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El Papa Francisco ante un dilema histórico

Domingo, 24 de mayo de 2015
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cont_b7yq7jnwf5lg96mEl papa no cesa en denunciar la corrupción del clero, mientras el G9 lo asiste en el desafío de seguir ordenando las finanzas vaticanas y en simplificar la curia.
(Marco Antonio Velásquez).

Después de la Asamblea Extraordinaria del Sínodo de Familia, realizada en octubre de 2014, parecen haberse aquietado las hostilidades hacia el papa, por su espíritu reformista. De hecho, el mismo Francisco ha dado señales de tranquilidad, reafirmando el magisterio tradicional de la Iglesia, concediendo mayor confianza a alguno de los cardenales disidentes, como Carlo María Caffarra, y tomando pública distancia de líderes reformistas, como el cardenal Walter Kasper.

Sin embargo, tal quietud es más aparente que real, porque los opositores han optado por trabajar más silenciosa que bulliciosamente, dejando atrás un estilo que sirvió para alertar a la Iglesia universal y conseguir adhesión. Paralelamente, el papa no cesa en denunciar la corrupción del clero, mientras el G9 lo asiste en el desafío de seguir ordenando las finanzas vaticanas y en simplificar la curia.

En una institución donde predomina el statu quo, son esperables las tensiones que originan los cambios. Dicho ambiente contrasta con la sólida adhesión y apoyo que concita la persona del papa Francisco, quien expone su liderazgo para sensibilizar a las naciones tras el objetivo de globalizar la solidaridad, la justicia y la paz, así como para promover en la Iglesia la autonomía laical, el respeto a la conciencia personal y la acogida de los carismas.

Detrás de cada acto pontificio hay mensajes significativos que no pasan inadvertidos. Como los nombramientos del último consistorio que lapidaron el carrerismo eclesial; o la aprobación de la esperada beatificación de monseñor Romero, que reconoce oficialmente a esa Iglesia pueblo de Dios, concediendo estatus eclesial a las luchas liberadoras de los pobres y de los pueblos oprimidos.

En este contexto, el análisis de la Asamblea Extraordinaria del Sínodo de la Familia de octubre pasado aporta reveladoras pistas para evaluar el ambiente eclesial que rodea al papa Francisco. En tal sentido, la Relatio Synodi dejó una huella inconfundible del pulso eclesial y una medida de la evolución de la Iglesia desde el Concilio Vaticano II.
Reconociendo las diferencias existentes entre un concilio y una asamblea sinodal, hay algo en común que ayuda a evaluar la calidad de la comunión eclesial. En este sentido, el consenso de las votaciones de los padres conciliares y sinodales es un buen indicador del clima de comunión.

Los documentos del concilio se aprobaron de manera casi unánime, registrando en promedio, el conjunto de ellos, una aprobación del 98,5% de los votos conciliares. En ese contexto, la aprobación promedio del 92,5% que tuvieron los 62 numerales de la Relatio Synodi muestra un menor consenso, respecto del alcanzado en el concilio. Incluso hay cuatro numerales de la Relatio Synodi que revelan una acentuación de posiciones divergentes, como son las cuestiones atingentes al acceso a los sacramentos de la comunión y de la reconciliación, a la comunión espiritual y al reconocimiento de elementos positivos entre quienes no viven el matrimonio cristiano, así como la acogida con respeto y delicadeza de las personas homosexuales. En estos temas el nivel de rechazo superó el 30% y llegó al 40% en el caso del acceso a los sacramentos para personas en situación conyugal irregular.

Si el 1,5% de disenso registrado en el Concilio Vaticano II generó un doloroso cisma eclesial que perdura en la actualidad, es evidente que disensos cercanos al 40% como los manifestados en la Relatio Synodi, revelan un significativo cambio del espíritu eclesial entre el Concilio Vaticano II y el Sínodo de la Familia. Surge así una medida de la involución del Concilio en 50 años y una magnitud de la oposición al papa Francisco en cuestiones pastorales.

Con estos datos, es comprensible que las tensiones eclesiales, lejos de calmarse, están presentes y activas. Sin embargo, lo nuevo, es que después de la Asamblea Extraordinaria del Sínodo éstas se manifiestan ya no directamente contra el papa, sino contra los reformistas. Herida la comunión eclesial, las disputas se vuelven más sutiles y técnicas, menos visibles.

Por ejemplo, la tesis aperturista liderada por el cardenal Walter Kasper enfrenta nuevos obstáculos. Cuando en el Consistorio de febrero de 2014, el cardenal Kasper sorprendió a la asamblea refiriendo un trabajo teológico del profesor Joseph Ratzinger, publicado en 1972, donde proponía una solución pastoral para rehabilitar a los divorciados vueltos a casar, nadie imaginó que 44 años después, a fines de 2014, el propio papa emérito, con la ayuda del cardenal Gerhard Müller, publicaría una Retractatio como parte de una colección teológica. En ella, el papa emérito, con el rigor teológico que lo caracteriza, no hace sino reconocer la evolución de su pensamiento, coherente con lo instruido por el mismo desde la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Otro caso da cuenta que, después de la Asamblea Extraordinaria del Sínodo, un grupo de 100 personalidades católicas envió al papa Francisco una Súplica Filial, para que clarifique la desorientación causada por la eventualidad que en el seno de la Iglesia se abra una brecha tal que permita el adulterio con el acceso posterior a la Eucaristía, por parte de parejas divorciadas y vueltas a casar civilmente. Entre los firmantes figuran el cardenal Raymond Leo Burke y el cardenal Jorge Medina Estévez, junto a una lista de obispos y laicos de organizaciones pro-vida y de familia.

Más recientemente, el cardenal Gerhard Müller ha aparecido afirmando la autoridad del prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, al proponer la supremacía de dicho dicasterio respecto de las Conferencias Episcopales, en cuestiones de doctrina y disciplina matrimonial y familiar. Ello, en respuesta al cardenal Reinhard Marx, quien como presidente de la Conferencia Episcopal de Alemania había declarado que “no somos una sucursal de Roma”.

Así, la Asamblea Sinodal de octubre próximo no será fácil para el papa. De hecho, los opositores apuntan a hacer sentir un clima cismático en Roma, algo que en el corazón de un papa constituye un serio límite y un acto de fuerte coacción, en cuanto el obispo de Roma, junto con presidir en la caridad, es el signo de la unidad de la Iglesia.

El papa Francisco sabe que el futuro de la Iglesia se juega en su capacidad de aggiornamento a los desafíos que le plantea el mundo; un terreno donde la Iglesia debe enfrentar aquella vieja pugna entre el imperio de la Ley y el de la misericordia. Visto así, el papa Francisco enfrenta en su conciencia de pastor un serio dilema teológico-pastoral, una cuestión que Jesucristo enfrentó transgrediendo la Ley -no por capricho, sino por misericordia- asumiendo una conducta que le impuso los mayores costos personales que, en última instancia, lo llevaron a la cruz.

Marco Antonio Velásquez Uribe
Revista Reflexión y Liberación

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“Democracia y derechos humanos en la Iglesia”, por José María Castillo

Lunes, 2 de febrero de 2015
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mafalda_derechos_humanosLeído en su blog Teología sin Censura:

Para plantear, desde el primer momento, el tema que intento explicar, empiezo haciendo una pregunta: ¿Qué autoridad moral o qué credibilidad puede tener, ante los ciudadanos de nuestro tiempo, una institución (la Iglesia) que, tal como está pensada y organizada, no puede ser gobernada como una democracia, ni puede suscribir y poner en práctica los derechos humanos? Esta pregunta se nos hace más apasionante, y también más incómoda, si pensamos (al menos, por un instante) que la Iglesia pretende “evangelizar”, es decir, “transmitir el Evangelio”. Pero, ¿cómo va a intentar transmitir “lo más sublime” (el Evangelio de Jesús), si no puede ni cumplir “lo más elemental” (la democracia y los derechos fundamentales)?

Supuesta la pregunta que acabo de hacer, el punto de partida de mi reflexión es éste: la democracia en el gobierno de la Iglesia, así como la puesta en práctica de los derechos humanos en ella, son dos asuntos tan vitales y tan urgentes, que, de la correcta solución que se les dé a estos dos problemas, depende que la Iglesia pueda ser o no ser fiel a sus orígenes (o sea, al Evangelio). Lo mismo que, de la fidelidad a la democracia y a los derechos humanos, depende también que la Iglesia recupere la credibilidad que tanto necesita y pueda cumplir con la misión que tiene asignada en este mundo. Pienso, además, que la Iglesia (en su conjunto) no ha tomado aún conciencia de la importancia apremiante de lo que acabo de apuntar.

Y todavía, una observación, que para mí es vital: en esta conferencia voy a decir (ya las he apuntado) cosas que van a resultar desagradables para algunos. Si hablo de esta manera, no es por resentimiento o alejamiento de la Iglesia. Todo lo contrario. Digo estas cosas porque es mucho lo que me interesa la Iglesia y es muy fuerte el cariño que siento por la Iglesia. La Iglesia que tenemos, no la que yo pueda tener en mi cabeza. Porque en esta Iglesia he nacido. En ella vivo. Y en ella quiero morir. A la Iglesia le debo el conocimiento de Jesús y su Evangelio. Lo que pasa es que con frecuencia veo la distancia y hasta la contradicción, que palpa tanta gente, entre la Iglesia y el Evangelio. Ante esto no me puedo callar. En esto radica el contenido y la intención de lo que voy a decir aquí.

1. Punto de partida

El gran problema, que aquí afrontamos, no es el problema que consiste en precisar si la Iglesia puede o no puede ser democrática; debe o no debe ser democrática. Eso, por supuesto. Pero hay un problema previo al que nunca le hincamos el diente. Me refiero al problema de la estructura misma de la religión. Si hablamos de la relación entre Iglesia y democracia, entre Iglesia y derecho, nos metemos en un callejón sin salida, si previamente no afrontamos el problema de la relación entre la Iglesia y la religión. ¿Por qué? Porque la religión – tal como el hecho religioso nos es conocido y fuera de muy contadas excepciones – no consiste sólo en la “relación con Dios”, sino además de eso, es también “relación mediada”. Es decir, la religión consiste en una relación con Dios que se realiza por medio (relación “mediada”) de mediadores asociados a jerarquías que entrañan un sistema de ritos, rangos y poderes sagrados, que implican dependencia, obediencia, sumisión y subordinación a superiores invisibles (Cf. Walter Burkert, La creación de lo sagrado, Barcelona, Acantilado, 2009, 146). De ahí que el “sentimiento religioso” específico es el “sentimiento de veneración” y el consiguiente “sometimiento” (Jean Bottéro, La religión más antigua: Mesopotamia, Madrid, Trotta, 2001, 59-65). Sometimiento, no sólo a Dios, sino también sometimiento a los mediadores, que actúan de “puentes” (“pontífices”), entre los seres humanos y el Trascendente. Entre la “inmanencia” y la “trascendencia”.

Ahora bien, en la medida en que la religión se acepta así, se vive así y se mantiene así, es sencillamente contradictorio y, por tanto, imposible establecer una relación, que se pueda justificar y llevar a la práctica, entre religión y democracia, entre religión y derechos humanos. Y por eso también, es imposible una relación normal entre Iglesia y democracia o entre Iglesia y derechos humanos. Esta contradicción no suele ser “argumentada racionalmente” o discursivamente. Pero sí suele ser “vivida emocionalmente” por importantes sectores de la población, especialmente en los países más desarrollados. De ahí la frecuente conflictividad que se suele producir entre los ciudadanos y las jerarquías de la religión. Con frecuencia, esta conflictividad se suele explicar, en el caso de los jerarcas, echando mano de la pérdida de la fe, del relativismo moral, de la degradación de las costumbres… Y en el caso de los ciudadanos, se rechaza a las jerarquías religiosas por motivaciones culturales, sociales, políticas y éticas. En todo eso puede haber, sin duda, algo o mucho de verdad. Pero en nada de eso está la verdadera razón del eterno conflicto entre jerarcas y fieles, entre sacerdotes y laicos.

mafalda

Y es que, cuando nos quedamos en esas rencillas, inevitablemente nos ponemos a dar palos de ciego. Porque, si nos quedamos en esas discusiones y en esos enfrentamientos, verdaderamente unos y otros estamos ciegos. Por eso, los palos que damos son palos de ciego. Porque el ciego, ya sea el obispo, el teólogo o el laico, si se queda en lo superficial y no llega al fondo del asunto, sin más remedio va por la vida como un ciego. A mí, por lo menos, esto justamente es lo que me ha ocurrido demasiadas veces.

2. Libertad e igualdad

Para hablar con propiedad, sobre la democracia y los derechos humanos, hay que empezar, como es lógico, por donde empieza la Declaración Universal: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos” (Art. 1). Por tanto, la libertad y la igualdad son los dos fundamentos básicos de la democracia y de los derechos fundamentales de los seres humanos. Por consiguiente, donde no hay igualdad y no hay libertad, no hay – ni puede haber – democracia. Porque precisamente la democracia es el sistema de gobierno y de convivencia que acaba con las desigualdades y los sometimientos. Donde hay desigualdades y sometimientos no puede haber democracia.

Ahora bien, lo más opuesto, lo radicalmente opuesto, a los dos principios que acabo de apuntar (la libertad y la igualdad), es la religión. Porque religión es jerarquía y obediencia. Por supuesto, jerarquía y obediencia a Dios. Pero no sólo a Dios. Sino jerarquía y obediencia a Dios a través de los “mediadores”, que son esenciales en la religión. Y que son los que constituyen las jerarquías constitutivas de la religión. Ahora bien, jerarquía es lo mismo que desigualdad (de rangos, dignidades, poderes, categorías…). Y jerarquía es lo mismo que sometimiento. de unos (los que obedecen) a otros (los que mandan). Sometimiento en dogmas, ritos, normas, tradiciones…). Por tanto, donde hay religión no puede haber libertad, ni puede haber igualdad. Lo cual no quiere decir que donde hay relación con Dios no pueda haber libertad, ni pueda haber igualdad. Una cosa es la relación con Dios. Y otra cosa es la relación con la religión de lo sagrado, con sus jerarquías y sus consiguientes desigualdades y sumisiones.

DERECHOS HUMANOS DignidadEnseguida hablo de esto. Pero antes es necesario aclarar otra cuestión importante.

3. Igualdad y diferencia

Una cosa es la desigualdad y otra cosa es la diferencia. La diferencia es un hecho. La igualdad es un derecho. Es un hecho que los hombres son diferentes de las mujeres, los blancos son diferentes de los negros, etc. Pero esto no quiere decir que los hombres tengan derechos que no pueden tener las mujeres. O que los blancos tengan derechos que no pueden tener los negros, etc. La “diferencia es un término descriptivo”. Mientras que la “igualdad es término normativo” (Luigi Ferrajoli, Derechos y garantías. La ley del más débil, Madrid, Trotta, 2001, 79). Las diferencias nunca pueden ser “factores de desigualdad” (o. c., 79-80). Porque cuando las diferencias se erigen en desigualdades, se pasa del ámbito de los “hechos” al ámbito de los “derechos”. Lo cual da pie a que, cuando uno es diferente (por el motivo que sea), ese “hecho” se constituya en un “derecho” o en una fuente de derechos que no están al alcance de los demás.

Este desplazamiento de los hechos a los derechos es mucho más frecuente de lo que imaginamos. Sucede en política, en el mundo empresarial y laboral, en el ámbito de la ciencia y el saber, en la sociedad en general…. Y de un modo muy especial, se produce – y reproduce – en las religiones, concretamente en la Iglesia: los hombres tienen derechos que no tienen las mujeres, los clérigos gozan de derechos que no pueden tener los laicos, etc, etc. Lo cual, para amplios sectores de la población, resulta sencillamente irritante. Especialmente en dos ámbitos de la vida a los que casi todos somos muy sensibles. Me refiero a todo lo relacionado con el dinero y con el sexo. Que la Iglesia es vista como una religión, es un hecho. Que este hecho se ha convertido en una fuente de derechos, que de facto son privilegios, es algo que está a la vista de todos. Esto ya, por sí solo, es indignante. Pero, si a esto se añade la opacidad de lo que se oculta, de lo que no se informa a la opinión pública…, entonces lo “indignante” llega a resultar “irritante”. Nadie sabe exactamente el dinero que ingresa la Iglesia. Nadie sabe de dónde proviene ese dinero. Nadie sabe en qué se invierte tanto dinero. Ni cómo se invierte. Es verdad que hay obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, que son ejemplares y hasta heroicos. Pero también es cierto que, por ejemplo, los privilegios fiscales de la Iglesia son importantes. Pero, ¿qué representa eso? ¿qué consecuencias tiene? Se sabe que esos beneficios eran, al menos los años del gobierno de Zapatero, mayores que los privilegios que tenía la Iglesia en tiempo de Franco (Cf. Julio Jiménez Escobar, Los beneficios fiscales de la Iglesia Católica, Bilbao, Desclée, 2002, 371). Y en cuanto al ámbito del sexo, baste con decir que, hasta el pontificado de Juan Pablo II, era el Vaticano el que prohibía severamente que se supiera nada de lo relacionado con los abusos de menores. Desde los tiempos de Pío XII, yo sabía de tales abusos. Como también sabía de las severas prohibiciones que Roma imponía en este asunto.

4. Jesús y la religión
Por todo lo que acabo de decir, impresiona más lo que representa la originalidad, la genialidad y la actualidad que tiene el Evangelio. Porque – lo digo ya desde ahora – ni el Evangelio es una religión (en el sentido que acabo de explicar), ni la Iglesia puede ser una institución que representa a una religión.

Me explico. Sabemos que Jesús fue perseguido, insultado, amenazado, juzgado, condenado y ejecutado por los representantes jerárquicos y mandatarios de la religión del templo, la religión de lo sagrado, la religión de la ley y de los ritos, la religión que amenaza con castigos y condenas. Los hombres de la religión, en tiempo de Jesús, se dieron cuenta de que lo que ellos representan y lo que representaba Jesús eran dos cosas incompatibles. Leer más…

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“Fundamentalismo religioso: ¿amenaza u oportunidad?”, por José Mª Castillo

Domingo, 25 de enero de 2015
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061217-las-tres-religiones-culturas-alianza-de-civilizaciones-laicista-fundamentalismoLeído en su blog Teología sin Censura:

Los recientes y dolorosos incidentes, ocurridos en Paris y provocados presuntamente por los fundamentalistas religiosos de la yihad islámica, han hecho saltar todas las alarmas no sólo en Francia, sino en toda Europa. Los políticos y los cuerpos de seguridad del Estado se han puesto lógicamente en estado de máxima alerta. En cada país, los gobernantes le dicen a la gente que no tengan miedo, que todo está asegurado y garantizado el orden. No hay motivos de preocupación, ya que contamos con policías armados y cuerpos de seguridad que nos garantizan a todos la necesaria estabilidad para vivir tranquilos.

No hay razones para dudar de que nuestros políticos, al decir estas cosas, nos transmiten la verdad. Y la eficacia con que ha procedido la policía francesa es la prueba más evidente de que estamos protegidos. El problema, por tanto, no está en que las fuerzas de seguridad no dispongan de los medios que necesitan para defendernos. El problema está en que el enemigo, en este caso, supera en peligro todos los medios de defensa que puedan tener los medios de seguridad del Estado. Porque la lucha está planteada entre fuerzas muy dispares. Los medios con que cuenta la policía se basan en la técnica. Los medios con que cuenta el fundamentalismo religioso se basan en la conciencia y en ocultos intereses relacionados con la conciencia. Ahora bien, esto quiere decir que los medios con que cuenta la policía son conocidos, mientras que los medios con que cuenta el terrorismo religioso no son (ni pueden ser) conocidos. Por eso los terroristas fanáticos de una religión atacan dónde, cuándo y como menos se puede imaginar y de forma que nadie podía sospechar lo que sucede o ha sucedido. Si somos sinceros, no tenemos más remedio que reconocer que esto es así. Por más desagradable o costoso que resulte reconocerlo.

