La persecución que sufren los cristianos durante tres siglos cambia radicalmente con Constantino, que concede plena libertad de culto y utilizar la Cruz como símbolo de autoafirmación politítica y triunfo sobre sus rivales. Los obispos, una vez integrados en el sistema imperial con considerables ventajas sociales y patrimoniales, delegan en Constantino ( que ni siquiera era cristiano) la convocatoria del primer concilio ecuménico para la solución de conflictos teológicos (Nicea,325). Uno de sus sucesores Teodosio, proclama el Cristianismo religión oficial del Imperio y delito contra el estado la desobediencia del dogma. La confusión de roles y de identidad desvirtúa tanto al estado, que llega a ser una fuente oficial de la doctrina y de la disciplina cristianas, como a la iglesia, que acepta privilegios. La degeneración es tan evidente que importantes Padres de la Iglesia la denuncian. El "desorden narcisista" que representa Constantino con su grandiosidad, deseo de triunfo, contagia a la Iglesia que de "perseguida" para a ser "perseguidora".
A medida que el interés por el Profeta de Nazaret se enfría,las Iglesias,tienden a modelarse según las dos naturalezas que le han sido asignadas. La "divina" está representada por la "Jerarquía",que habla y actúa como si fuera Dios. La "humana" está constituida por la masa de los "feligreses profanos" que tienen un papel de "siervos obedientes",cuya tarea es secundar la voluntad de los "pastores". Si el Nazareno decía "levántate y camina",éstos ordenan; ¡siéntate y calla!.
La consecuencia es que en lugar de un Cuerpo místico hay un "cuerpo fragmentado" en que los cristianos somos incapaces de orar juntos y de liberar a los pobres y a los marginados.
YOEL. Valencia