y distintos…

La espada de Jesús se opone a un tipo de imposición particular, familiar y social, que hace imposible el surgimiento de la verdadera comunión de Dios y con todos los hombres. La espada de Jesús está al servicio de la gratuidad y del amor a todos, empezando por los excluidos y pequeños, para terminar incluyendo a los mismos enemigos (a los que en un primer momento parecía rechazar 25, 31-46). Mateo ha situado este proyecto de revolución familiar hacia el final del discurso misionero, tras haber resaltado la necesidad de “confesar al Hijo del Hombre”, representante de los pobres y expulsados (Mt, 10, 32-33), superando así un tipo de vinculación familiar que se cierra en sí misma. La espada de Jesús ha venido a romper (superar y recrear) tres tipos de vinculación fundamental, retomando en otro contexto un elemente clave de la crisis escatológica anunciada por Miq 7, 6:

‒ La espada de Jesús divide al hombre (anthropos) con su padre. Ésta es la más honda vinculación según ley (la establecida entre padre e hijo) y es la primera que debe ser superada, de forma que los seres humanos han de enfrentarse con su padre (kata tou patros) para ir más allá de una estructura patriarcal dominadora.

‒ Y a la hija con su madre. Esta ruptura es como la anterior, en línea femenina, pues la hija debe enfrentarse con su madre, para no repetir el mismo esquema de poder, rompiendo (superando y recreando, de un modo distinto) de relaciones entre madres e hijas, en línea de salvación universal.

‒ Y a la nuera con su suegra. Ésta es la tercera gran ruptura, dentro de una familia en la que, tras un casamiento regulado por ley, la madre (especialmente viuda) que sigue viviendo en la casa del hijo continúa siendo dueña de la casa (gebyra), en línea de poder .

Este pasaje, inspirado en Miq 7, 6 y que aparece en Lc 12, 51-3, pero sin citar la espada, y po-niendo en su lugar la división (diamerismo,n) expresa la ruptura escatológica que conduce a la crisis de familia, de manera que “los enemigos del hombre serán los de su propia casa” (palabras que significativamente Lc 12, 51-53 tampoco ha citado, para no insistir tanto en la división familiar de Jesús). Esta triple espada no tiene sólo una función destructora, sino también (y sobre todo) creadora, al servicio de la nueva familia universal del Reino, superando, al fin, todo talión y toda venganza:

‒ Es una ruptura dolorosa, destructora, la mayor que puede darse en este mundo, desde la perspectiva del judaísmo tradicional, donde la familia era el signo básico de Dios (en línea de Ley de genealogía). En esa perspectiva se había situado Miqueas y sigue situándose la comunidad cristiana (a partir de Jesús), sabiendo que la división de familias resulta más dolorosa y dura que la caída de naciones e imperios, que son, al fin, estructuras derivadas. Mientras siga habiendo familia seguirá habiendo humanidad, pero esa misma familia puede ser fuente de conflictos, de manera que resulte necesaria dentro de ella una ruptura y división más honda, para que pueda surgir la nueva comunidad de Reino, que promueve y busca Jesús.

‒ Ésta es una ruptura creadora, pues está al servicio del surgimiento de una comunión más alta de personas. No es ruptura de simple muerte, sino de nuevo nacimiento. Por experiencia de evangelio, es decir, para hacer posible el surgimiento de una comunión universal, que incluya a los enfermos y pobres (y a los mismos pecadores) los creyentes han de romper un tipo de unidad familiar impositiva de padre-hijo, madre-hija, suegra-nueva, a fin de que surja una familia distinta, de tipo mesiánico, abierta en forma universal, como seguiremos viendo en los textos centrales del Mateo, desde 12, 46-50 y 19, 27-30 hasta 25, 31-46 (reinterpretado en línea de perdón universal, desde el relato de la muerte y resurrección de Jesús). El cambio mesiánico iniciado por Jesús no comienza en un plano político o militar, sino en la misma familia. Leer más…

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Indignidad, acogida y recompensa. Domingo 13 TO. Ciclo A

Domingo, 2 de julio de 2017
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vaso-de-aguaDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El largo discurso dirigido a los apóstoles (resumido en los domingos 11-13) termina con una serie de frases de Jesús que son, al mismo tiempo, muy severas y muy consoladoras. Las severas se dirigen a los apóstoles; las consoladoras, a quienes los acogen.