Pues bien, estando así las cosas, ¿qué hacer? Por supuesto, en lo que se refiere al papel, que corresponde a los cuerpos de seguridad del Estado, lo que hay que hacer es apoyar el esfuerzo enorme que vienen realizando para asegurar nuestra protección ante las amenazas del terrorismo religioso. Pero, dicho esto, es decisivo tener muy claro que el camino de la solución radical no será el que nos tracen los políticos, con sus reuniones y acuerdos, ni el que nos puedan ofrecer los policías, con sus armamentos y estrategias. Si la raíz del peligro está en las conciencias, lo que urge pensar a fondo es si podemos – y debemos – renovar las religiones de forma que, en ellas, no tengan lugar las conciencias de los terrorismos fundamentalistas. ¿Es eso posible? Más aún, ¿es eso no sólo conveniente, sino incluso necesario?

El dato capital, en todo este asunto, radica en que el punto de partida del hecho religioso no estuvo en la fe en Dios, sino en la fe en los rituales religiosos. Estoy hablando de los lejanos tiempos del paleolítico superior. Más aún, abundan los paleontólogos convencidos de que ya los neanderthal practicaban el entierro ceremonial de los muertos, de forma que actividades semejantes habrían ido acompañadas de ideas religiosas desde hace alrededor de cien mil años (Konrad Lorenz, E. O. Wilson, K. Meuli, W. Burkert, H. Kühn). Así las cosas, se ha dicho con razón que “Dios es un producto tardío en la historia de la religión” (G. Van der Leeuw; cf. R. P. Marret, M. P. Nilsson). Y la historia posterior, hasta nuestros días, se ha encargado de dejar patente que los individuos, desde la niñez, y la sociedad en general al igual que la cultura, asimilan con más facilidad y claridad la fe en los ritos que la fe en Dios. Es frecuente que la gente se aferre a las observancias rituales, en tanto que la seguridad y la claridad, en lo que concierne a Dios, resulta para muchos algo problemático, quizá dudoso y, en todo caso, un sentimiento amenazado por la oscuridad. Las observancias rituales tranquilizan las conciencias. El asunto de Dios es, para muchos, un problema nunca resuelto y que, tantas veces, se vive como un misterio o, al menos, como un enigma.

No es posible analizar aquí la hondura y las consecuencias de lo que acabo de indicar. Pero hay algo, muy fundamental, que no podemos dejar al margen. Se trata de un hecho que estamos viendo a diario y por todas partes. Me refiero a la cantidad de fieles, que nos confesamos creyentes, pero que en nuestra vida somos más estrictos observantes de los rituales religiosos que estrictos cumplidores de las exigencias éticas que tendríamos que cumplir como ciudadanos ejemplares. Reducimos nuestra religiosidad a determinadas prácticas rituales, al tiempo que excluimos de nuestra religiosidad el respeto, la tolerancia, la sensibilidad ante el sufrimiento, sobre todo el sufrimiento de los más débiles. Y así sucesivamente. Hasta llegar a hacer compatible la estricta observancia de la religión con la violencia más brutal ante todo aquello con lo que no estamos de acuerdo.

Esta violencia, por lo demás, es comprensible. Y con frecuencia resulta inevitable. Porque la religión es la creencia en un poder absoluto. La que lógicamente se traduce en la obligación indiscutible de una obediencia absoluta. Ahora bien, desde el momento en que el centro de la vida (y el futuro de la salvación) depende de una obediencia absoluta, la consecuencia inevitable es que tal obediencia se antepone a todo lo demás, incluso a la vida misma de quienes se oponen o dejan de cumplir semejante obediencia.

Naturalmente, una persona que piensa y vive así, no puede estar de acuerdo con la modernidad, con la sociedad secular, en la que los derechos fundamentales del ser humano se anteponen a todo cuanto pueda limitarlos y sobre todo reducirlos o anularlos. Ahora bien, desde el momento en que nos encontramos con este problema, por eso mismo tropezamos con las raíces del fundamentalismo religioso. Es el problema que ya intuyó, en 1909, el profesor de la Universidad de Harvard Charles Eliot, cuando insistió en que el dilema de los cristianos, en el mundo moderno, es el dilema que consiste en si ponemos el centro de nuestra fe en las exigencias éticas o más bien lo situamos en la fidelidad a las creencias ortodoxas y a los rituales sagrados (cf. Karem Armstrong). Como es lógico, los fundamentalistas religiosos centran de tal manera (y hasta tal extremo) su vida y sus intereses en la fiel observancia de los rituales sagrados, que anteponen esa observancia a la vida misma. La vida de quien sea y en lo que sea. Hasta el extremo de estar dispuestos a matar, o dejarse matar, con tal de no permitir que la sociedad democrática, laica y secular se sobreponga a la sociedad condicionada y sumisa a las exigencias de la religión.

En el caso del cristianismo, es conocido el enfrentamiento de los creyentes, sobre todo de la clase alta, a las libertades y derechos del hombre y del ciudadano, tal como habían sido promulgados por la Asamblea Francesa en 1789. Desde entonces, es conocida la postura intransigente de hombres como Louis Bonald, Joseph de Maistre y La Mennais, en Francia, Karl Ludwig von Haller y Friedrich von Hurter, en Alemania, Donso Cortés en España. Y no hay que olvidar la resistencia del papado, desde Pío VI (en 1790) hasta Pío X (en 1906), en cuanto se refiere a las dos grandes exigencias de la modernidad: la igualdad y la libertad.

No pretendo entrar en la complicada historia reciente del fundamentalismo judío e islámico. Me limito a recordar, por lo que se refiere a la actualidad de éste último, los nombres de Mustafa Kemal Ataturk (1919-1922), en Turquía, y Rashid Rida (1922-1923), en Egipto, que propugnaron sociedades más de corte moderno que de fidelidad al pasado islámico por el que se habían regido hasta comienzos del siglo XX. Desde entonces, en el mundo islámico, hay no pocas personas y grupos que ven, en la sociedad secular y democrática, una amenaza para la integridad y estabilidad de sus creencias.

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“La religión exige respeto”, por José Mª Castillo

Domingo, 25 de enero de 2015
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charlie_hebdo_fingerUn texto a reflexionar detenidamente desde nuestra absoluta condena del terrorismo y de los atentados de París y que hemos leído en su blog Teología sin Censura:

El Papa dice que “no se puede provocar” ni “ofender” a la religión

Cameron replica al Papa que en las sociedades libres se puede ofender a las religiones

Los sangrientos incidentes, que se han provocado en París con motivo de los asesinatos causados por el fanatismo religioso islamista contra los periodistas de Charlie Hebdo, han desencadenado la indignación y el miedo por casi toda Europa. Y la lógica del discurso, como es normal, se orienta mayoritariamente a condenar la violencia irracional de los terroristas. Sin embargo, si la cosa se piensa a fondo, me temo que se cargue la mano sobre algo que es muy verdadero: la violencia criminal de los intolerantes de la religión. Pero, tan cierto como lo que acabo de decir, es que el empeño legítimo por defender la libertad de opinar en una sociedad democrática, puede ocultar otro aspecto fundamental de la cuestión, a saber: que la religión es un asunto extremadamente serio. Porque la religión toca las fibras más profundas en las convicciones que dan sentido a la vida de millones de seres humanos. Y con esto – si es que tomamos la vida muy en serio – hay que tener mucho cuidado.

No pretendo en modo alguno justificar el terror y la violencia de los terroristas que, en nombre de “lo divino”, se atreven a violentar e incluso asesinar “lo humano”. Sólo pretendo recordar que la religión es un asunto muy serio. Es más, como se ha dicho con toda razón, “la religión puede ser mortalmente seria”. Es la “seriedad absoluta, que deriva del trato con superiores invisibles…, prerrogativa de lo sagrado que caracteriza a la religión” (W. Burkert, P. Hassler, D. D. Hughes). Más aún, como es bien sabido, la intuición genial de Rodolph Otto nos advirtió sabiamente que la experiencia del hecho religioso es en realidad el encuentro con el “mysterium tremendum”, un misterio “que hace temblar” a no pocas personas y grupos humanos.

Insisto: si es importante respetar la libertad de expresión, y en esta libertad hay que educar a la ciudadanía; pero también es importante que todos nos eduquemos en el respeto a las creencias y convicciones de los demás, con tal que tales creencias no lleven a la violencia en ninguna de sus formas.

Por supuesto que no es equiparable la violencia de un arma de fuego con la violencia de un lápiz. Pero tan cierto como eso es que no debe ser bueno para nadie lo que atinadamente ha dicho un artista francés bien conocido: “Mofarse de todo el mundo es una tradición muy arraigada en Francia desde Voltaire” (Christian Boltanski). Y que nadie me venga con las sutiles precisiones lingüísticas que ha hecho Alberto Manguel. Por supuesto, que “la razón tiene derecho a reírse de la locura”. Como no es lo mismo la “sátira” que el “insulto”.

Estamos de acuerdo con todas las precisiones que los pensadores y lingüistas nos quieran y nos deban hacer sobre lo que han hecho los ingeniosos periodistas del humor de Charlie Hebdo. Pero, ¡por favor!, no olvidemos que las palabras, las ideas y las sutiles distinciones de los sabios, nunca pueden abarcar la totalidad de lo real. Y la realidad – triste y dura realidad – es que, con demasiada frecuencia, el que se dedica al oficio de mofarse de los demás, por muy artista que sea, posiblemente sin darse cuenta de lo que hace, en realidad a lo que se puede dedicar muchas veces es a despreciar a quienes discrepan de sus ideas, por más respetables que sean. Pasar de la sátira al desprecio es más fácil de lo que sospechamos. Pero, es claro, que quien se ve o se siente despreciado, una y otra vez, llegará el día en que se ponga como un loco a violentar y matar al que le ofende.

¿Que hay que vigilar a los terroristas? Por supuesto. Pero que quede claro que no es menos urgente vigilar también a quienes se dedican a la desagradable tarea de la burla y la mofa como oficio.

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“¿Jesús del Reino o Jesús de la religión?”, por José M. Castillo, teólogo

Viernes, 16 de enero de 2015
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Vishal-Raj-Seduction-Burbujas-De-Deseo-02-533x800Leído en la página web de Redes Cristianas

Fe y laicidad en una sociedad que busca Espiritualidad y Justicia

1. El problema

La pregunta, que se propone como título de esta conferencia, nos sitúa de lleno ante un problema, que – según yo veo las cosas – es un asunto de enorme importancia y de consecuencias muy graves, pero que, al mismo tiempo, es un problema que no es fácil delimitar y cuyas consecuencias no son fáciles de precisar. De ahí – según creo -, la ambigüedad en que nos movemos. Una ambigüedad de la que difícilmente tomamos conciencia. Y precisamente por eso, porque vivimos siempre en esta especie de ambigüedad, por eso nunca podemos afrontar con claridad y firmeza el enorme problema de nuestra coherencia como creyentes en Jesús y como personas que tomamos en serio el Evangelio.

¿A qué me refiero al decir estas cosas? Es evidente que Jesús fue un hombre profundamente religioso. Pero, tan cierto como eso, es que la religiosidad de Jesús – la que él vivió y la que enseñó a la gente – no se ajustaba, ni coincidía, con la religiosidad establecida en su cultura y en su pueblo. Es más, no solamente no coincidía, sino que allí ocurrió algo enormemente significativo y que, por eso mismo, da mucho más que pensar. No se trata solamente de que la religiosidad “oficial” y la religiosidad de Jesús no coincidían, sino sobre todo se trata de que fueron dos religiosidades incompatibles la una con la otra. De forma que los dirigentes de la religión del templo vieron en Jesús una amenaza muy grave (de “ser o no ser”: cf. Jn 11, 47-53) para lo que ellos representaban y lo que ellos vivían. Como es igualmente cierto que, a la inversa, Jesús vio, en los sumos sacerdotes y maestros de la ley, a los responsables que, con seguridad, iban a ser los que acabarían torturando, humillando y asesinando cruelmente a Jesús (como consta por los anuncios de la pasión: Mc 8, 31 par; 9, 31 par; 10, 33-34 par).

Así las cosas, el problema está en que lo que Jesús y los sacerdotes de entonces vieron que era incompatible, nosotros lo hemos hecho compatible. Más aún, no solamente lo hemos hecho compatible, sino que además lo hemos hecho integrable. Peor todavía, necesariamente integrable. De manera que hemos llegado a la desfachatez de ir por la vida enseñando que tenemos que encontrar a Jesús y vivir su Evangelio en la religión del templo y con los sacerdotes del templo. La religión nos explica a Jesús. Y Jesús es un componente central de la religión. Con lo que, entre otras cosas, hemos logrado que el concepto tradicional de religión (según las palabras duras e irreverentes de Peter Sloterdijk) ha terminado por ser “aquel desgraciado espantajo que asoma en la escenografía de la Europa moderna” (Has de cambiar tu vida, Valencia, Pre-Textos, 2013, 18).

2. ¿Dónde está la dificultad?

La dificultad no está en Dios, que, al ser por definición “el Trascendente”, no nos es posible conocerlo, ni sabemos en qué consiste. Ser “trascendente” no significa ser “infinitamente superior”, sino simplemente ser “inconmensurable para” nosotros, ser “de un orden absolutamente distinto” del nuestro (S. Nordmann, Phénoménologie de la trascendance, Paris, Ed. D’écarts, 2012, 9-10). Por tanto, ya que Dios no está a nuestro alcance, la dificultad está en cómo nos relacionamos con Dios.

Ahora bien, en este intento de relacionarse con Dios, las religiones coinciden en dos elementos constitutivos que, de diferentes maneras, se repiten en todas las religiones que se han organizado como tales (excepto el Budismo y – después veremos en qué sentido – el Cristianismo). Estos dos elementos son los ritos y lo sagrado.

Por lo que se refiere a los ritos, es determinante saber que las ceremonias rituales son el elemento primero, el más primitivo, quela paleontología ha encontrado en los orígenes más remotos del fenómeno religioso. De manera que, desde el paleolítico superior hay huellas claras de prácticas religiosas que se pueden correlacionar con fenómenos religiosos documentados. Ya, desde los hombres de neanderthal, se practicaban entierros ceremoniales de los muertos. Y son muchos los especialistas convencidos de que tales actividades irían acompañadas de ideas religiosas desde hace unos cien mil años (Walter Burkert, La creación de lo sagrado, Barcelona, Acantilado, 2009, 33).
Lo que significa que lo más original, lo primero, en el hecho religioso, no es Dios, sino los rituales. Por tanto, lo primero no fue Dios, sino los ritos de la religión (cf. Para una información introductoria, J. M. Castillo, La laicidad del Evangelio, Bilbao, Desclée, 2014, 21-25). Por esto, sin duda, los niños aprenden antes los rituales que lo que es o lo que significa Dios. Y la gran mayoría de la gente religiosa tiene más claro lo de los rituales que lo de Dios. Hasta el punto de que la fe de muchas personas es, ante todo, fe en determinados rituales, no precisamente fe en Dios. Y las autoridades religiosas controlan con más exigencia la exactitud en la observancia de los ritos que la exactitud en la idea de Dios y la fe en ese Dios. Lo que hace pensar – o al menos sospechar – que, en la religión, son más importantes los ritos que Dios. Como ya dijo uno de los autores más reconocidos en todo este asunto, “Dios es un producto tardío en la historia de la religión” (G. Van der Leeuw). El “medio” (el rito) se ha sobrepuesto al “fin” (Dios).

En cuanto a lo sagrado, es el ámbito (de espacio, tiempo, personas y objetos) en el que se puede y se debe realizar el ritual. Lo característico de la religión es la “seriedad absoluta”, que deriva del trato con realidades superiores absolutas e invisibles, que son las prerrogativas de lo sagrado, que caracteriza a la religión.

Ahora bien, la dificultad con que tropezamos los cristianos es que, si “lo ritual” y “lo sagrado” son componentes esenciales de la religión, lo que encontramos en los evangelios es que lo central en la vida y el mensaje de Jesús no fue ni “lo ritual”, ni “lo sagrado”, sino “lo humano”. Jesús no centró sus preocupaciones, su mensaje y su actividad, ni en el templo, ni en los sacerdotes, ni en las observancias…., sino en la salud de los enfermos (curaciones), en la alimentación de toda clase de gentes (comidas) y en las buenas relaciones humanas (discursos). En cuanto a sus creencias, lo central para Jesús fue la relación con Dios (el Padre) y la oración (nunca en el templo o en la sinagoga, sino en la soledad de los montes y en el silencio de la noche.

El problema concreto que actualmente se nos plantea a nosotros está en que, por supuesto, somos sensibles a lo que fue central en la vida de Jesús (“lo humano”). Pero ocurre que, al mismo tiempo, “lo ritual” y “lo sagrado” (“lo religioso”) sigue teniendo en nuestras vidas más fuerza de lo que imaginamos. ¿Por qué nos siguen interesando tanto no pocas cuestiones relacionadas con templos, sacerdotes, obispos, misas, ordenación de mujeres o de hombres casados, leyes sobre el celibato o el divorcio, conductas del papado, etc, etc? Hemos nacido en una cultura religiosa, nos han educado en todo eso. Y todo eso sigue jugando un papel importante en nuestras vidas.

3. Consecuencias de este estado de cosas

La religión, es decir, los rituales y lo sagrado son realidades que están siempre asociadas a “jerarquías de poder”. Es decir, la religión es generalmente aceptada como un sistema de rangos, que implica dependencia, sumisión y subordinación a superiores invisibles, cuyos mediadores en la tierra y en la sociedad son los “jerarcas religiosos”.

De ahí que los rituales son, con frecuencia, “rituales de sumisión”: inclinarse, arrodillarse, descalzarse, bajar la voz, representar modestia, comportarse como humilde (humilis = cercano a la tierra, humus), descubrirse, tirarse al suelo…., todo esto no es, en el fondo, sino la representación ritual del sometimiento. Lo que, a la inversa, representa la exaltación ritual del poder. La relación “sometimiento-soberanía”, gestionada mediante el ritual, es constitutiva del hecho religioso.

Esto supuesto, nos encontramos con una consecuencia inevitable: la religión crea, por sus mismos constitutivos, “desigualdad” y “sometimiento”. Lo que equivale a crear las condiciones que hacen imposible la igualdad y la libertad. Los dos pilares básicos sobre los que se construye la dignidad y los derechos fundamentales de los seres humanos. Una sociedad profundamente religiosa es una sociedad desigual y es igualmente una sociedad sin libertad. Donde no hay igualdad para todos y libertad verdadera y generalizada no puede haber religión, como hecho social y público.

Ahora bien, en una persona en la que se ha integrado (en su mentalidad y en su vida) la desigualdad entre los humanos y el sometimiento a jerarquías invisibles, inevitablemente se produce un fenómeno del que mucha gente no tema conciencia, pero que es de unas consecuencias asombrosas. El fenómeno al que me refiero consiste en que, en la vida de esa persona, se rompe la conexión entre “lo ritual” y “lo ético”. ¿Por qué? Porque, como se ha dicho muy bien, “el ámbito del comportamiento primario de un mito religioso es el rito, no el ethos” (.G. Theissen, La religión de los primeros cristianos, Salamanca, Sigueme, 2002, 151). Y esto ocurre, en primer lugar, porque los ritos son acciones que, debido al rigor de la observancia de las normas y por la seriedad absoluta que eso lleva consigo, el rito se constituye en un fin en sí (B. Lang, “Ritual, Ritus”, en Handbuch religionswissenschaftlicher Grundbegriffe, Stuttgart 1988 ss, vol. IV, 442-458).

