圣餐 / Eucaristía
Era el tiempo en el que se procedía a una violenta persecución contra todas las religiones en China. Tuve noticias de que muchos obispos, sacerdotes, hermanas y simples fieles estaban en la cárcel o en campos de trabajos forzados. Habían sido condenados por su fe en Cristo. Recuerdo las santas misas que celebré en la habitación de mi albergue. Sólo el jefe de la delegación de la que formaba parte conocía mi identidad sacerdotal. !Ay de mí si los chinos la hubieran descubierto! Sin embargo, me había traído de Hong Kong una botellita de vino, hostias y algunas hojas de papel con las partes móviles de la misa. Me levantaba a las dos o a las tres de la noche y celebraba la misa en la habitación del albergue, con el mínimo de luz, para no levantar sospechas. Ofrecía yo el divino sacrificio por todos los hermanos cristianos chinos que sabía que estaban en la cárcel, en campos de trabajos forzados o en la clandestinidad.
Aquellas misas nocturnas me conmovían. Estaba llevando a cabo un gesto misionero en China. Dice el Concilio que la eucaristía es “la fuente y la cima de la evangelización” (PO 5).
Es Dios, en efecto, quien evangeliza y convierte los corazones, a través de la obra del misionero, aunque también de modos misteriosos que sólo él conoce. Qué gesto misionero más auténtico puede haber, por consiguiente, que celebrar la misa en la China de la “revolución cultural“, cuando estaba prohibido cualquier gesto público de culto?.
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Piero Gheddo,
Il Vangelo delle 7.18,
Bolonia 1991, pp. 162ss.
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