Carlos fue un muchacho ambicioso, audaz explorador de Marruecos. En su vida fue un buscador constante del amado de su alma, antes de encontrar la Fe.
Volvía lo ordinario en extraordinario. Carlos me ha enseñado a abrazar el polvo de los días grises, cuando no veo color ni brillo; en algo extraordinario, si pongo una pizquita de amor.
El Hno. Carlos como le gustaba que le llamasen, me ha regalado la simplecidad de vida, volver lo ordinario en extraordinario.
La vida de Carlos fue inútil para los pragmáticos, muda para los ruidos sociales, pequeña e insignificante para los hambrientos de fama, pobre y miserable para los que buscan destacar y sobresalir.
Carlos nos enseña que el desierto no sólo es lugar de tentaciones, es también lugar de encuentro enamorado, encuentro de abundantes estrella y brillante luna.
Calos nos invita a cruzar el desierto de la pandemia con esperanza, buscando la comunión de todos.
Carlos murió asesinado a la puerta de su ermita en Tamanrasset, al sur de Argelia.
YOEL. ¡BUEN DOMINGO!