Resulta obligado seguir combatiendo la discriminación en razón de la orientación afectiva y sexual a pesar de los comportamientos poco cívicos que algunos activistas puedan a veces tener, como resulta obligado seguir combatiendo el antisemitismo aunque algunos miembros del pueblo judío no tengan o no hayan tenido siempre una conducta ejemplar.
Recientemente Xabier Pikaza tuvo la amabilidad de publicar en su blog algunas reflexiones de mi libro “Un paso adelante. Cien años con Ebner. Cristianismo, cultura y deseo”, ahora ya disponible en una segunda edición revisada. Expreso en este libro mi deseo, y el de muchos cristianos, de que la Iglesia dé un valiente paso adelante y se renueve inspirándose de nuevo en su fuente, el Evangelio.
Intento también mostrar la necesidad de revisar la doctrina del catecismo de la Iglesia sobre la homosexualidad. Es algo que están pidiendo muchos cristianos. Últimamente en RD hemos leído, en este sentido, la carta abierta de un jesuita al papa Francisco.
Siguiendo con aquellas reflexiones ofrezco a los lectores, para un debate comunitario desde el respeto a las personas que no opinen lo mismo, algunos párrafos más de mi libro ligeramente adaptados para RD, con la mejor intención de contribuir a encontrar la verdad en una cuestión que tanto sufrimiento y desazón sigue causando en la Iglesia y en la sociedad civil.
“Mirad cómo le quería” (Jn 11, 36)
La profesora Adela Cortina ha señalado que las personas adquieren su autoestima a través del respeto que los demás les demuestran. Así es. Es importante respetar y sentirse respetado. Desgraciadamente no todos reciben por igual ese respeto. Hay en la sociedad aversión, desprecio y rechazo a muchos colectivos, como son los emigrantes, los negros, los homosexuales, los mendigos, y también las mujeres, por el machismo imperante. Eso es signo de falta de humanidad y tiene poco de cristiano. ¿Acaso es impensable una mujer homosexual de color al frente de la comunidad cristiana? Debería ser pensable y hasta deseable por el fuerte mensaje de respeto e igualdad que enviaría al mundo. Así fue con el presidente Obama y su esposa Michelle en los Estados Unidos.
Hemos olvidado que el Evangelio contiene suficientes datos como para que todos se vean reflejados en él sin que unos se crean mejores que los otros en la Iglesia o traten de imponer sus modos de vida. ¿Por qué un varón heterosexual con una fuerte atracción por las mujeres puede ser sacerdote y, en cambio, un varón con una fuerte atracción homosexual no puede serlo? ¿Son las mujeres menos atractivas que los hombres siendo así más fácil para el heterosexual observar la continencia? Si no se debe a una artimaña para que nadie sospeche lo que se esconde en el armario, eso sólo puede entenderse desde un prejuicio respecto a la condición homosexual. Un prejuicio que conlleva discriminación y homofobia. Se ve en la tendencia homosexual un desorden objetivo. Ese es el prejuicio sin base científica alguna. Y si ese prejuicio lleva al rechazo y al odio, ¿no deberíamos recordar las palabras del Evangelio que nos dicen que “quien odia a su hermano está en las tinieblas”? (Jn 2, 11).
Colaborar a que se extienda el rechazo al homosexual no es de buenos cristianos. Hay doctrinas que no tienen una base sólida y actitudes que no están justificadas. ¿Acaso vamos a censurar que Jesús tuviera entre sus seguidores un “discípulo amado” que con confianza en la última cena se apoyó en su pecho al hacerle una pregunta? (cf. Jn 13, 25). Hay que comprender el alcance de este gesto. Se trata de un signo de afecto y de ternura a la vez. Una muestra de esa delicadeza de trato y cercanía corporal con la que generalmente el varón heterosexual de nuestros días no quiere identificarse, no sea que lo confundan con otro tipo de hombre al que él desprecia.
