Valencia, martes 22 de octubre de 2019.
Tibia ceniza bajo la lluvia. Así me buscan tus caricias. Lentas, pero al mismo tiempo, tuyas. Como una torpe canción que pierde su estribillo en un fugaz estallido de improvisación y se abandona a una melodía distinta. Más poética. Inolvidable. Etérea. Preciosa.
Quizá sigues deambulando en tu camino de sueños trasnochados. Oigo el repiqueteo de un millón de gotas que dicen adiós al estrellarse contra la barandilla de hierro en el balcón. Esa que las hojas del árbol ya abrazan desde primavera. La misma cuya pintura, o lo que queda de ella, ha sido acariciada por tus manos y las mías. Tantos besos en ese pequeño espacio. Me pregunto si queda alguno seco bajo esta lluvia de madrugada.
Duermes. Tu respiración es profunda y siento el impulso de abrazarte. Pero no lo hago. Estabas cansado anoche y no quiero despertarte. Esta noche tampoco voy a robarte delicadamente las mantas. Las compartiré contigo, mientras espero al amanecer. Será un amanecer confuso y sin sol. Tan solo una metamorfosis opaca en el cielo. Habrá una luz gris en las calles, en nuestro dormitorio y en tu mirada. Te abrazaré y te preguntaré si dormiste bien.
Duermes, y yo contigo. La lluvia con nosotros, en el balcón y en los tejados, empapa nuestros sueños con el barniz de un amor que sobrevive huracanes y sequías.
Te quiero.
No despiertes.
Déjame besarte casi sin que te des cuenta.
En tus labios.
Déjame cerrar los ojos y abrazarte.
Lo haré una vez más.
Las veces necesarias para dejarte aprender que me enseñas a amarte cada noche como ésta.
Y cada día.
Como mañana.
En mi oración,
UN ABRAZO.