Queridos amigos:
Estuve alejado de la práctica religiosa durante muchos años. A pesar de eso, nunca me había olvidado de Cristo. Reprochaba a la Iglesia sus actitudes antes muchas cosas y, sobre todo, su falta de coherencia con la palabra de aquel galileo. Era una situación de alejamiento y sentimiento de exclusión. Ahora creo que todo fue como debía ser. No quiero aburriros con los detalles de mi vida. Sospecho que son muy semejantes a los vuestros. Ha habido sumisión, sufrimiento, exclusión, soledad, un hijo, una separación y, ahora y desde hace 10 años (¡ya diez!) una relación estable y hermosa con Jaime.
Hace poco más de un año, un viernes santo, decidí acercarme a un confesionario. Mi vida había dado cambios muy profundos, me había empezado a reencontrar y a aceptar pero tenía aun un gran vacío. Siempre me había acompañado aquella imagen del padre misericordioso y del hijo pródigo que vuelve a sus brazos. Es una bella metáfora; yo diría que es la esencia última del cristianismo. Ese dios padre, origen y aliento de todo, siempre atento al hijo que necesitaba vagar el mundo, descubrirse y volver. La fortuna (supongo que, más bien, la misma misericordia del Padre) quiso que diera con un cura excelente. Alguien que asume su papel de buen pastor. No olvidaré nunca aquel día. Sin saber cuál sería su reacción, me abrí sin miedo. Desde entonces he ido caminando, a veces a rastras, a veces con gozo, por este camino de acercamiento a Cristo. La Eucaristía es el pilar fundamental. No puedo, no quiero prescindir de ese pequeño pedazo de pan, ni de la oración, ni de la lectura de la Biblia (los Salmos y el Evangelio son un remanso), ni de este blog ni de otros, ni de los ratos o los días de silencio... Mi debilidad es muy grande. Muy a menudo me desespero porque tengo la impresión de no progresar, de continuar cayendo en las mismas pruebas. Por progresar entiendo la conversión: el descubrimiento íntimo de Cristo y el compromiso de transformarme y de colaborar con los demás. Mis viejos fantasmas, el maligno, la tentación…, llamadlos como queráis, están al acecho. Ahora creo empezar a entender qué es eso de la gracia. Empiezo a entender que, por mucho que me esfuerce, por empeño que pongo, solo no podré nada o muy poco. Cristo es quien me puede elevar. Vuelvo a menudo a la confesión, ya entendida como conversación y contacto con la Misericordia del Crucificado: tan lejos como me es posible del cumplimiento frío de un requisito para poderme acercar a la comunión y a la gracia.
Y siempre que puedo con este buen pastor de quien os hablo. Creo que desde el principio vio qué necesitaba.
Un abrazo. No estoy acostumbrado a expresarme en estos términos. Perdonadme si no he conseguido hablar con claridad y transmitiros mi experiencia.
JJoan