No era un gesto sin importancia. Si así fuera no habría sido mencionado de nuevo ese gesto en el evangelio de Juan al hablar del discípulo que seguía a Pedro y a los demás (cf. Jn 21, 20). A Jesús no le importó tampoco al llorar por su amigo Lázaro que dijeran: “¡Mirad cuánto le quería! (Jn 11, 36). Jesús no rehuía el contacto corporal: los saludos, el lavatorio de los pies a los discípulos, los besos de cortesía o los abrazos (Lc 22, 48). Recordemos la escena con María Magdalena (Jn 20, 17), la unción en Betania (Jn 12, 1-8) y la escena con el fariseo Simón y la pecadora que cubría de besos los pies de Jesús (Lc 7, 36-50). Le interesaba el afecto de sus seguidores: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?” “Señor, sí, tú sabes que te quiero” (Jn 21, 15). ¿Hemos tomado nota de las implicaciones de esos textos? Porque hoy en la Iglesia son todavía muchos los que señalando a otros dicen: “¿Y este qué?” Jesús les respondería como entonces a Pedro: “¿Y a ti qué? Tú, sígueme” (Jn 21, 22).
Así es el Evangelio. Y ¿qué prescribe la Iglesia? ¿Qué enseñó el Vaticano II? Para los presbíteros de rito latino “la perfecta y perpetua continencia”, “la virginidad o celibato guardado por amor del reino de los cielos” (Presbyterorum Ordinis, 16). ¿Qué se les enseña en sus años de formación frente al matrimonio? “La excelencia mayor de la virginidad consagrada a Cristo” (Optatam totius, 10). Y la castidad por el amor del reino de los cielos para los religiosos y religiosas, que no deben dejarse conmover “por las falsas doctrinas que presentan la castidad perfecta como imposible o dañosa para la plenitud humana” (Perfectae caritatis, 12). Esa es la doctrina. Esas son las normas.
Pero luego tenemos noticias de mentiras, escándalos y doble vida. La conducta humana es, a veces, como una manzana que está más podrida de lo que la piel permite ver. ¿Logrará el Sínodo de los obispos para la Amazonía abrir nuevos caminos y hacer de la Iglesia una sociedad más auténtica, razonable y dinámica?
El documento de trabajo para el Sínodo, que ya ha sido aprobado, afirma que “el amor vivido en cualquier religión agrada a Dios” (a. 39). No hay que creer que se tiene en exclusiva el don de la salvación. De un modo similar podemos afirmar que “el amor vivido desde cualquier condición u orientación sexual agrada a Dios”. Amor, que no es egoísmo posesivo, explotación o dominación.
En su conocida obra Jesús. Aproximación histórica, J. A. Pagola no se detiene a hablar del discípulo amado, pero afirma que Jesús seguramente correspondió “con ternura al cariño especial de María de Magdala”. Al final del segundo capítulo leemos esta frase: “Jesús conoció la ternura, experimentó el cariño y la amistad, amó a los niños y defendió a las mujeres”. Pero al explicar que Jesús no tuvo esposa ni hijos habla de “la renuncia de Jesús al amor sexual”, aunque se dejó “abrazar por prostitutas que van entrando en la dinámica del reino”. Y probablemente, dice también Pagola, se burlaron de él llamándole “eunuco”.
Pero los eunucos sí tenían vida sexual, aunque no se casaran. Y hablar de la renuncia de Jesús a la vida sexual, o al amor sexual, es ir más allá de los datos del Evangelio. Es algo que ni se puede afirmar ni se puede negar.
Tampoco podemos precisar el sentimiento de amor de Jesús, “amor frustrado de Jesús” como dice Xabier Pikaza, en Mc 10, 21: “Jesús, mirándolo, lo amó”. “Esta es la única vez en que Marcos utiliza el verbo amar en un sentido fuerte, para referirse a un encuentro entre dos seres humanos, en clave de relaciones interpersonales”, precisa Xabier Pikaza en su Evangelio de Marcos. Y en el tema de los que se han hecho eunucos por el reino de los cielos es interesante el comentario que hace en su Evangelio de Mateo. Según Pikaza Mt 19, 12 situaría “a los seguidores de Jesús en el espacio de los marginados sexuales, por razón biológica o social”, en la línea insinuada por Mt 8, 5-13.
