¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?
Lc 17, 11-19
Nuestra relación con Dios es una relación de agradecimiento. De él hemos recibido todo en total gratuidad. La vida, la libertad, el amor, la creación… No hay medida que pueda contar lo que hemos recibido. Los que pretenden hacer de su relación con Dios una suerte de contabilidad, de toma y daca, de “voy a misa para que Dios me salve” o “para que me perdone”, se pierden en un laberinto sin salida. Como Eliseo, Dios no acepta nada, no le hace falta nada. En cierto sentido, nada de lo que hagamos le puede interesar. Él nos ha hecho el regalo de la vida y, en su amor total por nosotros, no tiene más interés que lo disfrutemos, que lo gocemos, que vivamos a fondo nuestra responsabilidad, que hagamos realidad la fraternidad entre nosotros y con toda la creación. Más allá de la devolución del favor –intento imposible con relación a Dios–, brota el agradecimiento, la acción de gracias. Ahí nos encontramos con la salvación. El que vive en “acción de gracias permanente” vive la salvación. Jesús cura a los 10 leprosos. Pero sólo del que vuelve dice que “su fe le ha salvado”. Los otros están perdidos en su laberinto. Menos mal que Dios les quiere igual.
Feliz domingo