Anoche cerré los ojos y el tiempo se detuvo. Imaginé. Imaginé que podía retroceder, apenas unos meses, y entonces las cosas eran como antes. Tú y yo estábamos sentados en esas rocas frente al mar. La brisa alborotaba tu pelo y de tus ojos preciosos saltaba una lágrima solitaria e intrépida. Tú reías, y me decías "es el viento". Y yo te abrazaba, y cerraba los ojos, y pensaba que era el hombre más afortunado del universo. Las olas rugían a nuestros pies, y algunas gotas rozaban nuestras manos entrelazadas. Libertad. Unión. Amor. Tú. Yo.
Mirábamos juntos el horizonte, una simple línea que separaba cielo y mar, mientras tú y yo estábamos unidos en nuestro abrazo. Tus palabras me envolvían, y mi sonrisa era el regalo más bonito y sincero que sabía ofrecerte. Nosotros conversábamos aquella tarde de invierno, y nos daba igual el frío, las olas, o la proximidad de la noche. Aún en la oscuridad, nuestro amor iba a seguir brillando fuerte, intrépido, valiente. Tú y yo sabíamos que si existía una sola palabra para nombrar nuestro vínculo, era amor.
Anoche traté de retroceder, recordar la calidez de tu piel, el tibio roce de tus manos sobre mis hombros, el sabor a sal en tus labios. Cerré fuerte mis ojos y busqué en mi memoria la belleza de tus ojos, la dulzura en tu voz, la ternura en tus manos. Aquel tiempo en que ambos aprendimos a amarnos. Sin vergüenza, miedo, ni duda. Pero anoche, tan sólo sentí la dureza de las rocas en la playa solitaria. El mar rugía y la noche encarcelaba sus estrellas. Anoche sentí una lágrima. Y entonces supe que no era por el viento. Era por tu recuerdo.
Allá donde quiera que el Señor guíe tu camino, donde quiera que estés, que seas feliz. Y que Dios te bendiga, porque para siempre quedará tu recuerdo en mi memoria, y no habrá ola, viento o sal que pueda apagar el eco de tu voz aquella tarde de invierno.
"La escritura es la voz del alma".
Valencia, 4 de julio de 2016.