Es un dato, en cambio, muy claro que hubo mujeres que seguían a Jesús, discípulas y amigas como Marta y María, María Magdalena, la que según relatos apócrifos lo amó de modo especial, y otras como María, la madre de Santiago y Joset, María de Cleofás, Salomé, Juana, Susana y otras muchas que, como nos dice el evangelio de Lucas 8, 3, servían a Jesús y a los doce apóstoles con sus bienes.
Nadie se va a atrever a reprochar a Jesús que, en cierto modo, formara con sus discípulos una familia itinerante, fraterna que no corresponde al modelo de familia de Adán y Eva, de esposo y esposa, al modelo de familia patriarcal (cf. Mt 12, 46-50). “Jesús los ve a todos como una familia”, dice Pagola. Son los primeros miembros de una familia nueva, la familia mesiánica de los que cumplen la voluntad de Dios (cf. Mc 3, 35).
Jesús defendió a la mujer frente al modelo patriarcal imperante en aquel pasaje de Mateo 19, 1-9. Además habló de quienes no encajan en ese modelo en Mt 19, 10-12, como se ha recordado antes. Y tenemos ahí una base evangélica para, de modo análogo, alargar la lista de otros modelos de vida y de familia, como los que representan tantas minorías discriminadas.
Desde la sociedad civil se aceptan distintos tipos de comunidades de hombres y de mujeres sin aspaviento alguno, comunidades religiosas en muchos casos, o de dos miembros, como es el caso de muchas casas parroquiales, con el párroco y su asistenta, o de muchos miembros como es el caso de monasterios y conventos. No tiene sentido especular sobre la vida íntima de esas personas. ¿Por qué se atreve a hacerlo la Iglesia y su jerarquía respecto a las parejas homosexuales?
No parece que la vida sexual de la gente sea un asunto de la competencia de la Iglesia. Mucho menos dar en este campo doctrina concreta. Bastaría con ofrecer grandes líneas orientadoras dentro de lo que es el anuncio de la palabra de Jesús y el mandamiento del amor.
Marcar pautas y normas en la vida sexual de las personas no es una exigencia del mensaje evangélico. Sí lo es el amor y la misericordia (cf. Mc 12, 28-34; Lc 6, 36-38; 10, 29- 37) “Vete y haz tú lo mismo”, le dice Jesús al letrado. Nosotros, en cambio, en lugar de dedicarnos a curar heridas y ser buenos samaritanos, creamos Congregaciones doctrinales y elaboramos voluminosos catecismos que le dicen a la gente lo que tiene que creer y cómo tiene que vivir.
Ante el desprecio que sufre el homosexual en nuestras sociedades vendría bien representarnos una escena del Evangelio que todos conocemos: “Los hombres que le mantenían preso se burlaban de él y lo maltrataban; cubriéndole con un velo le preguntaban: “¡Adivina! ¿Quién es el que te ha pegado?” Y le insultaban diciéndole otras muchas cosas” (Lc 22, 63-65). Como a tantos niños y jóvenes en nuestros colegios que sufren el acoso de sus compañeros, con la colaboración cobarde, a veces, de sus profesores.
Como a Julia, transexual, que el 31 de marzo de 2019 en París fue insultada, humillada, golpeada por tres hombres, al intentar acceder al metro, mientras una turba los jaleaba. No, Julia, transexual, no era nombrada en la Biblia, en el Génesis, pero es imagen de Dios con la misma dignidad que cualquier otro ser humano. Como lo es Cora, esa niña “trans” de la que nos habló El País Semanal, en un estupendo reportaje de Gabo Caruso, el domingo 28 de julio de 2019.
