Creo que cada uno de nosotros hemos vivido experiencias de dolor en nuestra vida por la pérdida de alguien a quien quisimos. Ninguna persona es sustituible. Por ello su pérdida nos desgarra el alma y nos lleva a plantearnos cuál es el sentido de ese dolor.
Es ahí donde uno aprende el exacto significado de la fe: no tienes razón para explicar los motivos de la pérdida. Y sin embargo, tienes fe en que Dios no te abandona. Es ahí cuando más debemos confiar en Él.
El paso del tiempo, en ocasiones, aparta ese dolor y finalmente logra recomponer el amor. A veces, la fe verdadera es el puente hacia otra orilla donde alguien mejor nos está esperando. Y en el momento en que esa nueva persona aparece en nuestra vida, el dolor que un día habíamos sentido revela su sentido: la fortaleza del alma, mediante la fe, es lo único que nos permite ser rocas firmes plantando cara al viento y el dolor.
En mi oración,
JULIO.
Valencia, sábado 29 de abril de 2017.