Pero el fenómeno que se produce, en nuestra intimidad, es mucho más profundo y llega al fondo más hondo de nuestro ser. Se trata de que los ritos, como los primeros actos religiosos que son, de los que tenemos constancia, aparecieron como ceremoniales relacionados con los sentimientos de culpa que se producían con ocasión de los sacrificios de animales, que hacían las tribus nómadas de cazadores antiguos. La función o finalidad del ritual era tranquilizar la conciencia del acto violento que obviamente había sido matar el animal. Por eso los etnólogos han podido observar que se destaca claramente el sentimiento de culpa para con el animal muerto. Y por eso el ritual entraña un simulacro de disculpa y reparación (K. Meuli, “Griegische Opferbräuche”, en Phyllobolia, Basilea, 1946, 224-252). De ahí, la experiencia que todos tenemos con frecuencia y que consiste en que la práctica religiosa tiene la extraña y eficaz capacidad de dejarnos con una extraña, profunda e inexplicable tranquilidad. Nos libera de sentimientos de culpa, nos devuelve el sosiego interior perdido y hace que nos sintamos mejor.

De lo cual resulta que la gente se siente más tranquila y mejor practicando rituales sagrados que intentando vivir el Evangelio. Por eso hay tantos católicos que van a misa, rezan rosarios, acuden a templos, cofradías, bodas, bautizos, entierros, procesiones, peregrinaciones, devociones a santos, peregrinaciones, reuniones religiosas más o menos ocultas y clandestinas, etc, etc. Hacemos todo eso con más claridad, más facilidad y más gratificación interior que unir nuestra vida y nuestro destino a la vida y al destino que sabemos vivió y sufrió Jesús de Nazaret.

Más aún. Seguramente lo más misterioso que ocurre, en todo este proceso interior, está en que, por una parte, el ritual fielmente observado, nos comunica paz, sosiego, una indefinible experiencia de sentirse mejor (que se agiganta cuando asistimos a una ceremonia estéticamente bella, solemne, quizá deslumbrante). Pero, por otra parte y además de lo dicho, ocurre que, sin darnos cuenta de lo que nos pasa, el ritual cumplido se erige y se constituye en un fin en sí mismo, de forma que desliga nuestra conciencia de componentes fundamentales – quizá los más fundamentales – de la conducta ética. Sobre todo, cuando lo que está en juego son comportamientos civiles, especialmente determinados comportamientos relacionados con la economía, con la política, con la postura personal que adoptamos ante los otros, sobre todo cuando se trata de relaciones humanas asociadas al poder, al prestigio, la estima, la autoridad y, de forma muy intensa, cuando vivimos relaciones que afectan a lo religioso, lo nacional o lo cultural. Por ejemplo, si se trata de relaciones inter-religiosas, inter-grupales o inter-nacionales.

Y queda todavía, un tema capital: la religión cuesta dinero. Normalmente, las religiones manejan mucho dinero. Templos, monasterios, conventos, personal sagrado, títulos y dignidades, propiedades, donaciones, herencias…. Con lo que, al componente de pacificación interior que produce lo ritual y lo sagrado, se suma el componente de interés económico, de seguridad y de un nivel especial en cuanto afecta a la “categoría social”. Con lo que terminamos en una conclusión que resulta ser – si pensamos todo esto desde el punto de vista del Evangelio – una conclusión aterradora: la religión, sobre todo cuando se trata de la religión “oficial”, es inevitablemente una institución y una realidad “privilegiada”. Por esto, se ha dicho con razón que “las religiones antiguas normalmente gravitan hacia las clases dominantes y los representantes del poder. Después del triunfo del cristianismo, durante muchos siglos de historia europea, ésa fue también la situación de las iglesias cristianas” (W. Burkert, La creación de lo sagrado, Barcelona, Acantilado, 2009, 36). Esto explica que, durante miles de años y en las más diversas culturas, los “hombres de la religión” han sido los “notables” y los “selectos”. ¿Qué queda aquí de los “pequeños”, de los “últimos”, de los “niños”, que son las imágenes (metáforas) preferidas por Jesús para indicar quiénes son los primeros en el “reinado de Dios”?

4. Jesús y la religión de los ritos y de lo sagrado

Fuera lo que fuera lo que aquel campesino galileo del s. I, Jesús de Nazaret, sabía de todo cuanto acabo de explicar, si leemos los evangelios como un proyecto de vida, seguramente lo que queda patente, en ese conjunto de relatos, es que Jesús vio claramente que la religión de los ritos y de lo sagrado (con sus poderes, privilegios y dignidades) es el impedimento más inmediato y más fuerte, que tenemos los seres humanos, para entender y para vivir lo que significa y lo que exige el “Reinado de Dios”.

Por esto, los evangelios son el gran relato de un conflicto. El conflicto de Jesús con los fariseos, los letrados, los sacerdotes, los sumos sacerdotes y senadores, el templo, las observancias rituales. A Jesús no lo persiguieron y mataron porque los dirigentes religiosos rechazaron la divinidad de Jesús. Es decir, porque los hombres más religiosos del s. I no quisieron aceptar los dogmas cristológicos de Nicea (325) y Calcedonia (451). El problema, para aquellos dirigentes religiosos del s. I, estaba en que Jesús no toleraba ni la desigualdad, ni la sumisión que inevitablemente se derivaba de la forma de entender y practicar la religión que consideraban intocable los “hombres del templo”.

¿Por qué esta intolerancia de Jesús hacia aquellos representantes religiosos? Porque lo primero y lo intocable, para aquellos representantes religiosos, era “lo ritual” y “lo sagrado” (con todas sus consecuencias). Mientras que, para Jesús, lo primero y lo intocable, era “lo humano” (la vida humana, el respeto a lo humano, la dignidad de todos los seres humanos por igual). De hecho, las preocupaciones de Jesús no fueron nunca: ni las observancias rituales del templo, ni la inviolabilidad de lo sagrado, ni la dignidad de los sacerdotes, ni los poderes de la religión…. Las preocupaciones de Jesús fueron: la salud de los humanos (relatos de curaciones), la comensalía de los humanos (relatos de comidas), las relaciones entre los humanos (las “bienaventuranzas” y Mt 25, 31-46).

Todo esto supuesto, repito mi pregunta de antes: por qué la Iglesia es tan detallista y exigente en materia de rituales religiosos, al tiempo que es tan escandalosamente permisiva en cuanto se refiere a tantas cuestiones de ética civil y laica? Aquí es de suma importancia recordar la prohibición terminante de Jesús: “No llaméis padre a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo” (Mt 23, 9). Como al discípulo para el que lo primero era enterrar a su padre, Jesús le respondió de manera tajante: “Tú, sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mt 8, 21-22). En última instancia, todo lo que detrás de esto es algo de lo que nunca acabamos de tomar conciencia: ¡Qué misterio tan profundo es tener un padre! ¿Por qué? Porque el padre es esa realidad, profunda y misteriosa, que nos socializa y nos integra en el Kosmos, el “orden establecido”. El orden que perpetúa el poder que nos somete, nos prohíbe, nos priva de la libertad y de la igualdad. Para Jesús, el Padre es la imagen de la bondad y de la igualdad con todos sin distinciones, buenos y malos, justos y pecadores (Mt 5, 45).

5. Conclusiones

1. Jesús desplazó el centro del hecho religioso: de “lo ritual” y “lo sagrado” a lo central y determinante de “la vida humana”. La defensa de la vida, la dignidad de la vida, el respeto a la vida, los derechos humanos que son centrales para perpetuar la vida humana.

2. La Iglesia tiene su razón de ser, su finalidad y su autoridad a partir de Jesús y en esta forma – revolucionaria y desconcertante – de entender y vivir el hecho religioso.

3. Por tanto, lo esencial y específico del cristianismo no es “el dogma” (las verdades que hay que creer), ni es “el ritual sagrado” (las prácticas y observancias propias de una religión). Lo esencial y determinante del cristianismo es “la ética”: la forma de vida que llevó Jesús, sus “obras” (“erga”) y los “frutos” (“karpoi”) que produjo. Creer en Jesús y seguir a Jesús es aceptar que, ante el Dios y Padre que se nos dio a conocer en Jesús, no podemos contar nada más que con la conducta que nos dejó descrita el mismo Jesús con su vida, sus enseñanzas y la consiguiente conflictividad que desencadenaron tal vida y tales enseñanzas. Ante el Dios de Jesús no podemos presentar nada más que nuestra forma de vida, especialmente nuestra forma de tratar a los demás.

Ponencia de José Mª Castillo en la XVII semana andaluza de Teología

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José María Castillo: ¿Otro restauracionismo preconciliar?

Domingo, 4 de enero de 2015
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20603720aLeído en su blog Teología sin Censura:

El Papa ve “escandaloso” las listas de precios en las iglesias para recibir los sacramentos

Las “quince enfermedades de la Curia“, según Francisco

El Papa pide perdón “por mis errores y los de mis colaboradores, y por los escándalos que han hecho tanto daño

“Francisco está amenazado, tan amenazado como la unidad de la Iglesia”

“Estamos ante un nuevo y desesperado intento de restauracionismo preconciliar”

“Con razón advierte A. Torres Queiruga que estamos ante un ‘escándalo'”

“Al Papa se le acepta, en sus enseñanzas y en su forma de proceder, en la medida (y sólo en la medida) en que dice y hace lo que a Müller (y a sus colegas) les parece bien “

¿No tuvimos bastante en la Iglesia con el restauracionismo que Juan Pablo II promovió y defendió con firmeza, durante su largo pontificado, para frenar y – si hubiera sido posible – incluso bloquear el impulso renovador que representó el concilio Vaticano II? ¿No ha quedado patente que aquel intento ha desembocado en un alejamiento mayor de la Iglesia en sus relaciones con la cultura de nuestro tiempo? A estas alturas, hay motivos fundados para pensar que aún no hemos reflexionado a fondo lo que ha significado para la Iglesia el hecho de que un papa teólogo, de la talla de Benedicto XVI, se haya visto en la apremiante necesidad de tener que presentar su renuncia al papado.

Sea cual sea el motivo determinante por el que el papa Ratzinger tomó semejante decisión, parece razonable pensar que Benedicto XVI se vio en la apremiante urgencia de dejar el gobierno de la Iglesia en otras manos porque, sin duda alguna, él vio que la situación no podía ponerse peor de lo que ya estaba. A partir de entonces, el cónclave que eligió a Francisco se dio cuenta de que la Iglesia necesitaba un rumbo nuevo. Y, a la vista de todo lo que ha sucedido, ¿vamos a tener el atrevimiento de tropezar dos veces en la misma piedra?

Pues sí. Efectivamente, da la impresión de que hay quienes se aferran al empeño por repetir la misma historia. Como es bien sabido, ya no es un secreto para nadie que cinco eminentes cardenales (Müller, Caffarra, De Paolis, Brandmüller y Burke) han buscado el apoyo del ex-papa Ratzinger para que les ayude en su intento de corregir el nuevo proyecto de papado y de Iglesia que estamos viendo en el papa Francisco. Se sabe también que Benedicto XVI se negó a aceptar las pretensiones de los cinco purpurados. Y no contento con eso, avisó de inmediato a Bergoglio que se pusiera en guardia por lo que se le venía encima con las pretensiones de los cinco cardenales mencionados y del “bloque preconciliar” de Iglesia que, sin duda, esos purpurados representan.

¿Ha quedado todo resuelto con este intento frustrado de un más que probable enfrentamiento de cinco importantes cardenales con el papa Francisco? Nada de eso. Después del fracaso de los mencionados cinco cardenales, los purpurados han seguido, erre que erre, en su empeño. Y ahora, lo que han hecho ha sido publicar un libro, en el que colaboran los cinco, y del que con razón advierte el profesor A. Torres Queiruga que estamos ante una “sorpresa mayúscula”, incluso ante un “escándalo”.

¿Por qué? Sin duda, los cinco eminentes eclesiásticos (y el bloque preconciliar de Iglesia, que ellos representan) están persuadidos de que el proyecto pastoral de cercanía al Evangelio, y al sufrimiento de los pobres y excluidos de este mundo, será un proyecto “enteramente responsable” si “presupone una teología que se abandona a Dios que se revela, presentándole el pleno obsequio del entendimiento y de la voluntad” (Card. G. L. Müller).

cinco-cardenales-vs-papa-720_560x280Si yo me he enterado bien, estas palabras del Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, vienen a decir que el papa actual, con sus gestos de profunda humanidad y cercanía a los que sufren, da pie para pensar (y decir) que no presupone “una teología que se abandona a Dios”, ni le presenta así (a ese mismo Dios) “el pleno obsequio del entendimiento y de la voluntad”. ¿Se puede hacer semejante insinuación contra el papa y quedarse tan fresco? ¿No sospecha este eminente cardenal que así, al decir eso, lo que en realidad está indicando es que hasta el papa se tiene que someter a lo que piensa el cardenal prefecto del Santo Oficio?

Al hacer estas preguntas, estoy afrontando un problema bastante más serio de lo que algunos se imaginan. Porque, echando mano de argucias teológicas de este calibre, lo que en realidad se pone al descubierto es que el Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe le está diciendo a la Iglesia que al Papa se le acepta, en sus enseñanzas y en su forma de proceder, en la medida (y sólo en la medida) en que el Papa dice y hace lo que a este Cardenal (y a sus colegas) les parece bien que se debe decir y enseñar. Pero, entonces y si es que eso es así, ¿no estamos haciendo trizas la tradición secular de la Iglesia y las enseñanzas de los concilios Vaticano I y Vaticano II (Denz.-Hün. 3060; LG 22) cuando nos han explicado la naturaleza y la razón de ser del Romano Pontífice?

No estoy alambicando sobre el sexo de los ángeles o cosas parecidas. El momento, que estamos viviendo en la Iglesia, es mucho más grave de lo que seguramente muchos piensan. El problema de fondo del Vaticano II se repite. Y, de la misma manera que sucedió entonces, la resistencia al cambio se hace fuerte, seguramente más fuerte de lo que imaginamos. El papa Francisco quiere a toda costa una Iglesia que viva el Evangelio, cercana al sufrimiento humano y dispuesta, ante todo, a remediar los dolores, humillaciones y violencias que azotan sobre todo a los más débiles. Y es decisivo comprender que Francisco quiere una Iglesia entregada a semejante tarea aun cuando para ello sea necesario anteponer el logro de la felicidad de los que más sufren a tradiciones, normas y rituales que, en definitiva, lo que consiguen es tranquilizar conciencias satisfechas por sus “ortodoxias” y sus “observancias”.

Al decir esto, estamos tocando el nudo del problema. Si las quince enfermedades, que Francisco explicó y aplicó a los hombres de la Curia, en su discurso del pasado día 22, son la expresión de lo que realmente ocurre en el Vaticano, se comprende perfectamente que, en las oficinas de la Curia, abunden los funcionarios eclesiásticos (de todos los rangos) que no pueden comprender el genuino carácter cristiano de los dogmas y de las confesiones de fe. Porque se trata de personas que, en las dignidades, cargos y privilegios alcanzados, se han situado en un status que, si quieren mantenerlo, por eso mismo no pueden comprender que “el genuino carácter cristiano de los dogmas de fe está en la peligrosidad crítica y liberadora, y al mismo tiempo redentora, con la que actualizan el mensaje” de Jesús, de forma que “los hombres se asusten de él y, no obstante, se vean avasallados por su fuerza” (J. B. Metz; cf. D. Bonhoeffer).

Así las cosas, yo entiendo perfectamente que estemos ante un nuevo y desesperado intento de restauracionismo preconciliar. Como entiendo igualmente que mucha gente piense en el papa Francisco como un hombre amenazado. Tan amenazado como la unidad de la Iglesia. Y, por tanto, el futuro de esta Iglesia a la que queremos de verdad. Una Iglesia en la que no pretendemos ser más papistas que el papa. Y en la que siempre, y en cualquier caso, aceptamos al sucesor de Pedro, coincida o no coincida con nuestros puntos de vista.

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“Corrupción y religión”, por José María Castillo, teólogo

Lunes, 29 de diciembre de 2014
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corrupcion5Leído en su blog Teología sin Censura:

El reciente informe de la Unión Europea sobre la percepción que se tiene, en ciudadanos y empresas, sobre la corrupción en los distintos países de Europa, sitúa a la cabeza de los países corruptos a Italia y España, mientras que, por el contrario, los países menos corruptos, en cuanto se refiere a la gestión de la economía, son los países del norte de Europa.

En cuanto, hace pocos días, leí los resultados de este Informe, me vino a la memoria el conocido estudio de Max Weber, La Ética Protestante y el espíritu del capitalismo. Como es sabido, Weber defiende en este libro que “el afán de lucro” y la “tendencia a enriquecerse” nada tienen que ver con el capitalismo. Weber estaba convencido, hace un siglo, de que la “mentalidad económica” y el “ethos” [talante] económico son convicciones y pautas de conducta que están determinadas sobre todo por “la ética racional del protestantismo ascético”. Y destacaba las conexiones que las religiones más importantes tienen con la economía y la estructura social del medio en el que viven.

Yo estoy persuadido de que Max Weber no escribiría hoy este libro tal como lo escribió en su tiempo. Entre otras razones, porque el capitalismo de ahora no es como el que Weber conoció. Ni la religión que se practica ahora es como la que se practicaba a finales del s. XIX.

Sin embargo, hay un hecho patente que está a la vista de todos. Exactamente lo mismo, a comienzos del siglo XXI que a finales del XIX, los países de tradición católica son los más corruptos y los más castigados por la crisis económica (países del Sur), al tiempo que los países de matriz protestante (países del Norte) son los más desarrollados y los que han superado la crisis más rápidamente y mejor. Como es lógico, estas cosas no ocurren por casualidad. Alguna relación tiene que haber entre “economía” y “religión”. Lo que, en este momento, equivale a preguntarse: ¿tendrá algo que ver la religión con la corrupción económica?

No voy a ponerme a indagar – una vez más – en qué consiste exactamente el espíritu de la “ética protestante”. Sobre eso se han escrito bibliotecas enteras. Y ya sabemos lo que da de sí este asunto. Por eso yo me he puesto a darle vueltas a esta cuestión, repensando este enorme problema desde otro punto de vista. Hay un hecho que, por otra parte, no deja de llamar la atención. Me refiero a una cosa que ve cualquiera. “Gente religiosa”, “gente de derechas” y “gente capitalista” son expresiones que, con relativa frecuencia, suelen coincidir en las mismas personas y hasta en las mismas instituciones o grupos humanos. Pero coinciden solamente cuando la religión apoya el capitalismo y se pone de parte de la gente de derechas. Si se trata de una religión que, por lo que sea, no es incondicionalmente aceptada por los ricos, ese tipo de religión no tarda en caer en desgracia. Lo que ha pasado con la teología de la liberación es el ejemplo más claro que tenemos, en la Iglesia, de que las relaciones entre “religión” y “economía” son buenas y fluidas cuando, en definitiva, la religión se pliega a las exigencias del capitalismo financiero, con las consiguientes condiciones que impone la banca, etc, etc.

