“Declaraciones desafortunadas”. Ésta es la expresión que más se repetía ayer y se sigue diciendo hoy en ámbitos eclesiales jerárquicos, para calificar las palabras del cardenal Rouco Varela en el funeral de Estado en memoria de Adolfo Suárez, en las que hizo referencia a los “hechos y actitudes” que causaron la Guerra Civil “y que la pueden causar”.
Descontento eclesiástico al que nadie se atreve a poner cara. Ni en la Casa de la Iglesia ni en las diversa curias diocesanas quieren hacer declaraciones públicas. Y, cuando se avienen a comentar lo dicho por Rouco, piden reserva absoluta. La sombra del cardenal, a pesar de estar de salida, sigue siendo alargada.
Está claro que nadie se atreve a matizar y, mucho menos, a desautorizar las declaraciones de Rouco. Quizás, en los próximos días, algún prelado de la cuerda del cardenal aproveche incluso la oportunidad, para apoyar y reforzar la idea del cardenal de Madrid. Sigue habiendo una media docena de prelados convencidos, como él, de que España está en peligro y que el único parapeto contra su deriva laicista es el catolicismo.
Los demás, la inmensa mayoría del episcopado guardará silencio. Pero, “a veces el silencio de los obispos es más significativo que las palabras y, en este caso, no es un silencio que calla y otorga, sino todo lo contrario, un silencio de desaprobación”, explica un fontanero de Añastro, sede de la Conferencia episcopal.
Muchos prelados no comparten ni el fondo ni la forma de lo dicho por el cardenal madrileño. El fondo se lo adjudican a la forma de ser y de pensar de Rouco Varela, a su visión catastrofista de la sociedad actual y a su especial obsesión con el guerracivilismo. Rouco, nacido el 20 de agosto de 1936 no vivió conscientemente la guerra fratricida, pero sí sus consecuencias durante la larga postguerra y en un pueblo, como la Villalba, lucense batida por los desmanes de ambas partes.
Su tesis, explicitada en muchas y variadas ocasiones a lo largo de su pontificado es que “la causa de la guerra civil radicó en que el hombre había pecado mucho y sobre todo, contra Dios, y, cuando se vive una etapa de negación de Dios, es muy fácil que luego los hombres luchen entre ellos”. Lo decía, en 2008, precisamente en una misa en el Valle de los Caídos.
Y añadía : “La negación de Dios asume cada día con más fuerza en algunos países la forma de un laicismo, más o menos oficial, radical e ideológico”. A su juicio, es el caso de España y, por lo tanto, de ahí a la guerra civil hay sólo un pequeño pasó que se franqueó no sólo en nuestra contienda nacional sino también en la Guerra mundial.
Quizás por conocer esta vieja tesis de Rouco, en Cataluña, donde la jerarquía catalana se siente especialmente aludida entre líneas por sus palabras, asegura que “es una expresión más de lo que ha sido, es y será Rouco, y lo raro es que no hubiese aprovechado la ocasión para decir algo así”.
En otras diócesis de diversas partes del país, los comentarios inciden en la misma idea: “Genio y figura”, dicen unos. “Son sus últimos coletazos fuera de contexto, pero no lo puede evitar”, añaden otros.
Eso sí, todos los eclesiásticos consultados coinciden en que “no era apropiado ni el momento oportuno”, pero consideran, asimismo, que lo hace con buena voluntad y en conciencia. “Siempre pensó así. En ese sentido, se mantiene firme y coherente con sus ideas y las defiende hasta el final. No cambia de chaqueta ni con la llegada de Francisco”.
Aun reconociéndole que actuó en conciencia, le reprochan el que no haya pensado ni tenido en cuenta a su sucesor al frente de la CEE. “Con esas declaraciones, no facilita a monseñor Blázquez y a la nueva cúpula episcopal el que llegue a la opinión pública el nuevo rostro y la nueva línea de la Iglesia española en sintonía con la primavera del Papa Francisco”, explica un obispo muy cercano al actual presidente de la CEE.
Y es que, fiel a sí mismo, Rouco se sigue erigiendo en el líder del episcopado español, aunque lo haya dejado de ser el pasado mes de marzo. Así ha actuado en los últimos quince años. La inercia le puede, asi como su vieja querencia de identificar su pensamiento y su visión con el de la Iglesia española.
Comentarios desactivados en 14.12.23. Juan de la Cruz, ecología enamorada
Del blog de Xabier Pikaza:
Hoy es el día de Juan de la Cruz, representante supremo de la ecología enamorada. El concibe la naturaleza como espacio y camino de amor, en este tiempo de experiencia y tarea ecológica.
