Carlos Mendoza Álvarez OP es teólogo, investigador y miembro del grupo de teólogos y pastoralistas que desde 2017 forman parte del proyecto iberolatinoamericano, para profundizar sobre las líneas básicas de las reformas de Francisco. Hablamos con él en el marco del tercer encuentro iberoamericano de Teología, titulado “La Sinodalidad en la vida de la Iglesia. Aportes para avanzar en la reforma de la Iglesia”. Verbo claro e incisivo, el teólogo diminico apunta a lo esencial y,colocando a las víctimas en el centro de su reflexión teológica, está abriendo una de las vías más novedosas y atractivas de la teología actual.
Dice, por ejemplo que la Iglesia tiene que revisar “su teologías y su vivencia de la sexualidad”; denuncia la “basurización” de las víctimas y apoya los cambios que Francisco está implementando en la Iglesia, para que “vuelva a sus fuentes evangélicas”.
Asegura, asimismo, que la “homosexualidad no es una enfermedad” y que los abusos sexuales del clero se explican en clave de poder. Por eso, los apuntes del Papa emérito sobre el tema le parecen “una visión sesgada, falta de rigor histórico y desafortunada”.
Hablamos también de otros temas que preocupan a la Iglesia que camina con el pueblo como son los migrantes, los muros y la basurización de la vida de las personas provocada por la sociedad extractivista en la que estamos sumergidos.
¿Se consolida el grupo de estos congresos iberolatinoamericanos, tras tres convocatorias?
Parece que es un proceso todavía en ciernes. Hemos avanzado. Primero fue Boston, luego Bogotá y ahora, Puebla. Hay un grupo base, que somos treinta teólogas y teólogos de todo el continente y algunos de la península ibérica. Me parece que en la metodología aún nos falta afinar, para escuchar mejor la diversidad de voces y de tradiciones teológicas y encontrar los puntos de amarre.
Distingo que hay, al menos, tres grupos importantes que conforman este grupo americano, latinoamericano e ibérico. La Teología de la liberación como corriente fundante, de recepción del Vaticano II, en América Latina. La Teología del pueblo, más situada en el Cono Sur, con su metodología propia. Y los teólogos y teólogas latinos de los EE.UU. Tres tradiciones teológicas muy del continente americano, que han tenido buena recepción en España y Portugal.
Para entendernos, tres tradiciones inscritas en el ala “progresista” de la teología católica
Por supuesto. Yo diría que con sus especificidades, pero sí una teología más liberal, en diálogo con el mundo moderno, con las grandes metrópolis latinoamericanas y los cambios sociales, políticos y culturales. Cada una de esas tres ramas hace más énfasis en distintos contextos. En el sociopolítico y económico, la Teología de la liberación. En el cultural y popular, la Teología del pueblo. En la migración y los mestizajes culturales en los EE. UU., la Teología hispana en USA, por decir tres grandes rasgos.
Pero sí, efectivamente hay otras corrientes teológicas latinoamericanas que han sido, más bien, apologéticas. Y están todavía muy activas en algunas en algunas instituciones.
¿Qué consistencia tenéis en cuanto a número e incidencia en la teología global eclesiástica, en estos momentos?
Primero una consistencia en las facultades teológicas desde Buenos Aires hasta Boston College, pasando por diferentes universidades en todo el continente. Algunas, como Comillas, en España. Quiero decir que hay una consistencia académica que creo que le da autoridad científica, por llamarlo así.
También una consistencia pastoral, porque hay vínculos con movimientos eclesiales y con movimientos sociales, como, por ejemplo, las comunidades de base o Amerindia que, en la visión de la Teología de la liberación, están en acompañamiento con el pueblo y, en particular, con el pueblo pobre y marginado.
Está siendo una teología desde las bases. Con una consistencia pastoral en nuevos campos de la misma pastoral, en relación con mujeres, con pueblos originarios, con la comunidad LGTB. Creo que eso nos da cierta consistencia, tanto académica como pastoral.
¿Y en un ámbito más internacional?
En los contextos más internacionales, es decir, fuera del continente americano y la Península ibérica, hay contactos con facultades teológicas europeas, con revistas internacionales como, por ejemplo ‘Concilium’, con la que trabajamos algunos de los que estamos en este grupo. Y con otras publicaciones, digamos más científicas, de diferentes disciplinas.
Es un grupo que, predominantemente, está centrado en un tema que yo calificaría como eclesiológico-pastoral. Están la Teología moral, la Teología dogmática y la Teología fundamental, pero como disciplinas que apoyan esta reflexión de la actualidad en la urgencia de una teología para tiempos de globalización.
