La verdadera religión se afirma muy por encima de las discusiones humanas por la comunión en la fe, la esperanza y la caridad.
Delante de la caridad, la fe se prosterna y la ciencia se inclina vencida. Hay aquí evidentemente algo más grande que la humanidad. Por sus obras, la caridad prueba que ella no es un sueño. Es más fuerte que todas las pasiones; triunfa sobre el sufrimiento y la muerte; hace que Dios sea comprendido en todos los corazones y parece colmar desde ya la eternidad por la iniciada realización de sus legítimas esperanzas.
¡Caridad!, divina palabra, ¡única palabra que puede hacemos comprender a Dios, ya que contiene toda una revelación! ¡Espíritu de caridad, unión de dos palabras que son toda una solución y todo un porvenir!
¿qué otra cosa es la Iglesia universal sino una comunión en espíritu de caridad?
Es por el espíritu de caridad que Jesús, al expirar sobre la cruz, dio a su madre un hijo en la persona de San Juan y, al triunfar sobre las angustias de tan terrible suplicio, exhaló un grito de salvación y liberación diciendo: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.» Es por la caridad que doce artesanos de Galilea han conquistado el mundo. Ellos han amado la verdad más que a su vida, y han ido ellos solos a decirla a los pueblos y a los reyes; probados por las torturas, fueron encontrados fieles. Ellos han mostrado a las multitudes la inmortalidad viviente en su muerte y han regado la tierra con una sangre cuyo calor no puede extinguirse, ya que ellos se hallaban inflamados de los ardores de la caridad.
Es por la caridad que los mártires encontraron consuelo en las prisiones de los césares, atrayendo a su creencia incluso a sus guardianes y ejecutores.
Dios es el objeto absoluto de la fe humana.
En lo infinito, El es la Suprema Inteligencia y el Creador del orden.
En el mundo, El es el Espíritu de Caridad.
[Mis notas adaptadas de A. L. Constant]
E. Aguilar – BALEARES -