En Dubai, COP 28, se busca la manera de reducir los carburantes tóxicos para que el mundo pueda tener mejor salud, de forma que sea espacio de amor para los hombres.
Preparando la Navidad, plazas y calles se adornan con motivos ecológicos: Renos y abetos… Mi amado las montañas, los valles solitario, nemorosos.
Es tiempo para recordar dos cantos ecológicos supremos de Juan de la Cruz: Cántico Espiritual B: Canto 5 y 14/15.
| Xabier Pikaza
Juan de la Cruz (1542-1591), poeta y mítico católico de Castilla, España, ha sido, heredero de una intensa tradición ecológica judía y musulmana, medieval y renacentista, en comunión de espíritu con los grandes creadores y reformadores cristianos. Sus versos marcan lo que puede ser el punto de partida de la nueva espiritualidad cósmica y enamorada.
Benito Espinosa (1632-1677), el iniciador judío (hispano-holandés)de la modernidad dijo “Deus sive natura”, Dios es principio viviente (humano-divino) de la naturaleza. Juan de la cruz, le abrió camino, desde una perspectiva hispano-judía universal, elevando su inmenso canto cósmico sagrado de la naturaleza, del que tomo y comento una estrofa simple (Canto 4) y una doble (Canto 14-14).
CANTO 5. Mil gracias derramando pasó por estos sotos
Mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura, y, yéndolos mirando, con sola su figura vestidos los dejó de hermosura.
Este pasaje ofrece rasgos de fábula (los mismos bosques hablan), pero, a diferencia de las fábulas, ofrece una revelación de Dios por la naturaleza, en la línea de muchos salmos del AT, como ratifica el libro de Sabiduría o Rom 1-3. La Biblia sabe que “cielo y tierra proclaman la gloria de Dios” (Sal 19) y que el mismo cosmos actúa así como mensajero de su voz, señal de su misterio. A diferencia de Francisco, Juan de la Cruz no empieza preguntando a los astros del alto (sol, luna y estrellas…), sino a “sotos”, lugares bajos de Dios por los que pasan los pastores…
Las criaturas son como un rastro del paso de Dios, por el cual se rastrea su grandeza, potencia y sabiduría. Según dice san Pablo, el Hijo de Dios es resplandor de su gloria y figura de su sustancia (Heb 1,3). Es, pues, de saber que con sola esta figura de su Hijo miró Dios todas las cosas, que fue darles el ser natural…El mirarlas mucho buenas (cf. Gen 1,31) era hacerlas mucho buenas en el Verbo, su Hijo (CE 5, 3.4).
De este paso de amor (Dios) por el mundo trata nuestro texto, hablando así de la creación, por la que Dios refleja su gloria y hermosura en todo lo creado, de manera que ellas, las creaturas del mundo, son positivas, buenas, amorosas, aunque no sean sin más el Amado en contra de lo que sucede en algunos dualismos extremos, que condenan el mundo como malo. En contra de ellos, Juan de la Cruz interpreta el mundo como encarnación y presencia de Dios [1].
Esta es una ecología de la mirada. Las ovejas, que ella había guardado en su tiempo de pastora, no causaban sobresaltos ni problemas: estaban quietas, domesticadas, dóciles a perros y pastores y podíamos hallarlas siempre que quisiéramos, entre las majadas al otero. Pero ahora, al iniciar su ejercicio de amor, alejándose de los caminos trillados del trabajo de la tierra, la Amante ha preguntado a bosques, flores y espesuras, y ellos han podido y querido responderle, recogiendo así la voz del Amado [2].
El paso del Amado, Dios excelso, presencia de Belleza, por los sotos o espacios inferiores, define y establece todo lo que existe, como experiencia primordial de hermosura, que sólo en amor logra conocerse.La tarea primordial del hombre, el gozo que marca y configura su existencia, consiste en vincularse a la hermosura del paso del Amado Dios entre las cosas.
Mil gracias derramando. En el fondo de este verso, parece reflejarse el signo del sol-fuego que expande sin cesar sus rayos, como fuente de Vida que mana y derrama el agua por los campos, de manera desbordada, generosa, estando en todo, siendo, al mismo tiempo, lejana y esquiva. Es como un foco o manadero múltiple de gracia, que es totalmente nuestro, pero se evade y desaparece tan pronto como intentamos poseerle por la fuerza. Es nuestro, todo nuestro, y sin embargo ya no está si queremos agarrarle [3].
Pasó por estos sotos con presura. El Amado va cruzando y derramando gracia, porque ser es crear en amor, como saben los que aman. De esa forma actúa Dios: Lo hace todo, pero no se impone sobre nada, ni exige cosa alguna. De esa forma “es”, haciendo que las cosas sean. Lo enriquece todo, pero nada se reserva; todo lo puede, de nada se apodera. Por eso va pasando raudo, abriendo sendas con su propia vida.
