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Conociendo el Lamento de Jeremías—y el Amor de Dios—como Católico LGBTQ+

Lunes, 26 de junio de 2023
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481BCCB3-DACD-4FF4-A3A4-7C1F09FEFD90Donna+McGartland

La publicación de hoy es de la colaboradora invitada Sr. Donna McGartland. Donna es una de las autoras de Love Tenderly: Sacred Stories of Lesbian and Queer Religious publicado por New Ways Ministry.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el domingo 12 del tiempo ordinario se pueden encontrar aquí.

Recientemente supe que una misa programada en la Universidad de Duquesne en solidaridad con los feligreses LGBTQ+ fue cancelada debido a la presión del obispo David Zubik de Pittsburgh. Cientos de correos electrónicos, llamadas telefónicas y cartas, algunas de las cuales amenazaban, hicieron que el obispo pidiera a la universidad que cancelara la Misa.

En su carta, el obispo Zubik citó un volante que usaba la frase “Misa del Orgullo“. Afirmó que el volante “confundió a algunos y enfureció a otros”, lo que llevó a respuestas “odiosas” que no se ajustaban a la caridad cristiana. Aunque el obispo condenó las respuestas negativas a la Misa, también agregó que “la Iglesia no puede apoyar un comportamiento que vaya en contra de la ley de Dios”.

Kevin Hayes, quien jugó un papel decisivo en la planificación de la Misa, dijo que el incidente lo hizo más consciente de la “ignorancia y el miedo” dentro de la comunidad católica. Él dijo: “esperamos que eso pueda abordarse a través del amor de Cristo, francamente, y ayudar a las personas a superar su miedo, cualquiera que sea, con los miembros LGBTQ+ y también superar la ignorancia y tratar de avanzar hacia alguna reconciliación. … Esperamos poder seguir avanzando y ser realmente una iglesia donde podamos ser acogedores”.

Para mí, esta historia es una versión moderna del discurso de Jeremías que se encuentra en la primera lectura de la liturgia de hoy. Jeremías estaba profetizando que el pueblo de Israel sufriría un desastre porque se niegan a escuchar la palabra de Dios. Al escuchar las palabras de Jeremías, el sacerdote Pasur, el principal oficial de la Casa de Dios, se sintió amenazado y torturó al profeta. Jeremías llamó a Pashhur, “Terror” y sintió que Pashhur y sus amigos estaban buscando formas de encontrar fallas en Jeremías: “Escucho los susurros de muchos: ‘¡Terror por todos lados! ¡Denunciar! ¡Denunciémoslo! Todos los que fueron mis amigos están atentos a cualquier paso en falso mío”.

Jeremías, sin embargo, se volvió hacia Dios y reconoció que Dios siempre está con él. Alaba a Dios, encomendándose al Señor, “¡que ha librado la vida de los pobres del poder de los impíos!”.

IMG_9935El profeta Jeremías” de Marc Chagall (1968) .

Como miembro de la comunidad LGBTQ+, a menudo siento el dolor del rechazo causado por el odio, el miedo y la ignorancia. Conozco personalmente el lamento de Jeremías y su tristeza que quienes se sienten amenazados por él buscan formas de condenar. Estoy profundamente herido y entristecido por las respuestas de odio que hicieron que el obispo Zubik solicitara la cancelación de una misa que buscaba dar la bienvenida a miembros LGBTQ+. También escucho en mí la voz de Jeremías que desea invitar a quienes critican la intención de la Misa a escuchar la palabra de amor y acogida de Dios.

En el Evangelio de hoy, Jesús expresa cuánto Dios se preocupa profundamente por todos nosotros. “¿No se venden dos pajarillos por una monedita? Sin embargo, ninguno de ellos cae a tierra sin el conocimiento de vuestro Dios. Incluso todos los cabellos de tu cabeza están contados. Así que no tengas miedo; vales más que muchos pajarillos.

Dios, que me creó a imagen de Dios, me ama y me acoge tal como soy. Dios me llama a hablar en la luz lo que escucho en la oscuridad y a proclamar en los techos lo que escucho susurrado. Que estemos unidos en este mismo Dios y afirmémonos unos a otros en nuestra bondad. Que proclamemos el amor de Dios y la aceptación de todas las personas porque somos creados a imagen de Dios y juntos formamos el cuerpo de Cristo.

—Sr. Donna McGartland, 25 de junio de 2023

Fuente New Ways Ministry

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“Aprender a confiar en Dios” 12 Tiempo ordinario – A (Mateo 10,26-33)

Domingo, 25 de junio de 2023
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32_TO-12_A_1698198Estoy convencido de que la experiencia de Dios, tal como la ofrece y comunica Jesús, infunde siempre una paz inconfundible en nuestro corazón, lleno de inquietudes, miedos e inseguridades. Esta paz es casi siempre el mejor signo de que hemos escuchado desde el fondo de nuestro ser su llamada: «No tengáis miedo, no hay comparación entre vosotros y los gorriones». ¿Cómo acercarnos a ese Dios?

Tal vez, lo primero es detenernos a experimentar a Dios solo como amor. Todo lo que nace de él es amor. De él solo nos llega vida, paz y bien. Yo me puedo apartar de él y olvidar su amor, pero él no cambia. El cambio se produce solo en mí. Él nunca deja de amarme.

Hay algo todavía más conmovedor. Dios me ama incondicionalmente, tal como soy. No tengo que ganarme su amor. No tengo que conquistar su corazón. No tengo que cambiar ni ser mejor para ser amado por él. Más bien, sabiendo que me ama así, puedo cambiar, crecer y ser bueno.

Ahora puedo pensar en mi vida: ¿qué me pide Dios?, ¿qué espera de mí? Solo que aprenda a amar. No sé en qué circunstancias me puedo encontrar y qué decisiones tendré que tomar, pero Dios solo espera de mí que ame a las personas y busque su bien, que me ame a mí mismo y me trate bien, que ame la vida y me esfuerce por hacerla más digna y humana para todos. Que sea sensible al amor.

Hay algo que no he de olvidar. Nunca estaré solo. Todos «vivimos, nos movemos y existimos» en Dios. Él será siempre esa presencia comprensiva y exigente que necesito, esa mano fuerte que me sostendrá en la debilidad, esa luz que me guiará por sus caminos. Él me invitará siempre a caminar diciendo «» a la vida. Un día, cuando termine mi peregrinación por este mundo, conoceré junto a Dios la paz y el descanso, la vida y la libertad.

José Antonio Pagola

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“No tengáis miedo a los que matan el cuerpo”. Domingo 25 de junio de 2023. 12º Domingo Ordinario

Domingo, 25 de junio de 2023
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35-ordinarioa12Leído en Koinonia:

Jeremías 20,10-13: Libró la vida del pobre de manos de los impíos.
Salmo responsorial: 68 Que me escuche tu gran bondad, Señor.
Romanos 5,12-15: No hay proporción entre el delito y el don.
Mateo 10,26-33: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo.

No hay mentira que no encuentre su verdad tarde o temprano. En julio de 2014, luego de 38 años de impunidad, en un juicio sin precedentes, fueron condenados a cadena perpetua los autores del homicidio de Mons. Enrique Angelelli, obispo mártir de La Rioja, Argentina. Días antes el prelado había confesado a sus allegados que querían alejarlo del país: “Tengo miedo… pero no se puede esconder el evangelio debajo de la cama”. Su muerte fue presentada por la prensa local como un accidente y como tal fue tratada durante mucho tiempo, incluso por sus hermanos en el episcopado. Como tantos otros testigos de Jesús, Angelelli prefirió la verdad desnuda del evangelio a la incómoda seguridad de los cobardes.

El evangelio nos ha conservado algunos dichos o refranes con los que Jesús exhortaba a la comunidad de discípulos a no dejarse intimidar por las adversidades. Los discípulos, con frecuencia, veían la amenaza evidente que representaban los grupos armados, pero eran incapaces de descubrir el peligro encubierto en muchas personas e instituciones que alienaban y sometían ideológicamente a las personas.

Las comunidades cristianas primitivas tuvieron que afrontar la misma amenaza, que provenía de los ‘actores armados’ en conflicto. De una parte, las autoridades romanas con un despliegue enorme de fuerza militar y policial. De la otra parte, los fanáticos rebeldes dispuestos a eliminar al que no estuviera de acuerdo con ellos. En medio del ‘fuego cruzado’ estaba la comunidad cristiana con una propuesta alternativa de paz y justicia que no coincidía con ninguno de los dos bandos. Para los romanos, la justicia era, en gran medida, la aplicación universal de los principios que sostenían la legislación romana. El sometimiento a las duras condiciones de la ‘paz romana’ obligaba a las poblaciones de las colonias a pagar fuertes tributos, a incorporar en la propia religión el culto a los dioses imperiales y a destinar grandes masas de la población a la esclavitud y al servicio militar obligatorio. La comunidad cristiana luchaba por lugar un espacio para su propuesta en la sociedad: ellos querían una comunidad humana en la que fuera posible la solidaridad, el respeto por el otro, la distribución equitativa de los recursos. Sin embargo, en esta lucha estaban prácticamente solos. Los grupos rebeldes que se presentaban como la gran alternativa contra el imperio estaban regidos por la lógica de la violencia incontrolable, el sometimiento de los disidentes y por la imposición de la ideología del grupo. Estos grupos fanáticos veían a los cristianos como una amenaza para la identidad del grupo, por eso, con frecuencia los convertían en blanco de persecuciones y en ‘chivo expiatorio’ sobre el cual descargar toda su frustración, prepotencia e intolerancia.

Pero, Jesús ponía en guardia a toda la comunidad contra la creencia de que la única amenaza estaba representada por las armas de metal, piedra y madera. La amenaza mas grave provenía, con frecuencia, de las ideologías que estos grupos representaban. Tanto la ideología de legitimación del imperio romano como los ideales de venganza de los fanáticos rebeldes escondían todo su veneno. Cada grupo se presentaba como un defensor de la justicia, la paz y la libertad, pero evidentemente los hechos contradecían sus grandilocuentes discursos. Cada grupo perseguía sus intereses particulares ignorando los más mínimos principios éticos. El dilema para los cristianos era el de alinearse en uno u otro bando, creyendo que así se alcanzarían los ideales de justicia, paz y libertad que Jesús de Nazaret había propuesto con su ideal del reinado de Dios.

Este mismo problema lo afronta Pablo desde el punto de vista de la justificación por la ley. Las comunidades cristianas estaban deslumbradas por la creencia de que el cumplimiento estricto de los preceptos religiosos conducía inevitablemente a la salvación del individuo. Pero, Pablo denuncia esta falsa creencia al denunciar que el mero cumplimiento de la letra de la ley no conduce a la justicia. La ejecución de los deberes del culto, como las ofrendas, los baños rituales, los sacrificios, las peregrinaciones… no garantizan una auténtica experiencia de Dios. La reunión de grandes masas en los templos o en las sinagogas no son sin más expresión de un auténtico encuentro con el hermano. Los favores intercambiados entre parientes, colegas, coterráneos o correligionarios no constituyen genuina solidaridad. Pablo denuncia precisamente la incapacidad de los mecanismos habituales de la religión para brindar a la comunidad humana una auténtica experiencia de fraternidad, esperanza y comunión.

Pablo invita a la comunidad a no dejarse engañar por las artimañas de el legalismo, el ritualismo y la religión de masas. La justicia que nos une al Dios de la vida es un don para toda la comunidad. La auténtica religión es aquella que nos conduce del hermano hacia Dios, mediante la compasión, la misericordia y la solidaridad.

El cristiano que se ha comprometido con la causa del reino puede, entonces, hacer suyas las palabras del profeta Jeremías y clamar: «a ti, Señor, he encomendado mi causa». Pero no como expresión superflua de triunfalismo religioso ni como pura exaltación individualista de los bienes recibidos, sino como expresión de la única justicia posible: la vida plena del pobre. Porque, la vida plena es manifestación patente de que la lógica de la muerte no ha prevalecido. Si el pobre vive, vive por gracia de Dios y por la opción radical de las comunidades humanas que no se dejan sumir en la lógica legalizada de la barbarie. Por eso el profeta nos invita a alabar al Señor, porque Él ha salvado la vida del pobre.

