Cuando era un chico de 17 años de edad, me sentí amado por primera vez por Jesús: su abrazo amoroso me alcanzó y me estremeció hondamente. Desde entonces, ese abrazo amoroso se ha hecho presente muchas otras veces, cuando Él ha querido. Más adelante, en torno a mis 33 años de edad, me fui dando cuenta de mi homosexualidad, y hablé por vez primera con un sacerdote jesuita al respecto, quien me ayudó a dar ese primer paso, encarando mi miedo y mi represión.
Llegué a decirle a Dios después que por qué me había creado así: había recuperado en mi memoria la experiencia de haber sido abusado sexualmente en reiteradas ocasiones cuando niño. Le dije: "¡No sólo soy un hombre abusado sexualmente sino, además, homosexual! ¿Qué es esto, Señor? ¡No lo comprendo y no me gusta para nada!".
Ese primer paso fue muy duro, y supuso para mí entrar en mi noche oscura: depresión, medicación y psicoterapia, llegar a pensar en que mi vida ya no valía la pena, tristeza, dolor, desánimo...
Cuando tenía 40 años, dejé la orden religiosa católica de la que había formado parte durante 21 años (había entrado a los 19 años de edad). En una experiencia maravillosa de ejercicios espirituales personalizados, Jesús me ayudó a darme cuenta que iniciaba una nueva etapa de mi vida, apoyado sólamente en dos cosas valiosísimas (dos tesoros): su amor incondicional y mi conciencia de ser homosexual. Y así comencé a hacer nuevas experiencias de vida, hasta llegar adonde estoy ahora.
En este momento tengo ya 47 años de edad. Un largo y complejo proceso me ha traído hasta aquí: hoy, me siento en paz y hasta gozoso, porque sé que soy un homosexual amado por Dios. Sobre esto no tengo ninguna duda. Es la experiencia más cierta, más profunda y más valiosa de mi vida. A mí me ha costado mucho llegar hasta este punto, y Él me ha ayudado a darme cuenta de que "antes que yo naciera", Él ya me amaba sin condiciones conociendo mi homosexualidad. Cada noche, bajo la guía de su Espíritu de amor, vuelvo a descubrir su mirada limpia que me conmueve con su amor incondicional; en esas noches, en la azotea de mi casa, mientras recorro el día y lo que he sentido y vivido, me identifico con Jesús cuando escuchó aquella voz que le decía (y le hacía sentir): "Tú eres mi hijo amado, mi predilecto". Yo me siento también así, como su hijo amado, su preferido. Y esa experiencia imborrable me está haciendo vivir cada día con gozo, con profunda paz en mi corazón. No sé qué sucederá conmigo ni qué será de mí y de mi vida: sólo sé que Él me ama entrañablemente y que en ese amor incondicional encuentro el sentido de mi existencia, mi paz, mi libertad y mi mayor consuelo.
Al mismo tiempo, ese mismo amor Suyo, me ha hecho descubrir una nueva misión en mi vida, en este momento de mi adultez. He descubierto que Él me invita a compartir este don con los demás, especialmente con aquell@s que se sienten marginados, excluidos, rechazados por su condición sexodiversa y que, sin embargo, no se resignan a ser considerados maldit@s, proscrit@s, pecadores por el sistema social - religioso - familiar - cultural, porque algo les dice en su interior que no todo es así, y sospechan que un amor más grande les aguarda, les busca también a ell@s, y quiere comunicarles algo mejor, distinto, que sane sus heridas y les dé un nuevo aliento y esperanza. Algo les dice en lo más profundo de su ser que hay algo mejor que la condena y el rechazo, aunque no puedan formular claramente qué es ese "más" que anhelan y que intuyen secretamente.
Y eso es lo que aquí, humilde y claramente, quiero decir cordialmente a todo aquel que quiera escucharlo y acogerlo en su corazón, como el tesoro o la perla preciosa que he encontrado. Es la Buena Nueva sencilla y profunda de Jesús y su Evangelio: el amor incondicional del Padre se vuelca preferentemente en aquell@s que somos excluidos y rechazados porque somos diversos en comparación con otros seres humanos. L@s pobres, l@s marginad@s, l@s homosexuales, las lesbianas, l@s bisexuales y l@s transexuales somos amad@s por nuestro Padre - Madre celestial, y en su mirada hacia tod@s nosotr@s no hay condena ni reproche, sino sus brazos abiertos que nos cubren y sus besos tiernos y apasionados que nos regocijan y estremecen. En otras palabras, que no es verdad que por ser sexodiversos somos pecadores y, más aún, que aún nuestra sexualidad vivida amorosamente junto a otro ser humano, no es mal vista por Dios: Él se regocija en lo que somos y en lo que hacemos, cuando ello nace de lo más profundo y honesto de nuestro ser, sin divisiones, ni mentiras ni engaños de ningún tipo.
Es, en definitiva, la Buena Noticia, de sabernos sexodiversos amad@s incondicionalmente por nuestro Padre y Madre del cielo y de la tierra.
Ciro Reina
Caracas