¿Qué hay detrás de todo esto? Por lo que yo he podido averiguar, hasta este momento, el factor determinante en este oscuro asunto es la profunda y extraña conexión que existe entre los “rituales” y la “ética”. Una conexión que se comprende en cuanto uno se da cuenta de que el comportamiento de una persona religiosa está más determinado por el “rito” que por el “ethos” (W. Burkert, B. Lang, G. Theissen). Es decir, la gente religiosa se aferra más a la observancia de los rituales sagrados que a la honradez sin fisuras de la conducta de un buen ciudadano. ¿Cómo se explica que haya tantos ricos capitalistas que se quedan tranquilos con su misa y sus rezos, cuando ellos son los primeros que saben que no pagan los jornales que tendrían que pagar? ¿Qué explicación tiene que haya obispos con palacios y coches de lujo, que se quedan tan tranquilos sabiendo que en su diócesis hay miles de criaturas que se acuestan sin cenar? ¿Cómo es posible que la Jerarquía eclesiástica (con sus clérigos, frailes y monaguillos) siga aferrada a sus exenciones fiscales y privilegios económicos, en una sociedad en la que cada día echan de sus casas a tantas familias que no han hecho otro mal que quedarse sin trabajo?

La observancia ritual es un asunto peligroso
. Porque el rito fielmente observado tiene el efecto diabólico de tranquilizar la conciencia. Por eso hay tanta gente a la que le va divinamente con los bautizos, las bodas (de iglesia), los funerales con misa, la cofradía, la romería, la promesa, el escapulario y la estampa. De manera que todo eso, sin saber cómo ni por qué, se condimenta admirablemente con la tacañería a la hora de pagar el sueldo o el jornal, hacer la declaración de la renta, tener a “la muchacha” de la limpieza apuntada en el “seguro” y, si se trata de gente de poder y gobierno, no tienen empacho en defender y aprobar leyes que hunden a tantas criaturas en la miseria y la desesperación.

¿Se puede asegurar que existe una misteriosa y tremenda conexión entre religión y corrupción? Ahí están los hechos. Y que cada cual responda, no asegurando “yo tengo la conciencia tranquila”, sino preguntando a quienes conviven a tu lado qué piensan de todo esto.

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Francisco: “Nadie habló de matrimonio homosexual en el sínodo”

Martes, 9 de diciembre de 2014
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papa-francisco-homosexuali2-default“Y una cosa que me dije desde el primer momento fue: “Jorge no cambies, seguí siendo el mismo, porque cambiar a tu edad es hacer el ridículo”

¿Será entonces que Francisco es el mismo Bergoglio que afirmó que el matrimonio igualitario era la guerra del Diablo cuando se iba a aprobar en Argentina?

(Elisabetta Piqué, La Nación).- “Dios es bueno conmigo; me da una sana dosis de inconciencia. Voy haciendo lo que tengo que hacer”. “Una cosa que me dije desde el primer momento fue: ‘Jorge, no cambies, seguí siendo el mismo porque cambiar a tu edad es hacer el ridículo’“. Son algunas de las frases que, a punto de cumplir 21 meses de pontificado, y con la espontaneidad de siempre, el papa Francisco pronunció en una entrevista exclusiva con el diario La Nación de Argentina.

El exarzobispo de Buenos Aires, que el 17 de diciembre cumplirá 78 años, dijo que la reforma de la curia romana en curso no estará lista el año próximo, como se especulaba. Admitió, por otra parte, que “falta mucho todavía” para terminar el trabajo de limpieza emprendido en el Vaticano y habló con gran naturalidad de las resistencias que enfrenta, que no le preocupan.

“La resistencia ahora se evidencia, pero para mí es un buen signo que las ventilen, que no las digan a escondidas cuando uno no está de acuerdo. Es sano ventilar las cosas, es muy sano“, aseguró, en una entrevista de 50 minutos que tuvo lugar el jueves último en la Casa de Santa Marta, en el Vaticano, su hogar desde que fue elegido al trono de Pedro el 13 de marzo de 2013.

Accesible, de buen humor y relajado, Francisco no eludió temas candentes, como las controversias que rodearon el último sínodo extraordinario de obispos, de octubre pasado, sobre la familia, que dejó a la luz divisiones en cuanto a cómo enfrentar desafíos como el de los católicos divorciados vueltos a casar, que se animó a definir como “excomulgados de hecho”.

“El cardenal alemán Wálter Kasper (favorable a una apertura hacia los divorciados) lo que hizo fue decir ‘busquemos hipótesis’, es decir, él abrió el campo. Y algunos se asustaron”, explicó.

Nada ha cambiado aún. Para tranquilizar a esos sectores que creen que el sínodo creó confusión, el Papa también recordó que el sínodo “es un proceso” y que “no se tocó ningún punto de la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio”.

Francisco concedió la entrevista exclusiva a La Nación en vísperas de un cita clave: la fiesta de la Virgen de Guadalupe, patrona de América latina, el viernes.

Hablando del aluvión de argentinos que viajan a Roma para sacarse la foto con él, confirmó que, en vista de las elecciones del año próximo, decidió no recibir más en privado a políticos, sino tan solo al término de las audiencias generales de los miércoles en la Plaza de San Pedro.

La Argentina tiene que llegar al término del mandato en paz. Una ruptura del sistema democrático, de la Constitución, en este momento sería un error. Todos tienen que colaborar en eso y elegir luego las nuevas autoridades. Para no interferir con eso, no recibo más a políticos en audiencia privada”, dijo.

Además, confirmó que en el 2016 pretende viajar a Argentina y en el 2015 a otros tres países de América latina -que prefirió no mencionar-, y, por primera vez, al continente africano.

El sínodo extraordinario de obispos sobre la familia dejó en evidencia dos visiones de Iglesia, con un sector abierto al debate y otro que no quiere saber nada. ¿Es así? ¿Usted qué piensa?

No diría que la cosa es tan así… Es verdad, uno simplificando podría decir que había unos más de este lado, o más del otro, pero en un plano de búsqueda de la verdad. Usted me puede preguntar ‘¿hay algunos que son completamente tercos en sus posturas?’. Y, sí, alguno habrá. Pero eso no me preocupa. Es cuestión de rezar para que los convierta el Espíritu, si es que hay algunos de esos.

“Lo que sí se sintió fue una búsqueda fraternal de cómo enfrentar problemas pastorales de la familia. La familia está recontra baqueteada (maltratada), los jóvenes no se casan. ¿Qué pasa?

“Después, cuando vienen a casarse, que ya están conviviendo, creemos que con tres conferencias los preparamos para el matrimonio. Y eso no basta porque la gran mayoría no son conscientes de lo que significa el comprometerse para toda la vida.

“Benedicto lo dijo dos veces en el último año, que habría que tener en cuenta para la nulidad matrimonial qué fe tuvo esa persona cuando se casó. Si era una fe general, pero sabía perfectamente lo que era el matrimonio, como para conferírselo a la otra persona. Y eso es una cosa que debemos estudiar a fondo”.

Los sectores conservadores, sobre todo de Estados Unidos, temen un desmoronamiento de la doctrina tradicional de la Iglesia. Dicen que el sínodo creó confusión porque si bien habló de “elementos positivos” en convivencias y en las parejas homosexuales en el borrador, luego hubo marcha atrás…

El sínodo fue un proceso y así como la opinión de un padre sinodal, es de un padre sinodal, así también, un primer borrador, era un primer borrador, donde se recogía todo. Nadie habló de matrimonio homosexual en el sínodo.

“Lo que sí hablamos es de la familia que tiene un hijo o una hija homosexual, de cómo lo educa, cómo lo lleva, cómo se ayuda a esa familia a llevar adelante esta situación un poco inédita. O sea que en el sínodo se habló de la familia y de las personas homosexuales en relación a sus familias, porque es una realidad que a todo rato encontramos en los confesionarios: un padre y una madre que tiene un hijo o hija así.

“A mí me tocó varias veces en Buenos Aires. Y bueno, hay que ver cómo ayudar a ese padre o a esa madre para que acompañen a ese hijo o hija. Eso es lo que se tocó en el sínodo. Por eso alguno habló de elementos positivos en el primer borrador. Pero era un borrador relativo”.

El Papa afirmó no tener miedo de seguir el camino de la sinodalidad (palabra que deriva del griego “syn”, “odos”, caminar juntos), “porque es el camino que Dios nos pide, es más el Papa es garante, está ahí para cuidar eso”, y añadió: “En el caso de los divorciados y vueltos a casar, nos planteamos ¿qué hacemos con ellos, qué puerta se les puede abrir? Y fue una inquietud pastoral: ¿entonces les van a dar la comunión? No es una solución; eso solo no es la solución, la solución es la integración.

“No están excomulgados, es verdad. Pero no pueden ser padrinos de bautismo, no pueden leer la lectura en la misa, no pueden dar la comunión, no pueden enseñar catequesis, no pueden como siete cosas, tengo la lista ahí. ¡Si yo cuento esto parecerían excomulgados de facto! Entonces, abrir las puertas un poco más”.

Para toda América latina es un orgullo inmenso tener al primer papa latinoamericano. ¿Qué espera usted de América latina?

América Latina viene recorriendo un camino desde hace tiempo, desde la primera reunión del Celam. Monseñor Larraín, chileno, el primer presidente del Celam, ya muerto, le dio un gran impulso.

“Fue la conferencia de Río, después Medellín, después Puebla, Santo Domingo y Aparecida. Son hitos que el episcopado latinoamericano fue haciendo, colegialmente, con metodologías distintas. Primero tímidamente.

“Pero este camino de 50 años no se puede ignorar porque es un camino de toma de conciencia de una Iglesia en América latina, y de maduración en la fe. Junto con este camino se desplegó también una gran inquietud por estudiar el mensaje guadalupano. La cantidad de estudios sobre la Virgen de Guadalupe, sobre la imagen, sobre el mestizaje, sobre el Nican Mopoua, es impresionante, es una teología de fondo. Por eso al celebrar el día de la Virgen de Guadalupe, patrona de América, el 12 de diciembre y los 50 años de la Misa Criolla , estamos conmemorando un camino de la Iglesia latinoamericana.

Un reciente sondeo (Instituto Pew) demostró que, más allá del positivo “efecto Francisco”, hay católicos que siguen abandonando la Iglesia…

Conozco la estadística que dieron en Aparecida, es el único dato que tengo. Evidentemente hay varios factores que intervienen en eso, externos a la Iglesia. La teología de la prosperidad, por poner un ejemplo, inspira muchas propuestas religiosas que atraen gente. Pero luego la gente queda a mitad de camino. Leer más…

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El Cardenal Angelo Bagnasco, afirma que las personas homosexuales que quieren tener hijos son “irreponsables”

Martes, 18 de noviembre de 2014
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bagnasco02GOtra figura relevante en el seno de la iglesia ha arremetido contra las personas homosexuales que desean casarse y formar una familia. En este ocasión, las declaraciones han sido emitidas por el cardenal Angelo Bagnasco, arzobispo de Génova y presidente de la Confederación Episcopal Italiana, que afirma que las uniones entre parejas del mismo sexo, y especialmente si después tienen hijos, “confunden a la gente y tienen el efecto de ser una especie de caballo de Troya, socavando cultural y socialmente el núcleo de la humanidad.

Según el cardenal, la familia tradicional es “la fortaleza del país: la red de caridad, moral y material que protege a las personas de sentirse abandonadas y solas“. Para Angelo Bagnasco, “es irresponsable debilitar la familia creando nuevas formas de matrimonio”, añadiendo además que los niños “deben tener el derecho a tener una madre y un padre”.

Desde su mandato al frente de la Iglesia, el Papa Francisco se ha mostrado partidario de un acercamiento a la comunidad LGTB, preguntándose quién es él para juzgar cuando fue interrogado sobre la cuestión homosexual en una conferencia el año pasado.

A pesar de la predisposición de algunos miembros de la Iglesia a un mayor acercamiento al colectivo, la mayoría de los obispos presentes en el evento vetaron las propuestas de abrir la veda a una mayor aceptación de la comunidad gay por parte de la Iglesia Católica.

Al mismo tiempo, algunas figuras importantes en la misma como el cardenal Francesco Coccopalmerio dijo que jamás podría imaginarse que la Iglesia daría sus bendiciones a las uniones entre personas del mismo sexo. “Para nosotros, y también para la cultura de la humanidad en general, el matrimonio consiste en la unión entre un hombre y una mujer“, concluía.

Fuente Cáscara Amarga

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“El Sínodo sobre la familia, freno a la reforma de Francisco”, por Juan José Tamayo, teólogo

Viernes, 7 de noviembre de 2014
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familia tradicionalEl arzobispo norteamericano Chaput se suma a Burke y acusa al Papa de convertir la Iglesia “en un barco sin timón” y denuncia que Bergoglio “está dejando a los creyentes un poco mareados”

Leído en la página web de Redes Cristianas

La reforma de Francisco parece haber naufragado o, al menos, encallado en el Sínodo celebrado en Roma del 5 al 19 de octubre, que ha reunido a cerca de 200 obispos de todo el mundo para reflexionar sobre la concepción, la actitud y la práctica pastoral de la Iglesia católica en torno a diferentes orientaciones sexuales, a los diferentes modelos de familia y otras cuestiones vinculadas con ella. Éramos muchas las personas de fuera y de dentro de la Iglesia católica que esperábamos un cambio de mentalidad, de orientación y de rumbo en un tema que se caracteriza por planteamientos anclados en el pasado sin apertura alguna a los cambios producidos en las últimas décadas en la sociedad. Pero éramos también conscientes de los obstáculos que se interponían y del peligro de que se produjera un estancamiento

El primer obstáculo lo constituían los propios protagonistas del Sínodo: los obispos. ¿Qué aportaciones podían hacer unas personas que no son especialistas en el tema, ni siguen de cerca los estudios especializados en las diferentes disciplinas que se ocupan del fenómeno de la familia en toda su complejidad? Personas que, además, han renunciado a formar una familia para dedicarse en exclusiva al servicio de la Iglesia. Es verdad que fueron invitados expertos y matrimonios, pero sin apenas influencia en los debates y sin voto a la hora de aprobar las proposiciones finales.

El segundo era la herencia de los papas anteriores. Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI se mantuvieron instalados rígidamente en el paradigma tradicional de la familia y de la doctrina sobre la sexualidad y condenaron los modelos de familia que no se atuvieran a la imagen conservadora del matrimonio “cristiano”. Pablo VI, beatificado el pasado domingo por Francisco, condenó los métodos anticonceptivos en 1968 en la encíclica Humanae vitae, en clara oposición a las orientaciones del concilio Vaticano II, que defendía la paternidad responsable, y en contra de la mayoría de la Comisión de científicos y de teólogos que le asesoraba y que era partidaria del uso de dichos métodos para poner en práctica el principio conciliar de la referida paternidad responsable. La encíclica provocó una de las más graves rupturas de los teólogos, las teólogas y de los movimientos cristianos críticos con el Vaticano y generó un clima de malestar profundo dentro de la Iglesia, que desembocó en una actitud de justificada desobediencia colectiva a las orientaciones papales tanto en la teoría como en la práctica.

En la encíclica Familiaris consortio Juan Pablo II ya alertaba sobre los signos más preocupantes en torno al tema que ha discutido el Sínodo reciente, entre los cuales citaba “la facilidad del divorcio y del recurso a una nueva unión por parte de los mismos fieles; la aceptación del matrimonio puramente civil, en contradicción con la vocación de los bautizados a “desposarse en el Señor”; la celebración del matrimonio sacramento no movidos por una fe viva, sino por otros motivos; el rechazo de las normas morales que guían y promueven el ejercicio humano y cristiano de la sexualidad dentro del matrimonio”.

El cardenal Ratzinger, siendo presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigió en 1986 una durísima carta a los obispos norteamericanos en la que afirmaba que la particular inclinación de la persona homosexual, aunque en sí no sea pecado, constituye, sin embargo, una tendencia, más o menos fuerte, hacia un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista moral. Por este motivo la inclinación misma debe ser considerada objetivamente desordenada. El documento reaccionaba ante quienes creíamos –y seguimos creyendo- que oponerse a la actividad homosexual y a su estilo de vida constituye una forma de discriminación injusta, y osaba aseverar, negando la evidencia, que la actitud de la Iglesia contra la homosexualidad no comporta discriminación alguna, sino que busca la defensa de la libertad y de la dignidad de la persona.

En coherencia con este planteamiento, Ratzinger pedía a los obispos que no incluyeran en ningún programa pastoral a organizaciones de personas homosexuales sin antes dejar claro que toda actividad homosexual es inmoral, ordenaba retirar todo apoyo a organizaciones que pretendieran subvertir la enseñanza de la Iglesia en esta materia, prohibía el uso de locales “propiedad de la Iglesia” para actos de grupos homosexuales e instaba a defender los valores del matrimonio frente a proyectos legislativos que defiendan las reivindicaciones de los colectivos homosexuales.

Por esas fechas, la Congregación romana para la Educación Católica publicaba la Instrucción sobre los criterios de discernimiento vocacional de las personas con tendencias homosexuales con vistas a su admisión en el seminario y a las órdenes sagradas, que prohibía a los homosexuales ingresar en los seminarios y acceder al sacerdocio. Prohibición que sigue manteniéndose hoy a rajatabla.

No resultaba fácil romper en el Sínodo con esa tendencia excluyente de las personas homosexuales y de las personas católicas divorciadas y vueltas a casar, ya que en ella fueron educados –mejor instruidos- muchos de los padres sinodales.

Un tercer obstáculo fue la creación, desde el comienzo de la preparación del Sínodo, de un “frente” de oposición a cualquier cambio, liderado por el cardenal Gerhard Ludwig Müller, presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, nombrado por Benedicto XVI para mantener la ortodoxia y evitar cualquier desviación en materia doctrinal y moral. Se apresuró a escribir un libro sobre la familia recordando la doctrina tradicional, que considera inamovible, y firmó un documento junto con otros cardenales en contra de la reforma que en este tema pretendía introducir Francisco.

Pero no todas eran inercias, obstáculos y problemas. Había también síntomas de apertura. Fue el propio papa Francisco quien, al poco de ser elegido, propició un nuevo clima y abrió el debate sobre la actitud de la Iglesia hacia los homosexuales y el acceso de las personas católicas divorciadas y vueltas a casar a los sacramentos. En el propio Sínodo reinó un clima de libertad y los participantes en el mismo pudieron expresar sin ningún tipo de restricciones en lo referencia a la expresión de sus ideas. Dicho clima fue favorecido por Francisco, quien asistió a las sesiones en actitud de escucha y sin interferirse en las discusiones.

Ya en el viaje de vuelta de Brasil en julio de 2013, preguntado a bordo del avión por su actitud hacia los homosexuales, respondió de esta guida: “Si alguien es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad ¿quién soy yo para juzgarle? No debemos marginar a la gente por esto, deben ser integrados a la sociedad”.

En otra ocasión insinuó la posibilidad de revisar la actual prohibición del acceso de los divorciados que han vuelto a casarse y adoptar una actitud menos excluyente que la actual. Hubo cardenales que remaron en la dirección del papa y mostraron una actitud más abierta y favorable al cambio, entre ellos el cardenal Kasper que, en respuesta a los cardenales firmantes del documento conservador, respondió que “la verdad católica no es un sistema cerrado” y defendió el acceso de las personas divorciadas vueltas a casar a la eucaristía, si bien imponiendo unas condiciones muy severas:

“Si un divorciado vuelto a casar: 1. Se arrepiente de su fracaso en el primer matrimonio 2. Se han esclarecido las obligaciones del primer matrimonio, y se ha definitivamente excluido que regrese atrás. 3. Si no puede abandonar sin otras culpas las responsabilidades asumidas con el matrimonio civil. 4. Si, sin embargo, se esfuerza por vivir del mejor modo según sus posibilidades el segundo matrimonio a partir de la fe y de educar a los propios hijos en la fe. 5. Si tiene el deseo de los sacramentos como fuente de fuerza para su situación, ¿debemos o podemos negar, después de un tiempo de nueva orientación (metanoia), los sacramentos de la penitencia y después de la comunión?”.

