Ana, la profetisa, hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén
Lc 2, 36-40
Un Dios que en las infinitas formas de su acción y de su potencia se revela como Aquel que es siempre más grande, más incomprensible, Aquel que huye de cualquier finitud, ¿no es quizás más Dios que uno que, en la sencillez, modestia e irritante singularidad de un niño quiere revelarse y comunicarse a este mundo de manera definitiva, perennemente decisiva y de una vez para siempre? ¿El Dios, allá arriba, en lo alto del cielo, es más; el Dios en el pesebre menos?
Según los cálculos terrenales, según los parámetros de nuestra razón habituada a las comparaciones, es, sin lugar a dudas, así. Pero, a los ojos de Dios es muy distinto: el Dios que se aliena y se entrega hasta el extremo y hasta lo ínfimo es un Dios divino, es más Dios. Sencillamente porque un Dios así es más amor, y Dios es amor.
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Feliz Navidad