Decir san Vicente de Paúl es decir caridad. Los pobres son al santo como el santo a los pobres. No olvidemos que, en el momento en que Vicente se asomó a la vida, la Iglesia de Francia salía de una de las páginas más oscuras de su historia: las guerras de religión. Se combatía en nombre de Dios. En aquellos momentos, la Iglesia católica sufría una continua hemorragia.
Fueron muchos los que se marcharon de ella. Cuando acabó el combate físico quedaron las ruinas. Había que reconstruir las iglesias, pero había que rehacer la Iglesia. Un grupo de sacerdotes se comprometió en la tarea: Bérulle, Duval, Bourgoing, Condren y Vicente. No pidieron la intervención del Estado. Estos sacerdotes, antes de cambiar el mundo, se cambiaron a sí mismos.
Decía el santo en uno de sus textos: «Está escrito que busquemos el Reino de Dios. No es más que una frase, pero me parece que encierra muchas cosas. Nos enseña a aspirar siempre a eso que se nos recomienda, a fatigarnos de continuo por el Reino de Dios y a no permanecer en un estado de inercia e indolencia, a reflexionar en nuestra propia vida íntima a fin de regularla bien y no en las cosas externas para encontrar placer en ellas. Buscar significa preocuparse, significa acción. Buscad a Dios en vosotros, porque san Agustín confiesa que mientras lo buscó fuera de él no lo encontró; buscadlo en vuestra alma, la morada que le es agradable: éste es el lugar donde sus siervos que procuran poner en práctica todas las virtudes, las establecen.
Es necesaria la vida interior, y en ella deben converger todos nuestros esfuerzos: si faltamos en esto, faltamos a todo, y los que ya han faltado deben humillarse, implorar la misericordia de Dios y enmendarse. Si hay algún hombre en el mundo que tiene necesidad de ello, es este miserable que os habla: yo caigo, recaigo, salgo a menudo fuera de mí y entro en mí rara vez; acumulo culpas sobre culpas; ésta es la miserable vida que llevo y el mal ejemplo que doy».