Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió
Lc 9, 28-36
En la cima del monte tiene lugar una experiencia de la belleza de Dios. Debió de ser de tal magnitud que Pedro, en nombre de los otros, exclama: ¡Qué bueno/bello es estar aquí. También podría haber dicho: “Si seguirte a ti consiste en esto, yo me apunto en seguida”. Es la experiencia de ver que “todo concuerda”: Moisés (la ley) y Elías (los profetas) levantan acta de que Jesús no es un impostor sino el Mesías anunciado (“conversaban con Jesús”). Por si fuera insuficiente el testimonio de estos dos notarios del Reino, se oye la voz del que todo lo puede: Este es mi Hijo amado. Tanta concordancia produce miedo. Y otra vez, como en el relato de ayer, Jesús tiene que repetir el mismo mensaje: “No tengáis miedo”. Pero añade algo: “No se lo contéis a nadie”.?La bajada debió de ser en silencio. Hay experiencias para las cuales no disponemos de palabras adecuadas. Y, sin embargo, se trata de experiencias que nos permiten seguir caminando en el llano con más sentido y con más esperanza.
¿No te parece que es imposible acercarse a los rostros desfigurados sin haber experimentado la transfiguración de Jesús? ¿O acaso en los rostros desfigurados es donde se produce hoy la verdadera transfiguración?
Un saludo