Tanto la violencia, el afán de venganza, el imperialismo como el ritualismo, el legalismo y la alienación son armas ideológicas ocultas que conducen imperceptiblemente a la pequeña comunidad hacia la muerte. Estos son los enemigos que pueden matar no solo el cuerpo, sino también el alma y llevar a la gente a las inaplacables llamas del fanatismo. Si una comunidad no va a fondo en su conocimiento de la palabra de Jesús, si no descubre los peligros ocultos al interior de ella misma, si no es radical en su opción por la vida, es muy probable que termine creyendo que la paz es la ausencia de guerra y que la justicia es un asunto individual, negando así la gracia y la justicia como bien mayor. Leer más…

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25.6.23. No tengáis miedo… Evangelio, un manual de perseguidos (Mt 6, 26-33. Dom 12 TO)

Domingo, 25 de junio de 2023
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Persecucion_2415968410_15887593_660x371Del blog de Xabier Pikaza:

Evangelio

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea….

No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma… No pueden matar vuestro mensaje, vuestra esperanza, vuetra vida verdadera (sigue) 

| X Pikaza Ibarrondo

Biblia,  manual de perseguidos.

   No es un manual de vencedores, sino al contrario: una guía para perdedores y excluidos. Precisamente en ellos, en los perdedores del mundo, se revela la justicia y el futuro de Dios.  Así dice Jesús a sus seguidores:

Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los sanedrines y en sus sinagogas os azotarán, os llevarán ante gobernadores y reyes. Pero cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué hablaréis. Pues no seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre…. El hermano entregará a muerte a su hermano, y el padre a su hijo. Se levantarán los hijos contra sus padres y los matarán. Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre. Pero el que persevere hasta el fin, éste será salvo» (cf. Mc 13, 9-13; Mt 10, 17-22).

Jesús ha superado los modelos de poder que actúan en el mundo, modelos de talíón o justicia violenta donde, estrictamente hablando, no hay persecución sino violencia de todos contra todos.

La persecución estrictamente dicha empieza cuando uno (algunos) de los componentes del grupo social no tiene poder para oponerse con violencia o no quiere hacerlo, quedando así en manos de los violentos. En ese momento, lo que era lucha por la vida, probablemente en un nivel de equilibrio (de grupos iguales que combaten entre sí), se convierte en persecución de todos (de los fuertes) sobre los débiles o, mejor dicho, sobre aquellos que renuncian a defenderse.

En ese sentido, la persecución implica un desequilibrio radical, es una especie de desnivel donde algunos, los que se creen dueños del poder, lo ejercen y despliegan imponiéndose sobre los otros La persecución es el gesto propio de los portadores de un poder o ley que se sienten capaces de imponerse sobre los que piensan y viven de un modo distinto, quizá porque tienen miedo de ellos.

Pueden hacerlo de unmodo que parece legal: el hermano entrega al hermano, el padre al hijo, poniéndole en manos de la autoridad competente, para que le juzgue y/o mate. Pero pueden hacerlo también de un modo incontrolado: se alzarán los hijos contra los padres y los matarán…; estos hijos no siguen un proceso legal, sino que se dejan llevar por el vértigo de la violencia y para mantener su autoridad deben linchar a los padres que la ponen en riesgo, repitiendo el asesinato primigenio.

En especial, el evangelio

Los grandes movimientos sociales, tanto en un plano social como político y militar, han sido creados y están entrenados para la lucha, una lucha entre grupos más o menos semejantes. Pero Jesús no ha preparado a sus discípulos para la lucha, sino para el amor gratuito; y de esa manera les ha dejado, gratuitamente, en manos de aquellos que poseen el poder, que se sienten amenazados y se defienden a sí mismos, defendiendo con violencia su propia realidad sagrada, sea en plano judío (sanedrines), sea en plano gentil (reyes).

Jesús sabe que toda persecución es en el fondo una lucha familiar, dirigida por aquellos que buscan el poder y que se instituyen a sí misma como instancia de poder frente a los que buscan y exploran caminos distintos de vida, en gratuidad, más allá del poder, por encima de la violencia.

Allí donde unos y otros apelan al poder y responden con violencia no hay persecuciòn, sino batalla, un tipo de guerra de todos contra todos. Sólo allí donde algunos renuncian a la guerra (porque no quieren, porque no pueden) viene a darse la persecución. Esto es lo que Jesús ha prometido a sus discípulos. Por eso les dice: «Os mando como ovejas en medio de lobos; guardaos de los hombres; sed inteligentes como las serpientes, sencillos como las palomas» (Mt 10, 17).

En un mundo hecho de lobos, los que quieren comportarse como ovejas tienen que ser y son como palomas, en manos de las águilas rapaces. Pero pueden y deben ser también phronymoi, inteligentes, como las serpientes, es decir, capaces de esconderse, de actuar de un modo distinto: la inteligencia de los perseguidos es la inteligencia que se vincula a la debilidad y a la supervivencia, a la adaptación bondadosa y creadora.

               Esta inteligencia está vinculada al deseo de no imponerse, de no sobresalir en los foros y en los campos de batalla del poder; esta es la inteligencia de los grupos que con-spiran desde abajo, pero no para destruir el sistema (desde el resentimiento de los cobardes o desde el doble juego de los grupos secretos), sino para introducir amor en el sistema y para trasformar la realidad, como semilla oculta, sin que se vea (Mc 4, 26-29).

Persecución y Espíritu Santo…

Martires_2411768800_15869840_660x371Cristianos coptos asesinados por el ISIS

Jesús dice a los perseguidos que no se preocupen de preparar su defensa con las razones sabias del mundo, pues tienen alguien que les defiende de manera más profunda: tienen la fuerza del Espíritu de Jesús que les asiste e inspira, haciéndoles testigos de su pascua (Mc 13, 11).

Los perseguidores tienen la fuerza bruta. Los perseguidos tienen la palabra, que se puede expulsar, pero que no puede ser vencida (Jn 1, 10-13). El evangelio no necesita defenderse por la fuerza externa, porque tiene la palabra. Vale por sí mismo, sin apoyarse en ejércitos ni juicios. Posee la autoridad del Espíritu Santo, que es fuente de gracia salvadora, actuando a través de la palabra de los perseguidos.

Este descubrimiento de la Racionalidad superior (Verdad) del Espíritu Santo como presencia de Dios en los perseguidos, que se opone a los hombres que persiguen a Jesús (a sus creyentes), constituye la experiencia básica del evangelio y vincula, de manera sorprendente, la inteligencia (casi astucia) de la serpiente, que actúa desde abajo, con la claridad y amor del Espíritu Santo, que actúa desde el mismo centro de la vida paráclito). De esa forma se expresa la más alta verdad de la víctimas, la verdad de los que han sido sacrificados a lo largo de la historia, que, según el evangelio, ha sido revelada por Jesús:

«Por tanto, mirad; yo os envío profetas, sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y crucificaréis, y a otros azotaréis en vuestras sinagogas y perseguiréis de ciudad en ciudad, de manera que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el santuario y el altar» (Mt 23, 34-35).

Éste es el mensaje que Jesús dirige a las autoridades de Israel (o de cualquier poder del mundo). Este es el mensaje de sus profetas-sabios-escribas, es decir, de los hombres y mujeres que no tienen más poder que la palabra que revela y dialoga, que dice y comparte. Frente a esa palabra débil se eleva el poder de los que matan, de todos los que han matado y siguen matando, desde el tiempo de Abel hasta el tiempo de Cristo.

Pues bien, los que matan a otros se destruyen en el fondo a sí mismos, mientras se eleva sobre el mundo, por la fuerza del Espíritu santo, desde el mismo Cristo, el perseguido, la voz de amor de los perseguidos, que no responden con violencia a la violencia, sino que pueden crear y crean un mundo más alto de gratuidad, que no se funda en el veneno de las serpientes destructoras (cf. Mt 23, 33), sino en la capacidad de aguante de las buenas serpientes de Mt 10, 17, que con-spiran en el mejor sentido de la palabra: que comparten el Espíritu de vida, desde el subsuelo de los condenados de este mundo.

Pablo, perseguidor perseguido. Retomar el evangelio

 La segunda carta de Pablo a Timoteo ofrece una visión de conjunto de la historia y sufrimientos de Pablo que, para transmitir a los creyentes su aliento de evangelio, vuelve a recordar sus primeros «trabajos»:

Tu seguiste mi enseñanza, mis proyectos, mi fe y paciencia, mi amor fraterno y mi aguante en las persecuciones y sufrimientos, como aquellos que me ocurrieron en Antioquía, Iconio y Listra. ¡Qué persecuciones padecí! Pero de todas me sacó el Señor. Pues todo el que se proponga vivir como buen cristiano será perseguido» (2 Tim 3, 10-12). Pablo recoge así unos recuerdos y sufrimientos que conocemos por Hechos (cf. Hech 13-14) y que ahora se pueden condensar en la sentencia final: «Todo el que se proponga vivir como cristiano será perseguido».

De esa forma asume este pasaje tardío de 2 Tim el argumento de Col 1, 24-25, donde se afirmaba que Pablo debía «completar» los sufrimientos de Cristo. Ciertamente, sigue siendo un hombre bien concreto. Han sido reales sus dolores, recordados para siempre en la memoria de la iglesia. Pero más que su figura aislada, importa ahora su ejemplo y enseñanza, en la línea de aquello que Cristo había dicho: «Yo le mostraré todo lo que él debe padecer por mi nombre» (Hech 9, 16).

Martires-UCA_2164893508_13973497_667x375Mártires de la UCA (El Salvador)

La persecución constituye un elemento esencial de la condición cristiana, pues los fieles de Jesús no aceptan un sistema que combate a la violencia con violencia y así quedan a merced de los poderes del sistema, que mata o encierra en la cárcel a sus adversarios.

«Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David, conforme a mi evangelio, por el cual sufro hasta llevar cadenas como un criminal; pero la Palabra de Dios no está encadenado. Por eso lo soporto todo por los elegidos, para que también ellos alcancen la salvación de Cristo Jesús, con la gloria eterna. Esta es la palabra digna de confianza: Si morimos con él, viviremos con él; si perseveramos, reinaremos con él; si lo negamos, también él nos negará. Pero aunque seamos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo» (2 Tim 2, 8-13).

  Desde el ocaso de su vida, eleva su voz Pablo encarcelado, sujeto con cadenas, como fiera peligrosa (cf. 2 Tim 1, 8), a la que quieren impedir que hable. Pero Pablo reacciona de manera fuerte: ¡La palabra no está encadenada! Se podrá matar externamente a unos hombres, se podrán ahogar las voces de los mártires; pero la voz de Dios que actúa en Cristo no podrá quedar cerrada en una cárcel.

Esta paradoja nos lleva al principio de toda persecución, que es el misterio de Cristo muerto y resucitado. Cristo mismo muere en los suyos, como dijo a Pablo en el camino de Damasco: «Saulo, Saulo ¿por qué me persigues?» (cf. Hech 9, 4). Eso significa que ningún perseguido muere solo, sino que participa del destino de Cristo: «Si morimos con él, viviremos con él» (2 Tim 2, 11; cf. Rom 14, 8).

En el principio de toda persecución se encuentra, según los cristianinos, el mismo Cristo, «si morimos con él…». Pues bien, unido a Cristo, Pablo puede presentarse también como modelo para el resto de la iglesia. De esa forma, su misma existencia de apóstol se ha vuelto mensaje: «Por eso lo soporto todo por los elegidos…» (2 Tim 2, 10). El sufrimiento de Pablo ha servido y sirve para sostener en el dolor a los creyentes, para mostrarles el camino de Jesús, para alentarles en la prueba. Pablo no ayuda a los presos liberándoles de la cárcel (como podía suponer la tradición de Lc 4, 18-19), sino sufriendo con ellos.

El anciano apóstol de las gentes ya no predica el evangelio por los pueblos y ciudades del imperio, pero su misma vida se ha vuelto pregón y mensaje, pues ya no hay distancia entre lo que dice y lo que hace, lo que anuncia y lo que representa, de manera que podría afirmar «ya no vivo yo, sino que es Cristo el que vive en mí» (Gal 2, 20). De esa forma, ha podido convertirse en modelo para los creyentes:

«Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos… según mi evangelio, por el que padezco hasta llevar cadenas, como un malhechor, pero la Palabra de Dios no está encadenada» (2 Tim 2, 8-9).

Texto tomado de Gran Diccionario Bíblico

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Ni miedo a hablar, ni miedo a morir, y valor de confesar a Jesús. Domingo 12 del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Domingo, 25 de junio de 2023
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imageDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

           El evangelio del domingo pasado recordó la elección de los doce discípulos y el comienzo del discurso que Jesús les tiene antes de enviarlos de misión: destinatarios a los que deben dirigirse, tarea a realizar, gratuidad. La liturgia prescinde de la extensa sección central del discurso, sobre la oposición y persecuciones que encontrarán, y el valor y generosidad que deben mostrar en las dificultades (Mt 10,16-42). Quien piense que esto sólo tiene interés para la comunidad de Mateo, hace veinte siglos, debe recordar algunos mártires contemporáneos.