Pasar por los sotos es criar los elementos, que aquí llama sotos; por los cuales dice que derramando mil gracias pasaba, porque de todas las criaturas los adornaba que son graciosas… Y dice que este paso fue con presura, porque las criaturas son las obras menores de Dios – que las hizo como de paso –, porque las mayores… eran las de la Encarnación del Verbo y misterios de la fe cristiana… (CE 5, 3).
El Amado es Pascua, paso y presencia de amor, como ciervo que aparece y lo ilumina todo con su rayo y después desaparece, a fin de que podamos buscarle mejor, de manera que buscándole seamos, pues si no pudiéramos hacerlo moriríamos. Más tarde, cuando la Amante vaya encontrando al Amado (al final del itinerario), el tiempo podrá retardarse, de modo que la presura del paso se vuelva eternidad y la rapidez se vuelva calma amorosa, como evoca otro poema: “Quedéme y olvidéme /el rostro recliné sobre el Amado; /cesó todo y déjeme /dejando mi cuidado / entre las azucenas olvidado” (Noche 8) [4].
Y, yéndolos mirando, con sola su figura. Todo lo que existe es mirada de Amado, de forma que la misma hermosura de montes y prados es reflejo de sus ojos que nos miran, haciendo así que todo sea hermoso y todo bueno porque miró Dios y descubrió que las cosas eran buenas, haciéndolas buenas, como dice Juan de la Cruz (CE 5,4; cr.Gén 1,31). El Amado miró y con sus ojos fue llenando todo de hermosura, para que pudiéramos ser al responderle también con nuestros ojos [5]
Con sola su figura. Los científicos del siglo XVII y XVIII decían que Dios era matemático, pues todo lo había construido con números, leyes y signos de geometría (o álgebra). Juan de la Cruz ha penetrado en un nivel más hondo pues sabe que Dios no ha creado las cosas con leyes de ciencia, sino con la luz de su mirada. La realidad menos perfecta, de tipo material, puede empezar a medirse con leyes sobre átomos y fuerzas que están ante nosotros, pero la misma física sabe que la realidad más honda es luz, un cruce misterioso de miradas.
La mirada posesiva viola, desnuda y destruye al mirado. Al contrario, la mirada gratuita del Amado viste de gracia y enriquece a quienes mira [6]. Conforme a Gén 3, los hombres caídos se vieron desnudos, tuvieron vergüenza y debieron vestirse con ropas externas (de fibra de higuera). El deseo posesivo nos desnuda de manera que debemos revestirnos de materia opaca (ropas), pues no somos ya capaces de vivir en un espacio de miradas transparentes. Pero aquí se ha invertido ese proceso de recubrimiento, porque el amor, cuando es profundo y verdadero, no tiene ya necesidad de trajes exteriores, pues viste y reviste de hermosura a personas y a cosas [7].
Canto 14‒15: Mi amado las montañas
Mi Amado las montañas, los valles solitarios nemorosos, las ínsulas extrañas, los ríos sonorosos, el silbo de los aires amorosos (CE 14)
El Papa Francisco habla de la ecología “enamorada” de Juan de la Cruz, destacando unas palabras centrales de su comentario: «Las montañas tienen alturas, son abundantes, anchas, y hermosas, o graciosas, floridas y olorosas. Estas montañas es mi Amado para mí. Los valles solitarios son quietos, amenos, frescos, umbrosos, de dulces aguas llenos, y en la variedad de sus arboledas y en el suave canto de aves hacen gran recreación y deleite al sentido, dan refrigerio y descanso en su soledad y silencio. Estos valles es mi Amado para mí» (CE XIV-XV, 6-7).
San Francisco de Asís había cantado, una por una, las grandes criaturas como hermanas (sol y luna, estrellas y elementos: tierra y agua, fuego y aire…). Más que hermanas, ellas son para San Juan de la Cruz realidad y presencia del Amado. No hay ecología sin enamoramiento de vida, que se expresa en forma de amor hacia los otros.
Dice la amante que todas estas cosas (montañas, valles…) es su Amado en sí y lo es para ella, porque en lo que Dios suele comunicar en semejantes excesos, siente el alma y conoce la verdad de aquel dicho que dijo San Francisco, es a saber: ¡Dios mío y todas las cosas!
