El sufrimiento de Jesús y su paciencia nos ayuda a creer que el misterio no resuelto de la presencia de tanto mal y dolor en el mundo no es incompatible con la presencia silenciosa y el misterioso Amor que es Dios (1Jn 4, 8).
Porque en Jesús, el Padre se identifica con los pobres y los injustamente aplastados. Y Dios resucitó a Jesús.
Esto lo creyeron sus discípulos y nos transmitieron esta fe: fue un don de Dios ligado a experiencias inefables del Jesús con quien habían vivido y a quien amaban.
Muchos creyentes no hemos experimentado algo tan extraordinario, pero yo espero que no nos falte un tipo de vivencia más tenue, una especie de susurro en el hondón del alma que conforte nuestro asentimiento a la pervivencia personal de aquel Jesús a quien Pedro y sus compañeros amaban con todo su ser.
Nosotros participamos humildemente de aquel mismo amor.
Un abrazo
D.G.;Zaragoza