En este periodo de tiempo, siempre me ha hecho pensar en el silencio de Dios. Así lo vivían los discípulos. No habían entendido lo que Jesús les iba explicando sobre su muerte y Resurrección. Ellos seguían esperando su triunfo sobre los romanos, un rey que dominara toda la tierra. Tras la crucifixión, todo esto se ha desmontado para ellos. Al principio de este evangelio, vemos como las mujeres se dirigen al sepulcro, a cavar de embalsamar a Jesús.. En sus almas dominaba el silencio, nada les hablaba de Jesús.
Nosotros también podemos vivir este silencio de Dios, de hecho pedimos que Dios intervenga siempre en evitar catástrofes, muertes injustas, hambre del mundo, triunfo del mal.... podemos preguntarnos: ¿dónde está Dios? El silencio se cierne en nuestras almas.
El Sábado Santo, no ha de ser un día de silencio de fracaso, sino un día de silencio de esperanza.
La luz de la Resurrección, es como esa tenue luz que empieza a surgir en el y que preludia un nuevo día. A nuestro alrededor hay pequeñas palabras que nos hablan de Dios: la belleza de la naturaleza, pero sobre todo la vida de esas personas anónimas que dedican su vida a los demás, que van construyendo con sencillez a que triunfe el bien sobre el mal. Esas palabras nos dicen que no todo está perdido, que la muerte y el mal están vencidos y que un día saldrá el sol radiantes de la justicia y del amor.
Este sábado es un día de silencio, aunque nuestra sociedad no lo favorezca. Es un día para que reflexionemos, sobre qué podemos hacer nosotros para mejorar este mundo.
Es un día para que miremos a nuestro alrededor y veamos los pequeños signos de Dios que nos rodean.
Bernardo YOEL. c.g. Valencia.España