Su respuesta es afirmativa, pero con importantes matices y precisiones: “Este posible camino no sería una solución general. No es el camino ancho de la gran masa, sino más bien el estrecho camino de la parte probablemente más pequeña de los divorciados vueltos a casar, sinceramente interesados en los sacramentos. ¿No es necesario tal vez evitar aquí la peor parte? (o sea la pérdida de los hijos con la pérdida de toda una segunda generación)… Un matrimonio civil como el que fue descrito con criterios claros debe distinguirse de otras formas de convivencia irregular, como los matrimonios clandestinos, las parejas de hecho, sobre todo la fornicación, de los así llamados matrimonios salvajes. La vida no es solo blanco y negro. De hecho, hay muchos matices”.

La propia metodología seguida en la preparación del Sínodo permitía albergar esperanzas de cambio. El Vaticano envió una encuesta a todos los cristianos y cristianas en torno a las cuestiones que se iban a abordar en la asamblea episcopal para conocer la opinión de las diferentes comunidades católicas del mundo sobre el tema. La mayoría de las respuestas eran favorables a una mayor apertura y a una actualización de la doctrina sobre la familia más acorde con los cambios producidos en las últimas décadas.

Pero ese clima de apertura enseguida se encontró con la réplica del cardenal Müller, que apelaba a argumentos de carácter dogmático y jurídico para oponerse incluso a la posibilidad de discutir sobre el tema: “Si el matrimonio precedente de unos fieles divorciados y vueltos a casar era válido, en ninguna circunstancia su nueva unión puede considerarse conforme a derecho; por tanto, es imposible que reciban los sacramentos”.

En el Sínodo se han producido, es verdad, cambios importantes en el análisis de la situación de la familia y en las críticas hacia sus patologías, en las actitudes y en el lenguaje empleado. La proposición 8 hace un buen análisis de las situaciones más graves por las que pasa hoy la familia: discriminación de las mujeres y creciente violencia de género contra ellas, con demasiada frecuencia dentro de la familia; abusos sexuales de los niños y de las niñas; penalización de la maternidad en vez de su consideración como valor; mutilación genital en algunas culturas; efectos negativos de las guerras, el terrorismo y el crimen organizado en las familias; crecimiento del fenómeno de los niños de la calle en las grandes metrópolis y en sus periferias.

La actitud ante los matrimonios civiles y las parejas de hecho es más comprensiva y acogedora, ya que, se dice, en ellos deben descubrirse elementos positivos, y en la actitud hacia los homosexuales. Muestra la necesidad de acoger las personas en situaciones difíciles como el divorcio y de buscar nuevos caminos pastorales para las familias heridas, no basadas en “soluciones únicas”

Pero en las cuestiones de fondo no se ha producido cambio alguno. Dos ejemplos. La proposición 52 describe las dos tendencias de los padres sinodales en torno a la posibilidad –solo la posibilidad- de que los divorciados vueltos a casar puedan acceder a los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía: la que se muestra partidaria de mantener las actuales normas prohibitivas en vigor, y la partidaria de permitir el acceso a los sacramentos, pero con muchas restricciones: no de manera generalizada, sino en algunas situaciones especiales y con condiciones muy precisas. Además, el eventual acceso a los sacramentos debe ir precedido de un “caminar penitencial” bajo la responsabilidad del obispo diocesano. Aun con todas estas restricciones, esta proposición contó con el rechazo de 74 padres sinodales y no logró los 2/3 tercios.

Otro ejemplo es la proposición 55 sobre los homosexuales. Defiende la necesidad de una acogida respetuosa y de un trato no discriminatorio hacia ellos, pero es contundente en el rechazo de los matrimonios homosexuales, hasta el punto de excluirlos del plan de Dios sobre la familia y el matrimonio. Con todo, la proposición fue rechazada por 62 padres sinodales y tampoco logró los 2/3.

Para frenar la lógica sensación pesimista que deja el Sínodo en quienes esperaban que la apertura fuera real ya, se afirma, como consuelo, que en este Sínodo no se ha dicho la última palabra y que hay que esperar al de octubre de 2015, que elaborará las conclusiones definitivas sobre la familia. Yo pregunto: ¿Cambiará entonces el panorama y se reconocerá sin trabas, prejuicios y prevenciones el acceso de las personas católicas divorciadas y vueltas a casar el matrimonio a los sacramentos de la eucaristía y de la penitencia y el reconocimiento del matrimonio homosexual como lo hace la Iglesia Anglicana, o volverán a emplearse fórmulas ambiguas del “sí, pero no”, tan propias del lenguaje eclesiástica ¿O se dejará la respuesta ad kalendas graecas?

¿Se seguirá pensando con categorías jurídicas o se hará al ritmo de la vida y atendiendo a los problemas reales de la familia? ¿Se buscarán las respuestas apelando al Código de Derecho Canónico o a la racionalidad dialógica? ¿Se seguirá expulsando de la comunidad eclesial y de la eucaristía que, según el Vaticano II, es el centro de la vida cristiana, a quienes se considera pecadores por el hecho de haber iniciado un nuevo proyecto de vida común y de haber formado una nueva familia?

¿Se respetarán y reconocerán en la Iglesia católica las diferentes identidades sexuales: gays, lesbianas, bisexuales, transexuales, que de hecho existen entre los cristianos y las cristianas como existen en la sociedad? ¿Caminará la Iglesia oficial al ritmo de la sociedad y será sensible, como pedía Juan XXIII, a los signos de los tiempos, entre los cuales se encuentra el reconocimiento explícito de los diferentes modelos de familia, o perderá de nuevo el tren de la historia?

Y una reflexión final en clave de realismo. Yo creo que considerar un problema el acceso a la eucaristía a personas divorciadas vueltas a casar y a los matrimonios homosexuales solo existe en las mentes de los jerarcas, no en la práctica. Y negar dicho acceso se encuentra en el Código de Derecho Canónico, no en la vida de las comunidades cristianas. Son muchas las comunidades eclesiales de todo el mundo (parroquias, comunidades de base, grupos de matrimonios, etc.) que ni siquiera se plantean el problema. Las cristianas y los cristianos divorciados que han vuelto a casarse y las parejas homosexuales son acogidos sin ningún tipo de reserva en dichas comunidades, de las que forman parte, y participan en los sacramentos como el resto de los creyentes. Y lo hacen con toda naturalidad, sin ningún complejo de culpa, sin consultar ni pedir permiso a los clérigos y obispos, ni preguntarse si actúan conforme a la disciplina de la Iglesia, sin someterse a ningún “camino de penitencia”. Bastante penitencia ha tenido y sigue teniendo su vida como para añadirle todavía otra más.

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Dos malos ejemplos y uno bueno. Domingo 31. Ciclo A

Domingo, 2 de noviembre de 2014
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a_burke_8Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Los protagonistas de las tres lecturas (hoy tendré también en cuenta la segunda) son las personas que deberían estar al servicio de la comunidad. Unos se portan mal con Dios y con el prójimo; Pablo se entrega por completo a sus cristianos.

 El mal ejemplo de los sacerdotes (1ª lectura)

 La primera lectura nos traslada a Judá en el siglo IV a.C. Por entonces, los judíos están sometidos al imperio persa. No tienen rey, sólo un gobernador, y los sacerdotes gozan cada vez de mayor poder y autoridad. Pero no lo ejercen como correspondería. Contra ellos se alza este profeta anónimo (Malaquías no es nombre propio sino título; significa “mi mensajero”). Las acusaciones que hace a los sacerdotes son muy duras, pero parecen muy genéricas: no dar gloria a Dios, no obedecerle, no guardar sus caminos, hacer tropezar a muchos. Si la liturgia no hubiese mutilado el texto, quedarían claras algunas de las cosas con las que los sacerdotes desprecian a Dios: ofreciendo sobre el altar pan manchado, animales ciegos, cojos, enfermos o incluso robados. En definitiva, no dan importancia al altar ni a lo que se ofrece a Dios.

 Lectura de la profecía de Malaquías 1, 14-2, 2b. 8-10

«Yo soy el Gran Rey, y mi nombre es respetado en las naciones -dice el Señor de los ejércitos. Y ahora os toca a vosotros, sacerdotes. Si no obedecéis y no os proponéis dar gloria a mi nombre -dice el Señor de los ejércitos-, os enviaré mi maldición. Os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley, habéis invalidado mi alianza con Leví -dice el Señor de los ejércitos-. Pues yo os haré despreciables y viles ante el pueblo, por no haber guardado mis caminos, y porque os fijáis en las personas al aplicar la ley. ¿No tenemos todos un solo padre? ¿No nos creó el mismo Señor? ¿Por qué, pues, el hombre despoja a su prójimo, profanando la alianza de nuestros padres?»

 El mal ejemplo de los escribas y fariseos (evangelio)

 En los domingos anteriores leíamos diversos enfrentamientos de grupos religiosos judíos con Jesús. Ahora le toca a él contraatacar. Y lo hace con un discurso muy extenso, del que hoy sólo se lee la primera parte, dirigido contra los escribas y fariseos, los principales representantes religiosos de los judíos después del año 70 (cuando los romanos incendiaron el templo de Jerusalén, los sacerdotes pasaron a segundo plano porque no podían ejercer su función cultual).

Los escribas eran los especialistas en la Ley de Moisés, algo así como nuestros canonistas y moralistas. Los fariseos eran los seglares piadosos, que se esforzaban sobre todo por cumplir las normas de pureza y por pagar el diezmo incluso de lo más pequeño.

           Ni buen ejemplo ni buena enseñanza

 En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. 

 El discurso comienza con una afirmación llena de ironía. Aparentemente distingue entre lo que dicen y lo que hacen. Lo que dicen es bueno, lo que hacen… es que no hacen nada. Sin embargo, esta afirmación hay que matizarla teniendo en cuenta el resto del evangelio. Entonces se advierte que Jesús no está de acuerdo con la enseñanza de escribas y fariseos, porque en otras ocasiones ha mostrado su desacuerdo con ellos, e incluso ha puesto en guardia a los discípulos contra su doctrina («la levadura de los escribas y fariseos»). Así lo demuestra la referencia a su enseñanza: toda ella se resume en agobiar a la gente con cargas pesadas, que ellos no se molestan en empujar ni con el dedo. Por consiguiente, la única forma adecuada de interpretar las palabras iniciales es la ironía. Jesús está en desacuerdo con la conducta de escribas y fariseos, y también con su enseñanza.

 Filacterias y alzacuellos, borlas y colorines

 Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros.

El discurso sigue con el mismo enfoque irónico. Después de afirmar que «no hacen», dice que hacen muchas cosas, pero todas para llamar la atención. Y se detiene en algo a lo que Jesús daba mucha importancia: la forma de vestir.

Las filacterias eran pequeñas cajas forradas de pergamino o de piel negra de vaca que contienen tiras de pergamino en las que están escritos cuatro textos bíblicos (Dt 11,13-22; 6,4-9; Ex 13,11-16; Ex 13,2-10). Desde los trece años, durante la oración de la mañana en los días laborables, el israelita varón se ponía una sobre la cabeza y otra en el brazo izquierdo, pronunciando estas palabras: «Bendito seas, Yahvé, Dios, Rey del Universo, que nos has santificado por tus mandamientos y que nos has ordenado llevar tus filacterias». Mateo alude a una costumbre de los judíos beatos, que llevaban las filacterias todo el día y agrandaban las borlas para hacerlas más visibles.

El origen de las borlas se remonta a Nm 15,38s: «Di a los israelitas: Haceos borlas y cosedlas con hilo violeta a la franja de vuestros vestidos. Cuando las veáis, os recordarán los mandamientos del Señor y os ayudarán a cumplirlos sin ceder a los caprichos del corazón y de los ojos, que os suelen seducir». Los judíos beatos agrandaban esas borlas que llamar la atención. Escribas y fariseos caen en estos defectos, a los que se añaden otros detalles de presunción.

            Ni maestro, ni padre

            Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

Mateo, que no quiere limitarse a ironizar, sino que desea evitar los mismos peligros en la comunidad cristiana, termina esta parte introductoria exhortando a evitar todo título honorí­fico: maes­tro, padre, consejero. En su opinión, no se trata de una cuestión secundaria: el uso de estos títulos equivale a introducir dife­rencias dentro de la comunidad, olvidando que todos somos igua­les: todos herma­nos, todos hijos del mismo Padre. Más aún, esos títulos signifi­can desposeer a Dios y al Mesías de la dignidad exclusiva que les pertenece, para atribuírsela a simples hombres. Por eso, frente al deseo de aparentar de escri­bas y fariseos, el principio que debe regir entre los cristianos es que «el más grande de vosotros será servidor vuestro». Y el que no esté dispuesto a aceptarlo, que se atenga a las consecuen­cias: «A quien se eleva, lo abajarán, y a quien se abaja, lo elevarán».

            Una anécdota que viene a cuento

 Me contaban hace poco que un compañero fue a visitar a un cardenal. Cometió el tremendo error de llamarle “Reverencia” (título de un obispo) en vez de “Eminencia”. Al interesado se le mudó la cara ante tamaña ofensa. Y mi compañero no consiguió lo que pedía. Lógico.

El buen ejemplo de Pablo (2ª lectura)

Por pura casualidad, y sin que sirva de precedente, la segunda lectura de hoy se puede relacionar con las otras dos. Frente al mal ejemplo de desinterés, autoritarismo, vanidad y presunción, Pablo ofrece un ejemplo de entrega absoluta a los cristianos de Tesalónica, como una madre, trabajando día y noche para no resultarles gravoso.

Hermanos:
Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor. Recordad si no, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y noche para no serle gravoso a nadie, proclamamos entre vosotros el Evangelio de Dios. Ésa es la razón por la que no cesamos de dar gracias a Dios, porque al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes.

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“Familia: ¿Qué quiere la Iglesia?”, por José María Castillo, teólogo

Domingo, 26 de octubre de 2014
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Dios es FamiliaDe su blog Teología sin Censura:

¿Qué quiere resolver la Iglesia en lo que se refiere a los problemas que más preocupan ahora mismo a la familia? Como es lógico, lo primero que llama la atención – y resulta difícil de explicar – es que los problemas que ha tratado el Sínodo no son los que más interesan y preocupan a la gran mayoría de las familias del mundo. El angustioso problema de la vivienda, el problema de un jornal o un sueldo con el que llegar dignamente a fin de mes, el problema de la salud y de la seguridad social, el de la educación de los hijos. Por lo menos, estos asuntos tan graves y que tanto angustian a la gente no han estado – que sepamos – como problema centrales en el orden del día de ninguna de las comisiones o de las sesiones del Sínodo.

Esto da pie para pensar o quizá sospechar – al menos, en principio – que quienes han preparado y organizado los trabajos del Sínodo son personas que pueden dar la impresión de que viven más preocupadas por los dogmas católicos y la moral, que predica el clero, que por los sufrimientos y humillaciones que están soportando muchas más familias de las que imaginamos. No hay que ser ni un sabio ni un santo para darse cuenta de esto. Para hacerse lógicamente la pregunta que acabo de plantear. Y que nadie me diga que los asuntos, que acabo de apuntar, son problemas que tienen que ser resueltos por economistas y por políticos. Por supuesto, lo que he dicho es asunto que concierne directamente a la economía y a la política. Pero, ¿sólo a economistas y políticos? Y entonces, ¿el sufrimiento, la dignidad, la seguridad y los derechos de la gente, los derechos fundamentales de las familias, no nos tienen que interesar, ni por ellos podemos ni tenemos que hacer nada?

Esta es la primera gran cuestión que, a mi modesto entender, tendría que interesar sobre todo – y antes que ninguna otra cosa – a la Iglesia, especialmente a sus dirigentes. Lo digo con tiempo, cuando todavía tenemos un año por delante para llegar a las conclusiones finales del Sínodo.

Pero, viniendo ya a los problemas que el Sínodo ha tratado, mi pregunta es la siguiente: a la Jerarquía de la Iglesia, ¿qué es lo que más le interesa y le preocupa? ¿gente que “se quiere”? o ¿gente que “se somete”? Confieso que estas preguntas se me han ocurrido pensando y recordando lo que yo mismo estoy viendo en el mundo eclesiástico desde hace más de 60 años, es decir, desde que ando metido en ambientes clericales. Lo mismo en España que fuera de España, lo que yo he palpado, en los ambientes de Iglesia, es que los problemas de la economía y los asuntos sociales no suelen preocupar demasiado. Porque normalmente tales problemas (en las instituciones eclesiásticas) están resueltos. Mientras que los asuntos relacionados con la ortodoxia dogmática (sumisión a la Jerarquía) y con el sexo (observancia de la moral), no sólo suelen ser muy preocupantes, sino que con frecuencia resultan casi obsesivos o rozando la obsesión. La consecuencia, que se suele seguir de este estado de cosas, y que la gente nota mucho, está a la vista de todos: los obispos no suelen hablar (o se limitan a alusiones genéricas) sobre la corrupción política y sus consecuencias, mientras que esos mismos obispos suelen poner el grito en el cielo si lo que se plantea es el problema de los matrimonios entre personas homosexuales o, en general, cuestiones relacionadas con el sexo. De ahí, por poner un ejemplo, la diferencia de trato que reciben, en tantos confesionarios, los capitalistas y banqueros o los gays y lesbianas.

Todo esto nos lleva – me parece a mí – a una pregunta mucho más radical: ¿por qué las religiones afrontan de manera tan distinta los problemas relacionados con “la propiedad de los bienes” y los problemas que se refieren al “cariño entre las personas”? Desde el punto de vista de la sociología, uno de los especialistas más reconocidos en esta materia, Anthony Giddens, ha escrito: “La familia tradicional era, sobre todo, una unidad económica. La producción agrícola involucraba normalmente a todo el grupo familiar, mientras que entre las clases acomodadas y la aristocracia la transmisión de la propiedad era la base principal del matrimonio. En la Europa medieval el matrimonio no se contraía sobre la base del amor sexual, ni se consideraba como un espacio donde el amor debía florecer” (Un mundo desbocado, pg. 67-68).

En realidad, “la propiedad de los bienes” (y no “el cariño entre las personas”), como factor determinante de la familia tradicional, viene de más lejos y tiene su origen en otra fuente: el Derecho. Como es sabido, la familia era la unidad que interesaba al primer Derecho romano. Este Derecho no se ocupaba de lo que ocurría dentro de la familia. Las relaciones entre sus miembros eran un asunto privado, en el que la comunidad no intervenía. La familia estaba representada por su cabeza, el paterfamilias, en el que se concentraba toda la propiedad familiar. Y todos sus descendientes, en línea paterna estaban bajo su control. Cualquier hijo no dejaba de estar bajo su poder. Más aún, un hijo no dejaría de estar bajo el poder de su padre hasta que llegase a adulto e incluso, hasta que no muriese el padre, no podría tener propiedades por sí mismo. Consecuentemente toda la propiedad familiar se mantenía unida y los recursos de la familia, como un todo, se reforzaban (Peter G. Stein, El Derecho romano en la historia de Europa, pg. 7-8). Lo notable es que la Iglesia hizo plenamente suyo este Derecho. De forma que, por ejemplo, el concilio de Sevilla, del año 619, califica al Derecho romano como lex mundialis, es decir la ley por antonomasia a la que tendrían que someterse todos los pueblos (cf. E. Cortese, Le Grandi Linee della Storia Giuridica Medievale, pg. 48).

