Queridos hermanos:
Los que por razones ineludibles permanecíamos en la Diáspora, os hemos tenido muy presentes y también hemos podido sentir los reflejos de tanto bien vivido en clima de oración.
Me acordaba de Éxodo 17: 8-15:
Cuenta la Biblia que, durante su travesía por el desierto, Israel sufrió el ataque de los amalecitas, que intentaban cortarle el paso (Ex 17,8). Amalec simboliza en la Escritura las fuerzas del mal en su estado químicamente puro, el odio sordo y gratuito contra Dios y su pueblo, al que nosotros pertenecemos y contra todo lo que Dios significa. Son las fuerzas oscuras que han buscado nuestra desaparición a lo largo de la historia marginando miles de personas por ser LGTBI.
Ante aquel peligro inminente, Moisés diseñó su estrategia de defensa. Ordenó a Josué que eligiera a unos hombres para salir al combate, pero el propio Moisés no participó en la pelea, sino que subió al monte con dos de sus compañeros, y allí se puso a orar.
Podríamos pensar que Moisés fue un cobarde que huyó de la refriega buscando un lugar más seguro. Muchas veces se acusa a los contemplativos de que son parásitos sociales, que huyen de los compromisos para refugiarse en un claustro. Sin embargo la Biblia no piensa así. Nos dice que precisamente mientras Moisés oraba en el monte con sus manos levantadas, el ejército ganaba la batalla.
Pero hubo un momento en que Moisés empezó a cansarse de mantener sus manos alzadas. Es realmente difícil perseverar en la oración. Muchas veces nos aburrimos de estar allí inmóviles, pasivos, aparentemente ajenos a ese mundo donde parece jugarse el destino de la humanidad, y preferiríamos cualquier otra actividad. Llegó un momento en que Moisés también se cansó y bajó los brazos. "Mientras Moisés tenía las manos alzadas, prevalecía Israel; pero cuando las bajaba, prevalecía Amalec" (Ex 17,11).
"Se le cansaron las manos a Moisés y entonces (sus dos compañeros) tomaron una piedra y se la pusieron debajo; el se sentó en ella mientras Aarón y Jur le sostenían las manos, uno a un lado y otro a otro. Y así resistieron sus manos hasta la puesta del sol" (Ex 17,12). Por eso es importante no orar solo ni solos. Moisés subió al monte acompañado, porque para perseverar en la oración necesitamos del apoyo de una comunidad orante que nos sostenga cuando nuestras fuerzas comienzan a flaquear.
Esas manos alzadas son como antenas en lo alto del monte que captan las ondas, o como pararrayos que atraen la carga eléctrica de las nubes. Al orar estamos captando la energía del Espíritu de Dios, no sólo en favor nuestro, sino en favor de todos nuestros hermanos y hermanas LGTBI. Esta comunidad se va llenando de energía con esa carga positiva que es su verdadera fuerza en sus proyectos, en sus luchas, en su misión.
De una manera simbólica el evangelio nos narra una escena que ejemplifica esta realidad. Jesús subió al monte a orar y los discípulos se embarcaron (Mc 6,46). El mar se embraveció y tuvieron que fatigarse remando contra las olas y tuvieron miedo. Es un precioso icono de la situación presente de la Iglesia, con mayúsculas y de este Comunidad de Cristianos Gays. Jesús parece estar ausente "arriba" y nosotros nos vemos en mitad de la noche y de las olas. Pero el evangelio nos dice que Jesús está orando, "siempre vivo para interceder por nosotros" (Hb 7,25). Y en los momentos de crisis se hace presente para confortar a los suyos, aunque al principio pensemos que es un fantasma (Mc 6,49). Al final, la crisis siempre llega a su solución, el mar se calma o la batalla nos reporta la victoria contra los amalecitas.
Por eso la oración no es en la comunidad una tarea que se deja en manos de ciertas personas "secundarias", sino que es ante todo la responsabilidad de todos la que la conformamos pues como dice Teresa de Jesús, "hay que hacerse espaldas" unos a otros....
Dicen los Hechos de los Apóstoles, que en una ocasión los Doce se vieron abrumados por tanto trabajo, y decidieron delegar en otros las actividades asistenciales y administrativas, reservándose para ellos la oración y el ministerio de la palabra. "No parece bien que nosotros abandonemos la Palabra de Dios para servir a las mesas […] Pondremos a otros al frente de este cargo y nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra" (Hch 6,4). No podemos olvidar pues que la oración es el pilar fundamental para la cohesión de la Comunidad, la fraternidad con los de dentro y con los de fuera, especialmente con las comunidades contemplativas que nos apoyan y acogen y para alimentar con ella nuestra misión.
"Entonces, ¿qué diremos a esto? Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?" (Romanos 8:31)... Ni amalecitas, ni Cañizares, ni esa patulea de obispos homófobos podrán nada...
Y eso es lo que he sentido estos días sabiendo, por Dorian, de los gozos del encuentro...
Un abrazo