¿No debe enseñarse en nuestras escuelas esa realidad y esa igual dignidad de todas las personas? ¿No serviría para disminuir el acoso entre los jóvenes escolares y la violencia entre los adultos? Apliquemos también aquí las palabras del Evangelio: “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”. La cobardía, la ignorancia y el machismo se ceban con quien anhela simplemente vivir libre y feliz.
La Iglesia y la homofobia
“Los católicos LGBTI constituyen hoy, probablemente, el grupo más marginado en la Iglesia” (James Martin, SJ, Tender un puente)
Da la impresión de que la Iglesia es todavía partidaria de aquella respetabilidad homófila tan en boga en los años anteriores al concilio Vaticano II. El homosexual debía vivir confundido con la sociedad mayoritariamente heterosexual sin que nadie pudiera señalarlo y ni siquiera sospechar cuál era su verdadera condición sexual. ¿Es así como quieren vivir muchos grupos de homosexuales cristianos? ¿Hay vida más triste que la del que tiene como principal preocupación en su vida laboral y social la ocultación de la propia orientación sexual?
Quizá no se puede pedir a un judío que salga del armario cuando vive en una comunidad nazi. Aunque tampoco es mucho más rica la vida, por ejemplo, del varón heterosexual que siente antipatía hacia los homosexuales y está preocupado por diferenciarse de ellos, por saber quiénes sienten la atracción sexual de un modo diferente para no mezclarse con ellos. Esa obsesión, esa preocupación ¿no es también un tipo de armario en el que uno está encerrado? Algunos se sienten ofendidos, y hasta reaccionan de forma injustificadamente violenta, si los gais se fijan en ellos. La persona heterosexual es más libre y feliz cuando eso ni le preocupa ni le ofende.
¿No podría la Iglesia contribuir, con una doctrina más justa sobre las conductas homosexuales, a que estas situaciones de violencia no se dieran? Es verdad que, a pesar de que las agresiones siguen existiendo, no hay un clima de violencia, pero a algunas personas heterosexuales les es difícil relacionarse con personas homosexuales desde la igualdad y el respeto. Frecuentemente lo hacen desde la condescendencia y el paternalismo. Es la actitud muchas veces también del hombre machista en su relación con la mujer, aunque no haya violencia. No es una actitud muy cristiana.
Tampoco la persona homosexual debe reaccionar sintiéndose moralmente superior a nadie o con conductas agresivas y violentas. Hay homosexuales llenos de fanatismo político y con escasa educación democrática que ignoran que el rechazo al diferente y las políticas injustas no se pueden combatir con matonismo y sed de venganza. Se dejan ver, a veces, en las manifestaciones reivindicativas de los colectivos LGTBI y avergüenzan con sus desmanes y falta de civismo a otros compañeros de lucha que no comparten sus métodos violentos.
Es un deber democrático trabajar para que a los homosexuales les sean reconocidos sus derechos, sin permitir que los partidos políticos instrumentalicen su causa, denunciando las políticas que atentan contra la libertad y la diversidad sexual tanto en los partidos de derecha como en los partidos de izquierda. También hay que desenmascarar las doctrinas que descalifican moralmente la vida de estas minorías basándose en prejuicios de tipo religioso.
Vivimos en una sociedad, y no solamente en España y en Latinoamérica, ni mucho menos, en la que todo gira en torno a una larvada o explícita homofobia, y en torno a demostrar que uno no es homosexual. El varón se ve continuamente obligado a demostrar que es muy “macho”. Y esto a pesar de que se ha avanzado en el reconocimiento y respeto de todas las formas de vida y de los derechos de todos.