Pues bien, en este contexto de ideas y de leyes, resulta comprensible y lógico que la Iglesia, a medida que se fue acomodando a la cultura y al Derecho heredado del Imperio romano, en esa misma medida fue asumiendo e integrando en su vida y en su sistema organizativo lo que era común a las demás religiones. Me refiero a lo que, con razón, ha dicho uno de los más reconocidos especialistas en esta materia: “La religión es generalmente aceptada como un sistema de rangos, que implica dependencia, sumisión y subordinación a superiores invisibles” (Walter Burkert, La creación de lo sagrado, pg. 146). De ahí que las teologías y los rituales de las religiones, si en algo insisten y en algo son semejantes los unos a los otros, es precisamente en cuanto afecta a la “sumisión”. Y conste que, por lo que afecta concretamente a esta sumisión, los rituales que la crean, la fomentan y la mantienen, “no están limitados a una religión particular, sino que se encuentran en todo el planeta, y se puede demostrar que algunos de ellos son prehumanos” (o. c., pg. 156). La sumisión, desde las sociedades prehumanas, se expresa creando la impresión que uno produce al inclinarse, arrodillarse, tirarse al suelo, arrastrarse, en suma, todo lo que es “no agrandarse”. Y está demostrado que los rituales religiosos coinciden todos en esto (K. Lorenz, On Aggression, Nueva York, 1963, pg. 259-264; I. Eibl-Eibesfeldt, Liebe und Hass: Zur Naturgeschichte elementarer Verhaltensweisen, Munich, 1970, pg. 199 ss).

Ahora bien, lo más sorprendente, en todo este asunto, es comparar estos supuestos básicos de la familia y de la religión con los relatos de los evangelios que, repetidas veces, se refieren tanto a la familia como a la religión. Sabemos, en efecto, que Jesús, lo mismo en lo que se refiere a la familia como en lo que respecta a la religión, asumió públicamente y sin ambigüedades una actitud sumamente crítica. Me explico.

Por lo que afecta a la religión, los evangelios nos informan de los enfrentamientos y conflictos constantes y crecientes que tuvo Jesús con los dirigentes religiosos y sus rituales. A esto se refieren los enfrentamientos con escribas y fariseos, con los sumos sacerdotes y senadores, incluso con el mismo Templo de Jerusalén. Hasta terminar siendo detenido por las autoridades religiosas, acabando en el juicio, la condena y la ejecución violenta en el tormento de los crucificados, los “lestaí” (Mc 15, 27; Mt 27, 38), es decir, no los simples ladrones, sino los rebeldes políticos, como explica F. Josefo (H. W. Kuhn: TRE vol. 19, 717). Jesús fue el hombre más profundamente religioso que podamos imaginar. Pero la religión de Jesús quedó desplazada del modelo establecido: su religión (como el Dios que representaba) no estuvo centrada en “lo sagrado”, sino en “lo humano”. Esto es capital para entender el Evangelio Y sin embargo, esto no es central para entender la Teología cristiana. Ni esto es tampoco el centro de la vida de la Iglesia.

Por lo que se refiere a la familia, es seguro que las relaciones de Jesús con su propia familia fueron tensas y complicadas: sus parientes lo tuvieron por loco (Mc 3, 21) y no creían en él, incluso lo despreciaban (Mc 6, 1-6; cf. Jn 7, 5). Por otra parte, lo primero que Jesús les exigía, a quienes pretendían seguirle, era abandonar la propia familia (Mt 8, 18-22; Lc 9, 57-62). Y cuando un día le dijeron que le buscaban su madre y sus hermanos, la respuesta de Jesús fue decir que su madre y sus hermanos son los que escuchan y cumplen lo que Dios quiere (Mc 3, 31-35; Mt 12, 46-50; Lc 8, 19-21). Pero Jesús, en lo que se refiere a las relaciones con la familia, llegó más lejos. Porque se atrevió a decir que él no había venido a traer paz, sino espadas, división y conflicto, precisamente entre los miembros de la propia familia (Mt 10, 34-42; Lc 12, 51-53; 14, 26-27). Es más, Jesús llegó a tocar en lo intocable de aquel modelo de familia: “No llaméis “padre” a nadie en la tierra” (Mt 23, 9). Una prohibición tan fuerte, en aquella cultura, que llegó a desmontar el eje mismo de aquel modelo de relaciones familiares. Los grandes, los importantes, no son los “padres” y “jerarcas”, sino los “niños”, los “pequeños”: el reinado de Dios es de los que se hacen como ellos (Mt 19, 14).

¿Qué quiere decir todo esto? ¿Dónde está el fondo del asunto? Las relaciones de parentesco no son libres, sino que nos son dadas e impuestas a cada ser humano que viene a este mundo. Por el contrario, las relaciones comunitarias y de amistad, dado que nacen de convicciones libres y de sentimientos que cada cual acepta libremente, son siempre relaciones que se basan en la libertad humana y se mantienen por la fuerza de la decisión libre. Lo más bello, lo más gratificante y lo más motivador de la relación de fe y confianza en el otro, y en Dios, es que siempre es posible porque es una relación libre. De tal manera que lo determinante, en este modelo de familia y de grupo, no es la sumisión, ni al “poder represivo”, ni al “poder seductor” (Byung-Chul Han), sino que lo decisivo es la fe y la confianza, en el encuentro (con el Otro, con los otros, con alguien en concreto) mediante la “relación pura” (A. Guiddens), que se basa en la comunicación emocional. La forma de comunicación en la que las recompensas derivadas de la misma son la base primordial para que tal comunicación pueda mantenerse y perdurar. Por esto precisamente la experiencia nos dice que donde hay cariño verdadero, por eso mismo hay libertad, mientras que donde hay religión (centrada en lo ritual y lo sagrado) hay sumisión.

Ahora bien, supuesto lo dicho en esta (ya demasiado prolongada) reflexión, vuelve la pregunta inicial: ¿Qué quiere la Iglesia con todo lo que ha removido a propósito de la familia? Por supuesto, el papa Francisco, al convocar y programar el Sínodo de la Familia, ha querido responder a problemas apremiantes que tienen planteados miles de familias en todo el mundo. Pero es de suponer que el papa Francisco, al convocar este Sínodo, exigiendo libertad para hablar de los problemas y transparencia para informar de lo que se ha hablado en las sesiones sinodales, lo que ha hecho ha sido poner en marcha, sin posible vuelta atrás, un proceso de apertura de la Iglesia a los problemas reales y concretos que, en este momento histórico, se nos plantean a todos.

Pero lo que ha ocurrido es que, no sólo se ha puesto en marcha este proceso, sino que, además de eso, el mundo se ha enterado de que en la Iglesia persiste muy vivo un sector importante de clérigos (de todos los rangos) y de laicos que identifican las creencias cristianas con posiciones inmovilistas e intolerantes que, además, desde el punto de vista de la más documentada, sana y ortodoxa teología, son posiciones indemostrables. Y, por tanto, posiciones que ocultan pretensiones inconfesables de poder y autoridad que se orientan más a mantener intacta la “sumisión” de los fieles que a fomentar la “libertad” que brota del cariño entre los seres humanos.

La situación es delicada. Hay que evitar, a toda costa, un nuevo cisma en la Iglesia. Pero no podemos estar incondicionalmente con quienes identifican el cristianismo con una religión centrada en la observancia de rituales sagrados, que produce obsesivamente sumisión a jerarquías ancladas en un pasado y en una cultura que ya no son ni nuestro tiempo, ni la cultura en que vivimos. Un cristianismo así, produce personas muy religiosas y un clero fiel a jerarquías eclesiásticas que se identifican más con los privilegios que le ofrece el poder político que con la libertad indispensable para lograr una sociedad más justa en la que todos los ciudadanos podamos vivir en justicia e igualdad de derechos. Si nuestro proyecto de vida quiere ser fiel a Jesús y a su Evangelio, no tenemos más camino que la apertura al futuro que entre todos tenemos que construir. Es más, si de verdad queremos a la Iglesia y ser fieles a la ”memoria peligrosa” de Jesús, los cristianos tenemos, en el camino que nos está abriendo y trazando el papa Francisco, el itinerario cierto que nos lleva al fin que anhelamos.

José M. Castillo

Espiritualidad, General, Iglesia Católica , , , , , , , , , , , , ,

“El papa, el sínodo y los maricones”, por Bruno Bimbi

Lunes, 20 de octubre de 2014
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***

Seamos sinceros, por favor. ¿Ustedes realmente se creyeron que la reunión de tías solteronas del Vaticano iba a terminar con papá Francisco cantando “I Will Survive”?

Me mata tanta ingenuidad.

Una semana entera nos tuvieron a la espera, bombardeados por titulares de diarios e informes en los noticieros que contaban, orgullosos por ese argentino que consiguió sentarse en el trono de la última monarquía absolutista de Europa, que ahora la Iglesia católica, apostólica y romana iba a reconciliarse con los maricones. Que habría una “apertura” y una “acogida” (¡ay, señor traductor!) y no dirían más que somos sodomitas, pervertidos, desviados, antinaturales, pecadores, en fin, una manga de tragasables que irán al infierno por putos.

Dijeron que era histórico. Revolucionario. Una tormenta. Un cambio de época. No esperaron siquiera a ver el documento final, porque las ganas de confirmar que Francisco no es más Bergoglio y la Iglesia católica no es más apostólica ni romana tienen obnubilada a la prensa de casi todo el mundo, sobre todo a la argentina. Tienen una ganas bárbaras de creerle.

La primera versión del documento que pretendía resumir lo discutido en el “sínodo” por los obispos, vestidos con sus largas polleras negras y sus solideos y cinturones rosados, se titulaba Relatio post disceptationem —en latín clásico, esa lengua que solo ellas siguen hablando— y, para alegría de los más papistas que el papa, traía tres párrafos hablando de los omosessuali —en italiano, porque no había en latín una palabra para eso— y, curiosamente, el término no venía acompañado por las ofensas de siempre. ¡Extra, extra!

Los admiradores de Francisco estaban eufóricos, contándonos lo innovador y super-recontra-moderno que era ese texto que no nos insultaba más. Decía, presten atención, que los omosessuali tenemos “dones y talentos” y que podemos ofrecérselos a ellos, la comunità cristiana — y sólo a ellos, claro. Y se preguntaba —sí, se preguntaba, no afirmaba— si ellos serían capaces de “acogernos” y “evaluar” nuestra orientación sexual, pero siempre senza compromettere la dottrina cattolica su famiglia e matrimonio, por supuesto. No vaya a ser cosa que, de tanto evaluarnos y acogernos, alguien pueda pensar que la doctrina católica sobre la familia y el matrimonio se movió medio milímetro del lugar donde Dios la puso, representado en el acto de ponerla por otras tías solteronas que se reunieron en el siglo XVI, con las mismas polleras negras, pero —según muestran las pinturas de la época del Concilio de Trento— sin nada rosado, salvo las de mayor jerarquía. Divas, ellas.

El texto también recordaba, por si quedaban dudas, que “las uniones entre personas del mismo sexo no pueden equipararse con el matrimonio entre el hombre y la mujer” y reclamaba al mundo que “tampoco es aceptable que se quiera ejercer presión sobre la actitud de los pastores o que los organismos internacionales condicionen la ayuda financiera a la introducción de una legislación inspirada en la ideología de género” (la Iglesia le dice “ideología de género” a los estudios de género).

Benedicto manda saludos.

Por último, en el tercer párrafo, los obispos recordaban que la Iglesia tiene “problemas morales” con las parejas del mismo sexo, pero “reconoce” que “en algunos casos”, el apoyo mútuo “para el sacrificio” (WTF?) puede ser valioso, y hacían una confusa referencia a los niños con dos papás o dos mamás (aunque, obviamente, no usaban esas palabras), sin que quedase claro qué querían decir.

Y eso es todo.

Tenemos algunos dones y talentos. Pueden acogernos. Deven evaluarnos. Nuestras parejas siguen siendo un problema moral. La doctrina no se toca. Re-que-te-con-tra-mo-der-no. Pero apenas eso, para buena parte de los medios de comunicación de todo el mundo, era histórico. Revolucionario. Una tormenta. Un cambio de época. ¡Imaginate! La iglesia reconoce que tenemos algunos dones y talentos. ¡Guau!

Hagamos de cuenta, por un instante, que el sínodo hubiese terminado ahí y que ese texto fuese el documento final. Y hagamos de cuenta, por un instante, que no fuese un documento sobre los homosexuales, sino sobre los judíos. O sobre los negros. Y que dijese, con palabras parecidas, que tienen algunas cosas buenas, una que otra virtud, por lo cual estaría bueno acogerlos y evaluarlos, sin que eso comprometa la doctrina de la Iglesia sobre la judeidad y la negritud, que, como sabemos, es bien clarita. Me imagino que los negros y los judíos estarían contentísimos con semejante demostración de cariño y admiración.

Pero vos sos un denso, querés demasiado, no reconocés que es un gran avance.

—¿Cuál es el avance? A ver, explicame…

—Dicen que tienen dones, talentos. Antes decían que eran unos putos de mierda que se iban a ir al infierno. Es un avance, che, no seas tan exigente…

Pero no. Ni siquiera eso.

Después de una semana de discusiones, intrigas, trascendidos, aclaraciones, desmentidas, enojos y una incomprensible expectativa de casi todos los diarios del mundo, la reunión de tías solteronas decidió que no tenemos dones ni virtudes. O sea, para que quede claro: estuvieron una semana discutiendo sobre ese documento, porque no se ponían de acuerdo; votaron y decidieron, por mayoría, que no tenemos ningún don y ninguna virtud.

Ni una solita.

Ni siquiera eso fueron capaces de decir, aunque no fuese tan sincero, para disimular un poco.

El documento final, titulado en latín Relatio Synodi y divulgado este sábado, ya no trae más el subtítulo que hablaba de “acoger” a los omosessuali: ahora dice que hay que dar atención pastoral a sus familias. No dice más, repito, que los gays tengamos dones, ni virtudes, ni nada bueno. Dice, en cambio, que algunas familias viven la “experiencia” de tener dentro una persona con orientamento omosessuale. A esas familias, la Iglesia católica —que, por si quedaban dudas, sigue siendo apostólica y romana— debe darles atención pastoral para que entiendan que “no hay fundamento alguno para asimilar o establecer la más remota analogía entre las uniones del mismo sexo y el plan de Dios para el matrimonio y la familia”. Ni-la-más-re-mo-ta. Lo dicen estos señores de edad avanzada, desempleados y económicamente inactivos, que hablan en latín, usan polleras negras y solideos y cinturones rosados y son expertos internacionales en familia y matrimonio, pese a ser oficialmente castos, vírgenes, solteros y sin hijos. El plan de Dios, al que ellos tuvieron acceso através de la Wikileaks divina, no incluye a los omosessuali.

¿Entendieron, manga de putos?

Sin embargo, continúa el documento, los hombres y mujeres con orientamento omosessuale deben ser acogidos (y vuelve esa palabrita) “con respeto y sensibilidad”, evitándose todo tipo de “discriminación injusta”.

El respeto se nota mucho y se agradece inmensamente.

Lo más gracioso (por decirlo de alguna forma) es que la parte que habla de no discriminarnos injustamente es una cita, entre comillas, de un viejo documento escrito por Joseph Ratzinger en 2003, antes de ser papa (durante el reinado de Wojtila), titulado “Considerazioni circa i progetti di riconoscimento legale delle unioni tra persone omosessuali”. El objetivo del documento era, justamente, exigir a los gobiernos del mundo que discriminaran injustamente a las parejas homosexuales, negándoles el derecho al matrimonio civil. El documento de Ratzinger afirmaba, entre otras cosas, que “los actos homosexuales contrastan con la ley natural” y “cierran el acto sexual al don de la vida”, por lo que “no son el resultado de una verdadera complementariedad afectiva y sexual” y “en ningún caso pueden recibir aprobación”. Las muestras de respeto, sensibilidad y no discriminación continúan: “los actos homosexuales están condenados como graves depravaciones” y aunque no pueda decirse que los que “padecen esta anomalía” sean personalmente responsables por ella, cometen actos “intrínsecamente desordenados”. Para ser precisos, la parte citada por los obispos, que dice que los omosessuali deben ser acogidos con “respeto, compasión y delicadeza” y no sufrir “discriminación injusta” (ahí está: la que ellos nos imponen es justa, obvio), ordena que vivamos castos (como supuestamente ellos viven) y dice que “la inclinación homosexual es objetivamente desordenada y las prácticas homosexuales son pecados gravemente contrarios a la castidad”.

Todo muy bonito.

El texto de Ratzinger, resucitado desde las catacumbas de la Inquisición por el sínodo franciscano y agregado a último momento en el documento (también agregaron, al final, una condena más explícita a los países que aprueban el matrimonio igualitario), era tan repulsivo que el escritor peruano Mario Vargas Llosa, premio Nobel de literatura, escribió una durísima crítica en la que afirmaba que

“con argumentos así, aderezados con la presencia sulfúrica del demonio, la Iglesia mandó a millares de católicos y de infieles a la hoguera en la Edad Media y contribuyó decisivamente a que, hasta nuestros días, el alto porcentaje de seres humanos de vocación homosexual viviera en la catacumba de la vergüenza y el oprobio, fuera discriminado y ridiculizado y se impusiera en la sociedad y en la cultura el machismo, con sus degenerantes consecuencias: la postergación y humillación sistemática de la mujer, la entronización de la viril brutalidad como valor supremo y las peores distorsiones y represiones de la vida sexual en nombre de una supuesta normalidad representada por el heterosexualismo. Parece increíble que después de Freud y de todo lo que la ciencia ha ido revelando al mundo en materia de sexualidad en el último siglo la Iglesia Católica —casi al mismo tiempo que la Iglesia Anglicana elegía al primer obispo abiertamente gay de su historia— se empecine en una doctrina homofóbica tan anacrónica como la expuesta en las doce páginas redactadas por el cardenal Joseph Ratzinger”.

Once años después, la Iglesia católica, que sigue siendo apostólica y romana, bajo el reinado de Francisco, que sigue siendo Bergoglio, continúa empecinada en la misma doctrina homofóbica anacrónica, aunque su departamento de marketing y relaciones públicas ahora funcione mucho mejor y algunos crean que ha cambiado algo.

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Mi cuenta en Twitter: @bbimbi / Facebook: Bruno Bimbi. Periodista.

Fuente BlogsTodoNoticias

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El mensaje final del Sínodo elimina toda referencia a las personas LGTB y sus familias.

Sábado, 18 de octubre de 2014
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el-papa-en-el-sinodo

¿Resultó ser el bluf de Francisco.? Lo explica muy bien el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española en su 23ª edición recientemente publicada. 

bluf. (Del ingl. bluff).

1. m. Montaje propagandístico que, una vez organizado, se revela falso.

2. m. Persona o cosa revestida de un prestigio que posteriormente se revela falto de fundamento.

Lo que más duele es esta táctica cruel que parece ser la última moda vaticana… Si antes era el insulto y el salivazo estilo Benedicto, ahora parece que se estila el lanzar globos sonda que crean esperanzas para después decir que esperes. ¿Cómo se puede afirmar que “Cristo quiso que su Iglesia sea una casa con la puerta siempre abierta, recibiendo a todos sin excluir a nadie”? Tras leer el Mensaje final del Sínodo la cosa queda meridianamente clara: Ni los divorciados, ni las personas LGTB y sus familias tenemos, hoy por hoy, un lugar en esta Iglesia. Desde luego, no comparto la euforia de Religión Digital. A nosotros no nos basta con tener que esperar hasta no sé cuándo para que “nos acojan”… Queremos ser reconocidos ya.