¿Quién no es digno de Jesús?

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:

-«El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí;

el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí;

y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí.

El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará.

            La sección comienza con tres frases que terminan de la misma manera: “no es digno de mí”. Las dos primeras están muy relacionadas: no es digno de Jesús el que ama a su padre o a su madre más que a él, o el que ama a sus hijos o a su hija más que a él.

            Una leyenda cruel ayuda a explicar la postura de Jesús

            En el libro del Éxodo se cuenta que, mientras Moisés estaba en el monte Sinaí recibiendo del Señor las tablas de la Ley, los diez mandamientos, el pueblo, cansado de esperar, decidió fabricar un becerro de oro y adorarlo. Cuando Moisés baja del monte y contempla el espectáculo, rompe las tablas, se planta a la puerta del campamento y grita: «¡A mí los del Señor! Y se le juntaron todos los levitas.» Moisés les ordena: «Ciña cada uno la espada; pasad y repasad el campamento de puerta en puerta, matando, aunque sea al hermano, al compañero, al pariente». Los levitas cumplieron las órdenes de Moisés y este, al final, les dice: «¡Hoy os habéis consagrado al Señor a costa del hijo o del hermano, ganándoos hoy su bendición» (Éxodo 32,25-29).

            El historiador moderno duda que los levitas tuvieran espadas en el desierto y que llevaran a cabo esta matanza. Pero los antiguos no eran tan críticos. Aceptaban las cosas que se contaban, e incluso alaban a los levitas, ya que en un caso de grave conflicto entre los vínculos familiares y la fidelidad a Dios, optaron por lo segundo: «Dijeron a sus padres: ‘No os hago caso’; a sus hermanos: ‘No os reconozco’; a sus hijos: ‘No os conozco’. Cumplieron tus mandatos y guardaron tu alianza» (Deuteronomio 33,9).

            Se podría decir que Jesús exige a sus discípulos la misma actitud de los levitas. Pero hay dos diferencias importantísimas: 1) Jesús no ordena matar a los padres o a los hermanos en caso de conflicto. 2) Los levitas se comportaron así por fidelidad a los mandatos de Dios y a su alianza; los discípulos deben hacerlo por amor a Jesús. Al exigir este amor superior al de los seres más queridos, Jesús se está poniendo al nivel de Dios, al que hay que amar sobre todas las cosas. Los primeros cristianos, en momentos de persecución, se vieron a veces en la necesidad de optar entre el amor y la fidelidad a Jesús y el amor a la familia. La elección era dura, pero muchos la hicieron, convencidos de que recuperarían a sus padres e hijos en la vida futura. (La misma fe que confiesan la madre y sus siete hijos en el Segundo libro de los Macabeos, capítulo 7).

            La frase siguiente (“el que no coge su cruz…”) también se entiende mejor a la luz del texto del Deuteronomio. En él se dice que los levitas, por haber mostrado esa fidelidad a Dios, recibieron un gran premio y dignidad: “Enseñarán tus preceptos a Jacob y tu ley a Israel; ofrecerán incienso en tu presencia y holocaustos en tu altar.” Jesús no promete nada de esto a sus discípulos. Añade una nueva exigencia, mucho más dura: ya no se trata de posponer a los seres queridos sino de renunciar a la propia vida, con la seguridad de recobrarla en el futuro.

Acogida y recompensa

            El que os recibe a vosotros me recibe a mí,

y el que me recibe, recibe al que me ha enviado.