¿No significó el movimiento francés de la Manif pour tous (Manifestación para todos) del otoño de 2013, en contra del matrimonio homosexual, que la homofobia y el poder patriarcal seguían siendo dominantes en Europa? La derecha extrema se unía a la derecha católica y hacían así visible la dimensión política de la denuncia de la supuesta “teoría del género”. Lo explica bien Réjane Sénac en ¿Qué es el género? (L. Laufer y F. Rochefort, (dirs.), Barcelona, 2016). Los católicos franceses de izquierdas sí que apoyaron los estudios de género y el matrimonio homosexual. Recordemos el artículo publicado por Témoignage chrétien con el título Mariage pour tous, un progres humain en diciembre de 2012.
Una vez más constatamos que impera el prejuicio y la ignorancia y de ello se aprovechan partidos e iglesias para sus fines propios. Vemos así la necesidad de una buena educación afectiva y sexual en una sociedad plural. Agitar el fantasma del peligro de la confusión de los sexos no es más que una forma de impedir el avance de los movimientos igualitarios. ¿Cómo puede la Iglesia apoyar estas campañas mendaces?
Ese viejo fantasma ya apareció en la Revolución francesa. Las mujeres fueron excluidas cuando algunos se alarmaron pensando que la amistad pudiera reemplazar al amor. Y es en Francia donde la oposición al concepto y a la palabra “gender” que vino de los Estados Unidos es más fuerte, ya desde los años del papa Benedicto XVI.
Los que se oponen al matrimonio homosexual han elegido los estudios de género como blanco de sus ataques.
Son campañas mendaces porque los estudios de género no niegan la diferencia entre los sexos, no niegan el sexo biológico. “No se trata de negar una diferencia (de negar el sexo biológico, como dan a entender los detractores), sino de comprender cómo esta diferencia – solo una entre todas las que hacen de la persona un ser único – ha llegado a estar social y culturalmente sobredeterminada” (¿Qué es el género? L. Laufer y F. Rochefort (dirs.) Barcelona, 2016, p. 10).
Estos estudios simplemente muestran cómo muchas desigualdades y discriminaciones entre los sexos tienen una explicación histórica y cultural. El Génesis habla de que Dios los creó varón y mujer. Así lo veía el autor del relato. Eso vemos y creemos hoy también, que hay hombres y mujeres. Pero sabemos que no todos aman de la misma manera. Y vemos también a otras personas, seres humanos bien reales.
Pues también creó Dios a los transexuales y a los hermafroditas, a toda persona transgénero, a la rica variedad de seres humanos cualquiera que sea su determinación sexual y de género, aunque no vengan nombrados expresamente en el Génesis, que no es un libro científico, de biología o de antropología. Y Dios creó a los eunucos, que sí aparecen en la Biblia (cf. Is 56, 3-7; Hch 8, 26-40), aunque no son exactamente como Adán (cf. Gn 1, 28). El hombre ha evolucionado en colores, no en blanco y negro. ¿Tan difícil es aceptar la riqueza de la creación de Dios? ¿Tan difícil es comprender que la creación se realiza, desde el punto de vista de la ciencia, como evolución?
Hay personas que confunden la Biblia con una Enciclopedia del saber o con un libro sagrado escrito por el Padre eterno en sus moradas celestiales. Así creen que Satanás es una persona y el infierno un lugar de condena eterna lleno de fuego porque así han entendido el Nuevo Testamento, o porque lo repite el papa, como si Jesús pudiera haber sido hombre verdadero sin nacer dentro de un pueblo y de una cultura, y como si los libros de la Biblia hubieran sido escritos fuera de una época histórica concreta que tenía su propia visión del hombre y del mundo. Por eso son tan importantes los estudios bíblicos, para entender aquellas culturas, aquellos pueblos que se dieron cuenta de que Dios les hablaba e intervenía en su historia con una promesa y una elección, aunque elegidos pueden sentirse todos los pueblos. Y así hasta llegar a la palabra y la vida de Jesús de Nazaret y su vida, en el que los que creemos en el Evangelio hemos visto que culminaba esa historia de la salvación.
