Un jardín sin valla que lo guarde, a fuerza de ser pisoteado, se convierte en un desierto; quien no guarda la boca pierde sus frutos. (San Efrén) El jardín, el huerto, es el espacio para vivir el diálogo amoroso con el esposo. Un diálogo amoroso que culmina en una mutua contemplación amorosa.
El verdadero jardín para el esposo es el cuerpo de la persona amada. El silencio,coloca una valla protectora que impide que el jardín sea pisoteado y se convierta en desierto. Dice el Cantar de los Cantares:
Eres jardín cerrado, hermano y amado mío;
eres jardín cerrado, fuente sellada.
Tus brotes son jardines de granados
sus frutos exquisitos...
Con el silencio pongo esa valla en el jardín; con el silencio acojo la semilla de la Palabra; con el silencio el grito de vida nueva es esperanza de frutos nuevos y exquisitos. con el silencio se hace más vivo el deseo del Esposo, el deseo de la Palabra que lleva a gritar; Entra, amor mío, en tu jardín a comer de sus frutos exquisitos.
Pero nos cuesta entender y asumir esta sabiduría del silencio, que no tiene otro objeto que el de disponernos a vivir una relación más íntima con Cristo. En el noviciado se nos insistía en la sacratisima ley del silencio. Ni que se tratase de conversaciones buenas y santas y de edificación, por la importancia del silencia que no se conceda a los discípulos perfectos, sino raramente el hablar...Muerte y vida están en manos de la lengua...
YOEL. cg. Valencia