La teología debe situarse en ese esfuerzo, ella no puede colocarse en un punto muerto de la historia para verla pasar. El lenguaje de Dios debe tratar sobre la existencia humana con sus complejas idas y venidas.
Un lenguaje teológico que no rechace el sufrimiento injusto y que no sepa proclamar en voz alta el derecho a todos y cada uno a ser felices traiciona al Dios del que quiere hablar. El relato de la creación en el Génesis dice al término de la semana fundadora: "Y vio Dios todo los que había hecho; y era muy bueno" (Gn 1,31). El término usado para decir “bueno” tiene también la connotación de hermoso. De lo bueno y hermoso, obra de Dios, de la vida humana, trata la teología. Por eso mismo no puede olvidar aquello que quiebra la belleza de este mundo y asfixia las expresiones de alegría y felicidad de las personas. Si se aproxima al sufrimiento humano, a la pobreza y a la injusticia, y se solidariza con quienes los experimentan, es porque la palabra sobre Dios es siempre una palabra sobre la vida y la felicidad. Se trata de un lenguaje acerca de Aquel que la Biblia llama “el Dios amigo de la vida” (Sab 11,26).
El genuino lenguaje teológico requiere echar raíces en la condición humana. En la medida en que el lenguaje sobre Dios asume la condición humana con sus dudas y certezas, generosidades y egoísmos, inseguridades y firmezas, risas y llantos, atraviesa el espesor de lo social, del género. De lo étnico y lo cultural para llegar a las dimensiones más hondas de lo humano.
Un abrazo
D.G.;Zaragoza