La ecología es un tema político y económico, científico y social, pero es sobre todo fondo un tema de enamoramiento. Sólo por amor se respeta, se admira y se cuida el mundo, para gloria de Dios, para bien de los demás seres humanos. El mundo es, según eso, Un don que se da y comparte gratuitamente, sabiendo que cuanto más doy y comparto más tengo, pues las cosas sólo se disfrutan cuando se regalan y comparten. Los cinco elementos aquí cantados (montes, valles, islas, ríos, silbido del aire) no son referencia al Amado, sino el mismo Amado, que es montes y valles…
– Elección de elementos. San Francisco había sido más tradicional, citando, con el sol, luna y estrellas, las cuatro esencias o elementos básicos: tierra y agua, aire y fuego. Juan de la Cruz ha prescindido de los astros y del fuego (que aparece sólo en CE 39) y ha destacado algunos rasgos importantes de tierra, agua y aire, construyendo un universo simbólico de gran densidad que contrapone montes y valles, islas y ríos, para insistir finalmente en el silbo del viento, que volveremos a escuchar en CE 39. Pues bien, ese universo simbólico “es” Dios, no un simple camino que lleva a Dios.
– Naturaleza, Dios en amor. Aquí no hay ciudades ni plazas, no hay estados políticos ni pueblos. En un momento anterior (CE 3), Juan de la Cruz había aludido a los fuertes y fronteras, dejando abierta la amenaza de las divisiones y luchas sociales, la lucha de unos hombres contra otros. Es como si todas las restantes cosas hubieran quedado superadas y sólo contara el amor universal que vincula todo lo que existe, un amor que es Dios, unas realidades (montes, ríos…) que son Dios para los hombres. Ahora, al ver/admirar el mundo está viendo a Dios, pues como decía San Agustín: Ves la Trinidad si ves la caridad (Vides Trinitatem si caritatem vides, De Trinitate, VIII, 8,12).
– Un silbo de amor. Todas las criaturas culminan en el aire hecho llamada de amor. En esa línea (adaptando un famoso título de K. Rahner, “Oyente de la palabra”),definimos al hombre como aquel que puede escuchar y acoger el silbo amoroso de Dios. Pastores, ganados guardianes se comunican muchas veces por silbidos que sólo ellos entienden. También los enamorados en la noche silban y así se reconocen, de un modo personal, enviando sus mensajes. Pero sólo los enamorados de Dios escuchan el silbo de Dios (su llamada) en la voz del viento.
La amante había dicho descubre tu hermosura (CE 11) y el Amado, apareciendo como ciervo vulnerado en el otero, ha respondido, CE 13). De esa forma, la amante recupera en el Amado todas las cosas, transfiguradas en amor, en un canto cósmico que vincula (identifica mundo y Dios). Hasta ahora, el mundo había ofrecido diversos perfiles de majadas y oteros (CE 2), montes y riberas (CE 3), bosques y espesuras (CE 4) donde podían rastrearse las huellas del Amado (CE 5). Pero ahora, el Amado/Dios se revela como mundo (CE 14) [8].
San Francisco había cantado, una por una a las criaturas como hermanas (sol y luna, estrellas y elementos: tierra y agua, fuego y aire…). Más que hermanas, ellas son para Juan de la Cruz expansiones y presencia del Amado. No las separa, diciendo “amada montaña, amados valles”, sino que las une y vincula con el único Amado, pues Dios se identifica con ellas, un Dios que no es ya padre ni madre, ni siquiera creador, sino, sencillamente Amado (divino, humano), en cada una de las cosas:
Dice la esposa que todas estas cosas (montañas, valles…) es su Amado en sí y lo es para ella, porque en lo que Dios suele comunicar en semejantes excesos, siente el alma y conoce la verdad de aquel dicho que dijo San Francisco, es a saber: ¡Dios mío y todas las cosas! De donde, por ser Dios todas las cosas al alma y el bien de todas ellas, se declara la comunicación de este exceso por la semejanza de la bondad de las cosas… Que, por cuanto en este caso se une el alma con Dios, siente ser todas las cosas Dios, según lo sintió San Juan, cuando dijo: Lo que fue hecho en Él era vida Y así no se ha de entender que lo que aquí se dice que siente el alma es como ver las cosas en la Luz o las criaturas en Dios, sino que en aquella posesión siente serle todas las cosas Dios (Jn 1, 4. Juan de la Cruz CE, 14, 5).
Juan de la Cruz sabe que las cosas no son Dios (ni un amado humano) y pocos han destacado como él la fragilidad y finitud del mundo. Pero, en otro sentido, vinculándose al Amado, él sabe o, mejor dicho, siente que todas son Dios para él, siendo el Amado. En el ámbito del conocimiento racional, ellas son diferentes del amado, en dura objetividad. Pero en contemplación de amor son hermanas, son el mismo Amado. Sólo quien ama descubre y sabe que, desbordando argumentos y razones, todas las cosas son Amado, pues en él existen y se hacen presentes (cf. Jn 1, 1-5; Col 1, 15-18) [9].
