En aquel amanecer infinito me sentí enviada a anunciar a todas las gentes, primeramente a sus discípulos, la noticia de su resurrección. Pero, he de reconocer que en otras ocasiones había experimentado esa sensación de hallar en mí la misión de comunicar que el Reino tenía las puertas abiertas para toda la humanidad. El Maestro nos urgió en diferentes ocasiones a anunciar y transmitir la Buena Noticia, por eso no me extrañó su encargo: “ve a decir a mis hermanos…“. Lo acogí con respeto y humildad, como Él nos había enseñado a acoger siempre la voluntad de su Padre.
Y corrí, con la nueva vida latiendo a borbotones por mis venas. Corrí y anuncié, como lo hago ahora.
¡Hermanas y hermanos míos del corazón, Cristo ha resucitado! ¡El tiempo de la igualdad, de la justicia y la esperanza ha comenzado! ¡Es el nuevo tiempo, el tiempo de Dios!