Mártires del siglo XXI

+ 5 de octubre 2003. Annalena Tonelli, voluntaria católica italiana. Trabajó durante 33 años en África atendiendo a los refugiados. Asesinada en su hospital por un somalí armado.

+ 2005. Dorothy Mae Stang, misionera de las Hermanas de Nuestra Señora de Namur, estadounidense,  nacionalizada brasileña. Asesinada por un sicario por orden del lobby ganadero y agrícola.

+  5 de febrero de 2006. Andrea Santoro, sacerdote católico, asesinado en la iglesia de Santa María en TrebisondaTurquía.

17 de septiembre de 2006. Leonella Sgorbati, monja italiana de las Misioneras de la Consolata, asesinada en Somalia.

12 de marzo de 2008. Paulos Faraj RahhoArzobispo de la Iglesia católica caldea de Mosul,  Irak. Secuestrado y asesinado por islamistas.

+ 31 de octubre de 2010. Ataque a la iglesia cristiana de Bagdad, que dejó al menos 58 personas muertas, incluyendo 2 sacerdotes, y otros 75 heridos, después de que más de 100 feligreses hubieran sido tomados como rehenes.

+ 2 de marzo de 2011. Político católico, asesinado por su oposición a la ley de la blasfemia, una herramienta de violencia contra las minorías, especialmente contra los cristianos.

+  7 de abril de 2014. Frans van der Lugt, jesuita francés, asesinado en Siria a los 75 años de edad.

+ 26 de julio de 2016. Jacques Hamel, sacerdote francés, asesinado durante el atentado de la iglesia de Saint-Étienne-du-Rouvray de la que era párroco auxiliar.

+ 29 de octubre de 2019. Paul McAuley, misionero de los Hermanos de La Salle, activista ambiental, hallado muerto en la comunidad estudiantil intercultural “La Salle”, en Iquitos, Perú.

***

        El fragmento del evangelio elegido para este domingo podemos dividirlo en dos bloques: no tener miedo de que te maten y tener valor para confesar a Jesús

No tengáis miedo a hablar ni a morir (Mt 10,26-31)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:

No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones.

        En el primer bloque llama la atención la triple repetición de “no tengáis miedo”. Aunque esas palabras se usan a menudo en el Antiguo Testamento, no debemos interpretarla como una fórmula hecha, de escaso valor. Los discípulos van a sentir miedo en algunos momentos. Un miedo tan terrible que los impulsará a callar, para evitar que los maten. La forma en que Jesús aborda este tema resulta de una frialdad pasmosa, usando tres argumentos muy distintos: 1) la muerte del cuerpo no tiene importancia alguna, lo importante es la muerte del alma; 2) por consiguiente, no hay que temer a los hombres, sino a Dios; 3) en realidad, a Dios no debéis temerlo porque para él contáis mucho; aunque caigáis por tierra, como los gorriones, él cuidará de vosotros.

Tened valor para confesarme (Mt 10,32.33)

Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo, también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo

       El segundo bloque trata un tema algo distinto: el peligro no consiste ahora en callar sino en negar a Jesús. Cuando a Plinio el Joven, gobernador de Bitinia, le denunciaban a alguno como cristiano, le preguntaba tres veces si lo era, amenazándolo con castigarlo en caso de serlo. Según los momentos y las regiones, el castigo podía ir de la pérdida de los bienes a la cárcel, incluso la muerte. Para animar en ese difícil instante, el argumento que usa Jesús no es el del temor a Dios, sino el de su posible reacción “ante mi Padre del cielo”: me comportaré con él igual que él se porte conmigo. Recuerda la máxima: “La medida que uséis, la usarán con vosotros” (Mt 7,2).

Resumiendo

           En el primer caso, a quien deben temer los apóstoles es a Dios, el único que puede matar el alma. En el segundo, a quien deben temer es a Jesús, que podría negarlos ante el Padre del cielo. A quienes no deben temer es a los hombres.

            Cuando se piensa en los asesinatos de cristianos en Siria, Somalia, Perú, Brasil, y otros países, quienes vivimos en una sociedad con libertad religiosa podemos tener la impresión de que estas palabras son inhumanas, casi crueles. Sin embargo, a los cristianos perseguidos de todos los tiempos les han infundido enorme esperanza y energía para confesar su fe. Han preferido la muerte a renegar de Jesús; han preferido ponerse de su parte, salvar el alma antes que el cuerpo.

Jeremías, apóstol y anti-apóstol (Jeremías 20,10-13)

            La primera lectura sirve de paralelismo y contraste con el evangelio. Jeremías era natural de Anatot, un pueblecito a 4 km de Jerusalén (hoy queda dentro de la ciudad moderna). En un momento de grave crisis política, cuando los babilonios constituían una gran amenaza, el pueblo puso su confianza en el templo del Señor, como si fuera un amuleto mágico que podría salvarlos. Jeremías, en un durísimo discurso, denuncia esa confianza idolátrica en el templo y anima a la conversión y a cambiar de conducta. De lo contrario, el templo quedará en ruinas. Este ataque a lo más sagrado le ganará la crítica y el odio de todos, empezando por sus conciudadanos de Anatot, que traman matarlo.

            La reacción del profeta se ha elegido como ejemplo concreto de las persecuciones que anuncia Jesús a sus discípulos. Pero hay una gran diferencia. El profeta termina pidiendo a Dios que lo vengue de sus enemigos. Jesús nunca sugiere algo parecido a sus discípulos. Al contrario, morirá perdonando a quienes lo matan.

 

Nota final

            Un comentario a todo el discurso de misión puede verse en J. L. Sicre, El evangelio de Mateo. Un drama con final feliz. Verbo Divino, Estella 2019, 194-212.

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25 De Junio. Domingo XII del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Domingo, 25 de junio de 2023
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No tengáis miedo a las gentes, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse.”

(Mt 10, 26-33)

En este pequeño fragmento del evangelio de Mateo Jesús nos repite hasta en tres ocasiones “no tengáis miedo.” Y he oído decir que la biblia repite esa misma invitación 365 veces. Podríamos decir que la Palabra de Dios tiene una invitación a la confianza para cada día del año.

Dios, que nos conoce muy bien, sabe que el miedo es nuestro peor enemigo. El miedo nos deshumaniza. Nos lleva a cometer las peores traiciones.

Y si el miedo se une al poder el resultado son los grandes tiramos de la historia. También los pequeños. El miedo a perder el poder nos hace ver en las demás personas enemigos a los que hay que eliminar.

Jesús sabe que el miedo, aunque es una reacción humana ante el peligro, puede ser dañino, por eso nos repite: “no temáis.”

Es decir, nos invita a la confianza que también es una realidad humana y que además humaniza.

Pero, ¿cómo vamos a confiar en una época en la que nos inyectan miedo a diario? ¿Es posible confiar en una sociedad dónde la corrupción campa a sus anchas? ¿Cómo vamos a confiar cuando nos han enseñado desde pequeños a no fiarnos de nadie?

A simple vista parece que la confianza no tiene cabida. Pero en definitiva solo cuando la realidad es ambigua y hay riesgo de perder y ser traicionada es cuando puede ejercerse la confianza.

Porque la confianza es un acto de libertad que asume riesgos en busca de una realidad alternativa.

La espiral del miedo solo puede destruirse con confianza, de la misma manera que solo el amor nos salva del odio y la venganza.

Oración

¡Llámanos a la confianza! Tú que nos conoces, Tú que sabes que solo la confianza puede cambiar nuestras relaciones humanas.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

 

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Nadie puede deteriorar tu verdadero ser.

Domingo, 25 de junio de 2023
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paureDOMINGO 12 (A)

Mt 10,26-33

El “no tengáis miedo”, que hoy hemos escuchado una y otra vez en el evangelio, está encuadrado en el contexto de la misión. Jesús acaba de decir a sus seguidores que les perseguirán, les encarcelarán, incluso los matarán. Sin embargo, está claro que la advertencia podemos aplicarla a todas las situaciones de miedo paralizante que podemos encontrar en la vida. No solo porque Jesús dice lo mismo en otros contextos, sino porque así lo insinúan todas las actitudes vitales a las que se tuvo que enfrentar.

Hay un miedo instintivo que es producto de la evolución. Éste es imprescindible para mantener la vida biológica de cualquier ser vivo. Es un logro de la evolución y por lo tanto bueno. Su objeto es defender la vida biológica; ya sea huyendo, sea liberando energía para enfrentarse a la amenaza. Este miedo es natural y sería inútil luchar contra él. Pero el hombre puede ser presa de un miedo aprendido racionalmente, que le impide desplegar sus posibilidades de verdadera humanidad. Éste es el que nos traiciona y nos lleva a desatinos constantes porque nos paraliza y atenaza. Este miedo artificial en lugar de defender, aniquila. Este miedo es contrario a la fe-confianza.

¿Por qué tenemos miedo? Anhelamos lo que no podemos conseguir y surge en nosotros el miedo de no alcanzarlo. No estamos seguros de poder conservar lo que tenemos y surge el temor de perderlo. El miedo racional es la consecuencia de nuestros apegos. Creemos ser lo que no somos y quedamos enganchados a ese falso “yo”. No hemos descubierto lo que realmente somos y por eso nos apegamos a una quimera. Jesús dijo: “La verdad os hará libres”. Los miedos, que no son fruto del instinto, son causados por la ignorancia. Si conociéramos nuestro verdadero ser, no habría lugar para esos miedos.

Si Jesús nos invita a no tener miedo, no es porque nos prometa un camino de rosas. No se trata de confiar en que no me pasará nada desagradable, o que, si algo malo sucede, alguien me sacará las castañas del fuego. Se trata de una seguridad que permanece intacta en medio de las dificultades y limitaciones, sabiendo que los contratiempos no pueden anular lo que de verdad somos. Dios no es la garantía de que todo va a ir bien, sino la seguridad de que Él estará ahí en todo caso. Cuando exigimos a Dios que me libere de mis limitaciones, estoy demostrando que no me gusta lo que Dios hizo.

La confianza no surge de un voluntarismo a toda prueba, sino de un conocimiento cabal de lo que Dios es en nosotros. Aceptar nuestras limitaciones y descubrir nuestra verdadera riqueza es el único camino para llegar a la total confianza. La confianza es la primera consecuencia de salir de uno mismo y descubrir que mi fundamento no está en mí. El hecho de que mi ser no dependa de mí, no es una pérdida, sino una ganancia, porque depende de lo que es mucho más seguro que yo mismo. Mi pasado es Dios, mi futuro es el mismo Dios; mi presente es Dios y no tengo nada que temer.

Hablar de la confianza en Dios, nos obliga a salir de las falsas imágenes de Dios. Confiar en Dios es confiar en nuestro propio ser, en la vida, en lo que somos de verdad. No se trata de confiar en un Ser que está fuera de nosotros y que puede darnos, desde fuera, aquello que nosotros anhelamos. Se trata de descubrir que Dios es el fundamento de mi propio ser y que puedo estar tan seguro de mí mismo como Dios está seguro de sí. Por grande que sea el motivo para temer, siempre será mayor el motivo para confiar. Confiar en Dios no es esperar su intervención desde fuera para que rectifique la creación. Confiar es descubrir que la creación es como tiene que ser y lo que falla es mi percepción.

El miedo es utilizado por todo aquel que pretende someter a otro. No solo es explotado por empresas que se dedican a vendernos toda clase de seguros, si no también por las religiones, que explotan a sus seguidores ofreciéndoles seguridades absolutas, después de haberles infundido un miedo irracional. Creo que todas las religiones han intentado manipular la divinidad para ponerla al servicio de intereses egoístas. El miedo es el instrumento más eficaz para dominar a los demás. Todas las autoridades, civiles y religiosas, lo han utilizado siempre para conseguir el sometimiento de sus súbditos.

En nuestra religión, el miedo ha tenido y sigue teniendo una influencia nefasta. La misma jerarquía ha caído en la trampa de potenciar ese miedo. La causa de que los dirigentes no se atrevan a actualizar doctrinas, ritos y normas morales, es el miedo a perder el control absoluto. La institución se ha dedicado a vender, muy baratas por cierto, seguridades externas de todo tipo, y ahora su misma existencia depende de los que sus adeptos sigan confiando en esas seguridades engañosas que les han vendido. Han atribuido a Dios la misma estrategia que utilizamos los hombres para domesticar a los animales: zanahoria o azúcar y si no funciona, palo, fuego eterno.