La fe que no es razonable sirve de poco. Lo razonable es investigar, dialogar, debatir, juzgar por nosotros mismos, algo muy razonable y que también recomienda el Nuevo testamento (Lc 12, 56-57), y no creer simplemente lo que nos enseñan los demás. Algunos cristianos han entendido literalmente eso de ser ovejas de un rebaño. Pero ya sabemos en qué totalitarismos políticos o religiosos se ven abocadas las masas con apetito de organización y devoción a un líder. Lo explicó bien Hannah Arendt. Los líderes religiosos y las iglesias tienen sus propios intereses, que a menudo no coinciden con la búsqueda de la verdad y el bien común de la humanidad.
El Génesis tampoco dice que la condición de la mujer esté marcada por las famosas tres palabras que en alemán empiezan por K: Küche, Kinder, Kirche (cocina, niños, iglesia) y que sus actividades deban limitarse a eso ámbitos, o que por el mismo trabajo debe haber una diferencia salarial entre el hombre y la mujer. Eso son condicionamientos culturales, políticos y económicos. Lo ha explicado bien Bernardo Pérez Andreo en su artículo en RD, El sexo débil. El machismo como verdadera ideología de género, publicado el 24 de mayo de 2019.
Resulta evidente que en los ataques político-religiosos a estos estudios de género hay poca serenidad e imparcialidad. Muestran, eso sí, tintes inquietantes de “antiintelectualismo, antifeminismo y homofobia”. Inquietante es también, por ejemplo, que, unidos por la homofobia y el antisemitismo, la extrema derecha francesa y el radicalismo islámico hagan, a veces, causa común.
¿Qué hacer desde la comunidad cristiana? Se impone un diálogo social para evitar la injusticia que sufren estas personas. Todos los ciudadanos, cualquiera que sea su sexo o condición sexual, han de disfrutar de los mismos derechos. Resulta escandaloso que seamos nosotros los cristianos, los que, arrojando con nuestras doctrinas oficiales una sombra de “desorden” y de “falta de moralidad” sobre la conducta sexual y afectiva de estas personas, colaboremos directa o indirectamente a su marginación y exclusión social.
Una Iglesia que contribuye con su doctrina sobre la homosexualidad a la exclusión social de muchos hombres y de muchas mujeres se ha alejado del Evangelio. ¿Es esa doctrina la llave con la que se quiere tener protegido y bien cerrado el propio “armario”? ¿Sucede así por haber politizado lo religioso, por mezclar, una vez, la causa del Evangelio que es la causa del hombre necesitado, con la causa del poder, de los intereses políticos? ¿No le basta a la Iglesia con anunciar y testimoniar el Evangelio y cae en la tentación de disputar espacios de poder en la sociedad a través de la escuela?
No es de extrañar que muchos homosexuales cristianos opten por trabajar por el reino de Dios, por una sociedad más justa, fuera de las estructuras visibles de la Iglesia cuando esta no acaba de reconocer la bondad intrínseca de la condición afectiva y sexual con la que nacieron, y que “todos son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús”, de tal manera que “ya no hay judío ni griego… ni hombre ni mujer, pues todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Ga 3, 26-28). ¿No dijo Jesús que hay eunucos que salieron así del vientre de su madre? (cf. Mt 19, 12) Lo mismo podemos decir de las personas que no encajan en el modelo patriarcal heterosexual. No deberían sufrir rechazo ni discriminación por su condición sexual.
Sin embargo, la realidad es muy distinta. Sigue siendo verdad que el negativismo sexual, el puritanismo, es intrínseco a las formas organizativas de las distintas religiones. Sus líderes lo han usado para ejercer el control de las conciencias de los fieles y dirigirlos hacia ese tipo de religiosidad, enemiga del sexo, que ellos controlan. Pocas cosas son más urgentes. Hay que rechazar esta visión negativa de la sexualidad y las formas de vida que ha inspirado, a veces tan llenas de ocultamientos y contradicciones. Después de la publicación del libro Sodoma. Poder y escándalo en el Vaticano (2019), del periodista Frédéric Martel, ese rechazo debería llegar más tarde o más temprano.
