Hoy he leído en el Evangelio aquel fragmento que habla de un joven que se encuentra contigo. Impresionante. El joven dice: Maestro, ¿qué puedo hacer para ganar la vida eterna? Y tú le contestas: Ya lo sabes, sé buen cristiano: activo en las reuniones de grupo, sirve a los demás, ama a tus padres y hermanos, estudia en serio, participa en la Eucaristía, haz algún retiro de vez en cuando, no te dejes llevar por el hedonismo y la sensualidad... Y el joven te replica: Esto es lo que hacemos en nuestro grupo. Ya hace tiempo que caminamos en este sentido. Buscamos ser coherentes con nuestra fe. Pero, al menos a mí, me queda corto. Tengo la impresión que quiero más.
Y tú te lo miras con ternura, ves en él un gran deseo de generosidad. Tú, que ves el corazón de las personas y que entiendes de generosidad y amor. Y le dices a continuación: Corre, dalo todo. Date a ti mismo. No des cosas. Entrégate totalmente. Déjalo todo y sígueme. Y así lo tendrás todo.
Entonces el joven se entristeció. Tenía un futuro muy brillante, unos hábitos ya adquiridos, unas buenas notas en la carrera, todos le apreciaban, era un líder, se creía indispensable, se apoyaba en él mismo... era demasiado rico. Sí, se entristeció. Pensaba que seguirte era dar cosas y reservarse otras. No entendió lo que el Evangelio dice de ti: "los amó hasta el extremo". Y el joven rico no captó dónde se hallaba la verdadera riqueza. Señor te pido por el joven rico que hay en cada uno de nosotros. Haznos simplemente hombres, abiertos, generosos y disponibles a tu palabra de vida.
Un abrazo
D.G.;Zaragoza