Las religiones siguen necesitando un Dios que sea todopoderoso, y que ese poder omnímodo lo ponga al servicio de sus intereses. Pero Dios es nadapoderoso, porque todo su poder ya lo ha desplega­do, mejor dicho, lo está desplegando constantemente, por lo tanto, no puede en un momento determinado actuar con un poder puntual. Por eso mismo, tenemos que confiar totalmente en él, porque nada puede cambiar de su amor y compromiso con los hombres. La causa de Dios es la causa del hombre. No nos engañemos; ponerse de parte de Jesús es ponerse de parte del hombre. Dios no está desde fuera manejando a capricho su creación. Está implicado en ella inextricablemente. Su voluntad es inmutable. No es algo añadido a la creación, sino la misma creación.

Si de verdad me creo que, vistas desde Dios, las criaturas no se distinguen del creador, entonces surgirá en mí un sentimiento de total seguridad, de total confianza en mí, en lo que soy y en lo que yo significo para Dios. Y descubriré lo que Dios significa para mí. Esta experiencia no tiene nada que ver con lo que yo individualmente sea. La confianza no es un regalo para los buenos, sino una necesidad de los que no lo somos. Cuando confiamos porque nos creemos buenos, entramos en una dinámica peligrosísima, porque no confiamos en Dios, sino en nosotros mismos y en nuestras obras. Jesús nos invita a no tener miedo de nada ni de nadie. Ni de las cosas, ni de Dios, ni siquiera de ti mismo. El miedo a no ser suficientemente bueno es la tortura de los más religiosos.

Todos los miedos se resumen en el miedo a la muerte. Si fuésemos capaces de perder el miedo a morir, seríamos capaces de vivir en plenitud. Todo lo que tememos perder con la muerte es lo que teníamos que aprender a abandonar durante la vida. La muerte solo nos arrebata lo que hay en nosotros de contingente, de individual, de terreno, de caduco, de egoísmo. Temer la muerte es temer perder todo eso. Es un contrasentido intentar alcanzar la plenitud y seguir temiendo la muerte. En el evangelio está hoy muy claro. Aunque te quiten la vida, lo que te arrebatan es lo que no es esencial para ti.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Imágenes y realidades.

Domingo, 25 de junio de 2023
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imagesMt 10, 26-33

«En cuanto a vosotros… no temáis»

El texto participa de una vieja mentalidad de Israel, según la cual, las calamidades de la vida son malas (y Dios se las evita a los justos), y los sucesos afortunados son buenos (y Dios se los envía como premio a su justicia). Hoy estamos muy orgullosos de haber superado esta mentalidad, pero seguimos quedándonos a mitad de camino, porque seguimos considerando “bien” lo que nos produce satisfacción o contento, y “mal”, lo que nos provoca dolor o amargura.

La interpretación del bien y del mal que se desprende el evangelio es otra distinta. En el evangelio se identifica el bien con lo que nos ayuda a caminar hacia nuestro destino, y el mal con lo que nos mueve a vivir instalados en este mundo olvidando que esta vida es provisional. Y es que todo el Evangelio está pensado desde la trascendencia; desde la premisa de que la vida va más allá de lo que se ve; de que hay más, y más importante; y que, aquello que se ve, es solamente camino y siembra… para lo que no se ve…

Y éste es un mensaje que puede hacernos reflexionar. Reflexionar para ver hasta qué punto hemos asumido los criterios del mundo y perdido el sentido de transcendencia; hasta qué punto hemos olvidado que el acierto o desacierto de nuestras acciones no pueden estar referidos sólo a esta vida, sino a la vida entera; la de antes y la de después de la muerte; o hasta qué punto desdeñamos las referencias que hace el evangelio a la vida más allá de la muerte porque nos parecen trasnochadas y fuera de lugar en nuestro tiempo.

¿Pero cuál es nuestro destino?… No lo sabemos porque no nos lo han dicho. La imagen del “más allá”, con premios maravillosos para los justos y castigos horribles para los impíos, no se desprende de los textos evangélicos y está perdiendo vigor. Pero si algo abunda en este mundo son imágenes del más allá (todas respetables y todas gratuitas) y, superada la primera, hemos tratado de llenar el vacío echando mano de otras que hunden sus raíces en metafísicas orientales o aristotélicas.

Y esto puede ser positivo si nos ayuda a caminar hacia ese destino, pero tiene un riesgo: confundir lo que es una mera “imagen” fruto de nuestra “imaginación”, con la realidad, y empeñarnos en persuadir a los demás de que nuestra versión de lo que somos y de lo que ocurre tras la muerte es la verdadera y la suya es falsa. Decía Kant que «cualquier proposición metafísica tiene las mismas probabilidades de ser cierta que su contraria», y esto es algo que es bueno no olvidar.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fe Adulta

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Exponernos a la vida.

Domingo, 25 de junio de 2023
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12-to-aMt 10, 26-33

Mt 10, 26-33

Una y otra vez ibas por ahí intentando que entendieran, los primeros tus discípulos, que habían de ahuyentar el miedo de sus vidas. ¿Cuántas veces aparece la palabra miedo en los evangelios? Te preocupaba y te debe seguir preocupando.

Que nadie, por muy importante que parezca o mucho poder que tenga, nos inyecte el miedo en vena. Miremos de frente sin dejarnos intimidar, “porque nada hay encubierto que no llegue a descubriese, ni nada hay escondido que no llegue a saberse”. Pero hemos de tener claro a Quién escuchamos y de Quién nos fiamos.

“Lo que os digo en la oscuridad…” Esa oscuridad de la que nos hablas no es vacío denso y tenebroso de perdida de sentido, de límites comprimidos y asfixiantes. La oscuridad a la que te refieres es estancia sosegada, espacio para la escucha atenta. ¿Cómo si no vas a enviarnos a proclamar el mensaje “a la luz del día”? Y cuando el oído escuche el susurro de tu palabra, un grito será “propagado desde la azotea” sin que nadie pueda enmudecerlo.

Adviertes del peligro, “temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la ‘gehenna’, así se dice ahora, antes nos decían ‘infierno’, ese sórdido lugar de castigo eterno. Se diga como se diga, lo que está claro es que empieza aquí y ahora. Sólo hay que abrir los ojos y ver los efectos del Mal en el mundo.

¡Menos mal que seguiste hablando y seguramente con mirada compasiva y sonriente a los que te escuchaban!: “¿No se venden un par de gorriones por un céntimo?  Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados”. Nos dices que nuestro Padre está profundamente atento, pendiente de nuestra vida, con los errores, los desvíos, las incongruencias, la estupidez, los arrepentimientos, las alegrías, los abrazos, los buenos propósitos y las ilusiones.

Como broche de oro, a la tercera: “No tengáis miedo: valéis más vosotros que muchos gorriones”. ¿Será por eso que nos envías a dar testimonio de Ti de forma tan seria?

Decía Sergio Delmar *, misionero del Espíritu Santo: “A lo mejor lo que realmente necesitamos en esta vida es exponernos a la vida sin miedo” (…) “que tengáis el valor, la disposición y la transparencia de espíritu para que os pongáis al sol y a la vida, sin paranoias y sin miedo”. Amén.

Mari Paz López Santos

FEADULTA, Domingo 25 junio 2023

(*) Del libro EL SONIDO DE LA LUZ, Sergio Delmar Junco, págs. 198 y 199

Fuente Fe Adulta

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Ni libres ni marionetas.

Domingo, 25 de junio de 2023
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2AE750E6-06B1-4026-AFA8-3D64B26ACBFCDomingo XII del Tiempo Ordinario

25 junio 2023

Mt 10, 26-33

Al releer las rotundas palabras de Jesús –“ni un solo [gorrión] cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre”-, me ha venido a la memoria Ramana Maharshi y sus no menos contundentes expresiones: “El hombre cree ser el que hace, pero esto es un error. Es el poder supremo el que hace todo, y el ser humano es tan solo una herramienta. Si acepta esa posición, está libre de problemas”.

Ambos sabios, desde tradiciones bien diferentes, hacen una afirmación tan contraintuitiva que despierta habitualmente resistencias e incluso rechazo: ¿Acaso no tenemos todos una percepción inmediata y autoevidente de ser libres y, aun con límites, llevar el control de nuestra existencia?

Lo que sucede es que la percepción subjetiva de algo no avala que sea real. Por eso es bueno no asumirla de manera acrítica, sino avanzar en un trabajo de indagación que nos abra a la verdad.

Tal indagación pasa por preguntarse qué es lo realmente real. Es claro que solo puede serlo aquello que permanece estable en medio de todo lo que cambia. Eso que permanece -que no muta- es el único sujeto real; todo lo demás son objetos, formas que cambian constantemente. Llamamos “objeto” a aquello que puede ser observado y “sujeto” a aquello que observa y es consciente.

Pues bien, todo lo que podemos observar en nosotros es un objeto: nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestro psiquismo, nuestro yo (o persona). Por tanto, nada de eso es realmente real. Y el único sujeto es Eso que es consciente, “Eso que no tiene nombre” -como diría José Saramago- y al que, sin embargo, apuntan tantos nombres, como el de “Padre” -en el caso de Jesús- o “Poder supremo” -en palabras de Ramana-, Vida, Totalidad, Consciencia…

En el plano de las formas, funcionamos como si fuéramos libres, creyendo que todo depende de nuestras decisiones. Y así es como puede desplegarse nuestro mundo. Pero visto desde el plano profundo, todo es una representación que brota de ese Fondo -lo único realmente real-, del que depende en todo momento. Por lo que puede decirse que, hablando con rigor, no existe el libre albedrío, pero que, sin embargo, nuestra identidad profunda es libertad. O dicho de otro modo: la libertad no es una cualidad del (ilusorio) yo, sino una realidad transpersonal que es una con todo lo que es. Por ese motivo, como ha escrito con acierto José Díez Faixat, «la presunta libertad del yo individual es, paradójicamente, su esclavitud, ya que es precisamente la creencia de ser una entidad personal lo que impide reconocer al Sí mismo real, eternamente libre. Nadie que crea ser alguien puede descubrir esa libertad originaria».

La analogía del sueño resulta iluminadora. Mientras estamos dormidos, asumimos el contenido de los sueños como absolutamente reales. Sin embargo, al despertar, todo aquello se desvanece. El único sujeto realmente real es la mente de la persona que elabora todos los contenidos del sueño. Los personajes del sueño creen que hacen y llevan el control, pero todo es obra de la mente. De la misma manera, creemos ser libres, pero todo es obra del “poder supremo”. Ahora bien, esa realidad, cualquiera que sea el nombre que se le dé, no es algo separado -tal como las religiones teístas han imaginado y hablado de “Dios”-, sino que constituye el Fondo último y único de todo lo real, nosotros incluidos. Ese Fondo es nuestro fondo, como diría el Maestro Eckhart, en el siglo XIII, el Fondo que no muta y que se halla siempre a salvo. Por eso, tenía toda la razón Jesús cuando invitaba a no tener miedo y a vivir en confianza.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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No tengáis miedo. El fundamento de la religión es el miedo. El cristianismo llena la vida de paz

Domingo, 25 de junio de 2023
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claveDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

 01.- El miedo.

Cuatro veces aparece hoy en el evangelio la situación de miedo, “no tengáis miedo”. Es una llamada frecuente de Jesús: “no perdáis la calma, no temáis”…

El diccionario de la Real Academia dice que el miedo es la perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario.

El miedo es un sentimiento negativo -¿una emoción?- ante un peligro real o supuesto, presente o futuro.

También podemos pensar que el miedo es un mecanismo de defensa, un instinto de auto-conservación por el que tendemos a auto-protegernos de la enfermedad, de una agresión, de diversos peligros…

El miedo nos puede embargar ante la decrepitud de las fuerzas, de las capacidades. Por otra parte, ¿Quién está libre de un infarto, de un ictus, de un cáncer, de un Alzheimer? Miedo finalmente de la muerte.

La angustia es una variante más difusa e inconcreta del miedo, que genera una gran ansiedad en la vida.

Cuando sentimos miedo nos replegamos, a veces buscamos salida, a veces huimos.

El miedo nos bloquea, nos deja paralizados. Nos quedamos en nuestros “cuarteles de invierno por la que pueda venir”.

