Con la pantalla iluminada y el teclado esperando
el tacto diligente de los dedos,
me dirijo a ti, Señor,
aun en los caminos anónimos de internet.
Acompáñanos tú, que te encarnaste en el misterio humano,
y sufriste como nosotros, el cansancio y el azar de los caminos,
como los que recorriste en Galilea.
Acompáñanos tú, Señor, porque también aquí
hay caminos misteriosos como el de Emaús
que nos llevan sin ruido al descubrimiento del otro
y conservan aún la luminosa facultad de transformarnos.
Y al final, cuando se apague de nuevo la pantalla
y tengamos la vana impresión de haber aprendido algo,
recuérdanos que la sabiduría y conocimiento son mucho más
que la información fragmentaria que veloz pasa ante los ojos.
Haznos comprender que por vasto que sea el mundo
lo importante es descubrirnos en lo profundo de nuestro ser
y alcanzar el horizonte inmenso
de tu Corazón de Padre.
Un abrazo
D.G.;Zaragoza