En el desierto nos enfrentamos a nosotros mismos con nuestras soledades y luchas, sin saber el camino. El desierto es un paso; si nos quedamos en medio de el, morimos, se nos va la vida.
Jesús fue al desierto y tomo el camino de la soledad, y bajó al fondo de su propio ser.
En el desierto los apoyos habituales nos fallan, el trabajo, la salud, la posición social, el novio ( el que lo tenga). Nos quedamos solos. Nuestras seguridades escapan una tras otra. En esa situación repentina nos gustaría volver atrás, pero es imposible.
El desierto no es sólo tiempo de prueba. Es también, y sobre todo, el tiempo favorable en que Dios puede hablar a nuestro corazón y hacernos descubrir los signos de su presencia.
Un tiempo en que somos llamados a tomar nuevas opciones que nos abren a lo que no habíamos imaginado.
YOEL. C. Valenciana