Creo yo que todos hemos sentido miedo o angustia –o las dos- ante un problema, una situación, ante una enfermedad, ante la muerte.

En estas cuestiones tienen mucho que decir la psicología, tal vez la medicina, pero también –y sobre todo- tienen mucho que decir y hacer la bondad, la cercanía, la familiaridad, la empatía y la confianza.

El miedo y la angustia son problemas que encuentran un buen tratamiento en la confianza, la amistad, la fe.

02.- El miedo en el Nuevo Testamento.

    El miedo aparece con frecuencia en el NT.

  • El lago, el mar es sitio de peligro y la barca (la Iglesia naciente) atravesó como pudo diversas tormentas en las que los creyentes sintieron miedo y angustia. Pedro sintió miedo en el mar y se hundía. (Mt 14,26ss). ¿Y quién no siente miedo en las travesías de la vida?
  • Cuando la misericordia y el amor de Dios se están haciendo presentes en la Iglesia con el papa Francisco, sentimos un cierto alivio.

03.- Algunas personas e instituciones infunden miedo.

Los padres del ciego del Templo no se atrevían a hablar por miedo a los judíos del Templo (Jn 19,38). Las instituciones eclesiásticas y algunos de sus representantes con sus modos de actuar han infundido e infunden miedo y desesperanza.

Sin embargo, cuando Cristo está presente en la vida de la comunidad y de los creyentes, se hace la calma (Mt 8,26).

Jesús infunde calma y serenidad.

También hemos vivido miedos más profundos y traidores: miedos y angustias de tipo moral-religioso. ¡Cuánto daño y angustia ha infundido la culpabilidad moral que nos han transmitido!

Todavía en una parroquia cercana a nosotros en el rezo de cada misterio del rosario se pide para que el Señor nos libre “de las penas del fuego del infierno”.

El fundamento de la religión es el miedo”. La religión infunde miedo, el cristianismo llena la vida de paz.

04.- Jesús llena la vida de paz: no tengáis miedo. Vivid en paz.

    Jesús seguro que sintió miedo en su vida. Era hombre y en muchos momentos “le venían mal dadas”: de hecho lo buscaron para despeñarlo por un barranco. Jesús fue audaz y valiente, pero sSeguro que Jesús sintió miedo ante los fariseos (la ley del pueblo), ante Herodes, ante los sacerdotes del Templo (la banca), Jesús sintió miedo ante la cruz: la víspera de su muerte sudó sangre en el huerto de los Olivos y en la cruz se sintió abandonado. Muchas realidades le tuvieron que infundir miedo en su vida.

    Sin embargo, Jesús fue un hombre de calma y de paz. No perdáis la calma, confiad (Jn 14,1-12). La paz os dejo, mi paz os doy. No se turbe vuestro corazón, no tengáis miedo. (Jn 10,27). no temas, pequeño rebaño (Lc 12).

Para un creyente vivir sin miedo es confiar en Dios, vivir en la paz de Dios: descansar toda nuestra existencia en manos de Dios. Hay una expresión popular que recoge bien este sentimiento: “que sea lo que Dios quiera”.

    Una enfermedad incierta, puede ser fuente de gran preocupación y miedo. Un superior, un jefe, un político o un obispo despótico pueden hacer –hacen- daño, pero mi vida no descasa en ellos, solamente en Dios descansa mi vida  (salmo 61) y ahí encuentro la paz.

    El salmo 117 es muy enérgico a este respecto:

Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres, mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los jefes.

    Estas cosas son más para pensarlas y vivirlas en nuestro interior, que para decirlas.

    ¿No habéis sentido una gran paz en vuestro interior, en vuestra conciencia más íntima cuando ponemos en manos del Señor nuestros miedos, angustias, nuestro pecado, nuestras miserias?

Nos pase lo que nos pase que no nos pase sin el Señor.

La fortaleza del creyente es la confianza en Dios.

    El Señor nos dejó su paz, la paz os dejo, mi paz os doy. No temamos, comuniquemos paz.

No temas, pequeño rebaño. Dios Padre nos lleva al Reino

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“Dispuestos a sufrir”. 13 Tiempo ordinario – A (Mateo 10,37-42)

Domingo, 28 de junio de 2020
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19780705_1319786741470503_7012246053480105992_oJesús no quería ver sufrir a nadie. El sufrimiento es malo. Jesús nunca lo buscó ni para sí mismo ni para los demás. Al contrario, toda su vida consistió en luchar contra el sufrimiento y el mal, que tanto daño hacen a las personas.

Las fuentes lo presentan siempre combatiendo el sufrimiento que se esconde en la enfermedad, las injusticias, la soledad, la desesperanza o la culpabilidad. Así fue Jesús: un hombre dedicado a eliminar el sufrimiento, suprimiendo injusticias y contagiando fuerza para vivir.

Pero buscar el bien y la felicidad para todos trae muchos problemas. Jesús lo sabía por experiencia. No se puede estar con los que sufren y buscar el bien de los últimos sin provocar el rechazo y la hostilidad de aquellos a los que no interesa cambio alguno. Es imposible estar con los crucificados y no verse un día «crucificado».

Jesús no lo ocultó nunca a sus seguidores. Empleó en varias ocasiones una metáfora inquietante que Mateo ha resumido así: «El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí». No podía haber elegido un lenguaje más gráfico. Todos conocían la imagen terrible del condenado que, desnudo e indefenso, era obligado a llevar sobre sus espaldas el madero horizontal de la cruz hasta el lugar de la ejecución, donde esperaba el madero vertical fijado en tierra.

«Llevar la cruz» era parte del ritual de la crucifixión. Su objetivo era que el condenado apareciera ante la sociedad como culpable, un hombre indigno de seguir viviendo entre los suyos. Todos descansarían viéndolo muerto.

Los discípulos trataban de entenderle. Jesús les venía a decir más o menos lo siguiente: «Si me seguís, tenéis que estar dispuestos a ser rechazados. Os pasará lo mismo que a mí. A los ojos de muchos pareceréis culpables. Os condenarán. Buscarán que no molestéis. Tendréis que llevar vuestra cruz. Entonces os pareceréis más a mí. Seréis dignos seguidores míos. Compartiréis la suerte de los crucificados. Con ellos entraréis un día en el reino de Dios».

Llevar la cruz no es buscar «cruces», sino aceptar la «crucifixión» que nos llegará si seguimos los pasos de Jesús. Así de claro.

José Antonio Pagola

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“El que no coge su cruz no es digno de mí. El que os recibe a vosotros me recibe a mí.”. Domingo 28 de junio de 2020 13º Ordinario

Domingo, 28 de junio de 2020
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36-ordinarioa13Leído en Koinonia:

2Reyes 4, 8-11. 14-16a: Ese hombre de Dios es un santo, se quedará aquí.
Salmo responsorial: 88: Cantaré eternamente las misericordias del Señor.
Romanos 6,3-4.8-11: Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que andemos en una vida nueva.
Mateo 10,37-42: El que no coge su cruz no es digno de mí. El que os recibe a vosotros me recibe a mí.

Las exigencias de la cruz cambian para cada generación de creyentes. En la época de Jesús existía la amenaza inminente de la muerte ignominiosa, bien fuera por la cruz, la espada o la lapidación. Los cristianos eran vistos como una amenaza para el imperio y, con frecuencia, se les acusaba falsamente de sedición. Con el tiempo, la pena capital fue cambiando de modalidad y sus cuerpos fueron quemados en locales públicos, o arrojados a leones, osos, tigres, toros y toda clase de fieras. Todas estos intentos de bloquear, anular o eliminar la novedad del evangelio fueron vanos porque la fuerza del cristianismo radica en la cruz de Cristo.

Los cristianos de los primeros siglos no anunciaban religiones de salvación, ni sanaciones individuales ni ritos de purificación. Aunque ellos anunciaran la universalización de la obra salvadora, curaran enfermos y tuvieran el símbolo del bautismo como rito de iniciación, lo que los hacía diferentes era su radical denuncia de la injusticia. Anunciar a un Mesías crucificado era, y es, ir en contra de todos los parámetros sociales, de las buenas costumbre e, incluso, de los preceptos de la religión. Ellos anunciaban como redentor a uno que el sistema lo había proscrito, condenado y sentenciado al escarnio público. El anuncio de un Mesías Crucificado era, en realidad, una denuncia vehemente de un sistema de creencias, valores e instituciones que habían hecho de la violencia, la mentira y la opresión los valores indiscutibles de la organización social. ¿Cómo iban a ver con buenos ojos las autoridades de Jerusalén, los gendarmes del imperio y el pueblo alienado que un individuo apoyado por un pequeño grupo de hombres y mujeres cuestionara directamente sus valores y anunciara que otra sociedad era posible? Imposible para la gente, pero no para Dios.

Las comunidades cristianas desde el inicio tuvieron conciencia de la magnitud de la tarea a la que se enfrentaban. La experiencia del resucitado les llevó rápidamente a descubrir que debían superar los límites de las comunidades palestinas y lanzarse a la misión universal; debían dar prioridad a la construcción de las comunidades y dejar a un lado la tentación de construirse edificios; debían enfocarse sobre los grupos excluidos y marginados y dejar de lado los centros de poder; debían asimismo retomar las opciones fundamentales de Jesús y hacerlas vida en todos los rincones del imperio. Por eso, las exigencias para seguir a Jesús se fueron formulando con una claridad y precisión asombrosas en cada comunidad. Los contenidos fundamentales se fueron adecuando a cada contexto histórico y cultural pero sin atenuar las características esenciales del mensaje.

Por tanto, no debe sorprendernos que Mateo nos diga con tanta ‘dureza’ las exigencias del seguimiento de Jesús. El evangelista retoma las tradiciones del evangelio y las actualiza de acuerdo con el lenguaje y necesidades de su comunidad. Sus palabras hieren, como el antiséptico sobre la eterna llaga, pero tienen una virtud medicinal: nos liberan de nuestros propios prejuicios y apegos.

Cuando Mateo nos dice que quien ama más a sus parientes que a Jesús no es digno de él, nos revela un problema de su comunidad. El pueblo judeocristiano, tiene una estima desmesurada por los de su propia sangre. Un afecto que fácilmente se convierte en apego paralizante. El texto usa en griego la palabra filia para denominar este afecto. Pero el proyecto de Jesús pide más: pide un amor enfocado hacia el prójimo, un amor que supere los lazos de sangre, el parentesco y la raza. Un amor como el que Dios nos tiene y que en griego se llama ágape. El cristiano que no sea capaz de trascender los estrechos limites de la familia, de la raza o de la nación, no está habilitado para experimentar y dar el amor solidario que propone el evangelio. Y por esa misma razón, el amor a Jesús no se reduce a la pura dimensión íntima, individual y privada. Amar a Jesús es amar lo que él amó, su proyecto, su ideal, su Utopía, el «Reinado de Dios», como él acostumbró a llamarla, con las palabras tradicionales de los profetas. Amar a Jesús es amar a las personas que él amó: pobres, marginados, excluidos, enfermos, abatidos, endemoniados, extranjeros. El amor de Jesús era tan grande que llegó a amar incluso a aquellos que se declararon sus enemigos. Un amor que hoy nos puede parecer desorbitado, desnaturalizado, extremo, pero que para nuestra dicha y quebranto es el amor con el que Dios nos ama. Un amor sin el cual no podemos llamarnos discípulos de Jesús.

Pablo simboliza muy bien la radicalidad del amor cristiano mediante la comparación entre la muerte y la inmersión bautismal. Ser cristiano es morir a todos los apegos irracionales hacia la propia familia, raza o nación, incluso es morir hacia un apego desordenado hacia sí mismo. La novedad cristiana se manifiesta en esa transformación sustancial de las relaciones humanas, en la resurrección a una vida nueva llena de afectos, proyectos y estilos de vida completamente volcados hacia la humanidad sufriente y marginada. Con Cristo morimos a una humanidad caduca y sin esperanza para resucitar en una nueva humanidad libre y generosa en la que el límite es el cielo, donde no hay límite. Leer más…

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28 junio 2020. Dom 13 tiempo ordinario. Quien quiera a su padre o su madre más que a mí no es digno de mi

Domingo, 28 de junio de 2020
Comentarios desactivados en 28 junio 2020. Dom 13 tiempo ordinario. Quien quiera a su padre o su madre más que a mí no es digno de mi

jehyun-sung-486247-unsplash_opt-1Del blog de Xabier Pikaza:

Así dice Jesús,como representante de aquellos a quienes él quiso y con quienes él se identifica (marginados, hambrientos, expulsados, niños sin familia…). De esa forma eleva su alternativa de “reino de Dios” frente a un tipo de estructuras de familia al servicio de intereses de clan o de grupo, en contra de los excluidos y pobres.

