Todos vivimos en la vida malos momentos, y hay entre esos unos que por su especial gravedad sientes que todo se desmorona y por esperar, solo esperar fuerza para vivirlos. Es entonces cuando la pregunta de donde está Dios.
Pero la cuestión no es donde está o no está Dios ante nuestro sufrimiento. Todo eso nace de una fe profundamente infantil, pero sobretodo de una fe soberbia.
Fe infantil porque esperamos que Dios sea como los Reyes Magos o un Papá Noel que baje del cielo a llenarnos de regalos, soluciones, luces de colores y alegrías por doquier. Un Dios que nos compra con sus caramelos, su confetti y sus regalos. Pero Dios es un Dios serio, que no se dedica a comprarnos, ni a hacer espectáculos, ni a presentarse en medio de músicas celestiales y nubes hermosas.
Y la fe soberbia, la que pensamos que Dios nos ayudará. El "a mi me ayudará, no me dejará". ¿Y los demás, no pretendemos o no queremos también esa ayuda sobrenatural o providente?. El sentirse elegido es muy cómodo. Por eso triunfó el calvinismo: Dios me elige para salvarme y yo no tengo que mover un dedo.
Es lógico que a Dios le pedimos ayuda cuando pensamos que el agua nos sumerge y nos ahoga, y cuando nos invade el miedo, nos cubre la desesperación y no vemos luz al final del túnel. Pero no nos ponemos a pensar que Dios nos acompañe y está a nuestro lado en las salas de espera de los hospitales (seguramente los lugares del mundo donde más angustia y preocupación hay). Que allí, en medio de nuestra ansiedad, El está ahí. Conmigo y con los demás. Que basta pedir sentirnos que nos acompañe para que ese sentimiento se vuelva real.
Cuando nos decepcionan aquellos que pensábamos que iban a estar a la altura nos sentimos enfadados. Pero no pensamos en aquellos que si están con nosotros y entregan lo más valioso que tiene el ser humano, que es su tiempo, para acompañarnos. No vale la pena de pensar en aquellos que tienen el alma vacía o enferma y hablan mucho pero después no pueden dar aquello que no tienen y que han decidido que solo la palabrería (y a veces muy mal consoladora) , algo gratis para ellos, es lo único que entregarán. Pero si vale la pena pensar en aquellos que nos han entregado su presencia y sobretodo la Presencia con mayúsculas.
¿Qué es la ética cristiana sino hacer acto de presencia? No hace falta dar dinero, no hace falta irse a países lejanos, no hace falta heroísmos. Basta con acompañar. Como hace Dios cuando le pedimos que necesitamos que esté ahí....