El que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta;

y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo.

El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.»

            La última parte se dirige a las personas que acojan a los discípulos: recibirlos a ellos equivale a recibir a Jesús y recibir al Padre. Estas palabras los sitúan muy por encima de profetas y justos, los grandes personajes religiosos de la época. La primera lectura cuenta como un matrimonio de Sunám decidió acoger en su casa al profeta Eliseo cuando pasaba por el pueblo; le construyeron una habitación en el piso de arriba y le proporcionaron una cama, una silla, una mesa y un candil. Una gran inversión para aquel tiempo. Pero recibieron su recompensa con el nacimiento de un hijo.

            En comparación con Eliseo, los discípulos pueden parecer unos “pobrecillos” sin importancia. A nadie se le ocurrirá darles alojamiento permanente. Pero basta un vaso de agua fresca (algo muy de agradecer cuando no existen bares ni agua corriente en las casas) para que esas personas reciban su recompensa.

Resumen

            Si en la primera parte entreveíamos los grandes conflictos familiares provocados por las persecuciones, en este final intuimos lo que experimentaron muchas veces los misioneros cristianos: la acogida amable y sencilla de personas que no los conocían. De estos últimos versículos, solo uno tiene paralelo en el evangelio de Marcos. El resto es original de Mateo, que ha querido redactar un final consolador, para dejarnos al final de este duro discurso un buen sabor de boca.

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Domingo XIII. 1 Julio, 2017

Domingo, 2 de julio de 2017
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domingo-13

“Quien encuentre su vida, la perderá, y quien pierda su vida por mí, la encontrará.”

(Mt 10, 37-42)

El evangelio de este domingo es un evangelio del “mundo al revés”. Jesús, que está hablándoles a sus discípulos, invierte el orden lógico, le da la vuelta a todo.

Perder resulta que significa ganar y encontrar perder. Lo que viene a decirnos que la lógica del Reino es siempre sorprendente. Nada convencional.

Por eso requiere de opciones que se “salen” de toda lógica humana, como puede ser el anteponer el amor a Jesús a cualquier otro vínculo por estrecho que sea. “Quien quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí.”

Y estas palabras, que de buenas a primeras pueden llegar a sonar un poco “rancias”, tienen un profundo sentido. Jesús no nos está diciendo que no amemos a nuestros padres o a nuestros hijos, no.

La propuesta de Jesús es que aprendamos a amar de manera diferente. Nos invita a amarnos, a amar a las demás personas, como él las ama. Como Dios las ama.

No se trata de renunciar al amor de nuestras familias, todo lo contrario. Se trata de amarlas más profundamente. Se trata de amar con un amor inclusivo. Como el de Dios Trinidad.

Un amor que siente como propias las alegrías y también los sufrimientos de las demás personas. Que se sabe poner en el lugar de la otra y desde ahí comprender. Servir y aliviar.

Es este amor el que hace que Dios cuando nos mira a cada una de nosotras vea la viva imagen de su Hijo querido Jesús.

Y solo ese amor será el que nos capacite para descubrir en las demás personas. En todas las demás personas. La imagen y semejanza de Dios.

Así podemos ofrecer un vaso de agua fresca o recibir a alguien como quien recibe la visita del Buen Jesús.

Oración

Gracias, por enseñarnos a amar como TÚ amas.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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El amar de Dios no es relación, no hay distinción entre objeto y sujeto.

Domingo, 2 de julio de 2017
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0_hospitalidadeMt 10, 37-42

Hace años empleaba yo, en el comentario a este evangelio, palabras como estas: exigencia, radicalidad, renuncia. Hoy considero que ese lenguaje es inadecuado. Jesús no nos pide que renunciemos a nada, sino que elijamos lo mejor. Si elegimos bien, alcanzaremos la plenitud de humanidad, dentro de nuestras posibilidades. El evangelio de hoy propone, en fórmulas concisas, varios temas esenciales para el seguimiento de Jesús. Todos tienen mucho más alcance del que podemos sospechar a primera vista. No podemos tratarlos todos. Vamos a detenernos en el primero y diremos algo sobre otros.