 Jesús no habla así contra los padres necesitados de cuidado y cariño, a quienes el 4º mandamientopide que se honre  (con Mc 7), sino contra un tipo de padres-patriarcas, que quieren perpetuar su sistema de poder excluyendo o marginando a pobres e impuros, enfermos y extranjeros, que forman su pueblo y familia mesiánica

Jesús habla como iniciador y signo de la familia de Dios, que es la humanidad fraterna, donde los más  importantes sona los que no tienen familia (padre, hijos, hermanos…), los expulsados sociales, excluidos, huérfanos y extranjeros, esclavos, descartados, encarcelados, víctimas de tratas de diverso tipo…

Ésta es la palabra clave del evangelio de este domingo 13 del tiempo ordinario (28, junio 2020), uno de los más escandalosos y necesarios, en un tiempo como el nuestro donde hay un sistema de “padres” políticos e ideológicos, económicos y sociales que olvidan y oprimen (excluyen) a los pobres.

Evangelio del domingo. Comienzo

“El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí.  y el que no tome su cruz y me sigue no es digno de mí.El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará… (Mt 10, 37ss).

Tema central

Este es un tema “escandaloso”, difícil de resolver, un tema de “buenas familias”, que se protegen a sí misma, buscando su riqueza y seguridad, pase lo que pase con los otros (las familias de los sin familia, esclavos, pobres de diverso tipo)

Es un tema de política: Muchos estados y partidos políticos (especialmente los que se llaman de derechas, defensores del orden y de las llamadas “tradiciones cristianas”) buscan el bien de sus propios grupos (de sus padres‒madres‒ de sus hijos‒hijas, de sus hermanos‒hermanas), como si el mundo fuera de ellos, los demás a su servicio… El Estado Español es un buen ejemplo de esto. Grupos que se llaman de “tradición cristiana” no quieren ni hablar de esa palabra del Evangelio.

‒ Éste es un tema radical de Jesús y de su proyecto de Reino: Él ha empezado optando por los que no tienen familia, los impuros, enfermos, expulsados. Lógicamente,  le acusan de desentenderse de los suyos (de su madre y sus hermanos, de los buenos judíos, cf. Mc 3, 20‒35)…, pero él se defiende diciendo que antes que sus hermanos de buena familia están para él los que no tienen familia, excluidos, abandonados…

Éste no es un tema de mística interior (que también lo es), sino de mística social. ¿Quién está dispuesto a crear una familia como la de Jesús? La misma iglesia tiene que aprender muchísimo de este evangelio

 Bibliografía. He desarrollado este motivo en dos libros: Historia de Jesús (VD, Estella 2015 y La Familia en la Biblia,VD, Estella 2017)

Principio  del tema

 Jesús quiso realizar una trasformación radical de la vida social y familiar, pero no en clave de lucha (matando a los enemigos), sino de comunión, a partir de los itinerantes pobres, excluidos sociales, enfermos, pobres, descartados que, en general, no tenían familia. Con ellos quiso crear un nuevo tipo de familia/sociedad desde los excluidos y  “pequeños” (itinerantes), a quienes ofreció el encargo de anunciar el Reino de Dios y de iniciar su construcción.

Jesús no quiso unos pequeños retoques,  ni inició un reino puramente espiritual (intimista), sino que puso en marcha un movimiento  totalde construcción del Reino de Dios, es decir, una nueva comunidad, en esta aquella misma tierra de Israel, empezando por los rechazados, sin propiedades, ni fortuna, ni familia patriarcal (por los expulsados de la sociedad).

Su proyecto se distingue así de los sistemas de poder, que construyen sus reinos por la fuerza, y se distingue también de un tipo de instituciones espiritualistas que buscan en el fondo una evasión de tipo pseudo-religioso. Jesús no quiere que “unos” (pobres) tomen las tierras de “otros” (más ricos), arrebatándoles su propiedad, sino superar el mismo sistema de propiedad, promoviendo un movimiento donde los marginados ofrecen salud y curación a sus marginadores.

  1. En una situación opresora, de muerte, de muerte de los pobres. El Imperio de Roma se había formado, de manera descendente, desde los niveles superiores, de manera que el orden social reproducía el modelo de una “buena” familia patronal, donde los altos favorecían a los bajos (y los bajos apoyaban a los altos, como clientes), en línea de poder. En contra de eso, Jesús ha querido que surja una familia que sea simplemente familia (no patriarcalista), donde los más pobres empiezan enriqueciendo (curando) precisamente a los ricos.
  2. Como buen israelita, Jesús no ha querido transformar el poder desde arriba (el Imperio romano, los reinos/gobiernos vasallos de Galilea o Judea…), sino que ha empezado cambiando la estructura familiar, entendida en sentido extenso, como grupo social básico. No ha querido fortalecer un tipo de familia tradicional, fundada en modelos de posesión, que justifican el orden establecido, expulsando del sistema a los menos afortunados (a los que no tienen familia), sino un orden donde quepan todos, precisamente desde los más pobres, invirtiendo los modelos de poder. Estos son los elementos básicos de su propuesta:
  3. Una familia rota.No tuvo que romper directamente la familia tradicional, pues ella se encontraba rota, en muchos casos, como suponía la misma tradición antigua, cuando quería defender a los huérfanos-viudas-extranjeros, es decir, a los expulsados y marginados, a quienes Dios considera su auténtica familia (cf. Ex 22, 20-23; Dt 16, 9-15; 24, 17-22). Jesús opta precisamente por los huérfanos-viudas-extranjeros de su tiempo, es decir, por aquellos que han sido rechazados por la “buena” sociedad de su momento.
  4. De esa forma se opuso a un orden social en el que algunos, en nombre de sus privilegios patriarcales, expulsan y oprimen, utilizan y destruyen a los menos privilegiados. Por eso, ha rechazado (ha declarado rota) una forma de familia dominante, de tipo jerárquico-impositivo, fundada sobre principios de posesión, en la que unos se imponen y excluyen a otros (les expulsan del buen todo). La opción de Jesús a favor del Reino (de los excluidos) le ha llevado a oponerse a un orden familiar jerárquico que se impone y funciona expulsando a los más pobres. Actúa así para que pueda surgir una familia abierta a todos, empezando por los excluidos (cf. Mt 10, 35-37; Lc 12, 53; 14, 26). A su juicio, desde la perspectiva de los pobres, la familia estaba rota, no podía hablarse de familia.
  5. Su cambio de familia exigía un cambio de economía y sociedad. La familia tradicional estaba muy vinculada a un tipo de estructura económica, de forma que los carentes de familia solían ser básicamente los pobres, sin bienes materiales ni amparo social, los enfermos e impuros. Ciertamente, hay una riqueza que puede minar y amenazar a la familia, haciendo que ella se convierta en un espacio de egoísmo posesivo. Sin embargo, en general, lo que destruye a la familia tradicional es la pobreza y falta de recursos, que deja a los hombres sin campo, a las mujeres sin libertad y a los niños sin amparo.
  6. Por eso, los carentes de “casa/familia” eran en general los pobres, los huérfanos, viudas y extranjeros, es decir, los que no podían apoyarse en la estabilidad económica y social que ofrece la tierra. En sentido tradicional, la posesión de una familia y casa (con campos) era signo de bendición, pero esa posesión podía convertirse también en instrumento de pecado, pues la abundancia de unos se construía sobre la carencia de otros. Lógicamente, para buscar una familia de Reino, expresada en formas de gratuidad y universalidad, partiendo de los pobres, Jesús debía superar la familia clasista (patriarcalista) que había desembocado en la ruptura social y en la opresión de los pobres de Galilea.

 Un programa escandaloso:Odiar padre y madre… 

    Así formula Jesús su programa:  Quien ame al padre o madre más que a mí (= quien no supere un tipo de familia clasista, impositora) no es digno de mí.En ese contexto se entiende la exigencia de Jesús: No absolutizar al padre y a la madre (Mt 10, 37‒38). De forma paradójica, escandalosa, otra tradición del evangelio habla de odiar a padre-padre, hermanos-hermanas… (Lc 24, 26 Q; cf. EvTom 55, 1-2; 101, 1-3). “Odiar” significa dejar en un segundo plano a los que parecen más íntimos, para acompañar y ayudar a los más necesitados.

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Exigencias y recompensa. Domingo 13 TO. Ciclo A

Domingo, 28 de junio de 2020
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Cristo_abrazado_a_la_cruz_(El_Greco,_Museo_del_Prado)Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El largo discurso dirigido a los apóstoles (resumido en los domingos 11-13) termina con una serie de frases de Jesús que son, al mismo tiempo, muy severas y muy consoladoras. Las severas se dirigen a los apóstoles; las consoladoras, a quienes los acogen.

¿Quién no es digno de Jesús?

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:

-El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí;

el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí;

y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí.

El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará.

            La sección comienza con tres frases que terminan de la misma manera: “no es digno de mí”. Las dos primeras están muy relacionadas: no es digno de Jesús el que ama a su padre o a su madre más que a él, o el que ama a sus hijos o a su hija más que a él.

Una opción en tiempos de conflicto

            Para comprender estas palabras tan exigentes de Jesús hay que tener en cuenta lo que dice inmediatamente antes (suprimido por la liturgia). El aviso de que pueden perder la vida (tema del domingo pasado) puede provocar en los discípulos el desconcierto. ¿A qué ha venido Jesús? A esto responde que no ha venido a traer paz sino espada. Que su persona y su mensaje crearán problemas incluso entre los miembros de la familia. Llegarán momentos en que los apóstoles, y todos los cristianos, tendrán que optar.

La opción por Dios de los levitas

            En el libro del Éxodo se cuenta que, mientras Moisés estaba en el monte Sinaí recibiendo del Señor las tablas de la Ley, los diez mandamientos, el pueblo, cansado de esperar, decidió fabricar un becerro de oro y adorarlo. Cuando Moisés baja del monte y contempla el espectáculo, rompe las tablas, se planta a la puerta del campamento y grita: «¡A mí los del Señor! Y se le juntaron todos los levitas.» Moisés les ordena: «Ciña cada uno la espada; pasad y repasad el campamento de puerta en puerta, matando, aunque sea al hermano, al compañero, al pariente». Los levitas cumplieron las órdenes de Moisés y este, al final, les dice: «¡Hoy os habéis consagrado al Señor a costa del hijo o del hermano, ganándoos hoy su bendición» (Éxodo 32,25-29).

            El historiador moderno duda que los levitas tuvieran espadas en el desierto y que llevaran a cabo esta matanza. Pero los antiguos no eran tan críticos. Aceptaban las cosas que se contaban, e incluso alaban a los levitas, ya que en un caso de grave conflicto entre los vínculos familiares y la fidelidad a Dios, optaron por lo segundo: «Dijeron a sus padres: ‘No os hago caso’; a sus hermanos: ‘No os reconozco’; a sus hijos: ‘No os conozco’. Cumplieron tus mandatos y guardaron tu alianza» (Deuteronomio 33,9).

            La opción por Jesús de los discípulos

            Se podría decir que Jesús exige a sus discípulos la misma actitud de los levitas. Pero hay dos diferencias importantísimas: 1) Jesús no ordena matar a los padres o a los hermanos en caso de conflicto. 2) Los levitas se comportaron así por fidelidad a los mandatos de Dios y a su alianza; los discípulos deben hacerlo por amor a Jesús. Al exigir este amor superior al de los seres más queridos, Jesús se está poniendo al nivel de Dios, al que hay que amar sobre todas las cosas. Los primeros cristianos, en momentos de persecución, se vieron a veces en la necesidad de optar entre el amor y la fidelidad a Jesús y el amor a la familia. La elección era dura, pero muchos la hicieron, convencidos de que recuperarían a sus padres e hijos en la vida futura. (La misma fe que confiesan la madre y sus siete hijos en el Segundo libro de los Macabeos, capítulo 7).

            La frase siguiente («el que no coge su cruz…») también se entiende mejor a la luz del texto del Deuteronomio. En él se dice que los levitas, por haber mostrado esa fidelidad a Dios, recibieron un gran premio y dignidad: «Enseñarán tus preceptos a Jacob y tu ley a Israel; ofrecerán incienso en tu presencia y holocaustos en tu altar.» Jesús no promete nada de esto a sus discípulos, solo exige.