Mi Amado, las montañas. Ellas son lo primero: altura de Dios que se desvela sobre la fuente de amor, cuando el Amado “asoma por el otero” de su vida hecha belleza que se expande de manera generosa, imponente y cercana.
Las montañas tienen alturas, son abundantes, anchas, hermosas, graciosas, floridas y olorosas. Esas montañas es mi Amado para mí (CE 14-15, 6)
Los valles solitarios nemorosos. El mismo monte es valle solitario por el que discurre el agua de la fuente fresca, plenitud de enamorados, espacio nemoroso, bosque sagrado del Dios que en todas las cosas nos ama:
Los valles solitarios son quietos, amenos, frescos, umbrosos, de dulces aguas llenos, y en la variedad de sus arboledas y suave canto de aves hacen gran recreación y deleite al sentido, dan refrigerio y descanso en su soledad y silencio. Esos valles es mi Amado para mí (CE14-15, 7).
Las ínsulas extrañas. El Amado es lo más alto y lo más bajo, monte y valle. Pues bien, aquí aparece, al mismo tiempo, como el más lejano, sorprendente y distinto, allende los mares. Las ínsulas más raras son Dios para el amante:
Las ínsulas extrañas están ceñidas con la mar y allende de los mares, muy apartadas y ajenas de la comunicación de los hombres… Y así por las grandes y admirables novedades y noticias extrañas, alejadas del conocimiento común, que el alma ve en Dios, le llama (a Dios) ínsulas extrañas (CE14-15, 8).
Los ríos sonorosos. El Amado que era Fuente plateada es aquí fluir de vida, corriente de agua creadora que discurre con fragor inmenso y poder inasequible (cf. Ez 1, 24-25). Corrientes y aguas bravías no son enemigas de Dios (cf. Gn 1, 1-2; Sal 46, 3-4), sino potencia del Amado:
Los ríos tienen tres propiedades: la primera, que todo lo que encuentran embisten y anegan; la segunda, que hinchen todos los bajos y vacíos que hallan delante; la tercera, que tienen tal sonido que todo otro sonido privan y ocupan. Y porque, en esta comunicación de Dios que vamos diciendo, siente el alma en Él estas tres propiedades, dice que su Amado es los ríos sonorosos… voz infinita… (CE14-15, 9).
El silbo de los aires amorosos… La voz perene del río, que todo lo arrastra y aturde, voz del Dios fuerte, se vuelve suave silbo amoroso, llamada de vida que invita, en lo más íntimo del alma, susurro de gracia que anima en nosotros la existencia:
Llámale silbo porque, así como el silbo, del aire causado, se entra agudamente en el vasillo del oído, así esta sutilísima y delicada inteligencia se entra con admirable sabor y deleite en lo íntimo de la sustancia del alma, que es muy mayor deleite que todos los demás(cf. CE 14-15, 14).
Los grandes fenómenos (montes y valles, ínsulas y ríos) desembocan y culminan en este silbido de amor en la hondura de Dios (cf. 1 Rey 19, 11-13). Pero ahora este silbido no se opone a los signos anteriores (huracán, terremoto, fuego), que Elías había sentido sin ver allí a Dios, sino que los asume y culmina. La naturaleza entera silba desde Dios en amor. Posiblemente existen otros tipos de enamoramiento, que estrechan y reducen la atención del amante, que queda así achicado, cerrado en el mundo reducido de sus propias visiones. Pero nuestro amor ensancha y amplía la mirada del amante, que ahora puede contemplarlo todo de un modo más hondo, como el primer día de la creación, aprendiendo así a nombrar en Dios en todas las cosas.
San Francisco había sido más tradicional, citando, con el sol, luna y estrellas, las cuatro esencias o elementos básicos: tierra y agua, aire y fuego. Juan de la Cruz ha prescindido de los astros y del fuego (que aparece sólo en CE 39) y ha destacado algunos rasgos importantes de tierra, agua y aire, construyendo un universo simbólico de gran densidad que contrapone montes y valles, islas y ríos, para insistir finalmente en el silbo del viento, que volveremos a escuchar en CE 39. Pues bien, ese universo simbólico no es un camino que lleva a Dios, sino el mismo Dios, revelándose en su belleza y misterio [10].