El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí. Sería interminable recordar la cantidad de tonterías que se han dicho sobre al amor a la familia y el amor a Dios. El amor a Dios no puede entrar nunca en conflicto con el amor a las criaturas, mucho menos con el amor a una madre, a un padre o a un hijo. Como siempre, el error parte de la idea de un Dios separado, Señor y Dueño que plantea sus propias exigencias frente a otras instancias que requieren las suyas.

Ese Dios es un ídolo, y todos los ídolos llevan al hombre a la esclavitud, no a la libertad de ser él mismo. Hay que tener mucho cuidado al hablar del amor a Dios o a Cristo. En el evangelio de Juan está muy claro: “Un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros como yo os he amado”. Creer que puedo amar directamente a Dios es una quimera. Solo puedo amar a Dios, amando a los demás, amándome a mí mismo como Dios manda. Jesús no pudo decir: tienes que amarme a mí más que a tu Hijo.

El evangelio nos habla siempre del amor al “próximo”. Lo cual quiere decir que el amor en abstracto es otra quimera. No existe más amor que el que llega a un ser concreto. Ahora bien, lo más próximo a cada ser humano son los miembros de su propia familia. La advertencia del evangelio está encaminada a hacernos ver que desplegar a tope esos impulsos instintivos, no garantiza el más mínimo grado de calidad humana. Pero sería un error aún mayor el creer que pueden estar en contra de mi humanidad. Aquí está la clave para descubrir por qué se ha tergiversado el evangelio, haciéndole decir lo que no dice.

El evangelio quiere decir, que el amor a los hijos o a los padres puede ser un egoísmo camuflado que busca la seguridad material o afectiva del ego, sin tener en cuenta a los demás. El “amor” familiar se convierte entonces en un obstáculo para un crecimiento verdaderamente humano. Ese “amor” no es verdadero amor, sino egoísmo amplificado. No es bueno para el que ama con ese amor, pero tampoco es bueno para el que es amado de esa manera. El amor surge cuando el instinto es elevado a categoría humana.

Lo instintivo no va contra la persona, más que cuando el hombre utiliza su mente para potenciar su ser biológico a costa de lo humano. El hombre puede poner como objetivo de su existencia el despliegue exclusivo de su animalidad, cercenando así sus posibilidades humanas. Esto es degradarse en su ser especifico humano. Cuando estamos en esa dinámica y, además, queremos meter a los demás en ella, estamos “amando” mal, y ese “amor” se convierte en veneno. Esto es lo que quiere evitar el evangelio. Nada que no sea humano puede ser evangélico. No amar a los hijos o a los padres no sería humano.

Un verdadero amor nunca puede oponerse a otro amor auténtico. Cuando un marido se encuentra atrapado entre el amor a su madre y el amor a su esposa, algo no está funcionando bien. Habrá que analizar bien la situación, porque uno de esos amores (o los dos) está viciado. Si el “amor a Dios” está en contradicción con el amor al padre o a la madre, o no tiene idea de los que es amar a Dios o no tiene idea de lo que es amar al hombre. Sería la hora de ir al psiquiatra. ¡A cuántos hemos metido por el camino de la esquizofrenia, haciéndoles creer que, lo que Dios les pedía, era que odiara a sus padres!

El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que la pierda por mí, la encontrará. Ya hemos dicho alguna vez que en griego hay tres palabras que nosotros traducimos por vida, “Zoe”, “bios” y “psiques”. El texto no dice zoe ni bios, sino psiques. No se trata, pues, de la vida biológica, sino de la vida psicológica, es decir, del hombre capaz de relaciones interpersonales. En ningún caso se trataría de dejarse matar, sino de poner tu humanidad al servicio de los demás. Esto no sería “perder”, sino “ganar” humanidad. Quien pretenda reservar para sí mismo su persona (ego) está malogrando su propia existencia, porque pasará por ella sin desplegar su verdadera humanidad.