Los creyentes no pueden seguir ignorando la realidad de lo que sucede. Tendrán que cambiar su forma de entender la religión, y valorar, si es su gusto, los tapices de flores del Corpus Christi, pero mucho más, al paso de Jesús, el tapiz de amor al prójimo, “un tapis triomphal avec ta charité”, como dice el poema Le rebelle de Baudelaire, que a más de un lector le ha hecho entender mejor el cristianismo. Pero nos es más cómodo entretenernos con filigranas florales que ocuparnos del pobre, del deforme, del marginado y del excluido de los bienes materiales y espirituales.
Es la atención a las injusticias de nuestro mundo, el mensaje de amor, de esperanza y de salvación del Evangelio, lo que debe preocuparnos en la Iglesia. Ha llegado el momento de dejar de dar pautas de conducta sexual, de dejar de estigmatizar las distintas formas que tenemos los humanos de relacionarnos sexual y afectivamente. No se predica el amor fomentando la homofobia, el odio al diferente. Es hora de abrir armarios, arcones, puertas y ventanas, porque el aire de la Iglesia se ha hecho irrespirable.
La doctrina sexual de la Iglesia y su política de ocultamiento y encubrimiento han tenido ya demasiadas víctimas. No se puede seguir desorientando y mintiendo a la gente como se ha hecho hasta ahora. La Iglesia no puede arrogarse esa autoridad en estas materias. Durante muchos años los mismos científicos y profesionales, médicos y psicólogos, se han limitado a legitimar lo que decían las iglesias. Tal era el poder de las mismas sobre sus conciencias. Si la orientación del deseo homosexual no era aceptable en una confesión religiosa siempre había psicólogos o médicos próximos a la misma dispuestos a afirmar que se trataba de una desviación o perversión. A través de grupos de cristianos de mentalidad muy conservadora esa situación se da todavía hoy.
Necesitamos recuperar el espíritu del Evangelio. Y ya sabemos que Jesús puso la solidaridad con el hombre necesitado, con el que él se identifica, como principio rector de nuestra vida. Tenemos que volver al mensaje evangélico y recordar sus palabras y sus gestos si queremos emprender con decisión el camino de renovación de la Iglesia.
¿Por qué una actitud como la que refleja el texto del evangelio de Juan 13, 21-30 antes comentado resulta tan comprometedora para algunos? ¿Por qué hay traducciones que han evitado explicitar la postura del discípulo sobre el cuerpo de Jesús tal como indica el versículo 13, 23? “Uno de los discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús”, traduce alguna edición de la Biblia de Jerusalén. Pero si el griego dice anakeimenos en tō kolpō Iēsou, debería traducirse “estaba recostado sobre el pecho de Jesús”, como señala Hugo Cáceres Guinet (cf. Jesús el varón, Verbo Divino, 2011). Y sigue luego el v. 25 diciendo: “Entonces, apoyándose sobre el pecho de Jesús, le dijo: “Señor ¿quién es?”
Cáceres Guinet afirma que “hay una tendencia a privar de sensualidad este momento a fin de guardar la compostura socialmente aceptable para el lector contemporáneo, privando al texto del aspecto afectivo que el autor ha querido dar a la escena”. Quizá por guardar esa “compostura socialmente aceptable” algunos autores no hablan apenas del discípulo amado.
Ciertamente los textos canónicos no nos dicen mucho sobre la sexualidad de Jesús. Y no sería poco que sacáramos todas las consecuencias del dogma de fe que nos dice que era hombre verdadero. Pero este gesto que implica la aceptación del afecto mutuo entre Jesús y su discípulo que nos presenta el evangelio de Juan debería bastar para eliminar del catecismo de la Iglesia el a. 2357, que además de ir en contra de las ciencias antropológicas y de una ética sexual que no haga de la Biblia lecturas fundamentalistas va en contra del espíritu misericordioso de Jesús y está causando estragos.
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