En este XV Domingo del tiempo ordinario, la liturgia nos trae un ramillete privilegiado de la Palabra de Dios, que no debe ser indiferente para ninguno de nosotros.
La primera lectura, de la profecía de Amós, nos recuerda que, antes de servir o dar gusto a los hombres, debemos servir y dar gusto a Dios, ese que nos llama y nos retira de nuestro oficio cotidiano para que seamos pregoneros de su Buena Nueva. Amós se enfrenta a Amasías, sacerdote, y le recuerda que es Dios quién le tiene allí profetizando, incluso en contra de su voluntad y alejado de su oficio en el campo. Amós es también para nosotros un referente que valdría la pena analizar, es un rebelde, un rebelde de la fe, no hace caso a sus autoridades sino que su misión prima sobre cualquier otro ofrecimiento, por muy apetecible que sea.
Como Amós, también nosotros nos vemos enfrentados tantas veces a las autoridades, ya sean de orden familiar, político o religioso, que preferirían tenernos en ese "territorio de Judá", una zona alejada de sus centros de poder y donde nuestra voz no sea escuchada, o por lo menos no sea demasiado visible; pero también nosotros tenemos una palabra qué decir en el lugar donde estamos, esa palabra tiene que ser la experiencia edificante de tener a Dios en nuestras vidas, con la que podremos profetizarle a un entorno árido y tantas veces sordo, pero que no podrá ser eternamente ajeno a eso que tenemos que decirle, esa profecía que también nosotros, como bautizados -sacerdotes, profetas y reyes- estamos invitados a dar en nombre de Dios.
El salmo 85 nos habla de paz: "Oh Dios, tú anuncias la paz a tu pueblo"; escuchar un salmo en el que, por fin, "la misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo." es, en cierta medida, volver a soñar, creer que es posible ese mundo justo y fraterno, que empieza cuando se acepta la diferencia, cuando amamos al hermano tal y como es y cuando nos sentimos pueblo de Dios, ese pueblo al que se anuncia una paz, y ese pueblo que camina por las orillas de los grandes caminos, porque la sociedad así lo ha establecido, pero que es objeto de redención, de vida: de paz.
Comienza, en la segunda lectura de esta domínica, a leerse la carta de San Pablo a los Efesios, y es hermoso ver a un Pablo que inicia BENDICIENDO a ese Dios Padre, que nos ha manifestado su amor en Cristo, dándonos a conocer esa herencia que tenemos destinada y que ha sido escriturada a nuestro nombre, a precio de sangre. Bendecir a Dios es actitud de hijos, pedir a Dios suele ser actitud de esclavos; es bueno contarle lo que necesitamos, pero es mejor aún bendecirle, porque esa herencia, la salvación, no tiene partido político ni la reparte ningún jerarca; esa herencia es de todos, los que nos acercamos con fe al trono de la gracia y creemos esa palabra de vida, aquella que nos dice: "Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy." Somos hijos, somos coherederos y estamos salvados a precio de sangre, solo nos resta bendecir a ese Dios que no discrimina sino que ama hasta dar la vida.
El evangelio de este día, es un hermoso pasaje de Marcos, en el que el Señor los envía de dos en dos. Si alguna clave queremos tener para esta lectura, que sea esa: DE DOS EN DOS. Uno solo no puede hacer mucho, dos ya son multitud; no hay nada mejor que tener alguien que apoye y acompañe el caminar de la vida, y eso lo supo el Señor: que la fragilidad humana se vuelve fortaleza cuando no se está solo, así los fue enviando, en parejas para anunciar el evangelio, la buena noticia de que el Dios que planteaba Moisés al decir que no te echarás con varón como con mujer, es ahora revelado por su Hijo como lo que es, un Dios que ama a su creación y que nos busca y nos llama a ser santos, aún desde nuestra condición homosexual.
Nos sentimos hoy enviados, fortalecidos para esa misión que el Señor nos encomienda, sin embargo, el mismo Cristo nos advierte que no será fácil, y, acaso para ti, que lees estos párrafos lo ha sido? Ser homosexual, cristiano y profeta, es fácil? Es una trilogía que pocos entienden pero que puede cambiar nuestras vidas y las de quienes nos rodean, acompañada tantas veces por insultos o vejaciones, como bien lo anunció Cristo, pero sostenida por el coraje de hombres y mujeres que creen en lo que hacen y se arriesgan a ser diferentes, siempre de frente a Dios. Dicen que a los homosexuales nos encanta andar en parejas, y, si en vez de irnos en parejas a un bar fuéramos a dar testimonio de una vida que busca la santidad? Y si cambiamos el licor por la Palabra? Y si nos arriesgamos a unirnos por barriadas, ciudades, aldeas, a ser una fuerza que se haga notar positivamente y que sea luz para quienes andan en oscuridad, testimonio creíble para quienes no tienen fe?
Este domingo nos motiva, la invitación de Cristo vuelve a llamar a nuestra puerta, y esta vez no nos llama solos, nos llama de dos en dos, nos invita, como Amós, a defender lo que creemos y mostrarlo sin miedo en la vida ordinaria de cada día, es solo perder el miedo y arriesgar, es dar ese paso adelante y decir: heme aquí, Señor, aquí estoy!, o, por qué no, hemos aquí, Señor, aquí estamos! Dos, tres cinco, quinientos, dos mil...
Que ese Dios de amor, que nos habla al oído y nos recuerda su paternal elección para con nosotros, sea quien motive nuestra semana y nos haga fijar en nuestra mente ese llamado que nos hace, como comunidad, a testimoniar la fe y a profetizar en lugar de escandalizar.
Si alguien más quisiera compartir su reflexión de la liturgia dominical, sería muy edificante para todos.