No quiero terminar sin decir una palabra sobre la gratuidad. El ofrecer “un vaso de agua fresca” a un desconocido que tiene sed, puede ser la manifestación de una profunda humanidad. El dar “sin esperar nada a cambio” es el fundamento de una relación verdaderamente humana. En nuestra sociedad de consumo nos estamos alejando cada vez más de esta postura. No hay absolutamente nada que no tenga un precio, todo se compra y se vende. Nuestra sociedad está montada de tal manera sobre el “toma y da acá”, que dejaría de funcionar si de repente la sacáramos de esa dinámica.

La misma institución religiosa está montada como un gran negocio, en contra de lo que decía uno de estos domingos el evangelio: “Gratis habéis recibido, dad gratis”. Hoy todos estamos de acuerdo con Lutero, en su protesta contra bulas e indulgencias, pero seguimos cobrando un precio por decir una misa de difuntos. Es verdad que debemos insistir en la colaboración de todos para la buena marcha de la comunidad, pero no podemos convertir las celebraciones litúrgicas en instrumentos de recaudación.

La manera de hablar semita, por contrastes mientras más excluyentes mejor, nos puede jugar una mala pasada si entendemos las frases literalmente. Lo que es bueno para el cuerpo, es bueno también para el espíritu. La lucha maniquea que nos han inculcado no tiene nada que ver con la experiencia de Jesús.

El objetivo primero de todo ser vivo, es mantenerse en el ser. Tres mil ochocientos años de evolución han sido posibles gracias a esta norma absoluta. La misma evolución ha permitido al ser humano ir más allá y puede lograr esa misma meta conscientemente. Todo lo que le acerca a ese objetivo le puede causar satisfacción y en definitiva, felicidad. Por lo tanto la raíz última de todo acto bueno está en la misma biología, no es contrario a ella. Nada más falso que una lucha entre lo biológico y lo espiritual.

La trampa en la que puede caer el ser humano es que puede quedarse en el placer inmediato que le proporciona satisfacer las necesidades de su biología y perder de vista el bien total del individuo a más largo plazo. Ahí está la causa de tanto desajuste en la conducta humana. Debemos tomar conciencia de que lo que es malo a largo plazo, no puede ser bueno de ninguna de las maneras.

Meditación

El amor puramente teórico no tiene consistencia.
Un vaso de agua puede ser la manifestación más auténtica de amor.
No tiene importancia ninguna lo que hagas.
Lo que vale de veras es la actitud de entrega en lo que hagas.
El amor es anterior a cualquier manifestación del mismo,
pero siempre busca la forma de manifestarse.
Un amor puramente teórico es siempre engañoso.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Cordial acogida

Domingo, 2 de julio de 2017
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images¿Podrán los que acogemos día tras día hallar en nosotros a hombres que son reflejo de Cristo, nuestra paz? (Hermano Roger de Taizé)

2 de Julio. XIII domingo del TO

Mt 10, 37-42

Quien os recibe a vosotros a mí me recibe; quien me recibe a mí recibe al que me envió

La acogida cordial de los enviados por Dios para llevar su palabra profetas, apóstoles aparecen en la primera lectura de hoy y en el Evangelio. Dios premia esa acogida (el hijo de la sunamita: “Ese que viene siempre por casa es un santo hombre de Dios. Si te parece, le haremos en la azotea una pequeña habitación” (2 Re 4, 9-10), y el que recibe a los discípulos enviados por Cristo recibe a Cristo mismo, y el que recibe a Cristo recibe al Padre que lo ha enviado y tendrá su premio (Mt 10, 40). Acojamos bien, pues, a cuantos pasan por nuestra vida sembrando la fructífera semilla del Evangelio.

