La Palabra del Seńor hace que tengamos fija la mirada en la meta de nuestra peregrinación humana: nuestra verdadera patria está en el cielo; hacia allí debemos orientar el corazón y dirigir resueltamente los pasos de nuestro camino empedrado con las opciones cotidianas.
Cada día el Seńor nos saca de nuestras falsas seguridades, en las que en vano buscamos tranquilidad y satisfacción; como a Abrahán, como a Israel, también a nosotros nos dice: "Te he sacado para darte...". Y él promete a nuestra fe una recompensa inmensa si aceptamos vivir en un éxodo constante, una aventura nunca acabada aquí abajo, que nos exige siempre nuevas separaciones y desapegos para seguir la llamada del Seńor a gustar desde ahora lo que nos promete. Cristo viene a abrirnos el camino y hoy nos deja entrever lo que será el cumplimiento en su faz transfigurada por la oración. Hechos hijos de Dios en la sangre del Hijo amado, debemos llegar a ser día tras día lo que ya somos, escuchando su Palabra, obedeciendo su voz, prolongando la oración para entrar en comunión vital con él. En su luz veremos la luz; fiémonos con corazón sencillo de su guía. Él conoce el camino que nos llevará a la vida y no nos dejará desfallecer en el camino hasta que, de éxodo en éxodo, lleguemos a la Jerusalén eterna, patria de todos, y seamos admitidos, por pura gracia, a la comunión del amor trinitario.
Feliz Día del Señor.