El Sínodo aprueba por mayoría abrir el debate en todos los puntos de la “relatio” del lunes

Francisco abre la Iglesia de la misericordia a divorciados, gays y parejas de hecho

El grupo de los conservadores, en torno a un tercio, no logró bloquear ningún punto polémico

Papa: “La Iglesia no mira a la humanidad desde una torre de cristal. Mi papel es garantizar la unidad”

Pide a los pastores “ir a buscar” a sus ovejas

Leemos en Religión Digital:

Un día histórico. El Sínodo Extraordinario de Obispos reunido para debatir sobre los desafíos de la familia concluyó su primera etapa aprobando la “Relatio Synodi” (documento de trabajo), con una amplia mayoría -los 62 puntos fueron aprobados por mayoría absoluta, y sólo tres (los puntos 52, 53 y 55) no obtuvieron dos tercios-, en el que se acuerda seguir trabajando por el acceso a la comunión de los divorciados vueltos a casar, se reconocen los elementos positivos presentes en los matrimonios civiles y, con las debidas diferencias, en las convivencias” y se insta a acoger a los homosexuales “con respeto y delicadeza”.

Consciente de la fuerte oposición, Bergoglio dispuso que cada uno de los puntos fueran votados individualmente, y que se publicaran los resultados de todos los escrutinios. Como todos se aprobaron por mayoría, todos se publicaron, por expreso deseo del Papa. Y todos seguirán siendo debatidos.

Sin llegar a ningún acuerdo final -para ello habrá que esperar a octubre de 2015-, la mayoría moderada, con el apoyo del Papa Francisco -quien pronunció un discurso maravilloso” (por el momento, únicamente disponible en italilano), según anunció Federico Lombardi-, ha logrado mantener en el debate todos y cada uno de los temas que aparecieron el pasado lunes en la “relatio postdisceptationem”: la denuncia contra la violencia a las mujeres, la cercanía a los que sufren problemas derivados de situaciones familiares (divorcios, rupturas, enfrentamiento con los hijos) y, especialmente, tres cuestiones a debate: la aceptación de otras formas de convivencia no canónicas; el acceso de los divorciados vueltos a casar a los sacramentos; y la acogida a los homosexuales.

Estos tres aspectos generaron, a lo largo de la semana, una furibunda crítica por parte de los sectores más ultraconservadores, quienes criticaron -directamente, o a través de sus terminales mediáticas- al Papa Francisco y a sus estrechos colaboradores, especialmente al cardenal Walter Kasper. Un grupo encabezado por Müller, Burke o Pell, y que giró en torno a un tercio de los presentes (183 en las votaciones finales, donde los dos tercios se daban en los 123).

De los tres, el primero de ellos obtuvo un reconocimiento superior a los dos tercios, mientras que la petición del acceso a la comunión de algunos casos de divorciados vueltos a casar tras un “camino penitencial” tuvo el voto favorable de 104 padres sinodales y en contra a 74. La acogida a los homosexuales cosechó 118 votos a favor y 62 en contra.

Lo que parece claro es que esta noche los padres sinodales, con Francisco a la cabeza, han abierto una puerta que será imposible cerrar.

En su discurso, apuntó Lombardi, el Papa Francisco ha hablado de dos tentaciones: la rigidez hostil y el bien destructivo”.

Francisco proclamó que en la asamblea no se ha puesto en entredicho la “verdad fundamental” del “sacramento del matrimonio: la indisolubilidad.

Así lo afirmó el papa Bergoglio en un discurso pronunciado ante los participantes en este Sínodo, a quienes dijo que su papel como líder de la Iglesia Católica es el de “garantizar la unidad”, tras los debates en los que se abordaron cuestiones como la acogida a los homosexuales o a los divorciados vueltos a casar.

Además, el papa dijo que la Iglesia Católica “no mira a la humanidad desde una torre de cristal para juzgar o clasificar a las personas. Sus palabras han cosechado una ovación de más de cinco minutos. Y la Iglesia no se ha roto, y sigue adelante.

Lea la Relatio Synodi, y las votaciones de cada punto, aquí:

Lea el discurso del Papa (en italiano), aquí:

Seguimos leyendo en Religión Digital:

Mensaje del Sínodo: ni comunión para los divorciados vueltos a casar ni reconocimiento de uniones homosexuales

Solo reconocen haber reflexionado sobre los divorciados. No se menciona a los homosexuales

(J. Bastante/VIS).- Hemos demostrado la sinodalidad, con responsabilidad y libertad en el diálogo“. El Sínodo de Obispos sigue adelante. Como “una primera etapa”, como acaban de resaltar los cardenales Raymundo Damasceno Assis; Gianfranco Ravasi; y Oswald Gracias durante la presentación del mensaje final de los obispos. Un mensaje previo a la votación de la Relatio Synodi, pero en el que ya se intuyen algunos de los temas más polémicos.

Familia homoparentalEl Sínodo sigue adelante con la reflexión sobre la comunión a los divorciados vueltos a casar y al reconocimiento de las uniones no conyugales, mientras que desaparece del mensaje cualquier referencia a los homosexuales y se potencia la belleza del matrimonio canónico.

Habrá que esperar a la aprobación de la Relatio –“que no cierra puertas a los temas tratados en el Sínodo, y que aguardan una profudización y una solución para otra etapa, y respeta lo que los círculos votaron” añadió Damasceno-, y de si Francisco decide o no su publicación.

En todo caso, concluye la primera etapa de un camino de reflexión, que deja muchos caminos abiertos y que concluirá el año que viene. Queda mucho por hacer, “estamos ante un proceso sinodal”, dijo Damasceno, pero el primero de los resultados parece prometedor. Y ha sido votado por una “gran mayoría de padres sinodales, como apuntó Federico Lombardi: 158 votos a favor de 174 votos (sobre 191 con derecho a voto). Los cardenales mostraron su confianza en que la Relatio sea aprobada por una práctica unanimidad, y que el Papa la haga pública.

“Todo está siendo discutido y valorado: las uniones de personas del mismo sexo, el acceso a la comunión de los divorciados vueltos a casar… Ahora prosigue un camino. Estamos en un proceso, por lo que no hay que esperar decisiones conclusivas en estos días”, apuntaron los tres cardenales.

Los gays son bienvenidos en la Iglesia, no hay condena a la persona“, reiteró Gracias.El silencio del Papa es fundamental“, añadió Ravasi. “Su silencio permite escuchar las diversas visiones de todos con libertad. El Papa intervendrá, pero no al comienzo, sino al final. Si lo hace al principio, ‘Roma locuta, causa finita’. “Tenemos que ayudar al Santo Padre a decidir en cuanto a los divorciados y vueltos a casar, tenemos que rezar por esto”.

Sigue el texto integral:

”Los Padres Sinodales, reunidos en Roma junto al Papa Francisco en la Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos, nos dirigimos a todas las familias de los distintos continentes y en particular a aquellas que siguen a Cristo, que es camino, verdad y vida. Manifestamos nuestra admiración y gratitud por el testimonio cotidiano que ofrecen a la Iglesia y al mundo con su fidelidad, su fe, su esperanza y su amor.

Nosotros, pastores de la Iglesia, también nacimos y crecimos en familias con las más diversas historias y desafíos. Como sacerdotes y obispos nos encontramos y vivimos junto a familias que, con sus palabras y sus acciones, nos mostraron una larga serie de esplendores y también de dificultades.

La misma preparación de esta asamblea sinodal, a partir de las respuestas al cuestionario enviado a las Iglesias de todo el mundo, nos permitió escuchar la voz de tantas experiencias familiares. Después, nuestro diálogo durante los días del Sínodo nos ha enriquecido recíprocamente, ayudándonos a contemplar toda la realidad viva y compleja de las familias.

Queremos presentarles las palabras de Cristo: ”Yo estoy ante la puerta y llamo, Si alguno escucha mi voz y me abre la puerta, entraré y cenaré con él y él conmigo”. Como lo hacía durante sus recorridos por los caminos de la Tierra Santa, entrando en las casas de los pueblos, Jesús sigue pasando hoy por las calles de nuestras ciudades.

En sus casas se viven a menudo luces y sombras, desafíos emocionantes y a veces también pruebas dramáticas. La oscuridad se vuelve más densa, hasta convertirse en tinieblas, cundo se insinúan el el mal y el pecado en el corazón mismo de la familia.

superfamiliaAnte todo, está el desafío de la fidelidad en el amor conyugal. La vida familiar suele estar marcada por el debilitamiento de la fe y de los valores, el individualismo, el empobrecimiento de las relaciones, el stress de una ansiedad que descuida la reflexión serena. Se asiste así a no pocas crisis matrimoniales, que se afrontan de un modo superficial y sin la valentía de la paciencia, del diálogo sincero, del perdón recíproco, de la reconciliación y también del sacrificio. Los fracasos dan origen a nuevas relaciones, nuevas parejas, nuevas uniones y nuevos matrimonios, creando situaciones familiares complejas y problemáticas para la opción cristiana.

Entre tantos desafíos queremos evocar el cansancio de la propia existencia. Pensamos en el sufrimiento de un hijo con capacidades especiales, en una enfermedad grave, en el deterioro neurológico de la vejez, en la muerte de un ser querido. Es admirable la fidelidad generosa de tantas familias que viven estas pruebas con fortaleza, fe y amor, considerándolas no como algo que se les impone, sino como un don que reciben y entregan, descubriendo a Cristo sufriente en esos cuerpos frágiles.

Pensamos en las dificultades económicas causadas por sistemas perversos, originados ”en el fetichismo del dinero y en la dictadura de una economía sin rostro y sin un objetivo verdaderamente humano”, que humilla la dignidad de las personas. Pensamos en el padre o en la madre sin trabajo, impotentes frente a las necesidades aun primarias de su familia, o en los jóvenes que transcurren días vacíos, sin esperanza, y así pueden ser presa de la droga o de la criminalidad.

Pensamos también en la multitud de familias pobres, en las que se aferran a una barca para poder sobrevivir, en las familias prófugas que migran sin esperanza por los desiertos, en las que son perseguidas simplemente por su fe o por sus valores espirituales y humanos, en las que son golpeadas por la brutalidad de las guerras y de distintas opresiones. Pensamos también en las mujeres que sufren violencia, y son sometidas al aprovechamiento, en la trata de personas, en los niños y jóvenes víctimas de abusos también de parte de aquellos que debían cuidarlos y hacerlos crecer en la confianza, y en los miembros de tantas familias humilladas y en dificultad.

Mientras tanto, ”la cultura del bienestar nos anestesia y [?] todas estas vidas truncadas por la falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera”. Reclamamos a los gobiernos y a las organizaciones internacionales que promuevan los derechos de la familia para el bien común.

Cristo quiso que su Iglesia sea una casa con la puerta siempre abierta, recibiendo a todos sin excluir a nadie. Agradecemos a los pastores, a los fieles y a las comunidades dispuestos a acompañar y a hacerse cargo de las heridas interiores y sociales de los matrimonios y de las familias.

También está la luz que resplandece al atardecer detrás de las ventanas en los hogares de las ciudades, en las modestas casas de las periferias o en los pueblos, y aún en viviendas muy precarias. Brilla y calienta cuerpos y almas. Esta luz, en el compromiso nupcial de los cónyuges, se enciende con el encuentro: es un don, una gracia que se expresa ?como dice el Génesis? cuando los dos rostros están frente a frente, en una ”ayuda adecuada”, es decir semejante y recíproca. El amor del hombre y de la mujer nos enseña que cada uno necesita al otro para llegar a ser él mismo, aunque se mantiene distinto del otro en su identidad, que se abre y se revela en el mutuo don. Es lo que expresa de manera sugerente la mujer del Cantar de los Cantares: ”Mi amado es mío y yo soy suya? Yo soy de mi amado y él es mío”.

El itinerario, para que este encuentro sea auténtico, comienza en el noviazgo, tiempo de la espera y de la preparación. Se realiza en plenitud en el sacramento del matrimonio, donde Dios pone su sello, su presencia y su gracia. Este camino conoce también la sexualidad, la ternura y la belleza, que perduran aun más allá del vigor y de la frescura juvenil. El amor tiende por su propia naturaleza a ser para siempre, hasta dar la vida por la persona amada. Bajo esta luz, el amor conyugal, único e indisoluble, persiste a pesar de las múltiples dificultades del límite humano, y es uno de los milagros más bellos, aunque también es el más común.

Este amor se difunde naturalmente a través de la fecundidad y la generatividad, que no es sólo la procreación, sino también el don de la vida divina en el bautismo, la educación y la catequesis de los hijos. Es también capacidad de ofrecer vida, afecto, valores, una experiencia posible también para quienes no pueden tener hijos. Las familias que viven esta aventura luminosa se convierten en un testimonio para todos, en particular para los jóvenes.

Durante este camino, que a veces es un sendero de montaña, con cansancios y caídas, siempre está la presencia y la compañía de Dios. La familia lo experimenta en el afecto y en el diálogo entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas. Además lo vive cuando se reúne para escuchar la Palabra de Dios y para orar juntos, en un pequeño oasis del espíritu que se puede crear por un momento cada día. También está el empeño cotidiano de la educación en la fe y en la vida buena y bella del Evangelio, en la santidad. Esta misión es frecuentemente compartida y ejercitada por los abuelos y las abuelas con gran afecto y dedicación. Así la familia se presenta como una auténtica Iglesia doméstica, que se amplía a esa familia de familias que es la comunidad eclesial. Por otra parte, los cónyuges cristianos son llamados a convertirse en maestros de la fe y del amor para los matrimonios jóvenes.

Hay otra expresión de la comunión fraterna, y es la de la caridad, la entrega, la cercanía a los últimos, a los marginados, a los pobres, a las personas solas, enfermas, extranjeras, a las familias en crisis, conscientes de las palabras del Señor: ”Hay más alegría en dar que en recibir”. Es una entrega de bienes, de compañía, de amor y de misericordia, y también un testimonio de verdad, de luz, de sentido de la vida.

La cima que recoge y unifica todos los hilos de la comunión con Dios y con el prójimo es la Eucaristía dominical, cuando con toda la Iglesia la familia se sienta a la mesa con el Señor. Él se entrega a todos nosotros, peregrinos en la historia hacia la meta del encuentro último, cuando Cristo ”será todo en todos”. Por eso, en la primera etapa de nuestro camino sinodal, hemos reflexionado sobre el acompañamiento pastoral y sobre el acceso a los sacramentos de los divorciados en nueva unión.

Nosotros, los Padres Sinodales, pedimos que caminen con nosotros hacia el próximo Sínodo. Entre ustedes late la presencia de la familia de Jesús, María y José en su modesta casa. También nosotros, uniéndonos a la familia de Nazaret, elevamos al Padre de todos nuestra invocación por las familias de la tierra:

Padre, regala a todas las familias la presencia de esposos fuertes y sabios, que sean manantial de una familia libre y unida.
Padre, da a los padres una casa para vivir en paz con su familia.
Padre, concede a los hijos que sean signos de confianza y de esperanza y a jóvenes el coraje del compromiso estable y fiel.
Padre, ayuda a todos a poder ganar el pan con sus propias manos, a gustar la serenidad del espíritu y a mantener viva la llama de la fe también en tiempos de oscuridad.
Padre, danos la alegría de ver florecer una Iglesia cada vez más fiel y creíble, una ciudad justa y humana, un mundo que ame la verdad, la justicia y la misericordia”.

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Llegaron las rebajas al Sínodo: Ofensiva ultraconservadora para frenar las reformas impulsadas por el Papa en el Sínodo de la Familia

Sábado, 18 de octubre de 2014
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1362080744955¡Cerrando puertas!… 

Esperemos a ver qué sale pero estoy seguro de que va a resultar así…  Y que no se extrañen después de un portazo masivo de muchas personas creyentes y LGTB.  Como dice el Cardenal Marx: “La palabra exclusión no debe formar parte del lenguaje de la Iglesia y no se pueden crear “católicos de segunda o tercera clase”. Muchos nos bajaremos del autobús si pretenden que subamos por la puerta de atrás y con “mascarilla” para “no contagiar“. Ni más,, ni menos.

Rebajas: En el documento, donde decía “darle la bienvenida a estas personas (los homosexuales)” ahora se puede leer “acoger a estas personas”. La palabra “fraternal” en un pasaje que hacía un llamado a la necesidad de encontrar un “espacio fraternal” para los homosexuales en la Iglesia, pero la expresión fue eliminada sin explicaciones en la traducción al inglés del documento del Sínodo desde el italiano original.La modificación viene después de las quejas de los sectores más conservadores de la jerarquía eclesiástica.

Se trata del documento que será la base para las discusiones de la segunda y última semana de la asamblea, conocida como Sínodo, que fue convocada por el Papa Francisco y se enfoca en el tema de la familia. También servirá para futuras reflexiones entre los católicos de todo el mundo antes de otro Sínodo el año próximo.

En el documento original se decía: “Los homosexuales tienen dones y atributos para ofrecer a la comunidad cristiana: ¿somos capaces de darle la bienvenida a esta gente, garantizándoles un espacio mayor en nuestras comunidades? Muchas veces ellos quieren encontrar una Iglesia que les ofrezca un hogar acogedor, asegura un texto que lanza El Vaticano después de una semana de discusiones en una asamblea de 200 obispos sobre la familia”.

“¿Son nuestras comunidades capaces de probar eso, aceptando y valorando su orientación sexual, sin comprometer la doctrina católica sobre la familia y el matrimonio?”, preguntó en el documento conocido en latín como “relatio”.

Leemos en Religión Digital:

Podrían eliminarse del texto las referencias positivas a los homosexuales

Francisco quiere seguir debatiendo salidas para los divorciados y las uniones no conyugales

El Papa degrada al cardenal Burke. El purpurado es uno de los más críticos con el pontificado de Francisco

(Jesús Bastante/Agencias).- Los conservadores tocan a rebato. Amenazando con cisma, criticando abiertamente -o a través de sus terminales mediáticas- al propio Papa, los sectores cerrados a cualquier apertura de la Iglesia hacia homosexuales, uniones no conyugales o divorciados vueltos a casar presionan, hasta el último minuto, para que la Relatio Synodi dé marcha atrás al acuerdo mayoritario, impulsado por Francisco, e incluido en la Relatio post disceptationem.

En los círculos menores, algunos de los cardenales más conservadores, han instado a retirar algunas frases polémicas del documento. Especialmente la que dice que las personas homosexuales tienen dones y cualidades para ofrecer a la comunidad cristiana. En este caso, al parecer, se han salido con la suya.

No queda claro el relato final de lo relacionado con las uniones no conyugales, y parece que el debate sobre el acceso a la comunión de los divorciados a casar continuará abierto, como desea Francisco, pues el objetivo no es hacer ningún cambio ahora, sino cuando, en octubre de 2015, concluya el Sínodo. Lo cierto es que Francisco, que quería un debate abierto, no esperaba una oposición tan abrupta por parte de una minoría muy ruidosa.

sinodosss_560x280Este documento final, de carácter consultivo, será votado hoy por los 191 padres sinodales. Algo similar sucedería con la frase que destacabala realidad positiva de los matrimonios civiles y de las convivencias, aunque este punto no está tan claro. Sí parece evidente que se potenciará, como apuntaba recientemente el cardenal Sistach, la alabanza a aquellos matrimonios que “continúan fieles”.