El ex-benedictino, místico y maestro zen, Willigis Jäger, escribió en su obra Adónde nos lleva nuestro anhelo: la mística del siglo XXI que la mayoría de la gente pierde la ocasión de crecer y madurar como persona, prefiriendo quedarse estancada en sus viejos patrones doctrinales. Este texto trae a mi memoria la experiencia personal vivida hace algún tiempo. Era una tarde en la que los rayos del sol caían como losas sobre mis espaldas en el campo. Busqué el alivio del frescor de las sombras en el bosque también allí el aire era sofocante y me tumbé bocarriba sobre el césped. Soñé que mi cuerpo dolorido estaba yerto, mis párpados cerrados y sin poder decir palabra con mis labios. Incapaz de levantar los brazos y de alcanzar la madurez como persona, que Jäger con tanto celo proponía.

El término acogida hace referencia, tanto a dar hospitalidad como a aceptar la palabra proclamada por Jesús y sus discípulos en el Evangelio. En realidad, como dice Pedro Olalde en su libro Palabra interpelante, estamos hablando de las personas que valoran la dimensión profunda de la vida, en la que el amor, la solidaridad, la verdad, los pobres, son asumidos y vividos desde el interior.

El suizo Hermano Roger, un modelo de acogida a refugiados que escapaban de la Primera guerra mundial inició tan evangélica tarea junto con su hermana Geneviève. En 1944 se le unen los primeros hermanos, y fundan la Comunidad de Taizé. Su propósito: hacer de la Tierra un lugar más habitable.

La misión de todos estos mensajeros es hacer a Jesús, su Mentor y Maestro, presente entre los hombres. En Mateo 10, 40, el propio Jesús sale garante de tan merecida recompensa: “Entonces el rey dirá: Venid benditos de mi Padre a heredar el reino preparado para vosotros… Porque tuve hambre y me disteis de comer… era inmigrante y me acogisteis…”

En nuestro Poema de hoy queremos un despertar del sueño Apostólico y Romano, y queremos que suene la voz de la regeneración de nuestra fe e Iglesia, al grito de: ¡¡¡Océano Católico a la vista…!!!

“Jesús respondió: Id a informar a Juan de lo que oís y veis: ciegos recobran la vista, cojos caminan, leprosos quedan limpios, sordos oyen, muertos resucitan, pobres reciben la Buena Noticia” (Mt 11, 4-5)

MAESTRO DE OFICIOS HUMANITARIOS

Un día decidiste,
con una visión trascendental del mundo,
convertirte en Maestro
de Oficios Humanitarios.

Manualidades de cuerpo y alma
tallando y torneando hombres.

Y, entre tanto,
la barca de Pedro –y nosotros en ella–
erre que erre a golpe de remo
en el aldeano Lago Tiberíades,
como si nada
hubiera ocurrido en veinte siglos.

Que en el puente de mando despertemos
del sueño Apostólico y Romano,
y suene la voz de…

¡¡¡Océano Católico a la vista…!!!

(Evangélico Cuarteto. Ediciones Feadulta)

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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La radicalidad evangélica no es para todos.

Domingo, 2 de julio de 2017
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14437838828006Hay páginas del evangelio que nos desconciertan profundamente y preferiríamos que no estuvieran ahí. Nos parece que las tenemos que “justificar” como si fueran una exageración, una salida de tiesto que hay que arreglar.

En continuidad con el evangelio del domingo pasado Jesús apunta a una radicalidad que no es para “todos”. Jesús, o la interpretación de sus palabras hecha por las primeras comunidades cristianas, desmontan la familia patriarcal que es el origen de las diferentes escalas de jerarquía en todos los ámbitos de la sociedad.

