Os mando una reflexión sobre el deseo que creo ya mandé en este foro, pero antes del ciberataque... por eso creo que ya no se puede encontrar por aquí. Se llama "seres de deseos".
Nuestro deseo es hondo como un pozo profundo. Como la Samaritana nuestro corazón está enfermo de vacío. La sed nunca se acaba. La sed va en busca de un objeto de amor, que no lo complace nunca del todo, por eso la sed vuelve y busca y busca sin parar. La samaritana ha tenido cinco maridos, y el que ahora tiene no es en realidad su marido, sigue teniendo sed y sigue buscando. Somos seres de deseos. Nuestros deseos se van configurando a lo largo de nuestra vida, las preferencias de cada uno son particulares como lo son nuestras biografías, "sobre gustos no se puede discutir" dice el proverbio, ya que cada uno tiene los suyos. Cada uno desde pequeño va creando su propia mitología, sus mundos fantásticos, que inconscientemente aún buscará, en cierto grado, en su edad madura. Por eso el deseo es tan misterioso, porque guarda el misterio de la propia biografía. Deseamos lo que admiramos... a veces aspectos que tenemos en nosotros y que queremos ver reflejados en los otros... a veces aspectos que encontramos faltar en nosotros y vemos en los otros. Deseamos la complementariedad y deseamos la semejanza... deseamos llenar el vacío que todos tenemos de afecto, de ternura. Desearíamos, en fin, vivir siempre ante el rostro del amado que nos acepta, nos anima y pone un suelo bajo nuestros pies. Desearíamos vivir eternamente en el cielo. Podemos apagar la sed de este deseo, pero volverá deseando otra cosa. Este deseo nos lleva al poseer, a la apropiación. Y después de la apropiación, vuelve el deseo de otra cosa diferente, de otras personas diferentes… ¿Alguna clase de agua puede apagar esa sed? No. Sólo el que bebe del agua del Espíritu calma su sed y su corazón se convierte en una fuente que brota de vida eterna. El Espíritu se asemeja al deseo porque es energía interior, luz, irradiación… pero el Espíritu no lleva a la apropiación, sino a la entrega, a la donación… el Espíritu nace del costado abierto de Jesús en la cruz, y nace de nuestro amor crucificado. Es un amor que no busca poseer sino dar. El Espíritu se apropia del deseo y el deseo se vuelve como leña para el fuego, combustible de amor que se entrega gratuitamente, sin pedir nada a cambio… porque el que tiene el Espíritu ya no desea nada más. ¿Puede haber un amor real, duradero, que sólo sea deseo, y no sea también Espíritu?