            Amar a Jesús más que a la familia ya lo hicieron Pedro y Andrés, Santiago y Juan. Lo que ahora exige Jesús es infinitamente más duro: cargar con la cruz. ¿Hay que interpretarlo al pie de la letra o simbólicamente? Simbólicamente, pero con posibles repercusiones prácticas: hay que estar dispuestos a cargar con ella y marchar camino de la muerte. No una muerte cualquiera, sino la más infamante, típica de rebeldes contra Roma y esclavos. Cuando Jesús exige cargar con la cruz está pidiendo algo terrible desde el punto de vista físico, moral y social. Además, la exigencia no carece de macabra ironía cuando la comparamos con los vv.9-10: los que deben predicar el reino sin llevar nada, ahora tienen que seguir a Jesús cargando con la cruz.

            Dos advertencias

            Conviene advertir que el amor a la familia y el amor a Jesús no se excluyen ni se oponen. Son compatibles, con tal de mantener el orden adecuado. Los hijos de Zebedeo abandonan a su padre, pero la madre los acompaña e incluso le pide a Jesús un favor especial para ellos. María, al menos según la versión del cuarto evangelio, está al pie de la cruz. Pablo recuerda que «los demás apóstoles, los hermanos del Señor y Cefas» se hacen acompañar de su esposa cristiana (1 Cor 9,5).

            En cuanto a «cargar con la cruz», conviene recordar al que no estuviera dispuesto a hacerlo que, en cualquier caso, siempre tropezará con la cruz. «Vuélvete arriba, vuélvete abajo, vuélvete afuera, vuélvete adentro, y en todo lugar hallarás la cruz». «Unas veces Dios te dejará, otras veces el prójimo te pondrá a prueba, y, lo que es peor, con frecuencia no sabrás aceptarte a ti mismo, con lo que serás para ti una cara insoportable» (Tomás de Kempis, La imitación de Cristo, libro II, capítulo 12). Es preferible cargar con la cruz y seguir a Jesús que rebelarse inútilmente contra ella.

Acogida y recompensa

            El que os recibe a vosotros me recibe a mí,

y el que me recibe, recibe al que me ha enviado.

El que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta;

y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo.

El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.»

            vaso-de-agua

La última parte se dirige a las personas que acojan a los discípulos. Dos cosas les dice:

1) Recibirlos a ellos equivale a recibir a Jesús y recibir al Padre. Lo que hacen es mucho más de lo que pueden imaginar. No es solo un acto de caridad, sino un inmenso honor, mucho mayor que el de la persona que pudiese acoger en su casa a un artista, un deportista o un personaje mundialmente famoso.

2) Esa acogida tendrá su recompensa, igual que ocurrió en el Antiguo Testamento con quienes acogieron a profetas y justos. La primera lectura cuenta como un matrimonio de Sunám decidió acoger en su casa al profeta Eliseocuando pasaba por el pueblo; le construyeron una habitación en el piso de arriba y le proporcionaron una cama, una silla, una mesa y un candil. Una gran inversión para aquel tiempo. Pero recibieron su recompensa con el nacimiento de un hijo.

            En comparación con Eliseo, los discípulos pueden parecer unos “pobrecillos” sin importancia. A nadie se le ocurrirá darles alojamiento permanente. Pero basta un vaso de agua fresca (algo muy de agradecer cuando no existen bares ni agua corriente en las casas) para que esas personas reciban su recompensa.

Resumen

            Si en la primera parte entreveíamos los grandes conflictos familiares provocados por las persecuciones, en este final intuimos lo que experimentaron muchas veces los misioneros cristianos: la acogida amable y sencilla de personas que no los conocían. De estos últimos versículos, solo uno tiene paralelo en el evangelio de Marcos. El resto es original de Mateo, que ha querido redactar un final consolador, para dejarnos al final de este duro discurso un buen sabor de boca.

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28 de Junio. Domingo XIII de Tiempo Ordinario. Ciclo A

Domingo, 28 de junio de 2020
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D-XIII

“Quien encuentre su vida, la perderá, y quien pierda su vida por mí, la encontrará.”

(Mt 10, 37-42)

El evangelio de este domingo es un evangelio del “mundo al revés”. Jesús, que está hablándoles a sus discípulos, invierte el orden lógico, le da la vuelta a todo.

Perder resulta que significa ganar y encontrar perder. Lo que viene a decirnos que la lógica del Reino es siempre sorprendente. Nada convencional.

Por eso requiere de opciones que se “salen” de toda lógica humana, como puede ser el anteponer el amor a Jesús a cualquier otro vínculo por estrecho que sea. “Quien quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí.”

Y estas palabras, que de buenas a primeras pueden llegar a sonar un poco “rancias”, tienen un profundo sentido. Jesús no nos está diciendo que no amemos a nuestros padres o a nuestros hijos, no.

La propuesta de Jesús es que aprendamos a amar de manera diferente. Nos invita a amarnos, a amar a las demás personas, como él las ama. Como Dios las ama.

No se trata de renunciar al amor de nuestras familias, todo lo contrario. Se trata de amarlas más profundamente. Se trata de amar con un amor inclusivo. Como el de Dios Trinidad.

Un amor que siente como propias las alegrías y también los sufrimientos de las demás personas. Que se sabe poner en el lugar de la otra y desde ahí comprender. Servir y aliviar.

Es este amor el que hace que Dios cuando nos mira a cada una de nosotras vea la viva imagen de su Hijo querido Jesús.

Y solo ese amor será el que nos capacite para descubrir en las demás personas. En todas las demás personas. La imagen y semejanza de Dios.

Así podemos ofrecer un vaso de agua fresca o recibir a alguien como quien recibe la visita del Buen Jesús.

Oración

Gracias, por enseñarnos a amar como TÚ amas.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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Si el amar a Dios se opone a otro amor, uno de los dos es falso.

Domingo, 28 de junio de 2020
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0_hospitalidadeMt 10,37-42

La manera de hablar semita, por contrastes mientras más excluyentes mejor, nos puede jugar una mala pasada si entendemos las frases literalmente. Lo que es bueno para el cuerpo, es bueno también para el espíritu. La lucha maniquea que nos han inculcado no tiene nada que ver con la experiencia de Jesús. El evangelio de hoy propone, en fórmulas concisas, varios temas esenciales para el seguimiento de Jesús. Todos tienen mucho más alcance del que podemos sospechar a primera vista. No podemos tratarlos todos. Vamos a detenernos en el primero y diremos algo sobre otros.

El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí. Sería interminable recordar la cantidad de tonterías que se han dicho sobre al amor a la familia y el amor a Dios. El amor a Dios no puede entrar nunca en conflicto con el amor a las criaturas, mucho menos con el amor a una madre, a un padre o a un hijo. Jesús nunca pudo decir esas palabras con el significado que tienen para nosotros hoy. Como siempre, el error parte de la idea de un Dios separado, Señor y Dueño, que plantea sus propias exigencias frente a otras instancias que requieren las suyas.

Ese Dios es un ídolo, y todos los ídolos llevan al hombre a la esclavitud, no a la libertad de ser él mismo. Hay que tener mucho cuidado al hablar del amor a Dios o a Cristo. En el evangelio de Juan está muy claro: “Un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros como yo os he amado”. Creer que puedo amar directamente a Dios es una quimera. Solo puedo amar a Dios, amando a los demás, amándome a mí mismo como Dios manda. Jesús no pudo decir: tienes que amarme a mí más que a tu Hijo. Recordad: porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve ser y me disteis de beber…

El evangelio nos habla siempre del amor al “próximo”. Lo cual quiere decir que el amor en abstracto es otra quimera. No existe más amor que el que llega a un ser concreto. Ahora bien, lo más próximo a cada ser humano son los miembros de su propia familia. La advertencia del evangelio está encaminada a hacernos ver que, desplegar a tope esos impulsos instintivos no garantiza el más mínimo grado de calidad humana. Pero sería un error aún mayor el creer que pueden estar en contra de mi humanidad. Aquí está la clave para descubrir por qué se ha tergiversado el evangelio, haciéndole decir lo que no dice.

El evangelio no quiere decir que el amor a los hijos o a los padres sea malo y que debemos olvidarlo para amar a Jesús o a Dios. Pero nos advierte de que ese amor puede ser un egoísmo camuflado que busca la seguridad material del ego, sin tener en cuenta a los demás. El “amor” familiar se convierte entonces en un obstáculo para un crecimiento verdaderamente humano. Ese “amor” no es verdadero amor, sino egoísmo amplificado. No es bueno para el que ama con ese amor, pero tampoco es bueno para el que es amado de esa manera. El amor surge cuando el instinto es elevado a categoría humana.

Lo instintivo no va contra la persona, más que cuando el hombre utiliza su mente para potenciar su ser biológico a costa de lo humano. El hombre puede poner como objetivo de su existencia el despliegue exclusivo de su animalidad, cercenando así sus posibilidades humanas. Esto es degradarse en su ser especifico humano. Cuando estamos en esa dinámica y, además, queremos meter a los demás en ella, estamos “amando” mal, y ese “amor” se convierte en veneno. Esto es lo que quiere evitar el evangelio. Nada que no sea humano puede ser evangélico. No amar a los hijos o a los padres no sería humano.

Un verdadero amor nunca puede oponerse a otro amor auténtico. Cuando un marido se encuentra atrapado entre el amor a su madre y el amor a su esposa, algo no está funcionando bien. Habrá que analizar bien la situación, porque uno de esos amores (o los dos) está viciado. Si el “amor a Dios” está en contradicción con el amor al padre o a la madre, o no tiene idea de los que es amar a Dios o no tiene idea de lo que es amar al hombre. Sería la hora de ir a psiquiatra. ¡A cuántos hemos metido por el camino de la esquizofrenia, haciéndoles creer que, lo que Dios les pedía era que odiara a sus padres!

El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que la pierda por mí, la encontrará. Hemos dicho muchas veces que en griego hay tres palabras que nosotros traducimos por vida, “Zoe”, “bios” y “psiques”. El texto no dice zoe ni bios, sino psiques. No se trata, pues, de la vida biológica, sino de la vida psicológica, es decir, del hombre capaz de relaciones interpersonales. En ningún caso se trataría de dejarse matar, sino de poner tu humanidad al servicio de los demás. Esto no sería “perder”, sino “ganar” humanidad. Quien pretenda reservar para sí mismo su persona (ego) está malogrando su propia existencia, porque pasará por ella sin desplegar su verdadera humanidad.

El que dé a beber un vaso de agua fresca… El ofrecer “Un vaso de agua fresca” a un desconocido que tiene sed, puede ser la manifestación de una profunda humanidad. El dar, sin esperar nada a cambio, es el fundamento de una relación verdaderamente humana. En nuestra sociedad de consumo nos estamos alejando cada vez más de esta postura. No hay absolutamente nada que no tenga un precio, todo se compra y se vende. Nuestra sociedad está montada de tal manera sobre el “toma y da acá”, que dejaría de funcionar si de repente la sacáramos de esa dinámica y nos decidiésemos a vivir el evangelio.

La misma institución religiosa está montada como un gran negocio económico, en contra de lo que decía uno de estos domingos el evangelio: “Gratis habéis recibido, dad gratis”. Hoy todos estamos de acuerdo con Lutero, en su protesta contra toda compraventa de bienes espirituales (bulas, indulgencias, etc.). Pero seguimos cobrando un precio por decir una misa de difuntos. Es verdad que debemos insistir en la colaboración de todos para la buena marcha de la comunidad, pero no podemos convertir las celebraciones litúrgicas en instrumentos de recaudación de impuestos.

El objetivo primero de todo ser vivo es mantenerse en el ser. Tres mil ochocientos millones de años de evolución han sido posibles gracias a esta norma absoluta. Pero la misma evolución ha permitido al ser humano ir más allá de los instintos biológicos y alcanzar conscientemente una meta más alta que no está en contradicción con la biología. Todo lo que le acerca a ese objetivo último le puede causar más satisfacción y felicidad que satisfacer sus instintos. La raíz última de todo acto bueno está en la misma biología, no es contrario a ella. Nada más falso que una lucha entre lo biológico y lo espiritual.

Resumiendo mucho. La trampa en la que caemos y que quiere evitarnos el evangelio, es quedarnos en el placer inmediato que nos proporciona satisfacer las necesidades de nuestra biología y perder de vista el bien total del ser humano más allá de lo biológico y lo instintivo. Ahí está la causa de tanto desajuste en la conducta humana. Debemos tomar conciencia de que lo que es malo para nuestro verdadero ser, no puede ser bueno bajo ningún aspecto del ser humano. Todo egoísmo personal o amplificado, que solo busca el bien material del individuo o la familia, nos lleva a la deshumanización.