– Naturaleza virgen. Este es un canto a la naturaleza, sin intervención humana. Aquí no hay ciudades ni plazas, no hay estados políticos ni pueblos. En un momento anterior (CE 3), Juan de la Cruz había aludido a los fuertes y fronteras, dejando abierta la amenaza de las divisiones y luchas sociales, la lucha de unos hombres contra otros. Pues bien, aquí han desaparecido esos rasgos de una guerra inter-humana y nos hallamos ante un mundo virgen, abierto sólo al amor, sin castillos ni campos militares. Es como si todas las restantes cosas hubieran quedado superadas y sólo contara el amor universal que vincula todo lo que existe, un amor que es Dios, unas realidades (montes, ríos…) que son Dios para los hombres [11].
– Un silbo de amor. Todas las criaturas culminan en el aire hecho llamada de amor. En esa línea (adaptando el título de un libro de K. Rahner, “Oyente de la palabra”),definimos al hombre como aquel que puede escuchar y acoger el silbo amoroso de Dios. Pastores, ganados y perros guardianes se comunican muchas veces por silbidos que sólo ellos entienden. También los enamorados en la noche silban y así se reconocen, de un modo personal, enviando sus mensajes. Pero sólo los enamorados de Dios escuchan el silbo de Dios (su llamada) en la voz del viento [12].
NOTAS
[1] El mundo es presencia del Amado (Dios), pues los hombres no han sido criados para servir y someterse a Dios, como han dicho algunos moralistas ilustrados, sino para acoger y gozar su belleza enamorada en todas las cosas (bosques, prados…; cf. Jn 1, 1-3).
[2] Bosques y praderas han escuchado a la Amante y le responden. No hablan de ovejas que pastan en rebaños, sino del Ciervo de Amor que pasa y penetra en la espesura, sin que podamos aferrarle o encerrarles en los cortijos o majadas que vamos construyendo Para la Amante enamorada, el mundo entero habla del Ciervo de amor, que aparece ante ella como fuente de todas las palabras, manantial de creación (Jn 1, 1-14, cf. Col 1, 15), multiforme Amor, Amado.
[3] El Dios Amado de SJC no es una simple efusión de bondad impersonal, sino Alguien a quien queremos amar, una persona, que desea ser buscada y que así se va y se oculta cuando pensamos haberla poseído, de manera que debemos dejar todo y salir a buscarle, hasta que él quiera respondernos.
[4] Este paso parece estar marcado por la prisa, es decir, por el deseo de que Dios se encarne del todo. Pero esa prisa no es signo de la imperfección del mundo (y mucho menos de Dios), sino expresión de nuestra propia imperfección en el amor, pues no hemos penetrado todavía en las “subidas cavernas” de su misterio (cf. CE 37). De esa forma, aquello que pudiera parecer impotencia (el Amado se va tan de prisa que parece que jamás le alcanzaremos) se vuelve estímulo, aguijón que nos impulsa para seguirle raudos en la marcha hacia su amor, en inquietud amorosa.
[5] En este momento, el Amado es ante todo una mirada que nos saca de la oscuridad para que existamos, una conversación de ojos que nos provoca y eleva, tras despertarnos cuando estábamos dormidos, un brillo de Pasión que nos alza, nos enciende y nos pacifica, haciéndonos capaces de emprender la marcha hacia la verdad de nuestra vida, que es Vida en-amorada (en el Amor que es Dios).
[6] Los ojos no son para mirar cosas sin más, sino para mirarse unos a otros y descubrirse en amor.
[7] El bosque y la pradera se convierten de esa forma en lugar para el encuentro, lugar donde el Amado se irá mostrando en gratuidad abierta a la hermosura (cf. CE 11). En un determinado nivel, Dios ha hecho el mundo para que los hombres trabajen en sus cosas y así puedan construir su vida. Lo ha creado para que piensen, resuelvan los problemas que ese mismo mundo les plantea y de esa forma se piensen a sí mismos… Pero todo eso acaba siendo al fin subordinado. Dios ha creado este mundo para que así contemplemos su belleza, viviendo de esa forma en ella.
[8] Juan de la Cruz cita a Francisco, asumiendo el espíritu y fuerza de su Canto de las Criaturas.
[9] Muchos contemplativos y amantes, neoplatónicos, cabalistas judíos y renacentistas, sufíes musulmanes o místicos cristianos, han tenido una experiencia parecida, en perspectiva filosófica y/o religiosa. Muchos grandes pensadores de la modernidad, Espinosa y Schelling, Hegel y Nietzsche, parecen haber vislumbrado esa experiencia de la totalidad divina del mundo (aunque en forma menos amorosa). Juan de la Cruz vincula mundo y Amado, en enamoramiento personal y trasfiguración cósmica.
[10] En un momento anterior (CE 4), SJC había contrapuesto montes y riberas, como signo de totalidad; pero había evocado también otras oposiciones (flores y fieras: lo que atrae y lo que aleja). Aquí evoca la totalidad de elementos también contrapuestos (montañas-valle, ríos-islas), que culminan en el silbo del aire.
