Partir de lo que somos nos mantiene realistas, nos evita la ansiedades y nos permite experimentar la alegría de lo que somos, de lo que sentimos y por lo que sentimos atracción, sabiendo que estamos llamados a ir más allá sin dejar el más acá. Partir de lo que somos nos permite tomar conciencia del anhelo que sentimos para ser nosotros mismos.
El Evangelio nos habla varias veces de la alegría como el resultado de algo aceptado y querido que se ha perdido y se encuentra de nuevo. Cuando uno recibe algo que no valora, no se alegra. Pero la alegría es grande cuando vuelve a nosotros algo que nos era muy querido.
Esto tiene algo que ver con una espiritualidad que brota de los que verdaderamente somos. Una espiritualidad teórica, "modélica" repleta de estampas de santos y metas es estimulante, especialmente para los jóvenes, pues estimula y desafía, orientándolos a metas audaces, a ideales que se han de alcanzar. Pero también puede ser muy frustrante, pues se pueden identificar tanto con el ideal, haciéndo vivir en el sueño de lo que no son, negando la realidad -la nuestra- que no podemos soportar,por lo que terminamos proyectando nuestra impotencia con gran dureza sobre los demás. Como decía no se quien: la espiritualidad muy subida y desencarnada se mueve por debajo del cinturón del pantalón.
Por lo contrario, la espiritualidad que parte de lo que realmente somos y sentimos, del conocimiento de nuestras pasiones y debilidades, es una espiritualidad que construye su edificio desde la base. Esa espiritualidad que propugnaron los Padres del Desierto y el Monacato antiguo, se centra en el conocimiento de nuestras pasiones, comenzando por las más elementales.
bernardo YOEL Valencia.España.