El amor vino a nosotros y no lo reconocimos. Su aspecto era extraño y desvalido, necesitado.
No llamó nuestra atención ni se impuso por la fuerza. Era el amor, pequeño y frágil como un niño.
Quería llegar al corazón del hombre, hablar su lengua. Y decidió enterrarse por más de treinta años.
Se alimentó del juego y la imaginación de los niños, del trabajo y sufrimiento de los hombres, de la espera y lento crecimiento de los campos, de la confianza y el permanecer en la oración.
Y fue creciendo, sin querer ser fuerte mirando al mundo y abriéndose a él, y esa voz que habita en “lo de todos los días” le miró a los ojos y le dijo: ¡Ven!
No hubo tiempo de espera, no hubo duda, no hubo miedo en su respuesta. ¡Ni el gran amor de su madre lo pudo retener!
Y salió el amor a recorrer nuestros caminos, a visitar nuestras ciudades, a mezclarse entre la gente.
Un extraño viento lo llevaba y lo traía, y con él iba su voz, su alegría y su mensaje.
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Un abrazo
D.G.;Zaragoza