Según destacaron algunos observadores, en la Congregación General, los padres sinodales se mostraron perplejos ante la publicación de la relatio y la caracterizaron como “un documento de trabajo que no expresa una opinión única y compartida por todos los padres sinodales”. La verdad, no obstante, es que sólo dos de los diez grupos manifestaron críticas abiertas al texto.

Las críticas, en especial surgieron de algunos sectores conservadores y el grupo ibérico A, dirigido por el cardenal mexicano Francisco Robles Ortega, afirmó que el texto tenía numerosos errores de traducción y que lo primero que debía aparecer era un saludo para las familias cristianas.

Mientras tanto, el grupo ibérico B criticó que la RPD no destacaba el mensaje que el evangelio da sobre la familia. “Estamos conscientes de la finalidad netamente pastoral y no académica del Sínodo. (…) Creemos indispensable insistir en los elementos doctrinales básicos que eviten parcializaciones o incluso magisterios paralelos”, destacó

Debido a que la RPD está abierta a modificaciones, ambos grupos insistieron en que se traten con mayor profundidad temas como el aborto, el suicidio, la adopción y las decisiones relacionadas al matrimonio.

Lo cierto es que los obispos del Sínodo llegan a la votación de esta mañana profundamente divididos, hasta el punto de que algunos creen que no se alcanzará el consenso para aprobar documento alguno. En todo caso, y como subrayó el cardenal Marx, no se espera un texto final con “conclusiones”, sino “un paso adelante” hacia el próximo Sínodo sobre el mismo tema, en octubre de 2015.

“La Relatio Synodi”, como se ha llamado al documento final que se aprobará hoy, será “más similar a un Instrumentum laboris”, es decir, el documento preparatorio del próximo Sínodo, que a las “propositiones”, que normalmente lo concluían, precisó el arzobispo de Dublín, Diarmuid Martin.

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Es un primer paso: El Sínodo sobre la familia debate sobre la realidad LGTB de forma más abierta que nunca pero… ¿será el “kairoi” o el “bluf” de Francisco?.

Martes, 14 de octubre de 2014
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Familia homoparentalDice Pablo Ordaz en El País que la “Iglesia sigue teniendo claro –señala el documento de 58 puntos presentado por el cardenal Erdö— que “las uniones entre personas del mismo sexo no pueden ser equiparadas al matrimonio entre un hombre y una mujer”, pero el aviso enviado a quienes, como el obispo de Alcalá, todavía practican desde el púlpito la caza al gay es claro y diáfano: “Las personas homosexuales tienen que ser respetadas, como es respetada la dignidad de toda persona independientemente de su tendencia sexual” En el seno del activismo LGTB cristiano muchos quieren ver el inicio de un camino. Francis DeBernardo, director general de New Ways Ministry, cree que “lo que estamos viendo es una ruptura en el hielo que habíamos estado esperando desde hace mucho tiempo (…) Es la señal de un primer paso”. Por su parte, la revista America, publicación jesuita de Estados Unidos, habla de un “cambio asombroso” en el enfoque hacia las personas LGTB. Otros activistas se muestran mucho más prudentes y ponen freno a las expectativas, recordando quizá como el cardenal Francesco Coccopalmerio sentenciaba el pasado jueves que la iglesia “nunca” aceptará el matrimonio entre personas del mismo sexo ni bendecirá sus uniones.

Con todo, el resultado final del Sínodo lo veremos en el documento final que se elaborará a partir de esta síntesis y de las discusiones que tengan lugar esta segunda semana, y que será votado el sábado 18 de octubre. Entonces sabremos qué queda de todas estas intervenciones en el documento final, previsiblemente la base sobre la que más adelante se adoptaran decisiones. En definitiva, el Sínodo está sirviendo para movilizar debates y sacar a la luz temas que en ambientes eclesiásticos era difícil abordar. También está sirviendo para que tengan más ecos las iniciativas de grupos LGTB cristianos. El solo hecho de que haya una mayor franqueza para abordar el tema parece también poner muy nerviosas a algunas personas, con reafirmaciones exacerbadas. Es aún pronto para adelantar resultados concretos en una institución cuyos ritmos son muy lentos. Habrá que esperar y ver que da de sí el paso del tiempo.

Pareciera ser la táctica vaticana: dejar hablar sobre temas tabú para, al final, mantener lo mismo… ¡Y dicen que se respira un  ambiente como el del Concilio Vaticano II ! ¿Cuándo se van a dar cuenta de que ya no nos basta con que no nos escupan a la cara los insultos, ni nos llamen desviados, ni nos condenen con el “fuego eterno”? No basta ya la suavidad “aterciopelada” de la diplomacia vaticana… Hace ya mucho tiempo que los homosexuales creyentes nos sentimos en paz con nosotros mismos reconociéndonos como homosexuales, como creyentes, acogidos por Dios al igual que nuestras familias, nuestras parejas, nuestros hijos. Hace mucho tiempo que no esperamos que los obispos y el papa dejen de considerarnos  como cristianos de segunda fila a los que tratar como si fuéramos seres inmaduros, ni que reconozcan nuestros derechos… Nos basta que sí lo haga la sociedad civil y cada vez más naciones en el mundo… Llegará el día en que un papa tenga que arrodillarse ante una familia homparental y gritar. ¡Perdón, perdon, perdón!

El Papa logra que el Sínodo acoja a gais y nuevas familias

Cardenal Müller: “La Iglesia no puede reconocer a las parejas homosexuales”

Texto completo del Documento del Sínodo: la Relatio post disceptationem

El Documento denominado Relatio post disceptationem“, que ayer por la mañana ha presentado a los medios, el cardenal Peter Ërdo, portavoz del Sínodo sobre la Familia que se celebra en El Vaticano y que recoge un resumen de las 265 intervenciones que se han escuchado hasta ahora, revela que algunos obispos creen que ‘los católicos homosexuales tienen dones y cualidades que aportar a las parroquias’. Los documentos publicados son un resumen de la reuniones en curso entre el Papa y sus obispos y parecería a algunos que la iglesia podría ‘cambiar de discurso’ con respecto a la homosexualidad, el divorcio y la contracepción. Este nuevo texto choca en llas formas con las últimas declaraciones del cardenal Burke pidiendo que las parejas gays no deben ser invitadas a reuniones familiares en presencia de niños.

¿Somos capaces de dar la bienvenida a estas personas, garantizándoles espacio fraterno en nuestras comunidades?. A menudo desean encontrarse con una Iglesia que les ofrezca un hogar acogedor’, dice el documento presentado esta mañana por el cardenal Peter Erdo. Y continúa el texto, ‘¿Son nuestras comunidades capaces de proporcionar que, aceptando y valorando la orientación sexual, no se comprometa la doctrina católica sobre la familia y el matrimonio?’.

De momento, la versión oficial apunta que si la mayoría de los obispos piensan que el matrimonio entre personas del mismo sexo no lo pueden bendecir, una boda civil podría tener una “realidad positiva”. “Sin negar los problemas morales relacionados con las uniones homosexuales, hay casos en los que la ayuda mutua de sacrificio constituye un apoyo valioso en la vida de las parejas”, dice el documento.

Ante estos interrogantes, los obispos no sacan conclusiones y se limitan a afirmar que la cuestión de la homosexualidad “requiere una reflexión seria sobre cómo elaborar caminos realistas de crecimiento afectivo y de madurez humana y evangélica integrando la dimensión sexual”.

Si este documento revela puntos de vista oficiales de la Iglesia Católica, de los que se informará en su totalidad después de que concluya el Sínodo el 19 de octubre, sería un giro radical de la Iglesia Católica. Una institución que ve que cada año pierde fieles por mantener una moral arcaica y nada acorde con el siglo XXI. En definitiva, las voces aperturistas se están oyendo en el Sínodo muchas veces acalladas por los sectores del lobby más conservador.

Otros aspectos abordados:

El matrimonio, exclusivo entre el hombre y mujer: El resumen deja claro que “las uniones entre personas del mismo sexo no pueden ser equiparadas al matrimonio entre un hombre y una mujer” y subraya que no es aceptable que “se quieran ejercitar presiones sobre la actitud de los pastores o que organismos internacionales condicionen ayudas financieras a la introducción de normas inspiradas a la ideología género“.

El derecho de los niños en las parejas gays: Por otro lado, se ha puesto de manifiesto, sin negar “las problemáticas morales” relacionadas con las uniones homosexuales, que hay casos en que “el apoyo mutuo, hasta el sacrificio, constituye un valioso soporte para la vida de las parejas”. En todo caso, el texto resalta que se deben poner siempre por delante “las exigencias y derechos de los pequeños” en relación a los niños que viven con parejas del mismo sexo.

Agilización de las nulidades matrimoniales: Varios padres sinodales han expuesto durante el Sínodo la necesidad de “hacer más accesibles y ágiles los procedimientos para el reconocimiento de casos de nulidad”. se ha aludido a la posibilidad de superar “la necesidad de la doble sentencia conforme” o “determinar una vía administrativa bajo la responsabilidad del obispo diocesano“, así como abrir “un proceso sumario para realizar en los casos de nulidad notoria”.

Acompañar a los divorciados: Además, el documento afirma que la comunidad local y los pastores “deben acompañar” a las personas divorciadas pero no vueltas a casar “con preocupación”, sobre todo cuando hay hijos o es grave su situación de pobreza.

Precaridad laboral, como freno del matrimonio: El sínodo también ha planteado que la precariedad laboral es un elemento disuasorio de los jóvenes hacia el matrimonio. Y se ha puesto de manifiesto que uno de los principales desafíos de las familias es la “soledad“, que destruye y provoca una “sensación general de impotencia” con relación a la realidad socioeconómica que muchas veces “termina por aplastar”.

Individualismo dentro de la familia: En este sentido, se ha advertido del “peligro” representado por un “individualismo exasperado” que desnaturaliza las relaciones familiares y termina por considerar a cada componente de la familia como una “isla”, haciendo prevalecer, en ciertos casos, la idea de “un sujeto que se construye según sus propios deseos tomados como un absoluto”.

Convivencia e hijos fuera del matrimonio: El documento también resalta que en muchos ámbitos no sólo occidentales se está desarrollando “la praxis de la convivencia antes del matrimonio o también de la convivencia no orientada a asumir la forma de un vínculo institucional“. Además, se ha puesto sobre la mesa que hay muchos niños que nacen fuera del matrimonio y que el número de los divorciados “es creciente y no es raro el caso de opciones determinadas únicamente por factores de orden económico”.

Los niños, víctimas de la disputa entre padres: La ‘Relatio post disceptationem’ ha puesto énfasis en que “la condición de la mujer tiene que ser defendida y promovida” ya que, según recoge el documento, se registran muchas situaciones de violencia dentro de las familias. Además, advierte de que los niños son “frecuentemente objeto de disputas entre padres” y que ellos son las “verdaderas víctimas” de las laceraciones familiares.

Fuente Religión Digital

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Pregunta apremiante: ¿religión o evangelio?

Domingo, 23 de marzo de 2014
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12052896736_33bfd4c3f4_zRecogido de su blog Teología sin Censura:

Dibujos de José Luis Cortés.

(Entrevista a José María Castillo en la revista Éxodo).- 1. En la iniciada apertura y reforma del Papa Francisco, nos gustaría saber qué ha supuesto para ti y cómo has recibido la actuación (palabras y gestos) del Papa Francisco.

R.: El nuevo obispo de Roma, el papa Francisco, es un hombre sorprendente, que cada día me sorprende más. A mí y a mucha gente también. Dentro y fuera de la Iglesia. Lo que más me llama la atención, en este hombre, no es su forma de ejercer un cargo (el de Papa), sino su forma de vivir (tan profundamente humana). Desde el papado de Gregorio VII (, s. XI), lo que más se venía destacando en los papas era el poder, su potestad plena y universal. Y lo peor de este asunto es que hubo muchos papas que, mientras ejercieron el papado, vivieron convencidos de que ellos tenían ese poder ilimitado. Lo mismo que muchos cristianos también se lo creyeron y se lo siguen creyendo. Por eso ahora hay muchos católicos que están decepcionados, desengañados y hasta irritados con el Papa Francisco. Porque no hace en la Iglesia los cambios que ellos se imaginan que un “Papa ejemplar” tendría que hacer, según las preferencias de cada cual. Lo determinante de un Papa no es su “potestad”, sino su “humanidad”.

2. Echando la vista atrás, ¿tu larga trayectoria teológica de más de 40 años fue siempre en una única dirección o señalarías en ella momentos de cambio importantes?

R.: Yo nací y crecí en una familia de derechas, religiosa y chapada a la antigua. En el seminario y en la formación que me dieron los jesuitas se reforzaron las convicciones que viví en casa de mis padres. En mis primeros años de sacerdote, yo era un jesuita tradicional. Hasta que, precisamente en Roma, los años que estuve en la Gregoriana coincidieron con las dos primeras sesiones del concilio Vaticano II. Allí empecé a darme cuenta de la distancia que hay entre la Iglesia y el Evangelio. Y lo que empecé a ver en Roma, se me confirmó y se acentuó cuando volví a España. La convivencia con los jóvenes jesuitas de los años 60 me transformó. Más que profesor o formador de aquellos jóvenes, quise ser amigo de ellos. Lo que tuvo una consecuencia decisiva en mi vida: no sé si fui o no fui educador de aquellas generaciones juveniles; lo que sí sé es que ellos me cambiaron a mí. En Roma vi la distancia que hay entre la Iglesia y el Evangelio. Conviviendo con los jóvenes de la década de los 60, me di cuenta de la distancia que hay, además, entre la Iglesia y la sociedad. La institución eclesiástica vive tan lejos de la cultura de nuestro tiempo, que ni se da cuenta de donde está realmente, ni a dónde va por el camino que lleva. Por eso aumenta cada día el descrédito del clero. Y la cantidad de gente que no quiere saber nada de ese extraño estamento.

12053190226_957222199d_z3. Dentro del contexto histórico eclesial que te ha tocado vivir, ¿qué significado atribuyes al concilio Vaticano II y cómo valoras el papel de los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI?

R.: El entusiasmo y las esperanzas, que suscitó el concilio Vaticano II, son el indicador más claro de que es mucha la gente que quiere “otra Iglesia” y “otra forma de estar presente” la Iglesia en el mundo. Pero aquel entusiasmo empezó pronto a tambalearse. Y terminó por hundirse. ¿Qué ocurrió para acabar en semejante fracaso? El Vaticano II renovó la teología de la Iglesia. Pero no cambió el sistema de gobierno de la Iglesia. La Iglesia que tiene su centro en el pueblo creyente; y la Iglesia que tiene su centro en la Jerarquía gobernante, estas dos “iglesias” representan dos eclesiologías yuxtapuestas, pero no integradas la una en la otra, como bien dijo el cardenal Suenens. La consecuencia ha sido que, en los años posteriores al Concilio, se fue sobreponiendo, más y más, el gobierno jerárquico de la Curia Vaticana a la participación responsable del pueblo creyente. El gobierno de la Iglesia tomó así un camino anti-evangélico. Más identificado con los intereses políticos de Ronald Reagan y Margaret Thacher que con la humanidad ejemplar de Jesús. Los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI han tenido a la Iglesia sin gobierno durante más de 30 años. El gobierno lo ha ejercido una Curia dividida y enfrentada en luchas de poder. Hasta desembocar en una situación de marginación social y descomposición interior cuya única salida no ha podido ser otra que la renuncia de un Papa que se vio incapaz para seguir en el cargo.

4. Dentro concretamente de España, ¿el mensaje y espíritu del Vaticano II fueron bien recepcionados o se estancaron y fueron bloqueados? ¿Respaldaron nuestro ingreso en la democracia o la frenaron?

R.: Durante el Concilio y los años siguientes, España vivió el final de los 40 años de dictadura y de nacional-catolicismo que mantuvieron a la Iglesia española marginada de Europa. Yo mismo, nacido y educado en Granada, en el mismo colegio en el que había estudiado García Lorca, me enteré de la existencia y muerte de este genio mundial de la literatura cuando viajé por primera vez a Italia. No fue mera casualidad que algunas de las instituciones religiosas más integristas hayan tenido su cuna de nacimiento en España. Franco siguió, hasta su muerte, multando y metiendo curas en la cárcel de Zamora. El dictador era el que hacía la terna para los nombramientos de obispos. Y a los nuevos obispos les exigía ir a su palacio a hincarse de rodillas delante de él para jurarle obediencia. El pos-concilio fue tenso y duro. No sólo en España. También en Roma. En 1971, estuve con los obispos españoles en el Sínodo mundial, dedicado al sacerdocio y la justicia. El cardenal Tarancón fue el relator oficial sobre las “cuestiones prácticas” que interesaban a los sacerdotes. Sin contar con el cardenal, al imprimir el texto de su discurso, un monseñor de la Curia le cambió varios pasajes importantes. Las papeletas para el texto final tuvieron que ser firmadas por los obispos. ¿Qué libertad podía enseñar aquella Iglesia? Por eso fue tan meritoria y ejemplar la postura, en defensa de la democracia, que asumió una importante mayoría del episcopado, inmediatamente después de la muerte de Franco.

5. Personalmente, puesto que has estado en medio de esta pugna a favor o en contra del cambio, ¿cómo has visto este proceso? ¿Qué repercusiones y costes tuvo en tu vida: resignación, resistencia, censura, marginación…? ¿Qué significa este involucionismo para la vida de los ciudadanos y con qué consecuencias?

R.: El sentimiento más vivo y desagradable que tengo es que fui cobarde. Y por cobardía fui demasiado sumiso al sistema eclesiástico. Esto es duro decirlo. Pero es más duro vivirlo. En España, la religión ha sido – y sigue siendo – un factor determinante para el sufrimiento o el bienestar de los ciudadanos. En los años de la dictadura, la Iglesia estuvo de rodillas ante el dictador. Y ahora, en la democracia, está en silencio ante la brutalidad de un sistema que concentra el capital y el poder en unos pocos (muy pocos), buscando y aceptado privilegios económicos y legales, al tiempo que mantiene las mejores relaciones posibles con la economía canalla que está destrozando la clase media y hundiendo en la miseria a los más débiles. No nos damos cuenta de que el Evangelio no es un libro de religión, sino un proyecto de vida para humanizar este mundo. En Jesús, Dios – al encarnarse – se humanizó. Por eso sus tres grandes preocupaciones fueron la salud de los enfermos, la comida de los pobres y las relaciones humanas. Muchas veces, he buscado más “lo divino” que “lo humano”. Con frecuencia, este proyecto de vida me ha deshumanizado.

6. ¿Dónde encuentras la clave para explicar la cerrazón de nuestra Jerarquía e Iglesia a alinearse con el Concilio y rechazar la modernidad?

R.: En la Iglesia somos muchos los que vivimos más preocupados por el poder y la gloria que por remediar el sufrimiento de los más débiles. Por eso el papa Francisco está sorprendiendo a tanta gente y es uno de los hombres más importantes del mundo. Pero creo que la clave, para explicar la cerrazón de nuestra Jerarquía, hay que buscarla en los orígenes mismos de la Iglesia. Los documentos más antiguos, que nos informan de las primeras “iglesias” son las cartas de Pablo, que se escribieron entre los años 49 al 56. La redacción de los evangelios, que ha llegado hasta nosotros, es posterior al año 70. O sea, la Iglesia se organizó, no según las enseñanzas del Jesús terreno (al que Pablo no conoció), sino según las exigencias del poder sagrado, tal como se practicaba en el judaísmo y en la religión del Imperio. Este problema no se ha afrontado nunca en la Iglesia. Y todavía no se ha resuelto. Leer más…

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