[11] SJC ha querido llevarnos a la naturaleza primigenia para que encontremos allí a Dios en soledad y en comunión completa con el mundo. Ciertamente, esa contemplación cósmica de Dios resulta inseparable de la justicia de la comunión interhumana y de la experiencia de la cruz, pero este elemento cósmico resulta fundamenta-
[12] En este contexto ha recordado SJC el carácter paciente o receptivo del entendimiento humano, que puede acoger la “inteligencia sustancial” de Dios, como Elías “a la boca de la cueva”, cuando escuchó el “silbo de aire delgado” de Dios (1 Rey 19, 12; cf. CE14, 13). Para SJC, el aire tiene otras funciones, que culminan en el “boca a boca” del beso enamorado (CE 17 y 39), pero aquí aparece como portador del “divino silbo que entra por el oído del alma”. El Cántico se vuelve así un ejercicio de escucha, en la línea de las revelaciones bíblicas, desde Elifaz que recibió en su oído “las venas de un susurro” divino (Job 4, 12-16), hasta Pablo “que oyó palabras secretas que al hombre no es lícito hablar” (2 Cor 12, 4).
[13]Montes y valles, ínsulas o ríos parecen apagarse en la noche, y queda el cosmos en su unidad, como música de cielo, sobre las restantes melodías A la música de las esferas astrales ha dedicado fray Luis de León varios poemas, que he comentado en Cántico Espiritual, Paulinas, Madrid 1992, 74-93
Comentarios desactivados en Adviento con María: Esos tus ojos misericordiosos
Del blog de Xabier Pikaza:
La Salve ha sido quizá la más conocida de las oraciones específicamente católicas, una antífona mariana, de origen medieval, dirigida a la Madre de Jesús, pidiéndole que sea intercesora misericordiosa ante su Hijo Jesucristo.
Me parece hermoso presentarla y comentarle en este Adviento, al final del Año de la Misericordia. No es, como diré, la única oración de María, pus a su lado ha de ponerse el Magníficat, que es el canto de la justicia radical (¡derriba del trono a los potentados…!). Pero es también importante, pues nos sitúa ante la maldad radical de la vida (¡destierro, valle de lágrimas, campo de destierro y llanto!), haciendo que podamos abrir los ojos del corazón en gesto de esperanza.
Cuentan que un día, en su famosa Cátedra de Filosofía, el profesor D. José Ortega y Gasset estaba explicando el análisis existencial de M. Heidegger, el más radical de los pensadores del siglo XX, comentando temas como caída y finitud del hombres, estar arrojado y perdido en el mundo… y de pronto se paró y pregunto al alumno más sabio del grupo: ¿Puede usted compararme el análisis de Heidegger con la Salve Cristiana?
Siguen diciendo que el alumno sabio contestó que Heidegger era un pensador excelso, mientras que la Salve era una oración de incultos supersticiosos…
Pues bien, Ortega, famoso por su durísima ironía, le dijo: Usted, alumno mío, no es inculto y supersticioso, sino algo muchísimo peor, es un idiota. No existe, que yo sepa, en la historia de occidente un texto que mejor refleje la condición del hombre, la Goworfenheit, que la Salve cristiana. Pero quizá a Heidegger le falta la Madre.
En este contexto, entre Heidegger y el final del Adviento, he querido ofrecer un breve análisis de la Salve, como oración de Adviento, una oración que no es todo para los cristianos, pero que sigue siendo importante.
Imagen: Una representación tradicional de Santa María de la Salve (como la que tenía en su mente el “famoso” alumno de Ortega, del primer tercio del siglo XX, quizá alejada de nuestra sensibilidad, casi un siglo más tarde. Al final he querido poner,al lado de la imagen de María, para quien siga leyendo, una fotografía de estudio de J. Ortega y Gasset. Buen final de Adviento, con María (y con Ortega y Gasset, es decir, con el pensamiento).
Salve, una oración de misericordia
María ha sido para los cristianos un signo especial de la misericordia, como lo muestra la Salve, una antífona mariana, del XII d.C., que le atribuye y aplica los signos fundamentales de la misericordia de Dios:
Salve, reina y madre de misericordia;
vida, dulzura y esperanza nuestra, Salve.
A ti clamamos los desterrados hijos de Eva, a ti suspiramos,
gimiendo y llorando en este valle de lágrimas.
Ea pues, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos,
y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.
Oh, clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María.
Los nombres de la Madre
‒ La Madre de Jesús es Vida (Hayyim), palabra que define a Dios, en sentido intensivo: Yahvé mismo es la Vida, de manera que en él y solo en él existe todo lo que existe (como supone Jn 1, 4-5, que atribuye la Vida también al Logos de Dios que es Jesucristo.
