(Cuando escribí esto, escuchaba Diem Ex Dei – Globus
https://www.youtube.com/watch?v=6xCCAs8iglY). Un abrazo a todos en la fe.
Antes de entrar dentro, miró por última vez el cielo. Casi había quedado sumido en la oscuridad. El azul oscuro de las nubes parecía vidrio, y el viento deformaba las nubes con exasperante lentitud. Pau no pudo evitar desviar la vista hacia la cornisa de la Catedral. La espantosa gárgola, a pesar de la oscuridad imperante, todavía se distinguía con nitidez en lo alto. Era una criatura abominable, que había temido desde que podía recordar en los tiempos de su niñez. Su rostro deforme, su mirada pétrea de pecado y condenación, se lanzaba contra el chico en un ataque silencioso. Su boca escupía un débil chorro de agua que se precipitaba contra el suelo y salpicaba el suelo de barro negro. Pau golpeó la pesada puerta de roble varias veces, aliviado por haber regresado a un lugar seguro y a resguardo de la lluvia. Escuchó ruido dentro. Los pasos de Jaume se avecinaban, arrastrándose a ritmos desiguales, confesando el dolor que el chico sentía en su pierna al caminar.
El interior estaba en penumbra. A tientas, Pau tomó un candil y lo encendió con la débil llama de una vela que todavía suspiraba luz. La estancia apenas se iluminó, pero Pau pudo ver a Jaume delante de él. Su frente estaba perlada de sudor. La luz naranja del candil resbalaba en sus mejillas pálidas y calientes. Apenas se sostenía en pie.
-Tienes fiebre. Necesitas acostarte. Dame la mano. Con cuidado. Despacio. Bien. No te muevas ahora.
-No me dejes, por favor. No quiero estar solo.
-Nunca te dejaría. No voy a permitir que te levantes. No puedes caminar. Voy a buscar algún paño.
-¿Has encontrado algo de pan? –preguntó Jaume con el temblor de la esperanza desvaneciéndose en sus labios.
-Ya no hay nadie en el mercado. Maldita lluvia.
-Maldita lluvia -repitió Jaume, lacónico.
Pau temía que los vecinos escuchasen algún ruido. Si los soldados llegaban a la casa, y encontraban a Jaume allí, la suerte de ambos estaría echada. Su destino sería una pila de leños devorados por el terror rojo del fuego. Pau tomó un paño y lo humedeció en el platillo de agua. Lavó la frente de Jaume, y con sumo cuidado, besó su frente.
En la calle se escucharon pisadas. Un grupo de varios hombres, y quizá uno o dos caballos. Jaime abrió los ojos en la penumbra y tomó la mano de Pau, apretándola con fuerza. Ninguno pronunció una palabra. Ambos miraron la luz de la vela y compartieron el mismo pensamiento. Pau la apagó de inmediato. A medida que sus pupilas se habituaban a la negrura, los pasos se distanciaron. Ya sólo se oía el distante golpeteo del agua que escupía la gárgola contra el suelo en la calle. Jaume se descubrió la pierna y una expresión de amargo dolor cruzó su rostro. Sus ojos ensombrecidos por el suplicio de la herida, brillaban en la negrura.
Pau instaló en el suelo, junto al chico, el jergón de paja y colocó las mantas de lana sobre éste. Empezó a desnudarse, comenzando primero por la camisa de lino. Se había manchado la tela con la sangre de Jaume. La herida no tenía buen aspecto. Sin duda era terriblemente dolorosa, pero Jaume era joven y fuerte. Sus esfuerzos por enmascarar el dolor, sin embargo, no pasaban desapercibidos para Pau.
-Tranquilo. Mañana vas a estar mejor. Vas a salir de esto.
-No puedo dormir.
-Estoy aquí. Ahora estoy contigo.
Pau se tumbó sobre el jergón que yacía en el suelo, junto al chico. Acercaron sus rostros sin hacer ruido. Sus labios fríos se rozaron apenas, y después los brazos se entrelazaron en un camino laberíntico de senderos infinitos y caricias perdidas. Fue un beso invisible en la negrura. Silencioso en el miedo. Solo la lluvia se escuchó. Sólo ese momento significó algo más que el miedo. Algo que las palabras no podían contener, pero que allí, dos almas puras, mantenían intacto en su verdad.
Valencia. Domingo, 24 de septiembre de 2016.
Diem Ex Dei – Globus
https://www.youtube.com/watch?v=6xCCAs8iglY