La mesa está llena.
Se sirven manjares exquisitos: la paz, el pan,
la palabra de amor, de acogida, de justicia, de perdón.
Nadie queda fuera, que si no la fiesta no sería tal.
Los comensales disfrutan del momento,
y al dedicarse tiempo unos a otros,
se reconocen, por vez primera, hermanos.
La alegría se canta, los ojos se encuentran,
las barreras bajan, las manos se estrechan,
la fe se celebra…
…y un Dios se desvive al poner la mesa.
Un abrazo
D.G.;Zaragoza