‒ Ella es Dulzura, tema que puede aplicarse al Espíritu Paráclito y que Pablo atribuye de un modo especial a Dios (2 Cor 10, 1). Pues bien, en esa línea, la Salve identifica de algún modo la dulzura de Dios y del Espíritu Santo con María Madre.
‒ María es finalmente esperanza, tema que el Antiguo Testamento vincula con Dios (cf. Jer 17, 7; Sal 61, 4; 71, 5), y el Nuevo Testamento con Jesús, que anuncia y prepara la esperanza de Dios en el Reino. Pues bien, ahora, la esperanza de Dios y de Jesús se expresa por María.
Invocación
Tras haberla presentado de esa forma, los orantes la invocan: A ti clamamos los desterrados hijos de Eva…
No están en su patria, sino arrojados, lejos de Dios, como pueblo de sufrientes (pobres, vencidos… ), y así vienen suplicantes a María, la madre buena que nos ha liberado del riesgo de la madre mala, Eva, marcando así el cambio de señorío, el paso del dominio de Eva (madre de pecado, destierro) al de María, madre de misericordia. Esta visión de las dos madres, y el paso de la mala a la buena (propio de la gnosis del siglo II-III d.C.) se interpreta aquí en forma mariana.
La Salve nos sitúa ante el motivo de la búsqueda de madre, propio de una sociedad de abandonados, desterrados, que quieren liberarse de este cuerpo de pecado, para alcanzar la misericordia, diciendo: A ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas… No se acusan de ningún pecado, no son culpables por ninguna falta, social o individual, pero sufren y lamentan un destierro que proviene del pecado original de Eva, mala madre, por cuya falta padecen.
Como los hebreos en Egipto
Esta oración retoma el motivo de los hebreos en Egipto, a quienes Dios mismo escuchó desde su altura (cf. Ex 2-3). Pero los desterrados de la Salve no llaman a Dios, ni buscan ayuda en esta tierra, pues saben que en ella nada puede cambiarse, sino que se dirigen a la Madre buena (a ti suspiramos, gimiendo y llorando) para decirte tres cosas:
‒ Ea pues, Abogada nuestra… Conforme a la tradición de la Iglesia, según el evangelio de Juan, el Abogado defensor de los creyentes es el mismo Espíritu Paráclito, cuya función asume aquí María, que aparece así como Espíritu divino, en forma de mujer/madre, Reina y Señora, Abogada defensora de de los creyentes. María aparece así como enemiga del Diablo destructor, a quien se dice que ha vencido (cf. Gen 3, 15; Ap 12, 1-5. Este pasaje de la Salve nos sitúa ante una visión de gran fuerza, que ha calado en la conciencia de los sufridos cristianos de occidente, del XII d.C. hasta la actualidad.
‒ Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos. María es presencia de Dios en forma de Madre y Mujer. Estos ojos de María son sin duda aquellos ojos de Dios que miraban la opresión de su pueblo en Egipto (Ex 2, 23-25; 3, 7-8), apareciendo como misericordes, portadores de misericordia. El orante sólo pide a María que vuelva sus ojos y le mire (nos mire) en comunicación de amor. Al hijo pequeño le basta con saber y sentir que la madre lo hace mira.
‒ Y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre Algunos han pensado que Dios mira con ojos de pura justicia. Pues bien, en contra de eso, el orante de la Salve sabe que Dios mira (a través de María) con ojos de misericordia. Por eso, no pide nada (salud, dinero, amor humano, victoria…), sino una mirada, y la certeza de que al fin de la misma María le llevará Jesús.
Anticlímax.
Y así termina la oración, con títulos propios de Dios de Ex 34, 6-7), pero aplicados a María, para definir su misericordia:
‒ Oh clemente. La clemencia era propia de Dios; pues bien, aquí se atribuye a la madre de Jesús, que aparece como signo personal del perdón de Dios, que no juzga a los culpables, sino que los libera del castigo.
‒ Oh piadosa. Éste es el nombre del Dios de la alianza (hesed), que se aplica aquí a María, con una palabra que no puede aplicarse sólo a la vida tras la muerte, sino que se expresa a la tarea de los hombres que han de ser misericordiosos entre sí (piadosos, religiosos) desde este mundo, en la línea de las obras de misericordia.
‒ Oh dulce. María es dulce y fuente de dulzura en un mundo de amargura, exilio y llanto, arrojados, caídos, en orfandad y muerte. En ese contexto, el orante llama y siente a la Madre de Jesús como dulzura (como leche que alimenta, sacia y anima a los hombres en la tierra prometida del Antiguo Testamento: Ex 3, 8).
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