Vuestra relación con el papa Francisco es de un “do ut des”: él os anima y os impulsa y vosotros le apoyáis en sus reformas
De eso se trata, según entiendo. En particular el liderazgo del Boston College y, en concreto, los profesores que vienen de allá, como Rafael Luciani, Félix Palazzi y otros. Las autoridades del Boston College han tenido una claridad meridiana en la necesidad de apoyar esta renovación eclesial del papa Francisco, en desarrollar esas intuiciones teológicas fundamentales de su magisterio pontificio y, desde el contexto de la tradición teológica plural Latinoamericana y en los EE.UU., poder aportar un desarrollo de esta teología.
¿La sinodalidad, que fue el tema del Congreso de Puebla, es una asignatura pendiente?
Claro, derivada de la conciliaridad. Es decir, de la gran experiencia de colegialidad del Concilio Vaticano II, su recepción en Medellín y Puebla, hasta llegar a Aparecida. Pero, la sinodalidad la estamos viendo aquí como una contraparte que está por desarrollarse y que es la vida del Pueblo de Dios. Un camino de sínodo, de discipulado, de seguimiento de Cristo y de su diversidad de carismas, de ministerios con sus diferentes instancias, también de gobierno.
Pero hay que reinterpretar esa gobernanza, no solo frente a la crisis social que vivimos. Ayer fue magníficamente expuesto un ángulo de esa crisis por Carlos Schickendantz: el tema de la perderastia y cómo hay una exigencia de la cultura contemporánea a la Iglesia, para que revise a fondo sus estructuras de gobierno que, a veces, favorecen un clima, de homofobia, por ejemplo, o de disfuncionamiento de la homosexualidad. Es un asunto de justicia para con las víctimas -y esto viene de voces externas a la Iglesia- la necesidad de que el cristianismo revise procesos internos: cómo respeta la dignidad humana, cómo promueve prácticas de buen gobierno y los fundamentos teológicos en los que muchas veces este modelo clerical y patriarcal dominó durante siglos a la Iglesia.
¿Estás de acuerdo en que las reformas pueden, y deben, ayudar a la solución del problema de los abusos sexuales en el clero? ¿Crees que si hay reformas de los ministerios, se puede conseguir erradicar esa lacra?
Es un elemento estratégico importante. Para analizarlo, me parece fundamental echar mano de un libro de Christian Duquoc que ya tiene 30 años, “Precariedad institucional y Reino de Dios”. Duquoc hablaba de tres disfuncionamientos de la Iglesia moderna: en su relación al cuerpo y la sexualidad, al trabajo y los bienes, y al poder.
Creo que la Iglesia necesita reformarse para volver a sus fuentes evangélicas. Y tenemos que tratar esos tres ámbitos: Respecto a la sexualidad humana (porque no es solo la sexualidad de los clérigos), preguntarnos cuál es la moralidad oficial de la Iglesia en la vida matrimonial, en la vida de los jóvenes, etc. Cuál es nuestra relación al cuerpo para hacer una reinterpretación de nuestra condición humana sexual. Pero también de nuestros cuerpos vulnerados. Las teólogas feministas han sido las más creativas en ver que los cuerpos son territorios de autonomía pero, también, de compasión y de cuidado.
¿Cómo rehacer una teología del cuerpo?
Eso se está haciendo. Lo hacen las mujeres, en particular. Y la Iglesia tiene que rehacer su teología y su vivencia de esta sexualidad/cuerpo.
Pero también hay que tratar el tema del trabajo y los bienes: la cuestión de la riqueza en la Iglesia, del trabajo, de los derechos de las personas que colaboran en nuestras instituciones. Y la cuestión del poder. Este coloquio, hablando del sínodo de acá, ha centrado sus análisis en la cuestión del poder eclesiástico y clerical que, yo creo, es uno, pero no el único que hay que debatir.
¿Qué te han parecido los apuntes del Papa emérito sobre el tema de los abusos?
Me parece una visión sesgada, falta de rigor histórico y que es desafortunada en el momento presente de la crisis de la Iglesia, porque creo que no abona a una reflexión de las causas de fondo sobre el problema: no es un asunto, simplemente, de un libertinaje sexual respecto de una revolución sexual que se vivió en los años 60 y que, después, una parte de la Iglesia la asumió como bandera. Yo creo que el problema de la pederastia es un problema multifacético, que hay que analizarlo con sus bases psiquiátricas y jurídicas, porque es un delito, pero también hay un problema psiquiátrico. Es un problema que no está vinculado a la homosexualidad, que es otra condición humana y no es una enfermedad.
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