Llegó al monasterio un hombre desesperado.
. Para qué rezar, si siempre se produce lo contrario de lo que pido? Exclamaba con amargura el hombre.
. El Abad lo miró con simpatía. Le ofreció una piedra para sentarse, un poco de agua y mirándolo en la lejanía le dijo:
- Una vez hubo un naufragio del que se salvo solo una persona. Agotada, agarrada a un madero llegó a una isla deshabitada. Cada día rezaba a Dios pidiendo que lo rescataran y pasaba horas mirando al horizonte buscando la ayuda ansiada; pero ésta nunca llegaba. Cansado, empezó a construir una cabaña para guarecerse y proteger sus pocas pertenencias.
- Un día, después de andar buscando comida, encontró su choza en llamas. El humo subía al cielo. Lo poco que tenía lo había perdido. Le sobrevino un fuerte ataque de rabia. Estaba confundido y enfadado con Dios: "¿Cómo has podido hacerme esto?" Agotado se quedó dormido sobre la arena, junto a los restos calcinados de su cabaña. Cuándo se despertó, escucho asombrado la sirena de un barco que se acercaba a la isla. Venían a rescatarlo. Les preguntó cómo sabían que estaba allí. Sus rescatadores le contestaron: "Vimos las señales de humo que nos hiciste."
- El Abad guardó silencio un rato. Luego, acariciando la cara del desesperado, añadió:
- Cuándo nos convenceremos de que Dios escribe recto en renglones torcido? ¿Porqué ante los acontecimientos, no sabemos pararnos a reflexionar y ver lo positivo que hay en ellos?
. Y lentamente regreso al monasterio.
YOEL. Preparando el camino del Señor, devolviendo lo que no es mío.