Meditación

El amor puramente teórico no tiene consistencia.
Un vaso de agua puede ser la manifestación más auténtica de amor.
No tiene importancia ninguna lo que hagas.
Lo que vale de veras es la actitud de entrega en lo que hagas.
El amor es anterior a cualquier manifestación del mismo.
Pero si no se manifiesta no es amor.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Ganar la vida.

Domingo, 28 de junio de 2020
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cereal-1866559__480-e1548829502619A veces cuando se pierde, se gana (Película Más allá de los sueños)

28 junio DOMINGO XIII DEL TO

Mt. 10, 37-42

Quien se aferre a la vida la perderá, quien la pierda por mí la ganará (v 39)

“Pues Él da a todos la vida, el aliento y todas las cosas” (Hch. 17, 25, Pablo en el Areópago)

“Los que obraron bien resucitarán para la vivir” (Jn. 5, 29)

“Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida” (Ap. 2, 10)

La vida, ni se gana ni se pierde, simplemente se tiene, y esta vida, que tenemos y nos mantiene vivos, es el mayor tesoro, y cuando la perdemos, nos quedamos a la sombra.

“Y un día te das cuenta de que vivías dormido, pasabas a ciegas y sentías a medias. Si un accidente ha parado en seco tu vida, sigue soñando, pasea observando y ama apostando. Si un accidente ha parado por un momento tu vida, sabes de lo que estamos hablando”. (La vida es un regalo, María de Villota, piloto de Fórmula I y campeona).

Yo trato de potenciar mi vida sembrando semillas de nacer y crecer en cada surco que mi arado abre.

Mas lo que profundamente deseo es que, sembrada en abril, nazca en mayo y pueda recogerse en agosto, dando el ciento por uno, como contó Jesús en la Parábola del sembrador:

“Un agricultor salió a sembrar y a medida que esparcía las semillas por el campo, algunas cayeron sobre el camino, donde las pisotearon y los pájaros se las comieron. Otras cayeron entre las rocas, comenzaron a crecer, pero la planta pronto se marchitó y murió por falta de humedad; otras semillas cayeron entre espinos, los cuales crecieron junto con ellas y ahogaron los brotes.  Pero otras semillas cayeron en tierra fértil, crecieron, ¡y produjeron una cosecha que fue cien veces más numerosa de lo que se había sembrado!”

A veces, cuando se pierde, se gana, se dice en la película Más allá de los sueños, dirigida por el norteamericano Vincent Ward.

Cuando sueñas vida y siembras pensamientos mientras sueñas, el grano de esas semillas jamás se pudre y acaba llenando unos graneros que luego, quien los sembró lleva al molino, amasan la harina las dueñas de la casa, meten las hogazas en el horno, y las reparten luego entre los pobres de la vida para que se alimenten.

Y Jesús, que lo vio desde Palestina, se sonrió y les dio las gracias a todos: al sembrador, al molino, al molinero y a las mujeres de la casa que lo metieron en el horno, al horno por cocerlo, y a los pobres que con él se alimentaron.

Con lo que cumplidamente se cumplió la profecía del Apocalipsis: “Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida”, pudiendo certificar que Nietszche se había equivocado cuando dijo que Dios había muerto.

Las describió Jorge Manrique…

COPLAS POR LA MUERTE DE SU PADRE

Este mundo bueno fue
si bien usáramos de él
como debemos,

 porque, según nuestra fe,
es para ganar aquél
que atendemos.

Aun aquel hijo de dios,
para subirnos al cielo
descendió

a nacer acá entre nos,
y a vivir en este suelo
do murió

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Memoria de Pedro.

Domingo, 28 de junio de 2020
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PetersinaiLa noticia del martirio de Pedro nos había dejado consternados. No hacía mucho que Silvano nos había hecho llegar una copia de la carta que Pedro, desde Roma, había dirigido a los cristianos de la provincia de Asia. Les daba ánimos en los momentos de persecución que les estaba tocando vivir: “Amigos míos, no os extrañéis del fuego que ha prendido ahí para poneros a prueba, como si os ocurriera algo extraño. Al contrario, estad alegres en proporción a los sufrimientos que compartís con el Mesías; así también cuando se revele su gloria, desbordaréis de alegría” (1Pe 4, 12).

Releer de nuevo aquellas palabras, sabiendo que quien las había escrito había seguido a nuestro Maestro hasta dar la vida, nos dejaba sobrecogidos y silenciosos. Pedimos a Marcos que nos contara cosas de Pedro: él lo conocía bien porque lo había acompañado en su viaje a Roma y había recibido sus confidencias; éramos conscientes de que muchas de las cosas que él nos contaba acerca de Jesús, las había aprendido de labios del propio Pedro. “Nos recordaba con frecuencia las palabras de Jesús. “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que quiera conservar la vida, la perderá, y el que la pierda por mí, la conservará”. Pedro repetía, una y otra vez, cuánto le había costado entender aquellas palabras que invitaban a sus seguidores a entrar un extraño y peligroso juego: romper con cualquier búsqueda codiciosa y obsesiva de ganar, poseer, conservar y, en lugar de ello, arriesgarnos en un camino inverso de pérdida, derroche y entrega. “Teníamos que estar dispuestos, decía Pedro, a romper con nuestras ideas y a poner en cuestión casi todo lo que nos daba seguridad. Jesús no parecía ignorar el deseo más hondo que se escondía en nuestro corazón: el de vivir, retener y poner a salvo el tesoro de la propia vida. Pero parecía ser también consciente de lo equivocados que pueden ser los caminos de conseguirlo y por eso se atrevía a proponernos el suyo. Era como si nos dijera: “Al que se venga conmigo, voy a llevarle a la ganancia por el extraño camino de la pérdida: ese es el camino mío y no conozco otro. La única condición que pongo al que quiera seguirme, es que esté dispuesto a fiarse de mí y de mi propia manera de salvar su vida, que sea capaz de confiármela, como yo la confío a Aquél de quien la recibo. La suya será siempre una vida sin garantía y sin pruebas, en el asombro siempre renovado de la confianza: por eso no puedo dar más motivos que el de “por mi causa”.

No fuimos capaces de entenderlo hasta después de su muerte y sólo a partir de la resurrección comenzamos a comprender algo de aquel juego de perder/ganar. Cuando llegó la hora, todos huimos y él recorrió el camino solo, abandonado de todos. No fui capaz de estar a su lado y sólo supe llorar amargamente después de haberle traicionado. A través de los rumores que iban y venían por la ciudad supe cómo fue perdiéndolo todo, cómo consintió en silencio a que le arrebataran todo, hasta quedarse como el hombre más despojado y empobrecido de la tierra. Al llegar al montecillo fuera de la muralla ya sólo le quedaba el manto y se lo arrancaron antes de crucificarle. Los que fueron testigos de su muerte nos dijeron que hasta la presencia de Dios en aquel momento parecía una ausencia. Y, sin embargo, Jesús, el más desolado de los desolados y oprimidos de la tierra, respondió a aquel silencio doloroso con una irrompible fidelidad desde el seno mismo del infierno. Murió abandonado pero no desesperado y, arriesgando en su juego hasta el final, se atrevió a poner su vida confiadamente en manos de su Padre.

Lo había perdido todo. Todo, menos su incomprensible amor y el inconmovible arraigo de su confianza en el Padre. Y esa fue su ganancia”.

Cuando Marcos terminó de evocar los recuerdos de Pedro, leyó este otro fragmento de su carta: “Hermanos: si hacéis el bien y además aguantáis el sufrimiento, eso dice mucho ante Dios. De hecho, a eso os llamaron, porque también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos un modelo para que sigáis sus huellas. Andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas” (1Pe 2,20-25).

 

Dolores Aleixandre

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La radicalidad evangélica no es para todos.

Domingo, 28 de junio de 2020
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14437838828006Hay páginas del evangelio que nos desconciertan profundamente y preferiríamos que no estuvieran ahí. Nos parece que las tenemos que “justificar” como si fueran una exageración, una salida de tiesto que hay que arreglar.

En continuidad con el evangelio del domingo pasado Jesús apunta a una radicalidad que no es para “todos”. Jesús, o la interpretación de sus palabras hecha por las primeras comunidades cristianas, desmontan la familia patriarcal que es el origen de las diferentes escalas de jerarquía en todos los ámbitos de la sociedad.

Partiendo de que para Jesús Dios no es un Dios todopoderoso, como un Rey que ejerce su autoridad y subyuga a sus súbditos, sino un Padre, una Madre que ama profundamente y que busca la igualdad de todos y todas, este Reino que anuncia provoca disputas, enfrentamientos y violencia. ¿Por qué, si la base es el amor, el respeto, el bien común? Porque esa “igualdad” es lo que el sistema no está dispuesto a admitir.

Por eso suenan a tremenda exigencia sus palabras: “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí”. (Mt 10, 37) ¿A qué amor se está refiriendo? ¿Podemos medir el amor? Yo creo que se refiere a la pasión por vivir y crear reino. Y eso pasa por encima del amor a los más cercanos que es muy lícito pero no lo es todo. Por eso el proyecto de Jesús no es para todos, sino para los que preguntan como el joven rico: “¿Qué tengo que hacer para heredar la vida definitiva?” (Mc 10, 17). Hay que asegurarse de querer oír la respuesta porque Jesús es muy radical, no combina, llega hasta las últimas consecuencias y quienes se precian de seguirle no pueden aspirar a menos.

¿Es el proyecto de Jesús el proyecto de mi vida? ¿En qué se concreta?

“El que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí”. Mt 10:38. El seguir a Jesús tiene unas consecuencias que tienen que ver más con opciones que con las circunstancias de la vida. Hemos banalizado tanto la palabra “cruz” que ha perdido su significado real. Una cruz no es la enfermedad, la pérdida de trabajo, la dificultad de educar a los hijos… Todo eso es parte de la vida de toda persona tanto si es creyente como si no. Es peligroso tener una imagen de Dios “intervencionista” que nos “manda esto o lo otro”

No, la cruz es otra cosa. Es la consecuencia de las opciones que tomo por vivir el reino de una forma más radical. Las dificultades que experimento porque mi familia y los más cercanos no me entienden y creen que ya no les amo. La pérdida forzada o voluntaria de mi trabajo porque mi conciencia no me permite seguir haciendo cosas que no apruebo. Y tantas otras opciones personales y comunitarias que vamos tomando a la luz del evangelio.

Por eso decía al principio que esa radicalidad de Jesús no es para todos… Lo que pasa es que nos ha venido muy bien decir que era para los “curas y las monjas” y criticar desde nuestro sillón la falta de coherencia: Si los que nos van por delante son así, ¿qué se puede esperar del resto? Ese cristianismo que se nos ha asignado junto con el carnet de identidad está a punto de caducar. Ya es hora de hacer una opción personal con todas las consecuencias.

Hace unas semanas se nos llenaba la boca al hablar de un joven español que perdió la vida en los atentados de Londres para salvar la de otros. Ayer celebraban en Portugal el funeral de un bombero que perdió su vida por intentar salvar en vano la vida de una familia…

Resulta curioso que en nuestro país donde la fe tiene muy poco “prestigio” y mucha gente no quiere que se le identifique como cristiano, somos según las estadísticas, de los países más dados al voluntariado, a socorrer a nuestros semejantes ante cualquier tipo de desgracia y pioneros en donación de órganos para salvar la vida de otros. No por religión sino por humanidad.

Ese rechazo visceral de la religión, incluso de las generaciones más jóvenes que no han tenido ningún contacto con la iglesia, nos habla de un acomodo del evangelio a nuestros intereses personales que hace rechazar el cristianismo incluso a quienes no lo conocen.

Para Jesús “poner al seguro la vida” es perderla, mientras que “perderla por su causa es ponerla al seguro” (Cf.10:39)

Poner en riesgo la vida para salvar otras, entregarse sin medir las fuerzas, buscar la paz hasta perder la vida violentamente… Jesús no exige nada a sus seguidores. Va por delante, marcando el camino.

Dejemos ya de lamentarnos, de juzgar a los jóvenes por su indiferencia ante nuestro cristianismo aburguesado y diluido. Ojalá pudieran decir de nosotros: “El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado” (Cf.10:40)

Carmen Notario

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