Partiendo de que para Jesús Dios no es un Dios todopoderoso, como un Rey que ejerce su autoridad y subyuga a sus súbditos, sino un Padre, una Madre que ama profundamente y que busca la igualdad de todos y todas, este Reino que anuncia provoca disputas, enfrentamientos y violencia. ¿Por qué, si la base es el amor, el respeto, el bien común? Porque esa “igualdad” es lo que el sistema no está dispuesto a admitir.

Por eso suenan a tremenda exigencia sus palabras: “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí”. (Mt 10, 37) ¿A qué amor se está refiriendo? ¿Podemos medir el amor? Yo creo que se refiere a la pasión por vivir y crear reino. Y eso pasa por encima del amor a los más cercanos que es muy lícito pero no lo es todo. Por eso el proyecto de Jesús no es para todos, sino para los que preguntan como el joven rico: “¿Qué tengo que hacer para heredar la vida definitiva?” (Mc 10, 17). Hay que asegurarse de querer oír la respuesta porque Jesús es muy radical, no combina, llega hasta las últimas consecuencias y quienes se precian de seguirle no pueden aspirar a menos.

¿Es el proyecto de Jesús el proyecto de mi vida? ¿En qué se concreta?

“El que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí”. Mt 10:38. El seguir a Jesús tiene unas consecuencias que tienen que ver más con opciones que con las circunstancias de la vida. Hemos banalizado tanto la palabra “cruz” que ha perdido su significado real. Una cruz no es la enfermedad, la pérdida de trabajo, la dificultad de educar a los hijos… Todo eso es parte de la vida de toda persona tanto si es creyente como si no. Es peligroso tener una imagen de Dios “intervencionista” que nos “manda esto o lo otro”

No, la cruz es otra cosa. Es la consecuencia de las opciones que tomo por vivir el reino de una forma más radical. Las dificultades que experimento porque mi familia y los más cercanos no me entienden y creen que ya no les amo. La pérdida forzada o voluntaria de mi trabajo porque mi conciencia no me permite seguir haciendo cosas que no apruebo. Y tantas otras opciones personales y comunitarias que vamos tomando a la luz del evangelio.

Por eso decía al principio que esa radicalidad de Jesús no es para todos… Lo que pasa es que nos ha venido muy bien decir que era para los “curas y las monjas” y criticar desde nuestro sillón la falta de coherencia: Si los que nos van por delante son así, ¿qué se puede esperar del resto? Ese cristianismo que se nos ha asignado junto con el carnet de identidad está a punto de caducar. Ya es hora de hacer una opción personal con todas las consecuencias.

Hace unas semanas se nos llenaba la boca al hablar de un joven español que perdió la vida en los atentados de Londres para salvar la de otros. Ayer celebraban en Portugal el funeral de un bombero que perdió su vida por intentar salvar en vano la vida de una familia…

Resulta curioso que en nuestro país donde la fe tiene muy poco “prestigio” y mucha gente no quiere que se le identifique como cristiano, somos según las estadísticas, de los países más dados al voluntariado, a socorrer a nuestros semejantes ante cualquier tipo de desgracia y pioneros en donación de órganos para salvar la vida de otros. No por religión sino por humanidad.

Ese rechazo visceral de la religión, incluso de las generaciones más jóvenes que no han tenido ningún contacto con la iglesia, nos habla de un acomodo del evangelio a nuestros intereses personales que hace rechazar el cristianismo incluso a quienes no lo conocen.

Para Jesús “poner al seguro la vida” es perderla, mientras que “perderla por su causa es ponerla al seguro” (Cf.10:39)

Poner en riesgo la vida para salvar otras, entregarse sin medir las fuerzas, buscar la paz hasta perder la vida violentamente… Jesús no exige nada a sus seguidores. Va por delante, marcando el camino.

Dejemos ya de lamentarnos, de juzgar a los jóvenes por su indiferencia ante nuestro cristianismo aburguesado y diluido. Ojalá pudieran decir de nosotros: “El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado” (Cf.10:40)

Carmen Notario

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